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El estilo clásico
Haydn, Mozart, Beethoven
Alianza Música
Charles Rosen
El estilo clásico
Haydn, Mozart, Beethoven
Versión española de
Elena Giménez Moreno
Revisión de
José María Martín Triana
Alianza Editorial
Tílllio original:
The Classical Style- Haydn, Mo:art, Beethoven
La traducción al castellano de esta obra se publica de acuerdo con 'The Viking Press"
de Nueva York
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artística D cientí!icu, D su transf(mnuci,·nl. interpretacir>n D ejecuci,.,n artística lijada
en cu,dquier tipD Je supDrle D CDmunicacla '' tra\·~s de cualquier mediD. sin lu pre-
ct.:pti\·~¡ :luttJrizacit'ln.
Prefacio y agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 11
Nota bibliográfica . . . . . . . . . . . . . . . . .. 17
I. Introducción ............................. . 21
l. El lenguaje musical de finales del siglo XVIII ... 23
2. Las teorías sobre la forma ... 37
3. Los orígenes del estilo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 51
ZANGLER: ¿Por qué repites una y otra vez esa idiota palabra
«clásico»?
MELCHIOR: Oh, la palabra no es idiota, su uso es el que
a menudo es idiota.
Prefacio y agradecimientos
* * *
Sería imposible agradecer el cúmulo de aportaciones que para mí han
supuesto las conversaciones habidas con mis amigos, pues todos y cada
uno de ellos me han ofrecido nuevos ejemplos que venían a ilustrar las
observaciones hechas por otro amigo. Muchas de las ideas que el libro con-
tiene pertenecen al acervo común del pensamiento musical, y se derivan
de las experiencias de todos los que han interpretado y escuchado la mú-
sica que nos ocupa. En la mayoría de los casos, aunque lo quisiera me
sería imposible distinguir qué ideas me pertenecen y cuáles he leído o
aprendido de mis profesores, o simplemente he escuchado en alguna charla.
Más fácil me resulta agradecer la valiosísima ayuda que he recibido
al redactar esta obra. Me siento deudor en gran medida de la paciencia
Prefacio y Agradecimientos 13
CHARLES ROSEN
Introducción
1
El lenguaje musical de finales del siglo XVIII
1
A pesar de que Mozart conocía la labor de los compositores posteriores que
trataron de prolongar la tradición contrapuntística, su obra experimentó un desarrollo
notable a partir del momento en que trabó conocimiento con la música de Juan Se-
bastián Bach.
Introducción 25
los propios de Handel y Bach les confiere una relación complementaria que,
paradójkamente, permite considerarlos como una unidad.
La causa de que el estilo de un grupo y el estilo de una época puedan
a veces confundirse con toda razón, se debe a que el estilo del grupo asume
las aspiraciones, todavía en embrión, de su época. Figurativamente el tér-
mino estilo podría describirse como una forma de explotación y centrali-
zación de un lenguaje que se convierte así en dialecto o lenguaje por dere-
cho propio, y es precisamente dicho enfoque lo que hace posible que pueda
hablarse del estilo personal o de la forma de hacer de un artista, y así
Mozart compuso su obra teniendo como fondo el estilo general de su
época, si bien mantuvo una relación más específica con Haydn y Johann
Christian Bach. Pero las analogías con el lenguaje se desvanecen porque,
a la postre, se trata al estilo como si fuera una obra de arte y se le juzga
igual que se juzga la obra de un artista y con arreglo a los mismos cánones:
coherencia, fuerza y riqueza expresiva. En los cambios de moda al uso y
en el renacimiento del interés por uno u otro estilo del pasado (pintura
pre-rafaelista, música barroca) cada uno de estos estilos viene a ser casi
un objeto corpóreo, un mueble de época que se posee y se disfruta. Ahora
bien, esta forma de tratar el estilo de una época como si fuera un objet
d' art sugiere una posible explicación del estilo de un grupo, ya que, como
si fuera una obra de arte, representa una síntesis y supone la reconciliación
armónica de las fuerzas que entran en conflicto durante ese tiempo, de.
manera más convincente que el estilo 'anónimo' de toda la época; es casi
tanto expresión propiamente dicha, como sistema de expresiones.
'Expresión' es un término que tiende a viciar el pensamiento. Aplicado
al arte constituye tan sólo una metáfora necesaria. Aceptado como moneda
de curso legal suele prestar ayuda y consuelo a los que se interesan más
por la personalidad del artista que por su obra. Con todo, el concepto de
expresión, aun tomado en su sentido menos complejo, es esencial para
comprender el arte de finales del siglo XVIII. Claro está que, cualquiera
que sea la época, las cualidades formales del más mínimo detalle de una
obra musical no pueden desgajarse de su significación afectiva y sentimen-
tal, a la vez que intelectual, dentro de la obra y consiguientemente, dentro
del ámbito más amplio del lenguaje estilístico, por lo que me ocuparé exten-
samente de lo que significan los elementos que configuran la síntesis clá-
sica. Por otra parte es un error muy común, y vulgar, definir el estilo
recurriendo a sus características expresivas más específicas, así se aisla la
'elegante' pintura del siglo xvr calificándola de manierista, se llama apo-
líneo al estilo clásico, o entusiasta y melancólico al estilo romántico. En
la medida en que el estilo es una forma de utilizar el lenguaje, sea musical,
pictórico o literario, su capacidad expresiva gana en riqueza, de suerte que
una obra de Mozart puede ser tan melancólica y elegante o tan atormen-
tada, dentro de su propia esencia, como ,pueda serlo una obra de Chopin
o de Wagner. Cierto es que el medio de ·éxpresión influye en lo expresado
y que los factores con mayor peso artístico son la flexibilidad o la rigidez
con que se utiliza el lenguaje, es decir, su gracia expresiva. Ahora bien, en
26 El estilo clásico
en el sentido de que los Cuartetos Scherzi o Rusos, op. 33, de 1781, los
compuso con arreglo a principios totalmente nuevos.
Acordes en
Subdominante o bemol Do ( I) Dominante o sostenido
(IV) Fa Sol (V)
Sib Re (Il)
Mib La (VI)
Lab Mi(III)
Reb Si (VII)
S~b Fa#
Dob Do#
Fab Sol:!t
Sibb Re:!t
Labb La:!t
Rebb Mi:lt
Si:!t
mental del acorde central, sino como armónico). Este desequilibrio es esen-
cial para comprender casi toda la música tonal y de él se deriva la posibi-
lidad de la tensión y su resolución en las que se ha basado la música du-
rante siglos. Dicho desequilibrio se percibe inmediatamente en la forma-
ción de la escala mayor diatónica (las notas señaladas son números roma-
nos) que utiliza la nota fundamental de un solo acorde en la dirección
subdominante, mientras que en la dirección dominante o de sostenidos,
utiliza la de los cinco primeros acordes.
En la escala justa o natural, las dos direcciones no regresan al punto
de partida: siguiendo los armónicos naturales de las notas se aprecia que
Rebb no es lo mismo que Si~, ni tampoco coincide con Do natural. Conse-
cuentemente, ninguno de los acordes de la dirección dominante es idén-
tico a los de la dirección subdominante, pero algunos de ellos se acercan
mucho. Casi desde el comienzo de la tonalidad, e incluso desde el inicio
mismo de la teoría musical en Grecia, los músicos y los teóricos han inten-
tado identificar los acordes más próximos entre sí, y han creado un sistema
que es a la vez simétrico y circular denominado círculo de quintas:
Do (I)
(IV) Fa = Mi~ Sol (V) = Labb
Sib = La~ Re (II) = Mibb
Mib =Re~ La (VI)= Sibb
Lab = Sol~ Mi (III) = Fab
Reb = Do~ Si (VII) = Dob
(Solb =Fa~)
Ello implica la insistencia en lograr una distancia igual entre las doce notas
dispuestas en escala de progresión sucesiva (con lo que se consigue la
escala cromática), y distorsiona su relación con los armónicos naturales.
Este sistema se denomina de temperamento igúal. Con la modulación en
torno al círculo de quintas, cualquiera que sea la dirección seguida regre-
samos siempre al punto de partida. En el siglo XVI se sucedieron varias
tentativas serias para establecer el sistema de temperamento igual, que
era esencial para buena parte de la música cromática que entonces se com-
ponía, pero hasta el siglo xvrrr no se convirtió en la base de la teoría mu-
sical (y hasta el siglo XIX algunos afinadores de los instrumentos de teclado
recurrieron a un compromiso entre el temperamento igual y la entonación
natural).
El temperamento igual nos evita tener que analizar en profundidad la
cuestión de si la tonalidad es un lenguaje «natural» o «convencional». Evi-
dentemente, está basada en las propiedades físicas de un sonido y eviden-
temente, también, deforma e incluso «desnaturaliza» dichas propiedades
con vistas a crear un lenguaje natural de características más complejas y de
mayor riqueza expresiva. Acústica y mentalmente hemos aprendido ya a
semi-identificar los acordes mayor y menor, si bien cuando en un acorde
la tercera más grave es mayor y la tercera más aguda es menor, no signi-
30 El estilo clásico
' En el modo menor, esta polaridad cambió radicalmente entre 1700 a 1830. Por
ejemplo, a principios de siglo, la tonalidad secundaria de Do menor podía ser o bien
la dominante menor (Sol menor), o bien la relativa mayor (Mi bemol mayor). Sin
embargo, la tríada de dominante menor nunca puede tener la fuerza de un acorde
mayor; esta tenue relación casi llegó a desaparecer por completo hacia finales del
siglo XVIII, de modo que para entonces la relativa mayor fue la sustitución única de
la dominante en modo menor. A su vez, esta situación no podía permanecer invaria-
ble durante mucho tiempo. En época de Schumann y Chopín el modo menor y su
relativa mayor solían identificarse entre sí y se les consideraba como una misma tona-
lidad; la polaridad dejó de existir (así ocurre en el Scherzo en Sí bemol menor/Re
bemol mayor, o en la Fantasía en Fa menor/La bemol mayor, de Chopín). 'La ines-
tabilidad de la función de la tríada menor constituye un factor evidente del cambio
histórico.
32 El estilo clási,co
(Fuga triple a 4)
indica Reb para el primer violín y Do~ para el segundo, no quiere decir
necesariamente que sean notas distintas. Cierto es que Beethoven indica la
3
El importante papel emotivo de la supertónica (o napolitana) bemol se analiza
más adelante en la pág. 102.
Introducción 33
,; poco schtrzando
/#...r- ~.,;--
., 1
p
11
- =-p
1
~· --._~-
=-~ =-p
~~ -- 71i::J: 1t
¡t::mz= ¡¡;;;;;
Introducción 43
1
El Carnaval se desarrolla a partir de dos breves motivos, aunque armónicamente
son muy similares y se utilizan de tal modo que este uso les acerca más entre sí.
46 El estilo clásico
Tovey asegura que resulta inútil intentar derivarlo de ningún otro del
movimiento. No obstante, su armonía está claramente unida a los com-
pases 81-89, de igual modo que la parte más conmovedora de su curva
melódica:
Introducción 47
así como los acordes disminuidos, que son un rasgo recurrente de todo
el movimiento. Tovey acierta al llamar la atención sobre el carácter de
esta melodía como algo nuevo, pero deja tan falta de análisis nuestra
percepción que se adecua perfectamente bien con todo lo que antecede.
No obstante, nuestra idea de su relación orgánica con el resto no es in-
explicable. Cuando un compositor quiere que dos temas suenen como si
fueran uno, es natural que base a ambos en relaciones musicales simila-
res: sostener que el efecto de dichas relaciones carece de importancia, a
menos que seamos capaces de establecer su discriminación auditiva o dar-
les un nombre, es como asegurar que ningún orador podrá convencernos
ni persuadirnos si no sabemos identificar los recursos retóricos de la si-
nécdoque, el quiasmo, la sicigia y el apóstrofe que utiliza para conmo-
vernos.
No ya sólo los temas, sino muchos de los detalles del acompañamiento
y en gran medida, también, la estructura extensa suelen derivarse de una
idea central. Después de todo, la coherencia de la obra artística no es un
moderno ideal que resultaba anacrónico a finales del XVIII, sino el más
rancio de los lugares comunes de la estética, transmitidos desde Aristóte-
les a través de Tomás de Aquino. La relación motívica ha constituido uno
de los principales medios integradores de la música occidental a partir
del siglo xv; su expresión más común es la imitación contrapuntística di-
recta; sin embargo, el desarrollo motívico o técnica de la disminución ad-
quiere todavía mayor importancia en el período clásico, aunque para en-
tonces tiene ya tras de sí una larga historia. Un motivo breve no sólo
puede generar hasta cierto punto la melodía, sino determinar su croma-
tismo y su desarrollo. Un ejemplo de este tipo de expresión, de una di-
mensión lo suficientemente reducida para incluirlo en esta obra, es el pa-
saje que da paso al final de la Sinfonía en Si b mayor, Op. 22, de Bee-
thoven:
48 El estilo clásico
2
No queremos decir que en pintura el movimiento de izquierda a derecha carece
de importancia, como ya lo ha demostrado Wolfflin en su famoso ensayo. Sin em-
bargo, la orientación de una pintura puede invertírse (como ocurre en los grabados)
sin que por ello pierda muchos de sus valores formales más significativos.
50 El estilo clásico
para música de cámara. No obstante, es bien cierto que Haydn aportó todo
el peso de su experiencia en la música sinfónica a su música de cámara, al
igual que Mozart asimiló, en sus sonatas y cuartetos, todo el estilo operís-
tico y del concierto. En ambos, la fusión de géneros musicales, de 1780 en
adelante, es profunda: elfinal de la Sonata en Do mayor, de Haydn, (H. 48),
es un rondó sinfónico, y el final de la Sonata en Si bemol mayor, de Mozart,
(K. 333), es un movimiel].to completo de concierto con cadencia. La in-
fluencia tiene una doble vertiente: el último movimiento del Concierto en
Fa mayor, de Mozart, (K. 459), es un final sinfónico en el estilo fugado
que Haydn tanto contribuyó a desarrollar, y los movimientos lentos de
muchas de las últimas sinfonías de Haydn poseen la intimidad improvisada
de buena parte de su música de cámara. (Cualquiera que sea la primitiva
versión, sinfonía o trío para piano, el movimiento lento de la Sinfonía 102
está más próximo al estilo tradicional de teclado que al estilo orquestal,
lo que no quiere decir que suene mejor en su versión pianística).
Esta evolución se relaciona, sin género de dudas, con la historia de
los conciertos públicos durante el siglo XVIII, así como con la aparición de
los músicos aficionados. Dado que la mayoría de las audiciones musicales
de principios de siglo eran de carácter sacro u operístico, habría resultado
improbable establecer un contraste entre los estilos orquestal y de cámara.
Los auténticos contrastes del Alto Barroco se dan entre la música sacra
y la secular, si bien una buena parte de la música fluctúa entre ambas (aun
en el caso de clasificar como música sacra las cantatas en alabanza de las
casas reales y ducales); entre los estilos vocal e instrumental, aunque tam-
bién en este caso la diferencia sólo es manifiesta en los extremos y resulta
imposible trazar una línea divisoria; entre las formas estrictamente contra-
puntísticas y los estilos de carácter más popular basados en la danza y el
concierto, si bien la jiga en forma de fuga no es rara y Haendel compuso
fugas sobre melodías de chirimías según el estilo inglés; y, finalmente,
entre los estilos francés e italiano, decorativo el primero y basado princi-
palmente en las formas antiguas de danza, el segundo más progresista, más
dramático y dependiente de las nuevas texturas concertadas. En los gran-
des maestros alemanes Bach y Haendel, los contrastes no son muy impor-
tantes: los estilos se funden. Sus autores picotean aquí y allá y eligen lo
que les gusta; tal vez ésta sea una de sus ventajas sobre Rameau y Dome-
nico Scarlatti.
A medida que menudeaban las audiciones orquestales, a la vez que la
música se iba convirtiendo en una elegancia social, la diferencia entre
música pública y música privada se fue haciendo cada vez más nítida. ¿Cabe
la posibilidad de que el carácter amateur de la mayor parte de la' música
para teclado de la segunda mitad del siglo xvm se deba al hecho de que el
pianoforte estaba reservado casi exclusivamente a las mujeres? La mayoría
de las sonatas y tríos para piano de Haydn, así como muchos de los con-
ciertos de Mozart y de las sonatas de Beethoven se compusieron especial-
mente para las damas. Uno de los editores de Mozart objetó la dificultad
técnica de sus cuartetos para piano, y preciso es resaltar que las sonatas
Introducción 55
para violín y piano, y los tríos, cuartetos e incluso quintetos para piano
fueron considerados básicamente música pianística hasta bien entrado el
siglo xrx y, como tal, se pensaba que habían de tener un estilo y una téc-
nica lo bastante sencillos como para atraer al ejecutante aficionado. El hecho
de que Beethoven con la rebeldía que le es característica no estableciera
división alguna entre profesionales y aficionados, y Haydn al final de su
vida descubriera a una viuda inglesa capaz de colmar las exigencias téc-
nicas de su imaginación creativa para instrumentos de teclado, no deben
hacernos olvidar que éstas eran las excepciones. Incluso la tardía Sonata
en Si bemol K. 570, de Mozart, supone un intento consciente de dotar al
pianista de unos conocimientos técnicos (y también musicales) limitados:
nos equivocaríamos al interpretar las sonatas en embrión; eran los pianis-
tas los que aún no habían evolucionado, como lo demuestran las sinfonías,
mucho más ricas y complejas, que Haydn compuso durante el mismo pe-
ríodo.
Cuando cuaja un nuevo estilo también se forja un arma formidable
para la conquista de nuevos territorios. La tentación de convertir la mú-
sica para teclado y la música de cámara en música sinfónica (e incluso ope-
rística) tiene que ser forzosamente atractiva: muy pocos compositores pue-
den resistirse a aplicar a un género las ideas elaboradas en otro género dis-
tinto. Sin duda, la mayor frecuencia de audiciones públicas, o semipúblicas,
de las obras de cámara contribuyó a ello, a la vez que los cambios mecá-
nicos sucesivos (¿mejoras?) experimentados por el piano suponían un reto
y también una respuesta a los cambios de estilo. Pero no cabe duda alguna
de que la propia fuerza del estilo fue un factor transcendental para desarro-
llar la gravedad de las composiciones de cámara. La última parcela musical
que asumió el estilo clásico fue la música sacra en la que el Barroco seguía
siendo dominante incluso en Mozart y Haydn. También en este caso, las
últimas defensas se abatieron con las dos Misas de Beethoven, irónica-
mente en el último minuto, precisamente cuando un renovado interés por
el Barroco empezaba a ganar tanto al público como a los músicos profe-
sionales. Pero con anterioridad a la obra de Haydn y Mozart, a finales de
la década de 1770, nunca se había dado un estilo con tanto poder de inte-
gración. Antes de esta fecha, el escenario era más caótico y en él ejercían
su influencia fuerzas rivales y equilibradamente poderosas, razón por la
cual es muy difícil definir el período que va desde la muerte de Haendel a
los Cuartetos Scherzi (o Rusos), op. 33, de Haydn. Todo esto es, por
supuesto, una mera apreciación personal: el músico de la década de 1770
tenía tantos rivales como antes y seguía siendo igualmente difícil enjuiciar
sus pretensiones. Ello no obstante, para valorar la música de la década
de 1760 precisamos de toda nuestra capacidad de comprensión histórica,
nunca hemos de perder de vista las dificultades, tanto internas como exte-
riores, con que los músicos habían de enfrentarse. Por otra parte, a partir
de 1780 en adelante, basta con arrellanarnos en nuestro asiento y contem-
plar cómo dos amigos y su discípulo atraen dentro de su órbita a todos
los géneros musicales, desde la bagatela a la misa; dominando las formas
56 El estilo clásico
2
¡Qué lejos nos hallamos del significado que tienen los términos 'clásico' y 'Ba-
rroco' en las artes visuales!
Introducción 59
aria da capo, sobre todo, resultaba demasiado estática para el estilo que
nacía, aunque nunca se olvidó totalmente e influyó en lo que habría de
venir. Para resolver la tensión dramática hubieron de utilizarse las sime-
trías del período clásico, y las posibilidades fueron muchas. No se pres-
cribió ni prohibió ninguna de ellas, si bien la elección no era una cuestión
arbitraria. En un principio la simetría más evidente fue también la más
común: la segunda parte repite los elementos de la primera parte, pero en
vez de ir de la tónica a la dominante marcha de la dominante a la tónica.
Tenemos así una nueva simetría de A-+ B: A-+ B, de forma melódica,
y A-+ B: B-+ A, de forma tonal. Lo cual no quiere decir que no haya
sección de desarrollo; abunda en Domenico Scarlatti y hasta en J. S. Bach
y Rameau, pero se entrelaza de forma inconsútil con la recapitulación.
En los estilos preclásico y clásico, el desarrollo no pasa de ser otra
cosa que una intensificación. El método clásic_o ~más primitivo de cie.sarr()-
llar un tema, método que nuncá"seaba¡;a-üñ6, g~r. ()tra _J?gr.t~,-~c:9j}~i§.ti? _5!n
toCaflo cor(-ªtffi._()pJiiS"'niiis -:CJramaií~?s~9 -~ñ"''l]ñ~_ I~n~Ii,dªcl. m~s' .aJej~da ~ A
vecesseútlllzaban como desarrollo solaméÍ1te las arrrlOnÍas más dramáticas,
aun sin ayuda de las melodías y, así, en muchas sonatas encontramos «sec-
ciones de desarrollo» que no aluden directamente a los temas de la «expo-
sición». La forma barroca, más común de intensificación, la ampliación de
un tema mientras se evita la cadencia, nunca desapareció del todo; la ex-
pectativa clásica de la cadencia periódica no hizo más que resaltar su
efecto. De hecho, el medio clásico fundamental del desarrollo rítmico con-
siste en evitar la periodicidad (descomposición de la organización simé-
trica); la fragmentación temática de los elementos melódicos, juntamente
con el empleo de la imitación contrapuntística, constituye sólo el aspecto
temático del desarrollo que se corresponde con los aspectos rítmico y ar-
mónico y con ellos se aúna. El paso de la tónica a la dominante, en la
«exposición», significa ya un aumento de la intensidad, y el «desarrollo»
en la segunda parte de la forma sonata sirve únicamente para incrementar
su efecto a largo plazo, para conseguir una obra dramática, tanto en los
detalles como en la estructura tonal, antes de su resolución final.
Los historiadores tienden a considerar la sinfonía o la sonata preclá-
sicas como «progresistas» cuando cuentan con una sección de desarrollo
separada y extensa, lo cual equivale a ignorar hasta qué punto la llamada
«recapitulación» suele pertenecer al desarrollo, a la intensificación del sen-
timiento y la dirección, mediante el empleo de todas las técnicas posibles:
fragmentación, imitación contrapuntística, utilización de armonías y tona-
lidades distantes, ampliación de las melodías y evitación de la cadencia.
También contribuye a desfigurar el hecho de que la exposición, el desarro-
llo y la recapitulación no son compartimentos estancos. La introducción de
uno o más temas nuevos en la segunda mitad de una sonata significa que
la «sección de desarrollo» ha asumido el papel de la exposición. Cuando
la segunda mitad empieza, como suele suceder, con una nueva interpreta-
ción completa del primer tema en la 'dominante' es cuando el «desarrollo»
60 El estilo clásico
sucede rara vez en las obras compuestas en el último cuarto del siglo, si
bien es más frecuente encontrarlo tiempos atrás. Pero esto no quiere decir
que fuera un proceder insólito, ni tampoco radical o reaccionario; como
ocurre con muchas obras de Mozart de la misma época, produce una impre-
sión normal y normativamente bella, no es pretenciosa y está exquisita-
mente ordenada. Sería un error querer hallar algo extraordinario en dicho
movimiento, a no ser su equilibrio y sus detalles maravillosamente expre-
sivos; su estructura amplia no busca la sorpresa. El inicio de la Sonata
Claro de Luna, de Beethoven, sin embargo, satisface la definición de la
«forma sonata» en muchos aspectos, pero no suena como una sonata y
hasta el propio Beethoven la llamó quasi una fantasía. Obviamente, el pri-
mer movimiento fue concebido para sonar de un modo extraordinario. Para
Haydn, Mozart y Beethoven los principios que configuraban la «forma so-
nata» no incluían necesariamente una sección de desarrollo temático, ni
precisaban de motivos contrastantes, ni de una recapitulación total de la
exposición, ni siquiera de una recapitulación que se inicie en la tónica.
Son estos los modelos que se utilizan más comúnmente, los medios más
fáciles y eficaces de dar respuesta a lo que el público le pedía al compo-
sitor o, mejor sería decir, a lo que éste se exigía a sí mismo. Pero estos
modelos no eran la forma, y sólo empezaron a serlo cuando casi había
desaparecido el impulso creativo y el estilo que habían dado origen a la
forma.
No me gustaría sentar la idea de una entidad metafísica, misteriosa,
no verificable, una Forma independiente de las obras musicales que el com-
positor no inventa y sólo se limita a revelar. Pero un concepto del estilo
que se fundamente ante todo en la frecuencia estadística de ciertos modelos
no contribuiría a hacernos comprender las irregularidades de la forma, ni
a valorar el hecho de que muchas de estas «irregularidades» no se conci-
bieron como tales. Tampoco explicaría el cambio histórico: se limitaría a
dar constancia de él. Debemos aprehender la importancia imaginativa de
tales modelos para entender el por qué se fue haciendo cada vez más ina-
ceptable una recapitulación que empezara en la tónica, como ocurre en
Domenico Scarlatti y en Johann Christian Bach, mientras que se sentía
como una posibilidad razonable la recapitulación iniciada en la dominante
(y en un punto más tardío de la pieza), como ocurre con Mozart y Schubert.
Tres ejemplos nos sirven para esclarecer la naturaleza del problema: la
recapitulación del primer movimiento de la Sonata en Re mayor, K. 311,
de Mozart, empieza con los «segundos temas», sólo al final vuelve al tema
inicial, y cuando éste reaparece al final resulta ingenioso, sorprendente y
satisfactorio; la recapitulación de la Sonata en Fa mayor, op. 10, núm. 2,
de Beethoven, que se inicia en la subdominante, nos parece ingeniosa y
poco satisfactoria: Beethoven se apresura a decirnos que todo ha sido una
broma y regresa a la tónica; la recapitulación de la Sonata en Do mayor,
K. 545, de Mozart, que se inicia en la subdominante, no suena ni sorpren-
dente ni ingeniosa sino satisfactoria vista desde un ángulo convencional,
62 El estilo clásico
si bien era una forma tan insólita como cualquiera de las que compuso
por entonces.
La idea de una Forma que lucha por encontrar su propia definición,
por ser la sustancia de todas las distintas formas, es atractiva, pero aun
como metáfora tiene algo de trampa: le lleva a uno a asumir que, a fina-
les de siglo, había algo como la «forma sonata» y que los compositores
sabían lo que era, aunque nada de lo que conocemos sobre las situaciones
que entonces prevalecían nos induzca a suponer tal cosa, cuando lo cierto
es que lo que inspiraba una forma cualquiera, incluso un minué, era una
percepción mucho más espontánea. Ahora bien, la noción de 'libertad com-
pleta' no describe esta situación mejor que lo haría la de 'permiso ocasional'.
En un sentido lato, es sin duda cierto o al menos tan válido como pueda
serlo una hipótesis, que el arte puede conseguir lo que quiera: las socie-
dades y los artistas encuentran los estilos que precisan para expresar sus
deseos o, mejor dicho, para llenar las necesidades estéticas que ellos mismos
han creado. También es bien cierto, sobre todo a partir del Renacimiento,
que los artistas no. están tan limitados por su época como suele imagi-
narse, no ya sólo porque algunos estilos ofrecen un amplio margen de liber-
tad, sino porque también cabe la posibilidad de la imitación: Miguel Angel
y Houdon hicieron imitaciones de la antigüedad, y Mozart compuso una
suite al estilo de Haendel. En muchos aspectos el artista es libre para esco-
ger sus influencias: Masaccio retrocedió cien años para encontrar a Giotto,
y lo mismo hizo Manet con Velázquez, y la forma en que Beethoven utilizó
el canto gregoriano en su Misa en Re mayor y en el Cuarteto op. 132 nos
da una idea de todo lo que el estilo clásico era capaz de absorber. Con
todo, para un compositor, música es ante todo lo que se compuso el año
anterior, o el mes pasado (por regla general lo que él compuso, una vez
que ha desarrollado su manera propia). En un sentido estricto, su obra no
viene determinada por ella, pero sí constituye la herramienta con la que
tiene que trabajar, o contra la que ha de trabajar. El «estilo anónimo» de
una época, los edificios que levantan arquitectos sin diferencias apreciables,
los libros que sólo despiertan un interés pasajero, la pintura que es úni-
camente decorativa: todo ello se produce por acrecencia y se precisa una
generación para introducir un cambio apreciable. El «estilo anónimo» es
poco tenaz pero comporta, en cambio, una inercia colosal. Si el término
«estilo» se utiliza para significar una forma de expresión integrada -que
sólo los artistas más finos son capaces de conciliar-, persiste aún una limi-
tación con respecto al desarrollo: en este sentido, la pervivencia de un
estilo es un acto tan heroico como su invención, y rara vez un artista crea
sus posibilidades: se limita a percibirlas en la obra que acaba de hacer.
El comprender lo que es el sentido de la continuidad y las proporcio-
nes del estilo clásico nos dispensa en gran medida de dedicar un análisis
ulterior a la «forma sonata». Por lo que hace a las postrimerías del si-
glo XVIII, sonata era toda serie organizada de movimientos, y las propor-
ciones de la música se modificaban según se tratara del movimiento inicial,
el movimiento central, o el final. Todavía· se empleaban las antiguas for-
Introducción 63
El estilo clásico
Des Menschen W esen tmd Wirken ist Ton, ist Spracbe. Mu-
sik ist gleichfalls Spracbe, allegrneine; die erste des Mens-
cben. Die vorbandenen S pracben sind I ndividualisirungen
des Musik; nicbt individualisirte Musik, sondern, die zur
Musik sich verbalten, wie die einzelnen Organe zttm or-
ganiscb Ganzen.
Johann Wilhelrn Ritter, Fragmente aus dem Nacb-
lasse eines ¡ungen Physikers, 1810.
El estilo clásico se nos aparece como un hecho inevitable sólo una vez
que ya ha acontecido. Desde la perspectiva actual vemos su gestación como
algo natural, no como un desbordamiento del estilo precedente (con res-
pecto al cual supone más bien un salto o una ruptura revolucionaria), sino
como un paso hacia adelante en la sucesiva progresión del lenguaje musi-
cal, tal como se venía produciendo y desarrollando desde el siglo xv. Pero
en su tiempo nada podía parecer más ilógico; el período que va de 1750
a 1775 estuvo impregnado de excentricidad, imbuido de experimentos acer-
tados o erróneos, todo lo cual dio por resultado unas obras que todavía
hoy nos cuesta trabajo aceptar debido a las extravagancias que contienen.
Pero cada intento que triunfaba, cada logro estilístico que pasó a conver-
tirse en parte integral de la música de la primera mitad del siglo siguiente
y aun de fechas más tardías, se caracterizó por ser apto para un estilo dra-
mático que se fundamentaba en la tonalidad.
Una hipótesis de trabajo bastante útil es pensar que uno de los ele-
mentos de un estilo nuevo constituye el núcleo germinal que, iniciado en
un momento de crisis del estilo anterior, al paso de los años va transfor-
mando paulatinamente el resto de los elementos de dicho estilo, convirtién-
dolos en una armonía estética, hasta que el nuevo estilo llega a ser un
todo integral; así se dice que la bóveda de nervadura fue el elemento gene-
rador y acelerador del estilo gótico. Según esta hipótesis, la evolución his-
tórica de un estilo parece seguir un modelo perfectamente lógico. En la
práctica, las cosas no suelen ser tan sencillas. La mayoría de los rasgos
distintivos del estilo clásico no se suceden de forma ordenada, sino espo-
rádica, agrupados unas veces, aislados otras, siguiendo una progresión deses-
peradamente irregular para aquellos que prefieren resultados de contornos
más precisos. Y sin embargo, el producto final tiene coherencia lógica, de
la misma manera que las irregularidades del lenguaje, una vez que se ana-
lizan, parecen consecuentes. Por ello, el procedimiento de aislar los ele-
67
68 El estilo clásico
mentas estudiando la forma en que cada uno de ellos conduce a otro, im-
plicando a todos los demás factores y complementándolos, tal vez no sea
histórico pero sí resulta útil.
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70 El estilo clásico
7 9
Los compases 1-3 y 4-6 representan la forma más extrema del equilibrio,
la identidad absoluta. Pero sería un error creer que las dos mitades idén-
ticas significan lo mismo. La repetición se hace más perentoria (una ter-
cera resultaría irritante) y confiere a la frase una definición más precisa,
una existencia más diáfana como elemento de la obra que estamos a punto
de escuchar. Se trata de un comienzo sorprendente y delicioso que asombra
no sólo por utilizar al solista desde el inicio mismo, sino también por el
acierto de su entrada al replicar a la fanfarria orquestal. Para conseguir
este efecto es esencial el exquisito equilibrio de la frase: la orquesta des-
ciende una octava y se eleva una quinta, a continuación, el piano asciende
una octava y baja una quinta en una misma duración temporal. En modo
alguno tratamos de interpretarlo como una inversión, como ocurriría en el
caso del tema invertido de una fuga, ya que esto es lo último que el estilo
exige y su efecto sería desastroso. La simetría aparece oculta, delicada y
llena de encanto.
El ocultamiento y, sobre todo, el encanto son dependientes de la varie-
dad rítmica: en efecto, la orquesta toca alta breve, en dos largos tiempos,
mientras que el piano interpreta en compás de cuatro tiempos (f/, ,C). Lo
solemne se contrapone al apremio y se consigue así un perfecto equilibrio.
El Alto Barroco es capaz de tales contrastes, pero rara vez persigue este
tipo de equilibrio. Ahora bien, el hallazgo clásico no se aprecia en toda
su magnitud en los primeros seis compases, sino en los siguientes, en
donde puede escucharse una convincente fusión de los dos tipos de divi-
sión del tiempo. El fraseo del compás 8. 0 constituye una síntesis: en él se
combinan los tipos alla breve (binario) y de compasillo, mientras que la
El estilo clásico 71
melodía de los primeros violines, en los compases 7-11, combina los moti-
vos iniciales del piano y de la orquesta. Y esto es lo que hace que la
transición del compás 6 al 7 sea magistral: la urgencia de la frase repetida
justifica el aumento del movimiento a corcheas del acompañamiento en
el compás 7, mientras los primeros violines, que repiten en negras el Si b
del primer compás, evitan imponerse y reúnen las dos frases. A partir de
este séptimo compás la animación aumenta, pero la transición es imper-
ceptible, como desarrollo natural de lo que antecede. Este tipo de transi-
ción rítmica es la piedra de toque del estilo clásico; nunca antes en la his-
toria de la música se había pasado de un tipo de pulsación a otro con
tanta gracia y naturalidad.
El Alto Barroco sentía preferencia por la música con una estructura
rítmica homogénea y sólo bajo determinadas condiciones utilizaba diver-
sas clases de movimiento rítmico. El contraste de ritmos podía adoptar
dos modalidades: la superposición de un ritmo a otro, en cuyo caso el
ritmo rápido es, inevitablemente, el ritmo dominante; o bien, la colocación
de grandes bloques de un tipo de ritmo junto a otro tipo (como en la
plaga de moscas de Israel en Egipto), en cuyo caso los dos, e incluso los
tres, tipos de ritmo se superponían antes del final, generalmente en el
clímax, quedando reducidos al primer caso. En ambos, los ritmos se man-
tienen esencialmente diferenciados: la transición ni se considera, ni se in-
tenta. Buscando cierto dramatismo, Bach y algún otro compositor intentan,
a veces, up. cambio repentino y violento de la estructura rítmica, como
ocurre en el preludio-coral para órgano O Lamm Gottes y en el último
movimiento del Cuarto Concierto de Brandenburgo. El efecto que se logra
es el de una premeditada excentricidad rítmica que siempre produce en el
oyente una impresión de choque, de profunda emoción en la primera, dra-
mático pero afable en la otra. Con todo, incluso estas piezas son la excep-
ción 1 : la forma Barroca más común es la estructura rítmica simple y unifi-
cada. De modo inexorable, una vez se ha determinado el ritmo, suele con-
tinuarse con él hasta el final o, cuando menos, hasta la pausa que precede
a la cadencia final (en cuyo momento puede intentarse un cambio de ritmo
sin dar la impresión de que suceda algo fuera de lo común). Por ejemplo,
un tema de fuga puede iniciarse con notas prolongadas y acabar con otras
de menor valor (rara vez ocurre al contrario); son las notas más rápidas
las que asumen la estructura básica del conjunto. En las demás voces, las
notas que en el tema tienen mayor duración van acompañadas, invaria-
blemente, del ritmo más rápido. Cuando la obra se interpreta es normal
que dé la impresión de perpetuum mobile.
Ocasionalmente el perpetuum mobile se encuentra en la obras clásicas
y resulta interesante comparar las diferencias de su tratamiento. El interés
1
En el Alto Barroco la única excepción de verdad que yo conozco, con la que
se intenta una modalidad de transición rítmica opuesta al contraste, es el 'Confiteor'
de la Misa en Si menor. Sin embargo, en esta obra de carácter profundo, los medios
que se utilizan casi son anticlásicos, además se pretende un cambio gradual del tem-
po y no una fusión de las distintas métricas.
72 El estilo clásico
Ello origina dos fuerzas contradictorias que desafían la fuerza del movi-
miento «de dar». El sforzando sobre la tónica, en el bajo, refuerza la segunda
semicorchea, que es la más débil del compás, haciendo que el acento des-
truya la sensación de flujo constante. Para el compositor clásico el perpe-
tuum mobile es tan sólo un desafío añadido a su deseo de quebrar la estruc-
tura rítmica, con el que la tensión aumenta la fuerza dramática. No obs-
tante, y de forma típica, se trata de un artilugio utilizado en los finales,
en donde la mayor estabilidad rítmica del movimiento continuo puede ser-
vir como alternativa a una melodía rotundamente articulada. El perpetuum
mobile del último movimiento de la Apassionata, pasaje más estable que
el primer movimiento, tiene su parte dinámica de violencia rítmica que,
finalmente, se quiebra, justamente antes de la vuelta a la tónica, con un
acceso de pasión seguido de un momento de aniquilamiento total. De he-
cho, la violencia rítmica de dicho movimiento consigue que olvidemos por
completo su continuo fluir. Por el contrario, el perpetuum mobile Barroco
no es una forma dramática ni tampoco origina una tensión especial. Es un
procedimiento normal y hay tantos ejemplos que se hace innecesario citar-
los: puede servir cualquier pieza en la que los elementos temáticos se suce-
dan de modo uniforme (casi todas las Allemande, por ejemplo).
La dinámica barroca proporciona una perfecta analogía del ritmo Ba-
rroco, quizás porque la inflexión dinámica pertenece tanto al ritmo como
El es tilo clásico 73
2
El crescendo y el diminuendo como matices ornamentales y expresivos fueron
muy importantes, sin duda alguna, en el período Barroco, sobre todo en la música
vocal.
74 El estilo clásico
do se toca por vez primera; otra música (la mayor parte de Scarlatti y casi
todo Bach) precisa muy poca o ninguna. Scarlatti elaboró una variedad
temprana del estilo clásico más articulado, pero la aplicación indiscrimi-
nada del adorno puede dar lugar a que sus frases se superpongan. Y a en
época de Bach eran frecuentes las quejas en el sentido de que todo lo
especificaba y no dejaba lugar para que el ejecutante añadiera sus propios
adornos; las respuestas que ya se dieron entonces decían que precisamente
ello constituía uno de los grandes méritos de su música. A veces se ha
sostenido que las repeticiones de las Variaciones Goldberg deberían ador-
narse. Tal es, al menos, lo que se deduce al leer a los teóricos del XVIII (o
al leer sobre ellos), sin prestar atención a la música. Cierto que unas pocas
variaciones serían susceptibles de adorno, pero la mayoría como mucho
sólo soportan la adición de uno o dos mordientes, y tal vez esto sólo con-
seguiría que la ejecución fuera más abigarrada. El problema es que a partir
del siglo XVIII, la interpretación es un asunto público, y junto con el for-
malismo nació la necesidad de variedad de efectos y de dramatización. El
objeto del adorno (excepto en el caso de la ópera) no era el de atraer y
retener la atención de un auditorio numeroso: se adornaba por propia satis-
facción y para agradar al protector y a los amigos. El Clave bien temperado
y el Arte de la fuga, por ejemplo, estaban concebidos para interpretar, aun-
que sólo en privado, tantas fugas como uno quisiera en un instrumento
de teclado que fuera cómodo. Observando las suites y partitas, se des-
prende que la época de principios del siglo era capaz de soportar pasajes
en una misma tonalidad más extensos que en ninguna otra época posterior,
y también obras más amplias con un mismo ritmo e igual nivel dinámico 3 •
Cierto que la música de cámara del Alto Banoco se interpretaba con infle-
xiones dinámicas muy sutiles y exigía algo que es más difícil de revivir:
un rubato ajustado al estilo y un sistema decorativo que resaltara dichas
inflexiones y les diera expresión. Pero no existía un arte que dependiera
mayoritariamente de los grandes contrastes dinámicos o, en modo alguno,
de la transición entre los niveles dinámicos. El significado de los contrastes
dinámicos puede encontrarse sobre todo en los géneros para el gran pú-
blico: la ópera, el oratorio y el concierto. Esta distinción entre los géneros
adquirió mucha importancia a mediados de siglo y sólo al final se desdi-
bujó. Por ejemplo, la sinfonía exigía que las frases se superpusieran; es
decir, debía tener menos articulación y más movimiento direccional que
la sonata para un solo instrumento, sin embargo, en la época en que los
teóricos de finales del XVIII hacían esta indicación, Haydn y Mozart estaban
ya componiendo obras para un solo instrumento en un estilo más sinfónico.
La frase articulada exigía que los elementos que la componían estu-
vieran diferenciados y acentuados de modo que su forma y simetría fueran
3
A pesar de que estas suites se interpretaban hasta cierto punto como antologías,
una obra como la Chacona de Haendel, que se tocaba completa, impacienta un tanto
al oído moderno.
El estilo clásico 75
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4 Véase el nuevo ritmo de tresillos que se introduce al final del ejemplo del quin-
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Vale la pena analizar con detalle este punto, siquiera sea brevemente.
Empecemos con la excepción que confirma la regla. Hay un cuarteto de
Haydn, el op. 64, núm. 3, en Si bemol, en el que uno de los temas se-
cundarios no se presenta en la recapitulación. Se trata de un cuarteto ex-
traño que tiene un comienzo cómico y excéntrico. La primera melodía, en
la dominante Fa mayor, es también la primera melodía que suena de for-
ma regular en el cuarteto (compases 33-42). Una frase de cuatro com-
pases se interpreta primero en mayor y se repite inmediatamente en me-
nor; su misión evidente dentro de la exposición es la de afianzar la do-
minante. (No es el único tema que se emplea con tal fin: el inicial se
vuelve a interpretar en la nueva tonalidad; sin embargo, se introduce en-
tonces otro tema, también en Fa mayor.) Como digo, la frase de cuatro
compases que se repite no aparece en la recapitulación, pero sí lo hace,
cabalmente, en la sección de desarrollo y en la tónica. Esta vez la frase
se interpreta dos veces en menor, y así el tema se recapitula de forma sa-
tisfactoria, pues, de entrada, una de sus mitades está en menor; además,
la tónica en mayor se omite en la sección de desarrollo. Se concilian así
las distintas pautas que el estilo clásico exige en cuanto a equilibrio y re-
solución tonal.
El empleo de la tónica en menor después de llegar a la recapitulación
equivale invariablemente a restarle estabilidad, y ello explica la renuen-
cia de Haydn a utilizarla 6 • En otro cuarteto, el op. 50, núm. 6 en Re ma-
yor, se presentan en la dominante menor cuatro compases de la exposi-
ción (26-29), que tampoco se hallan en la recapitulación; sin embargo,
también aquí aparecen en la sección de desarrollo en la tónica en menor.
De esta forma, Haydn se las arregla para soslayar una situación difícil: la
tónica en menor sólo puede utilizarse al final de una recapitulación en ma-
yor cuando su efecto se contrarresta con éxito. Por ejemplo, en el pri-
mer movimiento de la Sonata W aldstein, Beethoven usa en la exposición
una frase que se interpreta dos veces en menor; en la recapitulación se
toca también dos veces, pero la segunda de ellas en mayor (comps. 235-
243).
El peligro de utilizar la tónica mayor en la sección de desarrollo es
evidente, ya que debilita el efecto dramático de su regreso. A menos que
ello se produzca de una forma breve, como de pasada, también es pre-
ciso compensarla, haciendo que la siga, por regla general, la tónica en me-
nor. La utilización más importante de este recurso dentro de una sección
de desarrollo es, claro está, la repetición falsa o falsa recapitulación. Pero
no se puede recurrir impunemente al efecto dramático de la incongruen-
cia cuando ésta se prolonga más de unos pocos compases; cuando ello
ocurre, Haydn hace de la principal repetición una parte importante de la
obra. En el Cuarteto op. 77, núm. 1 en Sol mayor, el grupo temático ini-
cial se repite en la exposición en la dominante con el tema en el cello; así
Son éstos los casos más raros, dentro de los cuartetos de Haydn, de
elementos temáticos que se exponen en la dominante y faltan en la reca-
pitulación, y en cada caso hemos podido ver que se ha ofrecido alguna
variante de recapitulación de la tónica. No se trata de una regla formal,
sino de una norma de la estética clásica, una expresión de la sensibilidad
de la época o de la de Haydn. La cantidad de elementos temáticos que se
exponen en la tónica y se omiten en la recapitulación puede ser tanta
o tan poca como el compositor guste. En un primer estadio de la sonata,
claro está, más o menos hacia 1750, la recapitulación empezaba normal-
mente en el segundo tema (¿utilizaría Chapín esta modalidad porque Var-
sovia, más provinciana que Viena o París, conservaba esta antigua ver-
sión?); por regla general, Haydn, Mozart y Beethoven abreviaron en la
recapitulación los elementos temáticos u omitieron parte de ellos intensi-
ficando los restantes.
Es de señalar que los cuartetos de Haydn que hemos mencionado en
las páginas precedentes son casi los únicos en los que las recapitulaciones 7
son sensiblemente más breves que las secciones de desarrollo. En la ma-
yoría de los demás (y son más de ochenta en total), las dos secciones tie-
nen una duración aproximadamente igual, o bien las recapitulaciones son
más largas, algunas incluso mucho más. En los ejemplos ofrecidos hemos
visto que la sección de desarrollo ha asumido, hasta en el aspecto tonal,
una parte del papel que cabe a la recapitulación. Es decir, no sólo trata-
mos aquí las raras excepciones de los elementos temáticos que quedan
sin resolver después de la vuelta a la tónica, sino los casos poco frecuentes
en que la sección de estabilidad final es algo más breve que los pasajes
de tensión dramática, denominados desarrollos, con los que se inician las
segundas partes de las sonatas. Esta sección de estabilidad final constituye
una parte esencial del estilo clásico, tan crucial como la tensión dramáti-
ca que la antecede; sus proporciones son igualmente esenciales: lo pide
la naturaleza articulada de la forma y lo exige el equilibrio y la simetría
capitales para la expresión.
La fuerza emotiva del estilo clásico se ve claramente envuelta por el
contraste entre tensión dramática y estabilidad. A este respecto, hacia me-
diados de siglo tuvo lugar un cambio fundamental. En la mayor parte de
la música barroca se crea y se mantiene, con ligeras fluctuaciones, un ni-
vel de tensión relativamente bajo que se resuelve al final de la obra: la
7
Aquí utilizo 'recapitulación' para significar todo lo que sigue a la reintroducción
final de la tónica, incluido lo que se suele llamar la coda, cuando la hay.
El estilo clásico 87
una repetición más literal, en gran medida suele darles una nueva inter-
pretación. Un rasgo común de sus obras es la adición de una sección de
desarrollo breve que sigue a la recapitulación del primer tema y que de
ninguna manera utiliza para reemplazar la modulación de la exposición ha-
cia la dominante. Haydn, que tiene tendencia a lo monotemático y cuyos
motivos son más breves, precisa de una nueva interpretación aún más ela-
borada: por lo general, toda la exposición está concebida como un mo-
vimiento dramático hacia la dominante, por lo que una repetición literal
en gran medida suele darles una nueva intepretación. Un rasgo común
de sus obras es la adición de una sección de desarrollo breve que sigue
a la recapitulación del primer tema y que de ninguna manera utiliza para
reemplazar la modulación de la exposición hacia la dominante. Haydn,
que tiene tendencia a lo monotemático y cuyos motivos son más breves, pre-
cisa de una nueva interpretación aún más elaborada: por lo general, toda
la exposición está concebida como un movimiento dramático hacia la do-
minante, por lo que una repetición literal en la tónica no tendría sentido
alguno. Es comprensible que Tovey, molesto con la utilización teórica de
'recapitulación', dijera que «la idea se viene definitivamente abajo» en las
últimas composiciones de Haydn, en las que «en vez de recapitulaciones
utilizaba codas muy desarrolladas». Ello es sólo la sustitución de un tér-
mino improcedente por otro, con la esperanza de corregir una incorrec-
ción: si la «coda» significa algo en la experiencia auditiva, no es posible
utilizar la palabra para todo -sea lo que sea- lo que Haydn ponga tras
la vuelta a la tónica. Si bien toda la música de Haydn responde a una
concepción excesivamente dramática para repetirla, sin variación alguna,
transportada a la tónica, él nunca desdeñó la función de la 'recapitula-
ción' como 'resolución'. Con esto no sólo quiero dar a entender el res-
tablecimiento terminante de la tónica y su reafirmación concluyente -una
'coda' puede conseguirlo, ciertamente, como ocurre en la Balada en Sol
menor, de Chopin-, sino una 'resolución' de los elementos temáticos, es
decir, tanto de los de la 'exposición' como de los del 'desarrollo'. Hay
un momento en la exposición en que la dominante aparece determinada
como un polo secundario, y todo lo que sucede tras este momento tiene
invariablemente su contrapartida en una 'recapitulación' de Haydn, quizás
vuelta a escribir, interpretada de nueva forma y ordenada de otra ma-
nera. Haydn comprendió que había más formas de simetría que la sim-
ple repetición. 'Recapitulación' puede ser un término pobre, pero aún nos
es necesario para definir la resolución de la exposición, de la que la re-
petición literal en la tónica sólo es una forma !imitadora.
La insistencia en la estabilidad al principio y, sobre todo, al final de
cada obra permitió al estilo clásico crear e integrar formas con una fuerza
dramática que el estilo Barroco precedente nunca intentó y que el Ro-
manticismo que le siguió prefirió dejar sin resolver, sin reconciliar sus ten-
siones musicales. Debido a esta razón, el compositor clásico no siempre
precisaba para su obra dramática temas de una energía melódica o armó-
El estilo clásico 89
' Concentrar la resolución sin resolverla plenamente es algo que sólo puede con-
seguirse al precio de debilitar los firmes fundamentos tonales del estilo. Esto tardó
muchos años en ocurrir (con Schumann y Liszt), y para ello la música tuvo que sufrir
muchos cambios, sobre todo sus grandes concepciones rítmicas.
9
En el resto de las artes (pintura y decoración arquitectónicas), el Rococó tiende
a la asimetría; no pretendo establecer ninguna comparación con ellas.
90 El estilo clásico
(cuestión ésta que es más pertinente relacionarla con los conciertos y las
óperas en los que todavía ejercía su influencia una larga tradición virtuo-
sista). Pero la propia música indica que en ninguna época de su historia
los musicos fueron menos remisos a escuchar un mismo tema dos veces
repetido de la misma manera. Beethoven, por ejemplo, insistía en la re-
petición de la exposición en la Sinfonía Heroica (que en las interpretacio-
nes actuales a veces se omite), a pesar de la longitud exagerada del movi-
miento. Cierto que ya daba sus últimas boqueadas la tradición barroca
de la ornamentación, si es que no estaba muerta del todo, con excepción
de la ópera; aun en este caso es difícil dilucidar si los compositores gus-
taban de los adornos que sin duda añadían los cantantes, o si se limitaban
a tolerarlos porque no les quedaba otro remedio. (En cuanto a las apoya-
turas de los recitativos no cabe duda alguna: los compositores contaban
con ellas, pero los recitativos son un caso especial y poco tienen en co-
mún con otras formas de finales del siglo XVIII.)
Las sinfonías de Haydn anteriores a 1790 tienen, por regla general,
recapitulaciones que siguen a las exposiciones y de manera mucho más
parecidas a las originales que las recapitulaciones de los cuartetos, si bien
buena parte de la sección tónica del «primer grupo» probablemente se su-
prime, añadiéndose después una buena porción de desarrollo. Las melodías
reaparecen, introduciendo menos cambios que en los cuartetos, pero ello
no es porque, en sus composiciones para el gran público, a Haydn le im-
portaran menos la variedad y el interés, lo cual sería sorprendente, sino
porque las sinfonías compuestas para auditorios más numerosos tienen tra-
zos más amplios, mientras que las exposiciones de los cuartetos implican
un grado de tensión armónica más complejo que no puede transferirse
sin más ni más a la tónica, al final del movimiento. Los temas de las sin-
fonías, menos fluidos que los de los cuartetos, ni necesitan ni resisten tan-
ta alteración; por ello, las estructuras de las recapitulaciones sinfónicas em-
piezan a diferir de las exposiciones de una forma que suele ser dramá-
tica y rara vez ornamental. Incluso estos cambios dramáticos se infieren,
por regla general, del desarrollo precedente. Ante la naturaleza de estos
cambios, Tovey llega a asegurar que, si viéramos una página desconocida
de Haydn, Mozart o Beethoven, podríamos decir si pertenece al princi-
pio, a la parte central o al final de un movimiento, algo que sería impen-
sable frente a una página de Bach o de Haendel.
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donde la cadencia tónica fuerte hace que lo que le sigue suene como un
movimiento que se aleja de la tónica. La segunda vez, en la recapitulación,
va precedida de
92 El estilo clásico
Ahora bien, los temas contrastantes son una parte inevitable, que no
invariable, del estilo clásico. Tal vez más significativos todavía sean los
temas que entrañan contraste interno, tanto rítmico como dinámico. Con
anterioridad a 1750, dicho contraste es casi siempre externo -entre voces,
entre frases distintas, entre los distintos coros orquestales-, y rara vez
interno, rara vez dentro de una línea melódica. Pero en las melodías clási-
cas, el contraste interno no sólo es frecuente, sino esencial para el estilo,
que se apoya mayormente en la inflexión dinámica.
La necesidad de conciliar el contraste dinámico es tan importante y tan
típica como el propio contraste. Dicha conciliación, o mediación, adopta
muchas variantes. Una de las vías más sencillas para resolver el contraste
entre alto y suave consiste en hacerlo seguir de una frase que vaya gra-
dualmente de uno a otro. En las frases iniciales del minué de la Sonata
K. 331, de Mozart:
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96 El estilo clásico
que relaciona las dos mitades; aun cuando ahora ambas se tocan piano, su
forma de presentarse tan cerca del comienzo sirve para trocar en unidad
el contraste.
En resumen, dicha síntesis constituye la forma clásica básica. No quie-
ro convertir a Haydn, Mozart y Beethoven en heguelianos, pero la ma-
nera más sencilla de sintetizar la forma clásica es la resolución simétrica
de las formas contrarias. Si esto parece tan amplio como para ser una de-
finición de la forma artística en general, ello es debido sobre todo a que
el estilo clásico es la norma por la que juzgamos el resto de la música,
de ahí su nombre. Es, desde luego, un estilo normativo tanto en sus as-
piraciones como en sus logros. Por otra parte, en el alto barroco hay sin
duda resolución, pero rara vez es simétrica y las fuerzas contrarias -rít-
micas, dinámicas o tonales- no se definen con tanta nitidez. En la mú-
sica de la generación de ·1830, la simetría aparece menos marcada, e in-
cluso se evita (con excepción de las formas puramente teóricas, como la
sonata romántica), y el rechazo de una resolución completa suele ser una
parte de su efecto poético. En el estilo clásico, sin embargo, este género
de cosas se adecua a la perfección a la gran forma clásica y también a la
frase, como ya hemos visto: en ningún otro estilo musical se reflejan con
tanta nitidez las partes y el todo.
11
En los pasajes que se limitan a doblar al piano omito las partes del violín y del
violonchelo.
El estilo clásico 97
98 El estilo clásico
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El estilo clásico 101
12
Casi por el mismo año en que Haydn compuso este trío, el más impenetrable,
aunque también uno de los más acertados teóricos de entonces, H. C. Koch, publicó
un método para desarrollar una frase de bourrée de ocho compases, y darle las dimen-
siones de una exposición de Sonata. (Ver L. Ratner: 'Teorías sobre la estructura del
período musical durante el siglo xvm', Musical Quarterly, octubre 1956.) Sus métodos
son más toscos que los de Haydn y mucho más arcaicos. No hay razón para suponer
que Koch conociera el trío de Haydn o que Haydn hubiera leído el libro de Koch.
102 El estilo clásico
Ccllo
El primer compás ofrece una cadencia sencilla que repiten los cinco com-
pases siguientes, pero dilatando el centro y transformándolo en una de
las ideas más apasionantes y profundas de Mozart. La intensidad se apoya
parcialmente en la presencia de la cadencia original: no sólo está implí-
cita una resolución, sino también una simetría que primero se retiene y
después se concede.
Este pasaje del movimiento lento del Quinteto en Sol menor demues-
tra que la armonía napolitana (una segunda menor sobre la tónica) debe
su patetismo a haber sido pensada como una apoyatura expresiva, de nuevo
en la categoría más poderosa de la estructura general. El Si q del celia,
en el compás 62, se presenta en lugar del esperado Si b y exige su reso-
lución (al igual que el Fa b del primer violín): la angustia y la intensidad
se derivan no sólo de retener la resolución de la segunda menor, sino de
elevar el celia de forma sorprendente pasando por Si j4:, Do j4:, y Re q hasta
Mi b, antes de dejar que se hunda en la cadencia. Las relaciones entre nota,
acorde, y modulación se conservan a niveles separados y articulados du-
rante todo el estilo clásico; sólo en el siglo xrx es cuando dichos niveles
se confunden alcanzando con W agner la posibilidad de que las frases sean
tonalmente disonantes no sólo dentro de las formas a gran escala, sino
también dentro del acorde.
Esta relación entre modulación, acorde y nota se presenta de la manera
más sencilla posible en la primera página de la Sonata Appassionata, de
Beethoven (una vez más las tonalidades están a la distancia de una segunda
menor, y a lo largo de toda la obra se utiliza del modo más sorprendente
la armonía napolitana):
El estilo clásico 103
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En Bach, las fracciones o pulsaciones son casi exactamente del mismo peso:
tal vez se ccnceda al movimiento 'de dar' una ligerísima importancia mayor
debido al modelo melódico, pero en Haydn, la secuencia se hace bien pa-
tente en todos los compases: fuerte, débil y moderadamente fuerte. Cierto
es que los ejemplos se han elegido a propósito para apoyar este argumento,
pero no son en modo alguno atípicos. En ningún minué de Bach se mar-
can las partes del compás con esa nitidez que es característica de Haydn,
mientras que en ningún minué de Haydn se reducen los movimientos del
compás a algo muy próximo a una pulsación indiferenciada.
La viveza y la energía del ritmo clásico dependen de su carácter dis-
tintivo -del posible aislamiento, de hecho-, de cada parte del compás.
La diferencia de peso que resulta de este individualismo adquiere forma
dramática en los compases, ingeniosos y dramáticos, del movimiento lento
del Cuarteto en Mi bemol, op. 33, núm. 2, de Haydn:
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El es tilo clásico 105
13
Ver la explicación de este tema en la pág. 135.
106 El estilo clásico
15
1 p
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1
17
14
La otra fantasía en Do menor, K. 396, de Mozart, es bastante distinta. No se
trata en absoluto de una fantasía, sino de un movimiento lento de sonata, inconcluso,
para piano con obligado de violín, si bien la idea del uso del obligado tal vez sólo
surgiera en el transcurso de la composición.
108 El estilo clásico
la obra que se ha diseñado como un todo, como una forma única, aunque
la primera no tenga por qué ser menos bella. El orden de los cánones en
las Variaciones Goldberg, de Bach, no es audible; es decir, la idea de dis-
ponerlos como cánones unísonos en la segunda, la tercera, la cuarta, y así
sucesivamente, es más matemática que musical; también este orden tiene
su propia belleza y produce gozo al escucharlo, pero no se trata de un gozo
específicamente musical. Mucho se ha escrito sobre el simbolismo musical
de Bach, quizás demasiado, pero no hay duda de que de un buen número
de detalles de su obra -el cambio sorprendentemente rítmico y armónico
del preludio-coral de O Lamm Gottes, por ejemplo- hay que conocer su
simbolismo y no se pueden comprender desde un enfoque estrictamente
musical. Esto no ocurre nunca con Mozart, a excepción de las óperas, y
aun en éstas predominan las consideraciones musicales. El lamento cro-
mático de Fígaro por su tobillo torcido es tanto la cadencia final en Do
de una sección, como la modulación a Fa de un nuevo comienzo: el croma-
tismo tiene una función musical totalmente independiente de las palabras.
Pero la diferencia entre legato y staccato en «Et in unum Deum» de la
Misa en Si menor, de Bach, sirve para ilustrar las diferentes identidades
del Padre y del Hijo: como tal suena encantadora, pero no tiene otra con-
secuencia musical dentro de la obra. Incluso la fuga barroca, la más libre
y orgánica de todas las formas de dicho período, tiene a veces una estruc-
tura que no está determinada de una manera totalmente audible; la forma
de una fuga ricercar, por ejemplo, no depende de cómo suene su tema
sino de su capacidad para crear stretti. Claro está que cada uno de los
stretti puede oírse, pero sólo está latente cuando el tema se interpreta por
vez primera; la posibilidad del stretto es un hecho, pero no es un hecho
audible. Se ha dicho que el tema inicial del movimiento lento del Cuarteto
en Fa menor, op. 95, de Beethoven, puede combinarse con el fugaso que
configura la sección central del movimiento, pero Beethoven no se apro-
vecha de ello. Seguramente, cualquier compositor barroco que escribiera
fugas hubiera sido incapaz de resistir la tentación.
La estructura de una composición clásica se relaciona con el modo de
sonar sus temas, no con lo que se haga con ellos. Este principio auditivo
se extiende incluso a los cánones cancrizantes, o versiones invertidas de
una melodía; al final de la Sinfonía Júpiter es posible que no se hagan
inmediatamente audibles de forma nítida, pero en una primera audición
suenan como evidentemente derivados del tema principal; y el tema de
la fuga del final de la Sonata Hammerklavier tiene una configuración tan
particular que uno está siempre alerta, cuando se llega al canon cancri-
zante para averiguar qué parte de la melodía se interpreta invertida: tal
vez, junto con el minué de la Sinfonía núm. 47, de Haydn 15 , sean los
únicos cánones cancrizantes en que esto sucede. A finales del siglo XVIII,
15
Citado en la pág. 175.
El estilo clásico 109
16
Así, pues, según la costumbre normal de Mozart, el movimiento final avanza
hasta una intensificación (con motivo del intento de rapto de Zerlina) mediante la
dominante Sol mayor, y una serie de modulaciones que se resuelven gracias al empleo
de la subdominante y de una sección tónica final; este modelo se halla armónicamente
muy próximo al de la forma sonata.
110 El estilo clásico
Igual sucede en el siguiente pasaje del final del Cuarteto op. 33, núm. 3,
de Haydn; el tempo es Presto:
Fue precisamente este tipo de pasajes la causa de que Haydn fuera ta-
chado de 'bufón' por sus contemporáneos.
La bufonería de Haydn, Mozart y Beethoven es sólo la exageración de
una cualidad esencial al estilo clásico, que en sus orígenes fue un estilo
fundamentalmente cómico. No quiero decir que fuera incapaz de expresar
los sentimientos más profundos y más emotivamente trágicos, pero el tem-
po del ritmo clásico era el de la ópera cómica, su fraseo el de la música de
El estilo clásico 111
(Celia omitido)
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17
No quisiera sugerir que los compositores de finales del siglo XVIII establecieran
una diferencia entre Re :jj: y Mi b. La broma subsistiría aun en el caso de que la nota
siguiera siendo Mi b y la tonalidad cambiara a Do bemol.
112 El estilo clásico
63
Obs. 1, 2 Fl. 1
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(pp)staccato
3
A excepción, claro está, de las necesarias apoyaturas vocales de los recitativos y
de unas cuantas cadencias como la del final de 'Abscheulicher, wo eilst du hin?'.
El estilo clásico 121
J j
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pues el perfil melódico dentro del contexto del estilo de Mozart, carece
de sentido si no tiene un pasaje-puente. En los recitativos de las óperas
hay que añadir apoyaturas porque una cadencia como la que sigue:
4
Véase el empleo meramente temático de una acciacatura en el cuarteto op. 33,
núm. 3, en Do mayor de Haydn, citado en las págs. 76-78.
111
Haydn desde 17 7 O hasta la muerte de Mozart
W er den Witz erfzmden haben mag? ] ede zur Besimzzmg ge-
brachte Eigen schaft-Handkzmgsweise zmser Geistes ist im
eigentlichsten Sinne eine neuentdeckte W elt.
NovALIS, Blutenstaub, 1791
La escena musical europea durante el tercer cuarto del siglo XVIII, con
sus tradiciones nacionales en conflicto, nos produce hoy una impresión de
abigarramiento. Lo cierto es que el estilo italiano ni siquiera de forma
rudimentaria podía denominarse nacional, aunque sí florecían unos cuantos
estilos locales, cada uno de ellos con sus propias reivindicaciones. La ma-
yor unidad de finales de siglo no es una ilusión ni un esquema histórico
que nosotros hayamos impuesto. A despecho de que algunos estilos nacio-
nales -la gran ópera francesa, por ejemplo- siguieron existiendo y evo-
lucionando en una dirección sobre la que el clasicismo vienés no tuvo
demasiada influencia, la supremacía de este estilo o, mejor dicho, de Haydn
y Mozart, no es una apreciación moderna sino un hecho histórico recono-
cido internacionalmente hacia 1790. En cuanto a Beethoven, a pesar de
las dificultades para que sus obras más extensas fueran aceptadas, hacia
1815, incluso la mayoría de los músicos que no eran adeptos suyos admi-
tían que era el más grande de los compositores vivos; buena parte de la
admiración que despertaba puede que fuera a regañadientes, pero su genio
era ya indiscutible (con excepción, claro está, de ese puñado de lunáticos
que constituye el lastre normal del gusto y la crítica de cualquier época).
Sería muy romántico pensar que Haydn, como Malherbe, vino a poner
orden y lógica en el caos y la irracionalidad 'manierista', pero para empezar,
Haydn estaba tan interesado como el que más en los efectos perturbadores
y chocantes de la música de la década de 1760 y hasta sus últimos días
conservó la afición por tales efectos, de modo que siempre fue un maestro
de la modulación sorprendente, el silencio dramático, la frase asimétrica,
y a ello añadió una aptitud para lo jocoso que ningún otro compositol! tuvo.
Cierto que las proporciones de sus obras se hicieron 'clásicas', y la visión
armónica más lógica, pero él nunca abandonó su 'manera' primera; de he-
cho, sus últimas obras son a veces más chocantes que las primeras, su
excentricidad no decayó nunca sino que se integró dentro de una concep-
ción de la forma más amplia y más coherente de la que ningún otro com-
positor de la década de 1760 imaginó.
129
130 El estilo clásico
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El final del primer compás, con su Sol jj:, indica que algo está mal y pronto
llega Si menor. La siguiente modulación a Fa sostenido menor encierra
también algunas sorpresas, siendo la más notable la vuelta brusca a Sol
mayor, recalcada por el forte y el acorde exageradamente pesado. Así, el
'falso' comienzo tiene una vez más sus consecuencias y tal vez incluso con-
siga que el movimiento lento, en Sol menor, sea más plausible, del mismo
modo que Haydn prepara el movimiento en Mi mayor de su Sonata en
Mi bemol mayor realzando en el primer movimiento la tonalidad remota
futura. En este caso, el rasgo más sutil de C. P. E. Bach consiste en que el
inicio, que aparentemente es en Re mayor, oculta en sus tres primeras
notas la triada en Si menor de la tónica verdadera. Según las normas de
Haydn, o incluso las de]. S. Bach, esta obra no es plenamente coherente,
pero es una lástima no aceptar las normas que se afirman por sí mismas.
Aun haciéndolo, la resistencia es casi inevitable, porque el estilo que se
infiere de dichas normas es algo pobre incluso en su aspecto más dramá-
tico, y de menores vuelos, aun cuando consiga un efecto brillante. La gran-
134 El estilo clásico
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En el cuarteto op. 20, núm. 2 en Do mayor de Haydn, la figura del celia que
acompaña a los compases 16 y 17 se hace melódica en el compás 19, pero sólo al
pasar al violín. Cierto es que hay muchos ejemplos anteriores de fisuras de acom-
pañamiento que se utilizan melódicamente, y son ingeniosas por regla general, pero
en tales casos no pretenden ser acompañamientos; aunque muchos acompañamientos
Barrocos se derivan de los temas, no tienen por otra parte la subordinación clásica.
Haydn desde 1770 hasta la muerte de Mozart 137
,
en donde el breve acompañamiento de dos notas adquiere ahora la fuerza
de una explosión. Este es un ejemplo de cómo Haydn sitúa el verdadero
clímax de la obra justamente después de empezar la recapitulación y no
justamente antes.
En el estilo del opus 3 3 se aprecian otros cambios de importancia
similar: casi se han eliminado por completo las figuras y las frases de tran-
sición. Antes, en el op. 20, para pasar de una frase a otra, Haydn había
tenido que escribir:
Allegro moderato
inicio del opus 33, núm. 1, que ya hemos citado. Parte de esta nueva fuer-
za procede de las relaciones temáticas, pero lo más importante y original
es el sentido de marcha que se deriva de la mayor concisión y regularidad
de la frase.
¿De dónde provenía esta nueva percepción de la marcha y qué había
estado haciendo Haydn durante una década a partir de su último con-
junto de cuartetos? Al denominar a sus conciertos op. 33 Gli Scherzi se
acierta en cuanto al origen de la nueva revitalización de Haydn. Entre
1772, año en que se publicaron los Cuartetos del Sol, op. 20, y 1781, la
mayoría de la producción de Haydn consistió en las óperas cómicas escritas
para la corte de Esterházy. Incluso numerosísimas obras sinfónicas eran
arreglos de sus óperas cómicas 3 . Los Cuartetos op. 33 se denominaron
Gli Scherzi porque reemplazan el minué tradicional por un scherzo, se
trata más que nada de un cambio de nombre, ya que en el pasado los
minués de Haydn solían tener un carácter bastante jocoso, pero la nueva
denominación no deja de ser significativa. El tipo de marcha de la ópera
cómica impregna todos estos cuartetos, que también están inspirados por
el espíritu de la misma, lo que no es nada nuevo en Haydn. Los Cuarte-
tos opus 20 tienen momentos tan divertidos que igualan a cualquier crea-
ción posterior de Haydn. Cierto es que, por regla general, los Cuartetos
Gli Scherzi están compuestos en un estilo cómico, pero yo creo que se
ha exagerado mucho sobre ello. En este caso falta el movimiento final
en forma de fuga, pero, de momento, Haydn no siente la necesidad de
reforzar la originalidad de su pensamiento con las complejidades de un
estilo ya pasado. Muchos de los movimientos son tan serios como cual-
quiera de los del anterior conjunto de cuartetos. (Tovey sólo encuentra
ingenio en la tónica falsa con que se inicia el op. 33, núm. 1, y piensa
que es un recurso que Brahms elevó hasta el patetismo en su Quinteto
para clarinete; a mí me parece, por el contrario, que si en Haydn el pro-
cedimiento es ingenioso, el propósito es terriblemente serio y el efecto
tan conmovedor como en Brahms, y más enérgico, aunque menos nos-
tálgico.) Sin embargo, los Cuartetos Gli Scherzi poseen la técnica rítmica
que procede de la experiencia de componer ópera cómica: una acción rá-
pida, para ser inteligible, exigía la regularidad del fraseo, y para ir al
paso de lo que sucedía en el escenario, la música precisaba de una conti-
nuidad bien trabada y articulada lógicamente. Lo que Haydn ha apren-
dido en estos diez años, lo que demuestran estos nuevos cuartetos es,
ante todo, claridad dramática. Previamente, la intensidad expresiva había
sido la causa de que el ritmo de Haydn se congestionara y que las frases
ricas, intrincadas, se vieran seguidas las más de las veces por una caden-
cia poco firme. Con los Cuartetos Gli Scherzi, Haydn creó estructura en
donde la intensidad y la significación de los elementos de la obra pudie-
3
A partir de 1776 el número de representaciones operísticas en la corte de Es-
terházy aumentó considerablemente.
Haydn desde 1770 hasta la muerte de Mozart 139
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Hay dos compases de una nota que el cello repite suavemente (moti-
vo a), es decir, una nota de pedal en la tónica. Se trata de una broma en-
cantadora: el opus 50, núm. 1, es el primero de los cuartetos compuestos
para el rey de Prusia, quien tocaba el violoncello. Así, pues, el conjunto
se inicia con el cello solo, que interpreta un motivo que a duras penas
podía poner a prueba el virtuosismo real: un solo de una nota. La figura
de seis notas que llamo ( b) se utiliza en secuencia en los compases 3-8,
deliciosamente transformados su ritmo y acento a la mitad del camino.
La secuencia, que asciende por terceras, se equilibra entonces mediante
un brioso descenso que empieza con (b) en el compás 9 y continúa con
una escala que se detiene para resaltar M b- Re, que constituyen la for-
Haydn desde 1770 hasta la muerte de Mozart 143
106
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4
De manera insistente parece configurar todos los clímax de la recapitulación (com-
pases 114-115, 121, 133-138, 145), tanto al principio como al final de esta sección.
La sección de desarrollo, desde los compases 87 a 102, es un movimiento de grandes
proporciones que va de Mi b a Re.
Haydn desde 1770 hasta la muerte de Mozart 145
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Haydn desde 1770 hasta la muerte de Mozart 147
148 El estilo clásico
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Mientras tanto, el ritmo del compás inicial J. Jm, que podemos lla-
mar (a), aparece por doquier, en distintas versiones. En el compás 16, la
cadencia tónica cierra el primer período.
Este Mi disonante es, por supuesto, la dominante de la dominante;
su naturaleza implica, casi por definición, la primera modulación tradicio-
nal. Por consiguiente, en el compás 18, Mi se establece como el clímax
de un stretto utilizando (a); seguidamente, en el compás 23, tras algunas
formas decoradas de (a), se establece como el bajo. Es interesante señalar
los transportes de la octava y comprobar todas las veces en qué se des-
taca Mi. La nota tiene ahora tal fuerza que ya no exige resolución, sino
que es a ella misma a la que cabe utilizar para la resolución. Con el fin
de subrayar esta fuerza, se presenta un Fa q con un sforzando repetido
cuatro veces bajo (a) en los compases 26-29; Fa q, que también sirve para
preparar la espléndida cadencia sorprendente sobre un acorde en Fa ma-
yor, subito piano, en el compás 38. Este Fa se prolonga ahora durante seis
compases (comp. 39-44) con toda la fuerza orquestal que el cuarteto de
cuerda de Haydn es capaz de tener, utilizando la frase inicial (a): los com-
pases 38 al 47 son básicamente una expresión interna, una retención de
la cadencia en el compás 3 7. Finalmente, en el compás 48 se introduce
un nuevo tema, rotundo y decisivo, que redondea la forma. Para apreciar
toda la maestría de esta exposición, debemos interpretarla con la repeti-
ción. Cuando vuelve la frase inicial, tiene un sentido totalmente distinto:
ahora es una modulación de la dominante a la tónica.
La diferencia entre las exposiciones de estos dos cuartetos no implica
cierta libertad o variedad en el sentido que suele entenderse, sino que pro-
cede de una nueva concepción de las exigencias de los elementos musica-
les, de la idea central. En el Cuarteto en Si bemol, ya citado, a partir de
la nota de pedal tónica inicial, se deriva una sección tónica extensa y to-
talmente aparte, mientras que el curso ininterrumpido de la exposición
del '_.uarteto en Re mayor es la respuesta a la tensión ·del comienzo que
inmediatamente empuja la música dominante de la dominante. Preciso es
señalar que, debido a este impulso, no hay cadencia en la dominante hasta
casi el final de la exposición: una vez más no se trata de una evasiva ca-
prichosa de la práctica normal, sino de la sensibilidad que tiene Haydn
de las fuerzas musicales, razón por la cual la sección en Fa mayor (com-
pases 38-45) es tan asombrosa como lógica. (Claro que no está realmente
en Fa mayor; sus diez compases actúan sobre Mi como una apoyatura
cargada de mayores facultades.) En ambas obras, como en casi todo lo que
Haydn compone desde 1780, las ideas musicales más excéntricas (y las dos
obras son sorprendentes) están despojadas de todo manierismo gracias a la
comprensión y el despliegue de toda su importancia musical. No hay aquí
florituras o pasajes espectaculares como los que se encuentran en las gran-
des obras de la década de 1760.
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sólo que aquí el énfasis más brutal en los compases 147 y 149 no es la
advertencia de un cambio de significación, sino el punto culminante de
un acopio de fuerza, ya que esta frase, en sus diversas formas, ha sido el
agente de buena parte del movimiento armónico 5 . Ahora bien, lo más
importante es que se trata de un medio para resolver el cambio sorpren·
dente de la armonía en el compás 133, acorde de séptima de dominante
en La b que ha quedado suspenso durante tanto tiempo que su resolu-
ción exige esta laboriosa intensidad. Todo el pasaje, desde los compases
133 al 147, es una expansión de este acorde, uno de los más notables de
Haydn y ejemplo de la conmoción física que puede originar este tipo de
expansión. La intensidad dramática es, curiosamente, oportuna, ya que en
este momento Haydn crea un clímax que rivaliza en energía con el final
de la sección de desarrollo. Rara vez Haydn o Mozart utilizan un clímax
secundario de tanta importancia en la recapitulación. Sin embargo, a par-
tir de la Sonata W aldstein esta técnica formará casi parte de la natura-
leza de Beethoven.
Lo que he denominado fuerzas direccionales secundarias -la secuen-
cia y la reinterpretación mediante la transposición- adquieren importan-
cia sólo cuando los elementos de la obra no aportan una disonancia sufi-
5
Cuando se ha presentado antes casi siempre se ha utilizado forma dramática,
sobre todo a lo largo de la sección de desarrollo; la expansión de este pasaje se ve
preparada por lo que le antecede. Se trata del clímax del movimiento.
156 El estilo clásico
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pero ningún detalle de estos dos primeros compases nos prepara para el
espectacular crescendo de secuencias que conforma su desarrollo:
43
Haydn desde 1770 hasta la muerte de Mozart 157
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Allegro spirltuoso
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158 El estilo clásico
Después de los Cuartetos op. 33, de 1781, Haydn tardó casi cinco
años en volver a dicha forma, con la excepción del Cuarteto op. 42, único,
magistral y sencillo hasta rozar la austeridad. Desde 1786 hasta su pri-
mer viaje a Inglaterra, en 1791, compuso no menos de dieciocho cuarte-
tos; todos· ellos siguen de cerca los seis que Mozart le dedicó, y muchos
estudiosos acusan su influencia en las obras de esta época. Creer que esta
influencia existió es perfectamente plausible, pero tratar de aislarla en-
traña algunos riesgos: en un momento dado se fechó la bella Sonata para
piano en La bemol, H. 46, unos veinte años más tarde de su aparición
real, debido a una supuesta influencia de Mozart en su movimiento lento.
Tal vez sea más práctico admitir que hacia 1785 Mozart y Haydn tra-
bajan siguiendo trayectorias paralelas que a veces eran convergentes. En
general, suelen atribuirse al ascendiente de Mozart sobre todo los 'segun-
dos temas', tiernos y graciosos, pero lo cierto es que se encuentran abun-
dantes ejemplos en las primeras obras de Haydn, y el ligero aumento en
su frecuencia de aparición a partir de 1782 bien pudiera atribuirse a una
creciente complejidad en la técnica del compositor, que le permitía abarcar
atmósferas distintas dentro de un mismo movimiento sin sacrificar para
nada el nervio vigoroso de su estilo. Con todo, es cierto que los registros
armónicos de Mozart y su facilidad para el fraseo influyeron definitiva-
mente en Haydn.
Los seis Cuartetos op. 50, que en 1786 compuso para el Rey de Pru-
sia, son de mayores proporciones que los del Opus 33. Los pasajes de
solo de cello situados oportunamente como homenaje al ejecutante real,
virtuoso de este instrumento, exigen el uso de solos complementarios de
los demás instrumentos; el prolongado solo del segundo violín al princi-
pio del movimiento lento de la Op. 50, núm. 2, es tal vez el más des-
tacable. El Cuarteto en Fa sostenido menor, op. 50, núm. 4, contiene el
movimiento final en forma fusada más excepcional de Haydn, en el que el
elemento de exhibición académica presente en casi todas las fugas clásicas,
se confunde finalmente con el patetismo. Además, en esta obra se muestra
el desarrollo enorme que ha sufrido el sentido haydiano de la unidad glo-
bal del cuarteto; el minué, en Fa sostenido mayor, parece ser únicamente
un intermedio en mayor; su tonalidad es inestable y una y otra vez re-
gresa a la menor del primer movimiento. El tercer cuarteto de la serie,
en Mi bemol mayor, empieza con una versión más sutil y lógicamente más
refinada de la famosa broma del último movimiento de la op. 33, núm. 2,
el cual finge acabar antes del final; en el op. 50, núm. 3, la recapitula-
ción empieza en el medio del tema inicial y se prolonga durante largo
trecho hasta la cadencia en la tónica, que carece, por cierto, de ese grado
de firmeza que la hubiera hecho absolutamente concluyente. A continua-
ción, y tras un silencio de dos compases, aparece por fin el comienzo del
tema inicial, que da pie a una coda breve y brillante. En todos estos cuar-
Haydn desde 1770 hasta la muerte de Mozart 161
siempre una nota disonante. (La sección central, dramática, del movimiento
lento del op. 54, núm. 3, muestra asimismo una breve utilización del mismo
rubato en un pasaje extrañamente violento; dicho movimiento tiene esa
fuerza rítmica nerviosa tan característica de Haydn, aunque en este caso
es insólita y hasta sorprendentemente efectiva). Todavía más curiosa re-
sulta la presencia en el op. 54, núm. 2, de un segundo movimiento lento,
movimiento final que es un Adagio prolongado, con una sección central
Presto que es en realidad una variación oculta, y constituye un raro ejemplo
de una forma enigmática para esta época. Cuando se ejecuta resulta sín-
gularmente grata al oído, pero la mente sólo puede captar su relación con
mucha dificultad. Las armonías en el trío del minué que le precede suenan
igualmente enigmáticas e igualmente directas, puesto que proceden de los
extraños efectos armónicos que se originan en el rubato del solo de violín
del primer movimiento lento.
El segundo movimiento del op. 55, núm. 1, es monotemático y tiene
la 'forma sonata del movimiento lento' (es decir, no cuenta con una sec-
ción central de desarrollo), pero el habitual desarrollo secundario que sigue
a la recapitulación es tan impresionante que Tovey sostiene que la obra
es un singular ejemplo de la forma rondó aplicada con tempo lento. El
último movimiento es casi un esbozo del gran movimiento final de la Sin-
fonía del Reloj: comienza según el estilo del rondó, definitivamente ani-
mado, pero con la primera vuelta al tema principal se convierte en una
fuga triple y dilatada. Al final, el tema regresa gratamente con toda su
sencillez original, mientras que la triple fuga ha hecho las veces de la
sección de desarrollo. El opus 55, núm. 2, en Fa menor empieza con su
movimiento lento, especie de variación doble de gran hondura; el Allegro
tormentoso en la forma sonata del primer movimiento ocupa el segundo
lugar en importancia.
Haydn nunca superó la madurez y variedad de los seis cuartetos op. 64,
escritos un año después. El Cuarteto en Si menor, núm. 2, se retrotrae
al op. 33, núm. 1 no sólo por su inicio ambiguo en Re mayor, sino tam-
bién por la configuración del material temático de su primer movimiento.
El exquisito Adagio usa a una figura en escala de cuatro notas, lenta,
transportándola a la dominante, invirtiéndola y adornándola: a pesar de
su presencia en todo momento en la melodía, la figura no se utiliza como
una serie, sino como un can tus firmus revestido con una decoración flo-
rida y expresiva. El op. 64, núm. 3, en Si bemol mayor, es una de las
grandes obras maestras de carácter cómico: el oyente capaz de escuchar
el último movimiento sin reírse a carcajadas no sabe nada de Haydn. Tanto
el op. 64, núm. 4, en Sol mayor, como el núm. 5, en Re (La alondra),
contienen una recapitulación doble del tema principal, pero por razones
totalmente distintas: en La alondra porque su melodía principal es un
solo agudo de violín en la cuerda de Mi que no se permite ningún desarro-
llo, sino únicamente la interpretación en toda su plenitud: en el desarrollo
aparece intacto en la subdominante, y a continuación se pierde hasta llegar
Haydn desde 1770 hasta la muerte de Mozart 163
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164 El estilo clásico
1
Collected correspondence & London Notebooks of Joseph Haydn, ed. H. C. Ro-
bins Landon, Londres, 1959, pág. 9.
165
166 El estilo clásico
blados 2 • Aun sabiendo que en aquella época todos los instrumentos sona-
ban más apagados que los de hoy, se trata de un volumen doble de fuerte
del que ningún director de orquesta actual se atreve a utilizar para inter-
pretar una sinfonía de Mozart. Cierto que no siempre éste conseguía una
orquesta de tal envergadura, pero no hay razón alguna para continuar per-
petuando hoy las condiciones -en cuanto a la composición de las orques-
tas- del siglo xvrn, que sólo prevalecían cuando no había suficiente di-
nero para hacer las cosas ·debidamente.
Lo más interesante era la importancia excepcional que, hacia finales
de siglo, se concedía a los instrumentos bajos. Es evidente que al desplazar
al estilo del contrapunto barroco y al desaparecer el bajo cifrado, el lograr
un sonido impresionante del bajo adquirió tanta importancia como la cla-
ridad de la línea melódica. De la carta antes citada, también se deduce que
dicha evolución transcurrió demasiado deprisa para el gusto del Haydn de
la década de 17 60, y hubieron de pasar otros diez años para que su con-
cepción de la música asumiera la nueva sonoridad. Pero las actuales inter-
pretaciones de las últimas sinfonías de Haydn y Mozart adolecen de un
sonido: insuficiente de la línea baja así como de suponer además que
aquellas reducidas orquestas que eran corrientes a finales del XVIII, repre-
sentaban el ideal sonoro para Haydn y Mozart, cuando la realidad era que
se veían obligados a aceptarlas a falta de otra cosa mejor. A partir de 1780,
al componer sus sinfonías los autores pensaban en grandes conjuntos, den-
samente sonoros; los grupos reducidos eran sólo un recurso provisional,
de igual manera que aquellas interpretaciones de los conciertos para piano,
de Mozart, en que un quinteto de cuerda sustituía la orquesta.
La distinción entre música pública y música privada suponía, asimismo,
una diferenciación en el estilo de la interpretación. Hasta que, en vida de
Beethoven, se inventó la figura del director virtuosista de orquesta, éste
no existía como tal, y cuando Beethoven explicaba a los profesores de la
orquesta cómo tenían que tocar determinados pasajes y les pedía que con-
siguieran variaciones en el tempo, ligeras y expresivas, ello constituyó una
innovación orquestal que en su tiempo se consideró como excentricidad.
Cierto es que los pasajes solistas de la música de finales del XVIII, permitían
interpretar las obras con una buena dosis de libertad y flexibilidad, pero
si comparamos una de las sinfonías de Haydn con una sonata, veremos que
la sinfonía evita todos los efectos que exigen los matices individualizados
y los refinamientos del rubato, aun los más leves, matices que son abun-
dantes a lo largo de toda una sonata. La música sinfónica se organiza
siempre de forma más tosca y también más trabada: la relativa soltura de
las sonatas para un instrumento, de la década de 1770, con sus cadencias
nítidamente marcadas -a las que el ejecutante puede otorgar toda su per-
sonalidad-, con sus detalles perfectamente elaborados y concebidos para
ser interpretados de forma expresiva, dio paso en las sinfonías a la super-
posición de las frases, lo que impone una continuidad, y a unos matices
2
Mozart, Letters, ed. Emily Anderson, Londres, 1966. Vol. 2, pág. 724.
Haydn desde 1770 hasta la muerte de Mozart 167
más amplios inferidos de una sonoridad más densa. Tocar una sinfonía de
Haydn o de Mozart como si de una sonata se tratara, interpretada y mol-
deada por el director según su gusto, es traicionar su naturaleza, ocultarla
en vez de revelarla. No se trata ya de ·dejar que la música se exprese por
sí misma -principio imposible y doblemente equivocado en lo referente
a toda obra compuesta pensando en un solo intérprete-, sino más bien
que debería interpretarse sin distorsionar su carácter. La libertad del direc-
tor virtuosista no añade a Mozart ningún rasgo de elegancia, antes bien
ensombrece los que ya tiene. Por encima de todo y para que llegue a
nosotros con toda claridad, la organización rítmica, compleja pero firme,
de una sinfonía de Mozart, exige un tempo uniforme.
Por otra parte, la música del siglo XIX precisa de los servicios del direc-
tor de orquesta virtuosista, y sin él son impensables autores como Brahms,
Tchaikovsky y Strauss. Con Beethoven, no obstante, hay que ser más cau-
tos. Incluso sus últimas obras orquestales, como la Novena Sinfonía, pre-
suponen sin lugar a dudas una ejecución que tenga pocas exquisiteces per-
sonales sonoras, de acento y tempo usadas con las sonatas y cuartetos: la
música se presenta sola, sin embellecimiento de ningún tipo, embelleci-
mientos que en las obras más intimistas no son otra cosa que necesidades
del estilo. En este caso, lo esencial es cierta variación del tempo, además
de determinados matices: el propio Beethoven, al indicar a su editor la
medida de metrónomo para una canción suya, decía que la indicación era
sólo válida para los primeros compases porque al sentimiento no se le podía
imponer ninguna restricción de ese tipo. Sobre todo en la última época
de Beethoven, espressivo quiere en realidad decir ritenuto, como puede
verse en las indicaciones de las Sonatas, op. 109 (un poco espressivo se-
guido de a tempo) y 111 (donde todos los espressivo van acompañados de
un ritenente ). Los cambios de tempo siempre deben entenderse como si
formasen parte de una concepción general reguladora del ritmo. No quisiera
impugnar el testimonio de Schinder, amigo de Beethoven -quien escribió
muchos años después de la muerte de éste, influido por una estética muy
posterior, y al que se ha atacado con rigor por sus interpretaciones carga-
das de romanticismo-, al asegurar de forma terminante que cuando Beetho-
ven decía que el carácter del Largo de la Sonata en Re mayor,. op. 10,
núm. 3, debía cambiarse diez veces, el propio compositor añadía: «Pero
de suerte que sólo sea apreciable por el oído más sensible.» De esto se
deduce que Beethoven quería que, independientemente de las variaciones
de carácter motivadas por la expresión, el movimiento sonara como si
estuviera en un solo tempo, con lo cual reafirmaba su permanencia dentro
de los límites de la tradición de Mozart y Haydn. Ahora bien, la música
para instrumentos solistas del período justamente anterior a Mozart, es
decir de 1750 a 1770, no exige en modo alguno esta clase de unidad
rítmica, la cual también es inapropiada para buena parte de la obra de
Gluck y de Philipp Emanuel Bach, aunque cabría añadir que en la de
este último compositor es imposible transferir a las piezas orquestales la
libertad rapsódica de la música para instrumentos solistas.
168 El estilo clásico
Ello representa, una vez más, las peores tradiciones del siglo XVIII, y
sería ridículo tomarlo como guía o norma para el presente, pero explica
la existencia de un estilo sinfónico especial en el que incluso la máxima
complejidad de la idea musical se concebía para ser interpretada de ma-
nera precisa, lo cual sólo podía desfigurarse al imponerle las normas poste-
riores del virtuosismo orquestal. Una interpretación precisa ya no es más
asunto sencillo, además cualquier músico, pertenezca o no a una orquesta,
al interpretar la música del período clásico, tiene hábitos de ejecución
inoportunos y derivados de estilos posteriores.
La evolución de Haydn como compositor sinfónico plantea uno de los
mayores pseudoproblemas de la historia: la cuestión del progreso de las
artes. Los logros que consiguió de 1768 a 1772 fueron muy importantes
para un estilo que Haydn abandonó casi de improviso. En dichos años y
en las diversas tonalidades menores, Haydn compuso una serie de sinfo-
nías impresionantes, dramáticas, muy personales y manieristas. En orden
cronológico las más importantes son: la Sinfonía en Sol menor, núm. 39,
la núm. 49, Passione; la núm. 44, Trauer Symphonie; la Sinfonía en Do
menor, núm. 52, y la núm. 45, Despedida. A estas sinfonías y con la excep-
ción de algunas escritas en modo mayor, debe añadirse otra obra todavía
más importante y compuesta por los mismos años: la gran Sonata para
piano en Do menor, de 1770, H. 20 4 • Todos los Cuartetos op. 17 y 20,
de 1771 y 1772, están en modo mayor o menor y alcanzaron una altura que
ningún otro compositor de aquella época pudo igualar ni aun siquiera apro-
ximarse; como prueba de la calidad lograda también hay que añadir el
bello movimiento lento de la Sonata para piano en La bemol, H. 46. Nin-
guna de estas composiciones nos aclara debidamente la dirección que Haydn
iba a tomar, y cabe pensar que la historia de la música habría sido muy
3
Haydn, Correspondence, pág. 89.
4
La Sonata en Sol menor, H. 44, también podría pertenecer a este grupo, pero
creo que así como antes se la fechaba muy tarde, ahora se le atribuye una fecha dema-
siado temprana. Por su coordinación armónica, su acento y su cadencia regular cabría
situarla después de 1770 y quizá hasta de 1774. El hecho de publicarla junto con las
obras de finales de la década de 1760 no supone una razón suficientemente convin-
cente para fecharla junto a éstas, máxime si se recuerda que una de las sonatas de
dicho grupo no pertenece de ningún modo a Haydn como aseguraba el editor. Es muy
fácil que un grupo tan híbrido como éste sea también heterogéneo en otros aspectos.
Haydn desde 1770 hasta la muerte de Mozart 169
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El principio de la Sonata para piano en La bemol, H. 46, ofrece las
mismas cadencias tónicas y fláccidas que no transcienden más allá de ellas
mismas:
174 El estilo clásico
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y la misma animación improvisada que sólo convence cuando uno no pone
un precio demasiado alto a sus propias convicciones.
Celia, Bajo
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la inversión final de estas dos voces muestran tal destreza con la técnica de
contrapunto doble que rivaliza con el al rovescio del minué. Como ocurre
con todos los compositores, excepto con Schubert, la auténtica educación
de Haydn tuvo lugar en público; no obstante, el empleo de la técnica con-
trapuntística no era un experimento sino el refuerzo necesario de un estilo
demasiado endeble para equipararse de momento a los ideales de Haydn.
Incluso en el movimiento lento, tales recursos siguen siendo algo extraño
a las tensiones internas de la música y a su sentido esencial del conflicto
armónico. El comienzo de la recapitulación del primer movimiento consti-
176 El estilo clásico
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y, de hecho, casi toda la obra, no sólo se derivan del material más mínimo
posible: dos notas y un acompañamiento trivial con sordini, sino que ade-
más lo muestran sin rubor de una forma que es insólita en Haydn. El so-
nido del acompañamiento, llamativamente ingenuo, a pesar de la poesía
que de él se deriva, parece inferir cierta motivación externa, como si se
tratara de música compuesta para er teatro. En las páginas 131 y 132 ya he-
mos citado el último movimiento debido a su comienzo ambiguo y a la
lógica uniformemente eficaz de la técnica cada vez más conseguida de
Haydn.
Su experiencia operística, como director de orquesta y como compo-
sitor, le enseñó mucho sobre la relación existente entre la forma musical
y la acción teatral. El eterno problema de la ópera no consiste en expresar
o reforzar la acción y el sentimiento, lo cual nos remitiría a la música de
fondo escrita para recitales poéticos o películas, sino en encontrar un equi-
valente musical de la acción que tenga entidad propia como música. Se
trata de un problema insoluble: de todos los compositores, Mozart y Wag-
ner fueron los que más cerca estuvieron de resolverlo, no obstante, ninguna
de sus óperas se mantienen como obras absolutamente musicales sin el
apoyo de la letra o la acción. Además, se sabe que el problema es insolu-
ble: cuando la música logra ser decididamente inteligible sin ayuda del dra-
ma, se separa de éste, vive con carácter independiente como ocurre con
la obertura LeoniJra, núm. 3, y deja de existir como ópera. Casi por prin-
cipio se puede decir que alcanzar el ideal supone la muerte del género,
pero aquél sigue siendo la meta, el punto del infinito hacia el que tiende
toda obra: un estado en el que cada palabra, cada sentimiento, cada gesto
que en el escenario se produce, encuentre en la música su paralelo y su
justificación, para lo cual se precisa de un estilo en el que puedan inte-
grarse las rupturas violentas de la textura -armónica, rítmica o mera-
mente sonora-, dándoles una coherencia puramente musical.
Haydn dio con este estilo más o menos al mismo tiempo que Mozart,
y si bien nunca alcanzó su sentido general del movimiento, o su dominio
de las parcelas armónicas en su aspecto global, supo aplicar magnífica-
mente esta nueva coherencia al campo musical de carácter puramente ins-
trumental. La relación entre música y acción que se da en la ópera, encuen-
tra su paralelo análogo en la música absoluta. En un estilo tan articulado
como era el de finales del siglo XVIII, donde la música constituía una serie
de episodios bien definidos y no sólo un flujo musical acumulativo, la
fuerza emocional o la intensidad dramática no podían seguir dependiendo
de la continuidad propia del alto barroco y tuvieron que terminar -como
así sucedió en muchas piezas-, haciendo pedazos el marco de la obra y
diluyendo su fuerza. Haydn aprendió de la ópera un estilo que podía con-
centrar esa fuerza, cosa que _él no había conseguido en la década de 1760,
y con ello logró la síntesis del melodioso Gemütlichkeit rococó de Austria
y del manierismo expresivo del norte de Alemania, géneros ambos que ya
dominaba, pero que pocas veces había sabido combinar.
178 El estilo clásico
6
Es posible que Da Ponte comprendiera las necesidades dramáticas del estilo de
Mozart sin tener que consultarle. Sin embargo, antes de asociarse con Da Ponte,
Mozart ya había conminado a varios libretistas a que le escribieran los conjuntos car-
gados de dramatismo que tanto le gustaban.
Haydn desde 1770 hasta la muerte de Mozart 179
Es significativo que los dos pasajes, tan diferentes por otra parte, con-
tengan los mismos elementos armónicos, y que sus formas hagan resaltar
idénticas disonancias. En su diseño general tienen también la misma fun-
ción armónica, aunque el último pasaje, de carácter canónico, contiene
además, el efecto más típicamente cadencia! del stretto de una fuga, y su
referencia más explícita al tema inicial redondea la forma de la manera
más sorprendente. Asimismo, a Mozart debió haberle parecido extraordi-
nariamente interesante el movimiento lento, ya que el suave tema a la
manera de himno, tipo melódico que al parecer fue Haydn el primero en
componer, constituyó el modelo de gran parte de la música que Mozart
escribiría más tarde para La Flauta Mágica.
El juego ingenioso de Haydn con los elementos formales aparece regu-
lado dentro de la estructura de la obra global, sus efectos son de mayor
alcance, a la vez que sorprenden de modo inmediato. Asimismo, su or-
questación recurre al color para realzar y subrayar la forma, y también
para seducirnos. Los instrumentos solistas ya no dan la sensación de ser
un concertino independiente (a excepción, claro está, de la Sinfonía Con-
certante del período londinense), sino que se integran dentro de una con-
cepción genuinamente orquestal: forman parte de un sistema sonoro más
amplio y rara vez contrastan o se oponen a él. En consecuencia, actúan me-
nos en solitario y cuentan con muchas oportunidades de doblamientos en-
tre sí, como ocurre al principio del bello movimiento lento de la Sinfonía
núm. 88, en donde el solo de óboe y violoncello interpretan la melodía
a la distancia de una octava. En las primeras sinfonías solía ocurrir que
los pasajes solistas se destacaban como los elementos más excepcionales y
Haydn desde 1770 hasta la muerte de Mozart 181
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182 El estilo clásico
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¿dónde se sitúa el punto exacto del retorno? En algún lugar, entre los
compases 105 y 110, aunque se presenta ante nosotros sin hacer el menor
ruido, como de puntillas. El eje en torno al cual gira esta ambigüedad,
honda y refinada, es el misterioso Fa natural al inicio del movimiento que
arriba transcribimos (en el compás 3 ), e inspira las dos notas prolongadas,
dulcemente conmovedoras, del retorno (Si b en el compás 96, Mi b en el
compás 103 ). Los medios de que se vale la sección de desarrollo son las
tres retenciones del comienzo (compases 4-6), convertidas ahora en una se-
cuencia mucho más prolongada de retenciones (compases 104-109), tanto
Haydn desde 1770 hasta la muerte de Mozart 183
más expresiva cuanto que todos los instrumentos de viento van entrando
suavemente uno a uno. El rápido movimiento de corcheas se aquieta, la
tónica no aparece, pero hace sentir gradualmente su presencia, como una
luz distante cuyo brillo precede a su resplandor. A pesar de los contornos
desdibujados, la llegada de esta recapitulación es un auténtico 'episodio'
clásico. El repentino aquietamiento del ritmo con la sola pulsación de las
violas y los celias (en el compás 94) es señal de que algo está a punto de
ocurrir; la desaparición de dicha animación (en el compás 104) con las
entradas sosegadas de los instrumentos de viento en un movimiento de
serena armonía, nos dice que la recapitulación ocurre en ese preciso mo-
mento. La ausencia de articulación no es una referencia coqueta a las vías
tradicionales de empezar la recapitulación, una retención de lo habitual y
de lo esperado por el gusto de buscar el efecto: el hecho de rechazar la
articulación mediante una transición extraordinaria y movida, es en sí
misma una forma de articulación y una manera de dar libertad decidida
al momento de la resolución.
Durante la década de 1780, Haydn compuso más de veinte sinfonías,
entre las que se encuentran las dos grandes series de seis y tres sinfonías
para el Conde d'Ogny (82-87 y 90-92). El éxito de Haydn en París fue
sólo una parte de su triunfo por toda Europa que le proclamó el compo-
sitor vivo más ilustre, antes incluso de su primera gira por Inglaterra. En
dichas series, no hay un solo compás, ni siquiera los más serios, que no
contenga un toque de ingenio, ingenio que se ha desarrollado de forma
tan pujante y eficaz que se ha convertido en una especie de pasión, fuerza
a la vez omnívora y creadora. El ingenio auténticamente civilizado, la re-
pentina fusión de ideas heterogéneas, con un aire que es al mismo tiempo
paradógicamente ingenioso y amablemente astuto, caracteriza todas las com-
posiciones de Haydn a partir de 1780.
La más lograda de estas sinfonías, dedicada a la ciudad de París, es
la última, núm. 92, en Sol mayor, denominada Oxford porque allí la inter-
pretó Haydn con ocasión de recibir una investidura académica al no tener
ninguna otra nueva. El trío del minué es una gran farsa: ningún oyente
que no lo sepa de antemano es capaz de adivinar dónde se sitúa el primer
golpe de compás a su comienzo:
Trio 51
Tps. con Fgs. S.a más baja
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+Bajo 8.a
184 El es tilo clásico
y puesto que los instrumentos de viento y las cuerdas parecen tener dis-
tintos movimientos de dar, la orquestación participa del juego. Algo des-
pués, y cuando ya el oyente se siente atrapado, Haydn desvía el acento e
introduce pausas lo suficientemente prolongadas como para desconcertarlo
de nuevo. Dicho minué constituye la mayor broma musical de todos los
tiempos. Merece la pena citarse el movimiento lento, hondamente sentido,
por la economía que representa añadir un toque de color al pequeño motivo
y crear un clímax:
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El motivo cromático del compás 15 reaparece en los compases 17, 19
y 21, cada vez menos desligado, más expresivo y armónicamente más cá·
lido, hasta llegar al legato rico y definitivo del final. El método sigue
siendo ingenioso, pero alcanza tal altura que es imposible diferenciarlo de
la fantasía.
El primer movimiento de la Sinfonía Oxford constituye el desarrollo
más impresionante de la forma sonata hasta entonces emprendido por
Haydn desde 1770 hasta la muerte de Mozart 185
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148
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186 El estilo clásico
157
pero dicho salto, si bien es el único elemento temático que aquí cuenta,
no es el centro del interés, que ahora se centra por entero en el movimiento
de mayores proporciones, progresión cromática descendente del bajo a la
que contesta el movimiento diatónico ascendente, más rápido y enérgico.
El sentido del detalle sigue siendo agudo, aunque todo se ve gobernado
por un sentido musical que oye muchas más cosas que el motivo individual.
Con esta obra, y con la Sinfonía Praga, de Mozart, la sinfonía clásica con-
sigue finalmente la misma seriedad y grandeza que los grandes géneros
públicos del barroco: el oratorio y la ópera, aunque sin aspirar a tener ni
mucho menos sus enormes dimensiones. Haydn llegó a igualar la Sinfonía
Oxford, pero nunca la superó.
E. T. A. Hoffmann escribió en una ocasión que escuchar a Haydn era
como dar un paseo por el campo, opinión destinada a hacer reír a más de
uno hoy día, si bien sabe captar un aspecto que es fundamental en Haydn;
sus sinfonías son pastorales, heroicas y constituyen los mejores exponen-
tes de su especie. Me refiero no ya sólo a la secciones deliberadamente 'rús-
ticas': los efectos de gaita, los ritmos de los Uindler en los tríos de los
minués, la imitación de las tonadas y danzas campestres basadas en el
canto tirolés. Todavía más característico es el tono pastoril, esa combina-
ción de ironía muy elaborada y de inocencia superficial que es parte tan
fundamental del género pastoril. En este tipo de lenguaje, los lugareños
pronuncian palabras cuya profundidad escapa evidentemente a su com-
prensión; los pastores ignoran que su penas y alegrías son comunes a todos
los hombres. Es fácil calificar de artificial la simplicidad de lo pastoril,
pero es precisamente esta simplicidad lo que más conmueve, la simplicidad
campesina que habla al lector urbano con su punzante nostalgia. Las sinfo-
nías de Haydn contienen esta simplicidad y, como en las obras pastoriles,
su referencia directa a la naturaleza rústica se ve acompañada de un arte
aprendido casi hasta el punto de la pedantería. En los movimientos finales
más 'rústicos' suelen concentrarse los despliegues contrapuntísticos más
deslumbrantes. Con todo, la ingenuidad aparente constituye el núcleo de
la manera de hacer de Haydn. Sus melodías, al igual que los pastores del
género pastoril clásico, parecen desgajados de todo lo que predican, igno-
Haydn desde 1770 hasta la muerte de Mozart 187
ran lo mucho que quieren decir. Su primera apancwn está casi siempre
desprovista de ese aire de misterio y tensión inexplicadas con que Beetho-
ven presenta sus temas. No puede exagerarse la importancia que para Haydn
tiene esta superficie bruñida: sin ese aire amable su seriedad no significaría
nada. Su tono jovial es el triunfo de su nuevo sentido de la frase y de la
danza, el latido enérgico que unifica muchas de sus obras más extensas.
La simplicidad refinada de la superficie es típica de los géneros pas-
toriles de los siglos XVII y XVIII, así como su pretensión de opacidad, de
que la superficie lo es todo; bien entendido queda que si se acepta esta
afirmación, se desploma toda la estructura tradicional. Tal es la ironía que
subyace en la poesía de Marvell, e incluso el patetismo que traslucen los
paisajes de Claudia Lorena y de Poussin. La pretensión de creer que la
naturaleza es como la hemos imaginado, y que Filis y Estrefón pastorean
sus ovejas, nos ofrece una forma de arte más directo que la novela rea-
lista, en el sentido de que su descarada artificialidad exige abiertamente
ceerla a pies juntillas. El género pastoril fue quizá el más importante
género literario del siglo XVIII: impregnó todas las demás formas: las co-
medias de Marivaux y Goldoni, las novelas filosóficas de Goldsmith y John-
son, las novelas eróticas de Prévost, Restif de la Bretonne y del Marqués de
Sade, y las novelas satíricas y narraciones de Wieland. Incluso Cándido,
de Voltaire, es esencialmente el pastor que habla con inocencia de ver-
dades más universales de lo que él piensa: sólo su mundo es el que ha
vuelto del revés a la Naturaleza. En la mayoría de estas obras, el modelo
estilístico dominante es la simplicidad o la ingenuidad que exigen de manera
absoluta y sin apelación posible que nos dejemos engañar por las aparien-
cias, aun cuando todo lo demás de la obra las desmientan.
La pretensión de las sinfonías de Haydn de contener una simplicidad que
parece proceder de la propia Naturaleza no es fingida, sino la auténtica
afirmación de un estilo con dominio tan total de la técnica que puede
incluso permitirse desdeñar la apariencia externa del gran arte. Lo pastoril
suele ser irónico, con la ironía del que aspira a menos de lo que merece,
confiando en que le concedan más. Sin embargo, el estilo pastoril de Haydn,
a pesar de toda su ironía, es más generoso: es la verdadera obra pastoril
y heroica que jovialmente reivindica lo sublime, sin dar a cambio ninguna
parcela de la inocencia o la simplicidad conquistadas por el arte.
IV
La ópera seria
Vous avez écrit votre piece d'pres les principes de la_ tragédie.
Vous ne savez done pas que le drame en muszc est zm
ouvrage imperfait, soumis a des regles et a des usages qui
n'ont pas le sens commzm, il est vrai, mais qu'il faut sui-
vre a la lettre.
Cario Goldoni, Mémoires, 1787, capítulo XXVIII.
naturaleza estática del estilo del alto barroco. Al igual que Mozart sólo
conseguía los efectos más heroicos y trágicos en el escenario de la opera
buffa, Bach plasma únicamente sus efectos dramáticos en lo que podría
llamarse una situación elegíaca. Más aún, los recitativos no son estricta-
mente dramáticos, sino épica narrativa, y esta forma por sí sola no cons-
tituye una pauta musical capaz de mantener el interés por mucho tiempo.
La fuerza dramática de las obras de Bach descansa en la yuxtaposición de
las partes recitativas con las arias elegíacas, con los corales y con los co-
ros descriptivos. La alta tragedia sólo se consigue empleando medios que
son principalmente narrativos o pictóricos.
Al ser imposible un desarrollo dramático dentro del estilo barroco, la
yuxtaposición dramática ha de actuar como sustituto; ésta es también la
solución que Haendel adopta en sus oratorios. En Haendel, como en Bach,
lo que hace posible el desarrollo de la lógica dramática es el contraste
entre el coro y las voces solistas. Ningún oratorio de Haendel está or-
ganizado con la intensidad de las dos grandes Pasiones de Bach, con su
íntima relación entre cada parte y las colindantes, con la importancia del
movimiento que va del recitativo al comentario de los corales y las arias.
Sin embargo, en los coros Haendel suele poner de manifiesto una fuerza
dramática, por no decir emocional, que Bach pocas veces intenta: mien-
tras que Bach construye por regla general sus coros a partir de una es-
tructura homogénea, Haendel emplea dos o más bloques rítmicos y sin in-
tentar siquiera un amago de transición entre ellos, los sitúa uno al lado
del otro, estableciendo el contraste más enérgico, superponiéndolos a con-
tinuación, y todo ello con una fuerza motriz que nunca ha sido superada
en cuanto a emotividad 1• Todo ello lo consigue con una estructura mu-
chísimo menos densa que la de Bach, y compensa la subsiguiente pérdida
de intensidad con una mayor claridad. A diferencia de las Pasiones de
Bach, los oratorios de Haendel tienen un carácter verdaderamente públi-
co, están pensados para interpretarlos en un concierto, o con una simple
puesta en escena, y casi siempre están fuera de lugar en la iglesia. Haendel
sufrió dos veces la bancarrota como empresario de ópera y ganó, en cam-
bio, mucho dinero con sus oratorios. Es posible que sus contemporáneos
reaccionaran con un entusiasmo muy parecido al que hoy se siente por las
películas de temas bíblicos, pero su juicio ha resistido el paso del tiempo.
Por consiguiente, lo que faltaba en la primera mitad del siglo XVIII
no era el instinto dramático o trágico, ni tampoco la capacidad o el talen-
to para conseguirlo. Lo que se echaba en falta era un estilo susceptible de
lograr que la acción teatral se mantuviera recurriendo tan sólo a los recita-
tivos, las arias y los conjuntos de voces solistas; incluso estos últimos son
raros en las óperas de Haendel, aunque tienen un gran interés en los ora-
torios: los conjuntos de voces solistas de Jephta y Suzanna no tienen, en
1
Durante todo el siglo XVIII se reconoció la supremacía de los coros de Haendel:
cuando Wieland los prefería (y también los de Lully) a las arias, aseguraba que se li-
mitaba a expresar el parecer general.
La ópera seria 197
2
He utilizado el término "neoclásico'' en el sentido más estricto del regreso a la
pretendida sencillez de la Naturaleza mediante la imitación de los antiguos. Durante
el siglo XVIII la doctrina era de una gran coherencia y cohesión y tenía carácter su-
pranacional. Gluck aseguraba que el énfasis de la naturaleza en la música haría pe-
dazos el absurdo que suponían los estilos nacionales. La estética del neoclasicismo
puede compendiarse en la opinión de Winkelmann de que la línea más fina era la
más apta para plasmar una forma bella.
La ópera seria 201
puede ex1st1r sin una estética expresiva, pero la subordinación total a ella
destruye la posibilidad del drama. Todos los problemas surgen de esta es-
tética, fundamentalmente estática, todo el desasosiego que origina hoy el
montaje de las óperas barrocas, y es muy significativo que las óperas
cómicas de Mozart, que rompieron parcialmente con la estética de la ex-
presión, se hayan mantenido en escena continuadamente y con éxito desde
su estreno. Fígaro, Don Giovanni y Die Fauberfléite son las primeras ópe-
ras que nunca ha habido que reponer.
Si bien Gluck aceptó, evidentemente, la estética de la expresión y, de
hecho, le imprimió una nueva energía exquisita mediante una concentra-
ción en los detalles de la declamación, y que no tenía antecedentes, en
su obra se observan señales de que estos resultados estáticos le producían
cierto malestar. Hay una serie de experimentos que le hacen cambiar
continuamente el tempo de sus arias; de ellas la más notable es 'Non, ce
n'est pas un sacrifice', cantada por Alcestes. En general, trata los tempi
como bloques separados; en toda la música de Gluck sólo hay unas po-
cas y leves insinuaciones que nos dan a entender un cambio de transición
rítmica. El aria de Alcestes es una de las páginas más logradas de Gluck
y, sin poner en duda su grandeza ni su belleza, cabe señalar que el plan-
teamiento de tantos y tan distintos tempi es una medida de desespera-
ción. Gluck casi siempre parece experimentar grandes dificultades para
cambiar el movimiento rítmico dentro del marco de una obra. Los si-
guientes compases de la Obertura de Iphigénie en T auride tienen el efecto
de herramientas que se entrechocan en el momento de llegar al cambio:
Vta.
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+ Bajo 8. 3
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1
3
A Gluck le gustaba tanto este trío que lo utilizó también en Orphée.
La ópera seria 205
4
Citado por Albert y por Deutsch, Mozart, Black, Londres, 1965.
5
En la práctica de Mozart hay una menor oposición a las otras opiniones de Wie-
land sobre el Singspiel. Wieland criticaba las oberturas que nada tenían que ver con
las Óperas, y nadie, ni siquiera Gluck, unió sus oberturas con lo que les seguía tan
206 El estilo clásico
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El primer compás del Andante con motto tiene una doble función:
concluye el recitativo con una cadencia e inicia formalmente el aria. No
obstante, ambas funciones se cumplen de forma ambigua: la cadencia no
es una verdadera conclusión, sino una cadencia de sorpresa en VI, en
vez de en la tónica; además, los compases del comienzo no dan inicio al
ritmo de lo que sigue a continuación, sino que se aceleran mediante una
serie de pasos graduales hasta que éste aparece. Durante dos compases, el
ritmo marcha en negras; al final del compás 3 aparece un movimiento de
corcheas, y sólo se llega al ritmo sincopado de las semicorcheas con el ver-
dadero inicio del aria: el compás 5.
Asimismo, el aria finaliza con una frase pensada para impedir los aplau-
sos y dar paso inmediatamente al recitativo:
íntimamente como lo hizo Mozart. La queja de Wieland sobre los ritornelos excesiva-
mente prolongados, a Mozart no le afectó demasiado; el desagrado que aquél sentía
por las arias superdecoradas, las da capo antinaturales y los recitativos anodinos,
cualquier compositor de mediano gusto de finales de la década de 1770 lo habría com-
partido.
La ópera seria 207
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r~n -cor _ _ _ non _ _ _ so.
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Este recurso es :raro en Mozart; el aria de Tamino, 'Wie stark ist nitch
dein Zauberton', de Die Zauberflote, es una de las pocas excepciones
y está concebida como parte del final del primer acto. Por regla general,
las arias de Mozart se inician siempre tras una conclusión firme del re-
citativo precedente,. y son formas rotundamente cerradas. Pero el aria de
Electra «Tutte nel cor vi sento» (núm. 4), de Idomeneo, se inicia en una
tonalidad falsa que procede del recitativo, y se integra, sin pausa, en el
coro que le sigue, el cual tampoco concluye, sino que se transforma en un
recitativo acompañado, que a su vez, y sin previa advertencia, se vuelve
recitativo secco. El aria de Idomeneo, 'Vedrommi intorno' (núm. 6) se
inicia, como la primera aria, con un pasaje-puente orquestal y, sin el menor
titubeo, se precipita en el recitativo siguiente. El aria de Electra, 'Idol
mio', se ve interrumpida por una marcha; en toda la ópera se aprecia este
mismo tratamiento 6 •
La relación de la forma más organizada (el aria) con la menos organi-
zada (recitativo) fue el problema fundamental de la ópera desde que se
iniciara el género en el siglo XVI; dicha relación encarna de manera nota-
ble la tensión entre la música y el habla. Monteverdi suscita la cuestión
al introducir formas fijadas de antemano en el recitativo continuo. Cabría
incluso considerar la historia de la ópera como una batalla entre la es-
tructura musical formalmente organizada y el recitativo. Los composito-
res italianos de la primera mitad del siglo xvm agudizaron el problema al
abandonar el arioso, forma a medio camino entre el aria y el recitativo.
Consecuentemente, las estructuras musicales se polarizaron en unos mo-
delos exageradamente formales, por un lado, y los ritmos más fluidos del
habla, por otro. (Unicamente el recitativo acompañado para introducir oca-
sionalmente un aria o una scena continuó siendo una especie de forma de
transición.) Esto se correspondió con una polarización del movimiento dra-
mático: se reservó la acción para los recitativos; y los modelos excesiva-
mente formales de las arias se destinaron únicamente a la función más es-
tática, a la expresión del sentimiento y al despliegue del virtuosismo, as-
pectos estos dos últimos que a veces son imposibles de diferenciar. La po-
larización fue menos una solución individual a la dificultad de representar
un drama en música que una negativa a buscar la verdadera solución. Al
• Ver los núms. 15, 17, 18, 19, y el principio de los núms. 20, 21, 22, 24 y 29.
208 El estilo clásico
evolucionar por esta vía, la opera seria se vio obligada a renunciar a to-
das sus pretensiones de altos vuelos -incluso a la esperanza- de ser el
equivalente de la tragedia clásica. Es fácil comprender por qué los obser-
vadores críticos, desde entonces hasta ahora, la consideran únicamente como
una forma degenerada del arte dramático. El Presidente de Brosses seña-
laba que disfrutaba con la ópera porque podía jugar al ajedrez durante
los recitativos, mientras que las arias le distraían del tedio de una par-
tida continuada.
La paradoja no estriba tanto en que se compusiera muy buena música
para la opera seria del siglo XVIII, sino en que la música exige que se la
comprenda y se la acepte no sólo desde el ángulo meramente musical, sino
también desde el punto de vista dramático. Ahora bien, nunca pudieron
definirse los aspectos dramáticos con la coherencia suficiente para dar pie
a otra cosa que no fuera una serie de escenas brillantes y de formas fi-
jadas de antemano, una sucesión de cuadros dramáticos. Al fracasar en
sus aspiraciones de emular a la tragedia clásica, la opera seria perdió in-
cluso la esperanza de encontrar un equivalente musical y dramático de las
grandes obras de teatro barrocas. Detrás de muchas óperas del siglo XVIII
se adivina la muda presencia de las tragedias de Racine no sólo en Mitri-
date, de Mozart, pero esta presencia es ante todo un reproche. El obstácu-
lo era la ausencia de un estilo musical que pudiera proporcionar tanto el
sentido general de la continuidad que exigían las tragedias barrocas fran-
cesas y alemanas como la complejidad y riqueza de una estructura formal
que permitiese que su entidad puramente musical soportara el peso dra-
mático.
El intento de desarrollar esta continuidad, de unificar el recitativo con
las formas rotundamente organizadas que Mozart ensayó en su Idomeneo,
era un callejón sin salida. Sólo es una respuesta local y de cortos vuelos
al problema más general de la concepción rítmica de una obra extensa. De
hecho, Mozart sólo recurrió a este método cuando buscaba efectos muy
concretos y establecidos de antemano: el aria de Guglielmo en Cosz fan
tutte, que no llegó a su final porque las muchachas, indignadas, le dejan
plantado, mientras los jóvenes ríen a más no poder; el arioso que entona
don Alfonso en la misma ópera cuando quiere transmitir la sorprendente
noticia de que los dos jóvenes han sido llamados al servicio militar; el trío
de Don Giovamú 7 -cuando el Commendatore cae herido de muerte-,
pieza que se desvanece con un descenso siniestro en un recitativo casi di-
cho en voz baja. Mozart no aceptó el intento llevado a cabo por Gluck
de revivir la técnica del arioso, ni su búsqueda de una estructura inter-
media entre el recitativo y el aria formal, antes bien se apoyó en la ri-
queza de los modelos formales en la mayor parte de su obra. Dentro del
contexto de la reforma de Gluck, Idome_neo es una obra profundamente
reaccionaria. También es una obra maestra que Mozart llegaría a. igua-
7
Sin embargo, este trío forma parte de una simetría amplia y perfectamente equi-
librada (ver págs. 347-349).
La ópera seria 209
lar, pero que nunca superaría. Sin embargo, ya en vida del propio Mozart
empezó a representarse sólo en conciertos, y ha tenido que transcurrir
siglo y medio para que el mundo llegase a apreciar debidamente su gran-
deza.
El estilo que Mozart había heredado y desarrollado sólo con muchas
dificultades podía aplicarse a la escena trágica. De ello siempre resultó una
sensación de tensión. El estilo clásico gustaba de tratar los hechos con
claridad, y si bien sus formas eran todo menos estáticas, su marcha resul-
taba demasiado rápido para la opera seria. Tovey ha señalado que no es
que a Beethoven le faltara dramatismo, sino que era demasiado dramatis-
mo para poder representarlo: su música condensa en diez minutos todas
las complejidades de una ópera en tres actos. Aunque en el estilo de fi-
nales del siglo XVIII la modulación principal se concibe como un aconte-
cimiento, no hay forma de eludirlo, cualquiera que sea su duración, sin
recurrir a la acción retardadora del cromatismo a grandes dosis; sin em-
bargo, el lenguaje de Mozart era esencialmente diatónico cuando menos
en sus aspectos más generales. Mozart era capaz de componer un dúo de
amor imprimiéndole tanta pasión como Wagner (dentro de sus caracterís-
ticas propias), pero la perspectiva de prolongar su duración más de una
hora o, de hecho, más de unos cuantos minutos le hubiera parecido absur-
da. El ritmo lento y digno de la ópera trágica, en manos de Mozart se
rompió en mil pedazos, y lo mismo sucedió con cualquier otro compo-
sitor de aquella época. Idomeneo sigue siendo un mosaico bellamente con-
cebido, y si bien sus limitaciones son las propias del lenguaje de su tiem-
po, no es cierto que todos los lenguajes se adapten por igual a todas las
formas. Por otra parte, el ritmo del estilo clásico se adaptaba muy bien al
teatro cómico, dado sus cambios rápidos de situación y las numerosas po-
sibilidades de una acción acelerada.
Curiosamente, los desenlaces de Idomeneo y de Fidelio son similares:
en ambos, la heroína se adelanta en el último momento para salvar al hé-
roe y ofrece dar su vida por él. Cierto es que el carácter de Leonora acusa
unos rasgos más masculinos que los de Ilia y el revólver que esgrime es
un argumento de peso en su favor, pero también se da otra diferencia: en
la obra de Mozart toda la escena dramática se apoya en un recitativo acom-
pañado; en la de Beethoven se convierte en un cuarteto totalmente des-
arrollado. La emotividad casi intolerable del cuarteto 'Er sterbe' supuso
algo enteramente nuevo y original en el escenario musical, y sólo fue po-
sible en virtud de la expansión de la forma sonata conseguida por Bee-
thoven: el doble clímax creado por Leonora al cantar 'Primero matar a su
esposa' y por el toque de trompeta fuera de la escena (centrados ambos
simétricamente en un Si b electrizante dentro de una forma sonata en Re
mayor) constituye un ejemplo de extrema tensión armónica justamente
antes y después del comienzo de la recapitulación, tal como ya lo vimos
en Haydn y Mozart, pero que Beethoven llevaría mucho más allá de su
concepción original. Ahora bien, cuando Mozart compuso Idomeneo no
sabía cómo tratar ni unas modulaciones de tanta fuerza y gravedad ni unos
210 El estilo clásico
LEP u
::tta~ p a o P P1 h~ p ff ~ P P1r P ~ t v- P P 1u vvP ~ u 1r
Se~ vc-dcr-cht.JI li-bcr- ri-no mi fa-d prc-ci-pi- tar, sc¿a ve-dc:r-cht!lli-ber- ti-no mi fa-d pre-ci·pi- tar,_
La ter-za-na d'a-vc-rc mi sem-bra e le mem·bra fer-mar piil non sO; la rer-za-na d'a-ve- re mi sem-bra,
8
En Entfiibrung, las arias de Constanza en el estilo de la ópera seria están peor
integradas con el resto de la música, en especial las dos primeras, que van a conti-
nuación de la otra sin que las separe otra cosa que el diálogo hablado.
212 El estilo clásico
Mozart
En musique, le plaisir de la sensation dépend d'une disposi-
tion particuliere non seulement de l'oreille, mais de tout
le systeme de nerfs ... Au reste, la musique a plus beso in
de trouver en nous ces favorables dispositions d'organes,
que ni la peinture, ni la poésie. Son hieroglyphe est si léger
& si fugitif, il est si facile de le perdre ou de le n'inter-
préter, que le plus beatt morceau de symphonie ne feroit pas
un grand effet, si le plaisir infalible & subit de la sen-
sation pure & simple n'étoit infiniment au-dessus de celui
d'une expression souvent équivoque ... Comment se fait-il
done que des trois arts imitateurs de la Nature, celui dont
l' expression est la plus arbitraire & la moins précise parle
plus fortement a l'ame?
Denís Diderot, .Lettre a Mademoiselle ...
Appendix a la Lettre sur les sourds & muets, 1751
3 4
~~}; l J.,e
1
La simetría siempre es expresiva. En los compases 5 al 8, el segundo violín re-
suelve su propio motivo [ 1 ..; tocándolo de forma invertida i ' ... ¿J
Mozart 221
"
82
,.-- r--- ~ J---~ m .r.:-h
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1~/- r-rerese.:r r r. . . 1 ·¡
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87~
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Los cuatro últimos compases son una repetición disimulada de los cua-
tro primeros (como puede comprobarse de inmediato tocando a un mismo
tiempo las partes del primer violín de ambas mitades, y observando las octa-
vas paralelas). Se da además, una simetría especular, pues la segunda mitad
de la frase desciende de modo casi exacto a como asciende la primera mitad,
razón por la cual la segunda mitad se parece tanto a una resolución de
la primera mitad, a pesar de que sus estructuras sean marcadamente para-
lelas. Sin embargo, junto a estas simetrías actúa otra fuerza, que se pone
de manifiesto de modo muy directo en las notas de la segunda mitad de
la frase, que tienen menos valor y por tanto son más rápidas. El sentido
de movimiento hacia adelante se aprecia ya en la primera mitad, que no
sólo duplica el tempo del motivo inicial, al transportarlo hacia arriba, sino
que hace que el bajo lo toque más deprisa, de modo que el motivo genera
tanto el movimiento armónico como la melodía. Contenidos dentro del
marco de las simetrías están los elementos que reflejan el paso del tiempo:
la animación creciente y la repetición acumulativa del motivo se refuerzan
entre sí. Tanto el control simétrico, como el sentido apremiante de movi-
miento son rasgos esenciales del genio dramático de Mozart.
Este profundo conocimiento de la relación de la simetría con el movi-
miento en el tiempo es el distintivo del estilo mozartiano ya maduro, y apa-
rece ya en La Finta Giardinera, obra compuesta a los diecinueve anos. La
nueva fuerza dramática se deja sentir por doquier, aunque de manera más
sorprendente en el comienzo de la sección final del Acto I, con el lamento
sensual y desesperado de Sandrina:
222 El estilo clásico
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La simetría de esta frase de siete compases, aunque aparece disimulada,
es, en cualquier caso, absoluta. Los tres últimos compases no sólo equili-
bran a los tres primeros, mientras el cuarto compás actúa a modo de eje
central, sino que básicamente perfilan una misma configuración melódica.
Ahora bien, al repetir y decorar esta forma le confieren un ritmo nuevo
y más agitado, y un movimiento armónico de mayor tensión. El movi-
miento dramático abarca al equilibrio simétrico, aunque éste le confiere
tal estabilidad que permite que la acción se despliegue como si se viera
impulsada desde dentro.
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1· 1 rdl ~r 1
r r r r 1 1 1 1
l'" "".,.---.... A
Cuando el pianista dirigía sentado desde el teclado, solía tocar acordes para
mantener unida a la orquesta, y quizás también para aumentar un poco
más la sonoridad de las secciones más fuertes. La tradición que tienen los
solistas de tocar con la orquesta los acordes finales de un concierto se
remonta a mucho tiempo atrás, pero no sé si se practicaba ya en época de
Mozart. Una tradición puede ser tan nociva como una innovación, pero
sin duda parece más aceptable que el pianista no pierda el compás delante
de los demás. El sonido del piano del siglo XVIII era tan débil que aun en
el caso de que el pianista interpretara parte del continuo, durante la mayor
parte del tiempo habría sido prácticamente inaudible, excepto para los
miembros de la orquesta, a menos que se esforzara en tocar muy fuerte,
y no hay razón alguna, sea musical o musicológica, para pensar que nadie
en el siglo XVIII tratara de interpretar la parte del continuo de otra forma
que no fuera simplemente discreta. A medida que fue aumentando el ta-
maño de la orquesta debido a los conciertos públicos, el continuo no sólo
se volvió innecesario, sino, además, absurdo. Desde el punto de vista de
la interpretación moderna, nada habría que objetar a que el pianista tocara
el bajo cifrado siempre y cuando nadie le oyese.
Había, no obstante, un modo de interpretar aquellos conciertos que
tenían orquestaciones ligeras, y era en privado y con un quinteto de cuerda.
El propio Mozart se disculpó por no enviar a su padre los manuscritos de
algunos conciertos nuevos, pero «la música no le sería de mucha utilidad ... ,
todos ellos tienen acompañamiento de viento y sólo en muy raras ocasiones
cuenta en casa con intérpretes de tales instrumentos» 5 • Quizás las notas
para continuo transcritas por Leopoldo Mozart se utilizasen únicamente
para interpretar en privado los conciertos que no precisaran de viento. En
tal caso, el teclado servía para redondear y apoyar la sonoridad de la cuerda.
Después de todo, Mozart no necesitaba las notas cifradas, y posiblemente
Leopoldo sólo las utilizase en las interpretaciones privadas.
La parte del continuo de puño y letra de Mozart del K. 246, añade
una prueba muy convincente de que tal era el caso. En los movimientos
extremos, el piano sólo acompaña a la orquesta en los pasajes señalados
forte, aunque en el Andante (lo que es más sorprendentemente caracterís-
tico), en los compases 9-12, dobla la melodía en un solo momento: preci-
samente en el único momento de todo el concierto en que la melodía es
interpretada nada más que por vientos sin ninguna ayuda de las cuerdas.
Así, pues, parece tratarse de una partitura para ser interpretada sin instru-
mentos de viento, seguramente por sólo un quinteto de cuerda. Por con-
siguiente, la única evidencia que tenemos de puño y letra del propio Mo-
zart no tiene ningún peso en lo que respecta a las audiciones públicas de
los conciertos.
La indicación del continuo en los conciertos de Mozart debe conside-
rarse en conjunción con la evidencia de las partes para piano de las últimas
sinfonías de Haydn, quien dirigió personalmente las primeras audiciones
5
Mazar, Letters, ed. Emily Anderson, pág. 877, carta del 15 de mayo de 1784.
Mozart 227
6
Incluso en las primeras sinfonías de Haydn, la falta de evidencia estilística en
la interpretación del continuo es tan sólo una debilidad de la textura típica de Haydn
que hasta el final de su vida siguió deleitándole, como lo demuestra una simple ojeada
que echemos a sus últimos cuartetos.
7
Resulta divertido señalar hasta qué extremos los partidarios de la función del
continuo por parte de los solistas se ven a veces impelidos a acudir en defensa de su
teoría. En los compases 88-89 de su Concierto en Re menor, K. 466, Mozart escribió
cuatro notas bajas en la mano izquierda (que dobla a los timbales) junto con algunos
acordes dos octavas más altas, mientras que la mano derecha toca rápidamente unos
cuantos arpegios. Debido a que, obviamente, no hay ninguna mano que pueda abar-
car tres octavas, dichos compases han dado origen a una explicación fantástica. Se ha
sugerido la idea de un segundo piano que tocara el continuo en las notas graves, y
228 El estilo clásico
Ahora bien, en todo lo expuesto hay algo muy importante que se echa
en falta, un asiento vacío para el invitado de honor que jamás llegó. Según
mis conocimientos, es una cuestión que nunca se trata en la literatura sobre
el tema. Nos hemos preguntado si se utilizaba el continuo y si era nece-
sario, pero no nos hemos planteado cuál es su significación musical. Des-
pués de todo, tenía que haber cierta diferencia -una diferencia específi-
camente musical- entre interpretar una obra con un instrumento de tecla-
do que ·añadiera las armonías, y tocarla sin ningún instrumento de ese
tipo. Si el continuo era una ayuda práctica para la interpretación, una ayuda
para el conjunto, ¿por qué se abandonó? La desaparición de su función ar-
mónica, he ahí una respuesta que incurre en una petición de principio. ¿Po;r
qué los compositores dejaron de utilizar el instrumento de teclado para pro-
porcionar las armonías, cuando era mucho más fácil que distribuir notas por
doquier entre los demás instrumentos, y también más ventajoso para mante-
ner unida a la orquesta? ¿Por qué parece hoy tan ridículo añadir, por
ejemplo, una parte de continuo a un cuarteto de Brahms o a una sinfonía
de Tchaikovsky, aunque sea un continuo muy discreto?
El continuo (o cualquier otra forma de bajo cifrado) es una manera
de perfilar y aislar el ritmo armónico, razón por la cual, por regla gene-
ral, se puede indicar mediante cifras colocadas debajo del bajo, en vez
de tener que transcribir todas las notas. El énfasis en el cambio de ar-
monía es lo único importante; el doblamiento y el espaciamiento de la
armonía son cuestiones secundarias. Este aislamiento -este resaltar el
cambio de la armonía- es esencial para el estilo barroco, sobre todo
para el llamado alto barroco de principios del siglo XVIII. Es un estilo
cuya fuerza motriz y cuya energía proceden de la secuencia armónica y
de ella dependen para infundir vida y vitalidad a una textura relativa-
mente indiferenciada.
Pero la energía de la música a finales del XVIII no se basa en la se-
cuencia, sino en la articulación del fraseo periódico y en la modulación
(o en lo que podríamos denominar disonancia a gran escala). Así, el he-
cho de poner de relieve el ritmo armónico no sólo es innecesario, sino
positivamente molesto. Cuando se escucha una sinfonía de Haydn, el tin-
tineo del clavicémbalo o de un piano del siglo XVIII resulta un sonido
delicioso, pero su gracia no es musicalmente importante, y fuera del va-
lor de un sonido agradable no tiene otra significación. El hecho de que
Haydn y Mozart fueran incapaces de crear un modo más eficaz de diri-
gir la orquesta les sitúa junto a los demás ejecutantes de su época, cuya
forma de interpretar todavía no tenía en cuenta el cambio radical que
se había producido en el estilo a partir de 1770, y al que tanto contri-
también la del uso de un piano con teclado de pedal (tipo que, según parece, Mozart
poseyó en cierta ocasión). Hoy se piensa que lo más probable es que Mozart escri-
biera originalmente las notas graves, y después cambiara de parecer y añadiera los
acordes sin tachar la versión primera. Si este pasaje demuestra algo es el hecho de
que cuando Mozart quería que el solista aportase la armonía le escribía las notas
necesarias.
Mozart 229
buyeran los mismos Haydn y Mozart. Esto plantea una pregunta: ¿sabe
el compositor cómo va a sonar su obra?
El problema es de carácter delicado e incide de lleno en el concepto
que tengamos de la música. Si ésta no es simplemente una mera nota-
ción sobre el papel, ello quiere decir que su plasmación en sonido es
un hecho fundamental. Por regla general, damos por sentado que la in-
terpretación es aquella que el compositor imagina al escribir su obra, y
que esta interpretación imaginada es la verdadera obra, no las notas es-
critas sobre el papel, ni las falsas notas que se dan al tocarla. Pero esta
presunción es insustancial y no resiste un análisis profundo. Ninguna de
estas notaciones -ni la obra imaginada, ni la interpretación, ni la repre-
sentación esquemática sobre el papel- pueden equipararse sin más con
la obra musical. Digámoslo de una forma más sencilla: sabemos por los
testimonios de la época que cuando un director se sentaba frente al pia-
no a menudo dejaba de tocar para dirigir la música con las manos. No
hay manera de saber cuándo, sólo sabemos que no tocaba todo el tiem-
po. Al imaginarse Haydn cómo sonarían sus sinfonías, tuvo que pensar
a la fuerza en que, en uno u otro momento, se escucharía el piano o el cla-
vicémbalo. Sin embargo, la partitura no contiene ninguna indicación de
que ello sea necesario ni siquiera deseable, con la excepción de la pequeña
broma de la Sinfonía núm. 98.
Esto indica que la idea que un compositor se hace de su obra es a la
vez precisa y ligeramente borrosa. Y así debería ser. No hay nada que
esté definido con más exactitud que una sinfonía de Haydn: sus con-
tornos aparecen claramente perfilados, todos sus detalles son nítidos y
audibles. Sin embargo, cuando Haydn escribía una nota para el clarinete,
ello no suponía un sonido muy concreto -hay multitud de clarine-
tes y clarinetistas y todos suenan de modo muy distinto-, sino una va-
riedad sonora muy amplia dentro de unos límites bien definidos. Com-
poner es el acto de fijar los límites dentro de los cuales el intérprete pue-
de moverse con libertad. Sin embargo, la libertad del ejecutante queda
limitada -o debería quedar limitada- de otro modo. Las limitaciones
que el compositor determina forman parte de un sistema que en mu-
chos aspectos es como un lenguaje: tiene un orden, una sintaxis y un
significado. El intérprete desentraña el significado y hace que su trans-
cendencia no sólo sea clara, sino casi palpable. No hay razón alguna para
presumir que el compositor o sus comtemporáneos supieran siempre con
toda certeza cómo conseguir que el oyente entendiera a la perfección di-
cho significado.
Los nuevos modos de componer preceden a los nuevos modos de to-
car y cantar, y a veces han de transcurrir diez y hasta veinte años antes
de que los ejecutantes cambien su estilo y se adapten a aquéllos. El uso
del continuo en un concierto de piano era, en 1775, un vestigio del pa-
sado, que la música aboliría totalmente. Tenemos muchas y buenas razo-
nes para creer que el bajo cifrado no era ya más que una notación con-
vencional que, en el caso del pianista y del director de la orquesta, su-
230 El estilo clásico
dual durante todo el siglo, parte del desarrollo general de la forma ar-
ticulada, y consecuencia del gusto por la claridad y la dramatización; sin
embargo, de todos los compositores anteriores a Beethoven, sólo Mozart
comprendió las consecuencias de este contraste dinámico entre solista y
orquesta y sus posibilidades formales y coloristas. Incluso Haydn se man-
tuvo muy apegado a la idea del solista como parte separable de la or-
questa.
El concierto barroco es una alternancia flexible de las secciones del ri-
pieno y del solista, que evita una contundente cadencia en la tónica salvo
en los finales de los pasajes primero y último orquestales, y con sus sec-
ciones para el solista derivadas de los tutti) casi siempre originadas por
los motivos iniciales. Esta consideración pasa por alto las fuentes de ener-
gía de que se nutre el estilo barroco, y que hacen que los conciertos de
Bach y Haendel sean algo más que una sucesión deshilvanada de contras-
tes. Sin embargo, estas fuentes, en cualquier caso, se habían secado mu-
cho tiempo antes de la época de Mozart. Suele describirse la evolución del
concierto después de 1750 como la fusión de la nueva forma sonata con
la forma concierto más antigua, pero esta consideración, aunque tal vez
no sea abiertamente engañosa, entraña el inconveniente de plantear la in-
terrogante de por qué alguien habría querido fundir unos conceptos tan
opuestos. ¿Por qué no abandonar la antigua forma y componer una obra
enteramente nueva, una sonata para solista y orquesta? Quizá sea más fá-
cil considerarla desde un ángulo más sencillo y menos mecánico al mis-
mo tiempo. Si consideramos la sonata no como una forma, sino como un
estilo -el deseo de un nuevo tipo de expresión y de proporciones dramá-
ticas-, podemos ver cómo se adaptan al nuevo estilo las funciones del
concierto (el contraste de dos tipos de sonido, el despliegue del virtuosis-
mo). El hecho de enumerar la variedad de recursos formales que adopta
Mozart en la forma concierto carece de interés a menos que entendamos
su cometido expresivo y dramático.
Regresemos a las páginas iniciales de la orquesta, o primer ritornelo:
una vez que se acepta que el papel del solista ha de ser dramático, el
ritornelo plantea un problema muy sencillo (como ya dije): el público es-
pera la entrada del solista. En otras palabras, el tutti del inicio hasta cier-
to punto siempre conlleva un ambiente de introducción, de algo que está
a punto de suceder. Si es muy breve, como ocurre en la mayoría de las
arias, el problema desaparece, pero en una obra de grandes dimensiones
este carácter introductorio hace que el inicio sea trivial y que el material
que primero se oiga en él tenga una tendencia a perder importancia y
urgencia. Convertirlo en una verdadera introducción: darle un carácter ar-
mónico de dominante en vez del de un acorde de tónica, y hacer que el
solista presente el material principal solo o únicamente acompañado hu-
biera sido un insulto al sentido clásico de la corrección, dado el peso de
las sonoridades de la orquesta en comparación con el de las del solista
(algo que únicamente se consiguió con carácter de broma más de un si-
glo después en una obra como las Variaciones sobre el tema de una can-
232 El estilo clásico
(2)
VlaJ J l
Ccllo
+Bajo S.a
234 El estilo clásico
1 rfr LE E
Inmediatamente después sigue un nuevo tema independiente [que llamo
(5 )] , aunque nunca se presenta separado de ( 4) excepto en la cadencia:
(cualquier otro compositor sin la riqueza inventiva de Mozart lo hubiera
utilizado como melodía independiente); se deriva de ( 4) mediante un gra-
cioso movimiento ascendente al principio de cada compás:
34 p Jp • • Jp •.
~"' ~ 1J~..___..
~ ~ ~ ~~
;fü@ 1,~ W~ 1
}r-1
Vln.l
j .....--:;1 l
<sJW~ ,fl&ZI
.?l. ;J.
derivación directa de (a), que repite el trino escuchado unos segundos an-
tes, al final de (5), y llega a un clímax expresivo y a una conclusión re-
pentina. Hasta este momento de la obra se han tocado todas las notas de
la escala cromática menos Re b. Ahora suena sincopada y en fortissimo.
No se trata sólo del primer fortissimo del movimiento, sino que en cier-
to sentido es el único, ya que todos los demás son repeticiones literales.
Re b es también la nota melódica de mayor duración hasta este momento
y el silencio que sigue a su inmediata resolución en el acorde de Fa me-
nor es el silencio más prolongado que hayamos escuchado hasta este ins-
tante. Al estudiar los modelos de la frase, se observa en este clímax un
aspecto todavía más interesante: hasta este momento, todas las frases, me-
nos una, tienen un ritmo regular y simétrico. Los compases iniciales no
son una excepción; sin lugar a dudas, forman una frase de cuatro compa-
ses que se toca dos veces, aunque la primera de ellas se interrumpe al
iniciarse el cuarto compás. La ligera asimetría se compensa con la repe-
tición literalmente simétrica. Las demás frases no son sólo perfectamente
regulares, sino que se repiten simétricamente: los compases 8-9 repiten
los 10-11; los 18-21 suenan exactamente igual que los 14-17, y los 4 3-44
repiten los 41-42. La única interrupción de esta regularidad anterior al clí-
max que acabamos de alcanzar está en los compases 12 y 13, que se des-
tacan como una excepción en este desfile de grupos de cuatro compases
y sirven para perfilar un acorde de sexta en Fa menor:
236 El estilo clásico
(7)
Este recitativo actúa como una fermata (o, ·en términos más genera-
les, como una cadencia), pausa expresiva antes de la frase de cierre, ne-
gativa a resolver la tensión. Se trata de un dominio del ritmo que Mozart
aprendió con la ópera y que nunca otro compositor ha utilizado con tanta
soltura. Sigue una frase de cierre, fanfarria (B) basada en (a):
so
Vln.l • • • 11-- J
* (8) 4v, tttJ t r r r ,r r ur a 1
1
y se produce un efecto espléndidamente ingenioso cuando se pone de ma-
nifiesto que no se trata en modo alguno de una frase de cierre; sigue una
segunda cadencia (9) que no es otra cosa que (a) invertida:
(lOA)
54
Piano .:.----------==---:4-------~==~-
*
Mozart 237
58
1'\
(otrJ-----~
t ~A * ..... ._..p~~~~ (IOB)
....--"': ... :tt·
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~-- ~--
~ ~
A _LVla."
" 1
~In.l~ ~ ~ ~ ~
~In.2 ·._ .;. 1
"
~ r "*t' ;t ....
p --------
El acompañamiento acelera su velocidad e inmediatamente la mus1ca
modula hacia la dominante, Si bemol mayor, reforzando la modulación
con un pasaje de brillantez convencional y mecánica:
y (5). Antes los precede el pasaje de transición (3A-B), que parece desarro-
llarse lógicamente del final de (12):
Ce !lo
+Bajo S.a
11
Apoyado por la frase que sigue, la cual se queda en las notas de la tríada en
Fa menor aun cuando la armonía cambia bajo ella.
Mozart 241
+Bajo 8.a
12
Ya se ha tocado once compases antes, de modo que la repetición es aún más
sorprendente.
242 El estilo clásico
179
~~~:2*~
Este martilleo de Re b es el punto extremo de la tensión, el centro de
la obra.
Este momento es una síntesis y una culminación, la fusión de las me-
tas de las dos exposiciones. Mozart, utilizando los elementos de desarrollo
ya usados en la segunda exposición, y partiendo de la modulación a la do-
minante que tiene allí lugar, llega al clímax disonante de la primera ex-
posición, ahora más expresivo y con una energía rítmica mucho mayor.
No se trata de la simetría mecánica que se encuentra en un libro de texto,
sino que supone un nuevo nivel dramático. Es esta manera de entender
la simetría como una fuerza dramática lo que dio a Mozart la supremacía
en la ópera y el concierto, comprensión que se extendía hasta el detalle
más mínimo. Incluso la resolución del clímax que acabamos de citar tiene
su paralelo: se resuelve mediante (3} en la orquesta y el piano lo repite
a la postre. Cuando (3) se presentó por vez primera iba precedido, lo mis-
mo que ahora, por un acorde de sexta en Fa menor, en un pasaje desta-
cado por su longitud irregular de las frases. En otras palabras, la peque-
ña frase convencional ( 3) -el recurso más común del compositor de la
época-, es la resolución tanto del momento inicial de tensión como del
clímax central del movimiento, unidos uno al otro.
Tras de interpretar la breve frase (3A) y un pasaje de transición 13
que reemplaza a ( 3B), el modelo original empieza nuevamente ( 'recapitu-
13
Para los amantes de la perfección,· debo añadir que esta breve frase de transi-
ción me parece torpemente concebida. Su lógica temática nada tiene de inexacta· tanto
melódica como rítmicamente se deriva de la (3A) inmediatamente anterior. Pero ar-
mónicamente es desmañada en tanto en cuanto su forma realza la tónica mientras
que su función consiste en apoyar una dominante; además, en mi opinión, la alter-
nancia de p y f no está suficientemente motivada. Sin embargo, esto lo expongo no
sin cierta timidez, ya que la frase no es ineficaz ni tampoco altera la fuerza dramá-
tica de lo que sigue.
Todas las transiciones a la recapitulación en los conciertos para piano de Mozart
anteriores al K. 450, me parece que están muy por debajo del nivel de soltura y
fuerza que una y otra vez alcanzó más tarde. El K. 414, en La mayor, es más eficaz
sólo si se corta el nudo gordiano: tiene cierta brusquedad dramática y no posee ni
la más mínima transición. El K. 413, en Fa mayor, se limita a repetir, sin cambios,
la entrada del solista, tal como la primera vez con una dominante, y el K. 415, en
Do mayor, intenta animar este punto con una breve cadenza en adagio. El K. 449,
en Mi bemol mayor, tiene un pasaje de secuencias tan endeble, que los pianistas se
sienten molestos al tocarla; en vano intentan añadirle interés dramático mediante un
crescendo, pero la frase no soporta tal peso. Por lo que respecta al pasaje análogo del
Mozart 243
ladón'), tocando (1) dos veces, como siempre, o casi dos veces. Ahora
bien, esta vez la instrumentación es totalmente simétrica: el piano empieza,
en lugar de la orquesta, y ésta le contesta; seguidamente, el orden se in-
vierte. Cuando ( 1) se interpreta por segunda vez, el piano contesta con
una diferencia: acompaña a la melodía con el ritmo de la sección de des-
arrollo y, de hecho, empieza un nuevo desarrollo propio. Esta segunda
sección de desarrollo es, por supuesto, uno de los rasgos más característi-
cos del estilo sonata clásico desde los Cuartetos Rusos} de Haydn, hasta
la Sonata Hammerklavier} de Beethoven, y armónicamente casi siempre se
refiere a un desarrollo más amplio, como si la energía de este último no
se hubiera disipado todavía y se desbordara sobre lo que sigue. El prime-
ro de los conciertos de la época de madurez de Mozart no es una ex-
cepción, y el pasaje se inicia con una inconfundible vuelta al clímax del
desarrollo anterior:
(IS)f~rcr~erlw;f::;rrC:,.:J
que se resuelve después de cuatro compases de modulación con una vuelta
a la tónica citada aquí para demostrar que incluso la orquestación, con
la entrada del oboe, recalca la resolución del acorde en Fa menor que tan-
ta importancia ha tenido:
207
15
La expanswn de esta frase orquestal dentro de la exposición del solista, que
sigue a continuación, aparece en los siguientes compases paralelos:
1-7 11-16
24-31 7-10
modulación y 31-34 35-47
17-23 nueva forma .;n Mi bemol extensión 48-53
{ { . mayor
del tema
Mozart 247
,r.
13 (VIn. 1)
!
14
(l .. IEfó'tf!J
15
18';
16
IO<Jo
La relación de este tema con los demás es demasiado evidente en una
primera audición como para que precise de análisis o comentario:
16
Lo mismo sucede con la relación que tiene con el primer movimiento :
~~r.,,
26
r
2
r r 1( -==~ f 'rczr
)rt ,rr r
Lo más sorprendente, sin embargo, de la frase inicial del Andantino
es su magistral arquitectura: los acentos sobre el La b bajo (repetidos en
canon por el segundo violín) preparan un clímax sobre un La b una oc-
tava más alta, en el compás 4, y un segundo clímax una octava aún más
alta en el compás 6; el nivel se mantiene hasta que el La b, una vez más,
estalla desesperadamente en el compás 11 (armonizado mediante un acor-
de en Re b, a fin de subrayar todo su poder, y reforzado por los instru-
mentos de viento que acompañan a las cuerdas en sordina), y concluye
(exactamente igual que la exposición del primer movimiento) con un reci-
tativo (compases 11-15). Toda la frase es semejante a un gran arco 17 , con
su ascenso y descenso clásicos que controlan y dominan la extensión de la
aflicción trágica desde el comienzo canónico hasta el clímax, y seguida-
mente hasta el final indeciso y casi balbuceante.
16
El tema principal del movimiento final procede del mismo molde.
17
Los compases 11-16 son una versión exacta aunque libre de 1-4; 7-11 reflejan
claramente 4-7.
248 El estilo clásico
des conciertos. Los conciertos para trompa merecen mayor atención: lige-
ros y a veces superficiales, están llenos de detalles espléndidos y sólo les
falta seriedad, lo que no quiere decir que las obras serias carezcan de hu-
mor. Mozart, durante algunos años, no parece haberse interesado mucho
por la forma concierto, con una sola excepción, por cierto muy notable,
la Sinfonía Concertante en Mi bemol mayor, K. 364, paro violín y viola.
En la misma tonalidad que el K. 271, y compuesta dos años más tarde,
esta obra maestra es en ciertos aspectos compañera suya; en especial, los
temas principales de los movimientos lentos tienen un perfil similar y la
misma calidad pesarosa, casi trágica. Sin embargo, la sonoridad de la Sin-
fonía Concertante, inspirada por la parte del solo de viola que probable-
mente Mozart compuso para tocarla él mismo, es única. Desde el primer
acorde -las violas, divididas, tocan dobles cuerdas tan altas como las del
primer y el segundo violín, los oboes y los violines suenan en sus registros
más bajos, las trompas doblan a los violonchelos y a los oboes-, se oye
un sonido característico que es como el de la sonoridad de la viola tradu-
cida al lenguaje de toda la orquesta. Este primer acorde por sí solo es un
hito en la carrera de Mozart: por vez primera sabe crear una sonoridad
a la vez totalmente individual y lógicamente relacionada con la naturaleza
de la obra.
Los movimientos lento y final de la Sinfonía Concertante tienen una
forma menos ambiciosa que los movimientos correspondientes del K. 271,
aunque son igualmente bellos. Como en este último concierto, el movi-
miento lento da bastante importancia a la imitación canónica, pero sólo
en su tema de cierre. Hasta este momento, los dos solistas tocan en antí-
fona y cada una de sus frases parece sobrepasar a la anterior en profundidad
y expresión; luego, las frases sucesivas se van haciendo más breves e in-
tensas, aunque siempre componen una línea sin solución de continuidad.
Su forma es la antigua sonata en la que la segunda parte repite con mucha
fidelidad los elementos de la primera, pero en este caso modula de la do-
minante (que aquí es la relativa mayor) a la tónica: como en las sonatas
de Scarlatti se consigue la sensación de desarrollo mediante la detallada
intensidad de la modulación. El movimiento final, Presto, tiene una forma
a la vez sencilla y sorprendente: podríamos denominarle rondó de sonata
sin desarrollo, lo cual puede parecer paradójico. La orquesta presenta el
tema principal, y los solistas continúan la exposición con una nueva serie
de temas relacionados que empiezan en la tónica y llegan a la dominante;
a continuación, ambos solistas y la orquesta vuelven a la tónica y al tema
principal. El desarrollo, si es que lo hay, sólo ocupa cuatro compases, pues
tras una modulación inesperada empieza una fiel recapitulación, nota a
nota, a modo de segunda sorpresa, en la que el tema de inicio de los solis-
tas aparece en la subdominante (uno de los recursos preferidos de Schu-
bert, aunque resulta raro en Mozart). Todo lo que se ha expuesto en la
dominante aparece transformado ahora, elegantemente, en la tónica; el
único cambio que se aprecia es la inserción de una bella melodía para la
trompa tomada del ritornelo inicial. Este es un movimiento estimulante,
Mozart 251
Cello
+ Bajo S.a
El último pasaje citado, que qmzas sea el que se deriva con menos
claridad del pasaje precedente, Mozart lo siente, sin embargo, tan próximo
que lo utiliza como sustituto de éste en la recapitulación.
En este movimiento, la lógica del discurso representa un gran paso
hacia adelante, tanto por su madurez, como por su sutileza. El sonido de
la viola, tan querida por Mozart, le da una oportunidad para permitirse
el lujo de componer unas secciones internas de tal suntuosidad que sólo
pueden calificarse de exquisitas. El discurso tiene una riqueza correspon-
diente de movimiento; baste aquí como ejemplo un pasaje: la extensa pre-
paración para la primera entrada del solo:
252 El estilo clásico
+Bajo S.a
Mozart 253
Con sus dos primeras notas, los solistas tocan todos los armónicos im-
portantes de octava de los Mi bemol de las trompas y los violines orques-
tales: casi apagados, al principio, los instrumentos solistas -debido en
parte a que doblan los armónicos de las octavas del bajo- vibran inten-
samente después del ataque inicial. La entrada de los solistas sólo se define
gradualmente dado que mantienen sus primeras notas: la nota inicial de
adorno -un salto hacia arriba de una octava- hace imprecisa la mé-
trica, la que ya se ha visto distorsionada con las síncopas de los compases
precedentes. Las armonías de los dos compases en que los solistas mantie-
nen los Mi b agudos, son disonantes con respecto al bajo que doblan los
solistas, pero siguen sonando, para afirmar su consonancia con el bajo,
hasta el momento en que las disonancias se desvanecen.
Igualmente extraordinaria es la urgencia que nace de la relación te-
mática: el clímax orquestal, casi expresivo hasta el dolor, de los compases
62-63, con el repentino descenso a piano, lo recuperan nuevamente los ins-
trumentos solistas. La relación entre los compases 62-63 y el 74, para los
que no tengan memoria auditiva, queda aclarada gracias a la repetición
por parte de los oboes y de los violines, cuatro veces, de los motivos de
escala (al) y (az). El milagro estilístico de Mozart fue conseguir que un
episodio nítidamente marcado, una acción definida y aislada como la en-
trada de un personaje de ópera o del solista de un concierto, parezca surgir
casi orgánicamente de la música, como parte integrante del todo sin perder
ni un ápice de su individualidad, ni siquiera de su condición independien-
te. Este concepto de la continuidad articulada fue un punto de partida
fundamental en la historia de la música.
bargo, esta serie de seis obras parece iniciarla de forma un tanto tímida
con el Concierto en Mi bemol mayor, K. 449, compuesto para su alumna
Babette Ployer. Como los tres conciertos que le precedieron, el K. 449 pue-
de interpretarse como si fuera un quinteto con piano, sin instrumentos de
viento; sin embargo, es una obra mucho más intensa que cualquiera de los
tres anteriores, aun en el caso de que, como el propio Mozart afirma, lo
escribiera para interpretarlo con una pequeña orquesta. El movimiento len-
to, en Si bemol, ensaya el interesante experimento de repetir toda la ex-
posición del solo con su modulación hacia la dominante en la tonalidad de
la nota bemol sensible, es decir, La bemol: debido a que se trata de una
tonalidad muy remota, surte el efecto de un desarrollo; sin embargo, la
modulación paralela nos conduce con toda razón a la subdominante, mu-
cho más conveniente, a la que Mozart añade una modulación breve pero
muy sorprendente a Si menor antes de resolver todo el movimiento con la
recapitulación.
El último movimiento del K. 449 recuerda a un intento anterior de
componer un movimiento final contrapuntístico para un concierto, el K.
175. Ahora bien, esta vez no se le puede negar el éxito a una obra de gran
complejidad y sutileza que tiene la apariencia externa de una facilidad in-
geniosa. El éxito se debe a la combinación del arte contrapuntístico con
el estilo de la opera buffa, gracias a la cual se equilibran ambas formas tan
felizmente que la luminosidad y brillantez del movimiento final de un
concierto se ve realzada por el peso de una técnica más sabia. Mozart em-
plea la forma rondó-sonata con gran delicadeza y la posibilidad de que en
él haya influido Haydn (con la utilización de parte del segundo grupo en
la tónica, para conseguir la vuelta al tema principal después del «desarro-
lla>>, de modo que la recapitulación ya ha comenzado, en realidad, en el
'desarrollo') no hace más que acentuar la originalidad de la obra. Ningu-
na de las entradas del tema principal es igual a otra, pues el estilo y el
ritmo de la ópera cómica permiten a Mozart no tanto decoradas como
transformarlas e infundirles vida en cada ocasión. En especial, la recapi-
tulación es maravillosamente sutil: en ella se resuelve el nuevo tema, en
Do menor, introducido en el desarrollo, y tras una prolongada y electri-
zante modulación a Re bemol menor (desarrollo de una sugerencia cromá-
tica de la exposición) hay una fermata y reaparece el primer tema con un
tempo y un ritmo nuevos. No habría ningún peligro en calificar todo lo
que sigue como coda, si no fuera porque es utilizada para recapitular un
tema del 'segundo grupo' que hasta aquí había aparecido únicamente en
la dominante. Todos y cada uno de los detalles de esta pieza aparecen ela-
borados con mimo y ternura; a pesar de su modesta apariencia, el K. 449
es un concierto audaz e incluso revolucionario.
Los dos conciertos siguientes, el K. 450 y el K. 451, los compuso
Mozart para sí. El K. 450, en Si bemol mayor, es, porque así lo quiso Mo-
zart, el más difícil, desde el aspecto técnico, de los compuestos hasta en-
tonces y en realidad también de los que le siguieron. Es, además, el pri-
mero en que utilizó los instrumentos de viento con pleno sentido de su
256 El estilo clásico
tJ·d:n
.......... . ........__...
t~kr~~ r~~ p
!Wio ~ ~
!iU- .:¡¡;
F1.~d q~
y el final de la recapitulación:
317
que a Brahms le impresionaba tanto este efecto que, sin duda por una dis-
tracción, lo usó al final de la cadencia que escribió para este concierto,
lo que es un contrasentido armónico.) Quede claro que estas cadencias
sorprendentes no son un sistema complicado de referencias cruzadas, sino
un medio de resaltar y esclarecer las proporciones internas del movimiento.
El movimiento lento, en Do mayor, es todavía más audaz. En algu-
nas de sus obras en forma sonata, Haydn no hace lo que se dice una ver-
dadera modulación a la dominante, sino únicamente una pausa y un salto
atrevido. Sin embargo, no se conoce ningún caso de que lo intentase cuan-
do el material que precede al salto sólo dura unos cuantos segundos. Pues
bien, esto es lo que Mozart hace aquí. La primera exposición, o ritornelo,
en la tónica posibilita la concisión dramática de la segunda exposición
sin destruir la estética tonal de la que depende Mozart. El efecto es im-
presionante y conmovedor, incluso en el ritornelo, sin necesidad de mo-
dulación alguna: una frase inicial de cinco compases, sosegada y expresi-
va, a cargo de las cuerdas, a la que sigue un silencio; entonces en la or-
questa empieza suavemente un solo de oboe acompañado y totalmente in-
dependiente, como si la primera frase -nunca hubiera existido. El piano
comienza a tocar la misma fr.aseííifcial, como un ritenuto 18 que ante-
cede a una pausa aún más prolongada, y luego se precipita directamente
en la dominante menor con una melodía apasionada. Mozart en nin-
gún movimiento lento había intentado antes un golpe dramático de tanta
magnitud. Incluso la agitada sección de desarrollo del segundo movimien-
to de la Sonata en La menor, K. 310, tiene una evolución perfectamente
gradual. En la K. 453, sin embargo, utiliza este efecto también como si
fuera un marco, de manera que su importancia es formal y emocional a la
vez: empieza la sección de desárrollo con la misma frase de cinco compa-
ses seguida por un silencio, pero esta vez en la dominante, y orquestada
únicamente para los instrumentos de viento. Tras el silencio, el piano, otra
vez con un cambio brusco, inicia una serie de modulaciones cromáticas
que, de secuencia en secuencia, llega a Do sostenido menor. La vuelta a la
tónica constituye el rasgo más audaz y es el resultado de todo lo que an-
tes ha pasado. Este regreso y los siete primeros compases de la recapi-
tulación muestran cuánto dramatismo puede condensarse en unos pocos
compases:
18
La fermata añadida puede indicar no sólo un ritenuto, sino también una ca-
dencia breve y expresiva: tocar una cadencia en la fermata sobre la pausa es impen-
sable. (Ver compases 93-94, pág. 260.)
260 El estilo clásico
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+Bajo 8.a
20
Paul Badura Skoda me ha hecho notar que Mozart substituyó anteriormente a
esta obra el movimiento final del K. 175 por un movimiento de variación (K. 382).
262 El estilo clásico
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Bajo
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21 En la sonata para violín en Sol mayor, K. 379, de Mozart, donde el tema original
22
A menos que a Mozart le fallara la memoria al hacer su catálogo, y dichas partes
nunca existieran.
264 El estilo clásico
tianos y de sus ideales sobre la forma. Aquí todo cumple una función: el
estilo operístico, el virtuosismo pianista, el conocimiento cada vez mayor
del contrapunto barroco y en especial de Bach por parte de Mozart, y el
equilibrio simétrico y la tensión dramática del estilo de sonata. El primer
movimiento, de carácter militar pero sosegadamente controlado por sus
secuencias serenas, y el movimiento 'lento' Allegretto lírico, agitado y con-
movedor, son igualmente impresionantes. Es uno de los conciertos más
originales de Mozart.
Las líneas principales del concierto clásico para piano Mozart las trazó
en 177 6 con el K. 271, pero hasta llegar a los seis grandes conciertos de
1784 no exploró todo el abanico técnico que encerraba el género. A par-
tir de aquí no hubo más progresos técnicos: todo lo que hizo después fue,
en cierto sentido, una ampliación de los descubrimientos realizados con es-
tos seis conciertos. Ahora bien, lo que faltaba por explorar era el peso emo-
tivo que podía conllevar el género. Mozart aún no había compuesto nin-
gún concierto en el modo menor, ni tampoco había ensayado la grandio-
sidad sinfónica plena: la brillantez del K. 451 (al igual que la del K. 415)
es la propia de la obertura operística unida al virtuosismo. En el año si-
guiente, 1785, los logros de Mozart fueron mayores y más profundos gra-
cias a dos obras escritas con un mes de diferencia: los Conciertos K. 466
y K. 467.
Con el Concierto en Re menor, K. 466 en particular, abandonamos la
historia del concierto como forma específica. No se trata de un concierto
superior a los que le anteceden; la altura que éstos alcanzaron hace que
dicha preferencia sea arbitraria, si bien históricamente esta obra ejerció
mayor influencia. Sin embargo, no podemos considerar solamente el Con-
cierto en Re menor como un concierto, aunque sea un ejemplo excelso
de dicha forma. Con los K. 466 y K. 467, Mozart creó unas obras que
pertenecen tanto a la historia de la sinfonía e incluso de la ópera como
a la del concierto, al igual que con Fígaro nos adentramos en un mundo
donde· confluyen la ópera y la música de cámara.
El Concierto en Re menor es casi tanto un mito como una obra de
arte: cuando lo escuchamos, como ocurre con la Quinta Sinfonía de Bee-
thoven, resulta a veces difícil dilucidar si estamos oyendo la obra o la
reputación que la acompaña, la imagen colectiva que de ella tenemos. Pro-
bablemente. no sea el concierto de Mozart que más se interprete, pero in-
cluso en la época en que la fama del compositor estaba en su punto más
bajo -cuando su gracia eclipsaba su fuerza-, la estimación de esta obra
siguió siendo grande. Cierto es que no se trata de una pieza que haya
sido motivo de muchas explicaciones (no da pie a ninguna controversia)
ni tampoco ha sido muy imitada; tampoco es el concierto favorito de mu-
chos músicos, como tampoco la Mona Lisa es para nadie el cuadro prefe-
rido de Leonardo. Al igual que la Sinfonía en Sol menor y Don Giovanni,
del Concierto en Re menor puede decirse que trasciende sus propias vir-
tudes.
Mozart 265
No hay aquí espacio más que para un breve análisis, pero lo mejor
es no acceder a la obra de una manera directa a fin de aproximarnos más
a su núcleo central. Como ya he dicho, por lo que se refiere al Concierto
en Re menor, no se puede hablar de ningún progreso en cuanto a la téc-
nica del concierto propiamente dicha, pero sí pone de manifiesto un im-
portante adelanto en la técnica puramente musical: el arte de mantener
un incremento del movimiento rítmico, es decir, la creación de emoción.
Dentro del estilo clásico esto sólo se puede conseguir con pasos pruden-
tes, pero hay muchos pasos posibles, y el arte de controlar sus relaciones
-es decir, de mantener e intensificar un clímax- es muy complejo. Con-
sideremos el primer clímax importante en el que participan tanto el solis-
ta como la orquesta:
91 92 93 94
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9S 96 97
266 El estilo clásico
2 Tps.
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Mozart 267
107 108 109
Cuerda!.Jmñjj ~ Ffii
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113 114
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Cuerdas
268 El estilo clásico
25
Salvo, claro está, en un recitativo o en un estilo de cadencia improvisada, donde
sobra y no se espera una definición.
270 El estilo clásico
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Comienzo del primer solo
77
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115
Comienzo del «segundo gr~po»
Piano
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Tema del «segundo grupo»
Las relaciones son casi demasiado obvias; juntamente con la frase cro-
mática citada en la página 265 (cpms. 99-102) y todas sus derivaciones 26
el motivo en que se basan y la presencia ininterrumpida de las terceras pa-
ralelas dominan la sonoridad del concierto. Por vez primera los movimien-
tos inicial y final de un concierto se relacionan de una manera muy sor-
prendente y muy franca, si bien en la Sinfonía Concertante, K. 364, ya
aparece un primer intento en esta dirección. Esta nueva claridad de las
relaciones temáticas, esta exhibición de unidad tiene su origen en una
necesidad dramática de carácter interno, el mantenimiento del tono uni-
ficado que exige el estilo trágico. La fuerza de esta naturaleza trágica es
tal que llega hasta contagiar al movimiento lento; si aislamos este movi-
miento, Romanza, de los demás, su sección central dramática sería inex-
plicable. En el movimiento lento de la gran Sonata en La menor, K. 310
-primer ensayo de Mozart con el estilo trágico-, hay un brote muy pa-
recido de violencia. Si bien la exposición de dicho movimiento tiene ya
un carácter dramático muy marcado, la fuerza de su desarrollo resulta casi
inmotivada a menos que la relacionemos con el movimiento inicial. El con-
traste, mayor si cabe, del Concierto en Re menor es prueba de la facilidad
con que Mozart domina la forma. Sin embargo, el signo más evidente de
este dominio es la dúctil estructura de las frases del primer movimien-
to, así como las transformaciones de carácter expresivo de su recapitula-
ción.
A pesar de su estructura más imprecisa y de la resolución de la coda
en mayor, esta atmósfera trágica invade el movimiento final hasta el pun-
to de cambiar la relativa mayor en menor -el tema en Fa menor en el
compás 93 es sorprendente- y de transformar la recapitulación en uno
de los temas secundarios en una oscilación entre mayor y menor que cons-
tituye un presagio del patetismo de Schubert. Casi todas las modulacio-
nes son repentinas hasta el punto de la brusquedad, y el primer tutti
orquestal tiene una violencia brillante nunca hasta entonces utilizada por
Mozart en una sinfonía y mucho menos en un concierto. Las semejanzas
26
La frase aparece en primer lugar en los compases 9-12; a partir de entonces
los temas se presentan en los compases 44-47, 58-60; también es obvio la relación
con 28-30, y con las demás apariciones de dichos pasajes. Las relaciones entre los mo-
vimientos primero y final son, asimismo, más amplias y profundas de lo que yo he
expuesto.
272 El estilo clásico
27
A esta altura de la exposición, una dominante menor es perturbadora y esta-
bilizadora a un mismo tiempo: estabiliza la dominante mayor y, al hacerlo, aumenta
la tensión con la tónica.
Mozart 273
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Este pasaje nunca vuelve a aparecer, excepto en los compases 121-
123; en la recapitulación reaparece el tema inicial en la subdominante
-medio de resolución que Mozart suele utilizar con mucha frecuencia-
y procede de la siguiente manera:
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No es el material melódico de los compases 110-120 lo que aparece en
la recapitulación, sino su estructura armónica, que en ella se resuelve me-
diante la vuelta a la subdominante menor, como puede apreciarse en los
finales idénticos de ambos pasajes. La primacía de la armonía sobre la
melodía en la recapitulación considerada como resolución es evidente: para
el estilo clásico, la resolución armónica es más importante que la sime-
tría melódica.
La grandiosidad del estilo incide asimismo en la sección de desarrollo,
basada enteramente en material secundario 28 , ya que deliberadamente no
pretende recordar a la exposición, donde se ha desarrollado en gran me-
dida el tema principal. La introducción sosegada de lo que parece ser ma-
terial musical nuevo no hace otra cosa que ampliar el aliento; el clímax,
majestuosamente apasionado, se escucha en la tónica menor, de forma que
la vuelta al tema principal, en mayor, brilla y resplandece con el menor
sentido de movimiento posible. El tutti que sigue dura el doble que la
sección orquestal con que se inicia la recapitulación de cualquier otro con-
cierto de Mozart; además, durante diecinueve de sus veinticinco compases
sólo es la ejecución sin variación alguna de los compases iniciales. Esta
ampliación es de naturaleza especialmente sinfónica: un concierto suele
requerir más ornamentos; sin embargo, la gran dimensión y la libertad
28
Sobre todo lo expuesto en los compases 170, 28, y 160.
Mozart 275
mayor, en una especie de coda, y la obra acaba con un nuevo tema que
sólo dura cuatro compases.
Si una descripción debe corresponderse con lo que se escucha, este
movimiento no pertenece en ningún momento a la forma sonata, si siquie-
ra en el caso en que podamos adscribirlo sin reparos a dicha categoría.
Lo que escuchamos es casi una improvisación, una serie de melodías que
se despliegan libremente y flotan con suavidad sobre un acompañamiento
vibrante. Al igual que una canción que fluyese continuadamente, parece
tener la más sencilla e ingenua de las formas: la sencillez se recalca, al in-
troducirse cada nueva melodía con un cambio franco de la tonalidad, como
si no existiera un modelo tonal rígido, o como si la continuidad surgiese
únicamente del ritmo vibrante que pasa de las cuerdas al viento y al piano,
y que tranquila y firmemente sirve de apoyo al flujo melódico. Sin em-
bargo, todo ello está regido con sutileza -influido más que moldeado-
por los ideales del estilo de la sonata: nada hay arbitrario, y únicamente
cuando ya ha concluido uno se da cuenta del delicado equilibrio con que
se ha concebido toda la obra. Asimismo, la estructura de la frase parece tan
irregular como si de una improvisación se tratara. No obstante, la confi-
guración total es de una regularidad increíble. La melodía principal, el ri-
tornelo inicial, tiene la siguiente configuración: 3 + 2, 2 + 2 (1 + 1 + 1
+ 1 + 1) ó 5, 3 + 3; el clímax está en el mismísimo centro, al inicio de
la frase de cinco compases, y se plasma la simetría de 3 + 3, al principio
y al final, sin que las últimas frases sean en modo alguno repeticiones de
las primeras:
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2 con sordino
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La aceleración de la pauta rítmica general se produce al cambiarse las
frases de tres compases en frases de dos compases; la frase de cinco com-
pases se divide en unidades de un solo compás, con lo que la animación
continúa incrementándose. Sin embargo, su gran duración contrarresta y
equilibra todo esto por medio de una retención que en realidad es una
transición a la simetría final que sirve para la resolución. La aparente
irregularidad nos produce -al igual que todo el movimiento- esa im-
presión de profunda emoción típica de la canción improvisada y del diseño
formal.
Mozart 277
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280 El estilo clásico
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Adagio que sigue y, sobre todo, en la melodía inicial. El esqueleto del tema
es una sencilla escala descendente a la que acompaña un movimiento pa-
ralelo más prolongado que se mueve por encima. Al igual que en muchas
de las melodías de Bach, la única voz que Mozart usa traza dos líneas poli-
fónicas. Su expresión en forma esquemática es la siguiente:
Además, aparecen dispuestas de tal forma que todos sus detalles ocu-
rren con el mayor patetismo posible:
1 2 3 4
)~.:::: 1::,::r=j=' :J
t::~:·:t;:,:[:'rr:~&=~':';i
La suspenswn armomca al inicio del compás 2 hace brotar en la me-
lodía todo el efecto tremendamente expresivo del abandono de la sépti-
ma: la resolución (fuera de lugar) de la suspensión en el Mi sostenido sua-
ve del bajo, sólo sirve para convertir al segundo Si de la mano derecha
en una disonancia expresiva. Puede que la estructura de la melodía consista
en dos paralelas regulares, pero su belleza y su apasionada melancolía se
basan en la irregularidad rítmica y en la variedad del fraseo que ponen de
manifiesto todas las facetas expresivas posibles de las dos sencillas líneas
descendentes. La diferencia de per:l.iil de la sexta de los tres primeros com-
pases es un ejemplo de fertilidad de invención. Sin embargo, lo más nota-
ble quizás sea el hecho de retener la resolución de Re en el tercer compás
de la melodía hasta el sexto compás, y lo más expresivo, la casi trágica
rememoración de toda la línea en el compás séptimo. Debo contentarme
con sólo señalar estos detalles, pero este maravilloso tema merecería un
estudio más detenido del que aquí le dedico, sobre todo en lo que se
refiere al distanciamiento de las voces.
Antes de dar lugar a un malentendido, me apresuro a añadir que yo
no doy por supuesto que Mozart empezara por crear un esqueleto, como
282 El estilo clásico
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Cuerdas eresc.
30
Hay un claro movimiento de exposición que pasa del primero al segundo tema,
sin embargo, falta la recapitulación de este segundo tema; no obstante, los temas están
estrechamente relacionados, y una recapitulación del primer ritornelo se utiliza como
sustituta de la recapitulación.
284 El estilo clásico
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(Cello, Fgs. + Bajo 8.a)
31
Citado y analizado en las págs. 134-137.
286 El estilo clásico
Fgs.
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148
Piano
Fg. 1
parecen ser muy libres, al oído suenan muy estrictas. Un movimiento final
clásico, aun en el caso de clasificárselo como perteneciente a la sonata,
siempre tiene una estructura más imprecisa que un movimiento inicial,
e inevitablemente es más sencillo de entender. Sin embargo, este movi-
miento, a pesar de toda su sobriedad, todavía tiene una gran proporción
de la desesperanza apasionada del primer movimiento, tanta, que Beetho-
ven evocó parte de su coda en el movimiento final de la Appassionata.
El Concierto en Do mayor, K. 503, nunca ha sido del agrado del pú-
blico. Terminado a finales de 1786, ocho meses más tarde que el último
de los tres conciertos para piano con clarinete, es una obra majestuosa y
-para muchos oídos- fría. Ello, no obstante, es la obra que muchos mú-
sicos (tanto historiadores como pianistas) tienen en especial estima. Su
falta de popularidad se debe a que el carácter de sus elementos musicales
es casi neutral: en el primer movimiento, sobre todo, este material musical
ni tan siquiera aparece lo suficientemente caracterizado como para decir
de él que sea trivial. La frase inicial surge como una serie de bloques de-
rivados de un arpegio:
Allegro maestoso
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+Bajo S.a
la exposición (el empleo del contraste entre mayor y menor dentro de un acorde
subordinado tendría el efecto más netamente colorista de una armonía cromática).
En el compás 17 5, todas las ediciones indican un La agudo en el piano, ya que es
evidente que Mozart utilizaba el La más grave sólo porque su teclado llegaba única-
mente hasta Fa; el lugar paralelo dentro de la recapitulación demuestra que Mozart
debería haber conservado la forma más aguda de la melodía en ambas ocasiones, como
ocurre en el compás 170. Desdichadamente no podemos detenernos en ese punto; al
compararlo con el lugar paralelo (compás 345) se comprobará que si cambiamos el
compás 175, habremos de escribir de nuevo el compás de esta manera:
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1
1 1 1
229
34
Citado en la pág. 448.
296 El estilo clásico
Estas tres obras tienen un carácter en parte particular. Tal vez la más
extraña de ellas sea el llamado Concierto de la Coronación en Re mayor,
K. 53 7. Músicos e historiadores por igual lo han tratado con extrema
dureza. La música del más popular de todos los conciertos de Mozart durante
el siglo XIX y gran parte del xx, merece más respeto: históricamente es la
más progresista de todas las obras de Mozart, y la más cercana al primi-
tivo estilo romántico o protoromántico de Hummel y Weber. Incluso, por
su estilo virtuosista, es la más parecida a los primeros conciertos de
Beethoven. Sólo tenemos que comparar:
para constatar un detalle parecido entre otros muchos. Cabría decir que
éste hubiera sido el concierto que Hummel habría compuesto si hubiese
tenido genio y no sólo un talento notable.
En un aspecto importante este concierto es una obra revolucionaria,
ya que intercambia el equilibrio de los aspectos armónico y melódico, de
modo que la estructura depende en gran medida de la sucesión melódica.
Esto ya es evidente en el ritornelo inicial, cuyos prolongados pasajes ate-
máticos de transición hacen resaltar una sección de otra:
Vln. 1 51 SB S9 60
p
Vla.l Ce!lo
+Bajo S.a
una nueva frase empieza entre los compases 102 y 105 sin que -en el
momento de escucharla- quede bien patente el punto exacto de su naci-
miento: el análisis retrospectivo nos dice que (al escuchar el compás 106)
la nueva frase comenzó en la primera pulsación del compás 104, sin em-
bargo, cuando lo oímos por primera vez sólo teníamos consciencia de la
continuidad del movimiento. De esta manera, Mozart resuelve a la vez una
articulación clara y un flujo ininterrumpido. Este ejemplo podría denomi-
narse la articulación de la continuidad; unas cuantas páginas antes puede
verse el proceso complementario: la integración de un movimiento inte-
rrumpido:
Mozart 301
79 80 81
--- 82
26 28
Vla.J ~
Celia
+Bajo 8.•
que este tipo de quinteto tenga una mayor variedad no lo hace básicamente
ser más interesante.
En tres ocasiones distintas Mozart volvió sus ojos hacia el quinteto
para cuerda, y siempre justamente después de haber compuesto una serie
de cuartetos, como si la experiencia de escribir sólo para cuatro instru-
mentos le urgiera a ensayar un modo más rico. Su primer quinteto lo com-
puso a los diecisiete años. En 1772, tras conocer los cuartetos de Haydn
op. 20, e inspirado por el nuevo concepto de la música de cámara que en
ellos encontró, compuso seis cuartetos en los que su lucha por asimilar el
lenguaje de Haydn da como resultado una alternancia constante entre su
torpeza y su gracia natural. Un año después escribió el Quinteto K. 174,
una obra menos forzada y más ambiciosa en su aspecto convencional. Cier-
to es que encontramos en ella muchos rasgos que merecen señalarse, la
mayoría de ellos típicamente haydnianos: el juego ingenioso de una figura
de dos notas en el minué, que casi es digno del viejo maestro, una repe-
tición auténticamente falsa en el movimiento final, y el empleo insólita-
mente dramático del silencio en los movimientos extremos. Más típica-
mente mozartiana es la explotación de las especiales sonoridades del género,
como son sus efectos de eco en el trío del minué, el continuo empleo del
doblamiento (a la octava o a la tercera), y los intercambios en forma de
antífona entre los instrumentos más agudos y los más bajos. El momento
más original tal vez sea el comienzo del movimiento lento, debido a su
uso de una figura de acompañamiento, en sordina y al unísono, que como
melodía, tiene carácter expresivo:
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Cello
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308 El estilo clásico
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Cello
con una frase por encima de ella que gradualmente alude cada vez más a
la sinuosa frase cromática citada arriba. Las expresivas síncopas quedan así
enmarcadas por dos notas de pedal similares; y la inmovilidad del bajo
durante las prolongadas secciones del 'segundo grupo' constituye el equi-
librio de la concentración en la tónica y la longitud del 'primer grupo'. He
puesto el acento en estas proporciones porque, si bien se considera al
Quinteto en Do mayor como una de las más grandes obras de Mozart, rara
vez se la reconoce como quizás la más osada de todas ellas.
El primer movimiento del Quinteto en Do mayor es probablemente el
'allegro de sonata' más largo anterior a lós de Beethoven; es más extenso
que ninguno de los que compondría Mozart, o de los que Haydn había
escrito o escribiría. Incluso el Allegro de la Sinfonía Praga es más breve,
y sólo merced al Adagio de su introducción el primer movimiento de esta
obra alcanza las dimensiones del Quinteto en Do mayor. En el quinteto,
la principal expansión de la forma mozartiana tiene lugar en la exposición,
que asombrosamente es más prolongada, según creo, que ninguna exposi-
ción de primer movimiento compuesta por Beethoven con excepción de la
de la Novena Sinfonía, que le iguala. Hasta la exposición de la Heroica es
más breve.
La dimensión no significa en sí misma gran cosa; el movimiento y las
proporciones ·lo son todo. Lo que de extraordinario tiene esta exposición
es que Mozart descubre el secreto de las dimensiones de Beethoven. En
primer lugar, se da una marcada jerarquía del movimiento periódico: frase,
párrafo y sección. Por esta razón Mozart no inicia el movimiento con una
melodía perfectamente definida, sino con fragmentos motívicos según la
práctica normal de Haydn; además se anticipa a Beethoven en el uso de
este tipo de motivos con un movimiento una y otra vez interrumpido den-
tro del párrafo. No sólo abandona Mozart la melodía, sino que renuncia
a buena parte del sugerente color armónico que aparece en los primeros
Mozart 311
compases de casi todas sus otras obras que poseen una intensidad expresiva
similar a la de este Quinteto 1 • Pospone¡ cosa que hace muy rara vez, el
empleo de la supertónica, la submediante y la subdominante: durante ca-
torce compases sólo define la tónica y la dominante. También en esto se
anticipa a Beethoven, quien en los inicios de sus obras más excelsas suele
perfilar con mayor frecuencia que no, solamente el acorde tónico. Por regla
general, las secciones tonales de las exposiciones mozartianas tienen una
solidez sosegada que no encontramos en las formas de Haydn, más nervio-
sas y más abiertamente dinámicas: cuando esta firmeza .se combina, como
aquí ocurre, con la técnica motívica haydiana de la exposición y la expan-
sión integradas dentro de un sentido muy sutil y nítidamente manifiesto,
de la gran estructura periódica, surgen las proporciones majestuosas de este
movimiento, las que no debilitan la intensidad lírica que se difunde por
toda la obra.
Al ampliar la estructura simétrica, breve pero fuerte que se deriva
de la danza, y más tarde se denominaría 'forma sonata', el problema seguía
siendo cómo y dónde añadir peso sin desequilibrar las proporciones ni des-
truir la unidad. La solución más sencilla consistió en incorporar una intro-
ducción lenta, prolongada, como las de la Sinfonía Praga y las Sinfonías
en Mi bemol, o la de la espléndida Sonata para piano y violín en Sol ma-
yor, K. 379; pero seguía siendo un recurso externo, un concepto de
suma más que de síntesis, hasta que llegamos al Quinteto en Re mayor
de Mozart y a las sinfonías de Haydn de la década de 1790, donde se pu-
sieron de manifiesto nuevas relaciones entre las introducciones y los alle-
gros que les siguen. Para ampliar la forma, Haydn solía aumentar la segun-
da mitad y no sólo ampliaba el 'desarrollo', sino que muy a menudo lo
continuaba con toda la recapitulación. Sin embargo, agrandar la longitud
de la primera mitad es difícil y peligroso a la vez: la exposición de una
sonata se basa únicamente en una acción, el establecimiento de una pola-
ridad; dilatar su ausencia demasiado tiempo equivale a difuminar toda la
energía, arriesgarse al caos; una vez que se presenta la polaridad, todo lo
que queda de la primera mitad tiende a tener una mera función cadencia!.
En un concierto, la retención de esta cadencia es el procedimiento más
sencillo y justificable, la ocasión para que se luzca el solista con sus pasa-
jes de arpegios virtuosistas: después de todo, el virtuosismo cadencia! es
el origen de la cadencia 'improvisada' al final del movimiento. Este tipo
de brillantez, que resultaría hueco en una sonata para piano 2 , es una nece-
sidad dramática para el concierto: le da al instrumento solista un peso equi-
valente al de la orquesta y permite plasmar un equilibrio satisfactorio. (Sólo
el virtuosismo cobra tales proporciones que supera a las de la orquesta,
1
Al comienzo de las piezas se da una concentración parecida en la tónica y en la
dominante sencillas, como ocurre en el primer movimiento de la sinfonía Júpiter, y
en la temprana sinfonía en Do mayor, K. 338, aunque no contiene tanta intensidad
y sólo persiguen conseguir grandiosidad o brillantez.
2
En el movimiento final de la sonata en Si bemol, K. 333, se los consigue sólo
mediante una imitación descarada e ingeniosa del rondó de un concierto.
312 El estilo clásico
como ocurre con algunas obras de los siglos XIX y xx) esta brillantez resulta
de mal gusto.) De todas maneras, este recurso no puede aplicarse a la
forma sonata como no sea en el caso especial del concierto.
En el Quinteto en Do mayor, Mozart eligió el modo más difícil y tam-
bién el más satisfactorio de incrementar las posibilidades de la primera mi-
tad de la sonata: la expansión de la sección tónica inicial, o 'primer grupo'.
Ello significaba la dramatización, no de una acción, sino de la negación a
actuar, la creación de tensión mientras se permanece en el punto extremo
de la resolución. Para conseguir dicha dramatización, Mozart recurre a una
gran variedad de medios muy bellos: retira del principio todo el croma-
tismo, y lo va introduciendo a medida que la sección avanza; utiliza lo
que era un modo tradicional de ir hacia la dominante, el contra-enunciado
(es decir, la repetición de las frases iniciales del movimiento, y el dar
comienzo a la modulación antes de completar la repetición), aunque altera
radicalmente su aspecto y su función: las frases del inicio se repiten, sólo
que en la tónica menor, creando la ilusión de un movimiento armónico,
mientras que básicamente se quedan en el mismo sitio; así desestabilizan
la tónica sin tener que negarla verdaderamente.
A esto sigue una de las expansiones más extraordinarias de una pro-
gresión; una sencilla frase plagal IV-I : ·
38 39
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Vla. 2
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se decora:
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IV VI corno cadencia
de sorpresa en lugar de I
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IV
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si bien regresa otra vez a la tónica con la misma cadencia IV-I, antes de
que el movimiento hacia la dominante empiece. La majestuosidad sin prece-
dentes de esta pieza se deriva de la prolongada inmovilidad y de la sólida
armonía tónica y su patetismo lírico procede de las alteraciones cromáticas
que hicieron posibles las proporciones.
Bueno es señalar, al respecto, que Beethoven, cuando elegía ampliar
el 'primer grupo' -cosa rara-, lo hacía por vías muy distintas. En deter-
minadas obras (op. 10, núm. 3 y op. 2, núm. 3, por ejemplo) pasa a otra
nota secundaria con un nuevo tema, antes de establecer la dominante, lo
que ha dado lugar ocasionalmente a discusiones ociosas sobre cuál es el
'verdadero' segundo tema: la musicología se ocupa a veces de cuestiones
metafísicas un tanto extravagantes. En la Sonata op. 111, inspirándose en
el movimiento final de la Sinfonía Júpiter, amplía la sección tónica con
un desarrollo fugado antes de modular a la submediante, que él utiliza
como dominante. La Novena Sinfonía cuenta con un recurso excepcional-
mente sutil: Beethoven repite el tema principal en Si bemol mayor, la
submediante (que volverá a utilizar otra vez como dominante), pero de
tal manera que sigue sonando como si la tonalidad no hubiera abandonado
la tónica Re menor: de este modo, prolonga el primer grupo, amplía de
modo dramático la importancia de la tónica, y prepara su modulación, todo
ello con un solo trazo. Es típico de Beethoven que sus obras de mayores
proporciones sean también las de medios más económicos.
Si los oyentes midieran con reloj sus experiencias, la sección de desarro-
llo del Quinteto en Do mayor parecería demasiado breve; pero la comple-
jidad y la intensidad suplen con creces a la longitud. Este desarrollo es uno
de los más ricos de Mozart: el clímax es un canon doble a cuatro voces
con un contrapunto libre en la quinta (segunda viola):
115
Mozart 315
Cello
-
Compases de la coda
•••, 11
322-=41 342=53 354=69
3
Citado en la pág. 449.
.316 El estilo clásico
...
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5
El último movimiento Adagio del cuarteto op. 54, núm. 2, de Haydn, ·obra ex-
traña se mire por donde se mire, aunque aparenta tener una forma ternaria relajada,
en realidad tiene la forma de una serie de variaciones libres.
Mozart 319
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L 1 1 1 1 1 1 1 r ; r 7
6
Es interesante señalar que en las obras de Mozart escritas con tonalidades me-
nores, cuando el movimiento lento tiene una complejidad expresiva muy marcada,
suele estar en la submediante mayor {por ejemplo, la sonata para piano en La ,menor,
K. 310, la sinfonía en Sol menor, el concierto en Re menor, K. 466), mientras que
los movimientos más sencillos están en la relativa mayor menos remota (el concierto
en Do menor, K. 491; el cuarteto en Re menor, K. 421; la sonata en Do menor,
K. 457).
322 El estilo clásico
y Schubert, y que ya había utilizado Haydn con efectos cómicos, tiene aquí
un aire de tristeza y de resignación. Al igual que el último movimiento
del Concierto en Si bemol, K. 595, no se puede interpretar sólo pensan-
do en su brillantez, sin trivializarlo. Plasma su efecto mediante la espa-
ciosidad y el aliento de su estructura, y mediante la alternancia de pa-
sajes de gran sencillez con otros más ricos en contrapuntos y más abierta-
mente expresivos.
Si se sitúa el minué en segundo lugar en vez de colocarlo en el tercero,
el peso expresivo de un cuarteto o quinteto recae en su segunda mitad.
Haydn utilizó con frecuencia este orden en sus conciertos hasta 1785 y
a partir de entonces lo abandonó casi por completo 7 (a excepción del
op. 64, núms. 1 y 4, y el op. 77, núm. 2). Mozart lo empleó en la música
de cámara casi con tanta frecuencia como el orden más habitual. Cuando
el movimiento lento se sitúa en tercer lugar y se ve seguido, como ocurre
en el Quinteto en Sol menor, por un prolongado Adagio como introduc-
ción al movimiento final, se hace aún más perceptible la desviación del
centro de gravedad de la obra. No se trata de que la situación del minué
estuviera fijada con gran nitidez: el divertimento solía tener dos minués:
uno antes y otro después del movimiento lento, sin embargo, parece no
haber duda de que tanto Mozart como Haydn, con vistas a lograr un
concepto más unificado de toda la obra, experimentaron con la posibilidad
de variar las proporciones y el orden de los movimientos. La razón princi-
pal que tuvo Mozart para situar el minué en segundo lugar puede que
haya sido el deseo de separar un movimiento lento excepcionalmente com-
plejo, del movimiento inicial, tradicionalmente dramático. (Obró así no
sólo en los dos Quintetos, K. 515 y 516, sino también en tres de los
Cuartetos dedicados a Haydn, y en el Hoffmeister, obras todas con movi-
mientos lentos de un carácter insólitamente serio, o, como en las variacio-
nes del Cuarteto en La mayor, K. 464, de gran duración). Ello le con-
fiere un equilibrio más igualado a las dos mitades de la obra. Beethoven,
que por regla general siguió el orden más tradicional, al final de su vida
volvió a redescubrir o reinventar las proporciones de Mozart y situó el
scherzo antes del movimiento lento en sus dos obras más monumentales 8 :
la Sonata Hammerklavíer y la Novena Sinfonía. En ambas, la concepción
parcial del scherzo es la de ser una parodia del primer movimiento, aun-
7
Sin embargo, a partir de aquí se le concedió al scherzo una importancia mucho
mayor.
8
En lo relativo a sus cuartetos, Beethoven eligió también este orden para el
op. 59, núm. 1, que es su primer ensayo de creación en un estilo amplio y nuevo.
El cuarteto en La mayor, op. 18, núm. 5, es una imitación en todos sus movimientos,
del cuarteto en La mayor de Mozart, y prevalece asimismo dicho orden; el movimiento
de variación lenta ocupa el tercer lugar. Las variaciones lentas de las op. 135 se
sitúan, de modo similar, después del scherzo. El orden de los movimientos de los
últimos cuartetos no puede enunciarse de manera resumida. Sin embargo, a este res-
pecto hay que decir que el orden del cuarteto en Si bemol, op. 130, se corresponde
muy claramente con el de la Hammerklavier y con el de la Novena sinfonía.
324 El estilo clásico
que el orden sirve una vez más para distribuir más equilibradamente el
peso expresivo. Las últimas obras de Beethoven muestran una vuelta muy
marcada a los ideales de Mozart y Haydn dentro de un contexto emocional
muy distinto.
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perfilan una forma tan similar que el oyente siente su parecido de inme-
diato. El Larghetto reaparece en forma de coda, pero no como parte de
un marco estático; el Allegro regresa una vez más en el mismísimo final.
De hecho, los ocho compases iniciales del Allegro están concebidos con
tanto ingenio que son a la vez un inicio y una cadencia final: su regreso
al final no presenta ninguna alteración. El regreso del Larguetto es, asi-
mismo, una resolución de su primera aparición mucho más dinámica: es
una auténtica recapitulación según el estilo de sonata, no una variante de
la forma da capo.
326 El estilo clásico
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330 El estilo clásico
En la secuencia del inicio de este pasaje, cada nueva frase asume las
terceras descendentes donde las dejó la frase anterior, incluso cuando en-
tre ellas hay una pausa semicadencial. El clímax constituye la creación re-
pentina de un vacío: no se toca la cadencia -elaborada con fuerza, y con
la intensa energía que puede suscitar el descenso acumulativo- del com-
pás 52: no sólo se pospone, sino que se retiene permanentemente. En lu-
gar de la cadencia, cesa todo movimiento, y con un repentino piano sólo
permanece el suave estremecimiento de las dos violas. Al entrar los de-
más instrumentos con una nueva secuencia que nos retrotrae directamente
al tema principal, nos encontramos ante cuatro tipos de ritmo totalmente
distintos y superpuestos dentro de una estructura contrapuntística que a la
vez es compleja y profundamente conmovedora. En el compás 56, el in-
tercambio de líneas entre el primero y el segundo violín es el postrer re-
finamiento que prepara la entrada del tema principal tras un crescendo.
La secuencia y la superposición de las estructuras rítmicas plasman una
sensación de calma tras el enérgico descenso de las terceras: todo se re-
suelve con sosiego y de modo inevitable, es decir, surge una inmovilidad
mantenida e intensa tras detenerse el impulso mediante la atrevida anti-
cadencia.
El Quinteto en Mi bemol mayor, K. 614, es un tributo a Haydn: se trata
de la última obra de Mozart en el género de la música de cámara. Jun-
tamente con el anterior, en Re mayor, se dice que lo compuso para que lo
tocase Johann Tost: la imitación de Haydn tal vez se deba, al menos par-
cialmente, a la amistad de Tost con el anciano compositor, quien acababa
de escribir doce cuartetos para él. ¿Cabe la posibilidad de que Mozart re-
cibiera el encargo a través de Haydn? En todo caso, la deuda musical con
el viejo amigo es en esta obra tan importante como en el primer Quin-
teto para cuerda, el K. 174. El movimiento final del K. 614, compuesto
en 1791, se deriva del movimiento final de uno de los cuartetos que Haydn
dedicó a Tost en 1790, el op. 64, núm. 6:
Mozart 331
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Mozart
1
Las palabras fueron subrayadas por el propio Mozart; cita tomada de Letters of
Mozart and his family, ed. Emily Anderson, Londres, 1966.
333
334 El estilo clásico
2
En una carta de 8 de noviembre de 1780 rechazaba la idea de hacer un aparte
en un aria: «En un diálogo estas cosas son naturales, ya que se pueden pronunciar
unas cuantas palabras apresuradas en el aparte, pero en un aria en la que hay que
repetir las palabras, esto tendría un efecto deplorable, y aunque no sea el caso, yo
preferiría interrumpir el aria» [el subrayado es mío, C. R.], ibid.) pág. 659.
3
Carta de 27 de diciembre, 1780, ibid., pág. 699.
Mozart . 335
zas (así como una caracterización más concreta del significado de las ar-
monías relacionadas, la cual podía servir, asimismo, para expresar un valor
dramático), y tercero, pero no menos importante, el empleo de la transi-
ción rítmica, hecho que permitía que la textura cambiara con la acción es-
cénica sin menoscabo alguno para su unidad musical. Todos estos rasgos
estilísticos pertenecen al estilo 'anónimo' de la época, y hasta 1775 fueron
moneda de uso corriente en música. Sin embargo, no hay duda de que
Mozart fue el primer compositor en aprehender, de una manera sistemá-
tica, sus inferencias operísticas. En cierto sentido, Gluck fue un compo-
sitor más original que Mozart; su estilo tenía una hechura mucho más
personal, aunque ello fue debido más a un acto de férrea voluntad que a
la aceptación de las tradiciones de su época. Sin embargo, esta misma ori-
ginalidad le obstaculizó el camino para alcanzar la facilidad y soltura con
que Mozart dominó, tan magistralmente, la relación entre música y drama.
La capacidad de adaptación del estilo de sonata a la ópera se pone de
manifiesto, y del modo menos complejo y más perfecto, en uno de los
números favoritos de Mozart, perteneciente a Fígaro: el gran sexteto de la
identificación, del acto III, cuya forma es la de un movimiento lento de
la forma sonata (es decir, sin sección de desarrollo, pero con una recapi-
tulación que empieza en la tónica, sj bien el 'segundo grupo' de la reca-
pitulación aparece resaltado e intensificado en este caso hasta tal punto que
surte alguno de los efectos de la sección de desarrollo). El sexteto comien-
za con la expresión del júbilo de Marcelina al descubrir que Fígaro es el
hijo que perdió hace mucho tiempo (a):
Andante
Vln.~~JJJTD n
b
DoN CURZIO
17 MARCELLINA
• Fi - glio a - ma - to 1
FJGARO
fi - glio a • ma • to 1
Pa • ren. ti a - mü.ti !
BARTOLO
Fi • glio a - ma-to !
Ccllo . + Fgs.
+ Bajo S.a (se omtten las voces)
Mozart 337
SUSANNA.
Ccllo
Bajo (se omiten las voces) + Fgs.
Se repite (e) mientras Marcelina, Fígaro y Bartola . se sieJ?-ten todavía
confusos por su descubrimiento. Se escucha una sonondad d1son~nte con
una vuelta a la dominante menor y cuando Susana se llena de rab1a al ver
que Fígaro besa a Marcelina (d):
r--------- d --------.
SuSANNA
J1 l _l 1
al 1 r ¡
Gia d'ac-cor-do col-la spo- sa Bill - &ti Del, thc in-fo - • del• ta
Sen - ti o ca ~ ra
+Bajo 8.a
62 SUSANNA r----------
66
fa,
y concluye con una firme cadencia en la dominante, como era normal en-
tonces con cualquier exposición.
Cello
+Bajo 8.•
15
.------------ b variado-----------,
80 SUSANNA D.~RTOLO SUSANNA IL CONTE SUSANNA DoN CURZIO
2 Tps.
Cello
u--======----
Bajo
DoNNA ELYIRA
Cello
+Bajo 8.a
)42 El estilo clásico
1 1 r ..
- gir, ec- co il tem po, ec- co il tem-po, ec-co il tern po di fug - gir
-
(omitido el doblamiento del Cl.) (Fl. callada)
f¡ Obs.};;-J_ j - - - J _____,._ J 1 1 ~ IJ
~1 ~:r ~¡ y i
r " .r ft
81 Vlns. 1
if!. S.a _más alta)
V! as.
Ccl¡;;
+ Ba¡o S.a
- - p 1
na a - .. v..a _ __ do'
Cello
+Bajo 8.•
45
la - - - - - - - acia al - la mi& pe - na
Allegro 64
·&~• rnr ) )r r r J 1
Su gran aria 'Or sai chi l'onore' está asimismo en Re 4 • Más aún, cuan-
do Doña Ana y sus amigos enmascarados, Don Octavio y Doña Elvira, apa-
recen por vez primera en el final del acto I, se presentan con la tona-
lidad de Re menor.
171
4
Su última aria, 'Non mi dir', está en la relativa mayor de Do menor, Fa mayor,
y va precedida de un recitativo acompañado en el que predomina principalmente
Re menor.
5
Incluso la voz fantasmal de la estatua en el cementerio empieza su primera frase
con un acorde de Re menor, mientras que la postrera vez que ésta aparece, al final
del último acto, es la señal no sólo para volver a Re menor de la forma más enérgica,
sino para hacer una recapitu_lación explícita de buena parte de la obertura.
Mozart 345
61 DoNNA. E.i..VIRA
DONNA ANNA
72 DoN OTTAVIO
Ce!lo
+Bajo 8.a
duración del 'desarrollo' que le precedió: los 140 y tantos compases del
Molto allegro tienen un tempo casi el doble de rápido que el resto del
sexteto, de modo que su duración equivale a unos 70 de los compases
anteriores y su densa concentración en la tónica crea un equilibrio y una
resolución perfectamente clásicos de todas las tensiones armónicas del
texteto. Los momentos de clímax de éste están, asimismo, en los mis-
mos lugares y tienen idéntico carácter que los de una sonata: el sorpren-
dente cambio del inicio del desarrollo, cuando entran Doña Ana y Don
Octavio, y la prolongadísima tensión al final del mismo, cuando Leporello
revela su identidad. Puede decirse que la última sección -Molto allegro-
sigue la estética de la sonata, casi a pesar de la letra, pues 'Mille torbidi
pensieri' a duras penas supone una aproximación exacta a la tónica.
No debería considerarse el sexteto como una forma musical abstracta;
responde a otras presiones que no son las puramente musicales. No obs-
tante, las proporciones y conceptos que contribuyen a configurarlo son
las mismas que crearon la forma de sonata. Mozart explicó repetidamente
y con toda claridad que la letra tenía que servir a la música, aunque tam-
bién recalcó la paridad de las ideas dramáticas y las musicales. En sus ópe-
ras, la trama argumental y las formas musicales son indisolubles. La ca-
pacidad del estilo de sonata para fundirse con una concepción dramática,
como no lo había hecho en ningún otro estilo anterior, fue la gran opor-
tunidad histórica de Mozart. Sin esta relación complementaria entre estilo
musical y concepción dramática, ni la música más ilustre puede hacer via-
ble una ópera; con ella es difícil no conseguirlo, hasta con el libreto más
absurdo.
Missa Solemnis) la continuidad a una escala aún más grande que cualquie-
ra de las de Mozart, sigue dependiendo de este tipo de forma seccional
como base de una estructura más amplia (hasta en Wagner hay vestigios
muy claros de ello). La importancia de los finales de Mozart dentro de
las óperas como totalidad nunca se ensalzará demasiado: agrupan en un
haz las hebras dispares del drama y de la forma musical y les confieren
una continuidad que las óperas nunca antes habían conocido. Las arias,
por bellas que sean, sólo sirven en parte a modo de preparación para el
'finale' del acto, que es la pieza estrella del acontecimiento.
Nada tiene de sorprendente que el desarrollo del 'finale' concebido uni-
tariamente lograra el efecto de reducir la importancia del recitativo secco.
No quiere esto decir que desde el punto de vista cuantitativo se produ-
jera su disminución en las últimas óperas, pero sí se hizo menos atrevido
y expresivo. Después de La Finta Giardiniera hay pocos recitativos secco
que puedan parangonarse al cromatismo de este pasaje de dicha obra tem-
prana:
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350 El estilo clásico
A 1
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- la· ta Oi- me che su-do
A
como 'Non mi dir' y 'Batti, batti, bel Masetto'. En las óperas del último
cuarto del siglo xvrrr es frecuente encontrar un aria en tempo moderado
con una sección concluyente más rápida, aunque la sección final no es una
coda ni un movimiento independiente, como la segunda parte de 'Casta
diva' de Bellini, sino una resolución armónica de las tensiones anteriores.
La primera parte, más lenta, de casi todas estas arias tiene aparentemente
una forma ABA que nada tiene en común con la del aria da capo, ni con
la forma ternaria normal: B marcha siempre hacia la dominante y tiene
el carácter del 'segundo grupo' de una sonata (seguido a veces de un
desarrollo). La sección concluyente, más rápida, que sigue a la vuelta del
tema inicial sustituye armónicamente a la recapitulación de B o 'segundo
grupo': como en el final del sexteto de Don Giovanni, esta sección no
abandona nunca la tónica, a excepción de una rápida incursión a la sub-
dominante, incluso en ejemplos tan largos como el Allegro moderato final
de 'Per pieta, ben mio', de Cosz fan tutte 7 • 'Dove sono', el aria de la
Condesa, de Figaro, emplea esta forma incompleta de la primera sección
lenta suspendiendo la vuelta a la melodía inicial en medio de una frase:
el Allegro que sigue resuelve esta frase y toda la pieza. Esta forma de
arias Andante (tónica-dominante-tónica), Allegro (tónica) está de acuerdo
con el ideal armónico de la sonata al marchar primero hacia la dominante
y dedicar por lo menos su última cuarta parte a una resolución tónica
firme: el clímax armónico aparece situado en el centro y, al igual que en
el concierto, la resolución se mantiene gracias al virtuosismo 8 •
Ahora bien, a medida que Mozart fue adquiriendo experiencia como
compositor de óperas, el concepto que tenía del aria se fue haciendo más
imaginativo. Los modelos de sonata de la mayoría de las arias de sus pri-
meras óperas -La Finta Giardiniera, Za"ide, Idomeneo- son relativa-
mente sencillos y directos, y sus simetrías melódicas aparecen señaladas
de manera nítida y literal. Muchas de ellas podrían servir como ejemplos
ideales en los libros de texto para ilustrar las definiciones más estrictas
y ceñidas del allegro de la sonata. Incluso las arias que cuentan con las
modulaciones más sorprendentes son relativamente directas. Mozart inten-
tó varias veces en Idomeneo la fusión de las formas sonata y da capo
(núms. 19, 27 y 31 ). Las arias empiezan con una exposición de sonata
7
Al igual que su percepción de la unidad tonal de una ópera, esta percepción de
la proporción tonal supone una evolución ulterior del estilo de Mozart que, en este
último caso, se inicia con Entführung. No se aplica, por ejemplo, al trío en Mi mayor
'O selige Wonne', de Zatde, que sigue a una exposición .de sonata sin resolver con su
forma sonata completa.
8
El dúo 'La, ci darem la mano', de Don Giovanni, empieza con el de un movi-
miento lento, forma sonata, muy clara (sin sección de desarrollo), la cual tiene una
recapitulación completa; la sección más rápida (en 6/8), que le sigue, es una cadencia
expandida que nunca abandona la tónica. Cabría decir que es una auténtica coda, ya
que su énfasis en la tónica no tiene la premura de la sección final de las arias ante-
riormente citadas. Al no tener ninguna necesidad formal de resolución, el lujo de tal
complacencia en la más consonante de todas las armonías, desarrollada con el ritmo
de danza rutilante de una siciliana, constituye una imagen de la deliciosa entrega de
Zerlina.
Mozart 353
para el gran público, y no ganar ningún dinero, cosa que, por supuesto,
354 El estilo clásico
fue más o menos lo que sucedió. Al cambiar la tonalidad del aria de Osmin
(núm. 3 de Entführung) 9 , Mozart no invalida de ningún modo su insis-
tencia en la importancia de la unidad tonal, puesto que las diferentes sec-
ciones están separadas por un diálogo hablado de manera clara aunque
breve; tal vez sea éste un recurso ingenuo, pero las pautas tonales de
Entführung no eran todavía tan elaboradas como las de sus últimas óperas.
En todo caso, la carta a su padre deja bien claro que el cambio de tona-
lidad entraña un significado definitivamente simbólico.
Las arias de sus últimas óperas son mucho más sutiles e infinitamente
más variadas. Las simetrías más comunes de la forma sonata, por muy
diversas que sean, no aparecen utilizadas de una manera tan sencilla y
directa, aunque siguen siendo los mismos principios rectores: las energías
armónica y rítmica del estilo de sonata se combinan con la situación dra-
mática de una manera cada vez más imaginativa. El aria de Susanna 'Deh
vieni, non tardar' al escucharla por vez primera parece una pura canción,
libre de cualquier concepto estricto de la forma. No obstante, está en la
forma que yo he denominado sonata-minué, en la que tras la primera
doble barra divisoria empieza en la dominante·· una animada combinación
del 'segundo grupo' y del 'desarrollo'. En 'Deh vieni' la recapitulación es
una variación semi-enmascarada de la apertura:
9
Se trata de una relación que reaparece simétricamente (una vez más para ilus-
trar la furia de Osmin) en el vaudeville al final de la ópera, pero en este caso se
resuelve dentro de un marco más amplio.
Mozart 355
E f !E
64 Presto
"Ji b1 r ~ p 1r J 1 r ~ p 1r r 1r m P 1r r 1r P F 1 r1 1
L'ar-te scher - men-da, l"arte a- do- pran-do, di qua pu- gnen-do, di la scher • zan-do, tut • !e lo
73
., ~ e· ~ r r ~ 1 P 1 rr rr r• 1 1
Este descenso que Hoffmann tanto admira es sólo uno entre varios
más de este dúo en Mi mayor, y forma parte de la simetría de una 'so-
nata'. Hay cuatro descensos parecidos: dos a partir de la dominante (Si
mayor) a Sol q, y otros dos -a modo de recapitulación- desde la tónica
a Do q. El primero se produce cuando Don Juan amenaza con matar a
Leporello si éste se niega a acercarse a la estatua:
Cello
+Bajo S.a
l.EPORELLO 43
DoN GIOVANNI
73 al/a Statua
Par -
Cello
+Bajo 8."
76
~la te, se po - te - te l
79
(una vez más recuerda muy claramente a los primeros ejemplos), a conti-
nuación se escuchan los acentos más dramáticos e inesperados cuando la
estatua entona su aceptación:
84 LA STAnJA LEPORELLO
11 1 ~ ~
Fls.
f¡¡t__!L Vln.2
--============= ~
~-
_.lL
sfp
---
fp
-.. + Fgs.
1
- ~--
Cello
+Bajo S.a
No hay ningún otro ejemplo que refleje mejor la soltura con que Mo-
zart consiguió plasmar algo que no se limita a ser una expresión de la
acción escénica, sino que su verdad es su equivalente: las simetrías que
necesitaba no constituían un obstáculo, antes bien eran una inspiración.
No fue sólo el estilo clásico quien hizo posible esta equivalencia entre
drama y música. Durante el siglo XVIII se produjo una revolución en la
técnica dramática, sobre todo en el desarrollo rítmico de la trama cómica.
La comedia de personajes fue destronada y su lugar lo ocupó la comedia
de intriga. Cierto es que ésta existía desde siempre: Lo que queráis y La
Comedia de los errores son únicamente los ejemplos ingleses más famosos
de este género que se remonta a Menandro. Sin embargo, la comedia ba-
sada en los hechos de personajes era la más popular, y muchos críticos,
entre ellos Lessing, quien fue el dramaturgo germano de mayor autoridad
de su época, consideraban que era la forma dramática más excelsa. Al aca-
bar el siglo XVIII) sin embargo, Herder empezó a afirmar que la comedia
de personajes estaba muerta y que los únicos dramas de Moliere que po-
dían mantenerse en un escenario eran los de intriga, como Le Médecin mal-
gré lui. En su artículo, 'Das Lustspiel', Herder le dio la vuelta a la crítica
Mozart 359
es la tabula rasa que está bajo ella y sobre la que la experiencia va dejando
su huella. Durante el siglo XVII, debajo de esa máscara había rasgos todavía
más caracterizados y originales, más personales; bajo la máscara del si-
glo XVIII sólo estaba la naturaleza humana. Comparado con los personajes
individualizados que ocupaban la escena de los siglos XVI y XVII, los del
siglo XVIII eran casi como páginas en blanco; sus reacciones podían ser
controladas y manipuladas por el pícaro inteligente o el criado astuto, sólo
que, cuando la complejidad de la situación escapada a su control, también
éstos podían ser víctimas de su propia intriga. La dependencia del teatro
popular con respecto a estos personajes estilizados y a la comedia de intriga
-el desarrollo de la trama- fue un motivo de inspiración para el dra-
maturgo del siglo XVIII, aunque en sus manos el teatro no continuó siendo
popular por mucho tiempo. Para estos grupos de comediantes italianos
enmascarados escribió Miravaux sus complejísimas obras y creó un género
que podría denominarse comedia de psicología experimental, el cual muy
pronto asumieron italianos y alemanes. No son obras de tesis sino de
'demostración', no plantean ninguna idea controvertida, demuestran -prue-
ban mediante la acción- las ideas psicológicas y las 'leyes' que todos
aceptaban. En tanto en cuanto demuestran con precisión cómo funcionan
dichas leyes en la práctica, puede decirse que son casi científicas.
Cosz fan tutte 'Se encuentra en el centro de esta tradición: si bien la
trama responde a una concepción menos profunda que las de las obras más
finas de Marivaux a pesar de ello y debido a su música es el ejemplo más
perfecto de su género. En una obra dramática de esta naturaleza el interés
se basa sobre todo en los pasos psicológicos que los personajes dan para
llegar a un final ya conocido: tal como en la obra Le Jeu de l'Amour et du
Hasard, de Marivaux, donde una muchacha disfrazada de doncella y un
joven que se hace pasar por su criado superan sus sentimientos de clase.
Luego, se dan cuenta de que están enamorados, y después lo admiten con
todas sus consecuencias. Ha de haber un disfraz, o la obra no sería una
comedia psicológica sino un drama social sobre el matrimonio entre perso-
nas de distinta clase, y el disfraz ha de ser doble para que los amantes
puedan hacer de conejillos de Indias. En las obras donde sólo se disfraza
el hombre, el criado-cien tífico debe engañarle de modo que él también
forme parte del experimento y llore de verdad. En Cosz fan tutte sabemos
de antemano que las muchachas serán infieles, pero esperamos ver la
demostración de cómo sucumbirán: ha de ser paso a paso según las normas
psicológicas del siglo XVIII. Es preciso que los nuevos amantes sean los anti-
guos disfrazados, de otro modo nos hallaríamos ante la comédie larmoyante
del soldado que regresa y encuentra a su amada en brazos de otro; pero
también es necesario que cada uno de los amantes disfrazados tome a la
muchacha que antes era del otro, si no las muchachas serían inconscien-
temente fieles y la obra demostraría un teorema psicológico distinto.
En resumen, lo fundamental es contar con un sistema cerrado. No se
pueden admitir influencias externas: fuera queda todo el entorno vital
restante. Sólo hay víctimas y científicos, y los dos jóvenes que empiezan
362 El estilo clásico
creyendo que están entre los científicos, terminan por aprender, para su
desesperación, que forman parte de las víctimas. Por esta razón, Guglielmo,
en Cosz fan tutte) no puede unirse al bello canon en La bemol mayor de
la boda, aunque musita sus esperanzas de que beban veneno. A fin de aislar
el experimento, los científicos desempeñan todos los papeles necesarios: Des-
pina, disfrazada, hace de notario y de doctor, sucesivamente. Se ha tildado
al libreto de absurdo, cínico e inmoral, y hasta alguien de manera un tanto
extravagante lo ha defendido como realista (W. J. Turner); no es ninguna
de estas cosas. Crea un mundo artificial y enteramente tradicional en donde
puede tener lugar una demostración psicológica, y es un reflejo verdadero,
aunque no describe la vida, que nunca interviene, de la visión que el si-
glo XVIII tenía de la naturaleza humana. El siglo XIX encontró obsoleto
este enfoque psicológico, y hasta en la actualidad se ha despreciado, lo que
resulta todavía aún más desagradable: de hecho, la ópera es el final de
una tradición, y desde el principio tuvo que enfrentarse a un entorno cam-
biante. Poco después de su primera representación se la tachó de inmoral
e intrascendente, y durante los cien años que siguieron sólo críticos de
excepción como E. T. A. Hoffmann comprendieron el encanto y la ironía
que Mozart supo plasmar con su libreto.
La música sigue con gran sensibilidad la evolución psicológica de los
personajes. Las dos famosas arias de Fiordiligi reflejan maravillosamente
el momento psicológico personal: la primera, donde proclama su fidelidad
'como una roca', tiene grandeza cómica gracias a su despliegue de virtud
acompañado por dos trompetas, y a sus saltos vocales tan tremendos y
absurdos como ·su letra. En determinados instantes el orgullo se ve ridicu-
lizado por la alegría de la música que fuerza a la protagonista a cantar
en un registro poco grato al oído.
87
' R 2 1r
Ah non
ar
son, l1on son
@ I,J J
piu - for - te,
Cello
+ Bajo 8.a
«El género dramático de la fábula ... es el más difícil de todos ... debería tener
una grandiosidad imponente; un misterio fascinante y majestuoso; apabullar con la
novedad de su espectáculo; embriagar con su elocuencia; contar con sentimientos de
filosofía moral, con el ingenio complejo (salí urbani) de una crítica constructiva,
con un diálogo que mane del corazón y, sobre todas las cosas, con la magia de la
seducción que crea la encantadora ilusión de conseguir que lo imposible parezca ver-
dad ante la mente y el espíritu de los espectadores» 11 •
11
Bari, 1910, vol. I, pág. 267.
366 El estilo clásico
teatro musical gracias al Singspiel vienés. La opera buffa era una tradición
tan bien definida que era incapaz de tolerar una metamorfosis de esta natu-
raleza, sin embargo, el Singspiel seguía siendo algo sin desarrollar y per-
fectamente maleable.
La correspondencia de Mozart testifica su interés por la obra de Gozzi.
Schikaneder, el libretista de Die Zauberflote) solía montar obras de Gozzi
con su compañía en Salzburgo, en la época en que Mozart vivía todavía allí.
Lo que Gozzi creó fue una estructura -una concepción sistemática del
drama e incluso arte escénico- que le permitió a Mozart reunir y fundir
las formas de arte más populares con las más elaboradas y cultas. La acción
de Die Zauberflote (como en las fábulas dramáticas de Gozzi) abarca desde
la farsa popular de Papageno (a lo que parece, improvisada en parte por
Schikaneder en las primeras representaciones), al ilusionismo de los cuen-
tos de hadas, al espectáculo e incluso al ritual religioso. Las personas sensi-
bles se sienten a veces molestas por el lenguaje vulgar de Die Zauberflote)
pero su concepción a pesar de las incoherencias que la afean, es una de
las más nobles de la escena operística. En concordancia con todo esto, la
música va desde las melodías más sencillas y los efectos burlones más gro-
tescos, a la fuga e incluso al preludio coral (revitalización de esta especial
forma barroca que sería la única del estilo clásico hasta la del Cuarteto
op. 132, de Beethoven, con su glosa del Veni Creator) Spiritus). Además,
con Die Zauberflote) Mozart creó el primer estilo religioso auténticamente
clásico que podía codearse, orgulloso, con sus propias imitaciones de las
formas y texturas del barroco.
Con el papel de Sarastro y el coro de sacerdotes hace su aparición el
himno clásico; se trata de una textura musical más que una forma con-
creta, la cual llegaría a tener una importancia crucial en la carrera de Bee-
thoven. Con el himno se plasmó la seriedad, mientras deliberadamente se
evitaba el rico y complicado movimiento de las voces internas del barroco.
Sobre todas las cosas, eludió la disonancia armónica barroca y descartó,
casi por completo, las intervenciones una y otra vez expresivas sustitu-
yéndolas por la más pura sonoridad triádica. Por consiguiente, desde el
punto de vista armónico constituyó, en parte, una vuelta al sonido del
siglo XVI) y sobre todo de Palestrina, cuya música continuaba viva y siguió
interpretándose durante todo el siglo XVIII. La línea melódica, sin em-
bargo, es la clásica, configurada con expresividad, simétrica y con un clí-
max perfectamente señalado; también la articulación está igualmente defi-
nida, y a las frases no sólo no les falta la rica continuidad del Barroco,
sino también la delicadeza de las divisiones del siglo XVI. La aparición de
esta textura musical en el estilo clásico no carece de precedentes en Die
Zauberflote: contiene la misma sencillez armónica que encontramos en mu-
chos pasajes de Gluck. El ideal neoclásico encuentra en ciertas secciones
de Die ZauberflOte su materialización más destacable. Ahora bien, el origen
inmediato del 'himno' clásico hay que buscarlo en algunos de los movi-
mientos lentos de las sinfonías de Haydn: la idea de incorporarlo a un
contexto religioso es de Mozart. Mozart renunció a usar sus apoyaturas
Mozart 367
4' r r r
Nur dcr Freundschaft
r ES a
1
1
Har - mo - nic
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mil- dert die
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Be -
IYEJ
schwcr -
1
den;
IJJ.J J
oh- ne die - se
~r la a w a 1 ¡ J 11
Esta es la última fase del estilo de Mozart desarrollada hasta el· límite
de sus propias posibilidades: tal es el grado de pureza y parquedad que
éstas llegan a ser casi exóticas, y su o,rquestación exquisita se limita a resal-
tar su tenuidad casi deliberada. Todas las óperas de la madurez de Mozart
tienen esta sonoridad característica, pero en ninguna de ellas aparece tan
patente, ni actúa de forma tan directa y fundamental como en Die Zauber-
flote.
tocracia estaba más que implícita en la ópera. Ahora bien, Don Giovanni
va mucho más lejos en su descripción intencionada de un mundo corrom-
pido por la inmoralidad aristocrática. La gran escena del baile del primer
acto no es sólo simple virtuosismo musical con sus orquestas distintas en
escena y los complicados ritmos cruzados de sus danzas. Las tres clases
sociales -campesinado, burguesía y aristocracia- tienen sus danzas pro-
pias y la independencia total de cada uno de sus ritmos es un reflejo de
la jerarquía social. Es este orden y esta armonía los que se destruyen con
el intento de violación de Zarlina entre bastidores 13 •
El ambiente político de Don Giovanni tiene un énfasis muy marcado
debido a la estrecha relación que en el siglo XVIII existía entre el ero-
tismo y el pensamiento revolucionario. No es mi deseo extraer de esta
obra una doctrina coherente, sino únicamente destacar la importancia de
algunos de sus aspectos. En la década de 1780, los liberalismos político
y sexual estaban estrechamente relacionados. Incluso para los ciudadanos
más respetables la idea cobró la forma de un temor dominante a que el
republicanismo implicase una total licencia sexual. En su opúculo Un paso
más} el Marqués de Sade reivindicaba, de hecho, la libertad sexual más
extravagante como corolario lógico de la libertad política; en su forma
más inocua, sus ideas eran conocidas por doquier y constituyeron la cum-
bre de una de las especulaciones más considerables del siglo XVIII. Al
hacerse francmasón, el primitivo horror devotamente católico de Mozart,
ante el pensamiento liberal francés, debió haberse venido abajo, pero en
cualquier caso sus creencias personales fueron sin duda muy poco im-
portantes en este contexto. Cuando se estrenó Don Giovanni} lo que de
verdad bullía en el ambiente eran las connotaciones políticas de la libertad
sexual, y sin duda no fue fácil darles de lado. Buena parte del escándalo
y la atracción que despertó esta obra durante los años siguientes ha de
entenderse en este contexto. Después de la década de 1790, el repudio a
la libertad sexual y el puritanismo exacerbado del gobierno revoluciona-
rio de Francia (y también del resto de los gobiernos contrarrevoluciona-
rios) constituyen una reacción al clima intelectual que hizo posible la crea-
ción de Don GiovannÍ y se reflejan en el repudio de Beethoven a los
1
13
Don Juan humilla su condición y eleva la de Zerlina al bailar con ella al son
de la música de la burguesía, y reunirse con la criada a mitad del camino, por así
decirlo.
372 El estilo clásico
Casi todas las artes son subversivas: atacan a los valores establecidos
y los reemplazan por otros de su propia creación; sustituyen el orden de
la sociedad por el suyo propio. Los aspectos -morales y políticos- des-
concertantemente sugestivos de las óperas de Mozart son sólo una apa-
riencia superficial de esta agresión. En muchos sentidos sus obras son un
ataque al lenguaje musical que él había contribuido a crear: hay momen-
tos en que el denso cromatismo que era capaz de emplear con tanta faci-
lidad está muy cerca de destruir la claridad tonal que era fundamental
para la importancia de sus propias formas, y fue este cromatismo el que
influyó muy decisivamente en el estilo romántico, en especial en el de
Chopin y en el de W agner. La personalidad artística que Haydn se fa-
bricó (relacionada, aunque también diferenciada del rostro que usaba para
sus labores comunes y diarias), por el hecho de asumir una amabilidad
acomodaticia, le impidió desarrollar cabalmente el aspecto subversivo y
revolucionario de su arte: su música, como escribió E. T. A. Hoffmann,
parece haber sido compuesta antes del pecado original. El ataque de Bee-
thoven fue frontal, ningún arte fue menos acomodaticio que el suyo en
su rechazo a aceptar otras condiciones distintas de las propias. Mozart era
tan poco acomodaticio como Beethoven, y la pura belleza física, la her-
mosura, incluso, de gran parte de su obra enmascara el carácter no com-
prometido de su arte. Este no puede apreciarse debidamente sin recordar
el desasosiego, incluso la consternación, que en su tiempo solía despertar,
ni sin recrear en nuestras mentes las condiciones en que aún puede parecer
peligroso.
VI
Haydn después de la muerte de Mozart
1
1
1
El estilo popular
Danubio siguen cantando todavía las canciones que el profesor les ense-
ñara.
Las canciones populares que Haydn utilizaba ocasionalmente son casi
indiferenciables de muchas de las melodías, sin duda alguna originales,
que compuso en sus últimos años. Analizar la influencia de la música po-
pular en el estilo de Haydn es plantear una cuestión en su aspecto capi-
tal. A partir de 1785, Haydn utiliza cada vez con mayor profusión música
popular o material para-popular de su propia invención. Hubo siempre
alusiones a melodías populares, llamadas de caza, cantos tiroleses, ritmos
de danza, en su música, y en la música de la mayoría de los compositores,
desde Machaut a Schoenberg, pero con anterioridad a las Sinfonías París
y Londres siempre habían tenido, también, un carácter un tanto marginal
a su estilo. No se trata de hacer una semblanza sentimental del anciano
compositor que va recordando cada vez más las canciones que tararease
de niño. Por la misma época que Haydn, Mozart desarrolló también un
estilo muy próximo a la música popular, en Die Zauberflote. Sin embargo,
sólo con dificultad puede decirse que treinta y cinco años sea una edad
avanzada para que Mozart se sintiera invadido por una nostalgia parecida.
El movimiento en favor del estilo 'popular' debe relacionarse sin duda
t", alguna con el entusiasmo de carácter republicano de la última parte del
siglo XVIII, así como con el desarrollo del sentimiento nacionalista y la
toma de conciencia de las culturas nacionales. No obstante, preciso es ad-
mitir un desarrollo autónomo del lenguaje musical hasta alcanzar un grado
parcialmente decisivo en este caso, ya que hacia la época en que la música
popular adquirió gran importancia para Haydn y Mozart, el interés por
este tipo de música ya tenía una larga historia. Sin embargo, sólo fue a
finales de la década de 1780, que el estilo clásico fue capaz de asimilar
a cabalidad y recrear, voluntariamente, los elementos de la música po-
pular.
El núcleo de la cuestión es precisamente esta asimilación, algo ente-
ramente nuevo para la música del siglo XVIII. Cuando Bach recurre a la
canción popular, y lo hace en contadas ocasiones, o bien hace que ésta
pierda sus características populares, o bien, las usa como citas de una
lengua extranjera: ambos procesos pueden apreciarse en el Quodlibet de
las Variaciones Goldberg y en la Cantata de los Canzpesinos. Por el con-
trario, Haydn hace que el inicio del movimiento final de la Sinfonía nú-
mero 104:
' •
,......, .. u,
sea a la vez una canción popular (y como tal suena) y un tema de rondó
perfectamente haydniano; incluso, su rusticidad es natural.
Haydn después de la muerte de Mozart 379
~~ ., r e e " r r e e ...
r:"'
4®+r IF FU 1 1Ur r
Sólo a este precio las estructuras rítmicas, homogéneas, del alto ba-
rroco pudieron admitir estas tonadas. En dicho proceso perdieron casi
por completo su carácter popular.
Sólo en raras ocasiones Haydn aceptaba una melodía sin alterarla, aun-
que muy a menudo la alteración sólo le servía para reforzar el carácter
popular. El movimiento lento de la Sinfonía núm. 103, Redoble de tim-
bal, es un grupo de doble variación en el que ambos temas se basan en me-
lodías populares. Los dos temas se parecen mucho entre sí:
p .
1
Cita tomada de Schweitzer, /. S. l3ach, Londres, 1945, vol. I, págs. 23-24.
2
Cita tomada de Rosemary Hughes, Haydn, Londres, 1950, pág. 131.
380 El estilo clásico
Rosemary Hughes señala que este Fa j4: aradido hace que la melodía
en mayor recuerde a la melodía en menor. La adición del trino y su cierre
en descenso hace que además el segundo tema entre en relación más es-
trecha con el primero, ya que ambos perfilan ahora una configuración idén-
tica. (Haydn nunca pretendió que sus series de variaciones dobles sona-
ran como si tuvieran dos temas distintos; la segunda melodía aparece como
una variación libre de la primera y su forma es la de un rondó monote-
mático.) Sin embargo, el Fa j4: refuerza asimismo el carácter propio del
tema, que, en su forma original, es evidente que para Haydn no era lo su-
ficientemente popular. La disonancia modal, rústica, que Haydn inventa
pertenece, claro está al mundo del pseudo-folklore, a menudo un mundo
como el de los cuentos de Perrault: es el mundo del estilo pastoril del
siglo XVIII.
Por esta razón apenas tiene importancia que Haydn invente sus me-
lodías populares o las recuerde. La melodía, en mayor, del movimiento
lento de la Sinfonía Redoble de timbal) por ejemplo, es muy similar a una
media docena de canciones populares, entre las que se puede citar la sere-
nata que Bach utilizó en las Variaciones Goldberg:
Allegro
Vln. 1 2
Cello
+Bajo 8.a Ccllo
Bajo
No. 99
71 Cl.l
Ccl!o pizz.
+ Bajo 8.a
384 El estilo clásico
Ccllo·
C:llo
p/zz. + Bajo S.a
pretensión que sólo sería a todas luces ridícula, sino que dichos modelos
no se ajustan perfectamente a las formas simétricas y a las longitudes de
cuatro compases de Schubert y Prokofiev, por ejemplo. Una gran parte
de la música folklórica, en cierta medida conocida sin duda por Haydn,
es muy asimétrica y de ritmo irregular, pero esto a él le importaba poco,
ya que podía aportar toda la regularidad rítmica necesaria. (Aunque quizás
en los tratados sobre Haydn no se haya recalcado suficientemente hasta
qué punto estos efectos rítmicos, inesperados e irregulares, están fuerte-
mente controlados, a partir de 1780, por un sistema general de simetrías
en el que domina un modelo de frase de ocho compases, y en el que las
frases de longitudes impares se equilibran mediante su presentación en
parejas.) El estilo popular es importante en la música de Haydn princi-
palmente como un elemento del estilo folklórico general, elemento que,
ta como se aprecia en su música, es utilizado ante todo por sus efectos es-
tabilizadores. Por esta razón suele aparecer bajo la forma de un bordón
de bajo, como ocurre en los movimientos finales de las Sinfonías núms. 82
(el Oso) y 104, y en el Cuarteto en Re mayor, op. 76, núm. 5.
139 Vln. 1
Vla.
Cello
+ Bajo 8.a
Fl. 8." más alta
--
Bsn. 8.a más baja
Ceno
+Bajo 8."
388 El estilo clásico
162
+Bajo 8.•
Haydn después de la muerte de Mozart 389
Allegro spirituoso
• 1
f
Vla. ¡ ~ 1 ~ l 1 1
Ccllo i 1 1
Cello
390 El estilo clásico
110 •
Vln. 1..J
• 114.
bía elaborado tenía tal pujanza hacia 1790 que podía incorporar dichos
ideales sin perder su propia integridad. La técnica haydni~ma del desarro-
llo temático era capaz de aceptar casi cualquier material musical y de ab-
sorberlo: la frase más sencilla de un canto campesino se ve transforma-
da mediante la instrumentación, y una sutil alteración de su ritmo le per-
mite soportar el peso de una modulación, como ocurre en el minué de la
Sinfonía Redoble de timbal:
-' Cls. (
Tpsj¡ "1 •
:la. =
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[
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VI a.
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Cello +Bajo 8.a
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Trompetas
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Haydn después de la muerte de Mozart 393
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VIo. Sol o
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1
Cello
Bajo
....
3
En cuanto a la diferencia existente entre la introducción clásica y la sección ini-
cial de una obra Barroca como la obertura francesa, véanse págs. 323-326.
396 El estilo clásico
Vivace(J = 116)
Vln.l
Cello
Cello
1\ 1 .,l_l ......
411
rr r ~- ~-
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Haydn después de la muerte de Mozart 397
Adagio
1.
05
violines ~D'
p
fé ;¡ p 1 p J ,J ) 1
la Sinfonía núm. 102 ofrece el efecto idéntico de una melodía que se con-
figura a partir del material no totalmente elaborado de la introducción.
A este respecto, quizá las más notables sean las Sinfonías núms. 97
y 103. En la primera, la introducción comienza y concluye con una caden-
cia sencilla, aunque expresiva, la cual más tarde aparece como la cadencia
de la exposición del Allegro, aunque con notas de mayor valor, de modo
que el tempo es aproximadamente el mismo que el del Adagio inicial.
Este modo de evocar una introducción tenía la vitalidad suficiente como
para inspirar a Beethoven su uso en el Trío en Mi bemol para piano y
cuerdas, op. 70, núm. 2. En la Sinfonía núm. 103, Redoble de timbal, el
ritmo de la frase inicial es totalmente uniforme:
Adagio
Timp. Solo f.'\
~:~,~~~11 :1 1 Celia
Bajo
Fg.
p e sostcnuto
·
j
--~ J____.....•
ti ::____../ ~
(partitura completa)
el tempo, muy lento, hace que parezca no tener ni la más mínima defini-
ción rítmica. El tema inicial del Vivace (citado antes en la pág. 386) se
Haydn después de la muerte de Mozart 399
más tarde, casi al final del movimiento, hace una reaparición deslumbrante
en su tempo original, muy lento.
Cuando este tema lento, casi arrítmico, suena en el bajo, tras el pro-
longado redoble de timbal del inicio (y si, como parece inevitable, en la
nueva edición son tan insensatos como para aceptar el ataque en fortis-
simo indicado en el arreglo para quinteto de piano, de 1797, a buen segu-
ro que el timbalista dará un redoble prolongado y notable), tenemos la
impresión de que gradualmente la forma cobra vida a partir de una mate-
ria informe. La técnica que subyace bajo esta manera de componer las in-
troducciones lentas hizo posible que Haydn pudiera concebir su famosa des-
cripción del caos en La creación.
Armónicamente, estas introducciones sinfónicas tienen muy poca fuer-
za directriz. El modelo más frecuente es muy sencillo: la fijación de tó-
nica mayor y la marcha hacia la menor para que la mayor pueda sonar
nuevamente con el Allegro. Algunas obras, como el Cuarteto en Do ma-
yor, K. 465, de Mozart, comienzan directamente en el modo menor. El
denso cromatismo que hay en todas ellas tiene la misma finalidad que el
modo menor: una perturbación del sentido de la estabilidad armónica que,
no obstante, radica únicamente en la superficie de la estructura armónica
fundamental. Estas introducciones son, naturalmente, acciones dilatorias.
La importancia de cualquier obra musical de finales del siglo XVIII se
fundamenta en el establecimiento de la tónica: el demorar este proceso
equivale en esencia a ensanchar las proporciones y el abanico de acciones
posibles. La expansión no se reduce a la escala temporal, sino que se
refiere también a la importancia dramática y expresiva, como lo demues-
tran las bruscas introducciones de los cuartetos de 179 3.
La introducción clásica amplía asimismo las posibilidades temáticas
del estilo en dos direcciones complementarias. En primer lugar, le per-
mite al compositor utilizar como tema principal del Allegro que va a con-
tinuación una melodía demasiado tenue y que no serviría como inicio de
toda la obra. La Sinfonía Redoble de timbal, de Haydn, constituye uno
de sus mayores triunfos; sin embargo, el inicio del Vivace es en sí mismo
demasiado anodino para iniciar una obra de tal magnitud: adquiere im-
portancia al actuar al mismo tiempo como contraste de la introducción
lenta y como derivación, perfectamente identificable, de sus elementos mu-
sicales. En el mismo sentido, la impresionante introducción de la Séptima
Sinfonía de Beethoven le da rienda suelta al tenia a modo de danza que
400 El estilo clásico
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poco que ver con las posibilidades expresivas se demuestra en el bello co-
mienzo de su Sonata en Fa sostenido mayor, op. 78:
Adagio cantabile
les del siglo XVIII: sin él, nunca hubiéramos tenido las óperas o los con-
ciertos para piano de Mozart, ni tamposo el movimiento final del Cuarte-
to La alondra de Haydn. En la música para piano de Beethoven, el vir-
tuosismo llegó a ser un elemento tan integral de su estilo que es imposible
apral'.tarlo para analizar a éste: se da por sentado en todas y cada una
de sus grandes sonatas. Ahora bien, el virtuosismo que exigían los tríos
de Haydn es de una naturaleza muy especial: si no son música de cámara
en el sentido de composiciones para varios instrumentos de una impor-
tancia similar, sí son música de cámara en el sentido más literal, es decir,
no son música pública. En la medida en que son piezas de lucimiento, lo
son para el lucimiento privado. También el violín participa de la exhi-
bición y, a diferencia del celia, no se limita a doblar al piano. Aun en el
caso de utilizar un piano moderno de concierto sigue siendo necesario el
cello para estas piezas, aunque dé muy pocas notas que el piano no pueda
dar también. Y o he comprobado que los violonchelistas cuando se los
convence de que interpreten uno de estos tríos, se sorprenden al descu-
brir que su parte es fascinante, mucho más interesante en realidad que
las que les corresponde en los tríos de Mozart, donde pagan su relativa
independencia al precio de tener que quedarse callados durante muchos
pasajes.
Si hubiera que justificar los tríos, habría que buscar la causa conside-
rando las características del pianoforte de la época de Haydn. Las notas
bajas eran opacas y débiles, su potencia muy pobre. El trío para piano
era la solución para todas las dificultades mecánicas, pues el cello refor-
zaba el bajo mientras que aquellas melodías que precisaban de una mayor
sonoridad se confiaban al violín. De esta manera, la fantasía de Haydn
quedaba libre, y el ejecutante, a su vez, tenía la oportunidad de conseguir
efectos virtuosistas imposibles de log.rar con un piano solo; en los con-
ciertos de Mozart, la orquesta interpreta un papel análogo al del violín y
al del cello en los tríos de Haydn.
El piano de aquel entonces era por sí solo incapaz de conseguir los
deslumbrantes efectos que Haydn y Mozart necesitaban para sus obras
más imaginativas. A principios del siglo XIX) se empezaron a construir pia-
nos más acordes con las demandas que planteaban los compositores. Por
esta razón los instrumentos más idóneos para muchas obras no son aqué-
llos para los que se compusieron, sino los que se fabricarían veinte años
más tarde en respuesta a las exigencias de la música. A finales del XVIII)
el piano estaba aún en un estadio experimental, y su desarrollo se veía
estimulado por la música de la época que exigía mayores posibilidades
para la inflexión dinámica. Tanto Haydn como Mozart necesitaron instru-
mentos de mayor potencia y que respondieran mejor a sus necesidades;
salvo unas cuantas excepciones, sus obras para piano sólo suelen ser más
comedidas y menos ricas que las composiciones para piano acompañado
de otros instrumentos. El empleo de uno o más instrumentos de cuerda
dejaba libre su imaginación gracias a la combinación de un instrumento
406 El estilo clásico
que podía apoyar y cantar junto con los recursos contrapuntísticos del
piano. .
Los cambios instrumentales habidos a partir del siglo XVIII han creado
un problema de equilibrio de sonido con los tríos para piano de Haydn y,
de hecho, con toda la música de cámara con piano. Se alargaron los más-
tiles de los violines (incluidos, por supuesto, los de los· Stradivarius y
Guarneris) y se le dio una mayor tensión a las cuerdas; los arcos en la
actualidad se usan con cuerdas mucho más tirantes. El sonido es mucho
más brillante, denso, penetrante y emotivo. Aumenta el contraste, el em-
pleo menos selectivo del vibrato. El piano, a su vez, se volvió más po-
tente, más suntuoso, e incluso su sonido se hizo más emotivo y, sobre
todo, menos metálico. Este cambio vacía de sentido a todos los pasajes de
la música del siglo XVIII en los que el violín y el piano interpretan la
misma melodía en terceras, con el violín por debajo del piano. Tanto el
piano como el violín tienen ahora una mayor potencia, aunque el piano
es menos penetrante que el violín. Los violinistas en la actualidad han de
hacer un esfuerzo de autosacrificio para permitir al piano que cante sua-
vemente; conseguirlo es más un ejercicio de humildad que de maestría
musical. El sonido más tenue del violín de la época de Haydn se mezcla-
ba más fácilmente con la sonoridad metálica del piano de entonces. Ello
hacía posible que ambos músicos se acompañaran mutuamente sin grandes
esfuerzos.
Todo esto vale tanto para las sonatas de violín como para los tríus.
A veces se ha aducido que ni Mozart ni Beethoven comprendieron cabal-
mente el problema de equilibrar el piano con el violín, y que debemos feli-
citarnos por el avance que ha experimentado la composición desde en-
tonces. Cierto es que no captaron la naturaleza del piano ni la del violín
futuros con tanta perspicacia como hubiera sido deseable, pero sí enten-
dieron, y muy bien, la calidad de los instrumentos de su tiempo. Los cam-
bios de sonoridad, cabría añadir, exigen un fraseo distinto, y es imposible
que los instrumentos modernos consigan a cabalidad el tipo de inflexiones
y dinámica que precisan dichas obras (esto no quiere decir que, en cual-
quier caso, no sea preferible interpretarlas con los instrumentos actuales
en vez de convertir su ejecución en una reconstrucción histórica).
El empleo del cello para doblar el bajo del piano se ha calificado como
reliquia de un tiempo anterior; en resumen, procede del basso continuo)
y en este sentido concreto los tríos de Haydn pueden definirse como re-
gresivos desde el punto de vista estilístico. Esto es históricamente co-
rrecto pero superficial: el doblamiento del bajo de los instrumentos de
teclado por un cello procede en realidad de un período anterior, per9 sólo
siendo innecesario sería estilísticamente reaccionario. Nadie que haya es-
cuchado el sonido del violonchelo doblando al piano en el movimiento
lento del gran trío en Mi bemol mayor, de Haydn, el último que compu-
siera, dudaría de su necesidad: la magnífica línea (citada en las págs. 417
y 418) que se dilata casi dos octavos en dos compases, alcanza toda su
Haydn después de la muerte de Mozart 407
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Después de estos cuatro grandes grupos, Haydn compuso sólo dos tríos
más, independiente uno de otro. El trío en Mi bemol menor, H. 31, en dos
movimientos es, según mis conocimientos, la única obra que Haydn com-
puso en esta tonalidad. El primer movimiento es una serie de variaciones
de rondó, lenta y expresiva; el segundo tema, en mayor, empieza con una
inversión del primero, al que sorpresivamente, se añade un tercer tema:
una melodía de altos vuelos y excelsa para violín, uno de los solos más
bellos de Haydn. El movimiento final es Allegro ben moderato, danza
alemana de estilo muy elaborado y complejo, donde el acompañamiento
tiene tanta importancia que se convierte en contra-tema. Todo el movi-
miento parece estar construido a partir de fragmentos, casi sin melodía
de ningún tipo, si bien la continuidad y el ritmo de la danza están siem-
416 El estilo clásico
pre presentes. Se trata del tipo de obras que sólo puede crearse al final
de una larga carrera. La vuelta a la sección principal es fantásticamente
variada; la forma de los cinco compases siguientes:
13
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por su carácter es tanto una indicación dinámica como una serie de tonos;
posteriormente se enriquece mediante un arpegio en staccato a medida
que el movimiento se hace más complejo. El segundo tema, en la relativa
mayor:
Haydn después de la muerte de Mozart 427
(en realidad es la inversión de una frase anterior), tiene un perfil aún más
característico. El principio de la recapitulación no podría ser más fácil-
mente identificable:
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de modo que el segundo tema empieza sin la firmeza de una cadencia nor-
mal. El tempo extremadamente lento, los acordes sincopados de las cuer-
das, y las longitudes irregulares de las frases hacen todo lo demás; a pesar
de la amplitud del sentimiento, la factura se centra en el movimiento minia-
turista y todo depende del detalle.
Para los textos de los dos oratorios, la tradición pastoral le permitió
a Haydn disponer de una estructura con la que, finalmente, pudo resumir
su técnica y la obra de toda su vida: estos oratorios representan para él
lo que El arte de la fuga para Bach y las Variaciones Diabelli para Beetho-
ven. Las estaciones y La creación son descripciones del universo completo
tal como Haydn lo conocía. La sencillez impuesta del estilo pastoril fue
la condición que hizo posible la aprehensión de unos temas de tamaña en-
vergadura: sin la pretensión de ingenuidad en el sentido más profundo de
la respuesta espontánea y sin afectación típica de una visión infantil del
mundo, estas obras no habrían existido. El tema de la pastoral no pertenece
a la propia naturaleza, sino a la relación del hombre con la naturaleza y
con lo que es 'natural': esta es la razón de la extrema estilización que
Haydn después de la muerte de Mozart 429
Cello
+Bajo 8.•
1
El parecido de 'Se nun gnadig' (núm. 6) con el movimiento lento de la Sinfo-
nía núm. 98 es casi tan claro como la cita de la Sinfonía Sorpresa.
430 El estilo clásico
Las dos primeras notas de los cantantes bajos del coro, solos, sin
acompañamiento orquestal, son alusiones breves y deliberadas al antiguo
estilo a capella) los que se acentúan todavía más unas cuantas páginas des-
pués:
Soli
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Alto :
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2
No es sorprendente hallar en boca de Chopin el más filisteo de todos los co-
mentarios sobre la música de Beethoven. En el Diario de Delacroix se recogen estas
palabras suyas: 'Beethoven dio la espalda a los principios eternos'.
3
La primera obra suya (las sonatas se publicaron en 1783, cuando sólo tenía
trece años) entronca claramente con las piezas de Haydn de finales de la década
de 1760: tendemos a olvidar que la primera educación musical de Beethoven es
anterior (en Bonn, por lo menos) a su conocimiento de las obras de Mozart y de
Haydn pertenecientes al esplendor del estilo clásico y a las que deben su mayor fama.
Bonn estaba menos avanzado que Viena.
Beethoven 437
4
Sin embargo, el empleo de la mediante o submediante como dominantes es tan
sólo un incremento de la importancia que Haydn les dedicó dentro de la exposición
de la forma sonata en sus últimas obras.
Beethoven 441
conocía las Variaciones Goldberg. Ahora bien, salvo por una referencia
obvia y conmovedora a éstas en la concepción de las últimas variaciones
Diabelli) hizo un uso muy limitado de estos conocimientos, casi inapre-
ciable si se compara con las continuas referencias a Bach que hay en la
música de Mendelssohn, Chopin y Schumann. A principios de la década
de 17 80, el estilo clásico ya había absorbido todo lo que podía de Bach
a través de los ojos de Mozart, y puesto que Beethoven continuó dentro
de estos límites, su amor por Bach siempre estuvo al margen de su acti-
vidad creadora.
El hecho de que el lenguaje musical de Beethoven se mantuviera esen-
cialmente clásico o, mejor sería decir, que este músico empezó a crear según
una versión tardía y diluida del clasicismo y poco a poco regresó a la
forma más estricta y concisa de Haydn y Mozart, no significa que estuviera
fuera de su tiempo, ni que su concepto de la forma clásica fuera la expre-
sión de una idea idéntica a la de finales del siglo XVIII. Citemos un solo
rasgo: su música suele tener una seriedad moral sentenciosa que a muchas
personas les desagrada, la cual se expone con un entusiasmo mucho más
típico de la Europa posterior a la Revolución Francesa que de la douceur
de vivre que la precedió. Además, buena parte de su música es autobio-
gráfica, a veces de forma muy franca, algo que era impensable antes de
1790, a menos que se presentara juguetonamente; resulta embarazoso que
los historiadores lean en la música de Haydn y Mozart 5 esa especie de
·signi±icación personal que es mucho más propia de Beethoven y otros
compositores del siglo XIX. Ahora bien, es cierto que Beethoven asumió
una postura no sólo contraria a la que privaba por su tiempo, sino también
opuesta en muchos aspectos a la orientación que tomaría la historia musical.
Tal vez sea el primer compositor de la historia que deliberadamente com-
puso música difícil durante la mayor parte de su vida. No se trata de que
siempre le volviera la espalda al éxito popular, ni de que perdiera la espe-
ranza de conseguirlo, a pesar de la intransigencia y la dificultad de su
obra. La fama y el amor que inspiraba su música fueron considerables,
incluso durante su vida; sin embargo, las ovaciones que recibió en los
estrenos de la Novena sinfonía y la Missa Solemnis -obras que aún hoy
son difíciles de comprender en una primera audición y que, a juzgar por
las reseñas, debieron ser interpretadas de manera desastrosa en sus estrenos
son más un testimonio de la estima en que se tenía al anciano compositor
que de una verdadera aceptación de su música. Con anterioridad a Beetho-
ven, ningún compositor se atrevió a desdeñar con gran dureza la compe-
tencia de sus ejecutantes ni de su auditorio. Las primeras obras verdadera-
mente 'difíciles' de Beethoven, los escollos donde tropezó toda la crítica,
las compuso poco después de los primeros síntomas de ·sordera, mientras
que sus obras más tempranas -aun cuando parecieran sorprendentemente
originales o excéntricas- consiguieron una aceptación casi inmediata. Hacia
5
Hasta a Chopin le molestó este enfoque aplicado a su música, sin embargo, fue
provocado deliberadamente por ciertos aspectos de la de Schumann.
Beethoven 443
7
Thayer, II, pág. 956.
Beethoven 445
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acaece una vez en el compás 23, dos veces en los compases 24 y 25, y
cuatro veces en el 26; sin embargo, en los 27 y 28 se expande durante dos
compases. El concepto clásico de la animación incrementada en unidades
distintas de 1, 2, 4, 8, etc., recibe así su expresión más paradigmática. Es
difícil imaginar cómo el sistema podría avanzar más allá de lo conseguido
por Beethoven. El compositor romántico lo rechazó, no sin cierto desaso-
siego, y prefirió una concepción más fluida, sin embargo, Beethoven era
un maestro absoluto de la articulación clásica de las fuerzas rítmicas. Son
muy raras las ocasiones en que él también trató de llegar más lejos.
Merece la pena señalarse que si en este pasaje la integración de las
fuerzas melódicas, rítmicas y armónicas es tal que parecen indisolubles,
el material musical no sólo es sencillo sino que posiblemente no pueda
serlo más. Los dos acordes alternativos, tónico y dominante, son los acor-
des básicos de cualquier obra tonal. El pasaje citado es, claro está, un pa-
saje de transición, y -sirve para introducir el nuevo tema que empieza en
el compás 29. Sin embargo, también es no sólo el primer movimiento de
clímax de la obra sino que además tiene significación temática. Los dos
acordes son los que abren el movimiento:
8
El espaciamiento del acorde y su instrumentación (si analizamos el primero in-
evitablemente tomaremos en consideración el segundo) sirve para reforzar lo que
aquí se ha dicho.
446 El estilo clásico
Allegro moderato
9
Mozart usa en sus conciertos muchos tutti iniciales que concluyen con una ca-
dencia, sin embargo, dichos tutti sólo tienen el carácter completo de la introducción
a un aria, pero nunca el de toda la exposición de una sonata.
448 El estilo clásico
Solo
p
Beethoven 449
pp
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La diferencia entre Beethoven y un compositor clasicista como Hummel
radica en que Beethoven, sobre todo a partir de 1804, se inspiró en las
concepciones más imaginativas y radicales de Mozart, mientras que Hum-
me! partió de las más normativas.
En el movimiento final del concierto en Sol mayor se utiliza de modo
magistral el recurso de Haydn de aparentar que el movimiento empieza en
una tonacidad falsa; a pesar de todo su virtuosismo está más próximo a
los finales sinfónicos de Haydn que a cualquiera de los movimientos fina-
les de los conciertos de los primeros años de la década de 1800. La forma
rondó de episodios aparece más trabada y unificada, en vez de ser más
suelta, como solía ocurrir con los compositores de su época. Incluso el
movimiento lento, que tal vez sea el que tiene la concepción más dramá-
tica jamás escrita, hunde sus raíces en los últimos años del siglo XVIII:
sólo algunos de los movimientos lentos de los cuarteto y tríos de Haydn
y la lenta introducción al último movimiento del quinteto en Sol menor
de Mozart son tan decididamente teatrales. (El segundo movimiento del
primer concierto en Do mayor de Beethoven es un ejemplo mucho más
típico del estilo que prevalecía en el primer cuarto del siglo XIX.) En otro
aspecto, el movimiento lento del concierto en Sol mayor es comparable
al Adagio que sirve de introducción al movimiento final del quinteto en
Sol menor: permanece tan próximo a la tónica Mi menor que casi hay que
pensarlo como un acorde en Mi menor expandido; no se trata de una pieza
independiente, sino que por expresa voluntad de Beethoven, ha de inter-
pretarse sin pausa antes del último movimiento. La modulación, muy breve,
no va hacia su propia dominante, sino a VII, Re mayor, la dominante del
movimiento final. El comienzo del movimiento final, en pp) sobre un acor-
de de Do mayor, transciende la idea haydniana de una apertura 'falsa', y
le da mayor convicción, pues ahora se trata de una modulación que nace
directamente del Mi menor del movimiento anterior y regresa al Sol mayor
de todo el concierto. Buena parte de la poesía que emana de este movi-
miento lento procede de su naturaleza incompleta: define y establece, no
la realidad, sino algo que está por venir.
450 El estilo clásico
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cosa que también ocurre con otros muchos motivos similares demasiado
numerosos para poder citarlos todos; sin embargo, estas relaciones son
mucho menos notables que la extraordinaria continuidad en la que están
entretejidos. Debido en parte a la variedad y al número de episodios, la
exposición no se convierte en una forma seccional tan sencilla como sucede
en las dos sinfonías anteriores; ello contribuyó a hacer que la música fuese,
en un principio, más difícil de aprehender.
La verdad es que parece que el público que asistió al estreno de la
sinfonía era malintencionado: la obra de inmediato dividió a sus oyentes
Beethoven 451
las de Beethoven, al igual que las de Mozart, suelen ser entidades separa-
das, articuladas. Generalmente van precedidas de las cadencias tónicas;
las piezas análogas a ellas y más inmediatas son los últimos números de
los finales de las óperas de Mozart: al igual que éstos, saturan el oído con
el acorde tónico. La coda sorprendentemente prolongada del primer movi-
miento de la Heroica (sorprendente de acuerdo con la normas anteriores,
aunque decididamente lógica y justificada por las suyas) sirve para cimen-
tar la tensión extrema del desarrollo, que no sólo es extenso sino de gran
variedad armónica; de hecho, la coda equilibra el desarrollo. Empezando
con la tensión inicial de yuxtaponer acordes de Re bemol mayor y de Do
mayor firmemente espaciados y orquestados, y sin ninguna modulación
explicativa, pronto Beethoven pasa muy brevemente a través de una serie
de tonalidades de carácter básicamente subdominante, sobre todo la rela-
tiva mayor. Después llega a una de las cadencias tónicas más prolongadas
que jamás se haya compuesto, páginas y páginas que no contienen otra
cosa que V-I repetido una y otra vez. Es cierto que las alteraciones líricas
del principio de la recapitulación, junto con su tradicional movimiento
hacia la tónica no bastaban ya para contrarrestar el clímax del desarrollo, y
que esta enorme cadencia tónica en la coda es necesaria para conferir al
movimiento una forma cerrada y satisfactoria.
Dado lo insólito de la longitud de este movimiento, Beethoven pensó
por un momento en omitir la repetición de la exposición: finalmente deci-
dió que dicha repetición era fundamental. Sin ella, como todavía oímos a
veces interpretar la sinfonía, la exposición se ve empequeñecida por lo que
le sigue. La cuestión de las repeticiones suele abordarse tomando el rábano
por las hojas; es decir, desde el punto de vista de la práctica contemporánea.
Desgraciadamente, por regla general no se establece ninguna distinción en-
tre lo que era correcto y lo que uno podía hacer impunemente, en realidad,
la distinción entre moralidad y ley; es una lástima decidir tales cuestiones
desde un punto de vista legalista. Podría decirse que casi no hay ninguna
profanación posible de una obra clásica que no se vea santificada por una
tradición que no tenga su antecedente en vida del compositor. Se sabe
que unos amigos de Beethoven le contaron indignados una audición de'
la Quinta sinfonía en la que desde el Trío en Do mayor, del scherzo se
pasó directamente a la nota de pedal que marca la transición al movimiento
final.
Quizás si tomásemos como base la significación fundamentaríamos me-
jor nuestra decisión (y en el estilo clásico las proporciones son una parte
esencial del significado); aun en el caso de que una obra se prolongue más
de lo acostumbrado ésta sólo ganará en interés si tiene un mayor sentido.
No hay regla fija: se puede prescindir de ciertas repeticiones, otras son
absolutamente necesarias; algunas consiguen clarificar lo que sin ellas se
entendería sólo a medias. Las secciones de desarrollo de las sonatas op. 31,
núms. 1 y 2 empiezan con los compases iniciales de la exposición: cuando
la repetición de la exposición tiene lugar, y se oye íntegramente la forma
circular, resulta más efectiva la nueva vuelta del desarrollo tras unos cuan-
Beethoven 453
a)
b)
(segundo tema)
Beethoven 455.
e)
d)
(cuarto tema)
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crtsc.
11
La mano izquierda de este cuarto tema procede directa y claramente del segundo
tema.
456 El estilo clásico
12
No me refiero, claro está, a los casos en que Beethoven manda expresamente
que no se haga ninguna pausa.
458 El estilo clásico
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Schubert tiene también muchas canelOnes extensas que son más una
cadena de Lieder individualizados que una sola obra, ya que los problemas
de continuidad y articulación entre las distintas secciones tienen un tra-
Beethoven 461
tamiento muy suelto; los grandes ciclos de Schubert son series de cancio-
nes independientes, cada una de las cuales tiene sentido por sí misma y
puede sacarse de su lugar sin detrimento alguno aún cuando su profundi-
dad aumente dentro del contexto general. Por el contrario, cada una de las
canciones de An die ferne Geliebte, al igual que las de los ciclos de Schu-
mann, no tienen existencia independiente; en distintas ocasiones, Beetho-
ven trata incluso de fundir los ritmos de una canción con los de la can-
ción siguiente para que la transición sea casi imperceptible. La idea de
Schumann es a la vez más sencilla y más sutil; aunque cada una de las
canciones de sus ciclos parece completa en el mismo, muchas son imposi-
bles de concebir fuera de su contexto, y no pueden escucharse como piezas
con entidad propia. De este modo, Schumann creó una serie de formas
auténticamente abiertas, y aunque aparentaba que aceptaba las divisiones,
en realidad las anulaba, algo que Beethoven nunca consiguió. A pesar de
todo, la serie de éste constituye el primer ejemplo de lo que fue la más
original de las formas románticas y quizá la más importante.
Beethoven escribió An die ferne Geliebte en 1816, hacia el final de
una crisis en su evolución musical; desde 1812 nada importante había
compuesto salvo las sonatas para violonchelo op. 102, núms. 1 y 2, y para
piano op. 90 y op. 101. Por este tiempo también llevó a cabo la revisión
de Fidelio y compuso una delicada piece d'occasion, la Obertura Zur Na-
mensfeier, pero todas las demás piezas no pasan de ser un puñado de
cánones y otras obras breves. No es que sea una pobre cosecha, pero com-
parada con la de los años anteriores y posteriores a dicho período sí pa-
rece más bien escasa. La escuálida producción de esta época no puede
atribuirse a la decadencia que es normal debida a la edad, pues de otra
forma sería difícil explicar la abundancia de sus creaciones en los años
que siguieron a 1818. Es posible que dicha crisis obedeciera a un momento
difícil de su vida personal (la famosa carta a la desconocida Amada inmor-
tal puede fecharse en 1812), pero una explicación biográfica de esta na-
turaleza no arroja ninguna luz sobre los raros experimentos musicales que
rompieron el silencio de este período. No ya sólo An die ferne Geliebte,
sino también las sonatas para cello y la sonata para piano op. 1O1, mues-
tran una evolución hacia formas francamente cíclicas, tendencia que más
tarde Beethoven abandonó 13 • Además, la sonata para piano núm. 101
empieza como en el medio de un párrafo musical; en otras palabras, esto
es un ensayo de las formas abiertas del período romántico o, por lo me-
nos, un movimiento hacia ellas, incluso en el caso de que el lenguaje
armónico conserve la naturaleza firmemente cerrada del lenguaje clásico.
13
En el movimiento final de la Novena Sinfonía los pasajes que proceden de los
movimientos anteriores no sólo se presentan como citas, sino que aparecen totalmente
aislados dentro del nuevo contexto, mientras que la vuelta al comienzo en la op. 101
y en el ciclo de canciones está mucho mejor integrada en el discurso. (La referencia
al primer movimiento que aparece en el movimiento final del Cuarteto op. 131 no es
ni una vuelta según la forma cíclica ni una cita, sino el resultado de una nueva con-
cepción de la unidad del material musical de una obra compuesta en varios mo-
vimientos.)
462 El estilo clásico
La estructura armónica del movimiento final de la op. 101 tiene una sol-
tura anticlásica que la aproxima mucho a varias obras de Mendelssohn.
La exposición es tan clásica como la de cualquier ob~a de Beethoven, sin
embargo, el desarrollo es enteramente una fuga, su inicio está totalmente
desgajado de lo que lo precede, y durante todo el tiempo permanece en
la tónica menor. Es ésta una manera de soslayar la tensión clásica (en
este caso de modo armónico) y lograr la expansión relajada de las grandes
formas románticas. Lo mismo es aplicable a la Sonata op. 90, donde tras
un desesperado y apasionado primer movimiento, lacónico casi hasta el
punto de la reticencia, sigue un rondó cantabile moderadamente lento,
simétrico, relajado, y con un tema marcadamente regular, exquisitamente
bello, que se repite muchas veces sin la más mínima abreviación, el cual
sólo al final se modifica al pasar la melodía a otro registro. Esta estruc-
tura suelta y centrada melódicamente se convertiría en forma normal para
Schubert 14 y, de hecho, es típica del estilo posclásico a partir de 1800;
sin embargo, tal grado de regularidad es muy raro en Beethoven y no hay
ninguna otra pieza en la que, para soportar tanto peso expresivo, recurra
a la repetición sin alteraciones de una melodía extensa.
Durante este tiempo en que tan difícil le era concluir una obra, parece
como si encontrara vacío el sentido clásico de la forma y ello le espoleara
a buscar un nuevo sistema de expresión. En los años precedentes, de 1807
a 1812, compuso cuatro sinfonías (de la 5.a a la 8.a), la misa en Do, los
tríos para piano op. 70, núms. 1 y 2, y op. 97, la sonata para violonchelo
op. 69, los cuartetos op. 74 y 95, y el Concierto Emperador. Todos ellos
constituyen una serie formidable que muy bien pueden haberle parecido
que agotaban el estilo y la tradición en que tratabajaba más allá de cual-
quier renovación posible; tal vez fuese sólo un accidente el hecho de que
su crisis musical coincidiera con su crisis personal, o hasta cabría conje-
turar que fuera su agotamiento y desesperación artísticos los que pro-
vocaron el trastorno de su vida personal. «El arte siempre nos exige algo
nuevo», dijo una vez al admirador de una de sus primeras obras. Salvo
por lo que respecta a An die ferne Geliebte) los experimentos románticos
son sólo indecisos: con la excepción de los pequeños detalles, nunca se
abandona realmente ni la tonalidad ni las proporciones clásicas. No obs-
tante, en las raras obras de este período es donde Beethoven está más
próximo a la generación que le siguió.
59
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Ef! IJ I,J
'o IFÜ E IF FJ?'F
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77
9
t:i
77
17
Citado por Thayer, vol. I, pág. 431.
18
La tríada está compuesta de una tercera mayor y una tercera menor; esta
simetría de la armonía clásica amplía considerablemente las posibilidades de una serie
de terceras descendentes. Nuestro oído capta, como parte de los convencionalismos
del lenguaje, la semi-identificación en tales series de una tercera mayor y una ter-
cera menor, sin embargo, sólo acepta un descenso de terceras menores, lo cual perfila
una disonancia y puede utilizarse para iniciar una modulación.
Beethoven 467
cada nota del grupo da pie a una consonancia con las dos notas prece-
dentes y las dos siguientes. En el clímax del movimiento final de su Sin-
fonía núm. 88, Haydn utiliza una cadena muy larga de este tipo. El con-
trapunto es como un juego infantil, aunque su fuerza es magistral:
Fl.
119
.J-.J.
2 Obs,
gía musical, y que bien pudiéramos llamar ritmo de pauta melódica. Por
otra parte, en el comienzo del fragmento citado de Haydn los grupos de
terceras agrupadas en trío dan lugar a una secuencia ascendente, ya que
la nota más baja de cada grupo continúa ascendiendo. Agruparlas en se-
ries de cuatro como hace Mozart en el ejemplo citado es un modo de
crear una secuencia armónica descendente de un carácter barroco común.
En el 'Libera me' de su Réquiem) Verdi introduce una fuga que comienza
con terceras descendentes:
w;ur J 11
1
~ H~ B a .......--==s-
· .....-:=:===::
·~
. -~~19 ~ ~ ~~ 1 -· - - - - -
: .._'#:::::,etc.
~ ··:·.······::::::-·:::% .a.-
472 El estilo clásico
()
------------------
poco ritardando
Si bemol mayor . . ,.
Temas iniciales } E xpos1c10n
Sol mayor 'Segun do grupo'
Mi bemol mayor Comienzo del desarrollo
Si mayor Final del desarrollo
Beethoven 473
esta vez es Si menor (¡!),nota todavía más alejada de Si bemol mayor que
del Si mayor del desarrollo, la cual por lo menos conservaba la relación
de un patético cromatismo napolitano. Tras dicho clímax, hay un descen-
so agotador (mediante terceras) a Fa, dominante de Si bemol; el resto del
474 El estilo clásico
~ ~~ (~)
E:--
S
9
S : B p
100~
.fls* ~ -F:r :e .a ?i- ~
"' 1
p cantabile do/ce ed espressivo
AA r- T-, r-7-, 1 1 1
~
aJ :¡¡¡:
- -
.... ..,;. -;t -1
21
Cuando, en la recapitulación, aparece este tema, Si b-Si q se convierte en Re b-
Re q, pero a Beethoven le interesa menos el sonido mayor-menor que el choque
Si b-Si q y, en consecuencia, cambia la voz interior para sacarlo a la luz:
476 El estilo clásico
108 ~ ~·-----liM
Allegro ( J = 138)
Beethoven 477
Por ello, los temas principales del movimiento tienen una relación muy
estrecha con el plan general. De hecho~ los compases 5 al 8 delinean con
exactitud la misma configuración temática que las dos fanfarrias heroicas
de los cuatro primeros compases, sólo que esta configuración aparece aho-
ra atenuada y reconciliada y forma parte del brío gradual. La unidad rítmi-
ca del movimiento aparece en su versión más suave, la cual anuncia ya el
ritmo D 1Jj_) del primer tema en Sol mayor citado antes en la pág. 47 4.
Un elemento significativo de estos compases es la introducción gradual
de las alteraciones de Si mayor (Si q, Fa ~ y Mi q) para llegar a la tónica
Si bemol mayor. La gran oposición entre Si b - Si q aparece preparada des-
de el comienzo.
A fin de reforzar el marco de dicha oposición y mantenerla firme, la
frase siguiente define melódicamente una octava, desde Si b a Si b, que
recorre el teclado desde el Si b más alto al más bajo del piano de Bee-
thoven:
362
Yo siempre había creído que el La ~ del campás 225 era correcto, pero
ahora pienso que Beethoven tal vez se olvidó añadirle la indicación de
natural. Tovey también opinaba que debería ser La q, pero la equivoca-
ción de la escritura ¡era la pincelada del genio! Seguramente estaba en lo
cierto; La~ se ajusta mucho mejor al sonido del movimiento, y sospecho
que el subconsciente musical de Beethoven fue el causante del error. Los
Beethoven 481
22
Una indicación de metrónomo de 126 a 132 para la blanca, me parece la más
razonable, pero hay que tener en cuenta el sonido de los distintos pianos y salas de
concierto. También debe recalcarse que en las últimas obras de Beethoven los pasa-
jes señalados espressivo deben de interpretarse como un leve ritenuto, como, por
ejemplo, el tema citado en la pág. 475, señalado cantabile dolce ed espressivo. Como
dijera el propio Beethoven, no podemos ponerle al sentimiento una indicación de
metrónomo.
482 El estilo clásico
Assai vivace
o Q
"
Adagio sostenuto
• 1•
.,.. ••
hemente, así como en una textura musical cromática que poco tiene en
común con la sonoridad disonante y ásperamente diatónica de los demás
movimientos.
Lo que sigue es menos una introducción al movimiento final en for-
ma pausada que una transición del movimiento lento, la cual, para com-
prenderla en toda su intención, debe interpretarse sin pausa tras el Ada-
gio 23 • La transición comienza con el abandono de una segunda menor pro-
cedente de los últimos compases del movimiento lento: la larga serie de
ligeros acordes en Fa sostenido mayor se ve seguida por un arpegio sua-
ve, dolce, de todos los Fa q del teclado de Beethoven:
23
En la carta que Beethoven le envió a Ríes relativa a la edición inglesa, le su-
giere que haga cortes y arreglos de los movimientos cuando a éste le parezca que
la obra es muy difícil para el gusto inglés; sin embargo, no tiene ningún valor en
lo tocante a sus intenciones artísticas. A Beethoven sólo le preocupaba conseguir una
buena venta en Inglaterra; la edición de la sonata vienesa es la correcta.
488 El estilo clásico
Series internas
r- desde Solb a Solb
t. ~;- 1
acce - le
hemos regresado así al Fa con que empezaron estas páginas, aunque con
un significado y una firmeza nuevas 24 • Esta transición es una de las más
sorprendentes de toda la historia de la música. Hasta entonces, y según
mis conocimientos, ninguna otra obra había combinado el efecto de un
movimiento de improvisación casi incontrolado, con una estructura tan
cabalmente sistemática. Es revolucionaria hasta en la notación, ya que la
distancia sincopada de los acordes sirve menos para imponer un ritmo du-
bitativo que una calidad tonal delicada y sin insistencia. Tenemos la sen-
sación de que cobra forma una textura contrapuntística que se desarrolla
orgánicamente a partir de un material informe.
Cuando el bajo llega a Fa q, nos encontramos en la nota tónica de Si
bemol mayor; la mano izquierda insinúa otra vez el Fa-La inicial del tema
de la fuga:
Allegro risoluto (J = 144)
t+~.C!
y en su salto de una décima desde el bajo podemos escuchar su relación
con el comienzo del primer movimiento.
En el lugar en que el primer movimiento apenas establece una nítida
distinción entre las terceras y las transposiciones de una tercera a una dé-
cima, e incluso a una décimo-séptima, donde las utiliza casi como inter-
cambiables, el movimiento final insiste en conservar la integridad de la
décima como fundamental y temática. El tema de la fuga enuncia su salto
inicial de una décima, al que sigue un trino, y a continuación pasa de in-
mediato a través de la serie de terceras descendentes que domina la obra:
16
~
: '4r
24
El último descenso anterior. a La, en el Prestissimo) no es de una tercera, sino
de una cuarta (de Re a La); según los bocetos de Beethoven, la serie, originalmente,
iba a continuar con terceras (Re, Si, Sol, Mi, Do, La) y regresaba a La, pero ello en-
trañaba algunos problemas armónicos y rítmicos; Beethoven abandonó la coherencia
sin perjudicar demasiado la obra, ya que el descenso en este pasaje es solamente de
una serie interior de La a La, y no forma parte del movimiento general.
Beethoven 491
25
Incluso el trino procede de la figura de una segunda descendente al final del
primer compás del movimiento inicial.
26
El episodio se basa únicamente en una forma decorada del salto inicial de una
décima del tema de la fu:a: ~
~~ ' J)j]jjl~dlij@jJ~.u~Jnl
l 250 una corda · .. · ·.:.:··
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Tempo moderato
vió la secuencia con una prudencia poco usual: hizo que la penúltima va-
riación estuviese en Do, y que la vuelta inmediata al Fa de la variación final
restableciera la relación dominante-tónica. Por otra parte, en esta pieza
la sucesión de tonalidades no es estructural, sino fundamentalmente colo-
rista. Nada hay en el tema ni en la mayor parte de las propias variaciones
que implique este tipo de tratamiento. La escritura florida, con su decora-
ción operística, se corresponde en textura con la estructura armónica colo-
rista; en ninguna otra obra está tan próximo Beethoven al estila orna-
mental de Hummel, un estilo que influyó a Chopin en sus comienzos y al
que nunca renunció del todo. Por consiguiente, estas Variaciones en Fa
mayor, a pesar de su gran encanto y de su singular plenitud lírica, repre-
sentan un intento meramente externo de romper con la fórmula decora-
tiva impuesta por la forma variación. A pesar de todo, al final de su vida,
en el coral final de su Novena sinfonía, Beethoven regresó al concepto
de cambiar la tonalidad utilizando las terceras descendentes para las va-
riaciones sucesivas que, en este caso, supo modificar y justificar formal
y dramáticamente.
Las Variaciones sobre el tema de la Heroica} en sus versiones orquestal
y pianística, son también una solución externa, aunque de distinto tipo;
en ella la forma se dramatiza mediante la separación de los elementos
bajos y agudos del tema, y mediante la introducción demorada de estos
últimos. El tema, por así decirlo, se ve diseccionado al comienzo y después
reconstruido. El bajo sólo perfila un tema tan desnudo que resulta tosca-
mente humorístico, y nada hay más típico de la vena cómica de Beetho-
ven que su insistencia en él. El énfasis y la violencia del bajo con sus
fuertes contrastes rítmicos y dinámicos impiden la aparición de cualquier
sugerencia del Passacaglia barroco. Ahora bien, esta concepción disociada
e independiente del bajo y de la melodía se adecuan mucho peor a la obra
postrera de Beethoven que a la de la primera generación de compositores
románticos, quienes solían combinar una estructura centrada melódicamente
con un bajo secuencial barroco. Schumann imitó abiertamente el comienzo
de las Variaciones Heroica en su obra temprana Impromptus sobre un
tema de Clara Wieck} pieza cuya elevada inspiración es casi tan grande
como su torpeza, y la cual Schumann estropeó sin consideraciones al re-
visarla para su segunda edición.
Las Variaciones Heroica (especialmente su versión para piano) dan tam-
bién el primer paso hacia la dramatización de la variación final. La serie
típica de variaciones de finales del siglo XVIII seguía por regla general el
concepto francés, donde la penúltima variación, muy lenta y repleta de
coloraturas brillantemente floridas, seguía un final de carácter virtuosista
y extenso, como si fuera una fantasía sobre el tema. En la serie Heroica}
el Largo, bastante decorado para cualquier gusto, se ve introducido m~
diante una variación en menor, notablemente contenida y delicada en su
expresión cromática; los dos forman un movimiento lento bien diferencia-
do que adquiere su mayor énfasis gracias al áspero virtuosismo de la va-
riación anterior, la cual ofrece una conclusión perfectamente definida a
500 El estilo clásico
todo lo que la antecede. La variación final es una fuga brillante que lleva
directamente a la repetición del tema, transcrito en la forma da capo,
decorado y transformado por los trinos. Una vez más encontramos a Bee-
thoven tratando de ampliar las formas de finales del XVIII mediante refe-
rencias a modelos de principios de dicho siglo: el final fugado usado para
concluir una serie de variaciones (como el del Passacaglia y Fuga en Do
menor, de Bach), y la vuelta da capo del tema. Una vez más la forma plas-
mada por Beethoven se adapta mucho mejor a un período posterior, como
puede apreciarse en las Variaciones sobre un tema de Haendel, imitación
posterior hecha por Brahms de muchos de estos rasgos.
Solemos considerar la evolución estilística de un compositor como si
se tratase de una serie de aproximaciones graduales a una forma satisfac-
toria, a un ideal totalmente inte.grado; ahora bien, cuando esta forma
aparece realmente, suele hacerlo con una discontinuidad sorprendente, y
con una novedad y sencillez conceptuales que resultan muy difíciles de
relacionar con lo que la ha precedido. Las variaciones del movimiento len-
to de la Appassionata constituyen una solución clásica en el sentido más
profundo: sin siquiera intentar la renovación de la forma, logran tener
las proporciones del estilo de sonata, su dramática configuración, y el
establecimiento de la tensión y la resolución. Además, consiguen todo esto
sin recurrir apenas a la tensión armónica, y sin modular; casi únicamente
mediante el ritmo y la textura melódica. La total inmovilidad del himno
que constituye su tema, hace que el más mínimo aumento del movimiento
resulte muy eficaz: su armonía estática -una nota de pedal en La bemol
casi inmóvil- confiere a la menor alteración cromática el significado,
mucho más importante, de modulación. Quizá lo más importante sea la
contención del registro dentro de cada variación. El progresivo ascenso,
paso a paso, desde el bajo más grave al agudo, constituye la articulación
más visible de la forma. El aumento del valor de las notas y del número
de las síncopas son los principales vehículos expresivos y dan pie al más
enérgico de los clímax, de modo que la vuelta del tema en el registro bajo
parece no una forma da capo, sino una auténtica recapitulación de so-
nata 27 (se ha hecho incluso una nueva transcripción que incluye una re-
miniscencia de la línea del basso obbligato de la segunda variación). El
aspecto más extraordinario de todo ello es la sensación de libertad que
emana de la vuelta del tema en su forma original y de la fuerza resoluto-
ria de esta 'recapitulación'. Por todo esto, la forma de variación pierde
su carácter agregativo y obedece a las leyes de las figuras del estilo de
sonata concebidas de manera dramática y casi espacial.
Con este movimiento podemos asegurar, por fin, que la serie de va-
riaciones es ya una forma clásica: las fuerzas que dieron origen a la so-
27
Haydn ya había intentado con las series de variaciones este efecto de reso-
lución mediante la vuelta a la forma original del tema (la Sinfonía Sorpresa es un
buen ejemplo de ello), pero con mucha menos lógica. Sin embargo, en esta ocasión,
Beethoven regresa a los principios de Haydn después de sus experimentos más 'avan-
zados' de unos años anteriores.
Beethoven 501
cierto clásico la que ofrece el entorno en que debe entenderse esta va-
riación final. De hecho, las variaciones del coral comienzan con la doble
exposición de un concierto (hasta el recitativo del solista queda compren-
dido asombrosamente en la forma más elaborada del tutti orquestal); como
en los conciertos de Mozart, la modulación sorprendente se reserva para
la exposición del solista. Concebida la sonata como un juego de propor-
ciones que regula las tensiones (o disonancias generales) y sus resolucio-
nes resulta fácil comprobar que la fuga puramente orquestal del último
movimiento de la Novena sinfonía, desempeña el papel de una sección
de desarrollo (situada igualmente en el emplazamiento del segundo tutti
tradicional de un concierto). Se pone asimismo de relieve la recapitulación
(o resolución) con su vuelta a la tónica.
Encima de esta colosal forma sonata concierto, se superpone, con igual
peso, una agrupación en cuatro movimientos 28 • El movimiento expositorio
inicial lleva a un scherzo en Si bemol mayor con estilo militar y sabor
turco; el movimiento lento, en Sol mayor, introduce un nuevo tema; y el
movimiento final empieza con la combinación triunfante de ambos temas
en forma de contrapunto doble. No debe creerse que estas agrupaciones
están concebidas como articulaciones realzadas, sino como el resultado
de las presiones que confiere a las variaciones una configuración clásica
más específica. Esta configuración no se cuestiona: las proporciones y el
sentido del clímax y de la expansión no son otras que las de la sinfonía
clásica, e incluso el empleo de la forma variación satisface el requisito
clásico de contar con un movimiento final más suelto y relajado que el
primer movimiento. Los ideales del estilo de sonata permitieron a Bee-
thoven crear una serie de variaciones con la grandeza de un final sinfó-
nico; hasta las Heroica dicha forma se había visto reservada para los gé-
neros menores del concierto y la música de cámara (menores sólo bajo el
prisma de la majestuosidad). Este nuevo principio podía apreciarse ya en
el movimiento final de las Heroica) aunque sólo con la Fantasía para piano,
coros y orquestas de 1808, se convirtió en el principal elemento de la
forma 29 . Con la Novena sinfonía, la serie de variaciones se transforma
totalmente, convirtiéndose en el más impresionante de los movimientos fi-
nales, un final que en sí mismo es una obra de cuatro movimientos en mi-
niatura.
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Beethoven 505
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Beethoven 507
tener el paso del tiempo en su clímax. Tras un cuarto de hora, poco más
o menos, del más puro Do mayor, llegamos a lo que parece ser el trino
cadencia!; hemos de recordar el peso y el volumen del anterior Do mayor
para comprender lo que sigue:
106
~ --~---T--Im'--+---+-----t---- ~~---
• ...,. .
(~~~~~p~~----~---··~···-~---·~"~~~~
124.
127
510 El estilo clásico
t~' t p g p p1 p oh j j) 1
Nimm sic hin denn, die - se Lie-dcr
Es fácil identificar las fuentes del nuevo estilo, siempre y cuando las ·
fuentes no se entiendan como causas, sino como inspiraciones basadas en
el pasado, y libremente elegidas. Ante todo, Bach y Rossini, además de
una hueste de figuras mayores y menores de finales del período clásico:
Hummel, Field, Cherubini, Weber, Paganini y otros. Clementi, compo-
sitor de una generación anterior, siguió siendo una autoridad debido a su
aportación al desarrollo de estructuras sueltas, básicamente melódicas; tam-
bién por la importancia que tuvo en la pedagogía de los instrumentos de
teclado, transmitió una buena parte de la herencia de Scarlatti. A Haydn
se le ignoraba casi por completo; a Mozart se le admiraba, pero no se le
comprendía, y la reverencia que se tenía por Beethoven únicamente puede
tomarse como una influencia perniciosa, por lo menos para la generación
siguiente a su muerte, que, salvo contadas excepciones, sólo dio pie a imi-
taciones académicas y faltas de vida de unas formas que ya no eran ni
comprensibles ni aceptables.
La desaparición de un estilo antiguo es quizá un hecho más miste-
rioso que el nacimiento de un estilo nuevo. ¿Se le abandona por haber
llegado a su agotamiento lógico? ¿O bien porque las necesidades e ideales
de una nueva generación relegan a la sombra al antiguo sistema? ¿O se
trata sencillamente de un deseo de novedad, en cuyo caso hemos de resu-
citar la tan traída mecánica histórica de un cambio de moda cada veinte
años? La personalidad de Schubert destaca ante nosotros como una adver-
tencia contra las generalizaciones.
Salvo por un puñado de obras de sus últimos años en las que inespera-
damente retorna a unos ideales decididamente clásicos, Schubert es en parte
el creador más destacado del nuevo estilo romántico y, en parte, el ejem-
plo más grande del compositor post-clásico. Tras los primeros experimentos
de tanteo, los principios en que se inspira la mayoría de sus canciones son
casi enteramente nuevos; sólo por contraposición se relacionan con los
Lieder del pasado: echan por tierra todo lo que les precede. Con ellas se
supera definitivamente la idea clásica de la oposición dramática y su reso-
lución: el movimiento dramático es sencillo e indivisible. En las pocas
excepciones donde existe un fuerte contraste, la oposición no es el origen
de la energía: por el contrario, en 'Die Post', perteneciente a Die Winte-
rreise) por poner un ejemplo, la sección de contraste sólo ocasiona un debi-
litamiento de la energía que no equivale a resolver la tensión, sino a rete-
nerla hasta poco antes del clímax final. La estructura anticlásica e inva-
riada de la canción de Schubert pone de manifiesto la singularidad de la
visión emocional que la inspira.
Al igual que las obras más bellas y originales de los compositores ro-
mánticos, las canciones de Schubert tienen un efecto más acumulativo que
sintáctico. El ejemplo límite es 'Der Leiermann', perteneciente a Die Win-
terreise, donde se produce un ligero incremento de la intensidad encarnado
en algunas de sus últimas frases, sin embargo, su efecto patético depende
principalmente de la más pura repetición y -lo que constituye tan sólo
un refuerzo del mismo principio- de hacer que la canción ocupe el último
520 El estilo clásico
lugar del largo ciclo. Ahora bien, si éste es un ejemplo límite, también es
el caso de una canción tan temprana como 'Gretchen am Spinnrade', la
cual deriva su fuerza de una técnica repetitiva muy similar. El ritmo de
Schubert no se pliega a las normas clásicas, pero es evidente que además
de no ser pertinentes, tales normas no se aplican ya.
Por otra parte, en la mayoría de sus obras de cámara y sinfónicas,
Schubert compone ajustándose al estilo post-clásico posterior, de organiza-
ción más relajada, cuyo flujo melódico básicamente es más importante que
la estructura dramática. Juzgado únicamente como estilo, se trata de un
estilo degenerado: la misma relajación de su organización impide la conci-
sión dramática, la estrecha correspondencia de la parte con el todo, y la
consecuente riqueza de alusiones propia del estilo clásico. En este caso,
las normas clásicas sí pueden estimarse importantes, pero el hecho de apli-
carlas con rigor entraña el riesgo de valorar equivocadamente muchas obras
que, sin pretender ni mucho menos ensalzar sus carencias, sí tienen méritos
propios y en una medida que rara vez posee la música organizada más
eficazmente.
Por desgracia, y en última instancia, las normas clásicas no pueden
desecharse ya que Schubert es un compositor clasicista, lo mismo que
Hummel, Weher y el joven Beethoven: es decir, constantemente elige como
modelos obras clásicas, específicas, lo que significa que, al imitarlas, admite
sus normas. A veces la relación temática con el modelo es tan franca que
se tiene la impresión de que ha intentado hacer una alusión deliberada.
En el minué de su Sinfonía núm. 5 en Si bemol mayor, de Schubert com-
bina el tercero y cuarto movimientos de la sinfonía en Sol menor de Mo-
zart:
Allegro molto
l.os violines
~tEw 11§ktrr-=8=t .~ J J 17 J 1a tJ 1r
f p fp
1
/P
o;o 1§J b@f#J+
de modo que en su configuración se oye un eco borroso del pasado. Aún
más desconcertante es la relación de la posterior Introducción y Rondó
en Si menor para violín y piano, con el primer movimiento de la Sonata
Kreutzer de Beethoven: aquí aparece trivializado lo que se ha tomado pres-
tado; todos los detalles dramáticos resultan insignificantes e incluso deco-
rativos.
Schubert no fue el primero ni el último de los compositores que escri-
bió teniendo en mente modelos concretos; Beethoven obró de esta forma,
por ejemplo, hasta una edad más tardía que Schubert, momento en que sus
referencias al pasado por fin se hicieron alusivas y dejaron de ser directas.
Brahms y Stravinsky, por dar sólo dos nombres, continuaron imitando mo-
delos hasta su ancianidad. Sin embargo, las imitaciones de Schubert suelen
ser más tímidas y menos perturbadoras que los originales. Por esta razón
las estructuras de la mayoría de sus composiciones mayores suelen ser me-
Epílogo 521
if
1
p
Beethoven
Schubert
Beethoven
522 El estilo clásico
17
Schubert
Beethoven
J2S
Schubert
Beethoven
Epílogo 523
::!08
211
Schubert
~ ~
> W
• j• ni
• 1>
' ~~ ~••
2
Este empleo de una secuencia a gran escala revela hasta qué punto dicha se-
cuencia en general se ha convertido en el impulso estimulador.
Epílogo 525
tenuto
Oboes >
~ ~ ~ i unJ
•• >
1; i Jfpe 1
••
N.o 4 en Sol mayor, Op. 58, 75, 81, roica'), 43, 79, 90, 92, 262 310,
232, 246, 248, 258, 382, 444-447, 317, 396, 400, 443, 450-452, 457,
457 499-500, 502, 525
N.o 5 en Mib mayor, Op. 73 ('Empe- N.o 5, en Do menor, Op. 67, 45, 84,
rador'), 232, 382, 448, 463 170, 265, 317, 452, 463, 495
En Re mayor (boceto), 448 N.o 6, en Fa mayor, Op. 68 ('Pasto-
Concierto para violín y orquesta en Re ral'), 459-460, 464
mayor, op. 61, 103, 121, 296n., 508n. N.o 7, en La mayor, Op. 92, 397,
Cuartetos (de cuerda), 113, 167, 324 399, 463
Op. 18, 306 N.o 8, en Fa mayor, Op. 93, 113,
Op. 18 n.o 1 en Fa mayor, 92n. 317, 507
Op. 18 n.o 5 en La mayor, 323n., N.o 9, en Re menor, Op. 125 ('Co-
436 ral') 167, 263-264, 311, 314, 317,
Op. 59 (Cuartetos 'Rasumovsky'), 323, 381, 440, 443, 461n., 487,
457 501, 516
Op. 59 n.o 1 en Fa mayor, 411n., 92n. Sonatas para violonchelo y piano
Op. 59 n.o 3 en Do mayor, 509 Op. 69 en La mayor, 463
Op. 74 en Mib mayor ('Arpa'), 462 Op. 102 n.o 1 en Do mayor, 461
Op. 95 en Fa menor, 108, 317, 462 Op. 102 n.o 2 en Re mayor, 461,
Op. 127 en Mib mayor, 439, 498 464
Op. 130 en Sib mayor, 32, 317n., Sonatas para piano, 55, 167, 404
323n., 439, 501, 507, 511 WoO, 47 {'Tres Sonatas Kurfürsten':
Op. 131 en Do:!+ menor, 461n., 503 1782-83), 436
Op. 132 en La menor, 62, 366 Op. 2 n.o 3 en Do mayor, 436, 439
Op. 133 en Sib mayor ('Gran Fuga'), Op. 10 n.o 2 en Fa mayor, 61
317n., 502-503, 507 (ver también Op. 10 n.o 3 en Re mayor, 167, 314,
Cuarteto op. 130) 439
Op. 135 en Fa mayor, 323n., 501 Op. 13 en Do menor ('Patética'), 325,
Gran Fuga, Op. 133 -ver Cuartetos 507
Fantasía Coral -ver Fantasía para pia- Op. 22 en Sib mayor, 47-48, 482
no, coro y orquesta Op. 27 n.o 2 en Do:!+ menor ('Claro
Fantasía para piano, coro y orquesta, de luna'), 60, 104
Op. 80, 502 Op. 31 n.o 1 en Sol mayor, 94, 412,
Fidelio, 51, 120, 205, 209, 213n., 333,
439, 451, 52-523
435, 443, 457, 461 Op. 31 n.o 2 en Re menor ('Tempes-
(Ver también Oberturas)
tad'), 46-47, 93, 452
Fuga para Quinteto de cuerda, Op. 137
Op. 31 n.o 3 en Mib mayor, 94, 453
-ver Quintetos
Op. 53 en Do mayor ('Waldstein'),
Misas, 51, 429-430
Op. 86, en Do mayor, 423, 429-430 58, 80, 82, 92n., 155, 431, 439,
Op. 123 en Re mayor ('Missa Solem- 443, 453-454, 465
nis'), 62, 227, 317, 421, 431, 443, Op. 54 en Fa mayor, 71
463 Op. 57 en Fa menor ('Appassionata'),
Monte de los Olivos (El), Op. 85, 421 45, 73, 88, 103, 115n., 288, 437,
Oberturas 457-458, 465, 500-501
Leonora n.o 3, Op. 72a, 177 Op. 78 en Fa# mayor, 401
Zur Namensfeier, Op. 115, 461 Op. 90 en Mi menor, 451
Preludio para órgano, 30 Op. 101 en La mayor, 80, 461, 461n.,
Quinteto para piano e instrumentos de 503
viento, Op. 16, 437 Op. 106 en Sib mayor ('Hammerkla-
Quinteto para cuerdas en Do mayor, vier'), 42-43, 108, 125, 243, 323,
Op. 29, 438-439 436, 441, 453, 463-464, 465, 468-
Quinteto (Fuga) para cuerdas en Re 495, 508n.
mayor, Op. 137, 441 Op. 109 en Mi mayor, 81, 167, 261,
Septimino en Mib mayor, Op. 20, 437 498
Sinfonías Op. 110 en Lab mayor, 79-80, 345,
N.o 3, en Mib mayor, Op. 60 ('He- 503
Indice de nombres y obras 529
Op. 111 en Do menor, 167, 261, 314, Caravaggio, Michelangelo Merise da, 122
439, 498, 503~07, 510 Cavalli, Pietro Francesco, 191
Sonata para violín y piano en La ma- Chaucer, Geoffrey, 169
yor, Op. 47 ('Kreutzer'), 319, 457, Cherubini, Luigi, 212, 443, 519
520 Chopin, Frédéric, 25, 27, 39, 41, 44, 82,
Tríos para piano, violín y violonchelo 84, 117, 121, 197, 225, 237, 299, 320,
Op. 70 n.o 1 en Re mayor ('Fantas- 373, 423, 436, 438, 440, 440n., 444,
ma'), 463 447, 499, 518, 526
Op. 70 n.o 2 en Mib mayor, 325, Balada en Sol menor, Op. 23, 88
398, 462n., 463 Balada en Lab mayor, Op. 7, 439
Op. 97 en Sib mayor ('Archiduque'), Balada en Fa menor, Op. 52, 439
125, 463 Preludios, 30
O p. 121a en Sol mayor (Variaciones Claude Lorraine, 187
'Kadaku'), 232 Clementi, Muzio, 27, 436, 519
Variaciones en Fa mayor, Op. 34, 498, Couperin, Franc;ois, 117
501 Crébillon, Prosper Jolyot de, 193
15 Variaciones en Mib mayor, Op. 35 Czerny, Carl, 37, 118, 463
('Heroica'), 498-499, 501, 505
33 Variaciones sobre un Vals de Dia-
belli, Op. 120, 109, 428, 442, 463, Dancourt, Florent Carton, 359
497, 507 Da Ponte, Lorenzo, 178n., 347, 359, 368,
Variaciones sobre 'Rule Britannia' 370
(Publ. 1804), 496-497 David, J acques Louis, 200
32 Variaciones en Do menor (1806), Debussy, Claude, 194, 526
458-459, 497 Pelléas et Mélisande, 403
Variaciones 'Kakadu', Op. 121a -ver Delacroix, Eugene, 34, 436n.
Tríos Delia Porta, Giacomo, 360
Dent, Edward, 369
Victoria de W ellington, O p. 91, 458-
Deutsch, Otto Erich, 205n.
459 Dittersdorf, Karl Ditters van, 27, 220
Bellini, Vincenzo, 117, 437 Dohnányi, Ernst van
Norma, 352 Variaciones sobre una nana, 231-232
Berg, Alban, 320 Donizetti, Gaetano, 422
Berlioz, Héctor, 205 Dvorák, Antonin, 381
Réquiem, 205
Sinfonía Fantástica, 45, 460
Sinfonía Fúnebre y Triunfal, 459 Einstein, Alfred,
Boccherini, Luigi, 305, 307 Esterházy, Príncipe Anton, 96, 421
Brahms, Johannes, 33, 41, 76, 167, 197, Esterházy, Princesa Anton, 409
248, 320, 436, 520, 525 Esterházy, Princesa Nicolás, 409
Cadencia para el Concierto para piano
de Mozart K. 453, 259
Concierto para piano n. 2 en Sib nza-
0
Favart, Charles Simon, 364
yor, Op. 83, 448 Feydeau, Georges, 359
Quinteto para clarinete y cuerdas en Si Fíeld, John, 441, 519
meno~ Op. 11~ 138, 228
Sinfonía n.o 3 en Fa mayor, Op. 90,
317 Gay, John,
Sinfonía n.o en Mi menor, Op. 98, 465, La ópera del Vagabundo, 390
486 Gershwin, George, 381
Variaciones y Fuga sobre un tema de Gesualdo, Príncipe Cario, 518
Handel, Op. 24, 502 Giotto, 62
Brosses, Presidente de, 208 Gluck, Christoph Willibald, 23, 56, 167,
Bruckner, Anton, 451 191, 193, 194-195, 335, 366
Bukofzer, Manfred, Alceste, 200
Bülow, Hans van, 457 Iphigénie en Tauride, 200, 204
530 Indice de nombres y obras
Le Nozze di Figaro, 51, 108, 120, K. 379 en Sol mayor, 311, 319
193, 195, 200, 211-212, 264, 277, K. 526 en La mayor, 319
335-339, 347, 349, 350, 352, 359, Suite para piano en Do mayor, K. 399
370 (Fragmento), 62
Za'ide, 334, 352, 352n. Trío para clarinete, viola y piano en
Die Zauberflote, 120, 195, 202, 205, Mib mayor, K. 498, 277
207, 292, 299, 334, 350, 364, 365- Tríos para piano, violín y violonchelo
368, 370, 372 K. 502 en Sib mayor, 403
Quintetos (de cuerda) K. 542 en Mi mayor, 403
K. 174 en Sib mayor, 305-306, 331 Trío (Divertimento) para cuerda en
K. 515 en Do mayor, 296, 307-314, Mib mayor, K. 563, 159, 323-324
318, 323
K. 516 en Sol menor, 102, 286, 296-
297, 316, 320-322, 323, 372-373, Ockeghem, Johannes, 24
449-460 Offenbach, J acques, 381
K. 593 en Re mayor, 76n., 311, 325-
331, 465 Paderewski, lgnac, 121
K. 614 en Mib nzayor, 325 Paganini, Nicolo, 117, 519
Réquiem, K. 626 -ver Misa en Re Palestrina, Giovanni Pierluigi da, 365, 421,
menor
Serenata para trece instrumentos de
430
Parny, Evariste, 194
viento en Sib mayor, K. 361, 175
Perrault, Charles,
Sinfonía concertante para violín, viola
Piccinni, Nicolo, 178, 347
y orquesta en Mib mayor, K. 364,
Ployer, Babette, 255, 257
246, 250~53, 271, 305 Pope, Alexander, 194
Sinfonías Poussin, Nicolás, 187, 199
N.o 34 en Do mayor, K. 338, 84,
Prévost, Abbé, 187
311n. Prokoviev, Sergei, 387
N.o 36 en Do mayor, K. 425 ('Linz'),
272, 397n.
N.o 38 en Re mayor, K. 504 ('Pra- Rabelais, Franc;ois, 194
ga'), 269, 272, 310 Racine, Jean, 195, 208
N.o 39 en Mib mayor, K. 543, 311, Raff, Joseph Joachim, 460
397, 400 Rameau, Jean Philippe, 54, 58, 159, 191,
N.o 40 en Sol menor, K. 550, 81, 194-195, 197, 334
212, 317-318, 321n., 372-373 Rafael, 199
N.o 41 en Do mayor, K. 551 ('júpi- Ratner, Leonard, lOln.
ter'), 95-96, 108, 271-272, 295, Redlich, Hans F., 224n.
317n., 384 Reger, Max, 44
Sonatas para piano, 53-54 Restif de la Bretonne, Nicolás-Edme, 187
K. 283 en Sol mayor, 91 Réti, Rudolph, 49
K. 284 en Re mayor, 119, 122 Riemann, Hugo, 44
K. 310 en La menor, 82, 259, 271, Ríes, Ferdinand, 487n.
319, 321n. Rimsky-Korsakov, Nicolai Andreyevich,
K. 311 en Re mayor, 61 194, 393
K. 330 en Do mayor, 61 Robbins Landon, H. C., 165n.
K. 331 en La mayor, 95, 119 Rossini, Giacomo, 118, 443, 518, 519
K. 332 en Fa mayor, 94, 119, 120, Le Comte d'Ory, 443
317 Rousseau, Jean-Jacques, 201, 230
K. 333 en Sib mayor, 54, 83, 3lln. Le devin du village, 390
K. 457 en Do menor, 122, 319, 321n. Rudolph, Archiduque Johann Joseph Rai-
K. 545 en Do mayor, 61 ner, 463
K. 570 en Sib mayor, 55
Sonata para piano a cuatro manos en
Fa mayor, K. 596, 397n. Sacie, Donatien Alphonse Franc;ois ('Mar-
Sonatas para violín y piano quis') de, 187, 371
K. 304 en Mi menor, K. 338, 319 Un paso más, 371
534 Indice de nombres y obras
ISBN 84-206-8529-1
1 11
9 788420 685298
Alianza Editoiial