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LOS

VERDES OJOS DE LA
MORA

LOS VERDES OJOS DE LA


MORA




Calixto López Hernández


Rosalía Rouco Leal

(2018)

LOS VERDES OJOS DE LA MORA


Allá en la Siria hay una mora
Que tiene los ojos más lindos
Que un lucero encantador
¡Ay mora…!

Canción de Barbarito Diez

Por la llanura, a lo lejos, asomaba la figura de un caballo, que de inicio no se
supo de quien se trataba, pero en la medida en que se fue acercando y como
no se notaba jinete alguno sobre él, quedó cierta incertidumbre hasta que
surgió a su lado, o más bien delante tomándolo por las riendas, primero una
cabeza con sombrero y después la figura de un hombre que guiaba al noble
animal, luego no quedaba duda, se trataba del moro Mohamed o “Mojamed”
como todos pronunciaban.

La alegría se mostró en los niños de la casa por la visita de aquel connotado
personaje de la sabana, que mes tras mes incursionaba por aquellos lejanos
parajes para abastecer de las más ilusas mercancías a aquellos seres olvidados
de la llanura, sin posibilidades de acceder a la población a buscar los más
elementales enseres de vida.

Y Mohamed con su caballo moro, tal como él, aunque solo de color, porque
era uno más de las llanuras, aunque mayor que los criollos y si no que se
habría hecho el animal ante tanta carga que motivaba que su considerado
dueño no montara en él cuando venía atestado de de mercancías, porque aquel
vigoroso e incansable equino cargaba sobre si todo un bazar para abastecer
sueños y anhelos de aquellos infelices, desde los niños con juguetes modestos,
baratos y sencillos, según él, hasta para las mujeres telas de no se sabe de
cuantos tipos, o qué tiempo llevaban guardadas en viejos almacenes, o
pañuelos de mil colores, incluso para engalanar los cuellos de los hombres,
adornos y baratijas diferentes, cintos de hebillas plateadas, ropa de trabajo de
hombre y de mujer, y cuanto fuese necesario sobre aquel noble animal que no
mostraba enojo en recorrer llanuras y más llanuras, para recibir solo como
recompensa un lugar donde pastar y las escasas caricias de aquel hombre con
preocupaciones constantes y pensamientos puestos en mil partes, incluso en su
Siria natal, sin olvidar y siempre latente en su corazón y en sus añoranzas.

Porque Mohamed no provenía de Marruecos sino de Siria, como otros
hombres del mundo árabe que viniesen de donde viniesen, del Líbano,
Palestina Argelia, Túnez, Libia o Siria, siempre recibirían en aquella tierra
descubierta por Colón el mismo apelativo: moros, tan pronto se descubriese
que arrastraban la "L" como ametralladoras, o mostrases sin hablar las
habilidades innatas para el trueque, el intercambio y el manejo sofisticado de
precios de aquellos magníficos hijos de las arenas desérticas, en su andar,
como otros inmigrantes más, por las selvas y llanuras tropicales de la isla más
grande y fértil del caribe.

Y el apelativo de moro no era despectivo, sino el que se les daba como a
cualquier español el de gallego, bien fuese andaluz, catalán, valenciano o
aragonés, o de cualquier lugar de la ex metrópoli, igual que el de isleños a los
provenientes del archipiélago canario, aunque fuesen tinerfeños, de la Palma,
Gran Canaria o Lanzarote, para citar algunas islas, porque así era el lenguaje
llano y sencillo de aquellos lugareños surgidos de las mezclas de mil naciones
y donde para ellos predominaba sobre todo el don de la hospitalidad y la
solidaridad., única forma de supervivencia en las circunstancias tan difíciles de
subsistencia con que tenían que afrontar el devenir diario de trabajo los que
arribaban a aquellas playas narradas como llenas de ensueño, pero después con
sus molestos acompañantes: calor intenso y húmedo, sol abrasador, mosquitos,
pulgas, jejenes, y cuanto molesto insecto se encontrara a gusto en aquel clima
tropical, y sobre todo después de los largos y fuertes aguaceros que dejaban
los caminos intransitables, los potreros inundados para dar paso al
florecimiento de los enjambres más grandes de mosquitos que ser humano
hubiese visto, al extremo que se hablaba de reses muertas al entrar en los
montes después de que los insectos draculianos le chuparan toda la sangre; y
esto parece que no eran cuentos, pues más de un lugareño hablaba de ello.

Pero aquellos estoicos hombres venidos de todas partes aguantaban todas
las penurias con sus corazones puestos en su tierra natal, en los familiares
dejados allá: madres, padres, hermanos, mujer y hasta hijos, con la esperanza
de volver algún día, lo más pronto posible, cargados de fortuna para aliviar los
males y penurias económicas que habían dejado cuando abandonaron su tierra;
y así, de esta forma, en las primeras décadas del siglo XX, y puede que desde
antes, habían arribado a Cuba gentes de todas partes: españoles, chinos,
haitianos, jamaicanos, yucatecos, ingleses, franceses, polacos, húngaros,
suecos, noruegos y daneses, judíos, y como decíamos árabes de diferentes
naciones del norte de África y el medio Oriente; y generalmente todos
laboriosos, lo que había contribuido al amalgamado de culturas que después se
quedaban resumidas pasadas pocas generaciones en una sola: Cubanos, como
elementos constitutivos de una sola nación y con gran sentimiento patrio,
independientemente del lugar de procedencia de sus ascendientes, nombres y
apellidos, color de la piel, rasgos físicos, costumbres y perfil de los ojos. Y en
eso del perfil de los ojos hagamos un espacio aparte, porque ésta vez el moro
venía acompañado por una preciosa niña de apenas unos cinco años de edad
llamada Fátima, portadora, a pesar de sus edad, de los ojos verdes más lindos,
grandes y expresivos que ser humano pudiese imaginar, límpidos,
transparentes, que llamaron poderosamente la atención del más pequeño de los
desarrapados guajiritos de aquella humilde familia campesina de más o menos
la misma edad.

Descalzo, ágil de movimientos, con un pequeño short zurcido como toda
vestimenta, el pequeño Daniel comprendió, en una edad donde escasea, o no
está aún permitido el término de amor, que estaba frente al más hermoso ser
que había visto en su vida, y que un día se volverían a encontrar, aunque en
otras circunstancias.

El moro, ese día, cansado de andar por la llanura con escasos resultados, no
porque sus mercancías no llamaran la atención de los dispersos pobladores de
la llanura, sino porque los escaso recursos de los campesinos, menguados por
los largos y penosos meses transcurridos desde la última zafra, no permitían
gustos que no fueran en esos momentos los necesarios para vivir, en esencia
para adquirir los productos básicos de subsistencia que se traducían solo en
tres: azúcar prieta, sal y café. Por eso, para no regresar con las manos vacías,
del cuello del noble animal colgaban algunas gallinas que como pago había
tenido que aceptar, ante la posibilidad de regresar solo sin haber vendido nada.

Por suerte, en esta la última estancia de su largo recorrido, Mercedes, la
hacendosa mujer madre de muchos niños, había arañado y guardado con celo
un par de pesos para alguna ropita para los niños, lo cual fue todo un lujo para
él, además de que brindaron alimentos y descanso a los visitantes que tendrían
que pernoctar allí para no recorrer las decenas de kilómetros del viaje de
vuelta, en que les sorprendería la noche acompañado de su pequeña, algo que
Mohamed no deseaba, por lo que aceptó sin evasivas sentarse a la humilde y
rustica mesa y degustar la harina de maíz, boniatos y frijoles negros que le
brindaban, a los cuales él complementó con unos dulces dátiles, lujo al que no
podía rehusar, alimento salvador proveniente de palmeras fuertes y dadas a los
maltratos del clima, que con escasa agua, de un pequeño charco a modo de
oasis, otorgan vida y subsistencia a los hombres del desierto en su andar y
andar por las arenas.

A la hora de dormir prefirió el suelo sobre un colchón de hierba seca junto a
su pequeña, contenta por las nuevas amistades y todo lo que había aprendido
sobre los montes, su flora y su fauna con el pequeño Daniel, aunque también
había censurado algunas de sus travesuras. Él le mostró las aves de mil colores
con cantos melodiosos que en los atardeceres buscan refugio en la espesura del
monte para evitar ser engullidas por gavilanes, cernícalos y majases, y
disfrutar de más días en los hermosos campos tropicales. Al anochecer Fátima
sintió temores del grito de las lechuzas, y se arrojó en los brazos del niño ante
aquel lúgubre canto.

Una vez apagadas las chismosas y el quinqué, llegó el sueño reparador para
todos: para la hacendosa madre, contenta y satisfecha por contar con algunos
retazos de tela para confeccionar vestiditos para las niñas y algunos shorts para
los niños, que el moro y justo es reconocerlo, se los dejó en el mejor de los
precios, para ver si con los dos pesos alcanzaba para todos. Ángel, el hombre
de la casa también se sentía satisfecho, porque al fin había terminado el horno
de carbón y al día siguiente podría partir hacia la población más cercana en
compañía de los visitantes a vender algo de su buen carbón de marabú, del que
arde bien sin humo, y porque le había alegrado contar entre tanta soledad en
que vivían, lejos y ajenos a la civilización, con la visita de aquel original
hombre de los desiertos, con sus interesantes historias sobre camellos,
beduinos y los marcos pintorescos de las mezquitas donde rezaban a Alá según
los designios del Corán.

Los niños también soñaban con las travesuras de la tarde, Fátima con que
volvería por aquellas tierras con su padre en alguna otra ocasión para repetir
aquel viaje memorable a través de las praderas, llegar y jugar con aquellos
muchachitos extraños pero llenos de atractivo y originalidad, pues en la ciudad
no tenía ni esa libertad, ni muchos niños con los cuales jugar, y menos en
compenetración total con la naturaleza. Daniel, por su parte, mantenía
grabado en su cabeza los grandes ojos verdes de la niña y su sana sonrisa de
sorpresa ante todas las cosas nuevas que veía.

Mohamed también soñaba, más que eso, que el próximo viaje sería mejor y
más productivo, porque ya tenía ahorrado, centavo a centavo, lo suficiente
para adquirir otro caballo y poder él también viajar montado con su pequeña, y
llevar muchas más mercancías: zapatos de trabajo, botas, mantas y sábanas, y
mil mercaderías más necesarias para los campesinos en su condición de vida
aislada perdidos en la llanura.

Y los sureños se hicieron realidad, los niños de la casa tuvieron alguna
vestimenta, el campesino vendió bien su carbón, Mohamed compró un nuevo
caballo tan moro, manso y trabajar como el anterior, de manera que adquirió
relevancia entre los hombres de campo que al divisar su llegada decían: “ahí
vienen los tres moros”, sin malicia, porque admiraban a aquel laborioso hijo
del desierto y porque sabían que en lo del trueque él saldría siempre
beneficiado, porque eso lo llevaba en la sangre desarrollado a través de
muchas generaciones.

Los niños, más que todos se beneficiaron de aquellas visitas, porque
intercambiaron todos sus conocimientos, juegos y secretos, y la niña mora de
hermosos ojos verdes disfrutaba de todas las maravillas de los campos, y se
sentía protegida por Daniel cada vez que incursionaban por los potreros donde
había toros bravíos, o tenían que cruzar algún arroyo, por que hubo tal relación
entre el mercader y la familia campesina, que éste a la hora que llegara se
quedaba a pernoctar, para ver corretear feliz a su pequeña en el sano ambiente
campesino.

También hubo ocasiones en que Mohamed tuvo que quedarse hasta dos, tres
o más días en el humilde bohío del campesino, merced a los intensos
aguaceros, o largos temporales de lluvia fina que hacían crecer los ríos,
desbordar los arroyos y cubrir la extensa sabana de un manto de agua que
semejaba el diluvio de la Biblia, o la epopeya de Gilgamesh. Durante esos
largos temporales en que los hombres se mantenían con los brazos cruzados
impedidos de hacer nada, los niños evitaban el aburrimiento con toda serie de
artilugios en un ambiente sano, natural, en el que cualquier cosa podía
constituir un motivo de entretenimiento, incluyendo los baños con agua de
lluvia de la que cae del cielo de forma armónica y natural limpiando el
ambiente de polvo, insectos dañinos, y de cualquier virus ambiental. Luego
Mohamed disponía sus caballos y comenzaba su retorno, esta vez con pocos
beneficios, salvo de una amistad y unos lazos que se estrechaban más hasta
hacerse indestructibles.

Y así pasaron tres años hasta que un día el moro Mohamed llegó con
semblante grave y taciturno, no por malas noticias, sino porque iba a abrir un
pequeño bazar en el pueblo ya que su situación había mejorado y era necesario
que dejara de andar por los campos ya que Fátima tenía que ir a la escuela,
pero que siempre contarían con su apoyo y hasta crédito en su negocio, porque
valoraba en mucho la amistad de aquella honrada familia campesina. Por eso,
pese a ser una buena noticia, el día resultó triste para ellos; y el anfitrión
sacrificó un carnero para homenajear a su visitante y amigo, que tal vez nunca
más andaría por aquellas tierras, como en efecto ocurriría en la medida que las
responsabilidades comerciales le hacía a Mohamed cada día prestarle más
atención a su negocio, y no contar con tiempo suficiente para moverse
libremente y ausentarse de su pequeño bazar, sobre todo en navidad, época de
gran agitación comercial y donde las costumbres árabes no coincidían con las
festividades cristianas, y era el momento de mayores ventas.

Los niños se mantenían ajenos al ajetreo de sus padres y Fátima se sentía
feliz por el pichón de sinsonte que Daniel le había regalado en su último viaje
y que con el tiempo alegraría el patio del bazar, con aparentes alegres cantos,
pero tristes para un ave no acostumbrada al cautiverio.

La despedida fue triste, Mohamed le dejó una gran parte de los tejidos y
ropas a la familia, así como unas pulsas y un collar de cuencas brillantes de
fantasía a la mujer, y un lazo de lino al hombre, y más que todo, uno de los
caballos moros, pues ahora no los necesitaría, para que se los pagara cuando
pudiese en carbón, arroz, frutas, vegetales o animales, sin compromiso alguno,
como recuerdo de una amistad surgida más que todo por el amor y cariño que
mostraban por su hija.

La familia los vio partir con el rostro serio y grave, con tristeza y
melancolía, salvo los niños, sonrientes, ajenos a la separación. Desde lo lejos,
Mohamed dio un último adiós a la humilde familia y a los singulares parajes
por donde nunca más volvería a transitar.

La vida en la ciudad cambio totalmente el hábito y las costumbres, hasta
ahora prácticamente nómadas, que llevaba el moro, para convertirlo en un
comerciante más de los muchos que había en la ciudad, y donde los árabes
descollaban como buenos empresarios de comercios detallistas, así como
hábiles joyeros, orfebres, relojeros, entre otras muchas más cosas.

De manera, que en la medida que su negocio fue floreciendo, y dada la
buena ubicación que tenia en una de las calles principales de la ciudad, su
círculo de amistades comenzó a cambiar y poco a poco fueron quedando un
poco en el olvido los campesinos que otrora había conocido, aunque era
habitual que en sus viajes al pueblo éstos pasaran por el bazar a comprar algún
encargo de su mujeres, o hasta para saludarlo, pero estas visitas tenían una
frecuencia espaciada y en la medida que el negocio prosperaba y se hacían
arreglos y reformas, los desconfiados hombres de campo se sentían más
temerosos, por cuanto estaban acostumbrados al trato de tu a tu con el
comerciante en sus casas, bajo la sombra de un árbol, o en el medio de los
caminos.

Mientras tanto, la vida social de Mohamed comenzó a girar en torno a la de
sus compatriotas de allende el norte de África y el Medio Oriente, máxime que
ya contaban con una especie de círculo o sociedad y con una edificación que
habían ido construyendo con los elementos arquitectónicos propios de sus
tierras. A la vez, Fátima estaba sufriendo también transformaciones de
conducta en el sentido de la vida escolar y sus nuevas relaciones con otros
niños, aunque perduraba en ella el amor por la naturaleza y añoraba aun los
continuos viajes con su padre, a horcajadas en las ancas de su caballo, y la
sabana llena de sorpresas y gratos recuerdos. Para ella su relación con Daniel
había tomado un carácter muy especial, y lo recordaba con frecuencia, sobre
todo cuando el sinsonte entonaba sus trinos melodiosos, encerrado en su jaula
de alambres.

En cuanto a la vida escolar, comenzó por la escuela pública y después fue
incorporada a una privada, aunque laica, para diferenciarla de las varias que
funcionaban patrocinadas o al amparo de órdenes religiosas. Aprendía rápido
y su sonrisa creaba simpatías entre sus compañeros y profesores.

En cuanto a Ángel, el campesino, había continuado más o menos con su
mismo ritmo de vida, aunque el nuevo caballo moro de Mohamed le permitía
comerciar más rápido sus productos, y llevar al pueblo más cantidad de ellos,
también los niños iban creciendo y cada uno se incorporaba al trabajo de
forma precoz, por lo que la situación familiar había mejorado algo. No
obstante, llegó un año de sequía en que todas las cosechas se perdieron: el
arroz, el maíz, los plátanos salían hecho cáscaras, los aguacates eran tan
pequeños que parecían anoncillos, y se caían de la mata antes de madurar, por
suerte la yuca y un poco el boniato, aunque con algo de riego a mano desde
largas distancias, sirvieron para paliar el hambre. Los animales no tenían que
comer, el río estuvo a puntó de secarse en parajes llanos, sin montañas, con el
caudal de agua de manantiales a flor de tierra por aguaceros frecuentes, hasta
que un día al fin llovió y lo hizo fuerte y con frecuencia como en años
anteriores.

Con los nuevos aguaceros la sabana seca, que había sido pasto de las
llamas por la sequía, volvió a inundarse de verdor, los potreros se convirtieron
en prados y volvieron a aparecer las flores, los árboles, los más fuertes y
vigorosos renovaron al fin, con hojas verdes las grisáceas y mustias. Hasta el
maligno, oportunista, agresivo e invasor marabú, frenado momentáneamente
su avance por la sequía, extendió como de la nada sus enormes y profundas
raíces para llenar de verdor sus pequeñas hojas y florecer, así como mostrar
sus espinas afiladas, esperando ser derribados por las hachas y machetes de los
campesinos para convertirse en el preciado carbón, y otra vez sus raíces
volverlos a hacer renacer, como siempre, de nuevo, invencibles, poderosos y
cada vez más extendido por las tierras de la sabana.

Las reses que fueron capaces de sobrevivir a la larga seguía, aunque de
inicio, con fuertes trastornos estomacales al ingerir sin medida la hierba
naciente, volvieron a cubrir sus huesos con carne y piel, mientras caballos que
parecían esqueletos, cual Rocinante, se convirtieron de nuevo en potros fuertes
y saludables trotando con alegría por la sabana. La seca había sido muy mala,
mala para todos, pero especialmente para los campesinos, muchos contrajeron
deudas en alimentos y útiles de labranza, así como en medicinas, por cuanto
con las lluvias volvieron las plagas y enfermedades, rebotes de sarampión y
varicela, unido a fiebres altas de enfermedades trasmitidas por los mosquitos.

Pero aquellos hombres laboriosos y sus hacendosas mujeres comenzaron de
nuevo a levantarse de la nada, y Ángel y Mercedes sufrieron e hicieron lo
mismo que todos, y fueron premiados con años de abundante cosecha que les
permitió un día, oído el consejo de su amigo Mohamed y su nueva mujer
Nadia, el de abandonar aquellos campos, pues tarde o temprano llegarían de
nuevo épocas de sequía y malas cosechas, o de plagas sobre ellas, y en la
ciudad de algo se viviría, como lo hacían todos los demás.

Y eso hicieron Ángel y Mercedes, y un día con sus escasos y destartalados
muebles abandonaron aquellos alejados e inhóspitos territorios de la llanura,
dijeron adiós a los dispersos y entrañables vecinos, y mal que bien
comenzaron aquella odisea, aunque totalmente no abandonaron el campo, al
que acudían siempre los hombres cuando la ciudad les cerraba las
oportunidades, cosa frecuente, a buscar de nuevo el sustento.

Mientras tanto, los más pequeños pudieron ir a una humilde escuela pública
cercana, a adaptarse a un sistema de vida para el que no estaban preparados
aún, pero tendrían necesariamente que prepararse, y a sí fue que Daniel antes
de cumplir los diez años, por primera vez se enfrentó a los lápices, los agarró
como pudo, claro, nada de correcto, y comenzó a dibujar los primeros
garabatos, más deformes que los que dibujaban los demás niños, pero signos al
fin, que conocidos como letras, nunca escribiría de forma elegante, pero si
entendible y con todas las norma ortográficas, y poco a poco fue pasando,
gracias a su tesón, desde ser el más rezagado de la clase a uno de los más
aventajados, en lo que cabe en una sociedad de clases, donde los mejores y
más capaces son generalmente los económicamente privilegiados.

Pasaron muchos años antes que Daniel volviera a ver a Fátima, hecha ya
casi una mujer, con nuevos amigos, en un nuevo ambiente donde el
adolescente se dio cuenta que no cabía y donde no podía competir, y pese a los
ruegos de la muchacha y su ayuda para incorporarse a su círculo de
amistades, comprendió que aquello no era lo suyo, y triste, aparentemente
vencido, ante tantas derrotas en forma de censuras, vergüenzas, desdenes y
ofensas por parte de los miembros de tan selectos colectivos sociales,
comprendió que debía abandonar, pese a que desde niño en él hubiese nacido
una devoción, un amor incipiente y creciente hacia Fátima, la niña mora de los
grandes ojos verdes.

Porque la situación socioeconómica de Mohamed había mejorado
rápidamente merced a su laboriosidad, sus habilidades comerciales que en
mucho superaban a las de los lugareños, su tesón, y su espíritu de ahorro y
buen ojo para las inversiones, que determinaron que en pocos años ya
ampliara sus negocios y abriera bazares en varias localidades cercanas,
incluyendo Camagüey la cabecera de provincia, así como magníficas
relaciones con los comerciantes árabes, criollos, gallegos y de otras
nacionalidades, y ser bien acogido en los círculos sociales de la ciudad.

Sobre esa base, un día decidió que lo mejor era abrir unos grandes
almacenes en la capital, por lo que abandonó con su familia el pueblo que lo
acogió y lo vio crecer económicamente para lanzarse a lo grande en la Habana,
con dinero y apoyo suficiente por los círculos árabes de la gran ciudad,
dejando al frente del bazar del pueblo a un familiar lejano de su Siria natal,
luego de despedirse de amigos y convecinos, entre ellos de Ángel y Mercedes,
que con su partida veían perder a alguien que consideraban de su familia, casi
un hermano.

En la despedida salieron a relucir recuerdos de los viejos tiempos, de las
soleadas tardes en la sabana, mientras Daniel conversaba con semblante triste
con Fátima, la mora de sus sueños, que partía con su padre y su madrastra para
la capital a continuar estudios, recibir instrucción en música y danza, y
convertirse en una joven educada y distinguida de la burguesía capitalina.

De qué hablaron Fátima y Daniel, poco se sabe, en los últimos años habían
vivido en círculos sociales muy diferentes, además, y aunque él no se diera
cuenta o quisiera admitirlo, ella ya se estaba convirtiendo en mujer por
razones del desarrollo diferenciado entre niños y niñas, lo superaba en todo, y
él semejaba una figura infantil ante ella, y lo único que los unía eran los
recuerdos de los viejos tiempos en los campos, pero poco o nada en relación
con las experiencias sociales recientes.

Daniel como regalo de despedida le trajo un nuevo pichón de sinsonte
plumado (el anterior había muerto por tristeza o congojas, o por la edad. Este
nuevo cantor aún solo entonaba gritos más que chillidos, y venía en una jaula
confeccionada por el mismo con estructuras hechas con pitos de caña brava
cuidadosamente escogidos del borde de un arroyo cercano, y con forma de
cúpula al final, como para recordarle los arcos de las construcciones moriscas,
como las llamaban.

Fátima acogió el regalo con cierta frialdad, porque ya sus gustos eran otros,
también su madrastra frunció el ceño preocupada de cómo llevarlo para la gran
ciudad, y para qué podría servir esa ave en principio tan fea. Pero todo quedó
resuelto cuando al final se quedó como que olvidada en el bazar del pueblo, y
por suerte para el ave, el nuevo encargado, un joven sirio la tomó con cariño, y
todas las mañanas, al sacar las mercaderías de muestra, lo sacaba a él también,
para que entonara sus trinos de amor, tristeza y ansias de libertad.

Pero aires nuevos de remodelación y profundos cambios políticos y
socioeconómicos estaban por venir y llegaron con más fuerza de lo pensado,
como vientos huracanados para estremecer y derribar las estructuras
imperantes, todas: las buenas, las malas y las regulares, cuando el primer día
de 1959 se anunció el triunfo de una revolución armada que tomaría las
riendas de la nación, sometiendo el país a profundos cambios, que afectarían a
todos los sectores sociales, las personas y las familias y por cuyos vaivenes
transitaría la sociedad cubana desde entonces.

Aunque de inicio aquello no causo preocupación en el sector comercial y
empresarial, claro estaba que el carácter popular de aquellos cambios tarde o
temprano chocaría con los de carácter clasista, y de una forma u otra la
sociedad comenzó a polarizarse, y más que todo las personas comenzaban a
moverse dentro del huracán que los arrojaba por doquier, a cualquier parte, y
dentro de éstas los jóvenes muy en particular, incorporados consciente o
inconscientemente en diferentes grupos u organizaciones y bajo determinados
planes y destinos, cambiantes como el sistema mismo, y nuestro joven Daniel,
casi aún niño, fue arrastrado por aquel poderoso fenómeno o vendaval que
superaba los matices de lo natural.

Daniel luego de participar como uno más entre decenas de miles de jóvenes
en una exitosa campaña de alfabetización, que se llevó a cabo en toda la
nación con apoyo popular, desfiló el 22 de diciembre de 1961 por las calles de
la Habana, y le pareció ver entre la multitud unos hermosos ojos verdes que lo
observaban, y unas manos que se agitaban para saludarlo y decirle adiós, que
supuso eran las de Fátima, pero no podía abandonar la formación que
marchaba gritando diversas consignas y cánticos revolucionarios relativos a la
campaña recién finalizada, que lo arrastraba hacia delante, aunque para él lo
más importante era volver atrás para ver a Fátima después de años de
separación, pero la verdadera separación había comenzado el día que
Mohamed dejó de incursionar por los campos y sabanas del Camagüey.

Luego, casi a continuación, Daniel volvió para la capital, esta vez para
estudiar, pero ni sabía la dirección de la joven, ni se creía con lazos suficientes
para ir a verla, y más que todo, la timidez propia de los 14 años se convertía en
el principal obstáculo.

Pocas veces Mohamed y su familia volvían por el pueblo, toda vez que poco
a poco sus bienes, de la noche la mañana se les fueron confiscando: primero
los grandes almacenes de la Habana, luego los de Camagüey y de forma más
reciente, antes de 1965 los de Florida y Ciego de Ávila. De manera ,que de la
noche a la mañana se encontró tan pobre como había llegado a la Isla, ya muy
mayor para iniciar otra vida, y si la casa de arcos moriscos del pueblo no se la
habían expropiado, era porque ahí rezaba que vivía su fiel pariente sirio, que
aunque lejano, se había mostrado digno, honrado y sobre todo con la mayor
cualidad humana, digna de estar entre los diez mandamientos aunque no esté,
la del agradecimiento, hacia su pariente que lo acogió al llegar de lejanas
tierras.

Ese lazo que Mohamed mantuvo con el pueblo le valió para seguir
esporádicamente dando su riguroso viaje hacia sus segundos orígenes cubanos,
y cada vez encontrar menos amigos pues todos se veían impulsados a tomar
senderos diferentes, unos, los de su última clase social acomodada, a partir
hacia el exilio, otros a acomodarse en el nuevo sistema donde más que la
amistad prevalecían patrones ideológicos, de manera que cada vez tenía menos
lazos de unión con el pueblo y sus habitantes, aunque siempre se encontraba
con Ángel y Mercedes pero en encuentros cortos, bajo la presión de la
circunstancias. A veces, en alguno de esos viajes lo acompañaba Fátima,
desubicada de lugar, aunque ya también lo estaba en la capital, con las
escuelas privadas cerradas, sus clases de música terminadas bruscamente sin
concluir, y su grupo de amigos cada vez más menguado desgajándose en un
abandono del país sistemático y frecuente.

Fátima se había convertido en una joven de perfil estereotipado, fuera de
lugar en el transcurso de los acontecimientos que rápidamente se sucedían, y
donde ella no había logrado colocarse. Asistía a clases con desgano, se
apartaba de amigos y de cualquier actividad social, y se refugiaba cada vez
mas en la lectura, preferentemente en los clásicos y hasta en novelas rosas,
todo por alejarse de un mundo al que no se sentía pertenecer, y que por su
condición social de gente otrora acomodada, le estaba vedado el ocupar un
lugar destacado en la sociedad.

Algo diferente ocurría con Daniel, su condición de hijo de campesinos
pobres era un elemento importante en su currículum, pero que por diferentes
motivos, tal vez por su carácter hosco y solitario no le apetecía formar parte y
progresar, aunque mantenía el slogan de toda familia humilde de “estudia,
estudia”, para que seas alguien en la vida, y así poco a poco, lentamente, sin
grandes hazañas, año tras año cumplía sus labores escolares y avanzaba de
curso y en cierta medida en la escala social de valores.

Fátima y Daniel llevaban varios años sin encontrarse después de que
Mohamed abandonara el pueblo, aunque el joven la había visto algunas veces,
desde lejos, en sus esporádicas visitas, cada vez más cortas y con menos
frecuencia, pero en un inicio temía acercarse a donde estaba ella, se sentía
empequeñecido, no solo por su condición socioeconómica, sino por la
imponente personalidad de la joven, cada vez más mujer, más hermosa, y él
recién empezaba a tomar cuerpo de hombre.

No es que ella evitara su presencia, era que en ese momento había poco en
común, salvo los viejos recuerdos de niño. Solo después que la había visto de
pasada en la Habana en el acto final de la alfabetización, había logrado Daniel
abandonar su miedo y un día tembloroso la fue a despedir a la terminal de
ómnibus, luego en que coincidiera en su corto período de estancia en el pueblo
y que se enterara de que ella también se encontraba de visita en el mismo. Sin
embargo, el encuentro fue abrupto sin muestras de afecto, más que por
motivos personales por los propios de un sistema de transporte con medios
insuficientes y el sobresalto por la inesperada llegada del ómnibus atiborrado
de personas, y que era el que ella debía tomar sí o sí, también por la
muchedumbre de familiares y amigos en comisión de despedida como si
nunca más volvieran a ver a sus familiares queridos.

En aquellas circunstancias la despedida fue insípida, a sobresaltos, aunque
las manos se retuvieron más de lo debido, lo que el realizó a propósito, como
necesitado de vencer su miedo, y ella tal vez porque comenzaba a sentirse en
un ambiente como de asfixia o porque necesitara con esto unirse a viejos
recuerdos, de otros tiempos felices, donde se sentía protegida por todos,
incluyendo a Daniel.

Al año siguiente no coincidieron en el pueblo porque el viaje de ella fue
apurado, más bien protocolar, y en busca de documentos relacionados con los
antiguos negocios de su padre, cuyo círculo alrededor se le hacía cada vez más
estrecho y donde cada vez tenía menos puertas de salida y por supuesto
oportunidades, toda vez que lo único que había hecho en la vida era comerciar,
lo que ahora se le hacía imposible, y no veía posibilidades que cambiara. Él no
había hecho otra cosa en su vida, y ahora le parecía que no serviría para nada
más, en momentos en que sentía que su familia, y sobre todo su hija lo
necesitaban más que nunca.

Sin embargo, pese a todo, el círculo de comerciantes árabes no se
encontraba en el punto de mira de las autoridades políticas, dado porque éste
no había acumulado las grandes riquezas de otras comunidades de emigrantes
y porque había cierto sentimiento de respaldo y simpatía hacia los países del
Norte de África y del Medio Oriente que en esos momentos realizaban
ingentes esfuerzos, apelando a todos los medios posibles, para alcanzar su
independencia de las metrópolis, aunque Siria ya lo había logrado de Francia y
proclamado la República en 1961.

En el marco de todos estos acontecimientos, en el invierno de 1965, Daniel
y Fátima coincidieron de nuevo en el pueblo, primero se encontraron de
forma casual un domingo en el parque de la ciudad atiborrado de personas,
donde los jóvenes no tenían otra cosa que hacer que dar vueltas y vueltas
alrededor del mismo, bajo un protocolo tradicional, el de los hombres caminar
en un sentido y las mujeres en otro, lo que posibilitaba que todos pudiesen
encontrarse en un momento determinado.

Cuando Daniel vio a Fátima un temblor le recorrió todo el cuerpo, desde los
pies a la cabeza, el saludo fue balbucearte, cono si se hallara petrificado, no
sabía que hacer ni que decir, mientras ella, como siempre, lo miró dibujando
su sonrisa favorita, pero sin nada de sobresaltos, pero el intercambio fue breve
pues las filas de jóvenes paseantes empujaba con suavidad a los que estaban
delante, por lo que pronto se vieron separados.

Una vez pasado el susto, Daniel se apartó del parque hacia una esquina, no
se sentía en condiciones de verla de nuevo, y cuando se llenó de valor ella ya
había abandonado el lugar en unión de otras amigas. El joven estuvo varios
días condenando su cobardía y ensayó noche tras noche qué hacer en una
próxima situación semejante, pero tendría que darse otra oportunidad, por lo
que noche tras noche acudió al parque para ver si aparecía, claro con muy
poca concurrencia, por lo que esperó pacientemente el siguiente domingo,
pero la joven no apareció a pesar de que él fue el último en abandonar el lugar.
Daniel se encontraba desolado.

Mientras tanto un desgano y apatía natural inundaba el cuerpo de la joven
Fátima, inmersa en circunstancias que desbordaban sus posibilidades de
solucionar, y en las cuales al final las soluciones las tendría que dar su padre, y
Mohamed tampoco se encontraba en condiciones de decidir nada, mientras el
tiempo transcurría, y el ambiente familiar era cada vez más tenso y lleno de
incertidumbres, las sonrisas escaseaban y solo aparecían con rara frecuencia
en un ambiente lleno de indecisiones.

Fue en esas circunstancias en que Fátima reparó de nuevo en el sinsonte,
que esta vez con alegres trinos, como si entendiera la situación que atravesaba
aquel círculo de humanos al que de una forma u otra pertenecía pese a su
condición natural, trató con su canto de distraer de sus problemas. Ella
entonces llegó a pensar por primera vez, y esta vez necesitada de afecto, amor,
calor humano y cariño, que aquel joven del encuentro casual en el parque le
había hecho este regalo como muestra de devoción, y tal vez de amor, pero de
inmediato trató de borrar ese pensamiento, pues el tiempo no estaba para lujos
o menesteres sentimentales.

Al final, el domingo siguiente, en el parque, sobre las nueve de la noche,
Daniel vio aparecer a Fátima escoltada por un par de amigas, hermoso,
radiante, realizando su paseo como otras muchachas. Venía vestida de color
verde esmeralda, con zapatos de medio tacón y con un collar nacarado que le
rodeaba su cuello liso y escultórico semicubierto por un pelo lacio largo y
negro.

Daniel esta vez no esperó más, se llenó de valor de igual forma que cuando
decidió lanzarse desde la rama más alta de una guásima a una profunda poceta
del río, cuyo salto tenía que ser milimétrico para no chocar contra las piedras
de bordes cortantes y angulosos, pero si alguno de sus amigos lo hacía porque
él no, y luego que lo realizó con éxito lo siguió ejecutando con total maestría.
Así, que sin pensarlo más, como cuando Julio César cruzó el Rubicón, se
acercó a paso rápido hacia las jóvenes, pronunció el nombre de Fátima desde
detrás, muy cerca del oído de la joven por lo que a punto estuvieron de chocar
los dos rostros, ella sorprendida se viró y sonrió y sus acompañantes también
lo hicieron por lo imprevisto del encuentro, y la rapidez felina con que el
joven las abordó, intercambiaron saludos, y de forma un tanto valiente, un
tanto descarada, sin ser invitado, el joven se incorporó al grupo y dio la
correspondiente ronda intercambiando atropelladamente toda la información
que el breve tiempo permitía.

Pero cosas raras o imprevistas del destino, el carácter imperturbable y las
dificultades de mostrar simpatía de Fátima, tuvieron como contrapartida la de
una de las jóvenes, Isabel, más extrovertida, con más nociones del lugar que
ésta, pese a los viajes que frecuentemente hacia con su padre por toda la
región, por cuanto habitaba en una quinta a las afueras del pueblo, sin
fronteras y límites con el campo, y que coincidió en más con el joven, de
manera que éste se vio impedido de dedicar más tiempo a su joven anhelada..

Esto que pareció un obstáculo para Daniel tuvo una repercusión contraria en
Fátima, que hasta ahora solo había percibido en el joven los recuerdos y los
atributos de niño, pero que al notar su voz y semblante varonil y la atención
de su amiga hacia él, comenzó a valorarlo en otro perfil, en el del transito y
transformación del muchacho hacia hombre, y a detenerse en otros atributos
de su personalidad. De todas formas concertaron una cita entre los tres para
encontrarse en el cine y ver una película el martes de la semana siguiente, día
de estreno en el cine Aurora, uno de los dos de la ciudad en que verían una
reposición de la Viaccia protagonizada por la hermosísima Claudia Cardinale
y el joven y prometedor actor francés Jean Paul Belmondo, con noticiero
ICAIC incluido y al comienzo de la película, so peligro que de proyectarse al
final de ésta, los concurrentes abandonaran la sala de espectáculos, y que solo
quedara el acomodador, el proyeccionista y la chica de la taquilla.

Comúnmente en otras épocas, en el cine se proyectaban dos películas en
cada tanda y tres los domingos con matinée incluido, generalmente eran
filmes de Hollywod o mexicanos de la época dorada de este cine; pero con los
nuevos aires políticos y la censura con todo lo proveniente del gigante
americano, desaparecieron estas películas, un poco también las del cine azteca,
e irrumpieron con poco menos que brutalidad las soviéticas (rusas) y alguna
que otra húngara, polaca o checa, acompañadas de un semanario informativo
con las noticias más relevantes para el régimen, apologetizando los logros del
sistema y la lucha contra cualquier corriente ideológica contraria.

En detrimento de aquella situación es necesario destacar que pese a que
había películas soviéticas, que valía la pena ver, generalmente la temática se
centraba en la guerra, con finales tristes, que no satisfacían los gustos y
necesidades estéticas de los cubanos del momento. Además que si bien la
literatura rusa clásica de la época de Dostoievski, Tolstoy, Chejov, entre otros,
produjo obras que se encuentran entre las más relevantes de la literatura
mundial como “Crimen y Castigo”, “Anna Karenina”, “La guerra y la Paz” o
hasta relatos como el “Tío Vania” y “La Dama del Perrito”, entre otros, el
séptimo arte de este grandioso país no había llegado remotamente a obtener
piezas que compitieran a nivel mundial con sus similares de la Literatura,
tampoco en el ballet, entre otras manifestaciones culturales del gigante del frío
y de las nieves.

La Viaccia como film abordaba un amor trágico e imposible entre dos
jóvenes lanzados al abismo de las pasiones en circunstancias poco
convencionales y tomando como marco histórico la campiña toscana a finales
del siglo XIX. La actuación era impecable y también la dirección de Mario
Bolognini, que abordó el tema con un crudo realismo, por lo que la película
había obtenido buenas críticas. En efecto, es justo señalar que si bien
desapareció la filmografía hollywodense de las salas de cine, en esos tiempos
la filmoteca europea, lideradas por Italia y Francia, principalmente, llenaron
un poco aquel vació con obras que estaban a la altura, y hasta superiores en
algunos casos a las del cine norteamericano.

Pero más que el contenido de la película como forma de matar el frecuente
aburrimiento de los lugareños, estaba el hecho de poder permanecer sentado
junto a Fátima durante el espectáculo, lo cual era un preciado tesoro para el
joven. Durante los días anteriores al encuentro Daniel soñaba y volvía a soñar,
pensaba constantemente en Fátima y en sus grandes y hermosos ojos verdes,
apenas comía y no participaba en ninguna actividad, lo que comenzaba a
preocupar a sus familiares interesados en que éste se distrajera lo más posible
antes de volver a la capital.

Llegó el día señalado y para contrariedad del joven quienes asistieron
fueron Isabel y la otra amiga de Fátima, acompañada de un chico del pueblo
que apenas conocía Daniel, y que también estudiaba fuera de la localidad, pero
ésta no se presentó por lo que aquello llenó de zozobra y preocupación al
joven de procedencia campesina, que comenzó a pensar en cuantos errores
podía haber cometido en el encuentro anterior para que ella le hubiese dado
aquel, para él, sonado desplante, pero que en realidad no era lo que éste se
imaginaba, pues estaba relacionado con otros acontecimientos, y nada
agradables por cierto,

Si bien el pariente sirio de Mohamed había mostrado total fidelidad y
agradecimiento hacia éste, de manera que pudo conservar la casa y algunas de
sus pertenencias cuando le intervinieron el bazar, en Ciego de Ávila, la ciudad
vecina había ocurrido todo lo contrario, lo había perdido todo, incluso unas
valiosas joyas requisadas por la policía, alguna de gran valor sentimental,
como una sortija con una gran enorme esmeralda regalo de la desaparecida
madre de Fátima y fruto de muchos años de ahorro y penurias en sus tiempos
iniciales llenos de escaseces. Estas alhajas fueron entregadas a los medios
policíacos del lugar y ahora su padre fue precisado a que acudiera urgente al
lugar a dar algunas explicaciones y sobre todo el por qué las había ocultado,
aunque ciertamente eran pertenencias privadas.

Sin ánimo de recuperarlas, incluso ni el preciado anillo con la esmeralda,
Mohamed tuvo que viajar de inmediato a la ciudad cercana, para lo cual no
quiso desprenderse de él su hija, que lo acompañó todo el tiempo, y que es
lógico en aquellas circunstancias solo tuviera pensamientos para su padre y de
cómo salir del delicado problema en que se hallaba involucrado o el que se le
podría venir encima, incluso el ir a prisión si no justificaba adecuadamente su
proceder.

Por suerte para Mohamed, la ambición un tanto desmedida del empleado
que lo había traicionado lo había llevado a quedarse con algunas joyas, incluso
con la bendita sortija de esmeralda, por lo que la descripción de las que
declaró, era mucho mayor que la entregada por el vil comerciante, por lo que
la policía que se estaba comportando de forma neutral en el asunto, citó
también al empleado en plena noche, y a tal premura que no pudo siquiera
deshacerse de la sortija que llevaba puesta y tenía las iniciales de Mohamed
grabadas en árabe por un amigo joyero, también del mundo de las arenas.

Como se trataban de árabes que generalmente mantenían una posición de
respeto y obediencia a las autoridades y el sistema, la policía actuó de manera
neutral y rápida, porque tenía asuntos para ellos mucho más importantes que
atender, por lo que optó por requisar solo las joyas declaradas por el delator,
obligarlo a entregar las demás, incluyendo el anillo con la esmeralda, que
como no estaban requisadas fueron devueltas a su dueño para no comenzar
una nueva investigación, a la vez que dar un buen sermón al empleado y
sugerir a las autoridades gubernamentales que lo apartaran de su puesto por
falta de honradez y de confianza.

Así las cosas, el miércoles ya estaban de regreso en la ciudad Fátima y su
padre, y fue entonces que ella se percató de la cita en el cine, muy poco antes
que Isabel la abordara en una visita breve e informal para darle detalles de lo
bien que lo habían pasado aquella noche, pues después de salir de la sala de
espectáculos ambas parejas de amigas fueron con Daniel y el otro joven al
cabaret del pueblo, tomaron algunos cócteles y bailaron algunas piezas de
música suave.

Y efectivamente, así había ocurrido, solo que en todo momento la actitud
de Daniel había sido ciertamente pasiva, envuelto en sus pensamientos,
indeciso, por lo que en todo momento sus acompañantes tomaron la iniciativa,
y sobre todo Isabel, que desde el mismo cine acercó su cuerpo todo lo que le
permitía el asiento, y al salir tomó por el brazo al joven y no permitió que
prosperaran sus evasivas de no acudir con ellos al “Flamingo”, el susodicho
cabaret, de manera que bajo el roce de los cuerpos, la cercanía de sus rostros,
hubo alguno que otro contacto facial que llevaron a Isabel a considerar que
Daniel la pretendía y si no se le había declarado era por timidez, pero que ella
lo encontraba encantador y trataría de conquistarlo.

Aquella situación llenó de nuevo de incertidumbres la cabeza de Fátima,
pero ahora pensando en su joven amigo de otros tiempos y culpándose de
hasta que punto ella había sido cruel y ofensiva con él, por lo que uniendo
recuerdos y atando cabos comprendió al fin que Daniel sentía algo muy
especial por ella, o había sentido, y que ahora con Isabel de por medio no
sabía que hacer, porque se encontraba sola y en cierta medida desamparada, y
en estas circunstancias nadie mejor que Daniel para ayudarla, porque otrora la
conducía por el campo, evitaba que la rozaran las espinas de las zarzas y el
marabú, así como tomados de la mano se bañaban, muy niños, en aquel río de
aguas rápidas y profundas, pero que en el centro, en una poceta formada por
un salto de agua tenia piedras que formaban una piscina natural de agua
límpida y cristalina, donde jugaban y retozaban durante horas, hasta que sus
padres temerosos acudían a buscarlos, sobre todo Mohamed, porque Ángel
confiaba plenamente en el sentido de responsabilidad innato de Daniel y en el
cuidado con que trataba a la niña.

Que tonta había sido, ahora se culpaba incluso de haberle inflingido ofensas
y desaires, por su condición socioeconómica, y como él había cedido su lugar
triste, resignado ante sus nuevos amigos, ocupando una posición discreta,
invisible, en lo más apartado de su vida.

Fátima sintió entonces el canto, que esta vez consideró alegre, del sinsonte
que él le había regalado, aún habitando la misma jaula que con cuidado había
conservado el pariente sirio de Mohamed, y corrió en su busca, introdujo su
delicada mano en la jaula, lo acarició y a poco estuvo el ave de escapar, pero
logró cerrar la puerta y pensó par sí: no te me vas a ir y tu dueño tampoco, yo
llegué primero; luego sacó jaula y ave para el portal, para que alegrara con sus
trinos a los transeúntes que pasaban frente a su casa, y que contar que los
conocedores del trino de las aves podrían decir que en esas circunstancias el
sinsonte entonaba canciones de amor.

Fátima disimuló como pudo la horrible situación por la que atravesaba,
evitó en lo posible encontrarse de nuevo con Isabel, a la que no podía acusar
de nada por cuanto ella se sentía responsable en cierta medida de lo ocurrido,
y al ver que en los días siguientes no tenía noticias de Daniel decidió indagar
por su barrio para averiguar dónde se encontraba, pero no encontró respuesta
por lo que no le quedó entonces otra alternativa que acudir a su casa, porque
todos le decían que hacía varios días que no lo veían, por lo que una tarde sin
detenerse en protocolos, acudió a la casa de éste para indagar con Mercedes
por el paradero de su hijo.

Después de las salutaciones y muestras de cortesía brindada por Mercedes a
Fátima, ésta se vio precisada a preguntar por Daniel, pero la respuesta de la
madre, lejos de aminorar su preocupación, la elevó aún más, hasta niveles
jamás pensados, y no por temor a que su amiga Isabel se interpusiera entre
ellos, sino porque le informaba que Daniel había sido seleccionado junto a
otro grupo de jóvenes para realizar estudios de aviación en la entonces Unión
Soviética, por lo que se había visto impelido a partir de inmediato para la
capital, casi sin poderse despedir de sus familiares. Las últimas noticias
recibidas mediante un telegrama recibido daban por hecho de que partiría a
más tardar en un mes, por lo que se estaba preparando intensamente en el
estudio del idioma ruso.

Fátima no esperó más, dejó a medias la tasa de café que le había servido
Mercedes, se despidió abruptamente pero de forma amable, tomó su bicicleta
y se dirigió con rapidez hacia su casa. Pocas horas después ya se encontraba
en la estación de trenes con equipaje a medio recoger, y acompañada por su
padre que no entendía nada de lo que ocurría ni de la rápida decisión de su hija
por regresar a la capital.

A duras penas pudo Fátima acceder a subir en aquel tren lento y pesado,
sobrecargado de pasajeros, lo que obligó a la joven a tomar como asiento su
propia maleta, en un viaje incómodo de muchas horas de paradas
interminables, como lo hacía el famoso tren de segunda clase que todos los
días hacía el trayecto entre Camagüey y la Habana, y que paraba en todos los
lugares, algunos decían que hasta para dejar pasar una chiva, o para que la
tripulación tomara café, merendara y ranchara algunos víveres en cuanta casa
de campesino encontrara cercana a la línea férrea..

Fátima, una vez en la capital, averiguó la dirección donde se encontraba la
escuela en que Daniel cursaba el idioma ruso de modo emergente. Y dos días
después de su llegada se personó en aquel centro de estudios, donde esta vez sí
encontró al joven que recién terminaba las clases. Éste al verla quedó como
pasmado, quieto, sin poderse mover de inicio, con el rostro lívido y
sorprendido, sobre todo al verla correr hacia él, hermosa, encantadora como
siempre, adornada con su mejor sonrisa, y entonces él salió de aquel
momentáneo trance e hizo lo mismo, como si ambos fueran impelidos en un
émbolo por las leyes mecánicas de la Física para unirse en un fuerte abrazo
cargado de besos, sin necesidad de palabras, gestos o declaraciones clásicas de
amor, mientras las lágrimas brotaban por la emoción de los ojos medianos y
pardos de él y de los grandes ojos verdes de la joven mora.

Aquel evento improvisto trastocó la vida de los jóvenes en el mes siguiente
antes de la partida de aquel para su incierto destino, aunque no sabía que si
incierto era el de él, más sería el de ella, por cuanto por la incertidumbre de la
situación que atravesaban, su familia había decidido abandonar la Isla y
aunque no sabían a ciencia cierta hacia cual destino: si hacia el Oriente
Próximo natal o hacia uno de los principales destinos de la emigración cubana
en aquel momento: Estados Unidos, España, Venezuela, Argentina o cualquier
otro país.

El amor juvenil es eterno, hermoso lleno de felicidad y también a veces
acompañado de trágicos finales, y durante ese mes aquellos jóvenes no se
separaron ni un instante, solo para las clases que obligatoriamente el joven
debía recibir, aunque se saltaba cuanto turno podía, de manera que vivieron
dulces momentos de amor llenos de pasión y ternura.

Daniel, a todas estas, se hallaba totalmente ajeno a las decisiones de la
familia de Fátima, que además mantenía aquello en el más profundo secreto,
dadas las difíciles circunstancias en que se movían, dentro de aquel universo
caótico de acontecimientos inesperados, en que transcurría su vida en aquella,
antes paradisíaca isla.

Fátima mantuvo estoicamente en secreto todo aquello, mientras Daniel
proyectaba, dibujaba y planeaba en su cabeza todo lo que consideraba harían
cuando regresara, se casarían de inmediato, tendrían hijos y no se cuantas
ilusiones más, mientras ella lo escuchaba en silencio, tratando de ocultar su
tristeza, con ojos maternales y acariciando su cabeza en su regazo, como hace
una madre como un niño, y efectivamente en ese momento, en medio de la
pasión fuerte y sin fronteras del amor juvenil que se profesaban, ella sufría al
oír aquellos planes irrealizables dada la separación a que estaban condenados
por el destino. Un destino cruel, amargo implacable, que estaba próximo a caer
con fuerza sobre ellos.

Si una cosa tiene el tiempo es que como dicen los físicos relativistas no
trascurre de igual forma, y mientras para ellos este comportamiento responde a
las rigurosas leyes de la relatividad, para los hombres en el aspecto
sentimental su comportamiento responde al estadio de felicidad o tristeza en
que se hallen. Cuando es lo primero transcurre rápido, corre, vuela y se agota
en pocos instantes. Cuando sucede lo segundo, cuando cielos tormentosos los
hacen navegar en aguas turbias llenas de desgracias, obstáculos y peligros,
sucede lo contrario, y bajo un estado de ánimo de frustración y condena, éste
se detiene, no se oye el tic tac del reloj y el tiempo transcurre de una forma
lenta, lacerante y llena de torturas. Así de implacable actúa el dios Cronos.

Y aquel mes de felicidad de los jóvenes transcurrió rápido, y de improviso
se vieron obligados a separarse por la fuerza de los acontecimientos, y ambos
se despidieron una tarde gris en el aeropuerto de la Habana, con sentimientos
diferentes, Daniel pensando en su primer retorno al concluir el año y ella
convencida de que aquel hermoso y puro amor finalizaba con aquella triste
despedida.

Durante los primeros meses en la patria de Lenin, Daniel escribía día tras
día a Fátima hermosas cartas de amor y ternura que recibían prontas
respuestas, hasta que un día dejaron de llegar para sorpresa del joven, que
pensó que algo muy malo debía ocurrir para que ella no continuara con la
correspondencia, mientras que por su cabeza pasaban los más tristes
pensamientos y augurios, incluyendo que ella había dejado de quererlo.

Otros, sin embargo eran los verdaderos motivos, abandonar el país en
aquellos momentos para una familia cualquiera era un asunto muy delicado
por las implicaciones políticas que esto conllevaba y los inmensos y
humillantes eventos relacionados con esto, hasta para una familia de
emigrantes árabes. Aquello no se resolvía de la noche a la mañana, ha más que
los que mantenían relaciones con ellos se veían expuestos a sospechas y hasta
investigaciones en el peor de los casos, pues cualquier salida del país podía
verse como un hecho deleznable de traición a los ideales políticos vigentes.

Por todas estas razones, la familia había convenido internarse en una
especie de ostracismo para no afectar a sus amigos y seres queridos y sobre
todo para no comprometerlos, por cuanto éstos se quedarían luego en el país a
merced del vaivén de los acontecimientos. Y si a alguien parecía que
afectarían estas relaciones sería lógicamente a Daniel, inmerso de lleno en los
acontecimientos políticos imperantes, que sobrepasaban el marco social para
caer de lleno en la institución más sagrada del universo: las relaciones
afectivas y familiares.

Pero a todo aquello estaba ajeno Daniel, al cual Fátima se había cuidado de
no ponerlo al corriente de la situación por la que atravesaba su familia, perdida
en aquel maremagno de acontecimientos y donde navegaban como una frágil
barca en el tormentoso océano infinito.

Si angustiosa era la situación por la que atravesaba Daniel, mayor era la de
Fátima, que había conocido por primera vez el amor en el renacer de aquella
sana relación sentimental de niños. Sí, había tenido esporádicos encuentros o
flirteos sin importancia con jóvenes de su misma edad, condición social,
compañeros de clases, a los que veía como niños y por ninguno de los cuales
llegó a percibir los mismos sentimientos que le habían surgido, o que siempre
sin darse cuenta, tuvo con el joven campesino, de otrora inferior condición
social, en momentos en que en el país se polarizaban las clases hasta
dimensiones un tanto inconmensurables.

Al fin los rigurosos y prolongados tramites migratorios a los que se vio
inmerso Mohamed, Nadia, su hijo y Fátima culminaron, y con ello quedó
fijada la fecha de salida para el domingo próximo. El sábado anterior por la
noche la joven no durmió y escribió un extensa carta dirigida a Daniel, con
dirección a su madre, en la cual le relataba la triste odisea de los últimos
tiempos, y le prometía amor eterno, y aunque sabía que era imposible,
conservaría dentro del cofre de sus más caros e importantes recuerdos, los
sentimientos más puros de una mujer hacia un hombre, pero con la sensación
de pesimismo propio de su actitud en los últimos tiempos, cuando los
acontecimientos sociales comenzaron a acorralarla en un universo del cual no
pudo librarse, y en el que solo tuvo ocasión de salir con aquella intensa
relación sentimental con Daniel.

Ese domingo, después de depositar la carta en el buzón de correos, Fátima y
su familia se dirigieron hacia el aeropuerto capitalino con rumbo al destino
incierto de la emigración, escasos de equipajes, con lo poco que le habían
indicado que podían llevarse en ropa y dinero, por cuanto hasta la sortija con
la esmeralda de tan alto valor sentimental le fue arrebatada a Mohamed por los
funcionarios de aduanas, para según ellos, dedicarla a las inmensas obras que
se hacían para el bien del pueblo.

La casualidad quiso que ese mismo día arribara a la Habana Daniel, en un
avión de Aeroflot en su primer período de permiso. De forma un tanto cruel
por el implacable destino, ambos aviones se cruzaron en la pista, uno que
aterrizaba y otro que despegaba con un destino triste prefijado: el de la
emigración.

Pocos días después, ya estando en su pueblo natal, Daniel recibía de manos
de su madre la carta de Fátima, que casi rompe al abrirla por el nerviosismo y
la incertidumbre que lo embargaba, y donde entre machas de tinta por las
lágrimas vertidas, la joven renunciaba a él como el amor imposible de su vida,
pese a que ocuparía para siempre un lugar en su corazón. La carta en cuestión
volvió a llenarse de lágrimas, esta vez del joven que con rabia contenida daba
rienda suelta a sus s sentimientos, y condenaba la crueldad del destino, y de las
injustas leyes sociales que separan a almas enamoradas y le impiden arribar a
la felicidad, para sumirlos en el constante desconsuelo, y la angustia e
insatisfacción de los verdaderos amores perdidos.
Porque en la noche anterior a su partida, Fátima envuelta en lágrimas
mientras escribía la triste misiva, lloró como nunca pensó que lo hiciera,
mientras se disponía a abandonar la tierra que la vio nacer, diciendo adiós y
enjugándose a la vez los dos ríos de lágrimas que formaban cataratas en sus
grandes ojos verdes, para desaparecer después bañando su rostro liso y
perfectamente ovalado, como cuando caen al amanecer las gotas de rocío
sobre la llanura.

Muchos años pasaron desde aquella despedida, y hoy, también Daniel
lanzado y obligado por extrañas circunstancias a moverse caóticamente en los
violentos huracanes del mundo, como un emigrante cubano más, cuando sale o
aterriza en algún aeropuerto, observa detenidamente los rostros de toda mujer
que encuentra a su paso con la esperanza de encontrar algún día los grandes
ojos verdes de la mora de sus sueños.

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