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El harén: fantasía y decepción

Armando Gómez Villalpando

"Harén (Del árabe, haram, vedado).


Conjunto de todas las mujeres
que viven bajo la dependencia
de un jefe de familia entre los
musulmanes".
Diccionario Enciclopédico
UTHEA. Tomo V.

Lo que en el Islam es una realidad para pocos hombres (quienes tienen suficiente
poder económico como para extender horizontalmente su asequibilidad de
mujeres), en Occidente, en México en particular, es una fantasía que puebla la
totalidad del horizonte del imaginario sexual del hombre. Por el contrario, en la
mujer, por razones históricas condicionantes y restrictivas, dicha fantasía, ya no
digamos su escandalosa realización, está prohibida y limitada tajantemente: lo que
para el hombre sería una deleitosa imagen de un apetecible sistema solar
femenino, para la mujer es apenas un disminuido fractal imaginario de un planeta
y algunos suculentos asteriodes masculinos.

Sea lo que fuere el harén y su secreta historia para los musulmanes, en la


imaginería occidental, para los hombres, perpetuos jadeantes, el harén es la
paradisiaca representación de un hombre enturbantado y cabriolescamente
dichoso de poseer una colección exhaustiva de todas las mujeres biográficamente
deseables, y que muchas veces tal delirio se concentra en la imagen
omniabarcativa de la otra mujer "ideal", ente en el cual se condensa, de manera
complementaria, la multiplicidad de los atributos faltantes a la carencial fémina con
la que los hombres suspirantes "desperdician" sus días, sábanas y ganas.

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Lo que para el musulmán pudiente es un proyecto progresivo de consecusión de
la mujer-total en la multiplicidad de mujeres a quienes tiene acceso pleno, previa
serie de selecciones complementarias iterativas, a través del casorio y la compra
poligámicamente abierta con las cuales incorpora a su harén cuanta mujer le falte
para acabalar la realización de cuanto deseo físico, psicológico, estético y
espiritual de mujer pudiera surgirle, para el hombre occidental tal fenómeno está
contenido en la eterna, culposa y dificultosa dualidad esposa-amante.

Para la percepción distante del occidental, el harén es una fantasía que condensa
todo, ab-so-lu-ta-men-te to-do lo deseable de la mujer: todos los cuerpos,
temperamentos, sensibilidades, gestos, ritmos, movimientos, deshinibiciones,
inhibiciones, facciones, actitudes, olores, sabores, texturas, etc., que pudieran
tener todas las mujeres gratas posibles. Es una idea de gino-perfección que, ya no
extensional sino intensionalmente, el hombre occidental vive subjetivamente como
la dualidad femenina perfecta (la compañera con quien vive y la amante con la que
retoza o desearía retozar), idea que reune dicha totalidad de rasgos femeninos
vehementemente anhelados en una figura binominal equivalente a la figura
polinominal de las mujeres harénicas musulmanas.

Ahora bien, si abandonamos la perspectiva de la imaginería voraz y


omnicomprensiva antes descrita, y como consuelo para quienes nunca tendremos
un harén (¡snif!), podemos consolarnos cambiando nuestra óptica del harén y, en
las antípodas, verlo como un paisaje desolador y deshumanizado: el dueño de un
harén posee un buen surtido de mujeres cautivas, obligadas a rendirse
eróticamente a alguien que, también, podríamos imaginar ya no como un idílico
sibarita del amor sino como un amante torpe, aburridor, desabrido, ocasional,
probablemente eyaculador precoz, y con una profunda incapacidad para ejercer
una filosofía y un arte eróticos plenos de los dos grandes ingredientes de una
relación amorosa, la pasión y la ternura y que, inhabilitado para la entrega cabal y
para acceder a estadios sublimes de calidad, debe conformarse con la infernal

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desmedida fatiga de la cantidad, de la dudosa existencia de intensidad para tan
breves instantes biográficos.
Para dar verosimilitud racional a esta otra apreciación polar del harén y su vedador
usufructuario, bastaría pensar en si la suma de lo que sucita legítimamente en
todas sus apenas y desigualmente atendidas odaliscas pudiera igualar, bajo el
supuesto de que dos amores no pueden ocupar el mismo lugar en el corazón, lo
que goza quien ama a alguien con correspondencia y certidumbre mutuas. De
este modo, podríamos asimismo preguntarnos ( pensando que el máximo
monumento que hombre alguno haya erigido al amor (el Taj Mahjal) lo hizo en
ofrenda inmortal a una mujer, no a una muchedumbre de ellas en lenceria oriental)
si valen más Romeo y Julieta o las mil y una mujeres y un hombre en un harén
que se parece más a una inagotable e indisfrutable cava de cuerpos abandonados
a su suerte prisionera y a las existencialmente desgastantes circularidades de un
desesperanzado vacío con el cual irremediablemente se enfrenta quien entre más
mujeres disfruta, menos tiempo tiene para amar a una eternamente (Kierkegaard).

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