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No podemos pretender que un docente, del que esperamos que haya llegado a serlo
por franca convicción, desarrolle un cúmulo de cualidades intelectuales, sensoriales y
literarias en sus ya bastantes alumnos a quienes además no conoce profundamente y
personalmente. Tampoco podemos esperar que sea este docente el fomentador del
amor por la literatura en otros sin que él mismo no se deleite en ella permanentemente
o que no la establezca como su galería de logros que, como dice el Licenciado en
estudios literarios Fernando Vásquez Rodríguez, en una entrevista (+) es muy difícil
que un profesor de literatura o de español pida por ejemplo ensayos cuando él mismo
no ha escrito ninguno; de hecho más adelante admite que esto no le otorgaría autoridad
al respecto. Estaríamos hablando de tomar clases con un chef que no cocina y no ha
cocinado nunca antes. Finalmente, el programa y normatividad existentes deben
suministrarle al docente una capacitación lo suficientemente humanizada como para
educar individualizando al individuo, debe apoyarle con los recursos físicos,
institucionales, económicos y de tiempo, y antes que nada, debe establecer las re-
programaciones y adecuaciones legales correspondientes que le permitan suministrar
su guía de manera libre y plena. Por su parte, el docente, debe trabajar motivado por
propia y genuina devoción, debe flexibilizar sus criterios para aceptar diferentes niveles
y formas de expresión, debe vibrar con su materia, vivenciar la experiencia de producir
sin desligar la esencia racional de la emocional.