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Hace 200 años, en las primeras horas de 1819, mientras navegaba por el río Orinoco rumbo al
cuartel de José Antonio Páez, el jefe supremo Simón Bolívar escribió al Consejo de Gobierno, que
había constituido en Angostura, que avanzaba hacia una reunión de comandantes en San Juan de
Payara. Llegó el 16 de enero y ese mismo día, ante su ejército, resumió el objetivo: “Llaneros,
vosotros seréis independientes, aunque se oponga el mundo todo”. Fue el comienzo de un año
histórico que ahora retorna a las primeras planas convertido en memoria.
Al tiempo que Bolívar recibía con beneplácito el efusivo apoyo de combatientes británicos, desde
los llanos del Casanare, el general Francisco de Paula Santander afianzaba un ejército de
vanguardia, que en diciembre de 1818 había constituido un gobierno provisional con plenitud de
poder político y militar, en Pore. El día 23, el Libertador emprendió su regreso a Angostura, hoy
llamada Ciudad Bolívar, y en los intervalos del viaje, dictando desde su hamaca, comenzó a
configurar el memorable discurso que precisó la ruta para crear la nación.
El que pronunció el 15 de febrero ante los 26 delegados del Congreso de Angostura que llegaron
desde Caracas, Cumaná, Barinas, Guyana, Margarita y Casanare, para aceptar que la divisa común
era la unidad y que las bases del gobierno republicano que forjaban eran “la soberanía del pueblo,
la división de poderes, la libertad civil, la proscripción de la esclavitud y la abolición de la
monarquía”. Una empresa que necesitaba de la valentía y el sacrificio de muchos hombres y
mujeres que, desde el 2 de abril, empezaron a escribir esa historia de libertad.
Aquella tarde, a orillas del río Arauca, en las Queseras del Medio, la caballería española fue
aplastada por 153 jinetes armados de lanzas, comandados por el León de Apure, José Antonio
Páez. En el cuartel de Potreritos, Bolívar reconoció a los vencedores, pero les hizo ver que apenas
era el preludio. “Preparaos al combate y contad con la victoria que lleváis en la punta de vuestras
lanzas y bayonetas”. Desde el Casanare, llegaban noticias de que el ejército de Santander lograba
impedir el intento de invasión del coronel realista José María Barreiro.
Al tiempo que Barreiro ordenaba la contramarcha a Tunja, o que en represalia el virrey Juan
Sámano se ensañaba en Santa Fe de Bogotá con los patriotas, en Mantecal, sobre las márgenes del
caño Caicara, Bolívar cambió los planes. Ya no habría marcha hacia Barinas sino hacia la Nueva
Granada. El 24 de mayo, en una derruida choza situada en la aldea La Setenta, sentado sobre una
calavera de res, Bolívar expuso a su estado mayor, encabezado por Carlos Soublette, José Antonio
Anzoátegui y Pedro Briceño Méndez, su plan de invasión cruzando la cordillera de los Andes.
Por el camino de Pore y Paya, a finales de junio empezó el heroico ascenso al páramo de Pisba.
Después de una travesía sobre espesos pantanos, el desafío fueron los riscos, el frío extremo, los
desfiladeros, y nada más que musgo y liquen para alimentar a los caballos y bueyes. Algunos
llaneros desertaron, otros murieron. A alturas superiores a los 4.000 metros, en un camino repleto
de cruces anónimas y calaveras de hombres y animales que pagaron tributo al reto de atravesar la
cordillera, el viento helado y el hambre cobraron muchas vidas.
Asistidos por el cura y el alcalde del pueblo, además de alimento y descanso, el ejército libertador
recibió 18 cargas de ropa. Bolívar estableció un hospital de paso y una armería para reorganizar el
avance. No muy lejos, en Tasco, arribaron las tropas del español Barreiro y, tras hacer prisioneros,
ejecutaron a 38 patriotas. Espalda contra espalda y desnudos fueron atados por parejas. Hasta
Juana Escobar, una mujer que protestó por la acción, fue incluida en la masacre. A lanzazos fueron
asesinados. Sus cuerpos quedaron tirados en un corral.
En adelante, en Gámeza, Sativa, Betéitiva, Cerinza o Bonza, todo fue arrojo, táctica militar y apoyo
popular. El 25 de julio se comenzó a sellar la Independencia. En un valle de seis kilómetros situado
al oriente de Paipa, conocido como el Pantano de Vargas, se libró una de las batallas decisivas. “¡Ni
Dios me quita la victoria!”, alcanzó a decir Barreiro confiado en su ofensiva. Cuando Bolívar creyó
perdido el combate, bajo una lluvia torrencial, el coronel Juan José Rondón y sus lanceros
cambiaron la historia.
Minutos después, cuando Bolívar vio que los llaneros de Rondón hacían estragos, ordenó al
corneta tocar la señal de “a la carga”, y gritó a sus comandantes: “¡Este es el instante de triunfar o
morir!”. Desde todos los flancos, en torno al cerro El Cangrejo, el ejército libertador demolió a su
enemigo. Entonces Barreiro, con la noche encima, ordenó la retirada. A pesar de la victoria, el
saldo de muertos y heridos obligó a un receso para reorganizar los escuadrones. Los patriotas
regresaron a Bonza y Barreiro se atrincheró con los suyos en Paipa.
El 5 de agosto, tras combates aislados en la región circunvecina, por el solitario camino de Toca,
Bolívar volvió a sorprender a Barreiro y entró triunfante a Tunja. Fue un golpe letal para los
realistas, que vieron cortadas sus líneas de comunicación, mientras el ejército libertador ganó más
de 600 fusiles, además de provisiones y medicinas. Lo demás es historia conocida. El sábado 7 de
agosto, cuando Barreiro buscaba moverse hacia Bogotá para encontrar apoyo del virrey Sámano, el
ejército patriota le cortó el paso en el Puente de Boyacá.
Los hombres de Barreiro quedaron atrapados en una tenaza militar dispuesta por Bolívar desde lo
alto de una colina y esa misma noche cayó prisionero el oficial español. Después de 75 días de una
campaña digna de ser incluida en el sitial de las grandes gestas heroicas de todos los tiempos, el
Libertador entró triunfante a Bogotá el martes 10 de agosto. Ya el virrey Sámano y su séquito
habían huido hacia la costa Atlántica. Después de una eucaristía de acción de gracias y del envío de
tropas a diversas regiones para asegurar la victoria, empezó la tarea de organizar la república.
Como Bolívar decidió viajar a Venezuela para continuar su lucha independentista, en calidad de
vicepresidente asumió Francisco de Paula Santander. Los funcionarios realistas fueron sustituidos
por patriotas y el 11 de octubre, el comandante de la tercera división del rey, coronel José María
Barreiro, fue fusilado junto a 37 de sus oficiales. El general venezolano José Antonio Anzoátegui,
mano derecha de Bolívar, quien debía asumir la misión de comandar el Ejército del Norte, falleció
súbitamente en Pamplona (Norte de Santander) el 15 de noviembre.
Lo que pasó después, y cómo el sueño de la Gran Colombia se deshizo entre rivalidades y
caudillismos, tras una década de aciertos y excesos, hace parte de otro momento para recordar.
Las obras humanas son falibles y la epopeya de Bolívar y Santander también lo fue. Pero lo que
corresponde ahora, en este año bicentenario, es exaltar cómo la alianza de dos pueblos hizo
posible una nación. Buena lección para quienes erráticamente en estos tiempos quieren hacer
sonar clarines de guerra entre dos países cuya historia es también la de dos hermanos siameses.