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A.

Gramsci

Notas sobre la
revolución rusa

Primera Edición: En el "Il Grido del Popolo" el 29 de abril de 1917.


Digitalización: Aritz, setiembre de 2000.
Edición Digital: Marxists Internet Archive, 2000.

¿Por qué la Revolución rusa es una revolución proletaria?

Al leer los periódicos, al leer el conjunto de noticias que la censura ha permitido publicar, no se
entiende fácilmente. Sabemos que la revolución ha sido hecha por proletarios (obreros y soldados),
sabemos que existe un comité de delegados obreros que controla la actuación de los organismos
administrativos que ha sido necesario mantener para los asuntos corrientes. Pero ¿basta que una
revolución haya sido hecha por proletarios para que se trate de una revolución proletaria? La guerra
la hacen también los proletarios, lo que, sin embargo, no la convierte en un hecho proletario. Para
que sea así es necesario que intervengan otros factores, factores de carácter espiritual. Es necesario
que el hecho revolucionario demuestre ser, además de fenómeno de poder, fenómeno de
costumbres, hecho moral. Los periódicos burgueses han insistido sobre el fenómeno de poder; nos
han dicho que el poder de la autocracia ha sido sustituido por otro poder, aún no bien definido y que
ellos esperan sea el poder burgués. E inmediatamente han establecido el paralelo: Revolución rusa,
Revolución francesa, encontrando que los hecho se parecen. Pero lo que se parece es sólo la
superficie de los hechos, así como un acto de violencia se asemeja a otro del mismo tipo y una
destrucción es semejante a otra.

No obstante, nosotros estamos convencidos de que la Revolución rusa es, además de un hecho, un
acto proletario y que debe desembocar naturalmente en el régimen socialista. Las noticias realmente
concretas, sustanciales, son escasas para permitir una demostración exhaustiva. Pero existen ciertos
elementos que nos permiten llegar a esa conclusión.
La Revolución rusa ha ignorado el jacobinismo. La revolución ha tenido que derribar a la
autocracia; no ha tenido que conquistar la mayoría con la violencia. El jacobinismo es fenómeno
puramente burgués; caracteriza a la revolución burguesa de Francia. La burguesía, cuando hizo la
revolución, no tenía un programa universal; servía intereses particulares, los de su clase, y los servía
con la mentalidad cerrada y mezquina de cuantos siguen fines particulares. El hecho violento de las
revoluciones burguesas es doblemente violento: destruye el viejo orden, impone el nuevo orden. La
burguesía impone su fuerza y sus ideas no sólo a la casta anteriormente dominante, sino también al
pueblo al que se dispone a dominar. Es un régimen autoritario que sustituye a otro régimen
autoritario.

La Revolución rusa ha destruido al autoritarismo y lo ha sustituido por el sufragio universal,


extendiéndolo también a las mujeres. Ha sustituido el autoritarismo por la libertad; la Constitución
por la voz libre de la conciencia universal. ¿Por qué los revolucionarios rusos no son jacobinos, es
decir, por qué no han sustituido la dictadura de uno solo por la dictadura de una minoria audaz y
decidida a todo con tal de hacer triunfar su programa? Porque persiguen un ideal que no puede ser
el de unos pocos, porque están seguros de que cuando interroguen al proletariado, la respuesta es
indudable, está en la conciencia de todos y se transformará en decisión irrevocable apenas pueda
expresarse en un ambiente de libertad espiritual absoluta, sin que el sufragio se vea adulterado por
la intervención de la policia, la amenaza de la horca o el exilio. El proletariado industrial está
preparado para el cambio incluso culturalmente; el proletariado agrícola, que conoce las formas
tradicionales del comunismo comunal, está igualmente preparado para el paso a una nueva forma de
sociedad. Los revolucionarios socialistas no pueden ser jacobinos; en Rusia tienen en la actualidad
la única tarea de controlar que los organismos burgueses (la Duma, los Zemtsvo) no hagan
jacobinismo para deformar la respuesta del sufragio universal y servirse del hecho violento para sus
intereses.

Los periódicos burgueses no han dado ninguna importancia a este otro hecho: los revolucionarios
rusos han abierto las cárceles no sólo a los presos políticos, sino también a los condenados por
delitos comunes. En una de las cárceles, los reclusos comunes, ante el anuncio de que eran libres,
contestaron que no se sentían con derecho a aceptar la libertad porque debían expiar sus culpas. En
Odesa, se reunieron en el patio de la cárcel y voluntariamente juraron que se volverían honestos y
vivirían de su trabajo. Esta noticia es más importante para los fines de la revolución que la de la
expulsión del Zar y los grandes duques. El Zar habría sido expulsado incluso por los burgueses,
mientras que para éstos los presos comunes habían sido siempre adversarios de su orden, los
pérfidos enemigos de su riqueza, de su tranquilidad. Su liberación tiene para nosotros este
significado: la revolución ha creado en Rusia una nueva forma de ser. No sólo ha sustituido poder
por poder; ha sustituido hábitos por hábitos, ha creado una nueva atmósfera moral, ha instaurado la
libertad del espíritu además de la corporal. Los revolucionarios no han temido poner en la calle a
hombres marcados por la justicia burguesa con el sello infame de lo juzgado a priori, catalogados
por la ciencia burguesa en diversos tipos de la criminalidad y la delincuencia. Sólo en una
apasionada atmósfera social, cuando las costumbres y la mentalidad predominante han cambiado,
puede suceder algo semejante. La libertad hace libres a los hombres, ensancha el horizonte moral,
hace del peor malhechor bajo el régimen autoritario un mártir del deber, un héroe de la honestidad.
Dicen en un periódico que en cierta prisión estos malhechores han rechazado la libertad y se han
constituido en sus guardianes. ¿Por qué no sucedió esto antes? ¿Por qué las cárceles estaban
rodeadas de murallas y las ventanas enrejadas? Quienes fueron a ponerles en libertad debían ser
muy distintos de los jueces, de los tribunales y de los guardianes de las cárceles, y los malhechores
debieron escuchar palabras muy distintas a las habituales cuando en sus conciencias se produjo tal
transformación que se sintieron tan libres como para preferir la segregación a la libertad, como para
imponerse voluntariamente una expiación. Debieron sentir que el mundo había cambiado, que
también ellos, la escoria de la sociedad, se había transformado en algo, que también ellos, los
segregados, tenían voluntad de opción.

Este es el fenómeno más grandioso que la iniciativa del hombre haya producido. El delincuente se
ha transformado, en la revolución rusa, en el hombre que Emmanuel Kant, el teórico de la moral
absoluta, había anunciado, el hombre que dice: la inmensidad del cielo fuera de mí, el imperativo de
mi conciencia dentro de mí. Es la liberación de los espíritus, es la instauración de una nueva
conciencia moral lo que nos es revelado por estas pequeñas noticias. Es el advenimiento de un
orden nuevo, que coincide con cuanto nuestros maestros nos habían enseñado. Una vez más la luz
viene del Oriente e irradia al viejo mundo Occidental, el cual, asombrado, no sabe más que oponerle
las banales y tontas bromas de sus plumíferos.

Fuente: http://www.marxists.org/espanol/gramsci/abr1917.htm (02/08/2011)

A. Gramsci

LA REVOLUCIÓN
CONTRA EL CAPITAL

Escrito: 1917
Primera Edición: Aparecido en Avanti, edición milanesa, el 24 de noviembre de 1917. Reproducido
en el Il Grido del Popolo el 5 de enero de 1918
Digitalización: Aritz
Esta Edición: Marxists Internet Archive, año 2001

La revolución de los bolcheviques se ha insertado defenitivamente en la revolución general del


pueblo ruso. Los maximalistas, que hasta hace dos meses fueron el fermento necesario para que los
acontecimientos no se detuvieran, para que la marcha hacia el futuro no concluyera, dando lugar a
una forma definitiva de aposentamiento -que habría sido un aposentamiento burgués- se han
adueñado del poder, han establecido su dictadura y están elaborando las formas socialistas en las
que la revolución tendrá finalmente que hacer un alto para continuar desarrollándose
armónicamente, sin exceso de grandes choques, a partir de las grandes conquistas ya realizadas.

La revolución de los bolcheviques se compone más de ideologías que de hechos. (Por eso, en el
fondo, nos importa poco saber más de cuanto ya sabemos). Es la revolución contra El Capital de
Carlos Marx. El Capital de Marx era, en Rusia, el libro de los burgueses más que el de los
proletarios. Era la demostración crítica de la necesidad ineluctable de que en Rusia se formase una
burguesía, se iniciase una era capitalista, se instaurase una civilización de tipo occidental, antes de
que el proletariado pudiera siquiera pensar en su insurrección, en sus reivindicaciones de clase, en
su revolución. Los hechos han superado las ideologías. Los hechos han reventado los esquemas
críticos según los cuales la historia de Rusia hubiera debido desarrollarse según los cánones del
materialismo histórico. Los bolcheviques reniegan de Carlos Marx al afirmar, con el testimonio de
la acción desarrollada, de las conquistas obtenidas, que los cánones del materialismo histórico no
son tan férreos como se pudiera pensar y se ha pensado.

No obstante hay una ineluctabilidad incluso en estos acontecimientos y si los bolcheviques reniegan
de algunas afirmaciones de El Capital, no reniegan el pensamiento inmanente, vivificador. No son
marxistas, eso es todo; no han compilado en las obras del Maestro una doctrina exterior de
afirmaciones dogmáticas e indiscutibles. Viven el pensamiento marxista, lo que no muere nunca, la
continuación del pensamiento idealista italiano y alemán, contaminado en Marx de incrustaciones
positivistas y naturalistas. Y este pensamiento sitúa siempre como máximo factor de historia no los
hecho económicos, en bruto, sino el hombre, la sociedad de los hombres, de los hombres que se
acercan unos a otros, que se entienden entre sí, que desarrollan a través de estos contactos
(civilidad) una voluntad social, colectiva, y comprenden los hechos económicos, los juzgan y los
condicionan a su voluntad, hasta que esta deviene el motor de la economía, plasmadora de la
realidad objetiva, que vive, se mueve y adquiere carácter de material telúrico en ebullición,
canalizable allí donde a la voluntad place, como a ella place.

Marx ha previsto lo previsible. No podía prever la guerra europea, o mejor dicho, no podía prever la
duración y los efectos que esta guerra ha tenido. No podía prever que esta guerra, en tres años de
sufrimientos y miseria indecibles suscitara en Rusia la voluntad colectiva popular que ha suscitado.
Semejante voluntad necesita normalmente para formarse un largo proceso de infiltraciones
capilares; una extensa serie de experiencias de clase. Los hombres son perezosos, necesitan
organizarse, primero exteriormente, en corporaciones, en ligas; después, íntimamente, en el
pensamiento, en la voluntad... de una incesante continuidad y multiplicidad de estímulos exteriores.
He aquí porquénormalmente, los cánones de crítica histórica del marxismo captan la realidad, la
aprehenden y la hacen evidente, intelegible. Normalmente las dos clases del mundo capitalista crean
la historia a través de la lucha de clases cada vez más intensa. El proletariado siente su miseria
actual, se halla en continuo estado de desazón y presiona sobre la burguesía para mejorar sus
condiciones de existencia. Lucha, obliga a la burguesía a mejorar la técnica de la producción, a
hacer más útil la producción para que sea posible satisfacer sus necesidades más urgentes. Se trata
de una apresurada carrera hacia lo mejor, que acelera el ritmo de la producción, que incrementa
continuamente la suma de bienes que servirán a la colectividad. Y en esta carrera caen muchos y
hace más apremiante el deseo de los que quedan. La masa se halla siempre en ebullición, y de caos-
pueblo se convierte cada vez más en orden en el pensamiento, se hace cada vez más consciente de
su propia potencia, de su propia capacidad para asumir la responsabilidad social, para devenir
árbitro de su propio destino.

Todo esto, normalmente. Cuando los hechos se repiten con un cierto ritmo. Cuando la historia se
desarrolla a través de momentos cada vez más complejos y ricos de significado y de valor pero, en
definitiva, similares. Mas en Rusia la guerra ha servido para sacudir las voluntades. Estas, con los
sufrimientos acumulados en tres años, se han puesto al unísono con gran rapidez. La carestía era
inminente, el hambre, la muerte por hambre, podía golpear a todos, aniquilar de un golpe a decenas
de millones de hombres. Las voluntades se han puesto al unísono, al principio mecánicamente;
activa, espiritualmente tras la primera revolución[1].

Las prédicas socialistas han puesto al pueblo ruso en contacto con las experiencias de los otros
proletarios. La prédica socialista hace vivir en un instante, dramáticamente, la historia del
proletariado, su lucha contra el capitalismo, la prolongada serie de esfuerzos que tuvo que hacer
para emanciparse idealmente de los vínculos de servilismo que le hacían abyecto, para devenir
conciencia nueva, testimonio actual de un mundo futuro. La prédica socialista ha creado la voluntad
social del pueblo ruso. ¿Por qué debía esperar ese pueblo que la historia de Inglaterra se renueve en
Rusia, que en Rusia se forme una burguesía, que se suscite la lucha de clases para que nazca la
conciencia de clase y sobrevenga finalmente la catástrofe del mundo capitalista? El pueblo ruso ha
recorrido estas magníficas experiencias con el pensamiento, aunque se trate del pensamiento de una
minoría. Ha superado estas experiencias. Se sirve de ellas para afirmarse, como se servirá de las
experiencias capitalistas occidentales para colocarse, en breve tiempo, al nivel de producción del
mundo occidental. América del Norte está, en el sentido capitalista, más adelantada que Inglaterra,
porque en América del Norte los anglosajones han comenzado de golpe a partir del estadio a que
Inglaterra había llegado tras una larga evolución. El proletariado ruso, educado en sentido socialista,
empezará su historia desde el estadio máximo de producción a que ha llegado la Inglaterra de hoy,
porque teniendo que empezar, lo hará a partir de la perfección alcanzada ya por otros y de esa
perfección recibiráa el impulso para alcanzar la madurez económica que según Marx es condición
del colectivismo. Los revolucionarios crearán ellos mismos las condiciones necesarias para la
realización completa y plena de su ideal. Las crearán en menos tiempo del que habría empleado el
capitalismo.

Las críticas que los socialistas han hecho y harán al sistema burgués, para evidenciar las
imperfecciones, el dispendio de riquezas, servirán a los revolucionarios para hacerlo mejor, para
evitar esos dispendios, para no caer en aquellas deficiencias. Será, en principio, el colectivismo de
la miseria, del sufrimiento. Pero las mismas condiciones de miseria y sufrimiento serían heredadas
por un régimen burgués.

El capitalismo no podría hacer jamás súbitamente más de lo que podrá hacer el colectivismo. Hoy
haría mucho menos, porque tendríasúbitamente en contra a un proletariado descontento, frenético,
incapaz de soportar durante más años los dolores y las amarguras que le malestar económico
acarrea. Incluso desde un punto de vista absoluto, humano, el socialismo inmediato tiene en Rusia
su justificación. Los sufrimientos que vendrán tras la paz sólo serán soportables si los proletarios
sienten que de su voluntad y tenacidad en el trabajo depende suprimirlos en el más breve plazo
posible.

Se tiene la impresión de que los maximalistas hayan sido en este momento la expresión espotánea,
biológicamente necesaria, para que la humanidad rusa no caiga en el abismo, para que,
absorbiéndose en el trabajo gigantesco, autónomo, de su propia regeneración, pueda sentir menos
los estímulos del lobo hambriento y Rusia no se transforme en una enorme carnicería de fieras que
se entredevoran.

1. Se refiere a la revolución democrático-burguesa de febrero (marzo) de 1917.

Fuente: http://www.marxists.org/espanol/gramsci/nov1917.htm (02/08/2011)

A. Gramsci

La poda de la
historia
Escrito: 1919
Primera Edición: Aparecido en L´Ordine Nuovo, 7 de enero de 1919
Digitalización: Aritz
Esta Edición: Marxists Internet Archive, año 2001

¿Qué reclama aún la historia al proletariado ruso para legitimar y hacer permanentes sus victorias?
¿Qué otra poda sangrienta, qué más sacrificios pretende esta soberana absoluta del destino de los
hombres?

Las dificultades y las objeciones que la revolución proletaria debe superar se han revelado
inmensamente superiores a las de cualquier otra revolución del pasado. Estas tendían tan sólo a
corregir las formas de la propiedad privada y nacional de los medios de producción y de cambio;
afectaban a una parte limitada de los elementos humanos. La revolución proletaria es la máxima
revolución; porque quiere abolir la propiedad privada y nacional, y abolir las clases, afecta a todos
los hombres y no sólo a una parte de ellos. Obliga a todos los hombres a moverse, a intervenir en la
lucha, a tomar partido explícitamente. Transforma fundamentalmente la sociedad; de organismo
unicelular (de individuos-ciudadanos) la transforma en organismo pluricelular; pone como base de
la sociedad núcleos ya orgánicos de la sociedad misma. Obliga a toda la sociedad a identificarse con
el Estado; quiere que todos los hombres sean conocimiento espiritual e histórico. Por eso la
revolución proletaria es social; por eso debe superar dificultades y objeciones inauditas; por eso la
historia reclama para su buen logro podas monstruosas como las que el pueblo ruso se ve obligado a
resistir.

La revolución rusa ha triunfado hasta ahora de todas las objeciones de la historia. Ha revelado al
pueblo ruso una aristocracia de estadistas como ninguna otra nación posee; se trata de un par de
millares de hombres que han dedicado toda su vida al estudio (experimental) de las ciencias
políticas y económicas, que durante decenas de años de exilio han analizado y profundizado todos
los problemas de la revolución, que en la lucha, en el duelo sin par contra la potencia del zarismo,
se han forjado un carácter de acero, que, viviendo en contacto con todas las formas de la
civilización capitalista de Europa, Asia y América, sumergiéndose en las corrientes mundiales de los
cambios y de la historia, han adquirido una conciencia de responsabilidad exacta y precisa, fría y
cortante como las espadas de los conquistadores de imperios.

Los comunistas rusos son un núcleo dirigente de primer orden. Lenin se ha revelado, testimonian
cuantos le han conocido, como el más grande estadista de la Europa contemporánea; el hombre
cuyo prestigio se impone naturalmente, capaz de inflamar y disciplinar a los pueblos; el hombre que
logra dominar en su vasto cerebro todas la energías sociales del mundo que pueden ser
desencadenadas en beneficio de la revolución; el hombre que tiene en ascuas y derrota a los más
refinados y astutos estadistas de la rutina burguesa.

Pero una cosa es la doctrina comunista, el partido político que la propugna, la clase obrera que la
encarna conscientemente y otra el inmenso pueblo ruso, destrozado, desorganizado, arrojado a un
sombrío abismo de miseria, de barbarie, de anarquía, de aniquilación en una prolongada y
desastrosa guerra. La grandeza política, la histórica obra maestra de los bolcheviques consiste
precisamente en haber puesto en pie al gigante caído, en haber dado de nuevo (o por la primera vez)
una forma concreta y dinámica a esta desintegración, a este caos; en haber sabido fundir la doctrina
comunista con la conciencia colectiva del pueblo ruso, en haber construido los sólidos cimientos
sobre los que la sociedad comunista ha iniciado su proceso de desarrollo histórico; en una palabra:
en haber traducido históricamente en la realidad experimental la fórmula marxista de la dictadura
del proletariado. La revolución es eso, y no un globo hinchado de retórica demagógica, cuando se
encarna en un tipo de Estado, cuando se transforma en un sistema organizado del poder. No existe
sociedad más que en un Estado, que es la fuente y el fin de todo derecho y de todo deber, que es
garantía de permanencia y éxito de toda actividad social. La revolución es proletaria cuando de ella
nace, en ella se encarna un Estado típicamente proletario, custodio del derecho proletario, que
cumple sus funciones esenciales como emanación de la vida y del poder proletario.

Los bolcheviques han dado forma estatal a las experiencias históricas y sociales del proletariado
ruso, que son las experiencias de la clase obrera y campesina internacional; han sistematizado en un
organismo complejo y ágilmente articulado su vida íntima, su tradición y su más profunda y
apreciada historia espiritual y social. Han roto con el pasado, pero han continuado el pasado; han
despedazado una tradición, pero han desarrollado y enriquecido una tradición; han roto con el
pasado de la historia dominado por las clases poseedoras, han continuado, desarrollado, enriquecido
la tradición vital de la clase proletaria, obrera y campesina. En eso han sido revolucionarios y por
eso han instaurado el nuevo orden y la nueva disciplina. La ruptura es irrevocable porque afecta a lo
esencial de la historia, sin más posibilidad de vuelta atrás que el desplomamiento sobre la sociedad
rusa de un inmenso desastre. Y era esta iniciación de un formidable duelo con todas las necesidades
de la historia, desde las más elementales a las más complejas, lo que había que incorporar al nuevo
Estado proletario, dominar, frenar, en las funciones del nuevo Estado proletario.

Se precisaba conquistar para el nuevo Estado a la mayoría leal del pueblo ruso; mostrar al pueblo
ruso que el nuevo Estado era su Estado, su vida, su espíritu, su tradición, su más precioso
patrimonio. El Estado de los Soviets tenía un núcleo dirigente, el Partido comunista bolchevique;
tenía el apoyo de una minoría social, representante de la conciencia de clase, de los intereses vitales
y permanentes de toda la clase, los obreros de la industria. Se ha transformado en el Estado de todo
el pueblo ruso, merced a la tenaz perseverancia del Partido comunista, a la fe y la entusiasta lealtad
de los obreros, a la asidua e incesante labor de propaganda, de esclarecimiento, de educación de los
hombres excepcionales del comunismo ruso, dirigidos por la voluntad clara y rectilínea del maestro
de todos, Lenin. El Soviet ha demostrado ser inmortal como forma de sociedad organizada que
responde plásticamente a las multiformes necesidades (económicas y políticas), permanentes y
vitales, de la gran masa del pueblo ruso, que encarna y satisface las aspiraciones y las esperanzas de
todos los oprimidos del mundo.

La prolongada y desgraciada guerra había dejado una triste herencia de miseria, de barbarie, de
anarquía; la organización de los servicios sociales estaba deshecha; la misma comunidad humana se
había reducido a una horda nómada, sin trabajo, sin voluntad, sin disciplina, materia opaca de una
inmensa descomposición. El nuevo Estado recogió de la matanza los trozos torturados de la
sociedad y los recompuso, los soldó; reconstruyó una fe, una disciplina, un alma, una voluntad de
trabajo y de progreso. Misión que puede constituir la gloria de toda una generación.

No basta. La historia no se conforma con esta prueba. Formidables enemigos se alzan implacables
contra el nuevo Estado. Se pone en circulación moneda falsa para corromper al campesino, se juega
con su estómago hambriento. Rusia se ve cortada de toda salida al mar, de todo intercambio
comercial, de cualquier solidaridad; se ve privada de Ucrania, de la cuenca del Donetz, de Siberia,
de todo mercado de materias primas y de víveres. En un frente de diez mil kilómetros, bandas
armadas amenazan con la invasión; se pagan sublevaciones, traiciones, vandalismo, actos de
terrorismo y de sabotaje. Las victorias más clamorosas se convierten, mediante la traición, en
súbitos fiascos.

No importa. El poder de los Soviets resiste. Del caos que sigue a la derrota, crea un poderoso
ejército que se transforma en la espina dorsal del Estadio proletario. Presionado por imponentes
fuerzas antagónicas, encuentra en sí el vigor intelectual y la plasticidad histórica para adaptarse a las
necesidades de la contingencia, sin desnaturalizarse, sin comprometer el feliz proceso de desarrollo
hacia el comunismo.

El Estado de los Soviets demuestra así ser un momento inevitable e irrevocable del proceso
ineluctable de la civilización humana; ser el primer núcleo de una nueva sociedad.

Y puesto que los otros Estados no pueden convivir con la Rusia proletaria y son impotentes para
destruirla, puesto que los enormes medios de que el capital dispone -el monopolio de la
información, la posibilidad de la calumnia, la corrupción, el bloqueo terrestre y marítimo, el boicot,
el sabotaje, la impúdica deslealtad (Prinkipo), la violación del derecho de gentes (guerra sin
declaración), la presión militar con medios técnicos superiores- son impotentes contra la fe de un
pueblo, es históricamente necesario que los otros Estados desaparezcan a se transformen al nivel de
Rusia.

El cisma del género humano un puede prolongarse mucho tiempo. La humanidad tiende a la
unificación interior y exterior, tiende a organizarse en un sistema de convivencia pacífica que
permita la reconstrucción del mundo. La forma de régimen debe ser capaz de satisfacer las
necesidades de la humanidad. Rusia, tras una guerra desastrosa, con el bloqueo, sin ayudas,
contando con sus únicas fuerzas, ha sobrevivido dos años; los Estados capitalistas, con la ayuda de
todo el mundo, exacerbando la expoliación colonial para sostenerse, continúan decayendo,
acumulando ruinas sobre ruinas, destrucciones sobre destrucciones.
La historia es, pues, Rusia; la vida está, pues, en Rusia; sólo en el régimen de los Consejos
encuentran adecuada solución los problemas de vida o de muerte que incumben al mundo. La
Revolución rusa ha pagado su poda a la historia, poda de muerte, de miseria, de hambre, de
sacrificio, de indomable voluntad. Hoy culmina el duelo: el pueblo ruso se ha puesto en pie, terrible
gigante en su ascética escualidez, dominando la voluntad de pigmeos que le agreden furiosamente.

Todo ese pueblo se ha armado para su Valmy. No puede ser vencido; ha pagado su poda. Debe ser
defendido contra el orden de los ebrios mercenarios, de los aventureros, de los bandidos que quieren
morder su corazón rojo y palpitante. Sus aliados naturales, sus camaradas de todo el mundo, deben
hacerle oír un grito guerrero de irresistible eco que le abra las vías para el retorno a la vida del
mundo.
Fuente: http://www.marxists.org/espanol/gramsci/poda.htm (02/08/2011)

A. Gramsci

La Internacional
Comunista

Primera Edición: En L'Ordine Nuovo, 24 de mayo de 1919


Digitalización:Aritz
Esta Edición: Marxists Internet Archive, año

La Internacional Comunista ha nacido de y con la revolución proletaria y con ella se desarrolla. Ya


tres grandes Estados proletarios, las Repúblicas soviéticas de Rusia, Ucrania y Hungría, constituyen
su base real histórica.

En una carta a Sorge del 12 de septiembre de 1874, Federico Engels escribía a propósito de la I
Intrenacional en vías de disolución: "La Internacional ha dominado diez años de historia europea y
puede contemplar su obra con orgullo. Pero ha sobrevivido en su forma anticuada. Creo que la
próxima Intrenacional será, una vez que los trabajo de Marx hayan hecho su labor durante unos
cuantos años, directamente comunista e instaurará nuestros principios".
La II Internacional no justificó la fe de Engels. Sin embargo, después de la guerra y tras la
experiencia positiva de Rusia, han sido trazados netamente los contornos de la Internacional
revolucionaria, de la Internacional de las realizaciones comunistas.

la Internacional tiene por base la aceptación de estas tesis fundamentales, elaboradas de acuerdo con
el programa de la Liga Espartaco de Alemania y del Partido Comunista (bolchevique) de Rusia:

1) La época actual es la época de la descomposición y el fracaso de todo el sistema mundial


capitalista, lo que significará el fracaso de la civilización europea si el capitalismo no es suprimido
con todos sus antagonismos irremediables.

2) La tarea del proletariado en la hora actual consiste en la conquista del poder del Estado. Esta
conquista significa: supresión del aparato gubernativo de la burguesía y organización de un aparato
gubernativo proletario.

3) Este nuevo gobierno es la dictadura del proletariado industrial y de los campesinos pobres, que
debe ser el instrumento de la supresión sistemática de las clases explotadoras y de su expropiación.
El tipo de Estado proletario no es la falsa democracia burguesa, forma hipócrita de la dominación
oligárquica financiera, sino la democracia proletaria, que realizará la libertad de las masas
trabajadoras; no el parlamentarismo, sino el autogobierno de las masas a través de sus propios
órganos electivos; no la burocracia de carrera, sino órganos administrativos creados por las propias
masas, con participación real de las masas en la administración del país y en la tarea socialista de
construcción. La forma concreta del Estado proletario es el poder de los Consejos y de las
organizaciones similares.

4) La dictadura del proletariado es la orden de expropiación inmediata del capital y de la supresión


del derecho de la propiedad privada sobre los medios de producción, que deben ser transformados
en propiedad de toda la nación. La socialización de la gran industria y de sus centros organizadores,
la banca; la confiscación de la tierra de los propietarios latifundistas y la socialización de la
producción agrícola capitalista (entendiendo por socialización la supresión de la propiedad privada,
el paso de la propiedad al Estado proletario y el establecimiento de la administración socialista a
cargo de la clase obrera); el monopolio del gran comercio; la socialización de los grandes palacios
en las ciudades y de los castillos en el campo; la introducción de la administración obrera y la
concentración de las funciones económicas en manos de los órganos de la dictadura proletaria; he
ahí la tarea del gobierno proletario.

5) A fin de asegurar la defensa de la revolución socialista contra los enemigos del interior y el
exterior, y para socorrer a otras fracciones nacionales del proletariado en lucha, es necesario
desarmar totalmente a la burguesía y a sus agentes y armar a todo el proletariado sin excepción.

6) La actual situación mundial exige el máximo contacto entre las diferentes fracciones del
proletariado revolucionario, exige incluso el bloque total de los países en que la revolución
socialista es ya victoriosa.
7) El método principal de lucha es la acción de las masas del proletariado hasta el conflicto abierto
contra los poderes del Estado capitalista.

La totalidad del movimiento proletario y socialista mundial se orienta decididamente hacia la


Internacional Comunista. Los obreros y los campesinos perciben, aunque sea confusa y vagamente,
que las repúblicas soviéticas de Rusia, Ucrania y Hungría son las células de una nueva sociedad que
cristaliza todas las aspiraciones y esperanzas de los oprimidos del mundo. La idea de la defensa de
las revoluciones proletarias contra los asaltos del capitalismo mundial debe servir para estimular los
fermentos revolucionarios de las masas: en este terreno es necesario concertar una acción enérgica y
simultánea de los partidos socialistas de Inglaterra, Francia e Italia que imponga el cese de cualquier
ofensiva contra la República de los Soviets. La victoria del capitalismo occidental sobre el
proletariado ruso significaría arrojar a Europa durante dos decenios en brazos de la más feroz y
despiadada reacción. Para impedirlo, para lograr reforzar la Internacional Comunista, la única que
puede dar al mundo la paz en el trabajo y la justicia, ningún sacrificio debe parecernos demasiado
grande.

Fuente: http://www.marxists.org/espanol/gramsci/la_inter.htm (02/08/2011)

A. Gramsci

El Estado y el
socialismo[1]

Escrito: 1919
Primera Edición: Aparecido en L´Ordine Nuovo, 28 de junio a 5 de julio de 1919
Digitalización: Aritz
Esta Edición: Marxists Internet Archive, año 2001
Publicamos este artículo de For Ever aunque se trate de una colección de despropósitos y de
divertida fraseología. Para For Ever, el Estado de Weimar es un Estado marxista; nosotros, los del
"Ordine Nuovo" somos adoradores del Estado, queremos al Estado ab aeterno(For Ever quería
decir in aeternum, evidentemente); el Estado socialista es lo mismo que el socialismo de Estado;
han existido un Estado cristiano y un Estado plebeyo de Cayo Gracco; el Soviet de Saratov podría
subsistir sin coordinar su producción y su actividad de defensa revolucionaria con el sistema general
de los Soviets rusos, etc. Afirmaciones y necedades semejantes se presentan como una defensa de la
anarquía. Y sin embargo publicamos el artículo de For Ever. For Ever no es sólo un hombre: es un
tipo social. Desde este punto de vista no debe ser puesto de lado; merece ser conocido, estudiado,
discutido y superado. Lealmente, amistosamente (la amistad no debe ser separada de la verdad y de
toda la aspereza que la verdad comporta). For Ever es un pseudorevolucionario; quien basa su
acción en mera fraseología ampulosa, en el frenesí de la palabrería, en el entusiasmo romántico, es
simplemente un demagogo y no un revolucionario. Para la revolución son necesarios hombres de
mente sobria, hombres que no dejen sin pan la panaderías, que hagan marchar los trenes, que surtan
las fábricas con materias primas y consigan cambiar los productos industriales por productos
agrícolas, que aseguren la integridad y la libertad personal contra las agresiones de los malhechores,
que hagan funcionar el complejo de servicios sociales y no reduzcan al pueblo a la desesperación y
a la demencial matanza interna. El entusiasmo verbal y la fraseología desenfrenada hacen reír (o
llorar) cuando uno solo de esos problemas tiene que ser resuelto aunque sólo sea en una aldea de
cien habitantes

Pero For Ever, pese a ser un tipo característico no representa a todos los libertarios. En la redacción
del Ordine Nuovo contamos con un comunista libertario, Carlo Petri. Con Petri la discusión se sitúa
en un plano superior; con comunistas libertarios como Petri el trabajo en común es necesario e
indispensable; son una fuerza de la revolución. Leyendo el artículo de Petri publicado en el número
pasado y el de que publicamos en este número[2] -para fijar los términos dialécticos de la idea
libertaria: el ser y el no ser- hemos llegado a estas observaciones. Por supuesto, los camaradas
Empédocles y Caesar[3], a los que Petri se refiere directamente, son libres de responder por su
cuenta.
I

El comunismo se realiza en la Internacional proletaria. El comunismo será tal sólo cuando y en


tanto sea internacional. En este sentido, el movimiento socialista y proletario está contra el Estado,
porque está contra los Estados nacionales capitalistas, porque está contra las economías nacionales
que tiene su fuente de vida y toman su forma de los Estados nacionales.

Pero si de la Internacional Comunista se verán suprimidos los Estados nacionales, no sucederá lo


mismo con el Estado, entendido como "forma" concreta de la sociedad humana. La sociedad como
tal es pura abstracción. En la historia, en la realidad viva y corpórea de la civilización humana en
desarrollo, la sociedad es siempre un sistema y un equilibrio de Estados, un sistema y un equilibrio
de instituciones concretas, en las cuales la sociedad adquiere conciencia de su existencia y de su
desarrollo y únicamente a través de las cuales existe y se desarrolla.
Cada conquista de la civilización humana se hace permanente, es historia real y no episodio
superficial y caduco, en cuanto encarna en unas instituciones y encuentra una forma en el Estado.
La idea socialista ha sido un mito, una difusa quimera, un mero arbitrio de la fantasía individual
hasta que ha encarnado en el movimiento socialista y proletario, en las instituciones de defensa y
ofensiva del proletariado organizado, en éste y por éste ha tomado forma histórica y ha progresado;
de él ha generado el Estado socialista nacional, dispuesto y organizado de modo que le hace capaz
para engranarse con los otros Estados socialistas; condicionado incluso de tal modo que sólo es
capaz de vivir y desarrollarse en cuanto se adhiera a los otros Estados socialistas para realizar la
Internacional Comunista en la que cada Estado, cada institución, cada individuo encontrará su
plenitud de vida y de libertad.

En este sentido, el comunismo no está contra el "Estado" e incluso se opone implacablemente a los
enemigos del Estado, a los anarquistas y anarcosindicalistas, y denuncia su propaganda como
utópica y peligrosa para la revolución proletaria.

Se ha construido un esquema preestablecido, según el cual el socialismo sería un "puente" a la


anarquía; se trata de un prejuicio sin fundamento de una arbitraria hipoteca del futuro. En la
dialéctica de las ideas, la anarquía es una continuación del liberalismo, no del socialismo; en la
dialéctica de la historia, la anarquía se ve expulsada del campo de la realidad social junto con el
liberalismo. Cuanto más se industrializa la producción de bienes materiales y a la concentración del
capital corresponde una concentración de masas trabajadoras, tantos menos adeptos tiene la idea
libertaria. El movimiento libertario se difunde aún donde prevalece el artesanado y el feudalismo
rural; en las ciudades industriales y en el campo de cultivo agrario mecanizado, los anarquistas
tienden a desaparecer como movimiento político, sobreviviendo como fermento ideal. En este
sentido la idea libertaria dispondrá aún de un cierto margen para desplegarse; proseguirá la tradición
liberal en cuanto ha impuesto y realizado conquistas humanas que no deben morir con el
capitalismo.

Hoy, en el tumulto social promovido por la guerra, parece que la idea libertaria haya multiplicado el
número de sus adeptos. No creemos que la idea tenga de qué vanagloriarse. Se trata de un fenómeno
de regresión: a las ciudades han emigrado nuevos elementos, sin cultura política, sin entrenamiento
en la lucha de clases con las formas complejas que la lucha de clases ha adquirido en la gran
industria. La virulenta fraseología de los agitadores anarquistas prende en estas conciencias
instintivas, apenas despiertas. Pero la fraseología pseudorevolucionaria no crea nada profundo y
permanente. Y lo que predomina, lo que imprime a la historia el ritmo del progreso, lo que
determina el avance seguro e incoercible de la civilización comunista no son los "muchachos", no
es el lumpenproletariado, no son los bohemios, los diletantes, los románticos melenudos y
excitados, sino las densas masas de los obreros de clase, los férreos batallones del proletariado
consciente y disciplinado.

Toda la tradición liberal es contraria al Estado.


La literatura liberal es toda una polémica contra el Estado. La historia política del capitalismo se
caracteriza por una continua y rabiosa lucha entre el ciudadano y el Estado. El Parlamento es le
órgano de esta lucha; y el Parlamento tiende precisamente a absorber todas las funciones del Estado,
esto es, a suprimirlo, privándole de todo poder efectivo, puesto que la legislación popular está
orientada a liberar a los órganos locales y a los individuos de cualquier servidumbre y control del
poder central.

Esta postura liberal entra en la actividad general del capitalismo, que tiende a asegurarse más
sólidas y garantizadas condiciones de concurrencia. La concurrencia es la enemiga mas acérrima del
Estado. La misma idea de la Internacional es de origen liberal; Marx la toma de la escuela de
Cobden y de la propaganda por el libre cambio, pero lo hace críticamente. Los liberales son
impotentes para realizar la paz y la Internacional nacional, porque la propiedad privada y nacional
genera escisiones, fronteras, guerras, Estados nacionales en permanente conflicto entre ellos.

El Estado nacional es un órgano de concurrencia; desaparecerá cuando la concurrencia sea


suprimida y un nuevo hábito económico haya aparecido, a partir de la experiencia concreta de los
Estados Socialistas.

La dictadura del proletariado es todavía un Estado nacional y un Estado de clase. Los términos de la
concurrencia y de la lucha de clases han variado, pero concurrencia y clases subsisten. La dictadura
del proletariado debe resolver los mismos problemas del Estado burgués: de defensa externa e
interna. Estas son las condiciones reales, objetivas, que debemos tener en cuenta; razonar y obrar
como si existiese ya la Internacional Comunista, como si estuviera superado ya el periodo de la
lucha entre Estados socialistas y Estados burgueses, la despiadada concurrencia entra las economías
nacionales comunistas y las capitalistas, sería un error desastroso para la revolución proletaria.

La sociedad humana sufre un rapidísimo proceso de descomposición, coordinado al proceso de


disolución del Estado burgués. Las condiciones reales objetivas en que se ejercerá la dictadura del
proletariado serán condiciones de un tremendo desorden, de una espantosa indisciplina. Se hace
necesaria la organización de un Estado socialista sumamente firme, que ponga fin lo antes posible a
la disolución y la indisciplina, que devuelva una forma concreta al cuerpo social, que defienda la
revolución de las agresiones externas y las rebeliones internas.

La dictadura del proletariado debe, por propia necesidad de vida y de desarrollo, asumir un
acentuado carácter militar. Por eso el problema del ejército socialista pasa a ser uno de los más
esenciales a resolver; y se hace urgente en este periodo prerrevolucionario tratar de destruir las
sedimentaciones del prejuicio determinado por la pasada propaganda socialista contra todas las
formas de la dominación burguesa.

Hoy debemos rehacer la educación del proletariado; habituarlo a la idea de que para suprimir el
Estado en la Internacional es necesario un tipo de Estado idóneo a la consecución de este fin, que
para suprimir el militarismo puede ser necesario un nuevo tipo de ejército. Esto significa adiestrar al
proletariado en el ejercicio de la dictadura, del autogobierno. Las dificultades a superar serán
muchísimas y el periodo en que estas dificultades seguirán siendo vivas y peligrosas no es
previsible sea corto. Pero aunque el Estado proletario no subsistiera más que un día, debemos
trabajar a fin de que disponga de condiciones de existencia idóneas al desarrollo de su misión, la
supresión de la propiedad privada y de las clases.

El proletariado es poco experto en el arte de gobernar y dirigir; la burguesía opondrá al Estado


socialista una formidable resistencia, abierta y disimulada, violenta o pasiva. Sólo un proletariado
políticamente educado, que no se abandone a la desesperación y a la desconfianza por los posibles e
inevitables reveses, que permanezca fiel y leal a su Estado no obstante los errores que individuos
particulares puedan cometer, a pesar de los pasos atrás que las condiciones reales que la producción
pueda imponer, sólo semejante proletariado podrá ejercer la dictadura, liquidar la herencia maléfica
del capitalismo y de la guerra y realizar la Internacional Comunista.

Por su naturaleza, el Estado socialista reclama una lealtad y una disciplina diferentes y opuestas a
las que reclama el Estado burgués. A diferencia del Estado burgués, que es tanto más fuerte en el
interior como en el exterior cuanto los ciudadanos menos controlan y siguen las actividades del
poder, el Estado socialista requiere la participación activa y permanente de los camaradas en la
actividad de sus instituciones. Preciso es recordar, además, que si el Estado socialista es el medio
para radicales cambios, no se cambia de Estado con la facilidad con que se cambia de gobierno. Un
retorno a las instituciones del pasado querrá decir la muerte colectiva, el desencadenamiento de un
sanguinario terror blanco ilimitado; en las condiciones creadas por la guerra, la clase burguesa
estaría interesada en suprimir con las armas a las tres cuartas partes de los trabajadores para
devolver elasticidad al mercado de víveres y volver a disfrutar de condiciones privilegiadas en la
lucha por la vida cómoda a que está habituada. Por ninguna razón pueden admitirse
condescendencias de ningún género.

Desde hoy debemos formarnos y formar este sentido de responsabilidad implacable y tajante como
la espada de un justiciero. La revolución es algo grande y tremendo, no es un juego de diletantes o
una aventura romántica.

Vencido en la lucha de clases, el capitalismo dejará un residuo impuro de fermentos antiestatales, o


que aparecerán como tales, porque individuos y grupos querrán eludir los servicios y la disciplina
indispensables para el éxito de la revolución.

Querido camarada Petri, trabajemos para evitar cualquier choque sangriento entre las fracciones
subversivas, para evitar al Estado socialista la cruel necesidad de imponer con la fuerza armada la
disciplina y la fidelidad, de suprimir una parte para salvar el cuerpo social de la disgregación y la
depravación. Trabajemos, desplegando nuestra actividad de cultura, para demostrar que la
existencia del Estado socialista es un eslabón esencial de la cadena de esfuerzos que el proletariado
debe realizar para su completa emancipación, para su libertad.

[1] Notas a un artículo de For Ever (el anarquista turinés Conrado Quaglino), titulado "En defensa
de la anarquía".

[2] For Ever partía del trabajo de Gramsci La poda de la historia, para acusar a los socialistas
"comprendidos los revolucionarios, los soviéticos, los autonomistas", de ser adoradores del Estado,
como los economistas burgueses y los socialdemócratas alemanes ("El Estado de Weimar"). For
Ever afirmaba que "la Comuna es la negación aplastante del Estado" y que "un poder de políticos",
aunque fuera el poder de Lenin y los bolcheviques, oprimía de todos modos al "individuo
anárquico". "No hay diferencia -escribía Quaglino- entre ser oprimido y aplastado por la blusa
obrera y la bandera roja o por la levita y la bandera tricolor".

[3] Empédocles era el seudónimo de Palmiro Togliatti, y Caesar el de Cesare Seassro.

Fuente: http://www.marxists.org/espanol/gramsci/estsoc.htm (02/08/2011)

A. Gramsci

Un partido de masas

Primera Edición: En "L'Ordine Nuovo" el 5 de octubre de 1921.


Digitalización: Aritz, setiembre de 2000.
Edición Digital: Marxists Internet Archive, 2000.

El Partido Socialista se presenta en el Congreso de Milan con 80.000 inscritos. Puede ser útil un
pequeño razonamiento sobre las cifras, más que cualquier razonamiento teórico, para tener una
exacta comprensión de la naturaleza y de las actuales funciones del Partido Socialista Italiano.

Desde el Congreso de Liorna, el Partido Socialista se halla integrado por 98.000 comunistas
unitarios y 14.000 reformistas, es decir, 112.000 inscritos. Después de Liorna han entrado en el
Partido por lo menos 15.000 nuevos miembros; si hoy los inscritos son 80.000 quiere decir que de
los 112.000 votantes en Liorna, 47.000 se han marchado; los 65.000 restantes con los 15.000
nuevos constituyen los actuales efectivos de 80.000.

En el Congreso de Liorna los comunistas unitarios eran 98.000; la actual fracción maximalista
unitaria continuadora de aquella comunista unitaria, tendrá en el Consejo de Milán de 45 a 50.000
votos; está claro que los 47.000 salidos del Partido Socialista después de Liorna son en casi su
totalidad comunistas unitarios.
La calidad de los actuales 80.000 inscritos puede comprenderse a través de este pequeño
razonamiento. El Partido Socialista administra actualmente cerca de 2.000 comunas y 10.000 entre
ligas, Cámaras de trabajo, cooperativas y mutualidades. Si se tienen en cuenta las minorías
comunales y de los Consejos provinciales, es lícito calcular a una media de 16 consejeros por 2.000
comunas administradas en mayoría; esto es, resulta que un partido de 80.000 inscritos cuenta con
32.000 consejeros comunales. Para las 10.000 organizaciones económicas no es exagerado calcular
(también teniendo en cuenta los cargos múltiples) tres funcionarios inscritos por cada una; tenemos
así un partido de 80.000 inscritos, que sobre los 32.000 consejeros, tendrá bien 32.000 funcionarios
de ligas, cooperativas y mutualidades. Así pues, de 80.000 inscritos, 62.000 son miembros
estrechamente ligados a una posición económica o política, quedando solamente 18.000 miembros
desinteresados.

Esta composición explica suficientemente cómo ocurre que el Partido Socialista, aunque no
representa ya las aspiraciones y los sentimientos de las masas trabajadoras, continúa aparentemente
siendo un partido de masas. La historia está llena de fenómenos similares.

El reino de los Borbones en Nápoles era "negación de Dios" hasta 1848; no obstante, subsistió hasta
1860 porque tenía un cuerpo de funcionarios que estaba entre los mejores de Italia; de 1848 a 1860,
el Estado borbónico fue una pura y simple organización de funcionarios, sin consenso en ninguna
clase de la población, sin vida interior, sin un fin histórico que justificase su existencia.

El imperio del zar había demostrado en 1905 estar muerto y putrefacto históricamente; tenía contra
sí al proletariado industrial, los campesinos, la pequeña burguesía intelectual, los comerciantes, la
enorme mayoría de la población. De 1905 a 1917, el imperio del zar vivió solamente porque tenía
una burocracia formidable, vivió solamente como organización de funcionarios estatales, sin
contenido ético, sin una misión de progreso civil que le justificara la existencia.

El Estado de Austria-Hungría es el tercer ejemplo, y quizás el más educativo, que ofrece la historia.
Estaba dividido en razas enemigas entre sí, como hoy son enemigas entre sí las diversas tendencias
del Partido Socialista, pero continuaba viviendo, cementado unitariamente por una sola categoría de
ciudadanos, la casta de los funcionarios.

En la política internacional, el Estado de los Borbones, el imperio del zar, el imperio de los
Habsburgo representaban todavía toda la población y pretendían expresar su voluntad y
sentimientos. También hoy el Partido Socialista, organización de 62.000 funcionarios en la clase
trabajadora, pretende expresar su voluntad y sus sentimientos.

Esta composición del Partido Socialista justifica nuestro escepticismo sobre el resultado del
Congreso de Milán. Solamente entre 18.000 miembros desinteresados es posible que haya influido
una discusión política; los otros 62.000 razonan sólo desde el punto de vista de su empleo y de su
cargo. Una escisión a la derecha pondrá en peligro la mayoría de los Consejos municipales, una
escisión entre funcionarios sindicales, de cooperativas o de mutualidades pondría en peligro la
situación de cada uno; los 62.000 son, por tanto, unitarios hasta el fondo, hasta la extrema
vergüenza. Por tanto, creíamos destinado al fracaso el intento de Maffi, Lazzari, Riboldi para una
aproximación a la Internacional Comunista; los tres pueden influir solamente en 18.000 de los
82.000 inscritos en el Partido Socialista; en la mejor de las hipótesis podrían arrancar de este partido
10.000 miembros, ya la nueva escisión no tendría ninguna importancia política.

La verdad es que el Partido Socialista está ya muerto y putrefacto; un partido obrero que de 80.000
miembros tiene 62.000 funcionarios es solamente una excrecencia morbosa de la colectividad
nacional. El fenómeno es, sin embargo, rico en enseñanzas para los militantes comunistas; si es
cierto que el Partido Socialista, aunque muerto como conciencia política del proletariado, sigue
viviendo como aparato organizativo de las grandes masas, ello indica la importancia considerable
que en la civilización moderna tienen los "funcionarios". Para el Partido Comunista, el problema de
convertirse en el partido de las grandes masas y, por consiguiente, partido del gobierno
revolucionario, no consiste solamente en resolver la cuestión de interpretar fielmente las
aspiraciones populares, significa también resolver la cuestión de sustituir los funcionarios
contrarrevolucionarios con funcionarios comunistas; significa, por consiguiente, crear un cuerpo de
funcionarios comunistas, que, sin embargo, a diferencia de los socialistas, estén estrechamente
disciplinados y subordinados al Congreso y al Comité Central del Partido. De esta verdad, poco
simpática aparentemente, deben convencerse especialmente nuestros jóvenes; la realidad es como
es, algo rebelde, y debe dominarse con los medios adecuados, aunque parezcamos poco
revolucionarios y poco simpáticos.

Fuente: http://www.marxists.org/espanol/gramsci/oct1921.htm (02/08/2011)

A. Gramsci

El Partido y la masa

Primera Edición: En "L'Ordine Nuovo" el 25 de noviembre de 1921.


Digitalización: Aritz, setiembre de 2000.
Edición Digital: Marxists Internet Archive, 2000.
La crisis constitucional en que se debate el Partido Socialista Italiano interesa a los comunistas en
cuanto es reflejo de la más profunda crisis constitucional en que se debaten las grandes masas del
pueblo italiano. Desde este punto de vista, la crisis del Partido Socialista no puede ni debe
considerarse aisladamente: forma parte de un cuadro más amplio, que abarca también al Partido
Popular y al fascismo.

Políticamente, las grandes masas no existen sino encuadradas en los partidos políticos. Los cambios
de opinión que se producen en las masas por el empuje de las fuerzas económicas determinantes son
interpretadas por los partidos, que se escinden primero en tendenecias, para poder escindirse en una
multiplicidad de nuevos partidos orgánicos; a través de este proceso de desarticulación, de
neoasociación, de fusión entre los homogéneos se revela un más profundo e íntimo proceso de
descomposición de la sociedad democrática por el definitivo ordenamiento de las clases en lucha
para la conservación o la conquista del poder del Estado y del poder sobre el aparato de producción.

En el período desde el armisticio a la ocupación de las fábricas, el Partido Socialista ha


representado la mayoría del pueblo trabajador italiano, la pequeña burguesía y los campesinos
pobres. De estas tres clases, solamente el proletariado era esencial y permanentemente
revolucionario; las otras dos clases eran "ocasionalmente" revolucionaras, eran "socialistas de
guerra", aceptaban la idea de la revolución en general por los sentimientos de rebelión, por los
sentimientos antigubernamentales germinados durante la guerra. Puesto que el Partido Socialista
estaba constituido en su mayoría por elementos pequeño-burgueses y campesinos, habría podido
hacer la revolución solamente en los primeros tiempos después del armisticio, cuando los
sentimientos de revuelta antigubernativa eran aún vivaces y activos; por otra parte, al estar el
Partido Socialista constituido en su mayoría por pequeños burgueses y campesinos (cuya
mentalidad no es muy distinta de aquella de la pequeña burguesía urbana), tenía que ser oscilante,
vacilante, sin un programa neto y preciso, sin dirección y, especialmente, sin una conciencia
internacionalista. La ocupación de las fábricas, esencialmente proletaria, halló impreparado al
Partido Socialista, que era sólo parcialmente proletario, que estaba ya, por los primeros golpes del
fascismo, en crisis de conciencia en sus otras partes constitutivas. El fin de la ocupación de las
fábricas descompuso completamente al Partido Socialista; las creencias revolucionarias infantiles y
sentimentales cedieron completamente; los dolores de la guerra se habían mitigado en parte (¡no se
hace una revolución por los recuerdos del pasado!); el gobierno burgués aparece aún fuerte en la
persona de Giolitti y en la actividad fascista; los jefes reformistas afirmaron que pensar en la
revolución comunista en general era de locos; Serrati afirmó que era locura pensar en la revolución
comunista en Italia en aquel período. Solamente la minoría del Partido, formada por la parte más
avanzada y culta del proletariado industrial, no cambió su punto de vista comunista e
internacionalista, no se desmoralizó por los acontecimientos diarios, no se dejó ilusionar por la
apariencia de solidez y energía del Estado burgués. De esta manera nació el Partido Comunista,
primera organización autónoma e independiente del proletariado industrial, de la única clase
popular esencial y permanentemente revolucionaria.
El Partido Comunista no se hizo súbitamente partido de las más amplias masas. Esto prueba una
sola cosa: las condiciones de gran desmoralización y de gran abatimiento en que habían caido las
masas a continuación del fallo político de la ocupación de las fábricas. La fe se había extinguido en
gran número de dirigentes; lo que primeramente se había exaltado, ahora era escarnecido; los
sentimientos más íntimos y delicados de la conciencia proletaria era torpemente pateada, pisoteada
por esta burocracia subalterna dirigente, vuelta escéptica, corrompida en el arrepentimiento y en el
remordimiento de su pasado de demagogia maximalista. La masa popular que inmediatamente
después del armisticio se había agrupado en torno al Partido Socialista se desmembró, se licuó, se
dispersó. La pequeña burguesía, que había simpatizado con el socialismo, simpatizó con el
fascismo; los campesinos, sin apoyo ya en el Partido Socialista, dirigieron más bien su simpatía al
Partido Popular. Pero esta confusión de los antiguos efectivos del Partido Socialista con los
fascistas, de una parte y con los populares, de otra, no dejó de tener consecuencias.

El Partido Popular se acercó al Partido Socialista: en las elecciones parlamentarias, las listas
abiertas populares, en todas las circunscripciones, aceptaron por centenares y miles los hombres de
los candidatos socialistas; en las elecciones municipales realizadas en algunas comunas rurales,
desde las elecciones políticas hasta hoy, a menudo los socialistas no presentaron lista de la minoría
y aconsejaron a sus adheridos votar por la lista popular; en Bérgamo, el fenómeno tuvo una
manifestación clamorosa: los extremistas populares se separaron de la organización blanca y se
fundieron con los socialistas, fundando una Cámara de trabajo y un semanario dirigido y escrito por
socialistas y populares conjuntamente. Objetivamente, este proceso de reagrupamiento popular-
socialista representa un progreso. La clase campesina se unifica, adquiere la conciencia y la noción
de la solidaridad amplia, rompiendo la envoltura religiosa en el campo popular, rompiendo la
envoltura de la cultura anticlerical pequeño-burguesa en el campo socialista. Por esta tendencia de
sus efectivos rurales, el Partido Socialista se separa cada vez más del proletariado industrial y, por
consiguiente, parece que viene a romperse el fuerte vínculo unitario que el Partido Socialista
parecía que había creado entre la ciudad y el campo; sin embargo, puesto que este vínculo no existía
en realidad, la nueva situación no da lugar a ningún daño efectivo. En cambio, se hace evidente una
ventaja real: el Partido Popular sufre una fuerte oscilación a la izquierda y se hace cada vez más
laico; esto terminará con la separación de su derecha, constituida por grandes y medios propietarios
agrarios, es decir, que entrará decididamente en el campo de la lucha de clases, con un formidable
debilitamiento del gobierno burgués.

El mismo fenómeno se perfila en el campo socialista. La pequeña burguesía urbana, reforzada


políticamente por todos los tránsfugas del Partido Socialista, había tratado después del armisticio de
aprovechar la capacidad de organización y de acción militar adquirida durante la guerra. La guerra
italiana ha estado dirigida, en ausencia de un Estado Mayor eficiente, por la oficialidad subalterna,
es decir, por la pequeña burguesía. Las desilusiones padecidas en la guerra habían despertado
fuertes sentimientos de rebelión antigubernativa en esta clase, la que, perdida después del armisticio
la unidad militar de sus cuadros, se desparramó en los diversos partidos de masa, llevando consigo
los fermentos de rebelión, pero también inseguridad, vacilación y demagogia. Caída la fuerza del
Partido Socialista después de las ocupaciones de las fábricas, con rapidez fulminante esta clase, con
el empuje del mismo Estado Mayor que la había explotado en al guerra, reconstruyó sus cuadros
militarmente, se organizó nacionalmente. Maduración rapidísima, crisis constitucional rapidísima.
La pequeña burguesía urbana juguete en manos del Estado Mayor y de las fuerzas más retrógradas
del gobierno, se alió a los agrarios y rompió, por cuenta de los agrarios, la organización de los
campesinos. El pacto de Roma entre fascistas y socialistas marca el punto de inflexión de esta
política ciega y políticamente desastrosa para la pequeña burguesía urbana, que comprendió que
vendía su "primogenitura" por un plato de lentejas. Si el fascismo continuaba con las expediciones
punitivas tipo Treviso, Sarzana, Roccastrada, la población se habría sublevado en masa y, en la
hipótesis de una derrota popular, ciertamente los pequeños burgueses no habrían tomado el poder,
sino el Estado Mayor y los latifundistas. El fascismo se acerca nuevamente al socialismo, la
pequeña burguesía trata de romper los lazos con la gran propiedad agraria, trata de tener un
programa político que termine pareciéndose mucho al de Turati y D'Aragona.

Esta es la situación actual de la masa popular italiana: una gran confusión, sucediendo a la unidad
artificial creada por la guerra y personificada en el Partido Socialista, una gran confusión que
encuentra los puntos de polarización de los campesinos; en el fascismo, organización de la pequeña
burguesía. El Partido Socialista, que desde el armisticio hasta la ocupación de las fábricas ha
representado la confusión demagógica de estas tres clases del pueblo trabajador, es hoy el máximo
exponente y al víctima más conspicua del proceso de desarticulación (por un nuevo, definitivo
equilibrio) que las masas populares italianas sufren como consecuencia de la descomposición de la
democracia.

Fuente: http://www.marxists.org/espanol/gramsci/nov1921.htm (02/08/2011)

A. Gramsci
El Partido Comunista
y la agitación obrera
en curso

Escrito: Noviembre de 1921


Primera Edición:En L´Ordine Nuovo, 22 de noviembre de 1921
Digitalización: Aritz
Esta Edición: Marxists Internet Archive, año 2001

Un estremecimiento de lucha recorre las filas del proletariado italiano. La máxima depresión de la
actividad del proletariado decisivamente se ha sobrepasado y la lucha de clase va readquiriendo el
ritmo imponente que tenía antes de los acontecimientos de finales del año 1920. La ofensiva
capitalista, cuyo inicio se puede reconocer en los episodios del 21 de noviembre -hace un año- en
Bolonia[1], se ha movido al paso, en sus diversas formas, acelerando solamente después que sobre
la moral de las masas había tenido su maléfico influjo la desastrosa política del Partido Socialista y
de la Confederación del Trabajo y también aprovechando sobre todo los errores y culpas de los
dirigentes proletarios, no perece que haya sido tan perniciosa como éstos, si a su mayor
ensañamiento la clase obrera responde levantándose de nuevo al combate.

Entre el periodo de lucha obrera que la táctica equívoca de los socialistas echó a perder entonces y
el actual, se dan diferencias profundas de situación y de relaciones de fuerza. Entonces parecía
abandonada a los organismos proletarios la iniciativa de los movimientos y la elección del programa
de conquista, y el adversario, patronal y Estado, parecía desorientado y casi pasivo. En cambio, hoy
está la burguesía con una serie de armas bien templadas que mueve contra el proletariado y lo ataca
en el terreno político con la reacción y el fascismo, y en el terreno económico con el cierre de
fábricas y las denuncias de los convenios de trabajo antes conquistados.

Según los socialistas de derecha, fue un error proponerse en aquel periodo favorable objetivos
revolucionarios demasiado grandiosos e irreales y no asegurarse más limitadas conquistas, en las
que todavía el proletariado se habría sólidamente reforzado. Pero aquéllos no aluden a conquistas
económicas, puesto que éstas en realidad se verificaron en gran escala y evidentemente hablan de
un programa político cuya realización, en el terreno político, se ve impedida por la aclamada
aspiración a la conquista de todo el poder por la clase obrera.

Pero estos hombres no dicen ni muestran qué régimen, si no es la posesión íntegra de la fuerza
estatal por parte del proletariado, habría librado a éste del contraataque burgués. Es fácil
comprender que si no se tenía una sólida organización de lucha, y la ofensiva burguesa se derivó de
la reacción ante el peso de la voluntad de los organismos proletarios en la marcha de la vida social,
y de la conciencia que corresponde a esta aparente influencia, aquella ofensiva se habrí
desencadenado en el caso de que las masas vieran reforzada su influencia social, no sobre su
organización, sino sobre ulteriores concesiones obtenidas mediante medios pacíficos de hipotéticos
aliados entre la izquierda burguesa en el campo de combinaciones parlamentarias o de cualquier
simulacro de crisis del régimen. En realidad, el único medio de impedir hoy la reaparición de la
ofensiva burguesa es el desarme del aparato burgués de gobierno y de la propia burguesía y de la
acción directa del poder y de la fuerza armada del proletariado; o sea, la dictadura revolucionaria de
éste.

En la situación actual, en la que la burguesía tiende a una dictadura económica y política suya, que
deje inmutable la forma de su régimen, pero que destruya las fortalezas de las organizaciones
obreras y empuje al proletariado a la condición de anteguerra o más atr´s aún, los exponentes de la
socialdemocracia, para quienes tampoco puede regir la cómoda coartada con la que respondían
hasta ahora, no osan ya formular ningún programa. Sostienen o más bien realizan el repliegue sin
lucha para no verse obligados a admitir la necesidad del armamento, no sólo ideal, sino también
material, del proletariado para la lucha de clase, con la que consigue necesariamente el programa de
consolidación de este aparato de lucha en un aparato de poder revolucionario.

Los comunistas, en cambio, coherentes con las acusaciones que en el "feliz" periodo de los años
1919 y 1920 hacían a la política de los socialistas de derecha, incapaz de utilizar toda etapa
recorrida luchando por el proletariado para la organización de su facultad revolucionaria, hacia
fuera y contra el Estado burgués, como única garantía de la defensa de aquellas conquistas y de su
integración hasta la emancipación proletaria, los comunistas hoy sostienen que el proletariado debe
aceptar de la situación las elocuentes enseñanzas de lucha que se derivan, y debe afrontar los
conflictos singulares con las fuerzas adversarias con una visión general de sus tareas que preparan
el movimiento único de toda la clase trabajadora en el plano revolucionario.

Si el considerar como aislada la acció singular y ensalzar la táctica de ocupar sucesivamente y con
poco gasto de energía las posiciones aisladas, podí tener un sentido en el periodo de avance, hoy
aquel método equivale evidentemente exponerse a cierta derrota.

Los comunistas tiene esbozado el plan de acción proletaria de la canalización de todas las luchas en
una única acción del frente único de los trabajadores, que tiene como base todo el conjunto de las
conquistas obreras que la ofensiva burguesa está acechando. Este plan se viene trazando en los
mismos acontecimientos, que de manera casi automática conducen a los trabajadores a ampliar la
base de los conflictos, fundiéndolos con aquellos a los que se ven provocados otras categorías y
reuniendo reivindicaciones políticas y económicas.

Mientras esta síntesis de los esfuerzos se ve programáticamente completa en la consigna del Partido
Comunista, que debe servir como guía a la acción proletaria, en la realidad ahí están los factores
que se oponen a su realización, y como el principal de estos la actitud de los jefes de derecha. La
acción hacia el frente único proletario aparece así como una doble lucha: contra la burguesía en el
frente determinado por sus ataques y contra los socialdemócratas que impiden a la organización
proletaria responder con la ampliación del frente a la táctica burguesa, que consiste en batir sucesiva
y separadamente las fuerzas obreras.

El Partido Comunista comprende en toda su complejidad esta situación y las dificultades que se
oponen a la realización de la plataforma de acción única que ha propuesto, que culminaría en la
huelga general nacional, poniendo la lucha en una vía decisivamente revolucionaria, no le disuaden
de seguir y sostener todas las fases de la lucha defensiva proletaria que, aunque impedida por la
dictadura socialdemocrática sobre las organizaciones, contribuye por sucesivas acciones a la
extensión del frente.

Por esto, los comunistas tiene una tarea precisa, incluso si no se acepta por sus adversarios la forma
de acción que ellos propugnan y que es la única que presenta verdaderas probabilidades de una
victoria proletaria. Ellos no se hacen de la menguada realización final del principio, y por parte de
todas las masas, de su táctica, una razón de pasividad o una coartada para su responsabilidad; están
ante todo por la lucha, la lucha en dos frentes, contra el abierto adversario burgués y contra el
derrotismo interno de los oportunistas.

Por consiguiente, el Partido Comunista está en primera línea de los experimentos de acción
ampliada que hoy se desarrollan y que indudablemente preludian má,s amplias batallas. Ciertamente
que si estas tentativas de la masa fracasaran, sería por efecto de la influencia de los
socialdemócratas, que frenan la difusión del movimiento y tratan de explotar las eventuales derrotas
proletarias como consecuencia del método de la extensión de la acción, mientras que sería
solamente consecuencia de la tardía extensión. Pero esto no quita que haciendo grandes esfuerzos
no se pueda obtener que también por esta vía, hecha menos directa por la fuerza de los derrotistas,
se pueda aguerrir el proletariado para la lucha revolucionaria suprema. Por consiguiente, nos
hallamos, después de haber establecido bien toda la responsabilidad, de lleno en la lucha de la
huelga general de Liguria y de Venecia Julia[2]; pedimos la extensión del movimiento de los
ferroviarios contra la aplicación del artículo 56. [3]

Hay que luchar contra esta situación para extraer de todo su desarrollo un resultado de experiencia y
de alineamiento revolucionario, con la mirada puesta siempre en el objetivo: acción general única
de todos los trabajadores.

El nivel de la combatividad proletaria crecerá a través de estos episodios en la medida en que el


Partido Comunista esté unido en la lucha contra el derrotismo de los amarillos. Los cuales esperan,
no menos acaso que los burgueses auténticos, el revés que hunda al proletariado en la vía muerta de
la pasividad y de la consternación.

Pero a los viscosos y más cínicos enemigos del movimiento obrero, parece que les sopla otro
viento: el de la gran tempestad revolucionaria.

[1]Se trata de los famosos "hechos del Palacio de Accurzio", una obscura provocación que señaló el
inicio del escuadrismo en Emilia. Diez ciudadanos boloñeses fueron asesinados con bombas de
mano delante del ayuntamiento.

[2]En Liguria, en apoyo a los metalúrgicos, que estaban en huelga durante semanas contra la
amenaza de reducción de salarios, del 17 al 21 de noviembre se ha realizado el paro general. En la
Venecia Julia, contra las decisiones de los industriales triestinos de realizar el cierre en los astilleros
navales de Trieste y Muggia y de reducir los salarios en el astillero de Monfalcone, se ha declarado
la huelga general en toda la región: También en Liorna, los metalúrgicos han entrado en huelga.

[3]En Nápoles, el 6 de noviembre, los ferroviarios habían reanudado la huelga en defensa del
principio de la jornada laboral de ocho horas y contra la aplicación del artículo 56, del 7 de julio de
1907, enterrado después de la agitación de 1920, que establecía el despido para los ferroviarios en
huelga.

Fuente: http://www.marxists.org/espanol/gramsci/agitac.htm (02/08/2011)

A. Gramsci

Enseñanzas

Escrito:1922
Primera Edición:En L'Ordine Nuovo, 5 de Mayo de 1922
Digitalización:Aritz
Esta Edición: Marxists Internet Archive, año 2000
Las conclusions que pueden sacarse del desarrollo de esta manifestación del 1º de mayo son
reconfortantes.

La manifestación ha sido un éxito como intervención de masas, como extensión de solidaridad. Ha


demostrado cómo el proletariado italiano a pesar de la reacción es rojo. Y ha sido también lograda
como prueba del espíritu de combatividad que se despierta en las filas de los trabajadores.

Los fascistas se han preocupado de demostrar con su comportamiento y con sus mismas
declaraciones que se trataba de una manifestación antifascista. Y tal ha sido el significado de la
abstención en el trabajo y de la intervención en las demostraciones de amplísimas masas, de una
punta a otra de Italia, y sin excluir las zonas más influenciadas por el fascismo. Si no se han
realizado los cortejos se debe a la imposición del gobierno; si se hubiera realizado, hoy tendríamos
un mayor número de obreros muertos, pero también un mayor número de fascistas muertos.

Pero junto a la reconfortante comprobación de la amplitud y grandiosidad de la manifestación y de


la elevada moral de la masa, debemos destacar la de que la organización ha dejado en general
mucho que desear.

No ha sucedido sin razones: la táctica de la unidad del frente adoptada en este 1º de Mayo por todos
los organismos proletarios, experiencia de la Alianza del Trabajo Italiana, ha traído este beneficio y
esta ventaja, que serán consideradas atentamente por los comunistas. Nos limitamos a señalar
brevemente el asunto, en presencia del comunicado hecho por el Comité de la Alianza del Trabajo
después del 1º de Mayo.

Con la táctica de la unidad del frente se han podido unir en los comicios del 1º de Mayo grandes
multitudes obreras aunque estaba bien claro en la conciencia del último que intervenía que no se
trataba de la acostumbrada y tradicional coreografía, sino de una jornada de lucha. Pero esta
demostración de la aversión del proletariado a la reacción y al fascismo, del espíritu de clase que
siempre anima a las grandes multitudes de trabajadores, no es bastante para poder contener al
fascismo y la reacción. El fascismo no será sofocado por la unanimidad platónica: el revólver y los
puños no se volverán impotentes arrojándolos sobre un colchón. El fascismo no tiene el número,
pero tiene la organización, unitaria y centralizada, y esa es su fuerza, integrada en la centralización
del poder oficial burgués.

La Alianza del Trabajo[1], que hoy ha permitido reagrupar masas imponentes, debe hacerse capaz
de encuadrarlas con disciplina unitaria. Esta es la tarea de los comunistas: conseguir este resultado,
hacia el que solamente se ha dado el primer paso. Cuando sea posible que las grandes reuniones
puedan contar con el concurso proletario y al mismo tiempo con una racional preparación de
nuestra fuerza, entonces el proletariado podrá dominar a su enemigo. En este 1º de Mayo se ha
podido notar que los comicios y los movimientos preparados por las organizaciones aliadas
adolecían de escasa preparación organizativa incluso al modesto resultado de su protección frente a
los ataques adversarios, y esto dependía del hecho de que estaba claro quién había organizado los
comicios y dispuesto el plan de su desarrollo en todos los aspectos. Los comités locales de la
Alianza son de reciente formación y no tienen clara consistencia organizativa y suficiente poder.
No obstante, es ya una gran ventaja el haber podido tener reuniones comunes de masas, porque eso
eleva la moral proletaria y permite a los comunistas llevar a todo el proletariado su palabra clara.
Todo un ulterior desarrollo del interesante experimento italiano de la táctica del frente único
conducirá a integrar con ventaja innegable la efectiva e íntima unidad de organización.

El argumento se presta a imprtantísimas consideraciones: queremos ahora solamente señalar que el


terreno sindical sobre el que la Alianza se ha constituido, permita a los comunistas impulsar para
que se haga cada vez más estrecha organizativamente, uniéndose también a la unidad sindical
proletaria que siempre hemos alentado y que el programa del Partido Comunista sólo podrá y
deberá llenar de contenido revolucionario.

Por ahora debemos reaccionar contra el carácter pigre e incierto que tiene hasta hoy la dirección de
la Alianza del Trabajo. Los comunistas han formulado ya de manera precisa y concreta su propuesta
para el desarrollo, la reanimación, el potenciamiento de la Alianza, que podróa, si el cambio no
fuera enérgicamente impulsado hacia delante, degenerar en una burucrática y obstruyente
diplomacia de jefes vacilantes y oportunistas. Que las propuestas comunistas son urgentes lo
demuestra el comportamiento pasivo de la Alianza ante las gravísimas provocaciones que han
sufrido el 1º de Mayo los obreros y, no obstante los llamamientos a la acción llegados de tantas
partes, lo demuestra su insensibilidad a la presión que viene hoy del proletariado italiano dispuesto
a proceder rápidamente por el camino de la contraofensiva. Y lo demuestra, elocuentísimo
documento, el comunicado hecho por el Comité Nacional, que con sus frases anodinas y banales
declina la sugestión que viene de la masa anhelante de lucha: comunicado al que no queremos
añadir otro comentario, seguros de que, como la cuestión está irrevocablemente puesta ante las
masas, no dejarán éstas de comentarlo y juzgarlo, para sacar de esta contrariedad nuevos motivos
para proseguir en la áspera pero segura vía de su insurrección.

[1] La Alianza del Trabajo fue constituida el 20 de febrero de 1922 por los dirigentes de la
Confederación General del Trabajo, la Unión Sindical Italiana, la Unión Italiana del Trabajo, el
Sindicato Ferroviario y la Federación Nacional de los Trabajadores de los Puertos.

Fuente: http://www.marxists.org/espanol/gramsci/ense.htm (02/08/2011)

A. Gramsci
La crisis de la
pequeña burguesía

Escrito: 1924
Primera Edición: L´Unitá, 2 de Julio de 1924.
Digitalización: Aritz
Esta Edición: Marxists Internet Archive, año 2001

La crisis política producida por el asesinato de Matteotti está en pleno desarrollo y no se puede
todavía decir cuál será su desenlace final.

Esta crisis presenta aspectos diversos y múltiples. Señalamos ante todo la lucha que se ha
reanimado, en torno al gobierno entre fuerzas adversarias del mundo plutocrático y financiero, para
la conquista por parte de unos y la conservación por parte de los otros de una influencia
predominante en le gobierno del Estado. A la oligarquía financiera, que se halla a la cabeza de la
banca comercial, se contraponen las fuerzas que en un tiempo se agrupaban en torno a la fracasada
banca de descuento y hoy tienden a reconstituir un organismo financiero propio que debería
desplazar la predominante influencia de la primera. Su consigna de orden es "constitución de un
gobierno de reconstrucción nacional", con la eliminación del lastre (se entiende los patrocinadores
de la actual política financiera). Se trata en sustancia de un grupo de aprovechados no menos
nefastos que los otros, que bajo la máscara de la indignación por el asesinato de Matteotti y en
nombre de la "justicia", van hacia el abordaje de las cajas del Estado. El momento es bueno, y
naturalmente no hay que dejarlo escapar.

Desde el punto de vista de la clase obrera, el hecho más importante es, sin embargo, otro y
precisamente es enorme la repercusión que los acontecimientos de estos días han tenido en las
clases medias y pequeño-burguesas: se precipita la crisis de la pequeña burguesía.

Si se tiene en cuenta el origen y la naturaleza social del fascismo, se comprenderá la importancia


enorme de este elemento que viene a resquebrajar las bases de la dominación fascista. Este
imprevisto y radical desplazamiento de la opinión pública, polarizándose en torno a los partidos de
la llamada "oposición constitucional", pone a estos partidos en primera fila de la lucha política:
deben darse cuenta, como algunas capas de la misma clase obrera, de la necesidad y de las
condiciones que tal lucha impone.

En el campo obrero no ha faltado la inmediata repercusión de este desplazamiento de fuerza: el


proletariado tiene hoy la sensación de no estar ya aislado en la lucha contra el fascismo, y esto,
unido al inmutable espíritu antifascista que lo anima, determina en su ánimo la convicción de que la
dictadura fascista podrá ser abatida, y dentro de un periodo de tiempo bastante más corto de lo que
se había pensado en el pasado. El hecho de que la revuelta moral de toda la población contra el
fascismo en la clase obrera se ha manifestado con paros parciales, como forma enérgica de la lucha;
el haber sentido la necesidad y haber considerado posible bajo ciertas condiciones la huelga general
nacional contra el fascismo, demuestra que la situación va cambiado con una rapidez imprevista.
Quien tenga dudas a este propósito, que vaya con los obreros y verá cómo se acogen los
melancólicos comunicados de la Confederación General del Trabajo implorando la calma, en los
que se define como "elementos irresponsables" y "agentes provocadores" cuantos hacen propaganda
para la acción: este lenguaje estábamos habituados cierto tiempo a leerlo en los comunicados
policiales...

De la actitud y de la conducta de los diversos partidos dispuestos hoy en el frente de la lucha


antifascista se puede en seguida hacer una primera afirmación: la impotencia de la oposición
constitucional. Estos partidos, en el pasado, con la oposición al fascismo tendían evidentemente a
atraer hacia sí a la pequeña burguesía y en parte a aquellas capas de la burguesía que, viviendo al
margen de la plutocracia dominante, padecen en parte las consecuencias de su predominio absoluto
y aplastante en la vida económica y financiera del país. Aquéllos tienden hacia sistemas menos
dictatoriales de gobierno. Estos partidos pueden hoy decir que han logrado su objetivo, que
constituye para ellos la premisa para conducir a fondo la lucha contra el fascismo. Su acción, sin
embargo, que en la situación actual debería tener un valor decisivo, se muestra incierta, equívoca e
insuficiente. Refleja en su sustancia la impotencia de la pequeña burguesía para afrontar por sí sola
la lucha contra el fascismo, impotencia determinada por un complejo de razones, de las que deriva
también la actitud característica de estas capas eternamente oscilantes entre el capitalismo y el
proletariado.

Estas cultivan la ilusión de resolver la lucha contra el fascismo en el terreno parlamentario,


olvidando que la naturaleza fundamental del gobierno fascista es la de una dictadura armada, a
pesar de todos los adornos constitucionales que trata de aplicar a la milicia nacional. Esta, por otra
parte, no ha eliminado la acción del escuadrismo y de la ilegalidad: el fascismo en su verdadera
esencia está constituido por las fuerzas armadas que operan directamente por cuenta de la
plutocracia capitalista y de los agrarios. Abatir al fascismo significa en definitiva aplastar
definitivamente estas fuerzas, y esto no se puede conseguir sino en el terreno de la acción directa.
Cualquier solución parlamentaria resultará impotente. Cualquiera que sea el carácter del gobierno
que de tal solución pudiera derivarse, se trate de la recomposición del gobierno de Mussolini o de la
formación de un gobierno llamado democrático (lo que por otra parte es bastante difícil), ninguna
garantía podrá tener la clase obrera de que sus intereses y sus derechos más elementales se vean
asegurados, aun en los límites que permite un Estado burgués y capitalista, mientras aquellas
fuerzas no sean eliminadas.

Para conseguir esto, es menester luchar contra aquellas en el terreno en el que es posible vencer en
serio, es decir, en el terreno de la acción directa. Sería una ingenuidad confiar esta tarea el Estado
burgués, aunque sea liberal y democrático, ya que no vacilará en recurrir a su ayuda en el caso de no
que se sintiese bastante fuerte para defender el privilegio de la burguesía y mantener sujeto al
proletariado.

De todo esto se deriva la conclusión de que una oposición real al fascismo puede ser llevada
solamente por la clase obrera. Los hechos demuestran cuánto corresponde a la realidad la posición
asumida por nosotros con ocasión de las elecciones generales, oponiendo a la oposición
constitucional la "oposición obrera" como la única base real y eficaz para derrocar al fascismo. El
hecho de que fuerzas no obreras convergen en el frente antifascista no cambia nuestra afirmación
según la cual las clase obrera es la única clase que pueda y deba ser el guía dirigente en esta lucha.

La clase obrera debe encontrar, sin embargo, su unidad en la cual encuentra toda la fuerza necesaria
para afrontar la lucha. De aquí la propuesta del Partido Comunista a todas las organizaciones
proletarias para una huelga general contra el fascismo, de aquí nuestra actitud frente a los
impotentes lloriqueos socialdemócratas.

Fuente: http://www.marxists.org/espanol/gramsci/jul1924.htm (02/08/2011)

A. Gramsci

Necesidad de una
preparación
ideológica de la
masa
Escrito: En mayo de 1925.
Primera Edición: Aparecido en "Lo Stato Operaio" de Marzo-abril de 1931.
Digitalización: Aritz, setiembre de 2000.
Edición Digital: Marxists Internet Archive, 2000.

Desde hace casi cincuenta años, el movimiento obrero revolucionario italiano ha caído en una
situación de ilegalidad o de semilegalidad. La libertad de prensa, el derecho de reunión, de
asociación, de propaganda, han sido prácticamente suprimidos. La formación de los cuadros
dirigentes del proletariado no puede realizarse, pues, por la vía y con los métodos que eran
tradicionales en Italia hasta 1921. Los elementos obreros más activos son perseguidos, son
controlados en todos sus movimientos, en todas sus lecturas; las bibliotecas obreras han sido
incendiadas o eliminadas de otra manera; las grandes organizaciones y las grandes acciones de masa
ya no existen o no pueden organizarse. Los militantes no participan plenamente o sólo en medida
muy limitada en las discusiones y en el contraste de ideas; la vida aislada o las reuniones irregulares
de pequeños grupos clandestinos, el hábito que puede crearse en una vida política que en otros
tiempos parecía excepción, suscitan sentimientos, estados de ánimo, puntos de vista que son con
frecuencia erróneos e incluso a veces morbosos.

Los nuevos miembros que el Partido gana en tal situación, evidentemente hombres sinceros y de
vigorosa fe revolucionaria, no pueden ser educados en nuestros métodos de amplia actividad, de
amplias discusiones, del control recíproco que es propio de los periodos de democracia y de
legalidad. Se anuncia así un periodo muy grave: la masa del Partido habituándose, en la ilegalidad,
a no pensar en otra cosa que en los medios necesarios para escapar al enemigo, habituándose a ver
posible y organizable inmediatamente sólo acciones de pequeños grupos, viendo cómo los
dominadores aparentemente habían vencido y conservan el poder con el empleo de minorías
armadas y encuadradas militarmente, se aleja insensiblemente de la concepción marxista de la
actividad revolucionaria del proletariado, y mientras parece radicalizarse por el hecho de que a
menudo se anuncian propósitos extremistas y frases sanguinolentas, en realidad se hace incapaz de
vencer al enemigo. La historia de la clase obrera, especialmente en la época que atravesamos,
muestra cómo este peligro no es imaginario. La recuperación de los partidos revolucionarios, tras un
periodo de ilegalidad, se caracteriza con frecuencia por un irrefrenable impulso a la acción, por la
ausencia de toda consideración de las relaciones reales de las fuerzas sociales, por el estado de
ánimo de las grandes masas obreras y campesinas, por las condiciones del armamento, etc. Así, a
menudo ha ocurrido que el Partido revolucionario se ha hecho destrozar por la reacción aún no
disgregada y cuyas reservas no habían sido debidamente justipreciadas, entre la indiferencia y la
pasividad de las amplias masas, que, después de todo periodo reaccionario, se vuelven muy
prudentes y son fácilmente presa del pánico cada vez que se amenaza con la vuelta a la situación de
la que acaban de salir.
Es difícil, en líneas generales, que tales errores no se cometan; por eso, el Partido tiene que
preocuparse de ello y desarrollar una determinada actividad que especialmente tienda a mejorar su
organización, a elevar el nivel intelectual de los miembros que se encuentren en sus filas en el
periodo del terror blanco y que están destinados a convertirse en el núcleo central y más resistente a
toda prueba y a todo sacrificio del Partido, que guiará la revolución y administrará al Estado
proletario.

El problema aparece así más amplio y complejo. La recuperación del movimiento revolucionario y
especialmente su victoria, lanzan hacial el Partido una gran masa de nuevos elementos. Estos no
pueden ser rechazados, especialmente si son de origen proletario, ya que precisamente su adhesión
es uno de los signos más reveladores de la revolución que se está realizando; pero el problema que
se plantea es el de impedir que el núcleo central del Partido sea sumergido y disgregado por la
nueva arrolladora ola. Todos recordamos lo que ha ocurrido en Italia, después de la guerra, en el
Partido Socialista. El núcleo central, constituido por camaradas fieles a la causa durante el
cataclismo, se restringe hasta reducirse a unos 16.000. En el Congreso de Liorna estaban
representados 220.000 miembros, es decir, que existían en el Partido 200.000 adherentes después de
la guerra, sin preparación política, ayunos o casi de toda noción de doctrina marxista, fácil presa de
los pequeños burgueses declamadores y fanfarrones que constituyeron en los años 1919-1920 el
fenómeno del maximalismo. No carece de significado que el actual jefe del Partido Socialista y
director de Avanti sea el propio Pietro Nenni, entrado en el Partido Socialista después de Liorna,
pero que resume y sintetiza en sí mismo toda la debilidad ideológica y el carácter distintivo del
maximalismo de la posguerra. Sería realmente delictivo que en el Partido Comunista se verificase
con respecto al periodo fascista lo que ha ocurrido en el Partido Socialista respecto al periodo de la
guerra; pero esto sería inevitable, si nuestro Partido no tuviera una línea a seguir también en este
terreno, si no procurase a tiempo reforzar ideológica y políticamente sus actuales cuadros y sus
actuales miembros, para hacerlos capaces de contener y encuadrar masas aún más amplias sin que la
organización sufra demasiadas sacudidas y sin que la figura del Partido sea cambiada.

Hemos planteado el problema en sus términos prácticos más inmediatos. Pero tiene una base que es
superior a toda contingencia inmediata.

Nosotros sabemos que la lucha del proletariado contra el capitalismo se desenvuelve en tres frentes:
el económico, el político y el ideológico. La lucha económica tiene tres fases: de resistencia contra
el capitalismo, esto es, la fase sindical elemental; de ofensiva contra el capitalismo para el control
obrero de la producción; de lucha para la eliminación del capitalismo a través de la socialización.
También la lucha política tiene tres fases principales: lucha para contener el poder de la burguesía
en el Estado parlamentario, es decir, para mantener o crear una situación democrática de equilibrio
entre las clases que permita al proletariado organizarse y desarrollarse; lucha por la conquista del
poder y por la creación del Estado obrero, es decir, una acción política compleja a través de la cual
el proletariado moviliza en torno a sí todas las fuerzas sociales anticapitalistas (en primer lugar la
clase campesina), y las conduce a la victoria; fase de la dictadura del proletariado organizado en
clase dominante para eliminar todos los obstáculos técnicos y sociales, que se interpongan a la
realización del comunismo.

La lucha económica no puede separarse de la lucha política, y ni la una ni la otra pueden ser
separadas de la lucha ideológica.

En su primera fase sindical, la lucha económica es espontánea, es decir, nace ineluctablemente de la


misma situación en la que el proletariado se encuentra en el régimen burgués, pero no es por sí
misma revolucionaria, es decir, no lleva necesariamente al derrocamiento del capitalismo, como han
sostenido y continúan sosteniendo con menor éxito los sindicalistas. Tanto es verdad, que los
reformistas y hasta los fascistas admiten la lucha sindical elemental, y más bien sostienen que el
proletariado como clase no debiera realizar otra lucha que la sindical. Los reformistas se diferencian
de los fascistas solamente en cuanto sostienen que si no el proletariado como clase, al menos los
proletarios como individuos, ciudadanos, deben luchar también por la democracia burguesa; en
otras palabras, luchar sólo para mantener o crear las condiciones políticas de la pura lucha de
resistencia sindical.

Puesto que la lucha sindical se vuelve un factor revolucionario, es menester que el proletariado la
acompañe con la lucha política, es decir, que el proletariado tenga conciencia de ser el protagonista
de una lucha general que envuelve todas las cuestiones más vitales de la organización social, es
decir, que tenga conciencia de luchar por el socialismo. El elemento "espontaneidad" no es
suficiente para la lucha revolucionaria, pues nunca lleva a la clase obrera más allá de los límites de
la democracia burguesa existente. Es necesario el elemento conciencia, el elemento "ideológico", es
decir, la comprensión de las condiciones en que se lucha, de las relaciones sociales en que vive el
obrero, de las tendencias fundamentales que operan en el sistema de estas relaciones, del proceso de
desarrollo que sufre la sociedad por la existencia en su seno de antagonismos irreductibles, etcétera.

Los tres frentes de la lucha proletaria se reducen a uno sólo, para el Partido de la clase obrera, que
lo es precisamente porque asume y representa todas las exigencias de la lucha general. Ciertamente,
no se puede pedir a todo obrero de la masa tener una completa conciencia de toda la compleja
función que su clase está resuelta a desarrollar en el proceso de desarrollo de la humanidad, pues
eso hay que pedírselo a los miembros del Partido. No se puede proponer, antes de la conquista del
Estado, modificar completamente la conciencia de toda la clase obrera; sería utópico, porque la
conciencia de la clase como tal se modifica solamente cuando ha sido modificado el modo de vivir
de la propia clase, esto es, cuando el proletariado se convierta en clase dominante, tenga a su
disposición el aparato de producción y de cambio y el poder estatal. Pero el Partido puede y debe en
su conjunto representar esta conciencia superior; de otro modo, aquel no estaría a la cabeza, sino a
la cola de las masas, no las guiaría, sino que sería arrastrado. Por ello, el Partido debe asimilar el
marxismo y debe asimilarlo en su forma actual, como leninismo.

La actividad teórica, la lucha en el frente ideológico, se ha descuidado siempre en el movimiento


obrero italiano. En Italia, el marxismo (por influjo de Antonio Labriola) ha sido más estudiado por
los intelectuales burgueses para desnaturalizarlo y adecuarlo al uso de la política burguesa, que por
los revolucionarios. Así hemos visto en el Partido Socialista Italiano convivir juntas pacíficamente
las tendencias más dispares, hemos visto como opiniones oficiales del Partido las concepciones más
contradictorias. Nunca imaginó la dirección del Partido que para luchar contra la ideología
burguesa, para liberar a las masas de la influencia del capitalismo, fuera menester ante todo difundir
en el Partido mismo la doctrina marxista y defenderla de toda contrafracción. Esta tradición por lo
menos no ha sido interrumpida de modo sistemático y con una notable actividad continuada.

Se dice, sin embargo, que el marxismo ha tenido mucha suerte en Italia y en cierto sentido esto es
cierto. Pero también es cierto que tal fortuna no ha ayudado al proletariado, no ha servido para crear
nuevos medios de lucha, no ha sido un fenómeno revolucionario. El marxismo, o algunas
afirmaciones separadas de los escritos de Marx, ha servido a la burguesía italiana para demostrar
que por la necesidad de su desarrollo era necesario prescindir de la democracia, era necesario
pisotear las leyes, era necesario reírse de la libertad y de la justicia; es decir, se ha llamado
marxismo, por los filósofos de la burguesía italiana, la comprobación que Marx ha hecho de los
sistemas que la burguesía empleará, sin necesidad de recurrir a justificaciones... marxistas, en su
lucha contra los trabajadores. Y los reformistas, para corregir esta interpretación fraudulenta, se han
hecho democráticos, se han convertido en los turiferarios de todos los santos consagrados del
capitalismo. Los teóricos de la burguesía italiana han tenido la habilidad de crear el concepto de la
"nación proletaria" y que la concepción de Marx debía aplicarse a la lucha de Italia contra los otros
Estados capitalistas, no a la lucha del proletariado italiano contra el capitalismo italiano; los
"marxistas" del Partido Socialista han dejado pasar sin lucha estas aberraciones, que fueron
aceptadas por uno, Enrico Ferri, que pasaba por un gran teórico del socialismo. Esta fue la fortuna
del marxismo en Italia: que sirvió de perejil para todas las indigestas salsas que los más imprudentes
aventureros de la pluma han querido poner en venta. Marxistas de esta guisa han sido Enrico Ferri,
Guillermo Ferrero, Achille Loria, Paolo Orano, Benito Mussolini...

Para luchar contra la confusión que se ha creado de esta manera, es necesario que el Partido
intensifique y haga sistemática su actividad en el campo ideológico, que se imponga como un deber
de los militantes el conocimiento de la doctrina del marxismo-leninismo, al menos en sus términos
más generales.

Nuestro Partido no es un partido democrático, al menos en el sentido vulgar que comunmente se da


a esta palabra. Es un Partido centralizado nacional e internacionalmente. En el campo internacional,
nuestro Partido es una simple sección de un partido más grande, de un partido mundial. ¿Qué
repercusiones puede tener y ya ha tenido este tipo de organización, que también es una necesidad de
la revolución? La propia Italia se da una respuesta a esta pregunta. Por reacción a la costumbre
establecida por el Partido Socialista, en el que se discutía mucho y se resolvía poco, cuya unidad
por el choque contínuo de las fracciones, de las tendencias y con frecuencia de las camarillas
personales se rompía en una infinidad de fragmentos desunidos, en nuestro Partido se había
terminado con no discutir ya nada. La centralización, la unidad de dirección y unidad de concepción
se había convertido en un estancamiento intelectual. A ello contribuyó la necesidad de la lucha
incesante contra el fascismo, que verdaderamente desde la fundación de nuestro Partido había ya
pasado a su fase activa y ofensiva, pero contribuyeron también las erróneas concepciones del
Partido, tal como son expuestas en las "Tesis sobre la táctica" presentadas al Congreso de Roma. La
centralización y la unidad se concebían de modo demasiado mecánico: El Comité Central, y más
bien el Comité Ejecutivo era todo el Partido, en lugar de representarlo y dirigirlo. Si esta
concepción fuera permanentemente aplicada, el Partido perdería su carácter distintivo político y se
convertiría, en el mejor de los casos, en un ejército (y un ejército de tipo burgués); perdería lo que
es su fuerza de atracción, se separararía de las masas. Para que el Partido viva y esté en contacto
con las masas, es menester que todo miembro del Partido sea un elemento político activo, sea un
dirigente. Precisamente para que el Partido sea fuertemente centralizado, se exige un gran trabajo de
propaganda y de agitación en sus filas, es necesario que el Partido, de manera organizada, eduque a
sus militantes y eleve su nivel ideológico. Centralización quiere decir especialmente que en
cualquier situación, incluso en estado de sitio reforzado, incluso cuando los comités dirigentes no
pueden funcionar por un determiando periodo o fueran puestos en condiciones de no estar
relacionados con toda la periferia, todos los miembros del Partido, cada uno en su ambiente, se
hallen en situación de orientarse, de saber extraer de la realidad los elementos para establecer una
orientación, a fin de que la clase obrera no se desmoralice sino que sienta que es guiada y que puede
aún luchar. La preparación ideológica de la masa es, por consiguiente, una necesidad de la lucha
revolucionaria, es una de las condiciones indispensables para la victoria.

Fuente: http://www.marxists.org/espanol/gramsci/mayo1925.htm (02/08/2011)

A. Gramsci

La situación interna
de nuestro Partido y
las tareas del
próximo Congreso
Escrito: 1925
Primera Edición: L´Unitá, 3 de julio de 1925
Digitalización: Aritz
Esta Edición: Marxists Internet Archive, año 2001

En su última reunión, el Ejecutivo ampliado de la Internacional Comunista (I.C.), no tenía que


resolver ninguna cuestión de principio o de táctica surgida entre el conjunto del Partido italiano y la
Internacional. Por primera vez ocurría un hecho semejante en la sucesión de reuniones de la I.C. Por
ello, los camaradas más autorizados del Ejecutivo de la I.C. habrían preferido que no se hablase
siquiera de una Comisión italiana: dado que no existía una crisis general del Partido italiano, no
existía tampoco una "cuestión italiana". En realidad hay que decir que nuestro Partido, habiendo ya
antes del V Congreso, pero especialmente después, modificado sus posturas tácticas para adherirse a
la línea leninista de la I.C., no ha sufrido aún ninguna crisis en las filas de sus miembros y frente a
las masas, al contrario. Habiendo sabido poner sus nuevas posiciones tácticas en relación con la
situación general del país creada tras las elecciones del 6 de abril y especialmente después del
asesinato de Giacomo Matteotti, el Partido ha conseguido engrandecerse como organización y
extender de manera notable su influencia entre las masas obreras y campesinas. Nuestro Partido es
uno de los pocos, si no es quizás el único partido de la Internacional, que puede ofrecer un éxito
semejante en una situación tan difícil como la que se ha creado en todos los países, especialmente
europeos, en relación con la relativa estabilización del capitalismo y el relativo afianzarse de los
gobiernos burgueses y de la socialdemocracia, que se ha convertido en una parte cada vez más
esencial del sistema burgués. Hay que decir, al menos entre paréntesis, que es precisamente por
crearse una situación tal y en relación con las consecuencias que ha tenido no sólo entre las amplias
masas trabajadoras, sino también en el seno de los partidos comunistas, por lo que se debe afrontar
el problema de la bolchevización.

La fase actual de los partidos de la Internacional

La crisis que atraviesan todos los partidos de la I.C. desde 1921 hasta hoy, es decir, desde el periodo
caracterizado por una disminución del ritmo revolucionario, ha mostrado cómo la composición
general de los partidos no es muy sólida ideológicamente. Los propios partidos oscilaban con
desviaciones a menudo muy grandes desde la derecha hasta la extrema izquierda con graves
repercusiones sobre toda la organización y con crisis general en las relaciones entre los partidos y
las masas. La fase actual que atraviesan los partidos de la Internacional está caracterizado en
cambio por el hecho de que cada uno de éstos se ha estado formando a través de la experiencia
política de estos últimos años y se ha consolidado un núcleo fundamental que determina una
estabilización leninista de la composición ideológica de los partidos y asegura que aquellos no serán
ya afectados por crisis y oscilaciones demasiado profundas y amplias. Planteando así el problema
general de la bolchevización tanto en el dominio de la organización como en el de la formación
ideológica, el Ejecutivo ampliado ha afirmado que nuestras fuerzas internacionales están unidas
hasta el punto resolutivo de la crisis. En este sentido, el Ejecutivo ampliado es un punto de llegada y
la comprobación de los grandes progresos conseguidos en la consolidación de la base organizativa e
ideológica de los partidos; es un punto de partida en cuanto tales progresos deben ser coordinados,
sistematizados, esto es, deben hacerse conciencia difundida y operativa en toda la masa.

Para algunos aspectos, los partidos revolucionarios de la Europa occidental solamente hoy se
encuentran en las condiciones en que los bolcheviques rusos se encontraban ya al final de la
formación de su partido. En Rusia no existían antes de la guerra las grandes organizaciones de
trabajadores, que en cambio han caracterizado todo el periodo europeo de la II Internacional antes
de la guerra. En Rusia, el Partido, no sólo como afirmación teórica general, sino también como
necesidad práctica de organización y de lucha, asumía en sí todos los intereses vitales de la clase
obrera, la célula de fábrica y de calle guiaba la masa tanto en la lucha por las reivindicaciones
sindicales como en la lucha política para el derrocamiento del zarismo. En cambio, en la Europa
occidental más bien se viene constituyendo una división del trabajo entre organizaciones sindicales
y organizaciones políticas de la clase obrera. En el campo sindical se fue desarrollando con ritmo
crecientemente acelerado la tendencia reformista y pacifista; es decir, se fue intensificando cada vez
más la influencia de la burguesía sobre el proletariado. Por la misma razón, en los partidos políticos
la actividad se desvió cada vez más hacia el campo parlamentario, esto es, hacia formas que no se
distinguían en nada de las de la democracia burguesa. En el periodo de la guerra y en el de la
posguerra inmediatamente precedente a la constitución de la Internacional Comunista y a la escisión
en el campo socialista, que llevaron a la formación de nuestros partidos, la tendencia sindicalista-
reformista fue consolidándose como organización dirigente de los sindicatos. Se ha llegado así a
determinar una situación general que precisamente pone también a los partidos comunistas de la
Europa occidental en las mismas condiciones en que se encontraba el Partido bolchevique en Rusia
antes de la guerra. Observemos lo que ocurrió en Italia. A través de la acción represiva del fascismo,
los sindicatos llegaron a perder, en nuestro país, toda eficiencia tanto numérica como organizativa.
Aprovechando este situación, los reformistas se apoderaron completamente de su mecanismo
central discurriendo todas las medidas y las disposiciones que pueden impedir a una minoría
formarse, organizarse, desarrollarse y hacerse mayoría hasta conquistar el centro dirigente. Pero la
gran masa quiere, y con razón, la unidad y refleja este sentimiento unitario en la organización
sindical tradicional italiana: la Confederación General del Trabajo. La masa quiere luchar y quiere
organizarse, pero quiere luchar con la Confederación General del Trabajo y quiere organizarse en la
Confederación General del Trabajo. Los reformistas se oponen a la organización de las masas.
Recordemos el discurso de D´Aragona en el reciente congreso confederal en el que afirmó que no
más de un millón de organizados deben constituir la Confederación. Si se tiene en cuenta que la
misma Confederación sostiene ser el organismo unitario de todos los trabajadores italianos, esto es,
no solamente de los obreros industriales y agrícolas, sino también de los campesinos y que en Italia
éstos son por lo menos 15 millones de trabajadores organizables, parece que la Confederación
quiere, por su programa, organizar un quinceavo, es decir, el 7,5 por ciento de los trabajadores
italianos, mientras nosotros queremos que en los sindicatos y en las organizaciones campesinas se
pueda organizar el 100 por ciento de los trabajadores. Pero si la Confederación quiere por razones
de política interna confederal, esto es, para mantener la dirección confederal en manos de los
reformistas, que solamente el 7,5 por ciento de los trabajadores italianos estén organizados, esto
exige también -por razones de política general, para que el Partido reformista pueda colaborar
eficazmente en un gobierno democrático burgués-, que la Confederación en su conjunto tenga una
influencia sobre la masa desorganizada de los obreros industriales y agrícolas, y quiere impidiendo
la organización de los campesinos, que los partidos democráticos con los que contempla colaborar
mantengan su base social. A tal propósito maniobra especialmente en el campo de las Comisiones
internas que son elegidas por toda la masa de los organizados y desorganizados. La Confederación,
pues, quisiera impedir que los obreros organizados, con excepción de los de tendencia reformista,
presenten lista de candidatos para las Comisiones internas, quisiera que los comunistas, también
donde son mayoría en la organización sindical local y entre los organizados de determinadas
fábricas, voten por disciplina la lista de la minoría reformista. Si este programa organizativo
reformista fuera aceptado por nosotros, se llegaría de hecho a la absorción de nuestro Partido por
parte del partido reformista y nuestra única actividad sería la actividad parlamentaria.

La tarea de las "células"

Por otra parte, ¿cómo podemos luchar contra la aplicación y la realización de tal programa sin
producir una escisión que de ningún modo queremos producir? Para conseguir eso no hay otra vía
de salida que la organización de las células y su desarrollo en el mismo sentido que se desarrollaron
en Rusia antes de la guerra. Como fracción sindical, los reformistas nos impidieron, poniéndonos en
la garganta la pistola de la disciplina, centralizar las masas revolucionarias tanto para la lucha
sindical como para la lucha política. Es evidente en tal caso que nuestras células deben trabajar
directamente en las fábricas para centralizar en torno al Partido a las masas, impulsándolas a
reforzar las Comisiones internas donde existan, a crear comités de agitación en las fábricas donde
no existan Comisiones internas y donde éstas no realizan sus tareas, impulsándolas a querer la
centralización de las instituciones de fábricas como organismos de masa no solamente sindicales,
sino de lucha general contra el capitalismo y su régimen político. Ciertamente que la situación en
que nos encontramos es mucho más difícil que aquella en que se encontraron los bolcheviques
rusos, ya que nosotros debemos luchar no sólo contra la reacción del Estado fascista, sino también
contra la reacción de los reformistas en los sindicatos. Precisamente porque es más difícil la
situación, más fuertes deben ser nuestras células tanto organizativa como ideológicamente. En todo
caso, la bolchevización por lo que ha reflejado en el campo organizativo es una necesidad
imprescindible. Nadie osará decir que los criterios leninistas de organización del Partido sean
propios de la situación rusa y que sea un hecho puramente mecánico su aplicación a la Europa
occidental. Oponerse a la organización del Partido por célula significa estar aún ligado a la vieja
concepción socialdemocrática, significa encontrarse realmente en el terreno de derecha, esto es, en
un terreno en el que no se quiere luchar contra la socialdemocracia.

La no intervención de Bordiga en Moscú


Sobre todos estos asuntos no existe hoy ninguna discordancia entre el conjunto de nuestro Partido y
la Internacional, y por ello las discrepancias no podían verse reflejadas en los trabajos de la
Comisión italiana, que se ocupó solamente del problema de la bolchevización desde el punto de
vista ideológico y político con especial atención en la situación creada en nuestro Partido. El
camarada Bordiga había sido insistentemente invitado a participar en los trabajos del Ejecutivo
ampliado. Este hubiera sido su deber, puesto que había aceptado en el V Congreso formar parte del
Ejecutivo de la I.C.. Tanto más obligado estaba el camarada Bordiga a participar en los trabajos por
cuanto él, en un artículo -cuya publicación aun él mismo la subordinó a la aprobación del ejecutivo
de la Internacional- había asumido en la cuestión Trotsky una actitud radicalmente contraria no
solamente a la del Ejecutivo de la Internacional, sino también contraria a la asumida prácticamente
por el mismo Trotsky. Es absurdo y deplorable desde todo punto de vista que el camarada Bordiga
no haya querido participar personalmente en la discusión de la cuestión Trotsky, no haya querido
conocer directamente todo el material sobre el asunto, no haya querido exponer sus opiniones y sus
informaciones en un debate internacional. Ciertamente no es con estas actitudes como se puede
demostrar tener la cualidad y las dotes necesarias para plantear una lucha que debería prácticamente
tener como resultado un cambio, no sólo en la dirección, sino también de personas en la dirección
de la Internacional Comunista.

Los cinco puntos de Lenin para un buen Partido Bolchevique

Lo Comisión que debiera haber discutido especialmente con el camarada Bordiga, en su ausencia ha
fijado la línea que el Partido debe seguir para resolver la cuestión de las tendencias y de las posibles
fracciones que de ellas pueden nacer, es decir, para hacer triunfar en nuestro Partido la concepción
bolchevique. Si examinamos la situación general de nuestro Partido atendiendo a las cinco
cualidades fundamentales que el camarada Lenin ponía como condición necesaria para la eficiencia
del Partido revolucionario en el periodo de la preparación revolucionaria, a saber:

1) todo comunista debe ser marxista (nosotros hoy diremos: todo comunista debe ser marxista-
leninista);

2) todo comunista debe estar en primera línea en la lucha proletaria;

3) todo comunista debe despreciar los ademanes revolucionarios y las frases superficialmente rojas,
es decir, debe ser no sólo un revolucionario, sino también un político realista;

4) todo comunista debe estar siempre subordinado a la voluntad de su Partido y debe juzgar todo
desde el punto de vista de su Partido, esto es, que debe ser sectario en el mejor sentido que esta
palabra puede tener;

5) todo comunista debe ser internacionalista.

Si examinamos la situación general de nuestro Partido a la vista de estos cinco puntos, observamos
que, si puede afirmarse para nuestro Partido que la segunda cualidad forma uno de sus rasgos
característicos, no ocurre lo mismo con los otros cuatro puntos.
Falta en nuestro Partido un profundo conocimiento de la doctrina del marxismo y por consiguiente,
también del leninismo. Sabemos que esto se halla relacionada con la tradición del movimiento
socialista italiano, en cuyo seno faltó toda discusión teórica que interesase profundamente a las
masas y contribuyese a su formación ideológica. Sin embargo, también es verdad que nuestro
Partido no contribuyó hasta hoy a superar tal estado de cosas y que más bien el camarada Bordiga,
confundiendo la tendencia reformista a sustituir una genérica actividad cultural en la acción
revolucionaria de las masas con la actividad interna del Partido encaminada a elevar el nivel de
todos sus miembros, hasta el completo conocimiento de los fines inmediatos y lejanos del
movimiento revolucionario, contribuyó a mantenerlo.

El fenómeno del "extremismo"

Nuestro Partido ha desarrollado bastante la disciplina, es decir, que todo miembro reconoce su
subordinación al conjunto del Partido, pero no puede decirse lo mismo por lo que respecta a las
relaciones con la I.C., es decir, por lo que concierne a la conciencia de pertenecer a un Partido
mundial. En este sentido, solamente hay que decir que el espíritu internacionalista no se practica
mucho en el sentido general de la solidaridad internacional. Esta era una situación existente en el
Partido Socialista y que se reflejó en perjuicio nuestro en el Congreso de Liorna. Persistió en parte
bajo otras formas con la tendencia suscitada por el camarada Bordiga a reivindicar especiales títulos
de nobleza al calificarse de secuaces de una llamada "izquierda italiana". En este campo, el
camarada Bordiga ha creado una situación similar a la creada por el camarada Serrati después del II
Congreso (de la Internacional Comunista, en 1920. Nota del MIA) y que llevó a la exclusión de los
maximalistas de la I.C. Propugna una especie de patriotismo de partido que rehúsa encuadrarse en
una organización mundial. Pero la debilidad mayor de nuestro Partido es la que señala Lenin en el
punto tercero: el gusto por los ademanes revolucionarios y por las superficiales frases rojas es el
rasgo más relevante, no de Bordiga mismo, sino de los elementos que dicen seguirlo. Naturalmente,
el fenómeno del extremismo bordiguiano no se sostiene en el aire. Tiene una doble justificación.
Por una parte está relacionado con la situación general de la lucha de clase en nuestro país, es decir,
al hecho de que la clase obrera es la minoría de la población trabajadora y que se halla concentrada
predominantemente en una sola zona del país. En tal situación, el Partido de la clase obrera puede
ser pervertido por las infiltraciones de las clases pequeño-burguesas, que aun teniendo intereses
contrarios como masa a los intereses del capitalismo, no quieren, sin embargo, conducir la lucha
hasta sus últimas consecuencias. Por otra parte, ha contribuido a consolidar la ideología de Bordiga
la situación en que vino a encontrarse el Partido Socialista hasta Liorna y que Lenin caracterizó
también en su libro El extremismo, enfermedad infantil del comunismo: "En un partido donde hay
un Turati y hay un Serrati que no lucha contra Turati, es natural que surja un Bordiga". No es
natural, sin embargo, que el camarada Bordiga se haya cristalizado en su ideología aun cuando
Turati ya no está en el Partido. Evidentemente, el elemento de la situación nacional era
preponderante en la formación política del camarada Bordiga y había cristalizado en él un estado
permanente de pesimismo sobre la posibilidad de que el proletariado y su partido pudiesen salir
inmunes de las infiltraciones de la ideología pequeño-burguesa sin la aplicación de una táctica
política extremadamente sectaria, que hacía imposible la aplicación y la realización de los dos
principios que caracterizan el bolchevismo: la alianza entre obreros y campesinos y la hegemonía
del proletariado en el movimiento revolucionario anticapitalista. La línea a adoptar para combatir
estas debilidades de nuestro Partido es la de la lucha por la bolchevización. La acción a emprender
debe ser predominantemente ideológica, pero debe convertirse en política por lo que respecta a la
extrema izquierda, es decir, la tendencia representada por el camarada Bordiga, que del
fraccionalismo latente pasará necesariamente al fraccionalismo abierto y en el Congreso tratará de
cambiar la dirección política de la Internacional.

La cuestión de las tendencias

¿Existen otras tendencias en nuestro Partido? ¿Cuál es su carácter, qué peligro pueden representar?
Si examinamos desde este punto de vista la situación interna de nuestro Partido, debemos reconocer
que éste no sólo no ha alcanzado el grado de madurez política revolucionaria que se resume en la
palabra "bolchevización", sino que no ha alcanzado tampoco la completa unificación de las varias
partes que confluyeron a su composición. A ello ha contribuido la ausencia de todo debate amplio,
que desgraciadamente ha caracterizado a nuestro Partido desde su fundación. Si tenemos en cuenta
los elementos que en el Congreso de Liorna se declararon por la Internacional Comunista,
podríamos observar que de las tres corrientes que constituyeron el P.C.: 1) los abstencionistas de la
fracción Bordiga; 2) los elementos agrupados en torno a L´Ordine Nuovo y a Avanti! de Turín; 3)
elementos de masa que seguían al grupo que llamaremos Gennar-Marebini, esto es, los secuaces de
las figuras más características de la capa dirigente del Partido Socialista unidas a nosotros,
solamente dos, es decir, la abstencionista y la de L´Ordine Nuovo-Avanti! turinés, habían antes del
Congreso de Liorna debatido los problemas esenciales de la Internacional Comunista y habían, por
consiguiente, adquirido una cierta capacidad de experiencia política comunista. Pero estas
corrientes, si lograron tener mayoría en la dirección del nuevo Partido Comunista, no constituían la
mayoría en la base. Además, de estas dos corrientes una sola, la abstencionista, hasta 1919, es decir,
dos años antes de Liorna, había tenido una organización nacional, había creado entre sus adherentes
determinada experiencia organizativa de partido, pero en el periodo preparatorio se había ocupado
exclusivamente de cuestiones internas de partido, de la específica lucha de las fracciones, sin haber
tenido en su complicada travesía experiencia política de masa, fuera de las cuestiones puramente
parlamentarias.

La corriente constituida en torno a L´Ordine Nuovo y el Avanti! piamontés, no había promovido


una fracción nacional, ni siquiera una verdadera fracción en los límites de la región piamontesa en
la que se hallaba inserta y en la que se había desarrollado. Su actividad había sido
predominantemente de masa; los problemas internos de Partido fueron por ella sistemáticamente
vinculados a las necesidades y las aspiraciones de la lucha general de clase de la población
trabajadora piamontesa y especialmente del proletariado de Turín: es decir, al dar a sus
componentes una mejor preparación política y una capacidad mayor a cada uno de sus miembros de
base para guiar los movimientos reales, los puso en condiciones de inferioridad en la organización
general del Partido. Si se exceptúa el Piamonte, la gran mayoría de nuestro Partido vino a
constituirse por los elementos que en Liorna se quedaron con la I.C., porque con la I.C. se quedaron
toda una serie de compañeros de la vieja capa dirigente del Partido Socialista como Genneri-
Marabini, Bombaci, Misiano, Savadir, Graziadei, etc.: sobre esta masa, que en sus concepciones no
se diferenciaban nada de los maximalistas, se insertaron los grupos abstencionistas locales dándole
la forma de la organización del nuevo Partido. Si no se tuviera en cuenta esta formación real de
nuestro Partido, no se comprendería la crisis que ha atravesado ni tampoco la situación actual. Por
la necesidad de lucha sin cuartel que se impuso a nuestro Partido desde su origen, que coincidió con
el desenfreno más furioso de la reacción fascista, y por lo que se puede decir hoy que toda nuestra
organización fue bautizada con la sangre de nuestros mejores camaradas, las experiencias de la
Internacional Comunista, es decir, no solamente del Partido ruso, sino también de los otros partidos
hermanos, no llegaron hasta nosotros y no fueron asimiladas por la masa del Partido sino irregular y
episódicamente. En realidad, nuestro Partido se encontró aislado del conjunto internacional, tuvo
que desarrollar su ideología desaliñada y caótica únicamente sobre la base de nuestras experiencias
nacionales inmediatas; se creó en Italia una nueva forma de maximalismo. Esta situación general se
ha agravado este año con el ingreso en nuestras filas de la fracción terciinternacionalista. La
debilidad que nos caracterizaba existía en forma aún más grave y peligrosa en esta fracción que
vivía desde hace dos años y medio en forma autónoma en el seno del Partido maximalista, creando
así vínculos internos entre sus adherentes que debían prolongarse igualmente después de la fusión.
Por otro lado, también la fracción terciinternacionalista, durante dos años y medio, fue absorbida
completamente por la lucha interna con la dirección del Partido maximalista, lucha que fue
predominantemente de carácter personal y sectaria, y sólo episódicamente trató las cuestiones
fundamentales tanto políticas como organizativas.

La bolchevización

Es evidente, pues, que la bolchevización del Partido en el campo ideológico no puede tener
solamente en cuenta la situación que resumimos en la existencia de una corriente de extrema
izquierda y en la actitud personal del camarada Bordiga. Debe abordar la situación general del
Partido, es decir, debe plantearse el problema de elevar el nivel técnico y político de todos nuestros
camaradas. Es cierto que, por ejemplo, existe también una cuestión Graziadei, o sea, que debemos
basarnos sobre sus recientes publicaciones para mejorar la educación marxista de nuestros
camaradas combatiendo las desviaciones llamadas científicas en aquellas sostenidas. Sin embargo,
nadie puede pensar que el camarada Graziadei represente un peligro político, es decir, que sobre la
base de sus concepciones revisionistas del marxismo puede nacer una vasta corriente y por
consiguiente una fracción que ponga en peligro la unidad organizativa del Partido. Por otra parte, no
hay que olvidar que el revisionismo de Graziadei lleva a un apoyo a las corrientes de derecha que,
aunque sea en estado latente, existen en nuestro Partido. La entrada en éste de la fracción
terciinternacionalista, o sea, de un elemento político que no ha perdido muchos de sus caracteres y
que como se ha dicho ya, mecánicamente tienda a prolongar además de su existencia como fracción
en el seno del Partido maximalista los vínculos creados en el Partido precedente, pueda
indudablemente dar a esta potencial corriente de derecha cierta base organizativa, planteando
problemas que en modo alguno podemos descuidar. Aún no es posible que nazcan fuertes
divergencias sobre esta suerte de estimaciones; las cuestiones que hemos esbozado y que nacen de
la composición originaria de nuestro Partido, plantean predominantemente problemas ideológicos
fuertemente vinculados a dos necesidades: 1) a la necesidad de que la vieja guardia del Partido
absorba la masa de nuevos adherentes llegados al Partido después del caso Matteotti y que han
triplicado los efectivos del Partido; 2) a la necesidad de crear cuadros organizativos del Partido que
se encuentren en situación no sólo de resolver los problemas cotidianos de la vida del Partido, bien
como organización propia, bien en su relación con los sindicatos y las otras organizaciones de masa,
sino que sean también capaces de resolver los más complejos problemas relacionados con la
preparación de la conquista del poder y el ejercicio del poder conquistado.

El peligro de derecha

Se puede decir que potencialmente existe en nuestro Partido un peligro de derecha, que está
relacionado con la situación general de país. Las oposiciones constitucionales, aun cuando
históricamente han dimitido de sus funciones desde que rechazaron nuestra propuesta de crear el
Antiparlamento[1], siguen aún viviendo políticamente junto a un fascismo consolidado. Puesto que
las pérdidas sufridas por la oposición han reforzado nuestro Partido, pero no lo han hecho en la
misma medida en que se ha consolidado el fascismo, que tiene en sus manos todo el aparato estatal,
es evidente que en nuestro Partido, frente a una tendencia de extrema izquierda, que cree llegado en
todo instante el momento de pasar al ataque frontal al régimen, que no puede disgregarse por las
maniobras de la oposición, podrá nacer, si no existe ya, una tendencia de derecha, cuyos elementos
desmoralizados por el aparente superpoder del partido dominante, desesperando de que el
proletariado pueda rápidamente hacer caer al régimen en su conjunto, empezarán a pensar que sea
mejor táctica la que lleve, si no directamente a un bloque burgués-proletario para la eliminación
constitucional del fascismo, por lo menos a una táctica de pasividad real, de no-intervención activa
de nuestro Partido, que permite a la burguesía servirse del proletariado como masa de maniobra
electoral contra el fascismo. Todas estas posibilidades y probabilidades, el Partido debe tenerlas en
cuenta a fin de que su justa línea revolucionaria no sufra desviaciones.

El Partido, aunque ha de considerar el peligro de derecha como una posibilidad a combatir con la
propaganda ideológica y con medios disciplinarios ordinarios siempre que se demuestre necesario,
debe, sin embargo, considerar el peligro de extrema izquierda como una realidad inmediata, como
un obstáculo al desarrollo no sólo ideológico, sino político del Partido; como un peligro que debe
ser combatido no sólo con la propaganda, sino también con la acción política, porque
inmediatamente lleva a la disgregación de la unidad también formal de nuestra organización, porque
tiende a crear un partido en el Partido, una disciplina contra la disciplina del Partido. ¿Quiere esto
decir que nosotros queramos llegar a una ruptura con el camarada Bordiga y con los que se dicen
sus amigos? ¿Quiere decir que queremos modificar la base fundamental del Partido con la que se
constituyó en el Congreso de Liorna y que se conservó en el Congreso de Roma? Ciertamente,
absolutamente, no. Pero la base fundamental del Partido no era un hecho puramente mecánico:
aquella se había constituido sobre la aceptación incondicional de los principios y la disciplina de la
I.C. No somos nosotros quienes hemos puesto a discusión estos principios y esta disciplina; no se
puede, pues, buscar en nosotros la voluntad de modificar la base fundamental del Partido. Por otra
parte, hay que decir que para el 90 por ciento, si no más de sus miembros, el Partido ignora la
cuestiones que han surgido entre nuestra organización y la Internacional Comunista. Si,
esencialmente después del Congreso de Roma, el Partido en su conjunto hubiera estado en
condiciones de conocer la situación de nuestras relaciones internacionales, no estarían éstas ahora
en las condiciones de confusión en que se encuentran. En todo caso, queremos afirmar con energía,
para que se descubra el triste juego de algunos elementos irresponsables que parece encuentran su
felicidad política irritando las llagas de nuestra organización, que consideramos posible llegar a un
acuerdo con el camarada Bordiga y pensamos que tal sea también la opinión del propio camarada
Bordiga.

El planteamiento de la discusión

En esta dirección general es en la que nosotros consideramos que debe plantearse la discusión por
nuestro Congreso. En el periodo que hemos atravesado desde las últimas elecciones parlamentarias,
el Partido ha conducido una acción política real que ha sido compartida por la gran mayoría de
nuestros compañeros. Sobre la base de esta acción, el Partido ha triplicado el número de sus
adherentes, ha desarrollado de modo notable su influencia en el proletariado hasta el punto de que
se puede decir que nuestro Partido es el más fuerte entre los partidos que tienen una base en la
Confederación General del Trabajo.

Se ha conseguido en este periodo plantear concretamente el problema fundamental de nuestra


revolución: el de la alianza entre obreros y campesinos. Nuestro Partido, en una palabra, se ha
convertido en un factor esencial de la situación italiana. En este terreno de la acción política se ha
creado cierta homogeneidad entre nuestros camaradas. Este elemento debe seguir desarrollándose
en la discusión del Congreso y debe ser una de las determinantes esenciales de la bolchevización.
Esto significa que el Congreso no debe concebirse sólo como un momento de nuestra política
general, del proceso a través del cual nos ligamos a las masas y despertamos nuevas fuerzas para la
revolución. El núcleo principal de la actividad del Congreso debe ser visto, por consiguiente, en las
discusiones que se desarrollarán para establecer por qué fase de la vida italiana e internacional
atravesamos, es decir, cuáles son las relaciones actuales de las fuerzas sociales italianas, cuáles son
las fuerzas motrices de la situación, cuál fase de la lucha de clases es la actual. De este examen se
derivan dos problemas fundamentales: 1) cómo podemos desarrollar nuestro Partido de manera que
se convierta en una unidad capaz de conducir el proletariado a la lucha, capaz de vencer y vencer
permanentemente. Este es el problema de la bolchevización; 2) qué acción política real debe seguir
desarrollando nuestro Partido para lograr la coalición de todas las fuerzas anticapitalistas guiadas
por el proletariado (revolucionario) en la situación dada para hacer caer el régimen capitalista en un
primer tiempo y para constituir la base del Estado obrero revolucionario, en un segundo tiempo. Es
decir, debemos examinar cuáles son los problemas esenciales de la vida italiana y cuáles las
soluciones que favorecen y determinan la alianza revolucionaria del proletariado. El Congreso
deberá al menos preparar el esquema general de nuestro programa de gobierno. Esta es una fase
esencial de nuestra vida de Partido.

Perfeccionar el instrumento necesario para la revolución proletaria en Italia: he aquí la tarea más
importante de nuestro Congreso, he aquí el trabajo al que invitamos a todos los camaradas de buena
voluntad que anteponen los intereses unitarios de su clase a las mezquinas y estériles luchas de
fracciones.

[1] Propuesta hecha por el grupo parlamentario comunista en octubre de 1924, en la que invitaban a
los partidos de la coalición del Aventino a reunirse juntos en una asamblea que funcionara como
Parlamento opuesto al Parlamento fascista, que legislara y que fuese un instrumento que sirviera
para aunar en torno a sí a las masas populares antifascistas.

Fuente. http://www.marxists.org/espanol/gramsci/congre.htm (02/08/2011)

A. Gramsci

La situación italiana
y las tareas del P.C.I.

Escrito: Enero de 1926


Digitalización: Aritz
Esta Edición: Marxists Internet Archive, año 2001

1. La transformación de los partidos comunistas, en los que se concentra la vanguardia de la clase


obrera, en partidos bolcheviques, se puede considerar, en el momento actual, como la tarea
fundamental de la Internacional Comunista. Esta tarea se ha de poner en relación con el desarrollo
histórico del movimiento obrero internacional, en particular con la lucha que en su interior se
desarrolla entre el marxismo y las corrientes que constituían una desviación de los principios y de la
práctica de la lucha de clases revolucionaria.

2. El nacimiento del movimiento obrero en cada país se produjo de manera distinta. Por lo general,
en todas partes se dio la rebelión espontánea del proletario contra el capitalismo. No obstante, tal
rebelión asume en cada nación una forma específica, que es reflejo y consecuencia de las
particulares características nacionales de los elementos que, procediendo de la pequeña burguesía y
el campesinado, habían contribuido a formar la gran masa del proletariado industrial.

El marxismo constituyó el elemento consciente, científico, superior al particularismo de las diversas


tendencias de carácter y origen nacional y condujo contra esas tendencias una lucha en el campo
teórico y en el de la organización. Todo el proceso formativo de la I Internacional tuvo como
contenido principal esta lucha, que terminó con la expulsión del bakuninismo de la Internacional.
Cuando la I Internacional murió, el marxismo ya había triunfado en el movimiento obrero. En
efecto, la II Internacional se formó con partidos que se remitían, todos, al marxismo, al que tomaban
como fundamento de su táctica en todas las cuestiones esenciales.

Tras la victoria del marxismo, las tendencias de carácter nacional de las que había triunfado,
trataron de manifestarse por otro camino, reapareciendo en el propio seno del marxismo en forma
de revisionismo. Este proceso se vio favorecido por el desarrollo de la fase imperialista del
capitalismo. Estrechamente relacionado con este fenómeno, se dan los siguientes hechos:
disminución de la crítica del Estado en las filas del movimiento obrero, sustituyéndola por utopías
democráticas; la formación de una aristocracia obrera; un nuevo desplazamiento de masas de la
pequeña burguesía y el campesinado hacia el proletariado y con ello una nueva difusión entre el
proletariado de corrientes ideológicas de carácter nacional, que chocaban con el marxismo. El
proceso de degeneración de la II Internacional asume de este modo la forma de una lucha contra el
marxismo que se desarrolla en el interior del propio marxismo. Aquélla culminó con la ruina
provocada por la guerra.

El único partido que se salvó de la degeneración es el Partido Bolchevique, que logró mantenerse a
la cabeza del movimiento obrero del propio país, expulsó de su seno las tendencias antimarxistas y
elaboró, a través de la experiencia de tres revoluciones, el leninismo, que es el marxismo de la
época del capitalismo monopolista, de la guerra imperialista y de la revolución proletaria. Asimismo
se determinó históricamente la posición del Partido Bolchevique en la fundación y en la jefatura de
la III Internacional, y se plantean los términos del problema de la formación de partidos
bolcheviques en todos los países; éste es el problema de vincular la vanguardia del proletariado a la
doctrina y la práctica revolucionaria del marxismo superando y liquidando completamente toda
corriente antimarxista.

3. En Italia, el origen y las vicisitudes del movimiento obrero fueron tales que nunca se constituyó,
antes de la guerra, una corriente de izquierda marxista que tuviera un carácter de permanencia y de
continuidad. El carácter originario del movimiento obrero italiano fue muy confuso; en él
confluyeron tendencias diversas, desde el idealismo mazziniano hasta el humanitarismo de los
cooperativistas, de los partidarios de la mutualidad y el bakuninismo, el que sostenía que se daban
en Italia, incluso antes del desarrollo del capitalismo, las condiciones para pasar al socialismo. El
tardío origen y la debilidad del industrialismo determinó que faltara el elemento clarificador que
brinda la existencia de un fuerte proletariado, y tuvo como consecuencia que también al escisión
entre los anarquistas y los socialistas se produjera con un retraso de una veintena de años (1892,
Congreso de Génova).

En el Partido Socialista Italiano, surgido del Congreso de Génova, se daban dos corrientes
dominantes. De una parte, se hallaba un grupo de intelectuales que no representaban otra cosa que
la tendencia a una reforma democrática del Estado; su marxismo no se proponía otro objetivo que
suscitar y organizar la fuerza del proletariado para que sirviese a la instauración de la democracia
(Turati, Bissolati, etc.). Por otra parte, un grupo más directamente conectado con el movimiento
obrero, que representaba una tendencia obrera, pero estaba falto de cualquiera conciencia teórica
(Lazzari). Hacia el novecientos, el Partido no se proponía otros fines que los de carácter
democrático. Conquistada por entonces la libertad de organización e iniciada la fase democrática, se
hizo evidente la incapacidad de todos los grupos que lo componían para darle la fisonomía de un
partido marxista del proletariado.

Separándose así cada vez más los elementos intelectuales de la clase obrera, ni siquiera tuvo
resultado la tentativa, debido a otra capa de intelectuales y pequeños burgueses, de constituir una
izquierda marxista que tomara forma en el sindicalismo. Como reacción a esta tentativa triunfó en el
seno del Partido la fracción integralista, que era la expresión, en su vacuo verbalismo
conciliacionista, de una característica fundamental del movimiento obrero italiano, que se explica
también por la debilidad de la industrialización y la deficiente conciencia crítica del proletariado. El
revolucionarismo de los años precedentes a la guerra mantiene intacta esta característica, no
consiguiendo nunca superar los límites del genérico populismo para unirse a la construcción de un
partido de la clase obrera y a la aplicación del método de la lucha de clases.

En el seno de esta corriente revolucionaria se empezó ya al principio de la guerra, a diferenciarse un


grupo de "extrema izquierda" que sostenía la tesis del marxismo revolucionario, pero de manera
irregular y sin conseguir ejercer una influencia real sobre el desarrollo del movimiento obrero.

De este modo se explica el carácter negativo y equívoco que tuvo la oposición del Partido Socialista
a la guerra y se explica cómo el Partido Socialista se encontró, después de la guerra, frente a una
situación revolucionaria inmediata, sin tener ni planteados ni resueltos ninguno de los problemas
fundamentales que la organización política del proletariado debe resolver para realizar sus
objetivos; en primer lugar, el problema de la "alternativa de clase" y el de la forma organizativa a
ella adecuada; después, el problema del Programa del Partido, cual es el de su ideología y,
finalmente, los problemas de estrategia y de táctica cuya resolución lleva a estrechar en torno al
proletariado las fuerzas que naturalmente son aliadas suyas en la lucha contra el Estado y a guiarlo a
la conquista del poder.
Solamente después de la guerra se inicia en Italia la acumulación sistemática de una experiencia que
pueda contribuir de modo positivo a la resolución de estos problemas. Solamente con el Congreso
de Liorna se ponen las bases constitutivas del partido de clase del proletariado, que, para convertirse
en partido bolchevique y realizar plenamente su función, debe liquidar la tendencia antimarxista
tradicionalmente propia del movimiento obrero.

Análisis de la estructura social italiana

4. El capitalismo es el elemento predominante en la sociedad italiana y la fuerza que prevalece en la


determinación de su desarrollo. De este hecho fundamental deriva la consecuencia de que no existe
en Italia posibilidad de una revolución que no sea la revolución socialista. En los países capitalistas,
la única clase que puede realizar una transformación social real y profunda es la clase obrera.
Solamente la clase obrera es capaz de traducir en actos las transformaciones carácter económico y
político que son necesarias para que las energías de nuestro país tengan libertad y posibilidad para
su desarrollo completo. La manera como realice su función revolucionaria se halla en relación con
el grado de desarrollo del capitalismo en Italia y con la estructura social que le corresponde.

5. La industrialización, que constituye el aspecto esencial del capitalismo, en Italia es bastante débil.
Sus posibilidades de desarrollo se ven limitadas por la situación geográfica y la falta de materias
primas. Por ello, no logra absorber la mayoría de la población italiana (cuatro millones de obreros
industriales, frente a tres millones y medio de obreros agrícolas y cuatro millones de campesinos).
Se opone a la industrialización una agricultura que se presenta naturalmente como la base de la
economía del país. Las variadísimas condiciones del suelo y la consiguiente diferencia de cultivo y
sistemas de manejo provocan, sin embargo, una fuerte diferenciación de las clases rurales, con un
predominio de los estratos pobres, más próximos a la condición del proletariado y más susceptibles
de sufrir su influencia y aceptar su dirección. Entre las clases industriales agrarias se sitúa una
pequeña burguesía urbana bastante amplia y que tiene una importancia grande. Se compone
predominantemente de artesanos, profesionales y empleados del Estado.

6. La debilidad intrínseca del capitalismo impulsa a la clase industrial a adoptar unos


procedimientos para garantizarse el control sobre toda la economía del país. Estos procedimientos
se reducen en sustancia a un sistema de compromisos económicos entre una parte de los industriales
y una parte de las clases agrícolas, precisamente los grandes terratenientes. Por tanto, no se da la
tradicional lucha económica entre industriales y agrarios, ni tiene lugar la rotación de grupos
dirigentes que esa lucha determina en otros países. Por otra parte, los industriales no tiene necesidad
de sostener, contra los agrarios, una política económica que asegure el continuo flujo de mano de
obra del campo a las fábricas, porque este flujo se ve garantizado con la exuberancia de población
agrícola pobre que es la característica de Italia. El acuerdo industrial-agrario se basa sobre una
solidaridad de intereses entre algunos grupos privilegiados, con perjuicio de los intereses generales
de la producción y de la mayoría de los que trabajan. Esto determina una acumulación de riqueza en
las manos de los grandes industriales, que es consecuencia de una sistemática explosión de todas las
categorías de la población y de todas las regiones del país. Los resultados de este política
económica son el déficit del balance económico, el freno al desarrollo de regiones enteras (el Sur y
las Islas), obstáculos al surgimiento y al desarrollo de una economía mejor adaptada a la estructura
del país y a sus recursos, la creciente miseria de la población trabajadora, la existencia de una
continua corriente de emigración y el consiguiente empobrecimiento demográfico.

7. Como no controla naturalmente toda la economía por sí misma la sociedad entera y el Estado. La
construcción de un Estado nacional solamente se lo hace posible el aprovechamiento del factores de
política internacional (el llamado Risorgimento). Para su reforzamiento y defensa es necesario el
compromiso con las clases sobre las que la industria ejerce una hegemonía limitada, particularmente
los agrarios y la pequeña burguesía. De donde una heterogeneidad y una debilidad de toda la
estructura social y del Estado, que es la expresión.

7 bis. Un reflejo de la debilidad de la estructura social se tuvo, de manera típica, al principio de la


guerra, en el Ejército. Un círculo restringido de oficiales, desprovistos del prestigio de los jefes
(viejas clases dirigentes agrarias, nuevas clases industriales), tiene por debajo una casta de oficiales
subalternos burocratizada (pequeña burguesía) que es incapaz de servir como pieza de unión con las
masas de los soldados, indisciplinada y abandonada a sí misma. En la guerra todo el Ejército se vio
obligado a reorganizarse desde abajo, tras la eliminación de los grados superiores y una
transformación de estructura organizativa que corresponde al advenimiento de una nueva categoría
de oficiales subalternos. Este fenómeno precede a la análoga transformación que el fascismo
realizará al enfrentarse con el Estado en una escala mayor.

8. Las relaciones entre industria y agricultura, que son esenciales para la vida económica de un país
y para la determinación de la superestructura política, tiene en Italia una base territorial. En el Norte
se concentran en algunos grandes centros la producción y la población agrícola. A consecuencia de
esto, todos los contrastes inherentes a la estructura social del país contienen un elemento que afecta
a la unidad del Estado y la pone en peligro. La solución del problema se busca por los dirigentes
burgueses y agrarios a través de un compromiso. Ninguno de estos grupos posee naturalmente un
carácter unitario y una función unitaria. El compromiso con el que la unidad se salva es, por otra
parte, de tal naturaleza que hace más grave la situación. Ella da a las poblaciones trabajadoras del
Sur una posición análoga a la que padecen las poblaciones coloniales. La gran industria del Norte
realiza hacia éstas la función de las metrópolis capitalistas; los grandes terratenientes y la propia
media burguesía meridionales se colocan, en cambio, en la situación de las categorías que en las
colonias se alían a la metrópoli, para mantener sujeta a la masa del pueblo que trabaja. La
explotación económica y la opresión política se unen, por consiguiente, para hacer de la población
trabajadora del Mediodía una fuerza continuamente movilizada contra el Estado.

9. El proletariado tiene en Italia una importancia superior a la que tiene en otros países europeos,
aunque con capitalismo más adelantado, parangonable solamente con la situación que había en
Rusia antes de la revolución. Esto se halla ante todo en relación con el hecho de que, por la escasez
de materias primas, la industria se basa de preferencias sobre la mano de obra (personal
especializado), seguidamente con la heterogeneidad y con los contrastes de intereses que debilitan a
la clase dirigente. Frente a esta heterogeneidad, el proletariado se presenta como el único elemento
que por su naturaleza tiene una función unificadora y coordinadora de toda la sociedad. Su
programa de clase es el único programa "unitario", esto es, el único cuya situación no lleva a
profundizar los contrastes entre los diversos elementos de la economía y de la sociedad, y no lleva a
romper la unidad del Estado. Además, junto al proletariado industrial existe una gran masa de
proletarios agrícolas, concentrada sobre todo en el valle del Po, sobre la que ejercen influencia los
obreros de la industria y, por ende, movilizables en la lucha contra el capitalismo y el Estado.

En Italia se tiene una confirmación de la tesis de que las más favorables condiciones para la
revolución proletaria no se tiene necesariamente siempre en los países donde el capitalismo y la
industrialización se hallan unidos en el más alto grado de su desarrollo, sino que se pueden tener, en
cambio, allí donde el tejido del sistema capitalista ofrece menor resistencia, por su debilidad de
estructura, a un ataque de la clase revolucionaria y de sus aliados.

La política de la burguesía italiana

10. El fin que la clase dirigente se propone alcanzar con el nacimiento del Estado unitario y
después, era el de tener sujetas las grandes masas de la población trabajadora e impedir que se
conviertan, organizándose en torno al proletariado industrial y agrícola, en una fuerza
revolucionaria capaz de realizar una completa transformación social y política y dar vida a un
Estado proletario. La debilidad intrínseca del capitalismo le fuerza, no obstante, a poner como base
del orden económico y del Estado burgués una unidad conseguida por vía de compromiso entre
grupos no homogéneos. En una vasta perspectiva histórica, este sistema se revela como no
adecuado al objetivo que pretende. Toda forma de compromiso entre los diversos grupos dirigentes
de la sociedad italiana se resuelve de hecho en un obstáculo puesto al desarrollo de una u otra parte
de la economía del país. También vienen determinados nuevos contrastes y nuevas reacciones de la
mayoría de la población, se vuelve necesario acentuar la presión sobre la masa y se produce un
impulso cada vez mayor para la movilización de aquélla a favor de la revuelta contra el Estado.

11. El primer periodo de vida del Estado italiano (1870-1890) es el de su mayor debilidad. Las dos
partes de que se compone la clase dirigente, los intelectuales de un lado y los capitalistas, de otro,
están unidas en el propósito de mantener la unidad, pero las divide la forma que se ha de dar al
Estado unitario. Falta entre ellos una homogeneidad positiva. Los problemas que el Estado se
propone son limitados y conciernen más bien a la forma que a la sustancia del dominio político de
la burguesía; aventaja a todos el problema del balance, que es un problema de pura conservación.
La conciencia de la necesidad de ampliar la base de las clases que dirigen el Estado solamente se
tiene con el principio del "transformismo".

La mayor debilidad del Estado se debe en este periodo al hecho de que, fuera de eso, el Vaticano
reúne en torno a sí un bloque reaccionario y antiestatal, constituido por los agrarios y por la gran
masa de los campesinos atrasados, controlados y dirigidos por los ricos propietarios y los curas. El
programa del Vaticano consta de dos partes: quiere luchar contra el Estado burgués unitario y
"liberal" y, al mismo tiempo, se propone constituir, con los campesinos, un ejército de reserva
contra la vanguardia del proletariado socialista, que será provocada por el desarrollo de la industria.
El Estado reacciona al sabotaje que el Vaticano ejerce con toda una legislación de contenido e
intenciones anticlericales.

12. En el periodo que va de 1890 hasta 1900, la burguesía se plantea resueltamente el problema de
organizar la propia dictadura y lo resuelve con una serie de providencias de carácter político y
económico que inciden determinantemente en la sucesiva historia italiana.

Ante todo, se resuelve el diferendo entre la burguesía intelectual y los industriales, cuya señal es la
llegada de Crispi al poder. La burguesía así reforzada resuelve la cuestión de sus relaciones con el
extranjero (Triple Alianza), consiguiendo una seguridad que le permite colocarse en la concurrencia
internacional para la conquista de los mercados coloniales. En el interior, la dictadura burguesa se
instaura políticamente con una restricción del derecho de voto que reduce el cuerpo electoral a poco
más de un millón de electores sobre treinta millones de habitantes. En el campo económico, la
introducción del proteccionismo industrial-agrario corresponde al propósito del capitalismo de
adjudicarse el control de toda la riqueza nacional. Se logra con este medio soldar una alianza entre
los industriales y los agrarios. Esta alianza arrebata al Vaticano una parte de la fuerza que éste había
reunido alrededor de sí, sobre todo entre los propietarios del tierra del Mediodía y le hace entrar en
el cuadro de Estado burgués. Por lo demás, el Vaticano advierte la necesidad de dar mayor relieve a
la parte de su programa reaccionario que se refiere a la resistencia al movimiento obrero y toma
posición contra el socialismo con la encíclica Rerum Novarum. Con todo, ante el peligro que el
Vaticano sigue representando para el Estado, la clase dirigente reacciona dándose una organización
unitaria con un programa anticlerical, en la masonería.

Los primeros progresos reales del movimiento obrero se han logrado de hecho en este periodo. La
instauración de la dictadura industrial-agraria coloca en términos reales el problema de la
revolución determinando los factores históricos de la misma. Surge en el Norte un proletariado
industrial y agrícola, mientras en el Sur la población agrícola, sometida a un sistema de explotación
"colonial", deba mantenerse sujeta a una opresión política cada vez más fuerte. Los términos de la
"cuestión meridional" se plantean de manera clara en este periodo. Y espontáneamente, sin la
intervención de un factor consciente y sin que el Partido Socialista deduzca de este hecho una
indicación para su estrategia de partido de la clase obrera, se verifica en este periodo por primera
vez la coincidencia de las tentativas insurreccionales del proletariado septentrional con una revuelta
de campesinos meridionales (fascios sicilianos).

13. Derrotadas las primeras tentativas del proletariado y de los campesinos de rebelarse contra el
Estado, la burguesía italiana consolidada puede adoptar, para dificultar los progresos del
movimiento obrero, los métodos exteriores de la democracia y los de la corrupción política hacia la
parte más avanzada de la población trabajadora (aristocracia obrera) para hacerla cómplice de la
dictadura reaccionaria que aquélla ejerce e impedir que ésta se convierta en el centro de la
insurrección popular contra el Estado (giolitismo). Sin embargo, entre 1900 y 1910, se tiene una
fase de concentración industrial y agraria. El proletariado agrícola crece el 50 por ciento con
perjuicio de las categorías de colonos, aparceros y arrendatarios. Lo que da origen a una oleada de
movimientos agrarios y a una nueva orientación de los campesinos que fuerza al propio Vaticano a
reaccionar con la fundación de "Acción Católica" y con un movimiento "social" que llega, en sus
formas extremas, hasta asumir la apariencia de una reforma religiosa (modernismo). A esta reacción
del Vaticano para no dejarse arrebatar las masas corresponde el acuerdo de los católicos con la clase
dirigente para dar al Estado una base más segura (abolición del non expedit, pacto Gentiloni).
También hacia el fin de este tercer periodo (1914), los diversos movimientos parciales del
proletariado y de los campesinos culminan en un nuevo e inconsciente intento de agrupamiento de
las diversas fuerzas antiestatales en una insureción contra el Estado reaccionario. En esta tentativa
viene ya planteado con suficiente relieve el problema que aparecerá en toda su amplitud en la
posguerra, esto es, el problema de la necesidad de que el proletariado organice, en su seno, un
partido de clase que le dé la capacidad de ponerse al frente de la insurrección y guiarla.

14. En la posguerra tiene lugar la máxima concentración económica en el campo industrial. El


proletariado alcanza el más alto grado de organización correspondiendo con ello la mayor
disgregación de la clase dirigente y del Estado. Todas las contradicciones contenidas en el
organismo social italiano afloran con la máxima crudeza por el despertar de las masas más atrasadas
a la vida política, provocado por la guerra y sus consecuencias inmediatas. Y, como siempre, la
vanguardia de los obreros industriales y agrícolas se ve acompañada por una agitación profunda de
las masas campesinas, tanto del Mediodía como de las otras regiones. Las grandes huelgas y la
ocupación de las fábricas ocurren simultáneamente con la ocupación de las tierras. La resistencia de
las fuerzas reaccionarias se ejerce aún según la dirección tradicional. El Vaticano consiente que
junto a "Acción Católica" se forme un verdadero partido, que se propone inscribir las masas
campesinas en el cuadro del Estado burgués, aparentemente satisfaciendo su aspiración de
redención económica y de democracia política. Las clases dirigentes, a su vez, actúan con gran
despliegue en el plano de la corrupción y disgregación interna del movimiento obrero, mostrando a
los jefes oportunistas la posibilidad de que una aristocracia obrera colabora con el gobierno en una
tentativa de solución "reformista" de los problemas del Estado (gobierno de izquierda). Pero en un
país pobre y desunido como Italia, el asomo de una solución "reformista" del problema del Estado
provoca inevitablemente la disgregación de la trabazón estatal y social, que no resiste al choque de
los diversos grupos en los que las mismas clases dirigentes y las clases intermedias se pulverizan.
Todo grupo exige protección económica y autonomía política y, en ausencia de un núcleo
homogéneo de clase que sepa imponer, con su dictadura, una disciplina de trabajo y de la
producción a todo el país, arrollando y eliminando a los explotadores capitalistas y agrarios, el
gobierno se hace imposible y la crisis de poder está continuamente abierta.

La derrota del proletariado revolucionario se debe, en este periodo decisivo, a la deficiencia


política, organizativa y estratégica del partido de los trabajadores. A causa de este deficiencia, el
proletariado no consigue ponerse al frente de la insurrección de la gran mayoría de la población y
hacerla desembocar en la creación de un Estado obrero; él mismo sufre, en cambio, la influencia de
las otras clases sociales que paralizan su acción. La victoria del fascismo en 1922 se ha de
considerar, pues, no como una victoria conseguida sobre la revolución, sino como la consecuencia
de la derrota producida a las fuerzas revolucionarias por su defecto intrínseco.
El fascismo y su política

15. El fascismo, como movimiento de la reacción armada que se propone el objetivo de disgregar y
desorganizar a la clase trabajadora para inmovilizarla, entra en el cuadro de la política tradicional de
las clases dirigentes italianas, y en la lucha del capitalismo contra la clase obrera. Por este motivo,
aquél se ve favorecido en sus orígenes, en su organización y en sus caminos, indistintamente por
todos los viejos grupos dirigentes, de preferencia sin embargo, por los agrarios, quienes se sienten
más amenazados por la presión de la plebe rural. Sin embargo, socialmente el fascismo encuentra su
base social en la pequeña burguesía urbana y en una nueva burguesía agraria surgida de una
transformación de la propiedad rural en algunas regiones (fenómenos de capitalismo agrario en la
Emilia, origen de una categoría de intermediarios del campo, "bolsas de la tierra", nuevos repartos
de terrenos). Esto y el hecho de haber encontrado una unidad ideológica y organizativa en las
formaciones militares en las que revive la tradición de la guerra (heroísmo) u que sirven en la
guerrilla contra los trabajadores, permiten al fascismo concebir y ejecutar un plan de conquista del
Estado en oposición a los viejos estamentos dirigentes. Absurdo hablar de revolución. Las nuevas
categorías que se reagrupan en torno al fascismo, en cambio, traen de su origen una homogeneidad
y una mentalidad común de "capitalismo naciente". Esto explica cómo es posible la lucha contra los
hombres políticos del pasado y cómo aquéllas pueden justificarse con una construcción ideológica
en contraste con la teoría tradicional de Estado y sus relaciones con los ciudadanos. En sustancia, el
fascismo modifica el programa de conservación y reacción que siempre ha dominado la política
italiana solamente con un modo distinto de concebir el proceso de unificación de la fuerza
reaccionaria. A la táctica de los acuerdos y los compromisos, sustituye el propósito de realizar una
unidad orgánica de todas las fuerzas de la burguesía en un solo organismo político bajo el control de
una única central que debería dirigir conjuntamente el partido, el gobierno y el Estado. Este
propósito corresponde con la voluntad de resistir a fondo a todo ataque revolucionario, lo que
permite al fascismo recoger las adhesiones de la parte más decisivamente reaccionaria de la
burguesía industrial y de los agrarios.

16. El método fascista de defensa del orden, de la propiedad y del Estado es, aún más que el sistema
tradicional de los compromisos y de la política de izquierda, disgregador de la trabazón social y de
su superestructura política. Las reacciones que provoca deben examinarse en relación con su
aplicación tanto en el campo económico como en el político.

En el campo político, ante todo, la unidad orgánica de la burguesía en el fascismo no se realiza


inmediatamente después de la conquista del poder. Fuera del fascismo quedan los centros de una
oposición burguesa al régimen. Por una parte, no queda absorbido el grupo que tiene fe en la
solución giolittiana del Estado. Este grupo se vincula a una sección de la burguesía industrial y, con
un programa de reformismo "laborista", ejerce influencia sobre estratos obreros y de pequeña
burguesía. Por otra parte, el programa de fundar el Estado sobre una democracia rural del Sur y
sobre la parte "sana" de la industria septentrional (em>Corriere della sera, liberalismo, Natti) tiende
a convertirse en programa de una organización política de oposición al fascismo con base de masas
en el Mediodía (Unión Nacional).
El fascismo se ve obligado a luchar contra estos grupos sobrevivientes y a lucha con vivacidad aún
mayor contra la masonería, a la que considera justamente como centro de organización de todas las
tradicionales fuerzas del sostén del Estado. Esta lucha, que es, se quiera o no, el indicio de una
fisura en el bloque de las fuerzas conservadoras y antiproletarias, puede en determinadas
circunstancias favorecer el desarrollo y la afirmación del proletariado como tercer y decisivo factor
de una situación política.

En el campo económico, el fascismo actúa como instrumento de una oligarquía industrial y agraria
para concentrar en las manos del capitalismo el control de todas las riquezas del país. Esto no puede
hacerse sin provocar el descontento en la pequeña burguesía, que, con el advenimiento del fascismo,
creía llegado el tiempo de su dominio.

El fascismo acaba de adoptar toda una serie de medidas para favorecer una nueva concentración
industrial (abolición del impuesto de sucesión, política financiera y fiscal, reforzamiento del
proteccionismo), y a éstas corresponden otras medidas a favor de los agrarios y contra los pequeños
y medios cultivadores (impuestos, arbitrios sobre el trigo, "batalla del trigo"). La acumulación que
estas medidas determinan no constituye un crecimiento de riqueza nacional, sino que es expoliación
de una clase en favor de otra, esto es, de las clases trabajadoras y medias a favor de la plutocracia.
El designio de favorecer a la plutocracia aparece descaradamente en el proyecto de legalizar en el
nuevo código de comercio el régimen de las acciones privilegiadas; un pequeño grupo de
financieros se ve colocado, de este modo, en condiciones de poder disponer sin control de enormes
masas de ahorro procedentes de la media y pequeña burguesía, y estas categorías se ven privadas
del derecho a disponer de su riqueza. En el mismo plano, pero con consecuencias políticas más
vastas, entra el proyecto de reunificación de la banca de emisión, que equivale, en la práctica, a la
supresión de los dos grandes bancos meridionales. Estos dos bancos cumplen hoy la función de
absorber los ahorros del Mediodía y las remesas de los emigrantes (600 millones), esto es, la
función que en el pasado cumplía el Estado con la emisión de bonos del tesoro y la Banca de
descuento, en interés de una parte de la industria pesada del Norte. Los bancos meridionales han
sido controlados hasta ahora por las mismas clases dirigentes del Mediodía, que han hallado en este
control una base real de su dominio político. La supresión de los bancos meridionales como banca
de emisión hará pasar esta función a la gran industria del Norte que controla, a través de la banca
comercial la Banca de Italia y verá de este modo acentuada la explotación económica "colonial" y el
empobrecimiento del Mediodía, así como se verá acelerado el lento proceso de distanciamiento de
la pequeña burguesía meridional respecto al Estado.

La política económica del fascismo se completa con las mediadas encaminadas a elevar la
cotización de la moneda, a sanear el presupuesto del Estado, a pagar las deudas de guerra y a
favorecer la intervención del capital anglo-americano en Italia. En todos estos campos, el fascismo
ejecuta el programa de la plutocracia (Nitti) y de la minoría industrial-agraria con perjuicio de la
gran mayoría de la población cuyas condiciones de vida empeoran progresivamente.

Coronación de toda la propaganda ideológica, de la acción económica y política del fascismo es la


tendencia de éste al "imperialismo". Esta tendencia es la expresión de la necesidad sentida por las
clases dirigentes industrial-agraria italianas por encontrar fuera del campo nacional los elementos
para la resolución de la crisis de la sociedad italiana. En ella se contienen los gérmenes de una
guerra que se verá contrarrestada, en apariencia, por la expansión italiana, pero en la cual en
realidad la Italia fascista será un instrumento en las manos de uno de los grupos imperialistas que se
disputan el dominio del mundo.

17. Como consecuencia de la política del fascismo, se determinan profundas reacciones de las
masas. El fenómeno más grave es la separación cada vez más decisiva de las poblaciones agrarias
del Mediodía y de las Islas del sistema de fuerzas que rigen el Estado. La vieja clase dirigente local
(Orlando, Di Cesaró, De Incola, etc.) no ejerce ya de manera sistemática su función de buen eslabón
de enlace con el Estado. La pequeña burguesía tiende, pues, a aproximarse a los campesinos. El
sistema de explotación y de opresión de las masas meridionales se ve llevado por el fascismo al
extremo; esto facilita la radicalización también de las categorías intermedias y plantea la cuestión
meridional en sus verdaderos términos, como cuestión que será resuelta solamente con la
insurrección de los campesinos aliados con el proletariado en la lucha contra los capitalistas y
contra los agrarios.

También los campesinos medios y pobres de las otras regiones de Italia cumplen una función
revolucionaria, aunque de manera más lenta. El Vaticano -cuya función reaccionaria ha sido
asumida por el fascismo- ya no controla la población rural de manera completa a través de los curas,
la "Acción Católica" y el Partido Popular. Esta es una parte de los campesinos que ha sido
despertada a la lucha por la defensa de sus intereses en las mismas organizaciones autorizadas y
dirigidas por la autoridad eclesiástica, y ahora, bajo la presión económica y política del fascismo,
acentúa su propia orientación de clase y empieza a sentir que su suerte no puede separarse de la que
corre la clase obrera. Indicio de esta tendencia es le fenómeno Miglioli. Un síntoma bastante
interesante de eso es también el hecho de que las organizaciones blancas, que siendo una parte de
"Acción Católica", se enfrentan directamente con el Vaticano, y han entrado en los comités
intersindicales con la Liga Roja, expresión de aquel periodo proletario que los católicos indicaban
hacia fines de 1870 como inminente en la sociedad italiana.

En cuanto al proletariado, la actividad disgregadora de su fuerza encuentra un límite en la


resistencia activa de la vanguardia revolucionaria y en una resistencia pasiva de la gran masa, que
se mantiene fundamentalmente clasista y da señales de ponerse en movimiento apenas disminuye la
presión física del fascismo y se hacen más fuertes los estímulos de los intereses de clase. La
tentativa de los sindicatos fascistas de dividirla se puede considerar fracasada. Los sindicatos
fascistas, cambiando su programa, se convierten ahora en instrumento directo de la opresión
reaccionaria al servicio del Estado.

18. A los peligrosos distanciamientos y a los nuevos reclutamientos de las fuerzas que son
provocados por su política, el fascismo reacciona haciendo gravar sobre toda la sociedad el peso de
una fuerza militar y un sistema de opresión que tiene a la población sujeta al hecho mecánico de la
producción, sin posibilidad de tener una vida propia, de manifestar una voluntad y de organizarse
para la defensa de sus propio intereses.
La llamada legislación fascista no tiene otro objetivo que el de consolidar y convertir en permanente
este sistema. La nueva ley electoral política, las modificaciones del régimen administrativo con la
introducción del alcalde para las comunas rurales, etc., quisieran marcar el fin de la participación de
las masas en la vida política y administrativa del país. El control sobre las asociaciones impide toda
forma permanente "legal" de organización de las masas. La nueva política sindical priva a la
Confederación del Trabajo y a los sindicatos de clase de la posibilidad de celebrar acuerdos para
excluirla del contacto con las masas que se habían organizado en torno a ella. La prensa proletaria
se ha visto suprimida; el partido de clase del proletariado, reducido a la vida plenamente ilegal. La
violencia física y la persecución de la policía se emplean sistemáticamente, sobre todo en el campo,
para infundir terror y mantener una situación de estado de sitio.

El resultado de esta compleja actividad de reacciones y opresiones es el equilibrio entre la relación


real de fuerzas sociales y la relación de la fuerza organizada, por lo que un aparente retorno a la
normalidad y a la estabilidad corresponde una agudización de los contrastes prontos a prorrumpir en
todo instante a nueva vida.

18. bis. La crisis que ha seguido al crimen Matteotti ha brindado un ejemplo de la posibilidad de
que la aparente estabilidad del régimen fascista se vea turbada en la base por el surgir imprevisto de
divergencias económicas y políticas profundas, sin que sean advertidas. El mismo tiempo, esto ha
suministrado la prueba de la incapacidad de la pequeña burguesía para guiar hacia el triunfo, en el
actual periodo histórico, la lucha contra la reacción industrial-agrícola.

Fuerzas motrices y perspectiva de la revolución

19. Las fuerzas motrices de la revolución italiana, como resulta ya de nuestro análisis, son las
siguientes, en orden de importancia:

1) la clase obrera y el proletariado agrícola;

2) los campesinos del Mediodía y de las Islas y los de otras regiones de Italia.

El desarrollo y la rapidez del proceso revolucionario no son previsibles, fuera de una valoración de
los elementos subjetivos: esto es, de la medida en que la clase obrera logrará adquirir una figura
política propia, una conciencia de clase resuelta y una independencia de todas las demás clases, de
la medida en que ésta conseguirá organizar su fuerza, es decir, ejercer de hecho una acción de guía
de los demás factores y en primer lugar concretar políticamente su alianza con los campesinos.

Puede afirmarse en líneas generales y basándose por lo demás en al experiencia italiana que del
periodo de la preparación revolucionaria se entrará en un periodo revolucionario "inmediato"
cuando el proletariado industrial y agrícola del Norte haya logrado recobrar, por el desarrollo de la
situación objetiva y a través de una serie de luchas particulares e inmediatas, un alto grado de
organización y de combatividad.

En cuanto a los campesinos, los del Sur y las Islas deberán ser puestos en primera línea entre las
fuerzas sobre las que debe contar la insurrección contra la dictadura industrial-agrícola, por más que
no se les deba atribuir una importancia resolutiva, si no es en alianza con el proletariado. La alianza
entre aquéllos y los obreros es el resultado de un proceso histórico natural y profundo, favorecido
por todas la vicisitudes del Estado italiano. Para los campesinos de las otras partes de Italia, el
proceso de orientación hacia la alianza con el proletariado es más lento y deberá ser favorecido por
una atenta acción política del partido del proletariado. Los éxitos que ya se han obtenido en este
campo en Italia indican por lo demás que el problema de romper la alianza de los campesinos con
las fuerzas reaccionarias debe ser planteado, en gran parte también en otros países de Europa
occidental, como problema de destruir la influencia de la organización católica sobre las masas
rurales.

20. Los obstáculos al desarrollo de la revolución, fuera de los que se deban a la presión fascista, se
hallan en relación con la variedad de los grupos en que se divide la burguesía. Cada uno de estos
grupos se esfuerza por ejercer influencia sobre una determinada sección de la población trabajadora
para impedir que se extienda la influencia del proletariado o sobre el proletariado mismo para
hacerle perder su figura y autonomía de clase revolucionaria. Se constituye de este modo una
cadena de fuerzas reaccionarias, que partiendo del fascismo comprende los grupos antifascistas que
no tienen gran base de masas (liberales), los que tienen una base en los campesinos y en la pequeña
burguesía (demócratas, combatientes, populares, republicanos) y en parte también en los obreros
(partido reformista) y aquellos que, teniendo una base proletaria, tienden a mantener las masas
obreras en una condición de pasividad y hacerles seguir la política de otras clases (partido
maximalista). También el grupo que dirige la Confederación del Trabajo se ha de considerar de la
misma manera, esto es, como el vehículo de la influencia disgregadora de otras clases sobre los
trabajadores. Cada uno de los grupos que hemos indicado tiene vinculada una parte de la población
trabajadora italiana. La modificación de esta situación solamente se concibe como consecuencia de
una sistemática e ininterrumpida acción política de la vanguardia proletaria organizada en el Partido
Comunista.

Se debe atribuir especial atención a los grupos y partidos que tienen una base de masas o buscan
formársela como partidos democráticos o como partidos regionales, en la población agrícola del
Mediodía y de las Islas (Unión Nacional, partido de acción sardo, molisano, irpino, etc.). Estos
partidos no ejercen una influencia directa sobre el proletariado, pero son un obstáculo para la
realización de la alianza entre los obreros y los campesinos. Orientando a las clases agrícolas del
Mediodía hacia una democracia rural y hacia soluciones democráticas regionales, aquéllos rompen
la unidad del proceso de liberación de la población trabajadora italiana, impidiendo a los
campesinos que triunfen en su lucha contra la explotación económica y política de la burguesía y de
los agrarios, y preparando la transformación de éstos en guardia blanca de la reacción. El triunfo
político de la clase obrera se halla también en este dominio en relación con la acción política del
partido del proletariado.

21. La posibilidad de que pueda derribarse el régimen fascista por una acción de los grupos
antifascistas que se dicen democráticos solamente existiría si estos grupos consiguiesen,
neutralizando la acción del proletariado, controlar un movimiento de masas hasta poderle frenar su
desarrollo. La función de la oposición burguesa democrática es la de colaborar con el fascismo,
dificultar la reorganización de la clase obrera y la realización de su programa de clase. En este
sentido un compromiso entre fascismo y oposición burguesa es probable e inspirará la política de
toda formación de "centro" que surja de los escombros del Aventino. La oposición podrá volver a
ser protagonista de la acción de defensa del régimen capitalista sólo cuando la propia opresión
fascista no logre ya impedir el desencadenamiento de los conflictos de clase y el periodo de una
insurrección de proletarios, y su soldadura con una guerra campesina aparezca grave e inminente.
La posibilidad del recurso de la burguesía y del mismo fascismo al sistema de la reacción encubierta
con la apariencia de un "gobierno de izquierda" debe, por consiguiente, estar continuamente
presente en nuestra perspectiva (división de funciones entre el fascismo y la democracia, Tesis del V
Congreso mundial).

22. De este análisis de los factores de la revolución y de sus perspectivas se deducen las tareas del
Partido Comunista. A ellas deben referirse los criterios de su actividad organizativa y los de su
acción política. De ellas se derivan las líneas directivas y fundamentales de su programa.

Tareas fundamentales del Partido Comunista

23. Tras haber resistido victoriosamente la oleada reaccionaria que quería sumergirlo (1923), tras
haber contribuido con la acción propia a marcar un primer punto de detención en el proceso de
dispersión de las fuerzas trabajadoras (1924), tras haber aprovechado la crisis Matteotti para
reorganizar una vanguardia proletaria que se ha opuesto con notable éxito a la tentativa de instaurar
un predominio pequeño-burgués en la vida política (Aventino) y haber puesto las bases de una real
política campesina del proletariado italiano, el Partido se encuentra hoy en la fase de la preparación
política de la revolución.

Su tarea fundamental puede dibujarse con estos tres puntos:

1) organizar y unificar el proletariado industrial y agrícola para la revolución;

2) organizar y movilizar en torno al proletariado todas las fuerzas necesarias para la victoria
revolucionaria y para la fundación del Estado obrero;

3) plantear al proletariado y a sus aliados el problema de la insurrección contra el Estado burgués y


de la lucha por la dictadura proletaria y guiarlo política y materialmente a la solución del mismo a
través de una serie de luchas parciales.

La construcción del Partido Comunista como partido "bolchevique"

24. La organización de la vanguardia proletaria en Partido Comunista es una parte esencial de


nuestra actividad organizativa. Los obreros italianos han aprendido por su experiencia (1919-20)
que donde falta la guía de un Partido Comunista organizado como partido de la clase obrera y como
partido de la revolución, no es posible una salida victoriosa de la lucha por el derrumbamiento del
régimen capitalista. La construcción de un Partido Comunista que sea de hecho el partido de la
clase obrera y el partido de la revolución -que sea, pues, un partido "bolchevique"- se encuentra en
conexión con los siguientes puntos fundamentales:

1) la ideología del partido;


2) la forma de la organización y su cohesión;

3) la capacidad de funcionar en contacto con las masas;

4) la capacidad estratégica y táctica.

Cada uno de estos puntos se halla estrechamente relacionado con los otros y no podría, en rigor,
separarse. Efectivamente, cada uno de éstos indica y comprende una serie de problemas cuya
solución se interfiere y superpone. El examen separado de estos será útil solamente cuando se tenga
presente que ninguno puede resolverse sin que todos sean planteados y conducidos conjuntamente
hacia una solución.

La ideología del Partido

25. El Partido Comunista necesita una unidad ideológica completa para poder ejecutar en todo
momento su función de guía de la clase obrera. La unidad ideológica es elemento de la fuerza del
Partido y de su capacidad política, e indispensable para convertirlo en un partido bolchevique. Base
de la unidad ideológica es la doctrina del marxismo y del leninismo, entendido este último como la
doctrina marxista adecuada a los problemas del periodo del imperialismo y el inicio de la
revolución proletaria (Tesis sobre la bolchevización, del Ejecutivo ampliado de abril de 1925, núm.
IV y VI).

El Partido Comunista de Italia ha formado su ideología en la lucha contra la socialdemocracia


(reformismo) y contra el centrismo político representado por el Partido maximalista. Sin embargo,
aquélla no encuentra en la historia del movimiento obrero italiano una vigorosa y continua corriente
de pensamiento a la que remitirse. Falta además en sus filas un profundo y amplio conocimiento de
las teorías del marxismo y del leninismo. Por consiguiente, son posibles las desviaciones.

La elevación del nivel ideológico del Partido debe conseguirse con una sistemática actividad interna
que se proponga impulsar que todos los miembros tengan un completo conocimiento de los fines
inmediatos del movimiento revolucionario, una cierta capacidad de análisis marxista de las
situaciones y una correlativa capacidad de orientación política (escuela del Partido). Hay que
rechazar la concepción según la cual los factores de conciencia y de madurez revolucionaria, que
constituyen la ideología, se pueden realizar en el Partido sin que sea realizado en un gran número de
miembros individuales que lo componen.

26. No obstante su origen en la lucha contra degeneraciones de derecha y centristas del movimiento
obrero, el peligro de desviaciones de derecha se hallan presentes en el Partido Comunista de Italia.

En el campo teórico, eso ha representado las tentativas de revisión del marxismo hecha por el
camarada Graziadei con el ropaje de una precisión "científica" de algunos de los conceptos
fundamentales de la doctrina de Marx. Las tentativas de Graziadei no pueden ciertamente llevar a la
creación de una corriente y, por tanto, de una fracción que ponga en peligro la unidad ideológica y
la coherencia de del Partido. Sin embargo, se halla implícito en ellas un apoyo a corrientes y
desviaciones políticas de derecha. De todos modos, esto indica la necesidad de que el Partido
realice un profundo estudio del marxismo y adquiera una conciencia teórica más alta y más segura.
El peligro de que se cree una tendencia de derecha se halla vinculada a la situación general del país.
La misma opresión que el fascismo ejerce tiende a alimentar la opinión de que, estando el
proletariado en la imposibilidad de derrocar rápidamente el régimen sea mejor táctica la que lo
lleve, si no a un bloque burguesía-proletariado para la eliminación constitucional del fascismo, a
una pasividad de la vanguardia revolucionaria, a una no intervención activa del Partido Comunista
en la lucha política inmediata que permitiría a la burguesía servirse del proletariado como masa de
maniobra electoral contra el fascismo. Este programa se presenta con la fórmula de que el Partido
Comunista debe ser "el ala izquierda" de una oposición de todas la fuerzas que conspiran para el
derrocamiento del régimen fascista. Ello es la expresión de un profundo pesimismo acerca de la
capacidad revolucionaria de la clase trabajadora.

El mismo pesimismo y la misma desviación conducen a interpretar de manera errónea la naturaleza


y la función histórica de los partidos social-demócratas en el momento actual, a olvidar que la
socialdemocracia, si bien tiene aún su base social, en gran parte, en el proletariado, por lo que
respecta a su ideología y la función política que cumple debe considerarse no como una ala derecha
del movimiento obrero, sino como una ala izquierda de la burguesía y como tal debe ser
desenmascarada ante las masas.

El peligro de derecha debe combatirse con la propaganda ideológica, contraponiendo al programa


de derecha el programa revolucionario de la clase obrera y de su Partido, y con medios
disciplinarios ordinarios cada vez que la necesidad lo requiera.

27. Relacionado con el origen del Partido y con la situación general del país está igualmente el
peligro de desviación de izquierda de la ideología marxista y leninista. Esta se halla representada en
la tendencia extremista que tiene por jefe al camarada Bordiga. Esta tendencia se formó en la
particular situación de disgregación e incapacidad programática, organizativa, estratégica y táctica
en que se encontró el Partido Socialista Italiano desde el final de la guerra hasta el Congreso de
Liorna: su origen y su fortuna están en relación con el hecho de que, siendo la clase obrera una
minoría en la población trabajadora italiana, es continuo el peligro de que su partido se vea afectado
de infiltraciones de otras clases, particularmente de la pequeña burguesía. A esta condición de la
clase obrera y a la situación del Partido Socialista Italiano, la tendencia de extrema izquierda
reacciona con una particular ideología, esto es, con una concepción de la naturaleza del Partido, de
su función y de su táctica que está en contradicción con la del marxismo y el leninismo:

a) desde la extrema izquierda se viene definiendo el Partido, olvidando o sobrevalorando su


contenido social, como un "órgano" de la clase obrera, que se constituye por síntesis de elementos
heterogéneos. En cambio, el Partido debe definirse poniendo de relieve ante todo el hecho de que
éste es una "parte" de la clase obrera. El error en la definición del Partido lleva a plantear de manera
errónea los problemas organizativos y los problemas de táctica;

b) para la extrema izquierda, la función del Partido no es la de guiar en todo momento a la clase
esforzándose por mantenerse en contacto con ella a través de cualquier cambio de la situación
objetiva, sino la de elaborar cuadros preparados para guiar a la masa cuando el desarrollo de la
situación la lleve al Partido, haciéndola aceptar las posiciones programáticas y de principio por
aquél fijadas;

c) por lo que respecta a la táctica, la extrema izquierda sostiene que no debe determinarse en
relación con la situación objetiva y con la posición de las masas de manera que aquélla se remita
siempre a la realidad y proporcione un constante contacto con los estratos más amplios de la
población trabajadora, sino que debe determinarse con base a preocupaciones formales. Es propio
del extremismo la concepción de que las desviaciones de principios de la política comunista no se
evitan con la construcción de los partidos "bolcheviques" que sean capaces de cumplir, sin desvío,
cualquier acción política que se requiera para la movilización de las masas y para la victoria
revolucionaria, sino que solamente se pueden evitar poniendo a la táctica límites rígidos y formales
de carácter exterior (en el campo organizativo: "adhesión individual", esto es, rechazo de las
"fusiones", que pueden, sin embargo, ser siempre, en condiciones determinadas, eficacísimo medio
de extensión de la influencia del Partido; en el campo político: falsificación de los términos del
problema de la conquista de la mayoría, frente único sindical y no político, ninguna diversidad en la
manera de luchar contra la democracia según el grado de adhesión de las masas a formaciones
democráticas revolucionarias y de la inminencia y gravedad de un peligro reaccionario, rechazo de
la consigna de gobierno obrero y campesino). Al examen de la situación de los movimientos de
masa se recurre, pues, sólo para el control de la línea deducida sobre la base de preocupaciones
formalistas y sectarias; viene así a faltar siempre, en la determinación de la política del Partido, el
elemento particular; se rompe la unidad y plenitud de visión propia de nuestro método de
investigación política (dialéctica); la actividad del Partido y sus consignas pierden eficacia y valor
tornándose actividad y palabras de simple propaganda.

Como consecuencia de estas posiciones, es inevitable la pasividad política del Partido. Un aspecto
de ésta fue en el pasado el "abstencionismo". Esto permite asimilar el extremismo de izquierda al
maximalismo y a la desviación de derecha. Constituye, además, como la tendencia de derecha,
expresión de un escepticismo sobre la posibilidad de que la masa obrera organice de su seno un
partido de clase que sea capaz de guiar a la gran masa, esforzándose por tenerla vinculada asimismo
en todo momento.

La lucha ideológica contra el extremismo de izquierda debe conducirse contraponiéndole la


concepción marxista y leninista del partido del proletariado como partido de masa y demostrando la
necesidad de que éste adopte su táctica a las situaciones para poderla modificar, para no perder el
contacto con las masas y para adquirir siempre nuevas zonas de influencia.

El extremismo de izquierda fue la ideología oficial del Partido italiano en el primer periodo de su
existencia. La sostuvieron compañeros que estuvieron entre los fundadores del Partido y
contribuyeron a su construcción después de Liorna. De este modo se explica que esta concepción
afectase por largo tiempo a la mayoría de los camaradas sin que por ellos fuera valorada
críticamente de manera completa, sino más bien como consecuencia de un estado de ánimo difuso.
Pero es evidente que el peligro de extrema izquierda debe considerarse como una realidad
inmediata, como un obstáculo no sólo a la unificación y elevación ideológica, sino al desarrollo
político del Partido y a la eficacia de su acción. Por ello debe ser combatido como tal, no sólo con la
propaganda, sino con una acción política y eventualmente con medidas organizativas.

28. Elemento de la ideología del Partido es el grado de espíritu internacionalista que ha penetrado
en sus filas. Es bastante fuerte entre nosotros como espíritu de solidaridad internacional, pero, en
cambio, no como conciencia de pertenecer a un partido mundial. Contribuye a esta debilidad la
tendencia a presentar la concepción de extrema izquierda como una concepción nacional
("originalidad" y valor "histórico" de las posiciones de la "izquierda italiana") que se opone a la
concepción marxista y leninista de la Internacional Comunista y trata de sustituir a ésta. Este es el
origen de una especie de "patriotismo de partido", que rehúsa encuadrarse en una organización
mundial según los principios propios a esa organización (rechazo de empleos, lucha de fracciones
internacionales, etc.). Esta debilidad del espíritu internacionalista prepara el terreno a una
repercusión en el Partido de la campaña que la burguesía conduce contra la Internacional Comunista
calificándola como órgano del Estado ruso. Algunas de las tesis de extrema izquierda a este
propósito se asemejan a tesis habituales de los partidos contrarrevolucionarios. Estas deben
combatirse con extremado vigor, con una propaganda que demuestre cómo históricamente
corresponde al partido ruso una función predominante y dirigente en la construcción de una
Internacional Comunista y cuál es la posición del Estado obrero ruso -primera y única conquista
real de la clase obrera en la lucha por el poder- en el contexto del movimiento obrero internacional
(Tesis sobre la situación internacional).

La base de la organización del Partido

29. Todos los problemas de organización son problemas políticos. La solución de éstos debe
permitir que el Partido realice su tarea fundamental, hacer que adquiera una completa
independencia política, darle una fisonomía, una personalidad, una conciencia revolucionaria
precisa, impedir toda infiltración e influencia disgregadora de clases y elementos, que aun teniendo
intereses contrarios al capitalismo no quieren conducir la lucha contra éste hasta sus últimas
consecuencias.

El de la base de organización es, en primer lugar, un problema político. La organización del Partido
se ha de construir sobre la base de la producción y, por ende, del lugar de trabajo (célula). Este
principio es esencial para la creación de un partido "bolchevique", y depende del hecho de que el
Partido sea equipado para dirigir el movimiento de masas de la clase obrera, la cual es unificada de
modo natural por el desarrollo del capitalismo según el proceso de la producción.

Poniendo la base organizativa en el lugar de la producción, el Partido ejecuta el acto de elección de


la clase sobre la que se basa, lo que proclama que es un partido de clase y el partido de una sola
clase, la clase obrera.

Todas las objeciones al principio que coloca la organización del Partido sobre la base de la
producción parten de concepciones vinculadas a clases extrañas al proletariado, si bien se presentan
por camaradas y grupos que se dicen de "extrema izquierda". Aquéllas se basan en consideraciones
pesimistas acerca de la capacidad revolucionaria del obrero y del obrero comunista, y son expresión
del espíritu antiproletario del pequeño burgués intelectual, que se cree la sal de la tierra y ve en el
obrero el instrumento material de la alteración social y no el protagonista consciente e inteligente de
la revolución.

Se reproducen en el partido italiano, a propósito de las células la discusión y la divergencia que


llevaron en Rusia a la escisión entre bolcheviques y mencheviques a propósito del mismo problema
de la elección de clase, del carácter de clase del Partido y del modo de adhesión al Partido de los
elementos no proletarios. Por lo demás, este hecho tiene una gran importancia en relación con la
situación italiana. Es la misma estructura social la que hace en Italia más serio que en cualquier otro
país el peligro de edificar el Partido sobre la base de una "síntesis" de elementos heterogéneos, es
decir, de abrir en éste la vía a la influencia paralizadora de otras clases. Se trata además de un
peligro que se revelará más grave por la misma política del fascismo, que empujará al terreno
revolucionario a estratos enteros de la pequeña burguesía.

Ciertamente, el Partido Comunista no puede ser solamente un partido de obreros. La clase obrera y
su partido no pueden desdeñar a los intelectuales ni pueden ignorar el problema de incorporarse y
guiar a todos los elementos que por una u otra vía se ven empujados a la revuelta contra el
capitalismo. Tampoco el Partido Comunista puede cerrar la puerta a los campesinos, pues más bien
ha de hacer por tenerlos en su seno y servirse de ellos para estrechar el lazo político entre el
proletariado y las clases rurales. Pero hay que rechazar enérgicamente, como contrarrevolucionaria,
toda concepción que haga del Partido una "síntesis" de elementos heterogéneos, en vez de sostener
sin concesiones que aquél es una parte del proletariado, que el proletariado debe darle la impronta
de la organización que le es propia y que al proletariado se le ha de garantizar en el propio Partido
una función directiva.

30. Carecen de consistencia las objeciones prácticas a la organización sobre la base de la


producción (células), según las cuales esta estructura organizativa no permitiría superar la
concurrencia entre las diversas categorías de obreros y daría al Partido en prenda al funcionarismo.

La práctica del movimiento de fábricas (1919-1920) ha demostrado que solamente una organización
ligada la lugar y al sistema de la producción permite establecer un contacto entre los estratos
superiores y los inferiores de la masa trabajadora (calificados, no calificados y peones) y crear
vínculos de solidaridad que priven de base a cualquier sistema de "aristocracia obrera".

La organización por células lleva a la formación en el Partido de un estrato bastante amplio de


elementos dirigentes (secretario de célula, miembros del comité de célula, etc.), que son parte de la
masa y permanecen en ella asimismo ejercitando funciones directivas, que eran por necesidad
elementos separados de la masa trabajadora. El Partido debe dedicar un especial cuidado a la
educación de estos compañeros que forman el tejido conectivo de la organización y son el
instrumento de ligazón con las masas. Desde cualquier punto de vista que se considere, la
transformación de la estructura sobre la base de la producción se mantiene como tarea fundamental
del Partido en el momento presente y medio para la solución de sus más importantes problemas. Se
debe insistir en ello e intensificar todo el trabajo ideológico y práctico que se le relaciona.
Cohesión de la organización del Partido. Fraccionismo

31. La organización de un partido bolchevique debe ser, en todo momento de la vida del Partido,
una organización centralizada, dirigida por el Comité Central, no sólo de palabra, sino de hecho. En
sus filas debe reinar una disciplina proletaria de hierro. Esto no quiere decir que el Partido deba ser
regido desde arriba con sistemas autocráticos. Tanto el Comité Central como los órganos inferiores
de dirección están formados sobre la base de una elección y una selección de elementos capaces
realizada a través de la prueba de trabajo y la experiencia del movimiento. Este segundo elemento
garantiza que los criterios para la formación de los grupos dirigentes locales y del grupo dirigente
central no sean mecánicos, exteriores y "parlamentarios", sino que correspondan a un proceso real
de formación de una vanguardia proletaria homogénea y vinculada a la masa.

El principio de la elección de los órganos dirigentes -democracia interna- no es absoluto, sino


relativo a las condiciones de la lucha política. Aun cuando sufra limitaciones, los órganos centrales
y periféricos, deben siempre considerar su poder no como impuesto, sino como surgido de la
voluntad del Partido, y esforzarse por acentuar se carácter proletario y multiplicar su vinculación
con la masa de los camaradas y con la clase obrera. Esta última necesidad se siente particularmente
en Italia, donde la reacción obliga en todo momento a una fuerte limitación de la democracia
interna.

La democracia interna es también relativa respecto al grado de capacidad política de los órganos
periféricos y de los camaradas que trabajan en la periferia. La acción que el centro ejerce para
aumentar esta capacidad hace posible una extensión del sistema "democrático" y una reducción
mayor del sistema de "cooptación" y de las intervenciones de la cúspide para regular las cuestiones
organizativas locales.

32. La centralización y la cohesión del Partido exigen que no existan en su seno grupos organizados
que asuman carácter de fracción. Un partido bolchevique se diferencia por ello profundamente de
los partidos socialdemócratas, que comprenden una gran variedad de grupos y en los cuales la lucha
de fracciones es la forma normal de elaboración de las directivas políticas y de selección de grupos
dirigentes. Los partidos y la Internacional Comunista han surgido como consecuencia de una lucha
de fracciones desarrolladas en el seno de la II Internacional. Constituyéndose como partidos y como
organización mundial del proletariado han elegido como norma de su vida interna y de su desarrollo
ya no la lucha de fracciones, sino la colaboración orgánica de todas las tendencias a través de la
participación en los órganos dirigentes.

La existencia y la lucha de fracciones son, en efecto, inconcebibles con la esencia del partido del
proletariado, del que rompen la unidad abriendo la vía a la influencia de las demás clases. Esto no
quiere decir que en el Partido no pueden surgir tendencias y que las tendencias a veces no tratan de
organizarse en fracciones, pero quiere decirse que contra esta última eventualidad se debe luchar
enérgicamente para reducir los contrastes de tendencias, la elaboración del pensamiento y la
selección de los dirigentes en la forma que es propia de los partidos comunistas, esto es, de un
proceso de desarrollo real y unitario (dialéctico) y no de una controversia y la lucha de carácter
"parlamentario".

33. La experiencia del movimiento obrero, frustrado a consecuencia de la impotencia del PSI, por la
lucha de las fracciones y por el hecho de que toda fracción hacía, independientemente del Partido,
su política, paralizando la acción de las otras fracciones y la del Partido entero; esta experiencia
brinda un buen terreno para crear y mantener la coherencia y la centralización que deben ser propias
de un partido bolchevique.

Entre los diversos grupos de los que el Partido Comunista de Italia ha tenido origen subsisten
algunas diferenciaciones, que deben desaparecer con una profundización de la común ideología
marxista y leninista. Solamente entre los secuaces de la ideología antimarxista de extrema izquierda
se ha mantenido a lo largo del tiempo una homogeneidad y una solidaridad de carácter fraccional.
Del fraccionismo larvado, más bien se ha tratado de pasar a la lucha abierta de fracciones, con la
constitución del llamado "Comité de coordinación". La profundidad con la que el Partido reaccionó
a esta insana tentativa de escindir sus fuerzas permite asegurar que caerá en el vacío, en este
terreno, cualquier tentativa de volver a los hábitos de la socialdemocracia.

El peligro del fraccionismo existe en cierta medida también por la fusión con los terci-
internacionalistas del Partido Socialista. Los terci-internacionalistas no tienen una ideología común,
sino que existen entre ellos vestigios de naturaleza esencialmente corporativos, creados en los dos
años de vida como fracción en el seno del PSI; estos vestigios se han venido descomponiendo cada
vez más y no será difícil eliminarlos totalmente.

La lucha contra el fraccionismo debe ser ante todo propaganda de los justos principios
organizativos, pero ésta no tendrá éxito hasta que el partido italiano no pueda nuevamente
considerar la discusión de los problemas actuales suyos y de la Internacional como hecho normal, y
orientar sus tendencias en relación con estos problemas.

El funcionamiento de la organización del Partido

34. Un partido bolchevique ha de organizarse de manera que pueda funcionar, en cualesquiera


condiciones, en contacto con la masa. Este principio asume la mayor importancia entre nosotros,
por la opresión que el fascismo ejerce con el fin de impedir que las relaciones de fuerza real se
traduzcan en relaciones de fuerza organizada. Solamente con la máxima concentración e intensidad
de la actividad del Partido se puede llegar a neutralizar al menos en parte este factor negativo y
conseguir que eso no estorbe gravemente al proceso de la revolución. Para ello, deben tomarse en
consideración:

a) el número de los inscritos y su capacidad política; éstos deben constituirse en triunfos que nos
permitan una continua extensión de nuestra influencia. Debe combatirse la tendencia a tener
artificialmente restringidos los cuadros; eso conduce a la pasividad, a la atrofia. Por el contrario,
todo inscrito debe ser un elemento políticamente activo, capaz de difundir la influencia del Partido y
traducir cotidianamente en actos las directivas de aquél, guiando a una parte de la masa trabajadora;
b) la utilización de todos los camaradas en trabajos prácticos;

c) la coordinación unitaria de las diversas especies de actividad por medio de comités en los que se
articula todo el Partido como órgano de trabajo entre las masas;

d) el funcionamiento colegial de los órganos centrales del Partido, considerado como condición para
la constitución de un grupo dirigente "bolchevique" homogéneo y compacto;

e) la capacidad de los camaradas de trabajar entre las masas, de estar continuamente presentes entre
éllas, de estar en primera fila en todas las luchas, de saber en todo momento asumir y tener la
posición que corresponde a la vanguardia del proletariado. Se insiste sobre este punto porque la
necesidad del trabajo subterráneo y la equivocada ideología de la "extrema izquierda" han
producido una limitación de la capacidad del trabajo entre las masas y con las masas;

f) la capacidad de los organismos periféricos y de los camaradas individuales para afrontar


situaciones imprevistas y de adoptar decisiones correctas antes de que lleguen las disposiciones de
los organismos superiores. Hay que combatir la forma de pasividad, residuo también de las falsas
concepciones organizativas del extremismo, que consiste en saber solamente "esperar las órdenes de
arriba". El Partido debe tener en la base una "iniciativa" propia, esto es, que los órganos de base
deben saber reaccionar inmediatamente a toda situación imprevista e improvisada.

g) la capacidad de realizar un trabajo "subterráneo" (ilegal) y de defender el Partido de la reacción


de toda clase sin perder el contacto con las masas, sino haciendo servir como defensa el mismo
contacto con los más amplios estratos de la clase trabajadora. En la situación actual, una defensa del
Partido y de su aparato que se consiga limitándose a realizar una actividad de simple "organización
interna" hay que considerarla como un abandono de la causa de la revolución.

Cada uno de estos puntos debe considerarse con atención porque implican al mismo tiempo un
defecto del Partido y un progreso el que se hagan cumplir. Esto es de tanta mayor importancia por
cuanto es de prever que los golpes de la reacción debiliten aún los medios de unión entre el centro y
la periferia, por grandes que sean los esfuerzos para mantener a aquéllos intactos.

Estrategia y táctica del Partido

35. La capacidad estratégica y táctica del Partido es la capacidad de organizar y unificar en torno a
la vanguardia proletaria y a la clase obrera todas las fuerzas necesarias para la victoria
revolucionaria y de guiarla de hecho hacia la revolución, aprovechando las situaciones objetivas, los
desplazamientos de fuerza que aquéllas provocan, tanto entre la población trabajadora como entre
los enemigos de la clase obrera. Con su estrategia y con su táctica, el Partido "dirige a la clase
obrera" en los grandes movimientos históricos y en sus luchas cotidianas. Una dirección se halla
ligada a ésta y está condicionada por aquélla.

36. El principio de que el Partido dirige a la clase obrera no debe interpretarse de manera mecánica.
No hay que creer que el Partido pueda dirigir la clase obrera por una imposición autoritaria externa;
esto no es cierto, tanto para el periodo que precede como para el que sigue a la conquista del poder.
El error de una interpretación mecánica de este principio debe combatirse en el partido italiano
como una posible consecuencia de las desviaciones ideológicas de extrema izquierda; estas
desviaciones conducen de hecho a una arbitraria sobrevaloración formal del Partido por lo que
respecta a la función de guía de la clase. Nosotros afirmamos que la capacidad de dirigir a la clase
obrera se halla en relación no con el hecho de que el Partido se "proclame" el órgano revolucionario
de aquélla, sino por el hecho que aquél "efectivamente" logre, como una parte de la clase obrera,
vincularse a todas las secciones de la propia clase y a imprimir a la masa un movimiento en la
dirección deseada y favorecida por las condiciones objetivas. Solamente como consecuencia de su
acción entre las masas, el Partido podrá conseguir que aquélla lo reconozca como "su" partido
(conquista de la mayoría) y solamente cuando esta condición se ve realizada el Partido puede
presumir de tener tras de sí a la clase obrera. Las exigencias de este acción entre las masas son
superiores a todo "patriotismo" de partido.

37. El Partido dirige a la clase penetrando en todas las organizaciones en las que la masa trabajadora
se reúne y completando en éstas y a través de éstas una sistemática movilización de energía según el
programa de la lucha de clase y una acción de conquista de la mayoría para las consignas
comunistas.

Las organizaciones en las que el Partido trabaja y que tienden por su naturaleza a incorporar toda la
masa obrera no pueden nunca sustituir al Partido Comunista, que es la organización política de los
revolucionarios, esto es, de la vanguardia del proletariado. También se excluye una relación de
subordinación y de "igualdad" entre las organizaciones de masa y el Partido (pacto sindical de
Stoocarda, pacto de alianza entre el Partido Socialista Italiano y la Confederación General del
Trabajo). La relación entre sindicatos y partido es una relación especial de dirección que se realiza
mediante la actividad que los comunistas realizan en el seno de los sindicatos. Los comunistas se
organizan en fracciones en los sindicatos y en todas las formaciones de masa y participan en
primera fila en la actividad de estas formaciones y en la lucha que llevan sosteniendo el programa y
las consignas de su partido.

Toda tendencia a separarse de la vida de las organizaciones, cualesquiera que éstas sean, en las que
es posible tomar contacto con las masas trabajadoras, hay que combatirla como desviación
peligrosa, indicio de pesimismo y manantial de pasividad.

38. Los sindicatos son, en los países capitalistas, órganos específicos de reunión de las masas
trabajadoras. La acción de los sindicatos hay que considerarla como esencial para el logro de los
fines del Partido. El Partido que renuncia a la lucha por ejercer su influencia en los sindicatos y por
conquistar la dirección, renuncia de hecho a la conquista de la masa obrera y a la lucha
revolucionaria por el poder.

En Italia, la acción en los sindicatos asume una particular importancia porque permite con
intensidad mayor y con resultados mejores la reorganización del proletariado industrial y agrícola,
que debe volver a darle una posición de predominio en el enfrentamiento con las demás clases
sociales. La opresión fascista y especialmente la nueva política sindical del fascismo crean, sin
embargo, un estado de cosas muy particular. La Confederación del Trabajo y los sindicatos de clase
se ven privados de la posibilidad de desplegar, en la forma tradicional, una actividad de
organización y de defensa económica. Tienden a reducirse a simples oficinas de propaganda. Sin
embargo, muy pronto la clase obrera, bajo el impulso de la situación objetiva, se ve empujada a
reorganizar las propias fuerzas según nuevas formas de organización. El Partido debe, por
consiguiente, lograr ejercer una acción de defensa del sindicato de clase y de reivindicación de su
libertad, y al mismo tiempo debe secundar y estimular la tendencia a la creación de organismos
representativos de masa que estén ligados al sistema de producción. Paralizada la actividad del
sindicato de clase, la defensa de los intereses inmediatos de los trabajadores tiende a realizarse
mediante un desplazamiento de la resistencia y de la lucha en las fábricas por categorías, por
secciones de trabajo, etc. El Partido Comunista debe saber seguir toda esta lucha y ejercer una
verdadera y propia dirección, impidiendo que se extravíe el carácter unitario y revolucionario de las
contradicciones de clase, explotándolo sobre todo para favorecer la movilización de todo el
proletariado y la organización de ésta en un frente de lucha (Tesis sindicales).

39. El Partido dirige y unifica a la clase obrera formulando y agitando un programa de


reivindicaciones de intereses inmediatos para la clase trabajadora. Las acciones parciales y
limitadas son por ello consideradas como momentos necesarios para unir a la movilización
progresiva y a la unificación de toda la fuerza de la clase trabajadora.

El Partido combate la concepción según la cual se debería abstener de apoyar o de tomar parte en
las acciones parciales, porque los problemas interesantes para la clase trabajadora se resuelven
solamente con la destrucción del régimen capitalista y con una acción general de todas las fuerzas
anticapitalistas. Esta idea se alía a la de la imposibilidad de que las condiciones de los trabajadores
se puedan mejorar de modo serio y durable en el periodo del imperialismo y antes de que sea
abatido el sistema capitalista. La agitación de un programa de reivindicaciones inmediatas y el
apoyo a las luchas parciales constituye, empero, el único modo con que se pueda unir a las grandes
masas y movilizarlas contra el capitalismo. Por otra parte, toda agitación o victoria de sectores
obreros en el terreno de las reivindicaciones inmediatas hace más aguda la crisis del capitalismo y
acelera también subjetivamente la caída en cuanto traba el inestable equilibrio económico sobre el
que aquél basa hoy su poder.

El Partido Comunista combina toda reivindicación inmediata con un objetivo revolucionario, se


sirve de toda lucha parcial para enseñar a las masas la necesidad de la acción general, de la
insurrección contra el dominio reaccionario del capital, y trata de conseguir que toda lucha de
carácter limitado sea preparada y dirigida también a lograr la movilización y unificación de las
fuerzas proletarias y no su dispersión. Sostiene estas concepciones suyas en el interior de las
organizaciones de masa a las que corresponde la dirección de los movimientos parciales, o en el
confrontación de los partidos políticos que no toman la iniciativa, o bien la hace valer tomado él la
iniciativa de proponer la acción parcial, sea en el seno de las organizaciones de masa, sea a los otros
partidos (táctica del frente único). En todo caso se sirve de la experiencia del movimiento y del
éxito de sus propuestas para aumentar su influencia, demostrando con los hechos que su programa
de acción es el único que corresponde a los intereses de las masas ya a la situación objetiva, y para
llevar a una posición más avanzada una sección rezagada de la clase obrera.

La iniciativa dirigida por el Partido para una acción parcial puede tener lugar cuando controla a
través de organismos de masa una parte notable de la clase trabajadora, o cuando esté seguro que
una consigna suya sea seguida igualmente por una gran parte de la clase trabajadora. Sin embargo,
el Partido no tomará esta iniciativa sino cuando, en relación con la situación objetiva, ésta lleve a un
desplazamiento a su favor de las relaciones de fuerza y represente un paso adelante en la unificación
y movilización de la clase en el terreno revolucionario.

Se rechaza que una acción de individuos o de grupos pueda servir para sacar de la pasividad a las
masas obreras cuando el Partido no se halla profundamente ligado a ellas. En particular, la actividad
de los grupos armados, incluso como reacción a la violencia física del fascismo, tiene valor
solamente en cuanto se combina con una reacción de las masas o logra suscitarlas o prepararlas
consiguiendo en el campo de la movilización de fuerzas materiales el mismo valor que tienen las
huelgas y las agitaciones económicas particulares para la movilización general de las energías de los
trabajadores en defensa de sus intereses de clase.

39. bis. Es un error considerar que las reivindicaciones inmediatas y las acciones parciales pueden
tener solamente carácter económico. Puesto que, con la profundización de la crisis del capitalismo,
las clases dirigentes capitalistas y agrarias están obligadas, para mantener su poder, a limitar y
suprimir la libertad de organización y política del proletariado; las reivindicaciones de esta libertad
ofrece un terreno óptimo para la agitación y las luchas parciales, que pueden llegar a la
movilización de amplias capas de la población trabajadora. Toda la legislación con la que los
fascistas suprimen, en Italia, incluso la más elemental libertad de la clase obrera, debe, por
consiguiente, proporcionar al Partido Comunista motivos para la organización y movilización de las
masas. La tarea del Partido consistirá en combinar cada una de las consignas que lance en este
campo con las directivas generales de su acción, en particular con la práctica demostración de la
imposibilidad de que el régimen fascista encuentre radicales limitaciones y transformaciones en
sentido "liberal" y democrático" sin que se desencadene contra el fascismo una lucha de masas, lo
que deberá inexorablemente desembocar en una guerra civil. Esta convicción debe difundirse en las
masas en la medida en la que logremos, combinando las reivindicaciones parciales de carácter
político con las de carácter económico, transformar los movimientos "revolucionarios
democráticos" en movimientos revolucionarios obreros y socialistas.

Esto se deberá conseguir particularmente en cuanto respecta a la agitación contra la monarquía. La


monarquía es uno de los puntales del régimen fascista; ella es la forma estatal del fascismo italiano.
La movilización antimonárquica de las masas de la población italiana es uno de los objetivos que el
Partido Comunista debe proponer; servirá eficazmente para desenmascarar algunos de los grupos
que se dicen fascistas ya aliados en el Aventino. Sin embargo, siempre debe ser conducida
conjuntamente con la agitación y con la lucha contra los otros pilares fundamentales del régimen
fascista, que son la plutocracia industrial y los agrarios. En la agitación antimonárquica, el problema
de la forma del Estado continúa con el problema del contenido de clase que los comunistas
entienden dar al Estado. Recientemente (junio de 1925), la conexión de estos problemas se ha
logrado por el Partido poniendo en la base de una acción política suya la consigna "Asamblea
republicana sobre la base de los Comités obreros y campesinos; control obrero de la industria; tierra
a los campesinos".

40. La tarea de unificar las fuerzas del proletariado y de toda la clase trabajadora sobre un terreno
de lucha es la parte "positiva" de la táctica del frente único y, en las circunstancias actuales de Italia,
es la tarea fundamental del Partido.

Los comunistas deben considerar la unidad de la clase trabajadora como un resultado concreto, real,
a conseguir, para impedir al capitalismo la realización de su plan de disgregar de modo permanente
el proletariado y hacer imposible toda lucha revolucionaria. Los comunistas deben saber trabajar en
todos los medios para lograr este objetivo, y sobre todo deben hacerse capaces de unir los obreros
de otros partidos y sin partido, superando hostilidad e incomprensiones fuera de lugar, y
presentándose en todo caso como constructores de la unidad de la clase en la lucha por su defensa y
por su liberación.

El "frente único" de lucha antifascista y anticapitalista que los comunistas se esfuerzan por crear
debe tender a ser un frente único organizado, esto es, fundado sobre organismos autónomos en torno
a los cuales toda la masa encuentre una forma y se integre. Tales son los organismos representativos
que las mismas masas tienen hoy tendencia a constituir a partir de los talleres, y con ocasión de
cualquier agitación, desde que la posibilidad de funcionamiento normal de los sindicatos ha
empezado a limitarse. Los comunistas deben darse cuenta de esta tendencia de las masas y saberla
estimular, desarrollando los elementos positivos que contiene y combatiendo las desviaciones
particularistas a las que puede dar lugar. La cuestión debe considerarse sin fetichismo para una
determinada forma de organización, teniendo presente que nuestro objetivo fundamental es
conseguir una movilización y una unidad orgánica de fuerzas cada vez mayor. Para alcanzar este
objetivo hay que saber adaptarse a todos los terrenos que nos ofrece la realidad, aprovechar todos
los motivos de agitación insistir sobre una y otra forma de organización según la necesidad y la
posibilidad de desarrollo de cada una de ellas (Tesis sindicales, capítulo relativo a las comisiones
internas, a los comités de agitación, a las conferencias de fábrica).

41. La consigna de comités obreros y campesinos debe considerarse como fórmula resumida de
toda la acción del Partido en cuanto ella se propone crear un frente único organizado de la clase
trabajadora. Los comités obreros y campesinos son órganos de unidad de la clase trabajadora
movilizada, tanto para una lucha de carácter inmediato como para acciones políticas de mayor
alcance. La consigna de la creación de comités obreros y campesinos es, por consiguiente, una
consigna de realización inmediata para todos aquellos casos en los que el Partido llega con su
actividad a movilizar una parte de la clase trabajadora bastante grande (más de una fábrica, más de
una categoría en una localidad), pero es al mismo tiempo una solución política y una consigna de
agitación adecuada a todo un periodo de la vida y de la acción del Partido. Ella hace evidente y
concreta la necesidad de que los trabajadores organicen su fuerza y la contrapongan de hecho a la de
todos los grupos de origen y naturaleza burgueses, a fin de poder llegar a ser elemento determinante
y preponderante de la situación política.

42. La táctica del frente único como acción política (maniobra), destinada a desenmascarar partidos
y grupos que se dicen proletarios o revolucionarios que tengan una base de masas, se halla
estrechamente ligada con el problema de la dirección de las masas por parte del Partido Comunista
y con el problema de la conquista de la mayoría. En la forma en que ha sido definida por el
congreso mundial, aquélla es aplicable en todos los casos en los que, por la adhesión de las masas a
los grupos que combatimos, la lucha frontal contra éstos no es suficiente para obtener resultados
rápidos y profundos. El éxito de esta táctica está ligado a la medida en que está precedida o se
acompaña por un trabajo efectivo de unificación y de movilización de masas obtenida por el Partido
con una acción de la base.

En Italia, la táctica del frente único debe continuar siendo adoptada por el Partido en la medida en
que aún está lejos la conquista de una influencia decisiva sobre la mayoría de la clase obrera y de la
población trabajadora. Las particulares condiciones italianas aseguran la vitalidad de formaciones
políticas intermedias, basadas sobre el equívoco y favorecidas por la pasividad de una parte de la
masa (maximalistas, republicanos, unitarios). Una formación de este género será al grupo de centro
que muy probablemente surgirá del destrozo del Aventino. No es posible luchar de lleno contra el
peligro que estas formaciones representan si no es con la táctica del frente único. Pero no se puede
contar con tener éxito si no es en relación con el trabajo que simultáneamente se haga arrancar a la
masa de la pasividad.

42. bis. El problema del Partido maximalista debe considerarse en la misma medida que el
problema de todas las demás formaciones intermedias que el Partido Comunista combate como
obstáculo a la preparación revolucionaria del proletariado y hacia las que adopta, según las
circunstancias, la táctica del frente único. Ciertamente, en algunas zonas, el problema de la
conquista de la mayoría se halla para nosotros ligado específicamente al problema de destruir la
influencia del PSI o de su periódico. Los dirigentes del Partido Socialista, por otra parte, vienen
cada vez más abiertamente clasificándose entre las fuerzas contrarrevolucionarias del orden
capitalista (campaña para la intervención del capital americano; solidaridad de hecho con los
dirigentes sindicales reformistas). Nada permite excluir del todo la posibilidad de un acercamiento
suyo a los reformistas y de una sucesiva fusión con ellos. El Partido Comunista debe tener presente
esta posibilidad y proponerse desde ahora conseguir que, cuando aquélla se realice, las masas que
aún son controladas por los maximalistas, pero que conservan un espíritu clasista, se separen de
ellos decisivamente y se unan del modo más estrecho con las masas que la vanguardia comunista
tiene en torno de sí. Los buenos resultados obtenidos por la fusión con la fracción
tercinternacionalista decidida en el V Congreso han enseñado al partido italiano cómo, en
condiciones determinadas se consiguen, con una acción política perspicaz, resultados que no se
podrían conseguir con la actividad normal de la propaganda y la organización.

43. Mientras agita su programa de reivindicaciones clasistas inmediatas y concentra su actividad en


conseguir la movilización y unificación de las fuerzas obreras y trabajadoras, el Partido puede
presentar, con objeto de facilitar el desarrollo de la propia acción, soluciones intermedias de los
problemas políticos generales y agitar esta solución entre las masas que todavía están adheridas a
partidos y formaciones contrarrevolucionarias. Esta presentación y agitación de soluciones
intermedias lejos tanto de la consigna del Partido como del programa de inercia y pasividad de los
grupos que se quieren combatir permite conducir tras el Partido fuerzas más amplias, poner en
contradicción la palabra de los dirigentes y partidos de masa contrarrevolucionarios con sus
intenciones reales, impulsar a las masas hacia soluciones revolucionarias y extender nuestra
influencia (ejemplo: "antiparlamento"). Estas soluciones intermedias no se pueden prever todas,
pues deben, en todo caso derivarse de la realidad. No obstante, han de ser tales que se pueda
constituir una vía de paso hacia la consigna del Partido y debe aparecer siempre evidente a las
masas que su eventual realización se resolvería en una aceleración del proceso revolucionario y en
un principio de luchas más profundas.

La presentación y agitación de estas soluciones intermedias es la forma específica de lucha que


debe usarse contra los partidos sedicentemente democráticos, que son en realidad uno de los más
fuertes sostenes del orden capitalista vacilante y como tales se alternan en el poder con los grupos
reaccionarios, cuando estos partidos que se dicen democráticos están ligados a importantes y
decisivos estratos de la población trabajadora (como en Italia en los primeros meses de la crisis de
Matteotti) y cuando es inminente y grave un peligro reaccionario (táctica adoptada por los
bolcheviques hacia Kerenski durante el golpe de Kornilov). En estos casos, el Partido Comunista
consigue los mejores resultados agitando las mismas soluciones que deberían ser las propias de los
partidos que se dicen democráticos si éstos supieran conducir una lucha consecuente por la
democracia, con todos los medios que la situación requiere. Estos partidos, puestos también a
prueba por los hechos, se desenmascaran frente a las masas y pierden su influencia sobre éstas.

44. Todas las agitaciones particulares que el Partido conduce y la actividad que ello exige en todas
direcciones para movilizar y unificar las fuerzas de la clase trabajadora, deben converger y ser
resumidas en una fórmula política que sea fácil de comprender por las masas y tenga el mayor valor
de agitación en su confrontación. Esta fórmula es la del "gobierno obrero y campesino". Ella indica
también a las masas más atrasadas la necesidad de la conquista del poder para la solución de los
problemas vitales que les interesan y proporciona el medio para llevarla al terreno propio de la
vanguardia proletaria más evolucionada (lucha por la dictadura del proletariado). En este sentido es
una fórmula de agitación pero no corresponde a una fase real del desarrollo histórico, sino a la
misma clase de soluciones intermedias de que se ha tratado en el número precedente. De hecho, una
realización de ésta no se puede concebir por el Partido sino como inicio de una lucha revolucionaria
directa, es decir, de la guerra civil dirigida por el proletariado, en alianza con los campesinos, para
la conquista del poder. El Partido podría ser llevado a graves desviaciones de su papel de guía de la
revolución en el caso de que interpretase el gobierno obrero y campesino como correspondiente a
una fase real del desarrollo dela lucha por el poder; es decir, si considerase que esta consigna indica
la posibilidad de que el problema del Estado se resuelva en interés de la clase obrera en una forma
que no sea la de la dictadura del proletariado.
Lyon, enero, 1926

Fuente: http://www.marxists.org/espanol/gramsci/tareas.htm (02/08/2011)

A. Gramsci

Carta al Comité
Central del Partido
Comunista Soviético

Escrito: En en Octubre de 1926.


Digitalización: Aritz, setiembre de 2000.
Edición Digital: Marxists Internet Archive, 2000.

Queridos camaradas:

Los comunistas italianos y todos los trabajadores conscientes de nuestro país han seguido siempre
con la mayor atención vuestras discusiones. En vísperas de cada congreso y de cada conferencia del
P.C.R. hemos estado siempre seguros de que, a pesar de la aspereza de las polémicas, la unidad del
Partido no se hallaba en peligro; aún más, estábamos seguros de que al alcanzar una superior
homogeneidad ideológica y orgánica, a través de tales discusiones, el Partido estaría mejor
preparado y dotado para superar las múltiples dificultades inherentes al ejercicio del poder en un
Estado obrero. Hoy, en vísperas de vuestra XV Conferencia no tenemos la misma seguridad que en
el pasado; nos sentimos irresistiblemente angustiados; nos parece que la actual postura del bloque
de las oposiciones y la dureza de las polémicas en el P.C. de la URSS exigen la intervención de los
partidos hermanos. Es precisamente esta profunda convicción la que nos impulsa a dirigiros esta
carta. Podría suceder que el aislamiento en que nuestro Partido se ve forzado a vivir nos haya
llevado a exagerar los peligros que se refieren a la situación interna del Partido Comunista de la
URSS; en todo caso no son exagerados nuestros juicios sobre las repercusiones internacionales de
esta situación y, como internacionalistas, queremos cumplir con nuestro deber.

La situación interna de nuestro partido hermano de la URSS nos parece diferente y mucho más
grave que en las precedentes discusiones, porque hoy vemos producirse y verificarse una escisión
en el grupo central leninista que ha sido siempre el núcleo dirigente del Partido y de la
Internacional. Una escisión de este género, independientemente de los resultados numéricos en las
votaciones del Congreso, puede tener las más graves repercusiones, no sólo si la minoría de
oposición no acepta con la máxima lealtad los principios fundamentales de la disciplina
revolucionaria del Partido, pero también si sobrepasa, en el curso de su lucha, ciertos límites que
son superiores a toda la democracia formal.

Una de las más preciosas enseñanzas de Lenin ha sido la de que debemos estudiar mucho los juicios
de nuestros enemigos de clase. Pues bien, queridos camaradas, lo cierto es que los periódicos y los
hombres de Estado más notables de la burguesía internacional contemplan atentamente este carácter
orgánico del conflicto existente en el núcleo fundamental del Partido Comunista de la URSS,
cuentan con la escisión de nuestro partido hermano y están convencidos de que la misma llevará a
la disgregación y a la lenta agonía de la dictadura proletaria, que esa escisión determinará esa
catástrofe de la revolución que no lograron las invasiones y las insurrecciones de los guardias
blancos. La misma fría circunspección con que hoy la prensa burguesa trata de analizar los
acontecimientos rusos, el hecho de que procure evitar, en lo que le es posible, la violenta demagogia
que le caracterizaba en el pasado, son síntomas que deben hacer reflexionar a los camaradas rusos,
hacerles más conscientes de su responsabilidad. Hay aún otro motivo por el que la burguesía
internacional cuenta con la posible escisión, o con la agravación de la crisis interna del Partido
Comunista de la URSS. El Estado obrero existe en rusia ya desde hace nueve años. Es cierto que
sólo una pequeña minoría de las clases trabajadoras, e incluso de los mismos partidos comunistas en
los otros países, está en condiciones de reconstituir en su conjunto todo el desarrollo de la
revolución y de encontrar, incluso en los detalles que constituyen la vida cotidiana del Estado de los
Soviets, la continuidad del hilo rojo que conduce hasta la perspectiva general de la construcción del
socialismo. Y esto no exclusivamente en aquellos países en que no existe la libertad de reunión y la
libertad de prensa ha sido completamente suprimida o está sometida a limitaciones inauditas, como
en Italia (donde los tribunales han secuestrado y prohibido la impresión de los libros de Trotsky,
Lenin, Stalin, Zinoviev y, últimamente hasta del Manifiesto Comunista), sino también en los países
en que aún nuestros partidos tienen la libertad de proporcionar a sus militantes y a la masa en
general una documentación suficiente. En esos países, las grandes masas no pueden comprender las
discusiones que tienen lugar en el Partido Comunista de la URSS, particularmente cuando alcanzan
la violencia actual y afectan no a un aspecto de detalle, sino a todo el conjunto de la línea política
del Partido. No sólo las masas trabajadoras en general, sino la misma masa de nuestros partidos ven
y quieren ver en la República de los Soviets, y en el Partido que está en el gobierno, una única
unidad de combate que actúa en la perspectiva general del socialismo. Y sólo en cuanto las masas
occidentales europeas ven a Rusia y al partido ruso desde este punto de vista, aceptan
voluntariamente, y como un hecho históricamente necesario, que el Partido Comunista de la URSS
sea el partido dirigente de la Internacional, sólo por eso hoy la República de los Soviets y el Partido
Comunista de la URSS constituyen un formidable elemento de organización y de propulsión
revolucionaria.

Los partidos burgueses y socialdemócratas, por la misma razón, explotan las polémicas internas y
los conflictos existentes en el Partido Comunista de la URSS; quieren luchar contra la influencia de
la Revolución rusa, contra la unidad revolucionaria que en todo el mundo se está forjando en torno
al Partido Comunista de la URSS. Queridos camaradas, es sumamente significativo que en un país
como Italia, donde las organizaciones estatales y del partido del fascismo logran aplastar toda
manifestación importante de vida autónoma de las grandes masas obreras y campesinas, es
significativo que los periódicos fascistas, especialmente en las provincias, estén llenos de artículos,
técnicamente bien elaborados para la propaganda, con un mínimo de demagogia y expresiones
injuriosas, en los que se busca demostrar, con evidente esfuerzo de objetividad, que en la actualidad,
según las mismas manifestaciones de los líderes más conocidos del bloque de la oposición del
Partido Comunista de la URSS, el Estado de los Soviets está transformándose, de toda evidencia, en
un puro Estado capitalista, y que, por tanto, en el duelo mundial entre fascismo y bolchevismo, el
fascismo prevalecerá. Esta campaña, si bien muestra cuán enorme es la simpatía de que goza la
República de los Soviets en las grandes masas del pueblo italiano, que en algunas regiones no
recibe desde hace seis años más que escasa literatura ilegal del Partido, también muestra que el
fascismo, que conoce muy bien la real situación interna italiana, ha aprendido a trabajar con las
masas y procura utilizar la postura política del bloque de las oposiciones para romper
definitivamente la firme hostilidad de los trabajadores al gobierno de Mussolini y para conseguir, al
menos, un estado de ánimo en el que el fascismo aparezca como una ineluctable necesidad
histórica, no obstante la crueldad y las calamidades que le son inherentes.

Nosotros creemos que en el marco de la Internacional, nuesto Partido es el que más resiente las
repercusiones de la grave situación existente en el Partido Comunista de la URSS. Y no sólo por las
razones expuestas que son, digamos, externas, relacionadas con las condiciones generales del
desarrollo revolucionario en nuestro país. Sabéis que todos los partidos de la Internacional han
heredado, de la vieja socialdemocracia y de las diferentes tradiciones nacionales existentes en cada
país (anarquismo, sindicalismo, etc.) una masa de prejuicios y de motivos ideológicos que
representan la causa de todas las desviaciones de derecha y de izquierda. En estos últimos años, y
particularmente después del V Congreso mundial, nuestros partidos estaban llegando, a través de
una dolorosa experiencia, de crisis dolorosas y extenuantes, a una efectiva estabilización leninista,
estaban convirtiéndose en verdaderos partidos bolcheviques. Nuestros cuadros proletarios estaban
formándose en la base, en las fábricas; los elementos intelectuales estaban siendo sometidos a una
rigurosa selección y a la prueba severa y dura del trabajo práctico, en el terreno de la acción. Esta
reestructuración se operaba bajo la guía del Partido Comunista de la URSS, en su complejo unitario,
y de todos los grandes dirigentes del Partido de la URSS. Pues bien, la agudeza de la actual crisis y
la amenaza de escisión, abierta o latente que entraña, paraliza este proceso de desarrollo y de
reestructuración de nuestros partidos, cristaliza las desviaciones de derecha e izquierda, retarda una
vez más el éxito de la unidad orgánica del Partido mundial de los trabajadores. Y es particularmente
sobre este aspecto que consideramos nuestro deber de internacionalistas llamar la atención de los
camaradas más responsables del Partido Comunista de la URSS. Camaradas, en estos nueve años de
historia mundial habéis sido el elemento organizador y propulsor de las fuerzas revolucionarias de
todos los países; la misión que habéis desempeñado no tiene precedentes en toda la historia del
género humano que puedan comparársele por su amplitud y profundidad. Pero hoy estáis
destruyendo vuestra propia obra, estáis degradando y corréis el riesgo de anular el papel dirigente
que el Partido Comunista de la URSS había conquistado bajo el impulso de Lenin; nos parece que
la violenta pasión de las cuestiones rusas os hace perder de vista los aspectos internacionales de las
propias cuestiones rusas, os hace olvidar que vuestros deberes de militantes rusos pueden y deben
ser realizados sólo en el marco de los intereses del proletariado internacional.

El Buró Político del PCI ha estudiado con la máxima prontitud y atención que le eran posible todos
los problemas que están hoy en discusión en el Partido Comunista de la URSS. Las cuestiones que
hoy se os plantean a vosotros, pueden plantearse ante nosotros mañana. También en nuestro país las
masas rurales constituyen la mayoría de la población trabajadora. De otra parte, los problemas
inherentes a la hegemonía del proletariado se nos presentarán de forma manifiestamente más
compleja y aguda que en la propia Rusia, porque la densidad de la población rural en Italia es
enormemente más grande, porque nuestros campesinos cuentan con una riquísima tradición
organizativa y han conseguido siempre hacer sentir muy sensiblemente su peso específico de masa
en la vida política nacional, porque en nuestro país el aparato organizativo eclesiástico tiene dos mil
años de tradición y se ha especializado en la propaganda y en la organización de los campesinos, de
modo inigualado en cualquier otro país. Si bien es verdad que nuestra industria está más
desarrollada y que el proletariado tiene una notable base material, también es cierto que esta
industria no cuenta con materias primas en el país y se halla, en consecuencia, más expuesta a las
crisis; por ello el proletariado sólo podrá desempeñar su función dirigente si muestra gran espíritu
de sacrificio y se libera plenamente de todo residuo de corporativismo reformista o sindicalista.

Desde este punto de vista realista, y que nosotrso creemos leninista, el Buró Político del PCI ha
estudiado vuestras discusiones. Hasta ahora hemos expresado una opinión del partido sólo sobre la
cuestión estricta de la disciplina de las fracciones, queriendo atenernos a la recomendación que
hicísteis después del XIV Congreso de no trasladar la discusión de vuestros problemas a las
secciones de la Internacional. Declaramos en este momento que consideramos fundamentalmente
justa la línea política de la mayoría del C.C. del Partido Comunista de la URSS y que en este
sentido se pronunciará, evidentemente, la mayoría del partido italiano si fuera necesario abordar la
cuestión. No queremos, y lo consideramos innecesario, hacer agotación, propaganda, con vosotros y
con los camaradas del bloque de las oposiciones. No haremos una lista de todas las cuestiones
particulares, con nuestro juicio al lado de cada una de ellas. Repetimos que nos impresiona que la
posición de las oposiciones afecte al conjunto de la línea política del C.C., al corazón mismo de la
doctrina leninista y de la actividad política de nuestro Partido de la Unión. Lo que se discute es el
principio y la práctica de la hegemonía del proletariado, son las relaciones fundamentales de alianza
entre obreros y campesinos lo que se pone en discusión y en peligro, es decir, los pilares del Estado
Obrero y de la Revolución. Camaradas, no se ha visto jamás en la historia que una clase dominante,
en su conjunto, tenga condiciones de existencia inferiores a las de ciertos elementos y estratos de la
clase dominada y supeditada. La historia ha reservado esta inaudita contradicción al proletariado; en
esta contradicción residen los mayores peligros para la dictadura del proletariado, particularmente
en los países donde el capitalismo no había alcanzado un gran desarrollo y no había logrado unificar
las fuerzas productivas. Y es de esta contradicción, que de otra parte aparece también bajo ciertos
aspectos en algunos países capitalistas en los que el proletariado ha alcanzado objetivamente una
elevada función social, de donde nacen el reformismo y el sindicalismo, el espíritu corporativo y las
estratificaciones de la aristocracia obrera. Y sin embargo, el proletariado no puede convertirse en
clase dominante si no supera con el sacrificio de los intereses corporativos esta contradicción, no
puede mantener su hegemonía y su dictadura si, pese a haberse transformado en clase dominante,
no sacrifica sus intereses inmediatos a los intereses generales y permanentes de la clase. En efecto,
es fácil hacer demagogia en este particular, fácil insistir en los aspectos negativos de la
contradicción: "¿Eres tú el dominador, oh obrero mal vestido y mal alimentado? o ¿el hombre de la
NEP, con su abrigo de pieles y todos los bienes de la tierra a su disposición?" También los
reformistas, tras una huelga revolucionaria que ha incrementado la cohesión y la disciplina de las
masas, pero que ha empobrecido aún más a los trabajadores, dicen: "¿Para qué haber luchado?
Ahora quedáis más arruinados y pobres." Es fácil hacer demagogia en este terreno y es difícil no
hacerla cuando la cuestión ha sido planteada en los términos del espíritu corporativista y no en los
del leninismo, de la doctrina de la hegemonía del proletariado que se sitúa en una determinada
posición y no en otra.

Este es para nosotros el elemento esencial de vuestra discusión, donde reside la raíz de los errores
del bloque de las oposiciones y el origen de los peligros latentes contenidos en su actividad. En la
ideología y en la práctica del bloque de las oposiciones renace toda la tradición de la
socialdemocracia y del sindicalismo, tradición que ha impedido, hasta el momento, al proletariado
occidental organizarse en clase dirigente.

Únicamente una firme unidad y una firme disciplina en el Partido que gobierna el Estado obrero
puede asegurar la hegemonía proletaria en el régimen de NEP, es decir, en el pleno desarrollo de la
contradicción que hemos subrayado. Pero la unidad y la disciplina en este caso no pueden ser
mecánicas y forzadas; tienen que ser leales y de convencimiento y no la de un destacamento
enemigo prisionero o asediado que no piensa más que en la evasión o en la salida por sorpresa.

Esto, queridos camaradas, es lo que hemos querido deciros con espíritu de amigos y hermanos,
aunque se trate de hermanos menores. Los camaradas Zinoviev, Trotsky y Kamenev han
contribuido, vigorosamente a educarnos para la revolución, nos han corregido, en ocasiones, con
energía y severidad; han sido nuestros maestros. A ellos especialmente nos dirigimos en tanto que
principales responsables de la actual situación, porque queremos estar seguros de que la mayoría del
C.C. de la URSS no se propone aplastarles en la lucha y está dispuesta a evitar medidas extremas.
La unidad de nuestro partido hermano de Rusia es necesaria para el desarrollo y el triunfo de las
fuerzas revolucionarias mundiales; para ello todo comunista e internacionalista debe estar dispuesto
a hacer los máximos sacrificios. Los perjuicios causados por un error del Partido unido son
fácilmente superables; los de una escisión o los de una prolongada situación de escisión latente
pueden ser irreparables y mortales.

Con saludos comunistas,

El Buró Político del PCI.

Fuente: http://www.marxists.org/espanol/gramsci/oct1926.htm (02/08/2011)

A. Gramsci

Espontaneidad y
dirección consciente

Escrito: 1931
Digitalización: Juan Carlos de Altube
Fuente: Antonio Gramsci, "Escritos Políticos"
Esta Edición: Marxists Internet Archive, año 2002

Se pueden dar varias definiciones de la expresión espontaneidad, porque el fenómeno al que se


refiere es multilateral. Hay que observar, por de pronto, que la espontaneidad pura no se da en la
historia coincidiría con la mecanicidad pura. En el movimiento más espontáneo los elementos de
"dirección consciente" son simplemente incontrolables, no han dejado documentos identificables.
Puede por eso decirse que el elemento de la espontaneidad es característico de la "historia de las
clases subalternas", y hasta de los elementos más marginales y periféricos de esas clases, los cuales
no han llegado a la consciencia de la clase para sí y por ello no sospechan siquiera que su historia
pueda tener importancia alguna, ni que tenga ningún valor dejar de ella restos documentales.

Existe, pues, una multiplicidad de elementos de dirección consciente en esos movimientos, pero
ninguno de ellos es predominante ni sobrepasa el nivel de la ciencia popular de un determinado
estrato social, del sentido común, o sea, de la concepción del mundo tradicional de aquel
determinado estrato.

Este es precisamente el elemento que De Man contrapone empíricamente al marxismo, sin darse
cuenta (aparentemente) de que está cayendo en la misma posición de los que, tras describir el
folklore, la hechicería, etc., y tras demostrar que estos modos de concebir tienen una raíz
históricamente robusta y están tenazmente aferrados a la psicología de determinados estratos
populares, creyeran haber superado con eso la ciencia moderna y tomaran por ciencia moderna los
burdos artículos de las revistas de difusión popular de la ciencia y las publicaciones por entregas.
Este es un verdadero caso de teratología intelectual, del cual hay más ejemplos: los hechiceristas
relacionados con Maeterlinck, que sostienen que hay que recoger el hilo de la alquimia y de la
hechicería, roto por la violencia, para poner a la ciencia en un camino más fecundo de
descubrimientos, etc. Pero De Man tiene un mérito incidental: muestra la necesidad de estudiar y
elaborar los elementos de la psicología popular, históricamente y no sociológicamente, activamente
(o sea, para transformarlos, educándolos, en una mentalidad moderna) y no descriptivamente como
hace él; pero esta necesidad estaba por lo menos implícita (y tal vez incluso explícitamente
declarada) en la doctrina de Ilich (LENIN), cosa que De Man ignora completamente. El hecho de
que existan corrientes y grupos que sostienen la espontaneidad como método demuestra
indirectamente que en todo movimiento "espontáneo" hay un elemento primitivo de dirección
consciente, de disciplina. A este respecto hay que practicar una distinción entre los elementos
puramente ideológicos y los elementos de acción práctica, entre los estudiosos que sostienen la
espontaneidad como método inmanente y objetivo del devenir histórico versus los politicastros que
la sostienen como método "político". En los primeros se trata de una concepción equivocada; en los
segundos se trata una contradicción inmediata y mezquina que trasluce un origen práctico evidente,
a saber, la voluntad práctica de sustituir una determinada dirección por otra. También en los
estudiosos tiene el error un origen práctico, pero no inmediato como el caso de los políticos. El
apoliticismo de los sindicalistas franceses de anteguerra contenía ambos elementos: era un error
teórico y una contradicción (contenía el elemento soreliano y el elemento de concurrencia entre la
tendencia anarquista-sindicalista y la corriente socialista). Era, además, consecuencia de los
terribles hechos de París de 187l: la continuación, con métodos nuevos y con una teoría brillante, de
los treinta años de pasividad (1870-1900) de los obreros franceses. La lucha puramente económica
no podía disgustar a la clase dominante, sino al contrario. Lo mismo puede decirse del movimiento
catalán, que no "disgustaba" a la clase dominante española más que por el hecho de que reforzaba
objetivamente el separatismo republicano catalán, produciendo un bloque industrial republicano
propiamente dicho contra los terratenientes, la pequeña burguesía y el ejército monárquico. El
movimiento torinés fue acusado al mismo tiempo de serespontaneísta y voluntarista o bergsoniano
(!).

La acusación contradictoria muestra, una vez analizada, la fecundidad y la justeza de la dirección


que se le dio. Esa dirección no eraabstracta, no consistía en una repetición mecánica de las fórmulas
científicas o teóricas; no confundía la política; la acción real, con la disquisición teorética; se
aplicaba a hombres reales, formados en determinadas relaciones históricas, con determinados
sentimientos, modos de concebir, fragmentos de concepción del mundo, etc., que resultaban de las
combinaciones espontáneas de un determinado ambiente de producción material, con la casual
aglomeración de elementos sociales dispares. Este elemento de espontaneidad no se descuidó, ni
menos se despreció: fue educado, orientado, depurado de todo elemento extraño que pudiera
corromperlo, para hacerlo homogéneo, pero de un modo vivo e históricamente eficaz, con la teoría
moderna. Los mismos dirigentes hablaban de la espontaneidad del movimiento, y era justo que
hablaran así: esa afirmación era un estimulante, un energético, un elemento de unificación en
profundidad; era ante todo la negación de que se tratara de algo arbitrario, artificial, y no
históricamente necesario. Daba a la masa una conciencia teorética de creadora de valores históricos
e institucionales, de fundadora de Estados. Esta unidad de la espontaneidad y la dirección
consciente, o sea, de la disciplina, es precisamente la acción política real de las clases subalternas en
cuanto política de masas y no simple aventura de grupos que se limitan a apelar a las masas.

A este propósito se plantea una cuestión teórica fundamental: ¿puede la teoría moderna encontrarse
en oposición con los sentimientosespontáneos de las masas? (Espontáneos en el sentido de no
debidos a una actividad educadora sistemática por parte de un grupo dirigente ya consciente, sino
formados a través de la experiencia cotidiana iluminada par el sentido común, o sea, por la
concepción tradicional popular del mundo, cosa que muy pedestramente se llama instinto y no es
sino una adquisición histórica también él, sólo que primitiva y elemental).

No puede estar en oposición: hay entre una y otros diferencia cuantitativa, de grado, no de cualidad:
tiene que ser posible una reducción, por así decirlo, recíproca, un paso de los unos a la otra y
viceversa. (Recordar que Kant quería que sus teorías filosóficas estuvieran de acuerdo con el
sentido común; la misma posición se tiene en Croce; recordar la afirmación de Marx en la Sagrada
Familia, según la cual las fórmulas de la política francesa de la Revolución se reducen a los
principios de la filosofía clásica alemana.) Descuidar -y aun más, despreciar- los movimientos
llamados espontáneos, o sea, renunciar a darles una dirección consciente, a elevarlos a un plano
superior insertándolos en la política, puede a menudo tener consecuencias serias y graves. Ocurre
casi siempre que un movimiento, espontáneo de las clases subalternas coincide con un movimiento
reaccionario de la derecha de la clase dominante, y ambos por motivos concomitantes: por ejemplo,
una crisis económica determina descontentos en las clases subalternas y movimientos espontáneos
de masas, por una parte, y, por otra, determinacomplots de los grupos reaccionarios, que se
aprovechan de la debilitación objetiva del gobierno; para intentar golpes de estado. Entre las causas
eficientes de estos golpes de estado hay que incluir la renuncia de los grupos responsables a dar una
dirección consciente a los movimientos espontáneos para convertirlos así en un factor político
positivo. Ejemplo de las Vísperas sicilianas y discusiones de los historiadores para averiguar si se
trató de un movimiento espontáneo o de un movimiento concertado: me parece que en las Vísperas
sicilianas se combinaron los dos elementos: la insurrección espontánea del pueblo italiano contra
los provenzales -ampliada con tanta velocidad que dio la impresión de ser simultánea y, por tanto,
de basarse en un acuerdo, aunque la causa fue la opresión, ya intolerable en toda el área nacional- y
el elemento consciente de diversa importancia y eficacia, con el predominio de la conjuración de
Giovanni da Procida con los aragoneses. Otros ejemplos pueden tomarse de todas las revoluciones
del pasado en las cuales las clases subalternas eran numerosas y estaban jerarquizadas por la
posición económica y por la homogeneidad. Los movimientos espontáneos de los estratos populares
más vastos posibilitan la llegada al poder de la clase subalterna más adelantada por la debilitación
objetiva del Estado. Este es un ejemplo progresivo, pero en el mundo moderno son más frecuentes
los ejemplos regresivos.

Concepción histórico-política escolástica y académica, para la cual no es real y digno sino el


movimiento consciente al ciento por ciento y hasta determinado por un plano trazado previamente
con todo detalle o que corresponde (cosa idéntica) a la teoría abstracta. Pero la realidad abunda en
combinaciones de lo más raro y es el teórico el que debe identificar en esas rarezas la confirmación
de su teoría, traducir a lenguaje teórico los elementos de la vida histórica, y no al revés, exigir que
la realidad se presente según el esquema abstracto. Esto no ocurrirá nunca y, por tanto, esa
concepción no es sino una expresión de pasividad. (Leonardo sabia descubrir el número de todas las
manifestaciones de la vida cósmica, incluso cuando los ojos del profano no veían más que arbitrio y
desorden).

Fuente: http://www.marxists.org/espanol/gramsci/gra1931.htm (02/08/2011)

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