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Aunque al principio fue defensor de las tendencias eclécticas de Victor Cousin (filosofo
espiritualista francés) posteriormente se convirtió en un firme detractor de las mismas desde
posiciones más acordes con la filosofía que se desarrollaba por aquel entonces. Sin embargo,
también encontró después puntos débiles en el positivismo, lo que le hizo orientarse hacia un
monismo muy influido por la filosofía alemana de Kant, Schopenhauer y el idealismo romántico,
del que fue defensor a ultranza frente a la influencia del pensamiento francés en su país.
El pensamiento de Barreto es célebre por su carácter contradictorio; así, por ejemplo, parecía
querer llevar a cabo una síntesis de las tesis metafísicas capitales de la filosofía moderna
alemana, a pesar de ser un tenaz crítico de la metafísica en general. Por otra parte, es
característico en él el afán de balancearse entre distintas oposiciones, tratando de encontrar el
sustrato común a todas ellas, como si de nuevo volviera al eclecticismo que había defendido en
su juventud. El monismo materialista (que tiene sus orígenes en Spinoza. La única sustancia
primaria es material y física) de su última etapa intentaba encontrar un fundamento religioso
y metafísico en clara oposición con cualquier tipo de religión positiva, de forma que su aparente
racionalismo se teñía en este intento de un patente irracionalismo, al poner el acento en un
sentimiento religioso distinto de cualquier formulismo o rito.
De la forma en que encaró el problema de la cultura derivan muchas de sus problemáticas, como
el privilegio atribuido a la moral y al derecho, la crítica a la posibilidad de la sociología como la
teoría de la libertad, el estatuto de la metafísica, la crítica a la teología y la teodicea, en fin, la idea
de Dios.