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Catedrático ESAP
Antes de decir algo sobre el tema, conviene realizar una breve explicación sobre la
consideración que realiza el Gobierno nacional al considerar como es la subregión La
Macarena – Guaviare. Empecemos señalando que, esta no es una subregión
propiamente creada, ni conformada. Los municipios de la subregión (en el Meta)
pertenecen a otras subregiones y ninguno de ellos reúne las condiciones para ser líder
de una subregión, por distancia, producción movilización y cultura.
Con la creación del Programa de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET), el Estado
le apuesta a cerrar las brechas sociales y económicas existentes en las zonas más
apartadas del país y en los sectores rurales a los que no ha podido llegar. Además,
se trata de un elemento clave en la consolidación de la paz en las regiones, debido a
que nació del primer punto del acuerdo final de paz firmado con las Farc.
La Macarena, Mesetas, Puerto Rico, Puerto Concordia, Puerto Lleras, Uribe, Vista
Hermosa y Mapiripán son los municipios del departamento donde se construyeron y
se espera ejecutar el PDET, que tiene tres fases: veredal, municipal y subregional. En
la primera fase participaron 1.100 veredas.
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Los ocho municipios cuentan con vías rurales deficientes en un 88,5 por ciento y
altos niveles de pobreza. También tienen debilidad institucional y gobiernos locales
con poca capacidad de gestión. Además, en el sur del departamento hay presencia de
cultivos de uso ilícito en un 40 por ciento del territorio, según la Oficina de las
Naciones Unidas contra la Droga y el Delito. Basados en este diagnóstico, se
plantearon ocho pilares para la construcción del PATR Meta-Guaviare.
Además, para 2016 había 2.386 hectáreas de hoja de coca sembrada y 1.499 de bosque
deforestado, de acuerdo a datos de la ART. También se construyen dos Zonas de
Reserva Campesina en Guayabero (Puerto Rico) y San Juan de Lozada (un
territorio en disputa entre La Macarena y el departamento de Caquetá). El
reconocimiento de las zonas plantea el reto de crear un ordenamiento territorial con
el propósito de regular y organizar la ocupación de lotes baldíos y consolidar las
economías campesinas locales
El conflicto armado ha sido uno de los principales ejes para la formulación de políticas
públicas en Colombia y la superación de sus causas estructurales ha sido justamente
uno de sus propósitos fundamentales, aunque los logros para ello hayan sido
históricamente limitados. El acuerdo de paz entre el Gobierno Nacional y las FARC-EP,
logrado en el año 2016, abrió puertas, entre otras cosas, para replantear la forma en la
que se construyen políticas públicas en aras de cambiar la realidad del país, en
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Ahora bien, más allá de una combinación de factores que impulsa a algunos sectores
a defender la continuación de la guerra degradada, que a una ínfima minoría ha
enriquecido y a más de ocho millones de personas ha devastado, es importante
analizar qué implicaciones reales puede tener en el ámbito territorial el fin del histórico
conflicto armado, y, sobre todo, qué concepciones distintas de paz se juegan en la
actualidad, así como los efectos de poder que pueden tener sobre el cuerpo social
colombiano.
La reforma rural con enfoque territorial fue diseñada como un cambio estructural,
orgánico, de la sociedad colombiana, capaz de compensar el inmenso daño causado
por la guerra a las sociedades campesinas, negras e indígenas del país, y de impedir
que la pobreza y la injusticia nos condenen al reciclaje cíclico del genocidio de baja
intensidad que viven las víctimas. El gobierno anterior, que hizo el Acuerdo de Paz,
perdió los primeros cinco años de diseño y preparación de las políticas públicas, pero
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aun así creó las agencias de Tierras, Desarrollo Rural y Renovación del Territorio y
esbozó las primeras piezas de la legislación necesaria para hacer la reforma rural.
El enfoque territorial es un rediseño del Estado para que sus sectores funcionales se
articulen de manera diferenciada con los territorios y éstos generen las capacidades
para gestionar su desarrollo. Implica un salto grande en la coordinación entre
entidades, para focalizar los recursos escasos de manera estratégica para cada
territorio. La ley del Plan de Desarrollo también acogió el enfoque territorial y asignó
un presupuesto de $37 billones para cumplir el Acuerdo de Paz durante los cuatro años
de su vigencia.
Todo lo anterior se hace para llevar bienes públicos al campo y cerrar la brecha de
pobreza con el país urbano, pero la reforma rural debe también intervenir las profundas
distorsiones en la propiedad y uso de la tierra, sometida al monopolio improductivo
que acapara tierras para capitalizar las rentas de la inversión pública. Cada territorio
tiene un problema distinto de distribución de la tierra y por eso la nueva ley agraria, el
Decreto 902 de 2017, definió que la Agencia de Tierras realice planes territoriales de
ordenamiento de la propiedad por el método de barrido territorial, vereda por vereda,
en los cuales resolverá las distintas situaciones de formalización, recuperación de
apropiaciones ilegales y asignación de derechos a la tierra.(El Espectador , El despegue
de la reforma rural ,junio de 2019) La crisis y casi catástrofe climática obliga a
subordinar los derechos de propiedad y uso de la tierra al imperativo de conservar los
recursos naturales estratégicos que regulan los ciclos del agua, los bosques y los suelos.
Deben protegerse a toda costa los bosques amazónico, pacífico y andino, cerrar la
colonización de la frontera y aumentar el uso agrícola y agroindustrial vinculado a
mercados internos y exportación. Esto supondrá, en muchos casos, la necesidad de
repoblar áreas con buen potencial agrícola actualmente subutilizadas, mediante el
acceso a tierras, y reducir la presión demográfica en áreas frágiles, como laderas
empinadas y selvas.