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Interpretaciones
En este trabajo se procurará analizar en qué medida las dos primeras pre-
sidencias de Juan Perón implicaron una profundización de tendencias de
movilidad social ascendente que ya habían existido anteriormente en la
sociedad argentina, y en qué grado supusieron una real novedad con el
pasado. Esto nos obligará a articular la investigación en torno de dos gran-
des ejes: en primer lugar, se estudiarán dichas rupturas y continuidades
en el plano material -es decir, en lo que atañe a las condiciones objetivas
de vida-, para luego complementar el análisis con lo ocurrido en la esfera
simbólica -o sea, cómo la experiencia del peronismo alteró las subjetivi-
dades de las clases trabajadoras y de los sectores medios y cómo incidió
en la constitución de una “memoria histórica” tras el derrocamiento de
Perón en 1955-. La hipótesis central de este trabajo es que, en el plano
material, el peronismo vino a acelerar y generalizar tendencias a la “demo-
cratización del bienestar” que, en algunos aspectos, ya habían existido en
la sociedad argentina hasta por lo menos 1930 (por ejemplo, en lo que
atañe al mejoramiento del poder adquisitivo de la población, o en lo que
respecta a la vivienda, la educación y la salud) pero, a la vez, dicha pro-
fundización de las tendencias a la “democratización del bienestar” generó
rupturas en el registro de lo simbólico, que dieron lugar a grandes conflic-
tos.
Palabras clave: Peronismo - Democratización - Movilidad social
The aim of this paper is to analyze to which point Juan Perón's two first
presidencies implied a deepening in the trend of upward social mobility
(which had already existed previously in Argentine society), and to which
degree they imposed a real change in relation to the past. This will lead to
an articulation of the investigation around two central concepts: firstly,
there will be a study of said interruptions and continuities in the material
realm -which is to say, that which regards objective life conditions- to later
complement the analysis with the events that took place in the symbolical
realm -that is, how the Peronist experience altered the subjetivities of the
working classes and middle sectors and how it participated in the constitu-
tion of an "historical memory" after Perón's overthrow in 1955-. The central
hypothesis of this paper is that, in the material realm, Peronism came to
accelerate and generalize trends towards the "democratization of welfare"
which, in some aspects, had been present in Argentine society up until at
least 1930 (for example, as what concerns the improvement of the people's
acquisitive power, or what concerns housing, education and healthcare)
but, at the same time, said deepening of the trends towards "democratiza-
tion of welfare" lead to interruptions in the record of the symbolical realm,
which gave leeway to great conflict.
Key words: Peronism - Democratization - Social mobility
Introducción
1
Si bien ya en 1943, con la llegada del coronel Juan Domingo Perón a la Secretaría de Trabajo y
Previsión (STP), empezaron a manifestarse rasgos que marcarían un parteaguas en la historia
argentina, hemos considerado 1945 como el año clave, en tanto fue aquí cuando se plasmó públi-
camente un apoyo popular que tendría hondas consecuencias en el porvenir. En particular, nos
referimos a lo que implicó el 17 de octubre de 1945, denominado “Día de la Lealtad” o del naci-
miento del peronismo por los propios simpatizantes de Perón. En esa jornada, una gran multitud
trabajadora se manifestó en contra de la destitución de Perón y su posterior arresto en la Isla de
Martín García, acaecidos el 8 de octubre anterior.
2
La separación entre “material-objetivo” y “simbólico-subjetivo” no es de ningún modo ontológica,
sino meramente analítica.
Democratización del bienestar (1945-1955) 57
muy dinámica, sobre todo hasta 1930 (Rocchi, 2000; Cortés Conde, 2007;
Bellini y Korol, 2012). La sociedad, por su parte, había sido sumamente móvil,
en tanto se encontraba en constitución. Como se puede ver en el cuadro 1,
tomado de Germani (1963) a partir de sus análisis de los censos nacionales
entre 1869 y 1947, si en 1869 tan sólo el 10,6% de la población económica-
mente activa de la Argentina podía definirse como “clase media” y el 89,4% res-
tante como “popular”, en 1947 las cifras eran del 40,2% y el 59,8% respectiva-
mente. En la definición de clases germaniana -que ha sido hegemónica en la
sociología argentina de la segunda mitad del siglo XX, y que ha tenido como
principal sucesora a Susana Torrado (1994, 2010)- juega un papel primordial la
calificación de la ocupación. De esta manera, serían “sectores medios” todos
aquellos que realizan tareas ligadas con el trabajo intelectual, mientras que
serían “sectores populares” aquellos vinculados con el trabajo manual4. Por su
parte, puede notarse que en la conceptualización de Germani no se contabiliza
a la clase alta, que es incluida dentro de la clase media.
Caben destacarse dos aspectos de esta movilidad social “ascendente”: en pri-
mer lugar, se dio en un contexto de intensa urbanización. Como puede notarse
en el cuadro 1, mientras que los estratos medios rurales estancan su participa-
ción en el total de la población económicamente activa (PEA) a partir de 1895,
los medios urbanos siguen creciendo a tasas altas. En buena medida, ello suce-
dió a expensas de los estratos populares rurales, que pierden casi 20 puntos de
participación entre 1869 y 1947, aunque también de los populares urbanos, que
lo hacen casi en 10 puntos. En segundo lugar, se dio tanto intra como interge-
neracionalmente, aunque más que nada de esta última manera (Germani,
1963). En otras palabras, existió tanto una proporción nada despreciable de
individuos que arrancaron su vida laboral trabajando en ocupaciones manuales,
pero que a lo largo de su vida pudieron ascender a otras intelectuales (movili-
dad intrageneracional), como otra -aún mayor- de individuos que provenían de
hogares en donde el jefe había trabajado toda su vida en actividades manuales
pero que, a través principalmente de la educación, pudieron insertarse en
empleos de mayor calificación (movilidad intergeneracional). Vale la pena
remarcar que esta movilidad social se dio en mucha mayor medida para los
inmigrantes europeos (y sus descendientes) que para los criollos e indígenas
(Adamovsky, 2009).
El crecimiento económico durante buena parte del período 1880-1945 (sobre
todo hasta 1930), más los avances en materia científico-tecnológica y la reseña-
da movilidad social, implicaron un mejoramiento en la calidad de vida de buena
parte de la población, aunque distribuido desigualmente.
En primer lugar, cabe resaltar las mejoras sanitarias, higiénicas y médicas5,
4
Adamovsky (2009) critica esta postura, ya que, en su visión, la identidad de clase de los emple-
ados de “cuello blanco” durante el período 1880-1930 -que en la clasificación germaniana perte-
necerían a “clase media”- sería obrera.
5
A modo de ejemplo, podemos señalar que la modernización agrícola-urbana desde mediados del
siglo XIX propició la nutrición, por cambios en las medidas sanitarias de tratamiento del agua y la
leche, y también favoreció la construcción de desagües, el uso masivo de insecticidas, antibióti-
cos y programas de erradicación de enfermedades (estos últimos sobre todo en el siglo XX)
(Bankirer, 2010).
Democratización del bienestar (1945-1955) 59
6
Datos tomados de Torrado (2010).
7
Los datos son del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos de Argentina (INDEC), Dirección
General de Estadísticas y Censos de la Ciudad de Buenos Aires y de la Dirección de Estadísticas
de Tucumán.
8
Los datos surgen de una estimación propia sobre información de Rapoport (2007).
9
Seguramente haya influido la Reforma Universitaria de 1918 en dicho crecimiento. En este año
tuvo lugar un movimiento estudiantil, con epicentro en la ciudad de Córdoba, que pretendió -con
éxito- una radical transformación del sistema universitario. Entre los principales objetivos de la
Reforma de 1918 se pueden mencionar la autonomía universitaria, el cogobierno entre estudian-
tes y docentes, así como el acceso a los cargos docentes por concurso meritocrático.
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ción -sobre todo primaria- fue un fenómeno que se dio con fuertes disparidades
regionales. Así, por ejemplo, mientras que, según el censo de 1914 la tasa neta
de escolarización del nivel primario era del 72% en la Capital Federal, en la pro-
vincia de Formosa era de tan sólo el 31,9% (Braslavsky y Krawczyk, 1998).
Estas fuertes heterogeneidades regionales marcaron una tendencia visible
hasta nuestros días, en que el analfabetismo, por poner un indicador, es sensi-
blemente mayor en provincias como Formosa que en la Capital Federal.
En tercer lugar, el crecimiento económico derivó en el acceso gradual a los
bienes y servicios y, según algunos analistas, ya a principios del siglo XX era
posible discernir una sociedad urbana de consumo, en la cual una fracción con-
siderable de los habitantes estaba integrada (Rocchi, 2000). No obstante, si
bien es innegable que el poder de compra de la población se incrementó duran-
te el período, no existe un consenso historiográfico en torno del modo de su dis-
tribución entre las distintas fracciones sociales. Mientras algunos autores sos-
tienen que la riqueza generada durante el modelo agroexportador de 1880-
1930, más los quince años siguientes, estuvo inequitativamente repartida, pro-
fundizando así las desigualdades ya existentes10, otros han dado a entender que
la sociedad argentina en los albores del peronismo (o al menos hasta 1930) era
mucho más igualitaria que la de mediados del siglo XIX11.
Lo que sí parece más claro es que los conflictos sociales, existentes con inten-
sidad en buena parte del período, dan cuenta de la pugna, entre distintas frac-
ciones sociales, por la apropiación de una riqueza que crecía a pasos acelera-
dos. Entre aquellos, merecen subrayarse las luchas obreras que, habiendo
comenzado a ver la luz a fines del siglo XIX, fueron una moneda corriente
durante buena parte de esos 65 años (salvo, quizás, entre 1922 y 1929, cuan-
do quedaron apaciguadas)12. Los primeros reclamos obreros, del último cuarto
del siglo XIX, se centraron sobre la mejora de las condiciones laborales (por
ejemplo, en lo que atañe a la reducción de la jornada de trabajo, la prohibición
del trabajo infantil, el descanso dominical o la limitación del trabajo femenino) y
fueron en general reprimidos por el Estado (Suriano, 1989; Lobato, 2000).
Posteriormente, sobre todo a partir de la década de 1910, empezaron a verse
reclamos por mejoras salariales y por el acceso a ciertos derechos, como las
vacaciones pagas entre otros, que se instrumentaron por primera vez en 1934,
para el Sindicato de Comercio (Ballent y Gorelik, 2001).
De todos modos, si bien hacia inicios de los ’40 existían formalmente más pro-
tecciones a los trabajadores que respecto de cincuenta años atrás, éstas difícil-
mente se cumplían en la práctica (Horowitz, 2001). Desde principios del siglo
XX algunos sectores de la elite gobernante habían comenzado a tener en cuen-
ta la “cuestión social”, lo cual suponía no acudir únicamente a la represión para
dirimir los conflictos laborales, sino escuchar las protestas obreras y buscarles
alguna solución por medios pacíficos (Suriano, 1989; Zimmermann, 1992). Con
vistas a tal objetivo, en 1907 se creó el Departamento Nacional de Trabajo
(DNT), que tendría la función de regular las disputas entre obreros y patrones.
10
Al respecto, ver Rapoport (2007) y Adamovsky (2009).
11
Por ejemplo, ver Cortés Conde (2007) y Gutiérrez y Romero (1995).
12
Según el historiador inglés David Rock (1977), la disminución del conflicto laboral en estos años
obedeció a la estabilidad económica, que permitió el crecimiento sostenido de los salarios reales.
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Sin embargo, en la antesala del peronismo, la operatividad del DNT era muy
reducida, lo cual explica por qué la escueta legislación laboral existente -que
también había sido el resultado de un creciente interés por parte de algunos
sectores de la clase política por la mejora en la calidad de vida de los obreros-
era “letra muerta” (Camarero, 2007).
En suma, más allá de las variadas interpretaciones, pocos podían negar que
a principios de los ’40 los salarios reales y las condiciones laborales eran, en
mayor o menor medida, mejores que las de medio siglo atrás. De todas mane-
ras, el ferviente apoyo popular a Perón probaría que esos avances en el mundo
laboral habían sido absolutamente insuficientes si se los compara con los expe-
rimentados por la economía en su conjunto y, particularmente, con la peculiar
trayectoria de la década de los ‘3013. En otras palabras, durante la mayor parte
del período -pero, más puntualmente, en esa última década- el promedio de los
trabajadores había sido relegado de la apropiación del crecimiento de una
riqueza que, más bien, había tenido como principales usufructuantes a buena
parte de los sectores propietarios.
Una cuarta arista del proceso de mejora relativa en la calidad de vida lo cons-
tituye la cuestión de la vivienda. Si bien es cierto, como señala Camarero
(2007), que los sectores con menores ingresos dentro de la clase trabajadora
no habían podido acceder a la vivienda propia hacia fines de los ’30, no se
puede soslayar que sí lo pudieron hacer los mejores pagos, mudándose así, por
ejemplo, de la zona sur de la Capital Federal (La Boca y Barracas) al conurba-
no bonaerense o, incluso, algunos barrios del oeste de la Capital. Buena parte
de los sectores medios también pudieron dejar de ser inquilinos y pasar a ser
propietarios durante este período (Gutiérrez y Romero, 1995). Cabe agregar,
además, que durante toda esta etapa, la problemática de la vivienda fue deja-
13
Durante la década del ’30 se dio la conjunción del fraude electoral con estancamiento del salario
real. Si en 1940 el PIB argentino era 15% superior al de 1930, los salarios reales se encontraban
en el mismo nivel (los datos surgen de elaboración propia sobre Rapoport, 2007; incluso, traba-
jos como el de Iscaro (1958) documentan que diversas empresas efectuaron reducciones abso-
lutas en las remuneraciones). Ello indicaría, en sintonía con lo que sostiene Camarero (2007), que
la distribución del ingreso fue regresiva en esos años, en tanto los frutos del crecimiento econó-
mico quedaron en manos de las clases no asalariadas (lo que equivale a decir, básicamente, los
patrones). Los datos obtenidos por Alvaredo (2010) validan esta afirmación, al mostrar, a partir del
análisis de las declaraciones impositivas, que entre 1933 y 1943 la participación en el ingreso del
1% más rico pasó del 17% al 27%. Desde un enfoque de distribución funcional del ingreso, tra-
bajos como el de CEPAL (1968), Di Tella y Zymelman (1967) y Lindenboim et al (2007) también
señalan un retroceso de la participación asalariada en el producto. A pesar de estas investigacio-
nes, Torre y Pastoriza (2002) tienen una visión diferente de lo sucedido en el período. Para ellos,
la urbanización es sinónimo de progresividad en la distribución del ingreso, en tanto los empleos
en las ciudades están mejor remunerados que los rurales. De esta manera, si en los años ’30 se
dio un proceso de rápida urbanización por medio de las migraciones internas, se puede concluir
que mejoró la distribución del ingreso. Nosotros acordaremos con la idea de los ’30 como una
década regresiva en términos distributivos. Si bien es cierto que el pasaje de un trabajo manual
rural a uno manual urbano implicó, en la mayoría de los casos, un aumento del poder adquisiti-
vo, de ello no se deriva necesariamente una distribución del ingreso más equitativa. Este fenó-
meno (de alza del salario real para los migrantes en conjunción con una peor distribución) puede
darse si los salarios reales (en este caso, de los migrantes internos) crecen menos que la pro-
ductividad, lo que parece haber ocurrido en la mencionada década.
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14
Por ejemplo, puestos de trabajo en la administración pública y privada, en el sistema bancario, en
la docencia, en las profesiones liberales, o incluso como propietarios de pequeños comercios e
industrias.
Democratización del bienestar (1945-1955) 63
a) Movilidad social
Si adoptamos el mismo enfoque que hemos utilizado para caracterizar la movi-
lidad social en el período preperonista (es decir, en función de la calificación de
la fuerza de trabajo) se podrá observar que el ascenso social también continuó
durante el peronismo.
En el cuadro 2 es posible observar las modificaciones en la fuerza de trabajo
urbana (a diferencia del cuadro 1, aquí se excluye la población rural) entre los
censos de 1947 y 1960. Como se puede notar, la tendencia al ensanchamiento
de la clase media continuó (creció más de 2 puntos porcentuales), a expensas
de una leve retracción de la clase obrera asalariada y de los estratos margina-
les. Principalmente, lo que explica la ampliación de la clase media asalariada es
el subrubro de los empleados administrativos, que da cuenta de un mayor nivel
de instrucción de la sociedad (por lo menos, primario completo) (Torrado, 2010).
Sin embargo, si nos atenemos solamente al cuadro 2, podríamos sostener
que, si bien la movilidad social continuó siendo ascendente durante el período,
tendió a estancarse, comparado con el ritmo de los decenios anteriores. La
cuestión es que aquí no se está incluyendo la fuerza de trabajo rural. De con-
templarla, según Torrado, el análisis sobre la movilidad social nos mostraría que
fue aún más ascendente, en tanto buena parte de los migrantes internos ali-
mentaron principalmente la expansión de un estrato obrero asalariado que pro-
bablemente tendría mejores condiciones de vida que en sus áreas rurales de
origen. Algunos migrantes internos se insertaron también en puestos manuales
no calificados y de baja calidad y en el servicio doméstico, lo cual difícilmente
podría considerarse como ascenso social pero, a la vez, otra fracción de estos
migrantes logró convertirse en pequeña propietaria de la industria y el comer-
cio, lo que sí podría interpretarse como movilidad social ascendente. En suma,
según Torrado (2010), el análisis de la trayectoria de los migrantes internos tien-
de a confirmar que, en el balance global, su inserción en el mercado de trabajo
urbano implicó un ascenso social.
De todos modos, la evolución de la estructura ocupacional argentina fue acom-
pañada por un movimiento también ascendente en los ingresos, como se verá
a continuación.
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15
Mientras que a principios de los ’40 tan sólo el 8,4% de la población económicamente activa
(PEA) gozaba de cobertura jubilatoria, en 1946 el porcentaje había trepado al 48% pasando de
poco más de 400.000 trabajadores a 2,2 millones y a 4,1 millones en 1951 (datos de Arza, 2010
y Memoria del Ministerio de Trabajo y Previsión, junio de 1946 a diciembre de 1951).
16
Según James (2006), en 1943 tan sólo el 20% de los obreros estaban sindicalizados, y eran en
su mayoría del sector terciario. En 1948, el porcentaje trepó a 30,5%, mientras que en 1954 llegó
al 42,5%.
17
El IAPI, creado en 1946, fue un organismo estatal que centralizó las compras de cereales y ole-
aginosas a precios fijados por el Estado. De esta manera, se procuraba separar una parte de la
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c) Educación
En el plano educativo, la democratización del bienestar peronista se dio sobre
un campo que ya había experimentado grandes avances en el período anterior,
fundamentalmente a partir de la mencionada ley 1.440 de 1884. El analfabetis-
mo continuó su tendencia descendente, pasando del 14% en 1947 al 9% en
1960. Las tasas de matriculación de los tres niveles (primario, secundario y ter-
producción para el consumo interno y otra para la exportación (para una mayor profundización,
ver Rapoport, 2007).
18
Sobre la base de información de Llach y Sánchez (1984).
19
Datos de Lindenboim et al (2007).
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20
Los datos son de elaboración propia sobre información de Torre y Pastoriza (2002). Cabe resal-
tar que los guarismos son diferentes a los de estos autores ya que, desde nuestro modo de ver,
ellos se equivocan en el cálculo en tanto dividen el aumento de la escolarización por el número
de años del período comprendido. En otros términos, por ejemplo, ellos dividen la cantidad de
alumnos primarios en 1955 por la cantidad de alumnos primarios en 1951, y vuelven a dividir ese
resultado por la cantidad de años comprendida (en este caso, cuatro). El error de esta fórmula
es que no se obtiene una tasa anual acumulativa. Para obtenerla, en cambio, se debe elevar el
resultado de la división de los alumnos en 1955 y en 1951 a la raíz de la cantidad de años com-
prendida (en este caso, sería raíz cuarta):
Tasa anual acumulativa = (alumnos año final / alumnos año inicial) ^ [1 / (año final – año inicial)]
21
Los datos surgen de elaboración propia sobre información de Torre y Pastoriza (2002) y Rapoport
(2007).
22
Los datos surgen de Torre y Pastoriza (2002).
23
Los datos surgen de elaboración propia sobre información de Torre y Pastoriza (2002), Rapoport
(2007) y Fernández Lamarra (2002).
Democratización del bienestar (1945-1955) 67
d) Salud
La democratización del bienestar también se plasmó en el campo de la salud.
En primer lugar, merece destacarse el fenomenal aumento del número de
camas por habitante, que prácticamente se duplicó entre 1946 y 1954, pasan-
do de 4 camas cada 1.000 habitantes a 7. Este hecho fue el resultado lógico de
las inversiones en la construcción de hospitales y puestos sanitarios. Además,
también se incrementó la cantidad de médicos por habitante, que pasó de 1
cada 1.250 habitantes a 1 cada 850 en el mismo período24. Sin embargo, cabe
resaltar que dichos avances se dieron con fuertes disparidades regionales, en
tanto se concentraron mucho más en Córdoba, Santa Fe y la Capital Federal
que en otras provincias (Andrenacci et al, 2004 y Torre y Pastoriza, 2002).
Por su parte, las mejoras en infraestructura fueron algo menos aceleradas.
Por ejemplo, entre 1942 y 1955 el número de habitantes con acceso al agua
corriente creció de 6,5 millones a 10 millones, mientras que los beneficiarios del
sistema cloacal pasaron de 4 a 5 millones25. Según Torre y Pastoriza (2002),
esta mayor lentitud de los progresos en este campo se debió a los problemas
económicos que afloraron hacia 1949, los cuales limitaron el monto de las
inversiones públicas en infraestructura. Por otro lado, comparado con los
gobiernos precedentes, el peronista hizo un mayor hincapié en las campañas
preventivas y antiepidémicas (por ejemplo, para desterrar del suelo argentino el
paludismo, la sífilis o la tuberculosis) así como en la educación sanitaria (se
hicieron obligatorios certificados de vacunación para inscribirse en la escuela,
hacer trámites administrativos o viajar).
Como resultado de lo anterior, la mortalidad general e infantil cayó (esta últi-
ma de 80,1 por mil en 1943 a 66,5 en 1953), y la esperanza de vida trepó de
61,7 años a 66,5 entre 1947 y 1953, lo cual supone una aceleración respecto
del período 1869-1947. Si en éste, la esperanza de vida, que pasó de 29 a 61,7
años, se incrementó a razón de un 1% anual, en el septenio 1947-1953 lo hizo
en un 1,3% anual26. Este indicador también es muy superior al de las décadas
24
Cabe mencionar que el aumento en el número de médicos fue, en parte, el resultado de las gra-
duaciones universitarias de profesionales que habían empezado a estudiar en el período prece-
dente.
25
El criterio para definir si los avances fueron más o menos acelerados es cuantitativo. Si el núme-
ro de camas por habitante creció a razón del 7,2% anual y el de médicos por habitante en un
4,9%, los de personas con acceso al agua corriente y a servicios cloacales lo hicieron al 3,4%
anual y 1,7% respectivamente. Los datos provienen de Torre y Pastoriza (2002).
26
Los datos fueron tomados del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC), Torrado (2010)
y Torre y Pastoriza (2002). Si se desagrega la información disponible sobre los períodos inter-
68 realidad económica 282 16 de febrero/31 de marzo de 2014
e) Vivienda
El peronismo profundizó y extendió las tendencias ya existentes previamente
por las cuales buena parte de los sectores medios y algunos de los estratos
superiores de la clase trabajadora habían podido acceder a la vivienda propia
durante el período precedente. Como fue mencionado anteriormente, a media-
dos de los ’30 un porcentaje considerable de la población había podido conver-
tirse en propietaria de su vivienda, pero, como señala Camarero (2007), la gran
mayoría de los sectores menos privilegiados al interior de la clase trabajadora
censales, se verá que, previamente, ninguno iguala la marca de los siete años comprendidos
entre 1947 y 1953. El crecimiento interanual promedio entre los censos de 1869 y 1895 fue del
1,1%; entre 1895 y 1914, del 1,2%, y entre 1914 y 1947 del 0,8 por ciento.
Democratización del bienestar (1945-1955) 69
31
Sigal, “Intelectuales y peronismo” (2002).
72 realidad económica 282 16 de febrero/31 de marzo de 2014
Hasta ahora, hemos analizado los cambios objetivos que trajo aparejado el
peronismo en diversas áreas como la estructura ocupacional, los salarios, el
consumo, los ingresos, la salud, la educación, la vivienda o los derechos cívico-
políticos, desde una perspectiva más bien cuantitativa, valiéndonos de diversos
indicadores (como la matriculación de los tres niveles educativos, la expectati-
va de vida, la mortalidad infantil, los salarios reales o el número de trabajadores
cubiertos por el sistema previsional, entre muchos otros).
Si definimos “democratización del bienestar” como una medida resumen de las
variables descriptas en el apartado anterior, podríamos señalar que, en el perío-
do preperonista, las tendencias a la democratización del bienestar existieron,
pero crecieron lentamente. Asimismo, el período 1930-1943 difícilmente podría
ser catalogado como de una mayor democratización del bienestar, como fue
visto más arriba. Por su lado, a partir de 1943 y, sobre todo de 1945, la demo-
cratización del bienestar se aceleró fuertemente. ¿Por qué, entonces, si los indi-
cadores cuantitativos muestran profundizaciones en sus trayectorias más que
rupturas, el peronismo fue tan conflictivo y un hito imborrable en la historia
argentina?
Como señala James (2006), las transformaciones que acarreó el peronismo
no pueden ser analizadas sólo desde una perspectiva cuantitativa, sino que
deben ser complementadas con otras mucho más difícilmente mensurables, de
índole cualitativa. Estas dimensiones cualitativas irán de la mano con lo que
hemos denominado “el orden de lo simbólico” en el título de esta sección.
32
Los autores los denominan “sectores populares” pero en nuestro modo de ver son homologables
en lo que sería “clase media”.
33
Citado en Jitrik (1984: 193).
76 realidad económica 282 16 de febrero/31 de marzo de 2014
34
Por ejemplo, Azpiazu, D., Basualdo, E. y Khavisse, M.: El nuevo poder económico en la
Argentina de los años ’80, Buenos Aires: Siglo XXI, 1986.
35
Cabe mencionar que durante la segunda presidencia de Perón (1952-1955) habían existido
intentos de racionalizar la producción. A partir de la inestabilidad económica desatada en 1949,
con el objetivo de lograr una mayor disciplina laboral, Perón había llamado al Congreso de la
Productividad, que terminó realizándose en 1955.
36
La “Resistencia Peronista” fue una reacción por parte de algunos simpatizantes peronistas que
se mostraban en profundo descontento ante la situación política, social y económica que había
generado la “Revolución Libertadora” de 1955. Entre sus principales actividades contestatarias
se incluyen huelgas severas, sabotaje de la producción y desobediencia civil (Rapoport, 2007;
James, 2006).
37
Según información de Llach y Sánchez (1984).
Democratización del bienestar (1945-1955) 77
las vicisitudes del escenario político y cultural local, a partir de los años ’60 y,
sobre todo, en la primera mitad de los ’70, será posible observar un creciente
porcentaje de personas de origen de clase media militando en defensa del pero-
nismo y su legado (Adamovsky, 2009). De hecho, por poner un ejemplo, la orga-
nización político-militar “Montoneros”, que se consideraba a sí misma continua-
dora del proyecto justicialista, estuvo integrada mayormente por agentes prove-
nientes de la clase media.
En resumen, la ausencia de Perón generó una memoria histórica -perdurable,
en buena medida, hasta hoy- en la que las clases trabajadoras constituyeron un
ideal al cual deseaban regresar. Los reclamos obreros que siguieron a 1955
procuraban retornar a ese pasado edénico y perdido del período 1945-1955, en
el cual habían llegado a tener un estatus cívico-político como el que nunca
habían tenido (ni tendrían) en la historia argentina.
IV. Conclusiones
A lo largo de este trabajo hemos intentado describir, en primer lugar, las trans-
formaciones en el plano “material-objetivo” que implicó el peronismo. Para ello,
se comparó la trayectoria de diversos indicadores -en su mayoría cuantitativos-
entre el período que precedió al justicialismo (1880-1945) y la década de 1945
y 1955. Como se pudo ver, el peronismo introdujo más un cambio de velocidad
que una inversión de signo en una democratización del bienestar que ya había
comenzado anteriormente pero que, no obstante, sí había mermado su ritmo
entre 1930 y mediados de los ‘40. En otras palabras, no es que entre 1880 y
1945 las condiciones objetivas de vida de los sectores medios y trabajadores se
hubieran deteriorado, y que Perón habría venido a corregir esto. Más bien,
durante la etapa preperonista el bienestar de la población mejoró, pero a ritmos
mucho más modestos (y menos progresivos) que durante 1945-1955. En este
sentido, nos inscribiremos dentro del grupo de quienes consideran que el pero-
nismo implicó un nuevo capítulo de la movilidad ascendente en la Argentina,
más que el inicio de su lenta decadencia38.
Luego, la pregunta que nos hemos realizado es por qué la aceleración de la
democratización del bienestar fue tan conflictiva. En este punto nos hemos dis-
tanciado un tanto de la explicación de Torre y Pastoriza, a quienes hemos toma-
do como referencia en el análisis de las modificaciones en la calidad de vida.
Estos autores han dejado entrever que lo que irritó a los sectores medios y altos
fue que, a diferencia de otros países desarrollados, la democratización del bie-
nestar se dio demasiado rápidamente. Como hemos visto, aproximándonos
más a James y Adamovsky, si bien es probable que el ritmo de la democratiza-
ción del bienestar haya influido en la conflictividad política y social, creemos que
lo verdaderamente disruptivo del peronismo fue el haber roto, en el plano de lo
simbólico, con un statu quo con el que tanto la elite como parte de la clase
media se sentían a gusto.
Ya nada volvería a ser como antes tras la experiencia peronista de 1945-1955.
Luego de 1955, las clases trabajadoras tendrían unas expectativas de bienes-
38
Ver Introducción.
78 realidad económica 282 16 de febrero/31 de marzo de 2014
tar social muy diferentes a las de 1940. Ya no se trataba de abogar por mejo-
res condiciones laborales o un modesto aumento salarial, sino por retornar al rol
protagónico que habían tenido con el peronismo, tanto desde el punto de vista
material como simbólico. En efecto, las condiciones objetivas de vida de los tra-
bajadores no fueron severamente deterioradas entre 1955 y 1976. Si bien es
cierto que la participación asalariada en el PIB nunca retornó a los niveles de
finales de los ’40, también es cierto que el poder adquisitivo siguió incre-
mentándose (aunque a ritmos muy moderados) entre 1955 y 1976, al igual que
las posibilidades de acceso a la educación, a la salud o a la vivienda. Sin embar-
go, lo que sí había cambiado era el lugar simbólico de los trabajadores en la
Nación. Un ejemplo de ello lo muestran los diferentes intentos, por parte de los
sucesivos gobiernos (sea dictatoriales como el de Aramburu u Onganía o cons-
titucionales como el de Frondizi) por disciplinar a la clase trabajadora y volver a
poner el control del proceso de producción en manos de la patronal. De todos
modos, en los albores de la dictadura militar más sangrienta de la historia
argentina, estas tentativas de restar poder a la clase trabajadora habían fraca-
sado rotundamente. Sólo por medio del terrorismo de Estado fue posible la
mencionada “revancha clasista” (Azpiazu et al, 1986) que pondría fin al “popu-
lismo económico” inaugurado con Perón (que generaba el caldo de cultivo de la
“subversión”39) y que, a los ojos de los procesistas del ‘76, los diferentes expe-
rimentos políticos inaugurados desde 1955 habían sido incapaces de desterrar.
39
El 24 de marzo de 1976 comenzó uno de los períodos más oscuros de la historia argentina: el
del autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional”, que duraría hasta el 10 de diciem-
bre de 1983. En los albores de ese golpe de Estado, los niveles de conflictividad política y social
en la Argentina habían llegado a niveles muy elevados. Por ese entonces, diversas agrupacio-
nes guerrilleras, entre las que se destacan “Montoneros” y el “Ejército Revolucionario del Pueblo”
(ERP), desafiaban abiertamente al statu quo. Desde el punto de vista de los militares que toma-
ron el poder en 1976, estos grupos “subversivos” eran un “cáncer” que ponía en peligro la inte-
gridad de la “Nación” argentina, “occidental y cristiana” y, por lo tanto, debían ser exterminados.
Bibliografía