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edición al cuidado de
CRISTINA IGLESIA
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CONTENIDO
ALTERIDADES
CARTOGRAFÍAS
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ESTRATEGIAS
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PRÓLOGO
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En Domingo F. Sarmiento, Viajes, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1981, p. 20.
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construcción de un pensamiento nacional en la coyuntura de paz de los años
del primer rosismo, luego de la agitación de la independencia y de la guerra
civil: "La mano democrática debe ser grande y fuerte'", dice El Iniciador, el
periódico amigo que desde Montevideo reproduce algunos artículos de La
Moda.
Esta mano de hombre, grande y fuerte, es la del padre que debe volver
a ocupar el lugar de cabeza de familia en un hogar debilitado por la presencia
casi absoluta de las mujeres, mientras los hombres están en los campos de
batalla. Este padre con mano democrática grande y fuerte no es otro que
Rosas, y su modelo familiar cuya organización —con mujeres activas al
servicio de la poderosa figura masculina central— podría constituirse en el
modelo ideal para la nueva etapa.
Pero la sangre llega al río porque el proyecto reformador fracasa ante la
intolerancia del régimen y, también, porque la letra no basta para contenerla. Y
entonces llega el momento de la división y del temor y la sospecha instalados
definitivamente entre los bandos.
La suma del poder concentrado en Rosas no permite errores entre sus
enemigos. En Amalia, la novela paradigmática de la ficción antirrosista, tomar
precauciones, no cometer equivocaciones, no llegar tarde, son elementos
constitutivos de la acción unitaria. Estos elementos otorgan a la trama un
suspenso que no se vincula exactamente con las acciones sino con todo lo que
las antecede, las rodea, las complementa. La traición en una ciudad "que
duerme bajo el puñal" y que, cuando despierta, es "toda ojos y oídos" es tan
difícil de evitar como el terror y tan mortal como su consecuencia misma.
Este es el clima construido por las ficciones sobre el rosismo: escritas en
un mano a mano con el enemigo, su enorme eficacia las hace perdurar como el
espacio del imaginario de la barbarie a lo largo del siglo XIX y permite su
traslado, casi intacto, al siglo XX. Basta pensar en la serie de folletines
mazorqueros de Eduardo Gutiérrez hacia 1880, en las novelas de Blomberg —
que generan a su vez radioteatros en nuestro siglo— y en las Amalias del cine
argentino, tan lejos y tan cerca de la Camila de Bemberg, para saber que, con
seguridad, atravesarán la falsa encrucijada del fin de siglo y se establecerán en
el XXI.
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PRÓLOGO
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levantamiento de Urquiza, a cuya propaganda La Semana se consagra. El
lector posterior, cada vez más alejado de la información histórica, quedará
atrapado en el suspenso ficcional.
Por su parte, Graciela Batticuore reconstruye la figura de la lectora,
contrapuesta siempre a la figura de la autora en los textos del período: en
Amalia la sabiduría femenina más valorada es la de la mujer unitaria, lectora no
sólo de textos sino de gestos, movimientos y vestidos, y cuya capacidad de
lectura constituye la memoria viva de un pasado siempre dispuesto a renacer
en el presente rosista.
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de los textos que este fervor provoca.
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En "Introducción" a Proyección del rosismo en la literatura argentina, Rosario. Facultad de Filosofía y
Letras, 1959.
3
Todos los autores son docentes de la Cátedra de Literatura Argentina I e investigadores del Instituto de
Literatura Hispanoamericana de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, integrantes de
proyectos UBACyT. Agradecemos especialmente el apoyo cálido y profesional de Marta Barbato, Graciela Barriocanal,
Cristina Galarin; y, a través de ellas, a todos los que colaboraron con nosotros desde las bibliotecas de la Facultad.
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ALTERIDADES
Julio Schvartzman
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Mera historia
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El Torito de los muchachos. 1830, Edición Facsimilar, Estudio preliminar de Olga Fernández Latour de Botas, Buenos
Aires. Instituto Bibliográfico "Antonio Zinny", 1978.
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Véase Josefina Ludmer, El género gauchesco. Un tratado sobre la patria, Buenos Aires, Sudamericana, 1988 y Ángel
Rama, Los gauchipolíticos rioplatenses, Buenos Aires. Centro Editor de América Latina, 1982.
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Identidad y alteridad
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esquema y es más explícita: "Yo soy el segundo Abel / Otro Caín me mató, / Si
el uno se castigó / ¿Por qué no, lo mismo aquel? / Lavalle pérfido y cruel /
Sublevado y atrevido / Segundo Caín ha sido".
El muerto que habla las dos veces, por supuesto, es Dorrego, cuyo
fusilamiento, menos de dos años atrás, es aún una presencia fuerte en la
memoria de Buenos Aires y en el léxico de la prensa periódica, que sigue
ocupándose de los "decembristas" y de "los del primero" (por el Io de diciembre
de 1828, día de la asonada de Lavalle). Un año antes de estas composiciones
de El Torito, Rosas, que acababa de asumir la gobernación con facultades
extraordinarias, había dispuesto las vindicativas exequias solemnes de
Dorrego, con el traslado de sus restos desde Navarro hasta Buenos Aires.
El fantasma de Dorrego, en El Torito de Pérez, tiene una función opuesta
a la sombra terrible de Facundo invocada por Sarmiento en su célebre
obertura, si bien ambos recursos hablan de la virulencia de la guerra civil y de
cómo sus bajas siguen siendo dadoras de sentido al curso de la historia. En el
Facundo se trataba de hallar, en la biografía del enemigo, la clave interpretativa
de la sociedad argentina y el programa futuro del país postrosista. En El Torito,
de legitimar, en la voz de ultratumba de un mártir federal, la continuidad política
del gobierno de Rosas y su mano dura frente a la oposición; un rey Hamlet
satisfecho con el nuevo poder pero que sigue clamando venganza contra sus
asesinos.
Diálogo diferido
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no una voz. Mansilla puede hacer hablar a un indio; Hernández, no más allá de
un estereotipo atarzanado, que no por casualidad será recuperado más tarde
por las historietas de frontera.
Amigos y enemigos
"Para decir que viene el Toro, no hay que dar esos empujones" chancea
el lema de los veinte números de El Torito. La eficacia de la broma consiste en
contrastar el aspecto inminentemente pragmático de la alarma con su
contenido semántico como noticia, tal como en una fábula de Stevenson el
capitán del barco que se hunde antepone la etiqueta al salvataje, demorándose
en un detalle: el oficial que le proporciona la información se ha presentado sin
afeitarse.
La irrupción del toro provocaría, en la oposición unitaria, previsibles
reacciones de pánico persecutorio. En realidad, Pérez no registra esas
reacciones sino que trata de provocarlas, o de jugar con el espectáculo de la
huida de los otros. El espacio público, ahora, es de los federales. Los unitarios
deben recluirse: "Por la facha con que sale / Nuestro Torito a la plaza / No está
seguro ninguno / Si no se mete en su casa". Años después, esta escisión, en
su vertiente paranoica, tendrá un alto valor narrativo para la Amalia de José
Mármol. Ahora, en 1030, es un juguete nuevo. Aunque plebeyo por el lado de
sus muchachos, El Torito tiene un aire estatal. Plebeyo: en el número 9 retruca
al Arriero Cordobés (confundiéndolo con Lasserre, el editor de El Diablo
Rosado, cuando en realidad es Hilario Ascasubi) diciendo, entre otras cosas:
"Nos llaman santos culotes / Que is que es sin calzones", donde el orgullo
popular juega con el calambur, transformando la carencia del mote en santidad.
Estatal: el toro de Pérez sale a la calle, controla, verifica, mira, para la nariz,
acusa, amenaza. Mira, por ejemplo, la indumentaria, los cortes de barba, la
presencia de la divisa punzó, cuyo uso obligatorio el gobierno ha decretado
hace apenas seis meses. Creado ya el clima policíaco, en el número 6 el papel
se defiende, con una especie de "yo qué hice", de las imputaciones que se le
formulan, porque ahora resulta que "De todo la culpa / La tiene el Torito".
El toro sale, embiste, topa, cornea, mete el aspa, coge, agarra, faja. A la
vez, la gaceta desafía a quien se anime a capearlo, hacerle una suerte,
enlazarlo, plantarle la banderilla, ponerle el parche, montarlo, matarlo.
En el número 8, en la sección "Correspondencia a su Torito", los
Muchachos solicitan una atención especial hacia las unitarias, libradas hasta
entonces de las embestidas de la gaceta de Pérez. Mujeres murmuradoras,
instigadoras de la oposición, defensoras de las justas víctimas que hace el toro:
ellas también deben merecer el escarmiento del contralor federal.
La apuesta es un indicio de la virulencia de la posición de Pérez. Si
volvemos a Amalia, en el capítulo VIl de la tercera parte comprobamos que
Mármol atribuye la posición más demagógica y extrema, dentro del rosismo, a
la cuñada del Restaurador, María-Josefa Ezcurra, que le reprocha a Nicolás
Marino, redactor de La Gaceta Mercantil:
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empezaría por las mujeres, porque son las peores, y después hasta por sus
inmundas crías... 7
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vieja unitaria o a un recalcitrante opositor, pero no a un federal de frac o, como
se dirá dos años después, a un "lomo negro", para el cual sólo pone en
funcionamiento la invectiva y el arte de injuriar. Es que, cuando se le presenta
el amigo-enemigo De Angelis, El Torito ve rojo, y sólo puede embestir.
El medio reflexivo
Política de estancia
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publicada en El Gaucho8, empieza por ser la autobiografía de un peón
de estancia (el mismo Pancho Lugares) transformado en soldado de la guardia
del Monte. Pancho padece la leva forzosa en la guerra contra el Brasil, a cuyo
regreso deserta. Más tarde participa, al mando de Rosas, en las luchas civiles
que llevan a la derrota de Dorrego y preparan, lentamente, el ascenso del
futuro gobernador. En ese texto, Rosas es a la vez patrón de estancia y jefe
militar; pero, llamado allí indistintamente "el Viejo", "el Rubio" y "el Pelado", es
su condición de patrón la que predomina. Patrón comprensivo, ducho en las
tareas rurales, paternal, justo, ilustrado con el saber de la experiencia pero
desconfiado "de los sabios de la tierra", está listo para ser el objeto de un culto
popular.
El Torito (y luego, en busca del pedigrí político, El Toro del Once, padre
del Torito) parece un icono ideal de esta posición: representa al país de las
vacas, pero no desde la sumisión del ganado cuya carne se come, sino desde
el macho reproductor, cuyas potencias fálicas y cuya cornamenta agresiva
amenazan con dar cuenta de la oposición.
Así lo lee un contemporáneo y enemigo de Pérez. Alguien que, como él,
opta por la gauchesca y por la prensa, es decir, otro gauchipolítico: el cuyano
unitario Juan Gualberto Godoy, editor de El Coracero9. En el número del 23 de
octubre de 1830, dice en la composición dedicada "Al Toro": "Echa ese Toro
Tomás / Que llaman de los muchachos / Lo enlazaré de los cachos / Brindando
al General Paz".
Bien dentro del género, el desafío se contesta con otro desafío,
doblando la apuesta. Además, como quien conoce el paño, Godoy identifica las
fuentes del imaginario (y del poder) de Pérez: "Vuélvete a la Estancia / De
donde saliste / Con el cuero sano / Conforme viniste".
Finalmente, una invitación: "Cerremos este receso / Torito con un cigarro
/ Y después yendo a Navarro / A hacerte dar un paseo". La efemérides de
diciembre de 1828 invierte su signo. Para Luis Pérez, era el recuerdo de un
martirio y el clamor de una reparación histórica. Para Godoy, el signo de un
escarmiento que fatalmente habrá de repetirse.
Desde la estampa intimidatoria del toro hasta la aquiescencia quebrada
del chancho, tótem de verdugo y tabú de víctima, la violencia de los cuerpos
sigue estimulando la imaginación y el horror argentinos.
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Una colección incompleta de El Gaucho y La Gaucha se encuentra en la Biblioteca Nacional de Buenos
Aires. La curiosa biografía de Rosas se publicó (sin ese título) a lo largo de varios números de El Gaucho. Ha sido
recopilada, aunque con muchas erratas, por Ricardo Rodríguez Molas, Luis Pérez y la biografía de Rosas escrita en
verso en 1830, Buenos Aires, Clío, 1957. Otras composiciones de Pérez, extraídas de esos y otros periódicos, se
encuentran en Jorge B. Rivera, La primitiva literatura gauchesca, Buenos Aires, Jorge Alvarez, 1968 y en Luis Soler
Cañas, Negros, gauchos y compadres en el cancionero de la Federación (1830-1848), Buenos Aires, Theoria, 1959.
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Véase Félix Weinberg, Juan Gualberto Godoy, Literatura y política. Poesía popular y poesía gauchesca,
Buenos Aires, Solar-Hachette, 1970.
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MÁRTIRES O LIBRES: UN DILEMA ESTÉTICO
Cristina Iglesia
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ilustrados: a quién hablar si nadie quiere oír, a qué pueblo adorar si el que
buscamos adora a los tiranos y para quién escribir si el pueblo no nos leerá. El
dolor y la frustración que la distancia instalada entre el pueblo y el artista
produce, están también en el origen de la furia del texto.
El Matadero es un relato sobre la violencia de los cuerpos que apuesta a
producir con las palabras el efecto de violentar al lector, del mismo modo que
las acciones violentan al héroe unitario. Hay dos niveles de violencia en El
Matadero. Una del orden de las acciones y de las palabras dirigidas al héroe,
que lo humillan, lo vejan, lo violan y que violentan al lector como espectador.
Otra, la de las palabras que sólo se dirigen al lector. Es tan violento leer la
vejación del unitario, que es uno y que sólo puede defenderse del ataque físico
de los muchos con palabras, como leer la frase "ahí se mete el sebo en las
tetas la tía".
Un pequeño relato de diez palabras que narra con un lenguaje nuevo
una naturalidad también nueva en la literatura argentina: esta mujer, mulata o
negra, se mete el sebo, la grasa de un animal recién carneado, entre las tetas,
con la misma naturalidad con que una dama de los salones despliega su
abanico para abanicarse el pecho. Esta frase es la apertura hacia otro mundo,
es el intento de narrarlo desde sus propios códigos. Gutiérrez el exhumador, no
puede leer frases como ésta sin intentar disculpar a su autor: frases como ésta
tendrían que ver con la prisa y la falta de serenidad del que las escribe,
remitirían más bien al orden de la reproducción mecánica de la realidad:
Echeverría es como el tipógrafo que estampa las palabras que escucha, el
tipógrafo que no tiene voluntad de transformación, que sólo puede y debe
copiar, reproducir fielmente "el natural". Y al intentar la disculpa, Gutiérrez inicia
una manera de leer el texto: El matadero como apuntes del natural, como lo
más natural que la literatura del siglo XIX haya producido porque precisamente
la reproducción y no la elaboración literaria regirían su estética.
Echeverría enfrenta el problema de la representación del pueblo con
varias estrategias convergentes. Una de ellas consiste en elegir el matadero
del Alto como borde, como ejemplo de la presencia ubicua del régimen resista!
"La federación estaba en todas partes, hasta entre las inmundicias
del matadero", comienza diciendo, para terminar el relato con el matadero
como origen, como causa: "puede verse que el foco de la federación estaba en
el matadero". En este vaivén, un personaje, el juez del matadero, del que sólo
importa en el texto el modo de nombrarlo, es a la vez el que reúne la capacidad
de juzgar el delito y de provocarlo. Hay un procedimiento de sobremarcado en
la escritura: de entre la chusma resaltan los carniceros; de entre los carniceros,
Matasiete y el Juez de un matadero convertido ya en pequeña república con
leyes y delitos propios.
La pequeña república del matadero es un campo de horrible carnicería.
El juez es también caudillo de los carniceros y ejerce el poder por delegación
de Rosas. La palabra delegación cobra así un matiz de inusual atrocidad:
refuerza la impunidad de las decisiones de un hombre común.
Otra estrategia consiste en instalar carteles en el espacio bárbaro, corno
los que, escritos en rojo sobre las paredes blancas, dicen "Viva la federación,
Viva el Restaurador y la heroína Encarnación Ezcurra, Mueran los salvajes
unitarios". Pero lo que los letreros rojos dicen no es suficiente por sí mismo: el
texto elige la sobreescritura, la explicación del sentido de los carteles, del
sentido de los nombres propios. En este aspecto. El matadero puede leerse
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como una serie de letreros negros, llenos de saberes útiles, de avisos al lector:
"pero algunos lectores no sabrán que la tal heroína es la difunta esposa del
restaurador...". El texto desata así un combate de letreros: letreros rojos,
federales, que se concentran en vivas y mueran; y letreros de la razón, en
negro sobre blanco, que explican a través de los exempla la manera de
atravesar el plano, marcar sus zonas ocupadas, guiar al lector, lograr que no se
confunda, que no se mezcle.
El letrero es la indicación más clara del temor a la indiferenciación, el
temor a la imposibilidad de nombrar, es decir, separar. La cosa tiene un nombre
pero el letrero la escribe, la subraya, la sobrenombra. Produce con la palabra
una distancia que permite su reconocimiento. Permite también, que una
palabra se escriba sobre otra.
En La ciudad ausente, la novela de Piglia, se dice: "la locura del
parecido es la ley", una ley impuesta por el estado represor. Se trata de parecer
lo que se es: si se es un militante uno debe parecer un militante, vestirse como,
actuar como, para no ser descubierto. La lectura del estado, el registro del
estado, no se detendrá en quien se parece a lo que es porque, ostentando el
parecido con lo real, no se es real. Frente a la sordera y a la ceguera del lector,
Echeverría elige, por el contrario, la sobreescritura, los letreros que señalen al
delito y al delincuente que presagien el martirologio: es peligroso no disimular
lo que se es. Otra clara elección de El matadero es una fuerte y prácticamente
infranqueable delimitación de zonas: un ejemplo rotundo de este procedimiento
es la construcción de la escena final. En ella, el unitario habla desde un
lenguaje "elevado" hasta lo insostenible para subrayar el carácter bajo del
lenguaje de los sayones. Ni siquiera en la brutalidad carnal de la escena final
pueden acercarse los dos mundos. El escenario del crimen está habitado por
una utilería que contiene elementos de ambos mundos. En un rincón, recados
de escribir sobre una mesa chica; y a un costado, casi como un telón de fondo,
un hombre, un soldado quizás, entona solitario y concentrado "La refalosa",
precisamente "cuando la chusma, llegando en tropel al corredor de la casilla,
lanzó a empellones al joven unitario hacia el centro de la sala": "a ti te toca la
refalosa", grita uno de los federales, y la frase es todo lo ambigua que puede
esperarse de una situación que se empeña en mantener las distancias también
en las palabras. En el "Avellaneda", un poema en el que Echeverría cifra
muchas esperanzas de gloria, los versos grandilocuentemente elevados narran
la huida del héroe, y el momento en que es traicionado y encara su destino
final, su muerte en manos de Oribe, secuaz de Rosas. Pero en el interior de un
poema escrito desde la perspectiva unitaria, un golpe de timón cambia de
bando la mirada del texto, y al hacerlo cambia de ritmo y de rima para narrar a
la chusma federal contemplando la escena en que Avellaneda llega, por fin, al
campamento de Oribe:
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Y oyen cantar en redor:
Salud al gobernador
Del rebelde Tucumán;
No quiere ya ser traidor,
Y se aparece en Metán
Con bonete de Doctor.
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muerte, un poco como el general Quiroga iba en coche al muere, y el unitario
de El Matadero avanza al trote inglés, con su cuerpo vestido de ropas unitarias.
Finalmente, Echeverría pone en movimiento el manejo eficaz de una
lente que se acerca y se distancia de su objetivo de acuerdo con las
necesidades del relato:
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Ajena en todo sentido: ante la disyuntiva de publicar el texto con todas las frases soeces o censurarlo, Gutiérrez
elige la primera posibilidad porque piensa que esa textualidad soez forma parte de la realidad del proceso rosista: “No
sabemos por qué ha habido cierta especie de repugnancia a confirmar de una manera permanente e histórica los
rasgos populares de la dictadura”. En la manera de formularse la pregunta radica su dificultad que, como ya dije, está
instalada en el origen de la escritura de El Matadero
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que le espoleaban la cola, sintiendo flojo el lazo, arremetió bufando a la puerta,
lanzando entrambos lados una rojiza y fosfórica mirada. Diole el tirón el
enlazador sentando su caballo, desprendió el lazo de la asta, crujió por el aire
un áspero zumbido, y al mismo tiempo se vio rodar desde lo alto de una
horqueta de corral, como si un golpe de hacha la hubiese dividido a cercén,
una cabeza de niño, cuyo tronco permaneció inmóvil sobre su caballo de palo,
lanzando por cada arteria un largo chorro de sangre.
13
) Osvaldo Lamborghini, "El niño proletario" en Sebregondi retrocede. Recopilado en Novelas y cuentos, Barcelona,
Ediciones del Serba!, 1988.
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ahorcó bajo laguna joyesca, tirando de los extremos del alambre. La lengua
quedó colgante de la boca como en todo caso de estrangulación.
Pero más que el final, importa lo previo, la agonía: "Desde este ángulo
de agonía la muerte de un niño proletario es un hecho perfectamente lógico y
natural. Es un hecho perfecto", escribe Lamborghini en los 70, años en los que
los poetas y los narradores también intentaban representar al pueblo, hablar de
sus dolores, decir sus sufrimientos.
Este hecho perfecto, desde el punto de vista de la representación
literaria, es lo que Echeverría logra en la frase más hermosa del relato. Esa
frase bien vale un curso de literatura argentina. Pero en el texto de Echeverría,
lo que convierte en perfecta la muerte del niño proletario es la ausencia de
agonía, el inmediato y casi sutil procedimiento por el cual el niño muere.
Estamos en la delicadeza y el terror del detalle realista: producir con la
literatura el efecto de la violencia y de la sutileza al mismo tiempo. Un niño
proletario que muere tan bellamente es, después de todo, preservado, en un
instante fugaz, de sufrir la vida inmunda del matadero.
Propongo leer el texto de Lamborghini como la inversión de los crímenes
de El Matadero. Allí, un niño proletario es violado por tres niños burgueses y
ahorcado en el lugar que le pertenece, en el barrio precario de los
desocupados. Es decir, un niño proletario que participa del simulacro de plural
de una escuela pública es vuelto al lugar de donde nunca debió salir. Contra el
mito uniformador, en la escuela sería escrito como uno, "nosotros teníamos a
uno, un niño proletario", y sería tratado como el indeseable por su diferencia y,
después de vejado y muerto, tirado, devuelto al barro proletario. Nuevamente
hay un cruce de fronteras: como en El Matadero, en el pasaje del toro y del
unitario, cuando el joven burgués es violado y muerto por más de tres groseros
federales.
El unitario cruza el límite, alardea con los letreros de su cuerpo, está
gritando su diferencia, está paseando su diferencia por un sitio en el que no
puede hacerlo, está mostrándose unitario, no frente a Rosas sino frente al
pueblo federal, que no perdona.
La pequeña gente proletaria —dice el texto de Echeverría— es capaz de
matar a un hombre porque tiene barba en vez de bigote, porque monta en silla
inglesa, porque no tiene divisa: ésta es la única lectura posible, el único
alfabeto que puede descifrar, y esa lectura le basta para matar o morir.
Gutiérrez lo dice textualmente en su "Advertencia", cuando exhuma el texto en
1871: el unitario es una víctima de su cultura. En El Matadero, la violencia y la
vejación son absolutamente gratuitas desde la lógica de la guerra. La única
justificación posible es la necesidad de que un bando no ocupe el espacio del
otro. En el texto de Lamborghini tres muchachos burgueses pueden violar y
degollar a un niño proletario porque tiene en la cara, en la expresión, las
marcas de su cultura. Ambos, unitario y niño, resultan víctimas de sus propias
culturas o más bien de las señales explícitas de sus culturas que los hacen
reconocibles cuando se mueven de lugar.
Acá la inversión es posible porque, como ha escrito Barthes, en el
verosímil lo contrario jamás es imposible, puesto que la notación reposa sobre
una opinión mayoritaria, pero no absoluta. La notación, en el caso de El
Matadero, reposa efectivamente sobre una opinión mayoritaria, pero no
absoluta.
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En El Matadero, el círculo que se ha abierto con la estampida de la
escritura a partir de la corrida del toro por la ciudad se cierra con la frase: "Del
niño degollado no quedaba sino un charco de sangre: su cadáver estaba en el
cementerio".
El círculo que se cierra sobre el toro es el mismo que se cierra sobre el
niño y sobre el unitario, pero de una manera diferente. "De esa manera se
cierra el círculo, de esa manera se completa", dice Lamborghini.
Del toro al lazo, del lazo al niño degollado. El impersonal señala el
desastre. "Se mata a un niño —dice Maurice Blanchot—. Desafío a quien sea
que logre diferenciar muerte y asesinato, y sin embargo, hay que separar estas
palabras". Porque el desastre, que según Blanchot se hace cargo de todo, no
se hace cargo de esta distinción.
El Matadero es un banco de prueba de la representación del pueblo y
sus peligros. El texto irritado termina condenándolo. Lamborghini enfrenta el
desafío de una tradición realista congelada y logra desviarla. Sin embargo,
ambos trabajan la violencia como crímenes impunes sobre víctimas de la
cultura. No hay castigo. Sólo la literatura se hace cargo del desastre.
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CARTAS DE MUJER. CUADROS DE UNA ESCENA ROBADA
Graciela Batticuore
Leer y escribir
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los períodos de definición o innovación de rumbos políticos, cuando la
colocación social de la mujer vuelve a pensarse e intenta regularse a través del
debate sobre su instrucción, aquellas imágenes se cristalizan y se vuelven
recurrentes. Basta pensar sólo en algunas otras representaciones posteriores
que nos ofrece la literatura argentina: las novelas de Cambaceres y los
Cuentos infantiles de Eduarda Mansilla, para señalar sólo dos ejemplos durante
la década del 80. En Pot-pourri, la "mujermonstruo" denuncia ostensiblemente
el relajamiento moral de la ciudad modernizada; los Cuentos de Mansilla — tan
celebrados por Sarmiento— enfatizan el rol de la madre, quien instruye y alerta
a los hijos sobre los peligros de la sociedad del momento. La dignidad
femenina parece ponerse a prueba siempre en el desempeño de su rol como
moralizadora social.
Sin embargo, el modelo de la mujer ilustrada provoca aquí también —
como sucediera en otros momentos de la vida democrática en América Latina y
originalmente en Europa— respuestas contradictorias: si bien la educación
programada prometía sumar a las mujeres al cambio revolucionario o a los
procesos modernizadores, sus propulsores debieron asumir implícitamente las
limitaciones "necesarias" del saber femenino o ensayar estratagemas retóricas
para conjurar riesgos y efectos indeseables: la incursión de las mujeres en el
espacio público16.
Los románticos argentinos exaltaron en sus ensayos y en la literatura del
período la figura de la lectora. Amalia, la protagonista de la novela de Mármol,
lee junto a Eduardo —oculto en su casa, prófugo de la mazorca— a Lamartine
y a Byron. Desde La Moda (1837-1838), Alberdi alienta la lectura de Walter
Scott, de Saint Beuve y Victor Hugo. La lectora puede acceder, a través del
poema, a un campo de reflexiones filosóficas y enfrentarse, en la novela, con el
cuadro histórico que le devuelve la conciencia de una realidad social, del
mundo en el que está inmersa. Precisamente por eso los textos deben ser
escrupulosamente seleccionados. No es posible ni útil leer cualquier cosa. La
lectura debe operar como un entrenamiento, ofrecer un instructivo para la
interpretación social. La mujer lectora puede ser la compañera ideal si es capaz
de entender los fines (y los principios) de la causa partidaria y comprometerse
con ella, adoptando un rol acorde con su género.
Los recorridos y los límites de la educación literaria de las mujeres están
trazados, guiados por la tutela masculina, y no deben cruzar las fronteras de la
lectura. La figura de la autora no tiene lugar en el imaginario de esta
generación sino como caso excepcional, que no debe ser imitado por la
mayoría. En un período en el que la letra se convierte en arma poderosa de
combate, la representación de una mujer escribiendo, aunque se trate de una
carta, constituye una escena irritante, incómoda, cuando no imposible, en la
medida en que remite a dos fantasmas: la mujer autora y la mujer politizada.
En Amalia, la novela de Mármol, varias mujeres son capaces de componer un
texto epistolar: Doña Marcelina, las monjas del convento de las capuchinas,
Manuela Rosas. Pero cuando esa representación irrumpe en el relato, la
16
Tras la revolución francesa, la democracia continuó excluyendo a las mujeres —tanto como a los otros
sujetos que hoy denominamos "minorías culturales"— del derecho a la ciudadanía. Esta exclusión ponía fuertemente
en cuestión el principio republicano de "igualdad". En los últimos años, ensayos y compilaciones de especialistas
europeas abordaron el problema desde la perspectiva de los estudios de género, recuperando y analizando algunas
polémicas valiosas de los protagonistas de la Ilustración, que habían caído en el olvido. Quisiera destacar dos trabajos:
el de Geneviéve Praisse, Musa de la razón. La democracia excluyente y la diferencia de los sexos, Madrid, Cátedra,
1989 y la compilación de Cristina Molina Petit, Dialéctica feminista de la Ilustración, Madrid, Anthropos, 1994.
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escena de la escritura femenina se impregna de ridículo: detrás de este saber
adquirido parece amenazar, en todos los casos, una debilidad esencial
irremediable, que somete su pluma a la tiranía del señor más sagaz.
Como Mármol en Amalia, los intelectuales de la generación del 37
enfrentaron contradictoriamente, en sus reflexiones y ficciones, esta disyuntiva:
sus textos alertan acerca de los peligros políticos del analfabetismo pero
advierten, a su vez, sobre el riesgo de que las mujeres accedan a lo que hasta
entonces conformó un campo de acción exclusivamente masculino: "la guerra
de los papeles".
Tomando sus propias modulaciones, el debate sobre la igualdad de los
sexos generó opinión también entre intelectuales, legalistas y reformadores
latinoamericanos a lo largo del siglo XIX. En sus argumentaciones podemos
reconocer por lo menos tres estratagemas mediante las cuales intentaron
resistir las aristas conflictivas de la igualdad: limitar su práctica a la vida civil y
social (no a la política) de la mujer; acudir al argumento de la demora
necesaria, sosteniendo que el presente es un período de transición ineludible
en el camino a la perfecta igualdad; ignorar las desigualdades, nombrando
como igual lo que es sólo parcialmente semejante. Sobre esta cuestión puede
consultarse: "Las trampas de la igualdad, el juego de las influencias. Sobre
mujer y educación en el Perú republicano", en Graciela Batticuore. El taller de
la escritora. Veladas Literarias de Juana Manuela Gorriti: Lima- Buenos Aires
(187617-1892), Rosario. Beatriz Viterbo, 1999.
27
apresuradamente a comprar lo indispensable y por fin se concreta la escena
demorada: la comadre dicta, desarticuladamente, ideas deshilvanadas a las
que Figarillo les va dando forma literaria. Hasta aquí la construcción del relato
es morosa y se detiene con ironía bastante mordaz en los detalles de la
ignorancia de la comadre.
En la escena del dictado y la escritura de la carta, el narrador asume
subrepticiamente la pose de otro personaje que está operando en el contexto
de la época: es el secretario que organiza en el discurso epistolar los
comentarios desordenados de una mujer inculta. Sin embargo, no se trata en
este caso de la figura clásica del secretario, que entonces tiene ya una
tradición en el género —el secretario del Papa, de la Iglesia en la Edad Media;
el de la corte y la nobleza; el de la aristocracia intelectual en el mismo siglo
XIX. Figarillo, que juega a ser un secretario pero que no lo es en realidad,
parodia una figura típicamente decimonónica; la del "secretario de los
humildes" (la define así Pedro Salinas, en su ensayo "Defensa de la misiva") 17.
Un personaje sin autoridad intelectual, cuya única virtud consistía en saber
escribir cartas, Este secretario, al que las mujeres analfabetas pagaban para
que les redactara, la mayor parte de las veces, una esquela amorosa, ofrecía
su letra y su escasa sapiencia retórica a cambio de dinero.
La anécdota del relato costumbrista de Alberdi se inscribe
paródicamente sobre esta escena de época. Figarillo no cobra por su trabajo, lo
hace por cortesía, operando como mediador entre la comadre analfabeta y el
amigo corresponsal. Para este secretario ocasional, su letra no tiene un valor
mercantil sino un rédito meramente intelectual, que redunda políticamente en
otros planos: saber leer le permite reconocer al enemigo real y potencial.
Terminada la carta, cerrada ya y lacrada, la comadre continúa
agregando mensajes que Figarillo, ante su insistencia y contra las normas de
las buenas costumbres, tiene que anotar desprolijamente en el reverso del
sobre. Hasta aquí el relato ha puesto claramente en evidencia que el
analfabetismo de la comadre no comporta solamente un no saber de la letra y
la imposibilidad de comunicarse con los otros, sino además (y sobre todo) la
carencia absoluta de sentido común. Una mujer ignorante dramatiza el ridículo:
a esta señora ni siquiera se le ocurre que para escribir una carta se necesitan
papel y tinta.
Y todavía más. En las líneas finales del artículo se exacerba la crítica y
no quedan dudas de que la mujer, este modelo de mujer, es el obstáculo más
importante para el progreso: "Va para un mes que esto sucedió: y ayer, todavía
estaba la carta encima de una mesa" (La Moda, 4, N° 8). Definitivamente, la
carta es olvidada, casi se diría que ignorada por esta mujer que descuida
cualquier relación con el mundo exterior al de su casa. La comadre desconoce
las reglas de cortesía, los códigos de urbanidad que regulan el contacto con los
otros en una sociedad bien organizada o —para decirlo con palabras del
narrador— ella "ignora la importancia social de las visitas y las cartas", signos
elocuentes de civilización.
La ironía que recorre el relato del narrador traduce a la vez reproche y
preocupación: una mujer analfabeta representa el país del atraso y la barbarie.
Pero además, si el saber viene de la mano de las "nuevas ideas", de los
nuevos revolucionarios, la mujer ignorante pertenece al bando enemigo, es la
17
Pedro Salinas, El Defensor, Madrid, Alianza, 1967.
28
mujer del pueblo federal.
Cartas robadas
18
Ana María Barrenechea, "La epístola y su naturaleza genérica", en Dispositio, volumen XV, N" 39, Universidad de
Michigan, 1990, pp. 51-65.
29
En el capítulo diez (cuarta parte) Daniel visita a Manuela en Palermo y le
pide que escriba una carta garantizando la adscripción de su prima a la causa
oficial, con la finalidad de presentarla oportunamente a los mazorqueros que
rondan la casa de Amalia. Manuela acepta complacida. Su carta, que leemos
mucho más adelante en la novela —la escena misma de la escritura no se
representa y la exhibición de la carta se demora hasta el momento del peligro—
plantea una paradoja. Manuela, una de las pocas mujeres que saben escribir
en esta novela, es la autora de una carta cuyo texto es ajeno: es el texto que le
dicta Daniel.
De manera inversa a la comadre analfabeta de la anécdota de Figarillo,
que le dictaba a su secretario ideas a las cuales aquél le iba dando forma
discursiva, Manuela organiza su texto de acuerdo con los argumentos y las
prescripciones de Daniel, quien le advierte, por ejemplo, que no olvide nombrar
a Rosas en la misiva.
La letra no garantiza el saber en el espacio federal: Manuela no puede
reconocer la verdadera identidad política de Daniel y, por lo tanto, escribe y
firma una carta cuyas órdenes van en contra de la causa de su padre. Lejos de
connotar una destreza intelectual, la escritura de Manuela no la salva del
ridículo que dramatiza la mujer ignorante, sino que la condena definitivamente
a él. El sentido de la carta está dado aquí por dos hombres: Daniel le da razón
e intención al texto y el nombre de Rosas le otorga, junto con la propia firma de
su hija, un poder político concreto: la capacidad para detener a la mazorca.
Cuando Santa Coloma irrumpe en casa de Amalia para llevarla presa, ella le
muestra la carta de Manuela. Lo primero que mira el federal es la firma de
Rosas. La inocencia de la hija deja al padre cautivo de la voluntad del enemigo.
Como el mismo Daniel le explica a Amalia en otro momento del relato, el
héroe romántico logra, por el poder de la astucia y la razón, convertir a los
enemigos en víctimas de su ignorancia. Tras responder una carta a Marino en
nombre de su prima, Daniel le explica a Amalia:
Esta carta lo dejará sin dormir el resto de esta noche, temblando de que
vaya a parar mañana a manos de Rosas; y para evitarlo, trabajará mañana
porque no se toque más este negocio. Y es de ese modo cómo hago que
nuestros propios enemigos se conviertan en nuestros mejores servidores (I,
p.357, el destacado es mío).
30
Doña Marcelina, la dueña del burdel donde se reúnen los conspiradores,
coopera con Daniel: trae información, presta su casa para los encuentros.
Daniel ha secuestrado las cartas que ella escribe y recibe de su hijo exiliado en
Montevideo, las cuales la comprometen políticamente: con ellas Daniel la
extorsiona. Las cartas de Marcelina no le son dictadas por otro, responden a
una inspiración política propia; ella es opositora al régimen. Sin embargo, estas
cartas no se exhiben jamás en la novela. Daniel las oculta y las retiene y el
narrador las esconde, también, a los ojos de los lectores. Son cartas robadas.
Sometidas a la ley de los líderes partidarios, las cartas de mujeres en Amalia
son textos cautivos. La escritura se politiza en el período rosista y se convierte
en un arma poderosa de combate. Por lo tanto, así como Mármol excluye a las
mujeres de la reunión de los conspiradores en casa de Doña Marcelina —el
encuentro tiene un protagonismo absolutamente masculino—, la escritura se
ofrece y se niega tramposamente a ellas. Puesto que escribir es combatir, las
mujeres no entran al campo de batalla, y la escena de la escritura femenina
parece casi imposible o está desvirtuada. Por eso, aunque el relato permite al
lector deducir la habilidad de Amalia y de Florencia para la escritura, el texto no
privilegia su exposición. Ellas responden al modelo que propone Alberdi, o que
pregonan Cané, Lamas, los intelectuales proscriptos en El iniciador de
Montevideo: son, básicamente, mujeres lectoras. El conocimiento adquirido en
las lecturas alcanza para convertirlas en compañeras ideales de los héroes
románticos. Amalia puede de leer a través de los ojos su compañero (sic):
abrazados el uno con el otro en pose romántica, Eduardo traduce en voz alta a
Byron y ella escucha arrobada. Esta imagen idealizada se contrapone
notablemente con la de la escritura femenina, que se presenta, en cambio,
como un cuadro esquivo cuya representación provoca inestabilidad e
incertidumbre.
De la comadre analfabeta de Alberdi, que es un peligro porque su
ignorancia la vuelve un enemigo en potencia, a la figura de Marcelina en
Amalia, que precisamente queda sujeta a Daniel porque su letra le tiende una
trampa, la escritura de tas mujeres dramatiza la peligrosidad de la letra en el
período rosista, pero también asoma en ella el fantasma de la mujer cuyos
conocimientos hacen peligrar su honor. No hay que olvidar que Marcelina
—"cuyo flaco eran las citas literarias y su fuerte eran las citas de otra especie",
dice el narrador— recita a los neoclásicos, conoce a Rousseau y lee folletines,
pero es la dueña del prostíbulo. Su casa ofrece amparo a los conspiradores
pero Marcelina resulta doblemente desvirtuada: su saber literario la ridiculiza, y
su condición de prostituta la deja al margen del modelo a seguir.
La propuesta de instruir a la mujer, que surge en la coyuntura
revolucionaria como ideal de la nación civilizada, amenaza con hacer sentir sus
riesgos: que el pasaje a la lectura arrastre hacia la escritura y de allí a la
actuación política. La imagen de la lectora ofrece estampas contradictorias: la
mujer ilustrada corre el riesgo de convertirse en ridícula, tanto como la
ignorante, así como de perder su vida y la de los suyos cuando no sale a
tiempo —como Florencia lo hace— del escenario de combate. Por eso Mármol
compensa cada actuación valiente de Amalia con un desmayo, demostrando
que pese al compromiso político se mantienen en ella los síntomas sensibles
del "ángel del hogar".
31
El honor de la pluma
Estoy cansada de lo que veo y sé. Quisiera ignorar todo, vivir en una
choza abandonada al destino, y mi destino bizarro me pone siempre al
corriente de tantas cosas que me afligen sin poderlas remediar. Mucho he
envidiado las mujeres que no pasan de cierta altura, que no comprenden sino
lo que pasa en la esfera donde tienen que vivir, para las que hay mil goces
fáciles de adquirir y que ni sospechan las penas que se sienten en otras. La
elevación de ideas ya sabes cuánto cuesta y lo mejor que le puede a uno
suceder es que lo tomen por extravagante si es hombre y por pedante si es
mujer
(Cartas, p. 40).
32
Echeverría, ver París a través de los ojos de Alberdi, saber de la acción
combativa de Juan. Los interlocutores masculinos, que son muchos, vanados y
prestigiosos —Gutiérrez y Sarmiento, entre otros—, le acercan escenas
vedadas a la mayoría de las mujeres. Leer al otro es un modo de apre(h)ender
su experiencia.
En una de las cartas a su hijo, Mariquita le relata una anécdota. Ella y
Varela han asistido juntos a la ejecución de un daguerrotipo. El episodio la deja
maravillada no sólo porque esta observación abre ante sus ojos una de las
novedades de la tecnología de la época, sino especialmente porque la escena
le permite reflexionar también sobre la importancia del arte en la representación
histórica. Presenciando el proceso de elaboración del daguerrotipo, Mariquita
observa cómo los más pequeños objetos, a simple vista indefinidos, de una
plaza del Janeiro pueden tomar forma gracias a la innovación tecnológica: "con
un lente de aumento, ves que eran unas camisas y unas medias tendidas en la
soga en el corral de una casa/que estaban, sin duda, bien lejos de pensar que
irían a la historia. ¡Qué objeto de meditación, Juan mío!" (Cartas, p. 38).
Mariquita celebra el poder de la lente que posibilita la primacía del detalle
cotidiano en la definición del cuadro.
Lo que fascina a esta espectadora es la virtud binocular del
daguerrotipo, que pone en primer plano la presencia hasta entonces
intrascendente de lo doméstico, capturando y fijando esa imagen. La anécdota
puede funcionar como metáfora de su propia escritura. Como la lente que
amplía el detalle familiar y lo pone en primer plano, Mariquita acumula en las
cartas los pequeños saberes domésticos, los diálogos, las anécdotas de viajes,
los datos certeros. La escritura, como el daguerrotipo, opera su propio efecto
transformador sobre la cotidianeidad de una vida singular: revela en ella a la
mujer comprometida con su tiempo y fija para la historia lo que amenazaba
perderse en el olvido20.
Frente a los avatares, del exilio y la riqueza perdida, la corresponsal
funda su honor en la pluma: "Como dijo aquel sujeto —escribe a Juan—, si
todo se pierde nos quedará el honor. Yo he seguido en mi vida este ejemplo,
pareciéndome que las demás desgracias se pueden reparar y ésta jamás. Así,
si somos pobres, nos cubrirá la gloria. Paciencia" (Cartas, p. 41).
La escritura permite imprimir a los hechos —doblemente transgresores
si atañen la vida de una mujer— la interpretación deseada por su protagonista:
somos pobres y estamos exiliados porque somos decentes y patriotas. La
escritura restituye simbólicamente un lugar de privilegio que los avatares de la
vida política han puesto en riesgo: para asegurar su perpetuidad Mariquita
promete anécdotas del pasado a sus corresponsales y lleva, en Montevideo, un
diario del exilio para Echeverría. En el ejercicio del género epistolar es posible
conjurar la osadía del conocimiento excesivo: la escritura se justifica aquí en su
doble función de brindar información útil para las decisiones del presente y
testimonio para el futuro. El saber y su expresión adquieren una función
20
Silvia Delfino ha analizado esta escena como metáfora de uno de los procedimientos de la escritura de
Mariquita Sánchez. Relatada a su hijo, la escena del daguerrotipo le proporciona una lección: la lectura en clave puede
conjurar los riesgos de los corresponsales en el exilio. "Hacer un enigma de lo visible y un saber de lo incógnito son los
procedimientos por los cuales Mariquita descifra el exterior y nos habla de sí misma sin tenerse nunca como objeto. (...]
Mariquita se reserva el lugar de la evidencia. Como daguerrotipo, por un lado retrata, y por otro cifra, para quien sabe
leer" ("Mariquita Sánchez de Thompson ¿Una anécdota para la cultura argentina?", en Nuevo texto crítico 4, segundo
semestre, Stanford, California, 1989, p. 43.).
33
trascendental que dignifica la osadía de la corresponsal. Menos vacilante que
sus contemporáneos, ella afirma: "es preciso empezar por las mujeres si se
quiere civilizar un país", mientras proyecta fundar una escuela de niñas cuando
se acabe la guerra. Convencida de que su honor se preserva en la pluma,
Mariquita Sánchez ensaya en la correspondencia la figura de la mujer autora,
que más tarde ejercerán sus compatriotas.
La memoria de la patria
34
las mujeres, así como el honor de Mariquita se preserva en la pluma, que le
asegura un lugar en la historia. La Señora de N. no escribe su saber, pero el
narrador encuentra un modo de hacerlo trascender: a través de su voz la
memoria de aquélla ingresa al relato y se fija en letras de molde para los
lectores del futuro.
35
CUERPOS (FEDERALMENTE) VESTIDOS DE SANGRE
Sandra Gasparini
36
son elementos que componen la metáfora de la generación proscripta 22. Pero lo
que propone Daniel, con su accionar, es la célula única: dada la ausencia de
"espíritu de asociación" de los (unitarios) argentinos, hay que actuar por cuenta
propia y socavar el poder. Trabajar sobre el trabajo ajeno. Sin embargo, al
llegar tarde, al no poder conciliar vida pública y privada, el Estado lo alcanza.
Una disyuntiva drástica: exilio de o conspiración en la patria. "Una lucha
estéril, pero terrible" (II, p. 12(5), adjetiva Daniel para Florencia: la adversación
es un chirrido. O la esterilidad de un acto exime a éste del horror, o la presencia
del "pero" revela la ausencia del conector aditivo: estéril y encima, terrible. La
aumentación presume la inutilidad de la lucha y la consiguiente mutilación de
los jóvenes cuerpos expuestos, inmolados. Corolario del ideologema intelectual
incomprendido por las masas, esta formulación de Amalia cobra cuerpo en
otros textos de su siglo y del nuestro, recorriendo diversos posicionamientos
políticos (digamos, brutalmente, de Echeverría a Andrés Rivera). Esbozado en
la segunda carta a Pedro De Angelis y en la "Primera lectura" de Echeverría en
el Salón Literario, en octubre de 1837, el patriota ilustrado se lamenta de la
esterilidad de su trabajo, pero lo emprende. "Nuestros padres hicieron lo que
pudieron: nosotros haremos lo que nos toca" 23. Mármol ha palpitado
probablemente los discursos del Salón y es una especie de primo menor de
estos "hijos de los héroes de la Independencia". Contaminado en la escena y
cavilando desde la otra orilla del Plata, busca una matriz que le permita narrar
el fracaso y aventurar sus motivos. ¿En qué se equivoca ahora el pueblo? La
adhesión de éste a la tradición retrógrada colonial le impide asimilar la
Revolución: "¡Como si el pueblo, atrasado para comprender la ilustración ajena,
pudiera a la vez ser bastante civilizado para darse lo más difícil de la existencia
pública: su legislación y sus principios de gobierno!'" (II, p. 31). O: "Seis mil
soldados, tendidos entre los reductos de Santos Lugares, estaban esperando la
voz del asesino de su patria para abocar sus armas contra los mismos que les
traían la libertad" (II, p. 57). Pero los unitarios son políticos que se han quedado
solos hablando en la palestra desierta: "Este aparente contrasentido en un
pueblo, cuya mayoría maldice las cadenas que lo oprimen, y espera con toda la
efusión de su alma la regeneración de la libertad patria, yo sé bien que los
unitarios se empeñan en separarlo de su consideración..." (II, p. 124), le
escribe Daniel a Buchet Martigny refiriéndose a la virtual cooperación de los
vecinos de Buenos Aires con Lavalle. El pueblo de 1810 no es el de 1840. Se
trata de un "pueblo cómplice" que "ha de pagar con su sangre, con su libertad y
con su nombre las vacilaciones de los enemigos armados del tirano y el
egoísmo de los ciudadanos, indolentes a la suerte de su patria y a la suya
propia" (II, p. 171).
En el charco de sangre que es la Federación chapotean,
indudablemente, todos. Sintetizado, esbozado en El Matadero, salpica a todos
los personajes, los inunda. La tormenta de sangre que encapota el cielo de la
patria en el principio de Amalia se precipita en la quinta parte, como correlato
del campo semántico en el cual se deslizan la "epidemia" y la "infección". La
lucha entre ambos bandos constituye ese baño de sangre, imagen que
implícitamente proporciona Daniel al reprobar las disputas internas por el
22
Eduardo Belgrano es para Daniel Bello, "una personificación de la actualidad, en cuya suerte podría
estudiar el destino de la generación a la que pertenecía" (Il, p. 123).
23
En Félix Weinberg, Et Salón Literario, Buenos Aires, Hachette, 1977, p. 170.
37
poder.
38
"Hablar, mentir y alucinar"
Cosas de negros
24
En Luis Soler Cañas (comp.), Negros, gauchos y compadres en el cancionero de la Federación (1830-1848), Buenos
Aires, Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. 1958
39
Vivir sobre un volcán
40
el sudor del miedo que comportaría la mala lectura de signos de
reconocimiento o la ausencia de ellos ("por el miedo que recíprocamente se
tenían todos", II, p. 192, destacado mío). El capítulo 16 de la tercera parte se
titula "Todos comprometidos". ¿Quiénes son "todos"? Los hombres del 37
representados en ese puñado de mártires. "Todos" son los que esperan la
ballenera que se retrasa (II, p. 196). Un todos pequeño, pero el que importa al
texto.
Sobre el final, Eduardo reprende a Amalia calificando la intención de ella
de defenderse de la Mazorca como posible causa de "la pérdida de todos" (II,
p. 203). Y en el uso de ese pronombre se juega el andamiaje ideológico del
texto. Al fundir ambos "bandos", separarlos, designar una minoría "lúcida"
finalmente exterminada, condensa los vaivenes de la política nacional en el
período rosista. "Todos" y "ninguno" traducen una masa de cuerpos disponibles
para el poder que aplique con mayor astucia el arte de la persuasión. Amalia
narra la derrota de un "ninguno" que no supo ser un "todos" 25.
27
José Mármol, Asesinato del Sr. Dr. D. Florencio Varela. Manuela Rosas, edición y prólogo de Juan Carlos Ghiano,
Buenos Aires, Casa Pardo, 1972. Todas las citas corresponden a esta edición, entre paréntesis se indica el número de
página.
41
obliga el padre a los virtuales pretendientes de la hija. Indudablemente, los
verdaderos hombres están en Montevideo, han sido condenados al anonimato
o a adelgazar sus existencias hasta pasar inadvertidos. Perfila así la
argumentación posterior. ¿Quiénes rodean a Manuela en las antesalas de
Palermo? Una cáfila de protohombres que reptan, y en su condición servil,
pueden leer sólo un enlace con el poder en aquellos ojos (en los que el
romántico decodificaría una cartografía del amor). Sin embargo, y en un plano
meramente actancial, en igual situación se encuentra Daniel Bello frente a esta
aceleradora de trámites oficiales en el capítulo 10 de la cuarta parte, pidiéndole
una carta salvadora. ¿Qué ocurre en el pasaje del folleto a ficción folletinesca?
El solicitante, como la benefactora, es una víctima, pero fatal, de una lógica
política drástica. Si pide, es porque intuye la derrota, ha sido manipulado por
esa diplomacia humillante que permite implorar clemencia, aunque no justicia.
Hace uso, como "esos reptiles", del "ministerio de la conmiseración" 28, aunque
interceda por una mujer (Amalia).
28
Expresión utilizada por Xavier Marmier en Buenos Aires y Montevideo en 1850 (trad. José Luis
Busaniche), refiriéndose a la "cartera" que tendría a su cargo Manuela, inexistente en Europa (María Sáenz Quesada,
Mujeres de Rosas. Buenos Aires, Planeta, 1991).
42
Historia de familia
29
"Una especie de tormenta de gritos y de pasos precipitados" (II, p. 281) es el anuncio de la Mazorca en el
desenlace de Amalia.
43
ilusión para los unitarios. Con el último exiliado, "Buenos Aires queda en poder
de los bandidos". El relato de las "proezas de sangre", narrado por los
"asesinos de octubre", aturde a Manuela e impone al texto un brusco
movimiento frente a un límite; no es el folleto lugar para escribir el terror. "Ya es
tiempo de reposar la mente un momento, fatigada con esta serie de ejemplos
repugnantes..." (p. 119). La escritura fascinada por su objeto que es Amalia
dará cuenta del miedo.
La hipótesis de Mármol: debido al relato festivo del horror, Manuela
"debió encallecer". Las "narraciones de sangre" susurradas en sus oídos
impasibles cruzan las barreras del género sexual: "porque las narraciones de
sangre son un objeto extraño a sus oídos [de las señoritas], y una impresión a
que sus nervios y su corazón no están habituados" (p. 120). La repetición de
esos relatos es lo que la vuelve insensible. Así (se) explica "el hecho
sorprendente de las orejas saladas del coronel Borda, que se asegura fueron
presentadas por ella en un plato, a un oficial de la marina inglesa" (p. 121).
Tal vez la eficacia de la política de Rosas —se intuye en Manuela—
reside en la capacidad de reponerse de los golpes recibidos y reciclarse en el
cambio. En 1845, el bloqueo anglofrancés transforma al Restaurador
mefistofélico en el Rosas-Cromwell. La hija funciona como la anfitriona de la
gran fiesta —cortina de humo, en la argumentación de Mármol— organizada
para los diplomáticos europeos. "Ayer la prostituía con los asesinos, hoy la
prostituye con la mentira, con el artificio, con el dolo" (p. 123). Es que el
coqueteo astuto de Manuela con John Henry Mandeville —ministro británico—
y más tarde con lord Howden—negociador ante Rosas—, entre otros, inquieta
no sólo a Mármol: "Desde Montevideo los emigrados argentinos seguían con
ansiedad comprensible las andanzas del enamoradizo lord (Howden), pues
temían que los flirteos con Manuelita, de los que estaban al tanto, pusieran
término anticipado al bloqueo de los ríos que convenía a la política de los
enemigos de Rosas" ( p. 133)30.
44
se hace público en 1850, luego de la impresión del folleto. El "celibato eterno"
se había roto y hacía tiempo, pero también es cierto que las relaciones entre
padre e hija se vuelven hoscas a partir de entonces. La esterilidad a la que
habría estado condenada Manuela tampoco tarda en resquebrajarse: en 1856
nace Manuel, su primer hijo; dos años después, Rodrigo. Sin embargo, la hija
le ha servido a Mármol para acercarse lo suficiente al padre. Como un Facundo
que conduce al verdadero Tigre, la figura inocente marca contrastes y
profundiza el crimen. Es la patria sentada a las orillas del Plata jugando con un
collar de orejas humanas.
45
CARTOGRAFÍAS
Adriana Amante
El exilio
46
—, ni federales como su época, pensaron el país desde un lugar incómodo por
su excentricidad (ideológica y geográfica).
Influenciados por las corrientes de pensamiento europeas, buscaron allí
formas de pensamiento que —pasibles de traducción— incorporaran a la
Argentina en el progreso de las naciones civilizadas. Expulsados del país,
siguieron esgrimiendo razones desde su peregrinación; pero sumando —en
muchos casos— a las punzantes críticas de sus producciones escritas el tono
nostálgico que marcan la distancia y la imposibilidad.
Uruguay y Chile son los países que han atraído a los investigadores
para estudiar con mayor detenimiento las producciones de los exiliados de la
generación romántica. Las vías de acceso y un pasado compartido
promovieron la emigración hacía ciudades de esos dos países; y las ideas allí
generadas pudieron circular en la Argentina pese a la férrea política rosista al
respecto. Bolivia, aunque con bibliografía menos copiosa, también mereció la
atención de los críticos.
Por el contrario, en el camino literario que señala el destierro argentino,
el Brasil suele ser relegado por la bibliografía crítica y parecería merecer —
apenas— comentarios al paso sobre ciertos textos o una dispersa lista de
nombres32.
47
límite que lo confunde, desorganizándolo. Aventurarse es una de las premisas
del viajero, penetrar en tierras desconocidas en busca de nuevas sensaciones
y saberes. Es una aventura viajar, y es una aventura desorganizarse. En ese
viaje, que seguirá hacia Europa y terminará en Estados Unidos, y tal vez para
paliar cualquier desorden, Sarmiento intentará conjuras: anotando
minuciosamente un diario de gastos, y adquiriendo mapas y gramáticas como
llaves hermenéuticas que organicen la materia escurridiza de la aventura. En el
terreno de esta epístola, y en la tropical Río de Janeiro, Sarmiento intenta
abordar por el detalle, con menos orden pero no con menor deseo de precisión,
la materia informe que se ofrece ante sus sentidos.
La carne es blanda y en ocasiones se aventura más allá de los límites.
El viajero goza con la naturaleza tropical. Y cuenta ese goce que escribe
marcas en el cuerpo, inmovilizándolo. Sarmiento señala, entonces, una
analogía impúdica: trae a la página el sabor de otros goces —previsibles,
susurrados, carnales—y se desorganiza. El cuerpo se diluye en una negativa;
se deshace y detiene el movimiento porque el ímpetu de la aventura se frena
en una consecuencia que recuerda el límite: queda postrado.
El viajero da nombre a esos placeres tropicales, llamándolos "orgía".
Orgía de la naturaleza que se derrama en maravillas botánicas, orgía social
que ablanda los intentos de civilización.
Sarmiento canta una retahíla:
Me pone miedo el sol de aquí (Viajes, p. 56). Paséome atónito por los
alrededores de Río Janeiro, y a cada detalle del espectáculo, siento que mis
facultades de sentir no alcanzan a abarcar tantas maravillas (Viajes, p. 60).
La bahía de Guanabara
48
escribirse sino en la sucesión del sintagma? Tal vez la profusión de comas, la
enumeración de objetos, ayuden a codificar lo que se derrama de sus propios
bordes. O, quizás, la comparación ayude a dar cuenta de lo que amenaza con
ser inenarrable. Por eso, los barrios aristocráticos de Río de Janeiro son
comparados —para que se entienda— con Saint-Germain. Y aquí aparece
París como modelo del mundo; un París que Sarmiento no ha pisado aún. Pero
ésta es una traducción necesaria para él; una traducción que habla de modelos
culturales. Europa ordena, clasifica; y permite medir los deslices propios de la
organización americana. Porque la exaltación de los sentidos empieza a
detenerse ante el hallazgo de algunas certezas:
Faltan pocos años para que Sarmiento se aproxime a una imagen más
positiva del emperador. Y la enunciará cuando, en 1852, establezca el primer
encuentro personal con él. Esta primera apreciación da cuenta, ante todo, de
un desconocimiento de la verdadera naturaleza del Imperio brasileño y de su
pueblo. La aproximación de Sarmiento es todavía periférica. Sólo verifica, por
ahora, ciertos signos que no duda en considerar síntomas de algunas dolencias
políticas que aún no conoce, porque no ha indagado en profundidad. Sarmiento
está de paso. Y pasa, con cierta liviandad del viajero que —aunque inteligente
— no se detiene todavía a comprobar por sí mismo la validez de los
testimonios que recoge. Pero hay algo importante en este gesto: el exiliado
piensa la patria de los otros. Y lo hace para seguir pensando en su propia
49
patria. Porque la política del Imperio le permite pensar su propia nación (de la
que ha sido expulsado), ya que ciertos progresos económicos del Brasil, por
ejemplo, le permiten confirmar a Sarmiento su concepción acerca del atraso
argentino merced al poder de Rosas.
Y si bien Sarmiento no se instala en esas tierras, percibe y anota las
primeras marcas de sistematicidad en la ruta brasileña del exilio argentino, que
completará en su segundo pasaje por Río de Janeiro después de la batalla de
Caseros34:
34
Véase al respecto, Sarmiento, Campaña en el Ejército Grande Aliado de Sud-América, México, Fondo de Cultura
Económica, 1958.
35
Cf. Sarmiento, "Carta de Montevideo", en Viajes, p. 50. También Florencio Varela había sido claro al respecto: "Es
preciso tomar al mundo como es y como necesariamente debe ser, cada día más. La tendencia universal del siglo,
producto del conocimiento, de los progresos de la razón y de las lecciones de la historia se dirige a conseguir la mayor
suma posible de beneficios sólidos, materiales; mayor libertad civil y religiosa; mayor riqueza, más medios de producir y
de conservar las producciones; de vivir contento, tranquilo y seguro. Nada de esto, mi amigo, puede obtenerse por
medio de la poesía" (en cana a Juan María Gutiérrez del 1 de agosto de 1837, a propósito de la apertura del Salón
Literario de Marcos Sastre, Archivo del Doctor Juan María Gutiérrez. Epistolario, tomo I, Buenos Aires, Biblioteca del
Congreso de la Nación. 1979, pp. 201-202).
50
la escritura del poema y en el análisis de los temas que aborda cada canto 36.
Lo que me interesa de la obra es ver qué desplazamientos hace Mármol en su
práctica estética en relación con la teoría de los géneros de su época y qué
valor político adquieren.
Mármol es desprolijo en su escritura, y deja vislumbrar la infinidad de
papeles acumulados y la de los papeles dejados al paso en la peregrinación. El
orden estético no parecería ser para él un desideratum. Escribe, publica
fragmentaria y desordenadamente; reescribe, corrige, pule, altera secuencias.
Y a caballo de este método de escritura, esboza teorías para su estética: en
1846 decide publicar un canto completo de su extenso poema y elige el último
(canto XII) para empezar. Mármol lee así su estética de la composición, al
considerar cada canto como autónomo, ya que "nuestro poema no es un
poema dramático; [...] no hay unidad en sus cuadros" (CP, p. 348).
Esa estética de la composición no desatiende las condiciones de
circulación de la obra. Profesional, Mármol sabe que la relación entre escritor y
editor es complicada, por eso enuncia que "yo tenía deseos de ver impreso el
fin de mi poema, y si empiezo la publicación por el principio no lo veo nunca;
antes de llegar al fin me habrían muerto de fiebre las imprentas 37.
Mármol está apurado. No puede esperar. Tal vez de esa incapacidad
política para la espera haya surgido también la idea acerca del tiranicidio como
una solución rápida a los males del país 38.
El penúltimo canto del Peregrino, el undécimo, está dedicado al Brasil.
Mármol canta allí las maravillas de la naturaleza. Como Sarmiento, quedó
deslumbrado con el trópico y con la Bahía de Guanabara. Su poema se
convierte, entonces, en un himno a la desmesura de la creación. Y a la vez, es
himno desbordado frente a la contemplación de un paisaje "hiperbólico". A
Mármol le atrae el riesgo de la exageración. Tanto, que su creación se sale de
los límites de los géneros. La necesidad (o la imposibilidad) de manejar la
desmesura sin cambiar de agenciamiento lo lleva, nuevamente, a la
postulación de una teoría para su estética. Con respecto al canto XII —pero
trasladable absolutamente a toda la composición— había dicho:
38
Mármol enuncia la necesidad del tiranicidio en El puñal, composición publicada en Río de Janeiro en enero
de 1844 (y donde le disputa la originalidad de la idea a Rivera Indarte, quien había publicado "Es acción santa malar a
Rosas" en diciembre de 1843): lo que las batallas no consiguen debe hacerse por otros medios si el fin lo "santifica".
"Grito de desesperación", según Ricardo Rojas (Historia de la literatura argentina, tomo VI, Buenos Aires. Kraft, 1960,
p. 469); o "aceleración en el desencadenamiento de la lucha contra Rosas que es el deseo generalizado entre los
proscriptos. Si en el 37 la libertad y el progreso son pacientes, pronto empiezan a evidenciarse síntomas de
intranquilidad", de acuerdo con lo que sostiene Nicolás Lucero en La máquina infernal. Apuntes sobre Rivera Indarte,
Buenos Aires, Filosofía y Letras, UBA, 1992, p. 33.
Mármol es, además, egoísta con el receptor. Como en el caso de Amalia, al dejar inconclusa la publicación del folletín
en La Semana de Montevideo porque los sucesos que llevarán al triunfo de Urquiza sobre Rosas en Caseros lo obligan
a replantearse la manera de escribir los hechos políticos en relación con lo que tenía planeado. La carta que un lector
envía defendiendo su derecho a que se le ofrezcan las entregas hasta el final habla de un pacto de género (el del
folletín) que Mármol bastardea y viola unilateralmente.
51
(...) [L]os poetas americanos tienen más que nadie el deber, triste pero
imperioso, de introducir con la música de sus palabras, en el corazón del
pueblo, la verdad de las desgracias que éste desconoce, y el ruido de las
cadenas que no siente.
Además, no podríamos escribir de otro modo, porque no hay una fibra
en nuestro corazón que no esté herida por las espinas de nuestra época (CP,
Prefacio al canto XII, pp. 348-349).
puede que hasta un riego de sangre sea necesario algún día para que el
árbol de su civilización dé en última sazón sus frutos exquisitos (CP, p. 394).
52
Y era bien se educase entre los frailes,
ayer el niño rey, hijo del cielo;
hoy que el tiempo lo llama hijo del suelo,
es mejor que se eduque entre los bailes. {CP, p. 331)
La juventud progresista
40
Carta del 7 de agosto de 1844, desde Porto Alegre, Archivo del Doctor Juan María Gutiérrez. Epistolario, tomo I, p.
282. Gutiérrez es otro de los que pasarán parte de su exilio en el Brasil, aunque en la zona riograndense. Su paso por
Río de Janeiro es fugaz, y tiene como propósito salir desde ese puerto hacia Chile. Su epistolario es riquísimo para la
reconstrucción del sistema del exilio en el trópico.
53
forma para la constitución de una nación civilizada.
Y aquí Mármol se despacha con el credo grupal de su generación e
ilustra con él a la sociedad brasileña. Después de afirmar que la inteligencia
debe sustituir a la espada, habla de la misión de la juventud y enuncia los
puntos básicos de la revolución intelectual: asociación, propaganda (doctrina,
cristianismo, libertad), conciliación, tolerancia, sacrificio individual y fraternidad
americana en todo lo relativo a revolución41.
Mármol insiste en hermanar la revolución americana con la europea al
sostener que el pueblo civilizado americano y el pueblo civilizado europeo son
uno solo. Es la hermandad por la civilización la que él plantea. La revolución
americana es —debe ser— sólo una: no importa el medio —república o
monarquía— por el que ha de conseguirse. Debe realizarse la libertad civil y
política, y la fraternidad debe darse en toda la juventud progresista de América.
Insiste este hombre de su época en un llamado al juvenilismo.
Porque, en definitiva, las ideas no tienen patria. Mármol deconstruye los
límites que la geografía impone y postula —sarmientino— una sola frontera
cultural entre campo y ciudad. Fuera de esa dicotomía, enuncia para América
un diseño ideológico:
pasad los ojos sobre una carta de América y encontraréis, es verdad, los
límites accidentales que dividen un territorio de otro; sin embargo, pasad otro
golpe de ojos sobre el mapa moral de las ideas, y decidme dónde están los
límites bien marcados de los pueblos americanos, especialmente en nuestra
América meridional42.
41
Por supuesto, estas ideas no son originales de Mármol. Son reconocibles en ellas las del Dogma
Socialista de la Asociación de Mayo que Echeverría publica por primera vez en El Inicidador de Montevideo en enero
de 1839 y que reescribe en agosto de 1846. Mármol no filia estas ideas con la cabeza intelectual de la generación del
37 y la enunciación hace aparecer las palabras como propias.
42
Ostensor Brasileiro, N°48. Traduzco del original en portugués. Si bien podría citar por la edición de
Montevideo, que está en castellano, prefiero mantener las diferencias (a veces menores, pero siempre significativas).
43
La llamada "Guerra dos Farrapos" se extendió desde 1835 hasta 1845. Comandada por Bento Gonçalves, proclamó
la República de Piratinim. Fue un intento de modificación de la forma política y un movimiento separatista de los
riograndenses.
44
Ostensor Brasileiro, Nº 48.
54
Las ideas pueden no tener patria, pero parece haber patrias que tienen
más ideas.
Pedro II y Rosas
48
La ayuda económica del emperador fue pacientemente solicitada por los primeros románticos. Debieron
conseguir ese beneficio reclamándole a Pedro II —con argumentos acerca de su trabajo intelectual desinteresado en
procura de la consolidación de una idea de patria— los favores que los viajantes extranjeros sí recibían de la corte. Ver
Flora Süssekind, O Brasil nao é longe daqui, Sao Paulo, Companhia das letras, 1990. pp. 47-48 [sin traducción al
55
Recordemos cómo la descalificación de Echeverría de las figuras de
escritor adscriptas al sistema del poder (de Rosas) era enunciada, por la ironía,
como no literatura49 Rosas sería en realidad —para el 37— el verdadero autor
(dictador) de todos los escritos resistas; y sus adeptos escritores, meros
escribas de la barbarie. Esta escritura vicaria no coincide con el apoyo del
poder a los escritores románticos brasileños. Pero si el primer romanticismo
brasileño —en general calmo— no se instituye como un contrapoder, no deja
de estar en consonancia, sin embargo, con los aires renovadores importados
de Europa. Lo que pretendían era oficializar la reforma estética y obtener la
aceptación pública. Incluso en el terreno de las innovaciones estéticas se
permiten la convivencia con viejas ideas; y, en el plano de las ideas políticas,
oscilan entre la alabanza al monarca —exacerbada en el género de las
dedicatorias— y la simpatía por ciertos movimientos revolucionarios y
antimonárquicos producidos en varias zonas del país 50.
Brasil, Brasil
español).
49
Cf. Esteban Echeverría, "Literatura mashorquera" y "Cartas a don Pedro de Angelis, editor del Archivo Americano",
en Obras Completas, Buenos Aires, Zamora, 1972.
50
Cf. Antonio Candido, Formação da literatura brasileira. Hay, claro, diferencias entre los románticos respecto de sus
relaciones con la monarquía, que merecen ser estudiadas particularmente. Ver, también, Wilson Martins, Historia da
inteligencia brasileira, volume II (1794-1855), Sao Paulo, T. A. Queiroz editor. 1992.
51
Carta del 1 de mayo de 1842, en Archivo del Doctor Juan María Gutiérrez. Epistolario, tomo I, p. 242
(subrayado en el original).
56
Varela, pese a la afirmación inicial, se insertó bastante bien en el medio
cultural y político brasileño. De todas formas, la exageración pone de
manifiesto la posibilidad de seguir pensando obstinadamente la patria en el
extranjero. O más: la posibilidad de pensarla mejor, de estudiarla para saberla.
Así, estar afuera es seguir pensando la nación perdida. Perdida porque
el exiliado ha sido expulsado y tiene vedada la posibilidad de permanecer
dentro de sus límites geográficos. Y perdida también porque la generación del
37 (a la que Varela adhiere en política aunque se le resista en estética) cree
que se ha perdido el hilo de Mayo y sus integrantes se arrogan la misión
patriótica de retomarlo, en otra clave, por otros medios. Mayo, para ellos, fue la
etapa de la espada y la desorganización; ésta debe ser la época de la
inteligencia intelectual y la organización. De ahí que en la reunión de Varela y
Rivadavia pueda leerse un intento de superar, incluso, las diferencias que
separan a los viejos unitarios de los jóvenes del nuevo exilio.
La patria peregrina
57
que no es el Brasil el teatro aparente para nosotros y que las Repúblicas del
Pacífico nos ofrecen ventajas, tanto materiales como útiles a nuestras
tendencias. [...] ¿Qué hace usted en el Río Grande? No. Es preciso moverse 52.
53
Cf. Benedict Anderson, Comunidades Imaginadas, México, Fondo de Cultura Económica, 1993. Para
pensar la relación entre el concepto de nación y el de exilio, son importantes los trabajos de Homi Bhaba,
"DissemiNation: time, narrative, and the margins of the modern nation", en Homi Bhabha ed., Nation and Narración,
London and New York, Routledge, 1991 y en Bhabha, The Location of Culture, London and New York, Routledge, 1094;
Richard Sennett, "El extranjero", en Punto de vista N" 51, Buenos Aires, abril de 1995; y Julia Kristeva, Etrangers á
nous-mémes, París, Fayard, 1989. Homi Bhabha critica, por diferentes motivos, tanto la posición de Anderson (a quien
le dedica una parte considerable de su texto) como la de Kristeva.
58
proscriptos —sumándose o contraponiéndose a la idea del desierto y la pampa
— otra configuración del espacio como paisaje estética y políticamente
productivo que se imbrica con el discurso sobre la patria perdida.
Por otro lado, la visión extranjera de la naturaleza tropical le da realidad
al Brasil. Porque los románticos brasileños encuentran allí el "Brasil naturaleza"
que están buscando para consolidar un sistema literario y nacional. Pero —
sostiene Flora Süssekind— "no hay exactamente un diálogo crítico entre esos
primeros autores de ficción brasileños y los relatos de viaje. Sino sobre todo
absorción programática, de lo que 'sirve' al proyecto de afirmación de una
literatura nacional. Y exclusión de cualquier dato que no pudiera ser utilizado
ahí de inmediato". Süssekind no incluye, en la consideración del asunto, a los
argentinos54.
La nación brasileña también se está pensando en relación con el
espacio. Süssekind señala el proyecto romántico de fundar un "Brasil sólo
naturaleza", que produce un desajuste en la pretensión de incluir el Brasil
original por su naturaleza en asuntos ficcionales que, sin embargo, no trabajan
la especificidad nacional y podrían desarrollarse en cualquier otro lugar. Pero
dentro de las variaciones de género, la prosa de ficción entre el 30 y el 40, en
el Brasil, encuentra una constante en un propósito geográfico: la demarcación
de un centro, origen y escena primitiva de descubrimiento. Se pretende la
búsqueda de un paisaje atemporal, como esencia metahistórica para la
consolidación de un estado-nación imperial. Se constituye una imagen
precolonial, pintoresca y localista como conjura de los movimientos
separatistas que se desarrollaron durante la regencia y que continúan —
acentuándose en muchos casos— en los primeros tiempos del segundo
reinado. La nación se representa como paisaje y adorno tropical, pero el
estado-nación imperial sigue —para su representación— modelos europeos.
En el caso de los argentinos, lo que intentan es extender políticamente
el concepto de nación para que en él entren los que, desterrados, siguen
pensándose parte de una patria expulsora que hay que rediseñar. Piensan la
patria civilizada desde afuera para conjurar la barbarie de adentro. Cartografían
una patria que debe ser reelaborada, pero no quieren una vuelta atrás, hacia
un pasado preexistente. Eso, de alguna manera, sería restaurar (como lo hace
Rosas). El proyecto de los románticos argentinos no es una vuelta a un origen
inmutable. Es el intento de convertir un claro comienzo histórico que están
elaborando y constituyendo —en su lucha contra Rosas— en el origen de una
nueva patria, surgida de la intelectualización de los males que la afectan para
constituir los bienes que la salvarán. Es un proyecto de futuro, buscando en el
pasado los errores que hay que subsanar. No hay nostalgia de lo que se
perdió, sino dolor por lo que se padece. No hubo, antes de ellos, un estado
ideal que deba ser reconstruido o recuperado. Ese estado ideal, más que un
modelo anterior o apriorístico, es un modelo contemporáneo de la civilización, o
un desiderátum posible. Mayo, con todo lo que de comienzo histórico puede
tener (incluso con la posibilidad de que, en un eventual gesto de
54
Aun sin incluirlos, no los desconoce. La cita es de O Brasil não é longe daqui, p. 128 (la traducción es
mía). Flora Süssekind ha trabajado particularmente los estudios del crítico brasileño Brito Broca, quien hace mención a
los románticos argentinos que pasaron por el Brasil. Le debo a ella el conocimiento del trabajo de Brito Broca y el dato
acerca de dichas menciones. Cf. también Flora Süssekind, "Brito Broca e o tema da volta a casa no romantismo", en
Papéis colados, Rio de Janeiro, Editora UFRI, 1993; y Brito Broca, Románticos, pré-románticos, ultra-románticos. Vida
literaria e romantismo brasileiro, Org. Alexandre Eulalio, Sao Paulo, Polis, 1979 (no hay traducción al español).
Por su parte, la relación de la literatura argentina con los textos de los viajeros extranjeros en el Río de la Plata puede
ser consultada en Claudia Torre. "Buenos Aires, Cartografía punzó" (incluido en este volumen) y en Adolfo Prieto, Los
viajeros ingleses y la emergencia de la literatura argentina. 1820-1850, Buenos Aires, Sudamericana, 1996.
59
deshistorización, pueda devenir origen de la patria), no es sino la muestra de
que era parte del proceso para conformar una nación; pero de un proceso
incompleto que desembocó en la anarquía. No se trata de volver siquiera a
Mayo. Se trata de rescatar el proyecto de Mayo para conducirlo por vías
intelectuales. Las ideas —como modelo de constitución de una nación— deben
ser puestas en funcionamiento histórico.
Ambas literaturas están cartografiando sus patrias. Pero allí donde los
brasileños intentan, en un gesto fundacional, la postulación de un Brasil sólo
naturaleza, comienzo de nacionalidad que debe —de todos modos— aparentar
haber estado siempre allí, los argentinos persiguen la imagen de una
civilización asociada a los espacios urbanos que les permita desfundar la
Argentina sólo naturaleza.
Esas dos modalidades del romanticismo pueden ser pensadas en la
actividad intelectual que Mármol desarrolla en Río de Janeiro.
Mármol no es un viajero de paso, sino un huésped que puede y quiere
comprender la gramática social y decodificar el sistema que percibe (CP, p.
389). Pero tal vez sea su calidad de viajero la que le permite insertarse en el
campo intelectual brasileño y publicar en órganos de un romanticismo que está
pensando en la constitución de una literatura y una identidad nacionales.
Mármol le sirve al proyecto romántico brasileño. Mientras el romántico
argentino está ensayando una teoría política para el país que lo hospeda,
ofreciéndole —en las entregas sobre la Juventude progressista do Rio de
Janeiro— un modelo teórico para desarrollar una acción política de
emancipación respecto de la forma monárquica, el movimiento romántico
brasileño usa sus escritos según los mandatos de su propia teoría de la
constitución de una nación: el exiliado argentino entra como viajero extranjero
en las necesidades del movimiento romántico brasileño. De ahí la posibilidad
de que publique algunos Fragmentos da minha carteira de viagem55.
Si el Brasil busca su origen en el Brasil sólo naturaleza, el argentino
maravillado les sirve. Pero si bien la naturaleza tropical y su desborde sirven a
un proyecto brasileño de constitución de nación y le permiten también al
extranjero pensar en la contraposición de esa naturaleza con el paisaje de la
propia patria, los argentinos harán un movimiento opuesto al del Imperio. El
lugar de la utopía argentina es la asimilación, la neutralización de todo
desborde de la naturaleza, que debe ser ordenada inteligentemente por la
ciudad civilizada. Es por eso que los exiliados argentinos necesitan rechazar de
plano la posibilidad de postular una Argentina sólo naturaleza, porque ésa es la
barbarie de los campos, la Argentina bárbara de Rosas.
55
También en el Ostensor Brasileiro, números 25, 27, 28. En ellos, se explaya sobre la naturaleza tropical
que mira con ojos extranjeros-, para reflexionar acerca del genio americano, que no está a la altura de aquélla: sobre
las mujeres y la moral moderna, la poesía, las ideas y el exilio.
60
BUENOS AIRES, CARTOGRAFÍA PUNZÓ:
Claudia Torre
56
La estructura virreinal de la ciudad tiene vigencia en la primera mitad del siglo XIX. La novela provee de
información al lector acerca de la autorización que en 1776 otorga Carlos III al Virrey Ceballos para que funde las
capitanías. De esta manera esta estructura dieciochesca permanece en la ciudad de Buenos Aires.
61
racional, puede convertirse en una grilla en cuyos ángulos se instalan las
pasiones políticas, los conflictos económicos, sociales y amorosos.
Mármol despliega en su novela este mapa virreinal, lo puebla de
ficciones históricas, hace de la ciudad de Buenos Aires el espacio de su
tragedia y de su proclama. Buenos Aires está invadida, sus calles han sido
amenazadas, su noche es la noche del terror. La delación, el miedo, la muerte,
el fuego de la pasión punzó, la vuelven intransitable. Aun así, el narrador
Mármol la recorre. Estar dentro de la ciudad: condición para que la ciudad
pueda ser narrada. Mapa que se mira desde adentro. Ópticas. En el Facundo,
Sarmiento presenta el despliegue urbanístico como un abajo que es observado.
En Amalia es un adentro. Los mapas de los relatos de la literatura argentina del
siglo XIX permiten reconstruir un lugar de narración.
El "paseo" por entre las calles de la ciudad de Buenos Aires invita al
lector a formar parte de sus diversos itinerarios. Entramos en la ciudad, no la
podernos mirar desde arriba. Caminamos como lectores esas mismas calles y
experimentamos las sensaciones que tienen esos mismos personajes.
Aterrorizados como Cándido, desenvueltos como Daniel, determinantes como
María Josefa, fugaces como Amalia. También podemos salir de la ciudad, en
forma fallida como Eduardo por las barrancas del parque Lezama o en forma
operativa como Daniel en la costa negra del Río de la Plata. El texto exhibe —
detallando estos itinerarios— sus técnicas, porque el tránsito de los personajes
a través de una ciudad sitiada es uno de sus mejores instrumentos cuando se
trata de crear suspenso folletinesco.
Proliferan los verbos de movimiento que invitan a un paseo —aunque no
siempre grato— por la ciudad, y la precisión descriptiva dibuja con certeza los
caminos: Daniel Bello va por la calle del Restaurador, dobla a la izquierda,
sigue por la calle Larga, etcétera. Sin embargo, a medida que la novela avanza,
este detallismo descriptivo se esfuma. El lector ya la conoce, la camina y la
habita, como la conocen, la caminan y la habitan sus personajes.
Si re-construimos el plano que Mármol despliega en Amalia57 podríamos
observar una concentración de lugares clave en un perímetro de siete cuadras
a la redonda. Lugares clave tanto para la ciudad de Buenos Aires en 1840
como para la ficción de Mármol. En ese espacio se encuentran el fuerte; las
iglesias de San Francisco, San Ignacio y Santo Domingo; el mercado; las casas
de Florencia Dupasquier, el cónsul americano, Mercedes Rosas, Felipe Arana,
Diego Alcorta, María Josefa Ezcurra, Daniel Bello y el mismo Juan Manuel de
Rosas. ¿Qué significa esta concentración urbanística? Esta ciudad que está
dentro de otra parece ser el centro motor de la narratividad. En este perímetro
se toman las decisiones más importantes, se resuelven los destinos de los
habitantes y se entrama la tragedia de la novela. El espacio del terror necesitó
ser acotado, reducido a su mínima expresión. En unas pocas calles de una
ciudad muy pequeña se asiste a la tragedia, y en el centro mismo de la ciudad
la concentración de fuerzas da lugar a la trama.
La amenaza que en otras épocas estaba en el afuera de la ciudad se
instala en su propio centro.
Pero la novela también construye otros espacios alternativos hacia los
57
Horacio Campillo con asesoramiento cartográfico del arquitecto Luis Martín, diseñó el mapa de la ciudad
de Buenos Aires que se reconoce en Amalia. Publicado originalmente en la revista Todo es Historia, fue reproducido en
Capítulo. Historia de la Literatura Argentina: Nacimiento de la novela, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina,
1979.
62
cuales la ficción se traslada, tomando distancia del centro. Esta dinámica
abarca entonces toda la ciudad: la casa sola, al norte, en las Barrancas de San
Isidro; y la casa de Barracas donde vive Amalia, al sur.
Mármol coloca su personaje femenino en la lateralidad de este gran
centro neurálgico. Amalia elige vivir fuera del espacio al que pertenece por su
clase, lo que no la exime de gozar de los privilegios de esta lateralidad. Asiste
rara vez a eventos sociales, no frecuenta las iglesias del gobernador.
Permanece apartada y, en este sentido, libre. Su idílica casona de alabastros y
jazmines frescos la preserva de la suciedad a que estaría expuesta de no
permanecer aislada. Su peinado francés no se expone a la brea con que los
"salvajes" incrustaban moños punzó a las unitarias, según relata cierta
tradición.
La narración desde los márgenes del centro urbano intenta describir el
espacio de la utopía de la resistencia; desarticular el poder concentrado de la
tiranía rosista. Pero, muy a su pesar, este lugar de narración se convierte en un
espacio perfecto para mostrar la operatividad sangrienta de este poder. Esto
es: su efectividad, no su desarticulación.
La novela comienza en el sur. La trampa de Merlo se produce cerca de
la casa de Barracas. Este es también el sitio de la conspiración. Ambas casas
de Amalia, el sitio de la emboscada y el sitio de la conspiración enmarcan sus
espacios y permiten la producción de tránsitos, encuentros felices y trampas
fatales. Por debajo, la ciudad de Buenos Aires ofrece un campo minado, una
cartografía capaz de contener las historias y la Historia.
Uno de los primeros itinerarios a través de la ciudad que la novela pone
en escena es el de Diego Alcorta, Daniel Bello y el criado Fermín, quienes
luego de poner a salvo a Eduardo Belgrano en la casa de Amalia se dirigen por
la calle Larga al centro de la ciudad para organizar la estrategia que mantendrá
a Eduardo fuera de toda sospecha oficial. Eduardo no ha podido emigrar y será
buscado por las fuerzas de la ley. Pero tiene amigos.
63
bloqueada también por el enemigo, va encontrando sus formas de expresión
política.
Cuando Rosas asume el poder de Buenos Aires, representa en la ciudad
los intereses de la campaña; es un hombre de campo, cuyos aliados no son las
fuerzas unitarias de Buenos Aires sino la gente del interior. De esta manera, la
ciudad de Buenos Aires y la campaña, conforman un mismo espacio sin cerco.
Montevideo es la otra ciudad. La que mira del otro lado del rio. En el
texto funcionan dos imágenes, que se definen a partir del viaje de Daniel.
Por un lado, una ciudad que podía asilar y contener a la emigración y ser
el foco concreto de la conspiración triunfadora. Ciudad que luchaba contra
Rosas.
Pero esta imagen se desdibuja totalmente cuando, después del viaje
que Daniel realiza, se descubre casi otra Buenos Aires, es decir: una ciudad
debilitada por el poder de Rosas.
Montevideo se construye y se descontruye con este viajero nocturno,
fugaz y pragmático. Su viaje contribuye a reconocer cuan cercada está la
ciudad de Buenos Aires. Las posibles salidas se cierran: el río, la campaña, la
ciudad de la resistencia.
Como un "anfiteatro", la "parte septentrional del Plata" quiere ser vista
por Daniel como "un solo cuerpo con una sola alma política para la guerra a
Rosas" (I, p. 281).
A las múltiples decepciones que desalientan las expectativas de Bello se
le agrega la de que los emigrados que se radican en Montevideo no tienen
estrategias políticas.
Montevideo se resuelve entonces como el espacio de la ensoñación del
emigrado, donde son posibles "la ilusión", "la esperanza" y aun las "creaciones
fantásticas". Esta otra ciudad contribuye a presentar una Buenos Aires inmóvil.
Cuando miradas ajenas ven la orilla del Plata, el registro es distinto. Los
barcos que llegan al puerto transportan viajeros que han escrito sus
impresiones de Buenos Aires. Del barco a la costa, estos viajeros debían ir a
nado, a pie o en alguna carreta precaria o lanchón. Junto con las mercaderías
tocaban tierra. Ingleses en su mayoría, eran diplomáticos o comerciantes, y su
registro ante esta precariedad que el viaje les depara es de rechazo y espanto.
Los diarios de viaje, escritos entre 1820 y 1840, muestran una aldea
rural. La modificación urbanística y arquitectónica que va a afrancesar la ciudad
tendrá lugar sólo en los años 80 con los diseños franceses que Torcuato de
Alvear propone para remodelarla. Para entonces, el proyecto liberal en curso
se hará visible en la fisonomía urbana. Pero en el período rosista los viajeros
64
describen una ciudad donde lo predominante es el elemento colonial.
59
John Miers (Londres, 1789- Kensington, 1879) dedicó su vida a ¡a labor científica y vino a Sudamérica,
entre 1819 y 1824, con el propósito de hacer fortuna instalando en Chile una empresa de cobre. En 1826, publicó en
Londres Travels in Chile and La Plata. John Miers, Viaje al Plata, 1819-1824, Buenos Aires, Solar-Hachette, 1968.
60
El Capitán Sir Francis Bond Head fue nombrado en 1825 gerente en la Argentina de la Río de la Plata Mining
Company para explotar la riqueza del cerro Famatina en minerales preciosos. En 1826 retomó a Inglaterra habiendo
fracasado la empresa, y ese mismo año publicó Rough Notes Taken During Some Rapid Journeys Across the Pampas
and Among the Andes. Francis Bond Mead, Las Pampas y los Andes, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986.
65
Sus cúpulas y torres y las pesadas masas de edificación le dan aspecto
imponente pero algo sombrío. Inmensas pilas de ladrillo pardo oscuro, con
poca variedad, pesadas y tristes, demostraban que no había surgido bajo el
patronato de la libertad. Comparada con Filadelfia o Nueva York es una vasta
masa de ladrillos apilados sin gusto, elegancia y variedad. [...] Todo tiene
aspecto de una vasta fortificación (Brackenridge, 1, p. 215)61.
La blanca luz de esa beldad pudorosa de los cielos que asoma tierna y
sonrosada en ellos para anunciar la venida del poderoso rey de la Naturaleza,
no podía secar, con el tiernísimo rayo de sus ojos, la sangre inocente que
manchaba la orilla esmaltada de ese río, de cuyas ondas se levantaba,
cubierto con su velo de rosas, su bellísima frente de jazmines. Pero argenteaba
con él las torres y los capiteles de esa ciudad a quien tos poetas han llamado
"La Emperatriz del Plata" o la "Atenas" o la "Roma del Nuevo Mundo" (I, p. 98).
Todo menos el hombre iba a armonizarse allí con ese lazo etéreo entre
la naturaleza y su creador que se llama la luz. Los arrogantes potros de
nuestra pampa sacudirían en aquel momento su altanera cabeza, haciendo
estremecer la soledad con su relincho salvaje. Nuestros pájaros meridionales,
menos brillantes que los del trópico pero más poderosos unos y más tiernos
otros, saltarían desde el nido a la copa de nuestros viejos ombúes o de
nuestros erizados espinillos a saludar los albores primitivos del día, y nuestras
humildes margaritas, perdidas entre el fredo y entre la alfalfa esmaltada con las
gotas nevosas de la noche, empezarían a abrir sus blancas, punzoes y
amarillas hojas para tener el gusto, como la virtud de contemplarse a sí
mismas a la luz del cielo porque la luz de la tierra no alcanza ni a las unas ni a
las otras. Toda la naturaleza sí, menos el hombre. Porque llegado era el
momento en que la luz del sol no servía en la infeliz Buenos Aires sino para
hacer más visible la lóbrega y terrible noche de su vida.
66
de un registro realista. Aquí sí Buenos Aires es un locus amoenus en el sentido
clásico: un lugar paradisíaco. Tan bello, tan bello, cuanto más horrible es la
sangre negra y maldita de la tiranía que, por contraste, se intenta describir.
Lo feo, lo vulgar, invadirá este paraíso celestial.
La ciudad roja
67
en correspondencia, adquiere un valor único: puede convertirse en el último
refugio. La casa de Amalia es la ciudad de Amalia, y la ciudad es una nada
informe, desafiante y amenazadora. El punzó ha aniquilado el mundo exterior.
Y su próxima tarea es el interior. El alabastro y el oro de la casa de Amalia, sus
lienzos finos de París son empapados por la sangre, la transpiración y la
muerte.
La casa y la ciudad dejan de funcionar como el lugar del acuerdo. Ahora
todo está cerrado, vigilado, acotado. Los sirvientes delatan a la élite a la que
prestan servicios. Espacialmente, una conspiración sólo puede pensarse cerca
de donde hubo un fracaso. El trazo de esta trama cartográfica cierra su círculo.
68
ESTRATEGIAS
Pablo Ansolabehere
José Hernández,
La vuelta de Martín Fierro
69
desde el título. Luego, la lectura de este extenso diálogo corrobora las
sospechas: tampoco hay rastros de escritura contra tirano alguno.
Este engaño deliberado permite postular que Paulino Lucero comienza
dos veces o, mejor dicho, que realmente comienza con su segundo poema, "El
truquiflor", porque recién allí responde a lo que el título anuncia, porqué es en
"El truquiflor" donde Ascasubi muestra su juego.
En este sentido, el "Diálogo" de 1833 funcionaría como otro prólogo a
los demás poemas, como un elemento más de ese marco múltiple que rodea y
caracteriza a las composiciones de Ascasubi. Este primer poema es una carta
de presentación que va hacia atrás y se proyecta hacia adelante. Atrás, porque
nos dice que se continúa un género que hoy denominamos gauchesco.
Ascasubi se inicia en la gauchesca en el punto exacto donde Bartolomé
Hidalgo —su declarado antecesor— dejó de cantar. Ascasubi elige para su
primer poema la misma situación que eligió Hidalgo para los gauchos de su
último texto conocido: la "Relación que hace el gaucho Ramón Contreras a
Jacinto Chano de todo lo que vio en las fiestas Mayas de Buenos Aires, en el
año 1822". Básicamente, el relato de un gaucho a otro sobre su visita a la
ciudad. Y se proyecta hacia adelante, en primer lugar y como lo señala
Josefina Ludmer63, porque integra una serie que culmina con el Fausto de
Estanislao del Campo —a su vez declarado continuador de Ascasubi. Pero
también va hacia adelante porque en ese primer poema Ascasubi apela a un
término que usará a lo largo del volumen en la lucha verbal entablada con sus
contrincantes y que derivará en la aparición de una figura con inflexiones
propias: el gaucho liberal.
El Tono
63
Josefina Ludmer. El género gauchesco. Un tratado sobre la patria, Buenos Aires, Sudamericana, 1988.
64
) Jorge Luis Borges, "La poesía gauchesca", en Discusión, Obras Completas, Buenos Aires, Emecé,
1984, p. 184.
70
La guerra
El juego
66
Ezequiel Martínez Estrada, La cabeza de Goliat, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1968.
67
Jorge Luis Borges, Evaristo Carriego. Obras Completas, Buenos Aires, Emecé, 1981, p.76.
71
la gauchesca de cierto aire vernáculo, de una sabiduría criolla que se presenta
como capaz de vencer el azar. La participación de la mentira como parte
esencial del juego (la posibilidad de ganar puntos, o de no perderlos, gracias al
engaño) sustenta el ideal de todo jugador de truco: que con la habilidad se
puede superar la adversidad de una mala partida. Ser buen jugador de truco
consiste en poder ganar aunque el azar distribuya un mal juego. Esta
convicción guía el desarrollo de "El truquiflor".
Este poema narra un enfrentamiento entre las fuerzas del ejército del
general Fructuoso Rivera y los invasores entrerrianos de! ejército de Pascual
Echagüe a las órdenes de Rosas. "El truquiflor" es una carta que, desde el
frente, envía al periódico El gaucho en campaña un gaucho-soldado del ejército
de Rivera, que resulta vencedor. Allí se narra la táctica para vencer al enemigo,
que no es otra que la del truco: hacerle el entre al rival, darle confianza
dejándolo creer que ganará fácilmente para, en el momento justo, comenzar a
querer sus lances y luego retrucárselos, hasta obligarlo a irse a barajas.
También hay, por supuesto, algo por lo que se juega: "los orientales... (por) la
libertá y la fama"; y el ejército invasor por "la esclavitud y el sostén de esos
tiranos" (p. 46).
Se despliegan dos saberes complementarios: por un lado, el de saber
engañar al rival, el de hacerlo entrar para rematarlo; y por otro, el saber de
semblantear al enemigo, el de adivinar la línea de juego rival. El gaucho
jugador de Ascasubi descubre que su rival miente mal, que no sabe ocultar la
mentira. Denuncia la falta de sustento entre lo que se dice tener y lo que se
tiene. El buen jugador de truco miente, pero debe saber hacerlo. Por eso,
cuando en "El truquiflor" los invasores cantan "retruco", antes de despacharles
el "vale cuatro" los gauchos orientales exclaman "Óigale a los embusteros" (p.
47). Y por lo mismo, "Retruco a Rosas", otro de los poemas del Paulino Lucero,
comienza así: "Gaucho embustero, mentís" (p. 103). La indignación por la
mentira (reacción fuera de lugar en el contexto del truco) se justifica al tomar la
forma de una denuncia pública del juego que practica Rosas. La guerra de la
que participa Paulino Lucero es, como el truco, de carácter verbal. Es una
guerra por el sentido y contra la versión rosista de los hechos. Es una lucha de
cartas también por eso en este mismo poema agrega dirigiéndose a Rosas:
Ya tu carta es conocida,
y en todas partes sabida
la aflición en que te hallás (p. 103).
72
El rival
"Los misterios del Paraná", otro de los poemas del libro, describe el
conocido combate de la Vuelta de Obligado. Se trata también de una carta,
pero, en este caso, la de un gaucho del vencido ejército defensor (y en trance
de pasarse al bando antirrosista) que le escribe a su mujer contándole lo
ocurrido. Aquí no se describe el enfrentamiento como si fuera un partido de
truco (el carácter foráneo de los rivales—la escuadra anglofrancesa— lo
tornaría inverosímil). Pero sí participa este poema de la lógica del retruque, de
la guerra de los sentidos. En este texto Ascasubi ensaya una complicada
maniobra con la que intenta resolver varias cuestiones a la vez. Primero,
contrarrestar la versión de la defensa heroica en el Combate de Obligado.
Luego, derribar la imagen de Rosas como "héroe del continente" (p. 194), como
gran defensor de la causa americana frente a la agresión de las fuerzas
extranjeras y sus aliados apátridas. Y por último, justificar la alianza del frente
antirrosista entre los gauchos orientales, sus jefes militares, los "dotores"
exiliados, los puebleros, los correntinos, los paraguayos y las fuerzas de
Inglaterra y Francia.
La descripción inicial del combate (que termina apenas comenzado)
disipa todo halo de heroísmo. Lo llamativo es que la derrota no llega como
resultado de la falta de pericia o valor de sus defensores. La derrota surge
como la consecuencia necesaria de una errónea elección ideológica. Los
extranjeros vencen (nos dice el poema) por la superioridad tecnológica de sus
naves. Y el motivo de esa superioridad es que sus dueños son los principales
sostenedores y ejecutores del sistema liberal.
Cuando Ascasubi aplica el adjetivo liberal a sus gauchos no reduce su
significación a la liberalidad, ni tampoco a su lucha por la libertad, sino que
apunta, sobre todo, a su carga ideológica. Y es esa ideología —el liberalismo—
la que permite la alianza contra Rosas. En el diálogo titulado "Los payadores"
puede leerse:
73
Y en "El gaucho Jacinto Cielo":
68
El alcance del término "ideología" ha sido objeto de numerosos debates. Aquí se usa "ideología" para
designar determinados aparatos doctrinarios que proponen un sistema de organización política, económica y legal que
excede los límites de un territorio o nación en especial, como por ejemplo el liberalismo o el marxismo. En este sentido
el nacionalismo o el patriotismo —construcciones tan "ideológicos" desde otra perspectiva, como el liberalismo— son
diferentes, porque encuentran su razón de ser en la defensa de los intereses de la nación, sin que esto implique una
uniforme concepción sobre la organización política, económica o legal de un país. Sobre el tema del nacionalismo y su
carácter "no ideológico" puede consultarse el libro de Benedict Anderson Comunidades imaginadas (México, Fondo de
Cultura Económica, 1993).
74
4. inmigración para poblar el desierto:
De consiguiente vendrán
a levantar poblaciones
gentes de todas naciones,
que sus familias trairán,
y sé desparramarán
por los campos y ciudades;
y hasta en las inmensidades
de costas del Paraná
dentro de poco no habrá
disiertos ni soledades (p. 202).
Que este poema sea de fines de 1845 nos tienta a ver, detrás de la voz
de ese cura que trata de introducir al gaucho en los principios del liberalismo, la
voz de Sarmiento. Ese mismo año, este otro exiliado ilustre publicó su libro más
famoso, Facundo, que, como los poemas de Ascasubi, también participó de
ese retruque verbal contra Rosas. Si no fuera porque sabemos que Sarmiento
no insistió en la poesía, no resultaría descabellado atribuirle la invención de la
décima que sigue y con la que el cura cierra su discurso:
75
a ese clamor general,
voluntario, liberal,
de todo el pueblo argentino,
ábrale cancha a un destino
¡altamente federal! (p. 442).
76
EL ÁNGEL Y EL DIABLO:
Alejandra Laera
Fundar una literatura nacional desde el exilio, pero con y por la urgencia
de los acontecimientos políticos, define gran parte de la producción argentina
del período: en ella, la productividad literaria no suprime los obstáculos sino
que los supone. La compleja relación a través de la cual la literatura se imbrica
con la política incide en la escritura y en sus condiciones de producción,
propiciando una literatura político-testimonial que toma formas diversas, desde
el ensayo a las escasas tentativas ficcionales. Las consecuencias de esta
particular circunstancia enunciativa son previstas por Sarmiento en la misma
advertencia al lector, cuando agrega que
77
evidente no sólo en las expectativas que Sarmiento deposita en el Facundo
sino que se verifica también en los prólogos o comentarios que otros escritores
hacen a sus libros. Por eso, cuando se desdeña cierta literatura del período con
el calificativo "panfletaria" no puede dejarse de lado que muchos de estos
escritores entrevén para sus textos una proyección literaria70. El gesto de
Sarmiento, por ejemplo, lo ampara de las eventuales críticas al tiempo que
advierte sobre las "pretensiones literarias de su obra". En el otro extremo y en
un gesto tardío, leemos el "Prólogo" de Hilario Ascasubi cuando en 1872, veinte
años después de terminar el ciclo del Paulino Lucero, publica en París sus
obras completas:
Sin haber podido formar conciencia del mérito real y positivo de mis
producciones, lejos de haber tenido en vista antes de ahora poner en un solo
cuerpo las que contiene este libro, he temido por el contrario el exponerlas
como en un cuadro sobre el cual el público pudiere juzgar de ellas, fuera de la
escena en que me fueron inspiradas; circunstancia que tanto contribuye a
realzar el mérito de toda producción literaria (destacados míos) 71.
71
Es preciso recordar el tipo de circulación (folletos, hojas periódicas) que habían tenido los poemas de
Ascasubi entre los defensores de Montevideo durante, el sitio a la ciudad por parte de Oribe, aliado de Rosas. Ver
Hilario Ascasubi, Paulino Lucero, Buenos Aires, Estrada, 1945.
72
"Echeverría y el lugar de la ficción", La Argentina en pedazos. Buenos Aires, Ediciones de la Urraca, 1993.
78
aparecía como antagónica con un uso político de la literatura". La publicación
de Amalia en 1851 discute ese supuesto desvío.
II
esperada por tanto tiempo con general interés, el lector no hallará nada
de nuevo (fuera de los ocho capítulos finales) [...] pues el autor ha preferido, a
poner una línea más, cortar, por el contrario, algunos pasajes que pudieran
parecer demasiado agrios en una época tan diferente de aquella en que
comenzóse la publicación de esta novela75.
La conformación de un nuevo espacio que permite la publicación íntegra
de la obra está acotada por un nuevo contexto enunciativo que redefine la
73
La precaución de Mármol estaba justificada. Hay un lector que lee de la misma manera que el autor y que
no parece el lector tipo de los folletines como el que había hecho el reclamo a La Semana. Se trata de Lucio V
Mansilla. El capítulo "500 onzas" narra un episodio de estafa que compromete seriamente a su padre. Debido a eso,
Mansilla tiene una disputa pública con Mármol por defender el buen nombre de la familia cuestionado en ese capítulo
de la novela.
74
El pasaje de folletín a libro repite un circuito frecuente en el siglo pasado para las novelas, que primero aparecían
por entregas en los periódicos y más tarde se editaban en volumen. Además, acá el libro también remite a un circuito
cerrado y completo —el de la ficción—, que se opone al abierto y sucesivo del periódico.
75
José Mármol, Amalia, edición crítica y anotada a cargo de Beatriz Curia (Directora), Mendoza, Centro de Edición y
Crítica Textual, 1989, p. 51.
79
relación literatura-política desde afuera hacia adentro, condicionando la
escritura de la novela bajo la forma de la autocensura 76.
III
76
) Otro efecto de la política sobre la literatura incide directamente en la condición de escritor de Mármol: abandona
sus proyectos literarios una vez perdida la motivación antirrosista. De ahí que declare un tiempo después que, sin el
incentivo de la lucha política, no puede seguir escribiendo.
77
En su Historia de la literatura argentina, Ricardo Rojas menciona varias novelas del período en los volúmenes
correspondientes a Los proscriptos, integrándolas como exponentes "menores" dentro de la producción de sus autores.
78
Con el mismo criterio, Miguel Cané (p) subtituló a su novela Esther como "simple narración".
80
la vida en acción pero explicada y analizada, es decir, la vida sujeta a la
lógica. Es un espejo fiel en que el hombre se contempla tal cual es con sus
vicios y virtudes, y cuya vista despierta por lo general profundas meditaciones
o saludables escarmientos.
IV
81
Por otro lado, el porvenir es una construcción témporo-espacial que
ancla en la imaginación de los exiliados rioplatenses. Mármol presupone la
caída del régimen rosista en ese futuro y el advenimiento de la nación
imaginada, dentro de la cual su obra está "destinada a ser leída como todo lo
que se escriba, bueno o malo, relativo a la época dramática de la dictadura
argentina, por las generaciones venideras". En el futuro, lo estético se imprime
sobre lo político, resignificándolo. La operación estética de la ficción calculada
transforma la política en historia, captura el presente y lo cristaliza en la
escritura como pasado: la conjura del presente preserva a la novela del paso
del tiempo.
Este recurso, a la vez que señala la imposibilidad de que Amalia pueda
leerse como una novela histórica, advierte que así podría leerse si esa ficción
calculada fuera una distancia temporal efectiva. La preocupación por narrar
como historia los hechos contemporáneos y ya no los pasados se da, en
Europa y especialmente en Francia, con la novela realista balzaciana. De
hecho, la de Mármol es una observación similar a la que se desprende del
"Prólogo" a la Comedia humana80. Para Balzac, lo que se vive como historia es
el presente. Por eso, en el mismo punto en que el escritor se acerca a la
concepción de novela histórica plasmada por Walter Scott se distancia de ella.
Y, si bien no se trata de buscar influencias donde parece no haberlas ni de
plantear un realismo avant la lettre, una lectura sincrónica de la novela (en
contraposición con la lectura diacrónica de las influencias, de las filiaciones,
según la cual Amalia sería sí una novela romántica a la manera de las de Víctor
Hugo o Eugène Sue) permite establecer nuevas relaciones y pensar desde otra
perspectiva las estrategias de Mármol a la hora de escribir su texto.
La voluntad historicista y sociológica del romanticismo encuentra en la
complejidad de la época rosista una apropiada materia narrativa a la vez que
su principal escollo: no hay tratamiento épico o heroico posible ya que se trata
de una historia que debe ser impugnada. Por eso, es en la ficción donde
predomina el ideal romántico que quiere —aunque no puede— conjurar el
acontecer, histórico. Precisamente, el hecho de que Amalia sea una novela
política hace que la estética romántica esté socavada por un tono realista en la
descripción del contexto político y también —por la contaminación inevitable
que hace a la función propagandística— en algunas escenas que sólo
desvirtuadas en su idealización pueden exhibir los horrores del régimen rosista.
La mezcla entre lo sublime y lo grotesco postulada por Víctor Hugo
como principio romántico —y sus vinculaciones con lo trágico y lo cómico de la
literatura anterior— no alcanza para representar eficazmente
(propagandísticamente) la realidad rioplatense. Lo grotesco, que rodea tanto a
los protagonistas de la ficción (don Cándido, doña Marcelina) como a los
personajes históricos (el padre Viguá y aun doña María Josefa Ezcurra) no
sirve para presentar a Rosas: la arista cómica anularía su peligrosidad.
Despojada de lo grotesco, la representación seria de la política (cuyo rival
"sublime" es la ficción amorosa) asume matices realistas. Así, el tono realista
que se impone en algunos pasajes del texto es más la consecuencia de
80
Mármol anunció en La Semana una trilogía histórica del gobierno rosista, que estaría formada por Amalia y
otras dos novelas que nunca aparecieron cuyos títulos serían La Agustina y Noches de Palermo. También en el
prefacio a la edición de Amalia del 55 se anunciaba el plan de otras novelas sobre "el gran cuadro de los
acontecimientos políticos en los últimos doce años de la dictadura". Este plan frustrado nos evoca el proyecto
balzaciano que quiere dar una visión totalizadora de la sociedad de su época.
82
sustraerse a los riesgos de una formulación convencionalmente romántica que
una búsqueda en sí misma81.
Con una perspectiva que deja explícitamente de lado el trabajo con los
géneros, David Viñas alude al conflicto alrededor del romanticismo cuando dice
que en Amalia la mirada romántica ya no es integradora, sino antinómica 82.
Viñas se refiere al allá y al aquí, a lo idealizado y a lo impugnado. Es posible,
sin embargo, pensar esta cuestión en otra dirección. En principio, la tensión
más que la antinomia. Si la mezcla se convierte en pura oposición, el abandono
del principio romántico es inevitable; porque la mezcla (integración, dice Viñas)
no es una consecuencia sino un postulado. Al mismo tiempo, no se trata en la
novela sólo de antinomias: los contactos y pasajes —claramente conflictivos—
dan lugar a una tensión entre ambos polos que, en su forcejeo, aunque no se
integran se contaminan. Es decir: ¿cómo ese realismo "elemental" va
socavando el idealismo romántico de la novela?, ¿cómo la política se impone
como condicionadora de ese idealismo?
El reducto romántico, en la novela, es sobre todo la ficción amorosa. En
los interiores de la casa de Amalia, donde transcurre la historia de amor, la
idealización envuelve a sus habitantes, a los objetos, a las situaciones 83. En la
casa de Rosas, en cambio, el zaguán donde yacen indios y gauchos nos indica
que en ese lugar el ideal es un imposible. Mientras las esferas del "aquí" y el
"allá" —o de la historia y de la ficción en tanto principios que rigen cada zona—
se mantienen separadas, el conflicto estético se da por antinomia; pero en
cuanto se produce una intrusión, la irrupción de una zona en la otra, la tensión
se instala en el texto.
La irrupción de una estética que contradice el ideal romántico de belleza
se produce, por ejemplo, en la descripción de Agustina Rozas. "Belleza federal"
dice de ella la unitaria señora de N. en la escena del baile, confrontándola con
el paradigma estético de la época. Explica el narrador:
82
Ver "Mármol: los dos ojos del romanticismo". Literatura argentina y realidad política, Buenos Aires, Centro
Editor de América Latina, 1982. John Brushwood retoma algunas de las consideraciones de Viñas, fundamentalmente
la cuestión del binarismo que estructura la novela, pero no se detiene en su observación del realismo "elemental" y
entiende el romanticismo como juego de polaridades (urbano vs. rústico, refinamiento vs. vulgaridad, europeo vs.
americano); para el análisis, deja de lado el aspecto histórico de la novela y trabaja exclusivamente su aspecto ficcional
(en la acción, la descripción, los caracteres, etc.), lo que supone—en este nivel— una dicotomía metodológica ("El
enfoque en la acción", en La barbarie elegante, México, Fondo de Cultura Económica, 1988).
83
El texto romántico inaugura la historia de amor de la novela: cuando Daniel llega con Eduardo herido a la casa de
Amalia, ella está leyendo las Meditaciones de Lamartine. Otra escena: Eduardo traduce para Amalia el Manfredo de
Byron. Amalia lo escucha "enajenada, más por la voz que llegaba hasta su corazón, que por los bellos raptos de la
imaginación del poeta" y "Eduardo levantaba su cabeza a buscar, en los ojos de Amalia, un raudal mayor de poesía
que el que brotaban de los pensamientos del águila de tos poetas del siglo XIX". La pareja Amalia-Eduardo hiperboliza
el ideal romántico. Como dice el narrador. "Ella y él representaban allí el cuadro vivo y acabado de la felicidad más
completa" (1, p. 331; destacado mío).
83
poético del siglo XIX: había en ella demasiada bizarría de formas, puede
decirse, y muy pocas de esas líneas sentimentales, de esos perfiles
indefinibles, de esa expresión vaga y dulce, tierna y espiritual que forma el tipo
de la fisonomía propiamente bella en nuestro siglo, en que el espíritu y el
sentimiento campean tanto en las condiciones del gusto y el arte [I, p. 216;
destacados míos).
VI
85
Es notoria la ausencia de narraciones de batallas en Amalia: todo lo que se sabe de ellas es por medio de partes, de
noticias, de rumores que llegan a la ciudad (espacio privilegiado de la estética realista). Hay que considerar en esta
misma línea los capítulos que transcurren en el campamento de Santos Lugares.
86
Disiento, en este sentido, con la afirmación generalmente aceptada de que Daniel Bello es el típico héroe romántico.
Tanto las observaciones que hago respecto de la confrontación entre las lecturas y los modelos de los personajes
como entre sus caracterizaciones apuntan a fundamentar mi divergencia.
84
que en ciertas cosas tenía tanto juicio como tú"; pero Daniel no responde
"Byron" sino que asegura que es Voltaire y, ante la negativa, arriesga
"Rousseau"; b) cuando se produce una discusión sobre literatura en la casa de
Amalia, Daniel rehúsa la identificación con Byron que quiere adjudicarle
Eduardo. Los imaginarios de ambos personajes son diferentes: mientras en
Eduardo se trata del imaginario romántico convencional, en Daniel está
operando la herencia iluminista.
La novela comienza con Eduardo Belgrano protagonizando una escena
de acción en la cual, tras la lucha, está a punto de morir en manos del
enemigo. La llegada de Daniel cumple dos funciones complementarias:
posibilita la salvación provisoria de su amigo a la vez que lo condena
textualmente a un lugar secundario. Al salvarlo, Daniel desplaza a Eduardo del
protagonismo político y lo relega a la historia de amor. El personaje romántico
—y su estrategia— resulta insuficiente como contrincante del personaje
histórico (Rosas), y por eso está recluido en la historia de amor, que transcurre
en un espacio cerrado (el interior). Eduardo no salva su cuerpo en el exilio (ya
imposible) sino en el frágil refugio de la casa de Amalia.
La "herida oficial" en el muslo de Eduardo puede leerse, entonces, como
metáfora textual. La realidad política marca el idealismo romántico del
personaje unitario. Mármol conjura la inviabilidad de ciertas tácticas de
oposición al rosismo modificando una opción estética del romanticismo y
construyendo el personaje de Daniel como el protagonista que librará batalla
contra Rosas. El desplazamiento de Eduardo desde la zona política a la
amorosa se condensa en las palabras que le dirige Daniel antes de ir al baile
federal:
85
Eduardo está restringido a la zona de lo psicológico, de la meditación y la
interioridad; es un personaje que no puede actuar: los hechos lo atraviesan
como el puñal en el muslo88.
Ahora bien: al mismo tiempo, esa "herida oficial" es la que, al ceder paso
a la intriga amorosa, le permite a Amalia constituirse en protagonista. Como tal
y en tanto pareja de Eduardo, Amalia sigue el modelo de heroína romántica.
Aunque por momentos trate de desplazarse hacia una zona de riesgo —como
cuando le anuncia a Eduardo que lo seguiría al campo de batalla—, su lugar es
et interior doméstico, y su lógica, la de la fatalidad. Es decir, frente a la lógica
histórico-política de los acontecimientos se propone una interpretación
ahistórica, la explicación por lo fatal. Amalia interpreta fatalmente la rosa que se
cae de sus manos en la primera escena de amor con Eduardo o las
campanadas del reloj que ambos escuchan en su último encuentro. En tanto
único personaje preservado en su idealidad, Amalia no coloca el signo de lo
fatal en la política sino en su propia persona. Se trata de una fatalidad
individual.
Pero Daniel, equívocamente, en una situación crucial también interpreta
los signos de acuerdo con la fatalidad: su primera llegada tarde (por el atraso
del reloj) es para él un signo de que la suerte ya no está de su lado. A partir de
esa interpretación —que no sigue la lógica racionalista— las acciones
posteriores se desencadenarán fatalmente. Aunque a menudo la crítica ha
planteado a Daniel Bello como el doble invertido —según un eje moral— de
Juan Manuel de Rosas, en este punto se muestra que Daniel está atrasado
respecto del mismo Rosas: mientras uno sigue la lógica del reloj, el otro le hace
seguir al reloj su propia lógica. Los horarios federales son horarios
trastrocados: en la casa de Rosas se reciben visitas a la medianoche y se cena
a la madrugada.
VII
86
francés:
89
Véase Ricardo Piglia, "Notas sobre Facundo", Punto de vista, año 3, N" 8, marzo-junio 1980.
87
LA FICCIÓN DOCUMENTADA
Liliana Zuccotti
José Mármol90
91
Domingo Faustino Sarmiento, Campaña en el ejército grande, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica,
1950, p. 214.
88
Perú se me dirá, si usted no puede ser soldado ¿por qué no guerrillea
con la pluma? [...] porque hace mucho tiempo tengo la persuasión íntima que la
prensa nada puede, nada vale en la guerra contra Rosas, y que el plomo y las
lanzas sólo podrán dar la solución de la cuestión.
93
Campaña en el ejército grande, p. 61.
94
"Hablemos ahora del Ángel Caído. Sé que esta segunda parte, cuando se publique, sublevará censuras
de todo género, que en cada línea se encontrará una alusión maligna, una sátira... etc., nada me importa. (...) Ninguna
consideración me impedirá entrar de lleno, como lo he resuelto, en el fondo de nuestra sociabilidad... e! porvenir me
justificará". Epistolario del siglo XIX, p. 107.
89
reinstalar la virulencia del enfrentamiento entre rosistas y opositores pero,
sobre todo, lleva ese conflicto hacia el interior mismo del campo federal.
El escritor, aunque admite la existencia de una línea divisoria, un antes y
un después de la batalla de Caseros que marca su texto, protesta en defensa
de su novela: la finalidad política —"atacar a Rosas"— debe circunscribirse a la
publicación original. Tras la caída de Rosas, este objetivo queda extinguido y el
texto debe leerse, por su "trama" y su "faz literaria", como el exponente de una
naciente literatura nacional. Amalia —alega Mármol— excede su finalidad
política; impedir su publicación implica "despojar" a un escritor de sus mejores
páginas y a un país de su literatura95.
Mármol intenta un relevo: a la intención política durante la guerra le
sucede el mérito literario en tiempos "de paz", movimiento ilegible para quienes
le solicitan que suspenda la edición.
Objetivos políticos y literarios, más que alternar unos con otros, quedan
inscriptos, ambos, en el texto. Todavía en 1855 —cuando finalmente se
publique la primera versión completa— resultará imposible prescindir de la
perspectiva antirrosista de la novela y leerla como una inocua ficción de la
literatura americana.
96
"De la prensa periódica", en La Semana, Nº 1, 21 de abril de 1851.
97
José Mármol, "Sobre la suspensión de La Semana", N° 21, 6 de octubre de 1851
90
características y estos objetivos la difusión literaria? ¿Oasis en los bordes de la
escritura político-didáctica? ¿Seducción de un público a través de la ficción?
91
En este sentido, Amalia presenta una novedad para la literatura de los
proscriptos. Otros textos nombran a Rosas, despliegan una amplia imaginería
poética para aludir a su figura, incorporan su voz a través de documentos
oficiales, lo refieren a través de caudillos vicarios (Quiroga, Aldao). En la
gauchesca de Luis Pérez y en Amalia, en cambio, la literatura se apropia del
nombre del gobernador y trama un cuerpo, una voz, una personalidad ficcional
tras ese nombre.
En Amalia, luego de muchas precauciones, Rosas es presentado a los
lectores mientras interroga fastidiado a uno de sus escribientes: "Acabó Ud?",
"¿Bajo qué rótulo va usted a poner esto?", "Yo no he dispuesto eso, vuelva
usted a repetirlo", "¡Qué señor! A ver, diga usted fuerte para que no se le olvide
más: Comunicaciones de las provincias dominadas por los salvajes unitarios"
(I, pp. 54-56).
Estas intervenciones acuñan en la novela un rostro de Rosas: el de un
pedagogo que enseña a sus empleados la manera correcta de adjetivar al
enemigo. Rosas, como un maestro de escuela, somete al ejercicio de la
repetición a un escribiente aterrorizado que trastabilla, omite frases, se pierde
al recitar la lección. Rotular, hacerlo de un modo preciso, reiterar el rótulo
"salvaje" ante cada enemigo, constituye un eje centra] en esta primera
participación de Rosas.
Esta imagen inicial coloca al lector frente a uno de los mecanismos de
construcción del poder del gobernador. Más que la arbitrariedad pintoresca de
un hombre que somete a sus funcionarios a la repetición de adjetivos
convencionales y autorratificatorios, Mármol presenta a un Rosas en posesión
del poder y de su ciencia. Rosas conoce mientras sus enemigos ignoran, se
dice en la novela, vuelta de tuerca sobre la transitada oposición entre
ilustración y barbarie, fuerza y razón. Hay una razón, aunque perversa y
desviada, detrás de Rosas y hay también ignorancia entre sus opositores
ilustrados.
Este rasgo puede verse condensado en el diálogo entre Rosas y
Victorica. Victorica anuncia: "Mañana cumpliré las órdenes de Vuecelencia
relativas a la criada". Rosas lo corrige y le dice: "Yo no le he dado órdenes: yo
le he enseñado lo que no sabe" (I, p. 80).
La oposición enseñar vs. ordenar nos habla tanto de! personaje como de
su narrador. El Rosas de Mármol actualiza en la novela una serie de hipótesis
sobre los aciertos, los errores, las estrategias de aliados y enemigos de la
federación. Este Rosas que enseña —no ordena— delata una zona del plan de
la novela. El narrador, mediante distintos procedimientos, desplaza la función
política primaria del gobernador —dar órdenes— e instala su personaje como
aquel que imparte una lección a la que, también, asisten los lectores. Amalia, a
través de Rosas, desarrolla menos un panfleto que una ficción didáctica del
control y del enfrentamiento.
La identificación de los enemigos, el trato con los diplomáticos
extranjeros, la vigilancia personal sobre cada uno de los colaboradores, la
transformación de todo un pueblo en policía: éste es el temario, donde una
lógica férrea se reveía como soporte de las "facultades extraordinarias".
Rosas, como el hábil detective de un policial clásico (Amalia por
momentos promete transformarse en el primer relato policial de la literatura
argentina) interpreta, junto con Josefa Ezcurra, los signos de la realidad, asocia
lo insignificante a lo trascendente, los saberes domésticos con los políticos, la
92
chismografía de barrio con el informe oficial.
Pero además, cuando Rosas despliega su mirada sobre las filas de los
"unitarios", enuncia con inquietante suficiencia aquello que un sector de los
emigrados sólo puede manifestar con cautela para evitar una confrontación
extrema que pondría en riesgo las alianzas:
Los unitarios no han tenido hasta hoy, ni tendrán nunca, lo que les falta
para ser fuertes y poderosos, por más que sean muchos y con tan buen apoyo.
Tienen hombres de gran capacidad, tienen los mejores militares de la
República, pero les falta un centro de acción común: todos van a un mismo
punto pero todos marchan por distinto camino, y no llegarán nunca (I, p. 93).
93
encuentra nuestro pueblo, de una orden, de un grito, de un momento de mal
humor, se hace de un criado un enemigo poderoso y mortal"; "Hagamos
muchas cosas a la vez para ganar tiempo"; "aquí necesitamos no sólo valor,
sino también prudencia, y sobre todo, secreto"; "No dejes delante de ella
asomar el menor interés en conocer lo que deseas saber y harás que te revele
ella misma"; "Los tontos no deben conspirar".
La equívoca fascinación que provoca la figura perversa y sagaz de
Rosas sólo cede ante la mirada deslumbrada con que el narrador refiere las
artes maquiavélicas de Daniel: un personaje que, en medio de bromas, se
encuentra a sí mismo parecido a Voltaire, Rousseau y Napoleón.
El talento de Rosas para gobernar, reconocido —aunque vituperado—
en la novela, rivaliza con el que Daniel posee para aspirar a la toma del poder.
Aunque en sus fundamentos ambos tengan el mismo carácter maquiavélico, lo
que sobre el dictador emerge como estigma en Daniel se proyecta como una
ciencia legítima y meritoria.
Rosas y Daniel, investidos ambos de una ciencia infernal, despliegan
ante el lector no sólo el fundamento del gobierno rosista (la repetición en la
propaganda, el terror sobre el pueblo, la constitución de un estado policial),
sino también un arte de la actividad conspirativa, un balance de errores y
aciertos de los opositores.
Amalia erige en Rosas una ciencia infernal que Daniel expropia. Ciencia
equívoca porque, aunque se adjudica al enemigo, está operando en el proyecto
literario y periodístico del mismo Mármol.
Anacronismos y enigmas
94
lectores, es un fenómeno evanescente, cuyas huellas habría que buscar en el
cruce de distinto tipo de "coacciones": los efectos de sentido buscados por los
textos a través de dispositivos de enunciación y la organización de enunciados,
las formas en que los textos se presentan al lector, las convenciones de
interpretación propias de un tiempo o de una comunidad 99. La presentación de
la novela como parte literaria del periódico permite sugerir algunas hipótesis. Si
los lectores de las sucesivas ediciones de Amalia pueden dejarse ganar por
este suspenso sobre la historia para acompañar las vicisitudes de la llegada de
Lavalle —tanto como las peripecias de Daniel, Eduardo o Florencia—, en 1851
podemos imaginar otro tipo de abordaje de la novela. Los lectores reciben el
texto en el interior de un semanario, junto a las noticias, los artículos políticos,
los rumores y las expectativas generadas durante ese año alrededor del futuro
del gobierno rosista. Mientras la ficción persigue los ritmos del ejército de
Lavalle, los artículos del periódico exponen los pormenores del levantamiento
de Entre Ríos, la acción de Urquiza, los pasajes de los soldados rosistas al
ejército "patriota", la incorporación de Santa Fe a la alianza, el envío de tropas
desde la Banda Oriental, la liberación de Montevideo.
La primera versión de Amalia entrelaza el suspenso despertado por los
acontecimientos históricos en la novela con otro tipo de suspensión, la del
desarrollo de los sucesos políticos contemporáneos a la publicación.
La novela trabaja sobre una campaña que fue derrotada en un momento
en que la certeza sobre la caída de Rosas comienza a resultar—por lo menos
para Mármol— absoluta. La derrota de Lavalle se lee en contrapunto con la
organización de la campaña del Ejército Grande. Así, los lectores asisten
simultáneamente a la derrota y a la inminencia de la victoria, a la ausencia de
una oposición organizada —verificada por Daniel— y a una alianza sólida que
se alza contra Rosas; mientras la representación de un pueblo enfermo de
miedo contrasta con el pueblo en armas presentado por el periódico.
Los lectores reviven los años del terror en el momento en que cada uno
de los artículos políticos prueba la disolución del sistema represivo: dos
estampas del rosismo y sus enemigos que, en primer lugar, operan por
contraste.
Condensaciones
99
Roger Charlier, "Poderes y límites de la representación", en Escribir las prácticas, Buenos Aires, Manantial,
1996, n. 95.
95
año 40, postulando una continuidad, autoriza a Mármol a condensar en uno de
los años más duros del poder rosista la totalidad de su gobierno: desde la
perspectiva de Amalia el rosismo es equivalente al terror, pese a que el
semanario historice ese terror y lo presente sólo como un período del régimen.
En este sentido, la "Explicación", más que leerse como confesión
sincera de un autor a sus lectores, es el presupuesto sobre el que se organiza
la construcción ficcional. La continuidad que promueve Amalia es desbaratada
en los ensayos políticos, donde lo que se dice es casi lo contrario:
96
Arengas
97
la disuelve— y es precisamente a partir de ella que promueve un levantamiento
general —del "pueblo en masa" y del pueblo de "guante blanco"— contra el
gobierno.
Humilla y provoca a los ciudadanos:
Adula:
Analogías
101
Todas las citas corresponden a La Semana. Nº 30, 1° de diciembre de 1851.
98
que está en otro mundo de cosas y de gente 102.
102
"Buenos Aires", La Semana, Nº 28, 17 de noviembre de 1851.
103
La Semana, Nº 28, 17 de noviembre de 1851.
99