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El constitucionalismo no es sólo una conquista y un legado del pasado, quizás el legado más
importante de nuestro siglo. Es también un programa para el futuro. En un doble sentido, ante
todo, en el sentido que los derechos fundamentales sancionados por las constituciones debe ser
deben ser garantizados y concretamente satisfechos. Y además, en el sentido en que el
paradigma de la Democracia constitucional es todavía un paradigma embrionario, que puede y
debe ser extendido en una triple dirección: en primer término, en garantía de todos los
derechos, no solo los derechos sociales de libertad sino también de los derechos sociales.; en
segundo lugar, en confrontación con todos los poderes, no sólo con los poderes públicos sino
también los poderes privados; en tercer lugar, a todos los niveles, no sólo del derecho estatal
sino también del derecho internacional. Se trata de tres expansiones, todas igualmente
indispensable, del paradigma garantista y constitucional heredado de la tradición.
Todas las generaciones de derecho, bien podemos decir, equivalen a otras tantas generaciones
de movimientos revolucionarios: liberales, socialistas, feministas, ecologistas, pacifistas.
Y no solo eso, siempre los derechos fundamentales se han afirmado como leyes del mas débil
en alternativa a la ley de mas fuerte que regía y regiría en su ausencia: de quién es más fuerte
físicamente como el estado de naturaleza hobbesiano; de quien es mas fuerte económicamente,
como en el mercado capitalista; de quién es más fuerte militarmente, como en la comunidad
internacional.
Hoy, el gran desafío lanzado a la democracia por el nuevo siglo es el generado por la desigualdad,
creciente y cada vez más intolerable entre países ricos y países pobres, haciendo énfasis en que,
en el mundo hay sociedad opulentas mientras hay millones de gente muriendo de hambre.
Tras la caída de los muros y el fin de los bloques no existen más coartadas porque la democracia,
cuyo triunfo celebramos, no se realiza finalmente a si misma. Y realizar democracia en su
dimensión trans-nacional, tomar en serio los derechos humanos solemnemente proclamados
en nuestras constituciones y en las declaraciones internacionales, quiere decir esencialmente
dos cosas:
Reconocer el carácter supraestatal y disponer, por lo tanto, en sede internacional, garantías para
tutelarlos y satisfacerlos también contra o sin sus estados.
En segundo lugar, tomar en serio los derechos fundamentales, quiere decir hoy tener el coraje
de desanclarlos de la ciudadanía: tomar nota de que la ciudadanía de nuestros países ricos
representan el último privilegio de status; en el último reducto premoderno de las
diferenciaciones personales; el último factor de exclusión y discriminación, en lugar de serlo de
inclusión y equiparación.