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Oficialmente la escuela nacional de bellas artes se crea en 1886, y digo oficialmente porque
anterior a la creación de está academia, existían ya varias pequeñas escuelas, como lo eran la
escuela de dibujo, la academia Vásquez de pintura, la escuela de grabado, las escuelas de
escultura y ornamentación y la Academia de Música que fueron agrupadas por Alberto
Urdaneta para darle precisamente forma a la escuela nacional de bellas artes, teniendo en
cuenta todas las limitaciones presentes para ese entonces en cuanto a profesores,
implementos, espacio físico, acceso a obras de arte, obras de arte que de hecho las pocas a las
que había acceso eran obras pertenecientes a la tradición de la academia europea.
Otro asunto que atañe directamente a la actividad del taller de pintura se refiere a la práctica
artística propiamente dicha. En primera instancia se adquiría instrucción en la fabricación de
los implementos, como son la preparación de los colores, los aceites y los aglutinantes; la
elaboración de los soportes, que pueden ser el lienzo o la tabla, con sus respectivos
recubrimientos de yeso, y la fabricación de los pinceles, de distintos tamaños y con pelos
provenientes de diversos animales. Luego se aprendía a bosquejar y a distribuir los fondos y
después a aplicar los colores en los vestidos, que según el tratado de Cennino Cennini era lo
primero que se pintaba, seguido de las otras partes descubiertas del cuerpo, para terminar con
la cabeza. Según las investigaciones de Roberto Pizano, es muy posible que los Figueroa y
Vásquez de Arce conocieran el tratado de Cennino Cennini, pero más probable es que
hubieran tenido acceso al tratado Arte de la pintura de Francisco Pacheco5 . Pizano cree que el
contacto con esos textos se debe a los Jesuitas, cercanos a Pacheco y a los principios de su
obra, que promulgaban la decencia en la obra de arte. Estos principios se ajustaban a los
requerimientos de la Contrarreforma, que delegó en los Jesuitas la divulgación y el control de
las imágenes religiosas, como un medio de conmover e incidir en la conciencia de los creyentes
El estudio de los decretos emitidos por el gobierno nacional muestra siempre la buena
voluntad para fomentar la enseñanza de las artes plásticas en el país, reglamentar la
instrucción y apoyar las iniciativas para la creación y conservación de monumentos. Incluso se
creó, mediante una ley de 1918, una Dirección Nacional de Bellas Artes, anexa al Ministerio de
Instrucción Pública. Pero la realidad es otra. La desidia, la falta de recursos y los cierres
demuestran que la enseñanza de las artes es la cenicienta en el panorama de la educación en
Colombia. Sirva de ejemplo un artículo publicado por el crítico Gustavo Santos47 en 1926, en
el que denuncia el estado mendicante de la Escuela Nacional de Bellas Artes, dirigida por
Francisco A. Cano. En el escrito se refiere a la situación lamentable de la enseñanza de las
bellas artes y al descuido gubernamental con la institución; resalta la inoperancia de la escuela,
donde los profesores son mal pagados y de bajo nivel académico; además señala la falta de
recursos para un adecuado mantenimiento de la planta física y la carencia de los elementos
adecuados para funcionar. Este saldo negativo cierra la historia de una institución en la cual la
constante, desde sus inicios, es la lucha por sobrevivir contra la adversidad económica, política
y académica. Sin embargo, no se puede caer en la injusticia de desconocer su importancia en el
nacimiento de la profesionalización del arte en Colombia y en la fundamentación de los
principios estéticos que formarían a los artistas de finales del siglo XIX y primeros cincuenta
años del siglo XX