Extraído del libro póstumo del escritor andahuaylino José María Arguedas Altamirano, Nuestra Música popular y sus Intérpretes.1977
Las canciones folklóricas de los pueblos absolutamente originales, de aquellos que no
tienen otra música que la folklórica, no pueden ser interpretadas por gente extraña. Es muy difícil que un cantante extranjero llegue comprender en su raíz profunda a esta música, tanto como para interpretarla de manera absoluta y legítima; sólo el artista nacido en el pueblo, el que heredó el genio del folklore, puede interpretarla y transmitirla a los demás. El auditorio es capaz de comprender y de sentir en toda su extraña esencia el valor artístico de tal música, porque el poder de interpretación del artista indígena puede tocar la sensibilidad que el hombre tiene para comprender la expresión estética de todos sus semejantes. La música andina, creada por un pueblo que ve todavía al mundo como a un ser viviente, música que parece brotada de la imagen mítica de las montañas, de los ríos, de la luz de los árboles, no puede ser interpretada por quien vivió en el ambiente poco propicio de los barrios populosos de una capital tan extraña a lo indio como Lima. Porque no siendo del terruño, sólo el genio cuidadosamente cultivado y pleno de sabiduría universal, puede llegar hasta la fuente primitiva de la canción folklórica. Lima es la ciudad de la marinera y del vals criollo y sentimental, que interpretan con exactitud el espíritu de la gente de los barrios. Una mujer criada en un barrio de Lima, tenía que cantar un yarawi-que es la música andina más triste-guiñando los ojos como lo hace la Emperatriz Chávarri (Ima Súmac). Cuando Vivanco me llevó a oír a esta joven, le exprese mi asombro. ¿Cómo podía pretenderse que cantara las canciones andinas quien no sabía una sola palabra de quechua? Una joven que había crecido en Lima, cuya psicología había sido modelada bajo la influencia humana total de los barrios de Lima, sin ninguna cultura nacional, no podía estar en condiciones más negativas para pretender convertirse en intérprete de la música india. Sin embargo Ima Súmac triunfó en Lima y se hizo pasar por intérprete del folklore quechua; Vivanco la dirigió con muy buen sentido comercial, le puso el nombre de la hija de Ollanta y explotó con acierto la excelente voz natural y la gracia de Emperatriz Chávarri. Su éxito en países extranjeros tenía que ser más fácil. Pero lo que hace Ima Súmac no es, por supuesto, “estilización” de la música india: es deformación pura. Emperatriz Chávarri hace de la canción india un simple espectáculo. Los agudos que lanza en forma totalmente libre, sin relación alguna con el género de la música y sin que estén inspirados por ningún sentido interpretativo u otro concepto musical íntimo, convierten a los cantos indios en piezas sin filiación folklórica posible y sin valor musical propio. Pero impresionan a la gran mayoría del público de las radios, de los cabarets y de los teatros. Y esa es su característica: ha deformado la canción andina quechua hasta hacerla accesible al sentido superficial, frívolo y cotidiano del público de la ciudad, para lo que fue necesario despojar a esta música de todo su contenido lírico esencial, de su profundidad y de su genio, convirtiendo sus formas más nobles en un espectáculo grato al vulgo. Y como toda hazaña de este género lleva tras sí toda una pléyade de imitadores, Ima Súmac tiene las suyas, las que igualmente han surgido en el barrio de la ciudad, y han elegido, como Emperatriz Chávarri, nombres quechuas. Felizmente viajan con ella, Moisés Vivanco y otros músicos indígenas, que a pesar de todo salvan el conjunto; quienes saben oír podrán conocer, a través de la intervención de estos músicos, nuestra verdadera música andina.