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EL ENIGMA FASCINANTE DE LA LENGUA

El presente ensayo pretende un enfoque distinto y si se quiere revolucionario del papel


que cumple el docente dentro de la enseñanza y, por ende, del aprendizaje del lenguaje
durante los años de educación escolarizada del individuo. Este tema es álgido desde
todo punto de vista, problemática que se evidencia desde momento mismo en el que no
suele ser un asunto que plantee toda persona como componente cotidiano en su
existencia, y menos aún, como factor digno de ser cultivado con miras al crecimiento del
ser humano. Me refiero a los cientos de miles, incluso millones de personas que asumen
por generaciones completas, el lenguaje como otra catedra más dentro de un requisito
institucional, lo que a su vez implica muy poco poder dentro de su vida. La tradición
anclada en los sistemas educativos de nuestro país, que vemos en el enfoque
semántico-comunicativo establecido en los años 80, la definición de Lineamientos
Curriculares (1998) y de Indicadores de Logro Curriculares (1996), con su Pedagogías
de la lengua castellana, Pedagogía de la literatura y Pedagogía de otros sistemas
simbólicos, han ofrecido, de muy buena gana, un conocimiento ordenado y clasificado
que, si bien nos permite tener una idea de los temas que los estudiantes debieran
aprender, pecan por estar atrapados en un mundo que deja al docente y al aprendiz sin
las herramientas para ser un ente literario, lenguado y comunicativo. Y es que este
conjunto de requisitos académicos bien intencionados, pretenden estimular a la
implementación de producción literaria dentro de las aulas, impulsan a que se salga de
la gramática, la sintaxis, y la lectura casi exclusiva de obras históricas, gramáticas
aunque algunas de ellas sean realmente dignas de ser leídas, y que se vaya más allá,
y se enseñe/aprenda a “…estimular la capacidad productiva de los estudiantes, es decir,
estimular y propiciar la escritura con intención literaria: cuentos, socio-dramas, poemas,
ensayos, etc….teniendo en cuenta que el texto literario aporta al mejoramiento de las
capacidades expresivas, imaginativas y cognitivas de los estudiantes.”(*), pero suponen,
por así decirlo, que todos los seres humanos de este país están en igualdad de
condiciones y listos para la ya establecida educación idéntica y uniforme para todos.
Pero, como es lógico, no todos captamos igual, no todos nos comunicamos igual, no
todos expresamos igual ni tenemos todos desarrollada la facultad de meditar, no todos
tenemos los mismos antecedentes, nuestro mismo ADN posibilita que cada ser humano
interprete el mundo de acuerdo a su dotación genética. Así pues, las condiciones
propias de cada uno de las que hablamos incluyen todas y cada una de las variantes
que intervienen directa e indirectamente en la formación, ya sea fisiológica, física, o
mental o de cualquier otro campo del individuo. No podemos hacernos ciegos frente la

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parte humana de los humanos que pretendemos educar, no podemos ignorar las
diferencias de calidades nutricionales, laborales, sociales, afectivas, emocionales,
medio-ambientales, académicas y familiares de padres y madres que engendran hijos
deseados o no, y las condiciones de éstos últimos dentro de los vientres y al salir de
ellos. Por lo anteriormente mencionado, esta presunción de igualdad plasmada en un
mismo sistema, proyecto, programación, estandarización y normatividad de la
escolarización es un error garrafal. Si bien nos brinda un nivel básico de competencias,
sabemos que cada una de las situaciones mencionadas nos transmite comunicados,
nos transmiten códigos que van forjando nuestro intelecto, que de alguna forma
determinan nuestra personalidad, nuestras destrezas y temores y nuestra capacidad de
respuesta a estímulos internos y externos. En resumen, nos hacen exactamente lo que
somos, seres INDIVIDUALES. Gracias a ello cada uno de nosotros es un mundo
realmente único y fascinante, con una interpretación propia de las cosas, con un
diccionario de lenguaje encontrado en la vivencias, consientes o no de cada cual.
Adicionalmente, y no menos importante, es el hecho que también dejó huella en
nosotros es el lastre cultural heredado que hemos padecido como colectividad desde la
época de la Colonia. Si la mayor de las premisas obligatoriamente es esta, la de la
individualización del individuo, entonces el meollo radica en la deformación de la que
llamamos formación. Si la estandarización mencionada funcionara seríamos
absolutamente todos, en el peor de los casos, seres libre-pensadores, mentalmente
frugales, generadores de una incontenible variedad de literatura y comunicadores
vívidos y ricos… etc. El asunto es que tenemos que concientizarnos de que no estamos
condenados a repetir la historia, es neurálgico considerar un cambio de fondo y de forma
desde las simientes mismas de la educación. El lenguaje es más que un área del
conocimiento humano, es la mayor de las realidades de nuestra vida cotidiana, y
envuelve más que leer, escribir o tener un conocimiento técnico amplio y suficiente. El
lenguaje es por excelencia, la expresión natural más maravillosa de la que todos hemos
sido dotados. Es, sin temor a equivocarme, la clave de nuestra vida, la que permite que
entendamos, que comuniquemos, que inter-actuemos y, por supuesto, que
produzcamos. Pero esa dicha producción debe nacer de un espíritu libre, sereno,
profundo, culto, analítico, que no se frene por problemas familiares, un espíritu feliz que
trascienda a la novela de la tarde, que participe de la vida sin la existencia de pandillas
que dilapidan el tiempo, o por la sub-cultura de la carencia de valores y principios.

El reto está en fomentar la educación personalizada, estimulante, divertida, que


satisfaga íntimamente las carencias de cada individuo. Una educación proveniente de

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un sistema diseñado para expresar, sin condenar, sin preceptos y discriminaciones, sin
prejuicios por la variedad de las expresiones, etc. En dicho sistemas estaría contenida
nuestra actual estructura educaciones, con sus correspondientes características, pero
incluiría una educación intelectual y emocional de las familias, para que desde el núcleo
base de la sociedad se cultiven pautas básicas de aprendizaje, sin ignorancias locales
o regionales, que de hecho apuestan por el derecho de igualdad del estudiante. Pero irá
más allá, esta estructura capacitará la humanización de la sociedad partiendo desde la
formación de docentes educados para educar de forma interior al estudiante, capaz de
cultivar la inteligencia emocional de sus pupilos, identificando sus capacidades y
falencias personales, viéndose involucrado honesta y vocacionalmente con el proceso,
apoyando con sinceridad el crecimiento individual de sus pupilos, siendo más que un
tutor, un mecenas que deposita su riqueza espiritual en cada uno de ellos. Un sistema
que cuente con las infraestructuras, el tiempo y las herramientas lúdico-pedagógicas
necesarias para descubrir, sembrar, regar y cultivar oportunidades para quienes
terminarán más tarde o más temprano integrando la sociedad, las empresas, la familia.

No podemos pretender que un docente, del que esperamos que haya llegado a serlo
por franca convicción, desarrolle un cúmulo de cualidades intelectuales, sensoriales y
literarias en sus ya bastantes alumnos a quienes además no conoce profundamente y
personalmente. Tampoco podemos esperar que sea este docente el fomentador del
amor por la literatura en otros sin que él mismo no se deleite en ella permanentemente
o que no la establezca como su galería de logros que, como dice el Licenciado en
estudios literarios Fernando Vásquez Rodríguez, en una entrevista (+) es muy difícil
que un profesor de literatura o de español pida por ejemplo ensayos cuando él mismo
no ha escrito ninguno; de hecho más adelante admite que esto no le otorgaría autoridad
al respecto. Estaríamos hablando de tomar clases con un chef que no cocina y no ha
cocinado nunca antes. Finalmente, el programa y normatividad existentes deben
suministrarle al docente una capacitación lo suficientemente humanizada como para
educar individualizando al individuo, debe apoyarle con los recursos físicos,
institucionales, económicos y de tiempo, y antes que nada, debe establecer las re-
programaciones y adecuaciones legales correspondientes que le permitan suministrar
su guía de manera libre y plena. Por su parte, el docente, debe trabajar motivado por
propia y genuina devoción, debe flexibilizar sus criterios para aceptar diferentes niveles
y formas de expresión, debe vibrar con su materia, vivenciar la experiencia de producir
sin desligar la esencia racional de la emocional.

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