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Interpretaciones

La democratización del bienestar en el


peronismo (1945-1955): ¿ruptura o
continuidad con el pasado?
Daniel Schteingart*

En este trabajo se procurará analizar en qué medida las dos primeras pre-
sidencias de Juan Perón implicaron una profundización de tendencias de
movilidad social ascendente que ya habían existido anteriormente en la
sociedad argentina, y en qué grado supusieron una real novedad con el
pasado. Esto nos obligará a articular la investigación en torno de dos gran-
des ejes: en primer lugar, se estudiarán dichas rupturas y continuidades
en el plano material -es decir, en lo que atañe a las condiciones objetivas
de vida-, para luego complementar el análisis con lo ocurrido en la esfera
simbólica -o sea, cómo la experiencia del peronismo alteró las subjetivi-
dades de las clases trabajadoras y de los sectores medios y cómo incidió
en la constitución de una “memoria histórica” tras el derrocamiento de
Perón en 1955-. La hipótesis central de este trabajo es que, en el plano
material, el peronismo vino a acelerar y generalizar tendencias a la “demo-
cratización del bienestar” que, en algunos aspectos, ya habían existido en
la sociedad argentina hasta por lo menos 1930 (por ejemplo, en lo que
atañe al mejoramiento del poder adquisitivo de la población, o en lo que
respecta a la vivienda, la educación y la salud) pero, a la vez, dicha pro-
fundización de las tendencias a la “democratización del bienestar” generó
rupturas en el registro de lo simbólico, que dieron lugar a grandes conflic-
tos.
Palabras clave: Peronismo - Democratización - Movilidad social

* Licenciado en Sociología de la Universidad de Buenos Aires. Actualmente se encuentra realizan-


do, simultáneamente, la maestría en Sociología Económica y el doctorado en Sociología en el
Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín. Desde abril de
2012 cuenta con una beca interna de doctorado tipo I financiada por el Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) de la Argentina.
Democratización del bienestar (1945-1955) 55

Democratization of welfare during Peronism (1945-


1955): Rupture or continuity with the past?

The aim of this paper is to analyze to which point Juan Perón's two first
presidencies implied a deepening in the trend of upward social mobility
(which had already existed previously in Argentine society), and to which
degree they imposed a real change in relation to the past. This will lead to
an articulation of the investigation around two central concepts: firstly,
there will be a study of said interruptions and continuities in the material
realm -which is to say, that which regards objective life conditions- to later
complement the analysis with the events that took place in the symbolical
realm -that is, how the Peronist experience altered the subjetivities of the
working classes and middle sectors and how it participated in the constitu-
tion of an "historical memory" after Perón's overthrow in 1955-. The central
hypothesis of this paper is that, in the material realm, Peronism came to
accelerate and generalize trends towards the "democratization of welfare"
which, in some aspects, had been present in Argentine society up until at
least 1930 (for example, as what concerns the improvement of the people's
acquisitive power, or what concerns housing, education and healthcare)
but, at the same time, said deepening of the trends towards "democratiza-
tion of welfare" lead to interruptions in the record of the symbolical realm,
which gave leeway to great conflict.
Key words: Peronism - Democratization - Social mobility

Fecha de recepción: mayo de 2013


Fecha de aceptación: noviembre de 2013
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Introducción

Existe un consenso historiográfico que, a grandes rasgos, concibe la historia


de la sociedad argentina moderna como de “movilidad social ascendente” entre
1880 y mediados de los ’70, momento en el cual, por razones en las que dicho
consenso se desvanece en una multiplicidad de disensos, se habría dado un
proceso inverso de “movilidad social descendente”, que continuó -por lo menos-
hasta 2001. No obstante, mientras algunos analistas, en general más afines a
la ideología liberal, han tendido a enfatizar la igualación en las oportunidades
creada durante el período 1880-1930 -incluso a veces llegando hasta 1945-
(por ejemplo, Cortés Conde, 2007; Rocchi, 2000; Romero, 1994; Germani,
1963, 1987), otros, más cercanos a la heterodoxia e incluso al marxismo, han
relativizado los “logros” de esta etapa y realzado muchos de los generados
entre 1945 y 1976 (Rapoport, 2007; Adamovsky, 2009; James, 2006).
Si 1945 aparece como un punto de inflexión -sea para la profundización de
esa movilidad social ascendente, como sostendría el segundo grupo de obser-
vadores citados, o para el comienzo de su lenta decadencia, como afirmaría el
primero-, resulta legítimo preguntarnos sobre las rupturas y continuidades que
acarreó el peronismo en diversos planos de la existencia social1. El objetivo de
este trabajo, por lo tanto, residirá en analizar en qué medida las dos primeras
presidencias de Juan Perón implicaron una profundización de tendencias de
movilidad social ascendente que ya habían existido anteriormente, y en qué
grado supusieron una real novedad con el pasado. Esto nos obligará a articular
este trabajo en torno de dos grandes ejes: en primer lugar, se estudiarán dichas
rupturas y continuidades en el plano material -es decir, en lo que atañe a las
condiciones objetivas de vida-, para luego complementar el análisis con lo ocu-
rrido en la esfera simbólica -o sea, cómo la experiencia del peronismo alteró las
subjetividades de las clases trabajadoras y de los sectores medios y cómo inci-
dió en la constitución de una “memoria histórica” tras el derrocamiento de Perón
en 1955-2.
La hipótesis central de este trabajo es que, en el plano material, el peronismo
vino a acelerar y generalizar tendencias a la “democratización del bienestar”
que, en algunos aspectos, ya habían existido en la sociedad argentina desde
fines del siglo XIX hasta por lo menos 1930 (por ejemplo, en lo que atañe al
mejoramiento del poder adquisitivo de la población, o en lo que respecta a la
vivienda, la educación y la salud) pero, a la vez, dicha profundización de las ten-
dencias a la “democratización del bienestar” generó rupturas en el registro de

1
Si bien ya en 1943, con la llegada del coronel Juan Domingo Perón a la Secretaría de Trabajo y
Previsión (STP), empezaron a manifestarse rasgos que marcarían un parteaguas en la historia
argentina, hemos considerado 1945 como el año clave, en tanto fue aquí cuando se plasmó públi-
camente un apoyo popular que tendría hondas consecuencias en el porvenir. En particular, nos
referimos a lo que implicó el 17 de octubre de 1945, denominado “Día de la Lealtad” o del naci-
miento del peronismo por los propios simpatizantes de Perón. En esa jornada, una gran multitud
trabajadora se manifestó en contra de la destitución de Perón y su posterior arresto en la Isla de
Martín García, acaecidos el 8 de octubre anterior.
2
La separación entre “material-objetivo” y “simbólico-subjetivo” no es de ningún modo ontológica,
sino meramente analítica.
Democratización del bienestar (1945-1955) 57

lo simbólico, que dieron lugar a grandes conflictos3. En términos del historiador


inglés Daniel James, el peronismo tuvo un impacto “herético”, no tanto por su
contenido material (en definitiva, no se estaba aboliendo el sistema capitalista
de producción), sino representacional: “con Perón éramos machos” dirá uno de
los entrevistados por el cientista social anglosajón (James, 2006: 45). Por un
lado, el peronismo fue sinónimo del nacimiento de una real autoestima de los
trabajadores, que se sintieron protegidos por un Estado que hasta ese enton-
ces les había dado la espalda. La combinación de un mayor orgullo y seguri-
dad del proletariado con la implementación efectiva de reformas económicas
que ampliaban sus derechos (aunque sin poner en cuestión el fundamento
esencial del sistema capitalista como es la propiedad privada de los medios de
producción), fue interpretada por los sectores propietarios como “indisciplina”.
Se trataba de una “indisciplina” que excedía lo estrictamente laboral; dicha
“indisciplina” implicaba el trastrocamiento de un orden de jerarquías que, visto
desde la elite propietaria, debía ser inmutable, y en el cual ella aparecía en la
parte superior. En sintonía con esto último, la mayor autoestima del trabajador
fue de la mano con una revalorización de una cultura popular hasta entonces
vilipendiada por la elite liberal-conservadora. El 17 de octubre de 1945 y lo que
vino posteriormente, desde los ojos de la elite (y de buena parte de los secto-
res medios que habían sido inculcados de los ideales de “decencia” impuestos
por ella), fue el momento de la “negrada”, del “candombe”, del “aluvión zooló-
gico”, de los “cabecitas negras”, que sin duda venían a perturbar el modelo de
ciudadano blanco, europeizado, conformista y “culto” que aquélla había imagi-
nado desde mediados del siglo XIX (Adamovsky, 2009).
En pocas palabras, a lo largo de este estudio se procurará relacionar las modi-
ficaciones que inauguró el peronismo en la esfera de lo “material-objetivo”, para
luego poder analizar cómo se vinculan con el universo de lo “simbólico-subjeti-
vo”.
El trabajo estará estructurado de la siguiente manera: en la primera sección
se estudiarán las condiciones de vida de la población argentina en el período
preperonista, haciendo especial hincapié en la de los sectores medios y traba-
jadores. En la segunda, se analizarán las transformaciones introducidas por el
peronismo en tales condiciones materiales de existencia. En la tercera, se pro-
curará estudiar por qué las novedades introducidas por el peronismo, si bien
tuvieron fuertes continuidades con las tendencias existentes en el pasado, ter-
minaron siendo tan disruptivas. Por último, se presentan las conclusiones.

I. Condiciones de vida en la Argentina preperonista (1880-


1945): incipiente vertebración de la democratización del
bienestar

Entre 1880 y 1945, la economía argentina, basada sobre la exportación de


materias primas a los países centrales -principalmente, Inglaterra-, había sido
3
Valga mencionar que el período 1930-1945 supuso un paréntesis, como veremos, en dicha
“democratización del bienestar” acaecida en los decenios anteriores y que no debe ser menos-
preciado a la hora de comprender el significado del peronismo en la historia argentina.
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muy dinámica, sobre todo hasta 1930 (Rocchi, 2000; Cortés Conde, 2007;
Bellini y Korol, 2012). La sociedad, por su parte, había sido sumamente móvil,
en tanto se encontraba en constitución. Como se puede ver en el cuadro 1,
tomado de Germani (1963) a partir de sus análisis de los censos nacionales
entre 1869 y 1947, si en 1869 tan sólo el 10,6% de la población económica-
mente activa de la Argentina podía definirse como “clase media” y el 89,4% res-
tante como “popular”, en 1947 las cifras eran del 40,2% y el 59,8% respectiva-
mente. En la definición de clases germaniana -que ha sido hegemónica en la
sociología argentina de la segunda mitad del siglo XX, y que ha tenido como
principal sucesora a Susana Torrado (1994, 2010)- juega un papel primordial la
calificación de la ocupación. De esta manera, serían “sectores medios” todos
aquellos que realizan tareas ligadas con el trabajo intelectual, mientras que
serían “sectores populares” aquellos vinculados con el trabajo manual4. Por su
parte, puede notarse que en la conceptualización de Germani no se contabiliza
a la clase alta, que es incluida dentro de la clase media.
Caben destacarse dos aspectos de esta movilidad social “ascendente”: en pri-
mer lugar, se dio en un contexto de intensa urbanización. Como puede notarse
en el cuadro 1, mientras que los estratos medios rurales estancan su participa-
ción en el total de la población económicamente activa (PEA) a partir de 1895,
los medios urbanos siguen creciendo a tasas altas. En buena medida, ello suce-
dió a expensas de los estratos populares rurales, que pierden casi 20 puntos de
participación entre 1869 y 1947, aunque también de los populares urbanos, que
lo hacen casi en 10 puntos. En segundo lugar, se dio tanto intra como interge-
neracionalmente, aunque más que nada de esta última manera (Germani,
1963). En otras palabras, existió tanto una proporción nada despreciable de
individuos que arrancaron su vida laboral trabajando en ocupaciones manuales,
pero que a lo largo de su vida pudieron ascender a otras intelectuales (movili-
dad intrageneracional), como otra -aún mayor- de individuos que provenían de
hogares en donde el jefe había trabajado toda su vida en actividades manuales
pero que, a través principalmente de la educación, pudieron insertarse en
empleos de mayor calificación (movilidad intergeneracional). Vale la pena
remarcar que esta movilidad social se dio en mucha mayor medida para los
inmigrantes europeos (y sus descendientes) que para los criollos e indígenas
(Adamovsky, 2009).
El crecimiento económico durante buena parte del período 1880-1945 (sobre
todo hasta 1930), más los avances en materia científico-tecnológica y la reseña-
da movilidad social, implicaron un mejoramiento en la calidad de vida de buena
parte de la población, aunque distribuido desigualmente.
En primer lugar, cabe resaltar las mejoras sanitarias, higiénicas y médicas5,

4
Adamovsky (2009) critica esta postura, ya que, en su visión, la identidad de clase de los emple-
ados de “cuello blanco” durante el período 1880-1930 -que en la clasificación germaniana perte-
necerían a “clase media”- sería obrera.
5
A modo de ejemplo, podemos señalar que la modernización agrícola-urbana desde mediados del
siglo XIX propició la nutrición, por cambios en las medidas sanitarias de tratamiento del agua y la
leche, y también favoreció la construcción de desagües, el uso masivo de insecticidas, antibióti-
cos y programas de erradicación de enfermedades (estos últimos sobre todo en el siglo XX)
(Bankirer, 2010).
Democratización del bienestar (1945-1955) 59

Cuadro 1. Población económicamente activa (PEA) según estratos socio-


ocupacionales. Total del país, 1869-1947

Estratos socio- Distribución de la PEA (%)


ocupacionales 1869 1895 1914 1947
Medios urbanos 5,1 14,6 22,2 31,0
Populares urbanos 53,5 46,2 50,0 43,8
Medios rurales 5,5 10,6 8,2 9,2
Populares rurales 35,9 28,6 19,6 16,0
Total 100 100 100 100
Fuente: Germani (1963)

que permitieron la elevación de la esperanza de vida al nacer de 29 años en


1869 a 61,7 años en 19476. No obstante, tales avances no se dieron con una
homogeneidad territorial. Por poner un ejemplo, en este último año, la esperan-
za de vida al nacer en la ciudad de Buenos Aires era de 65 años, mientras que
era de 54 en la provincia de Tucumán7.
En segunda instancia, la instauración de la escuela primaria pública laica, gra-
tuita y obligatoria a partir de la ley 1420 del año 1884 generalizó el acceso a la
educación a la mayoría de la población. De este modo, la tasa neta de escola-
rización del nivel primario pasó del 20% en 1869 al 73,5% en 1947 y el analfa-
betismo decreció sistemáticamente del 78% de los habitantes de 14 años y más
en 1869 al 14% en 1947 (Veleda, 2010; Braslavsky y Krawczyk, 1998). La matrí-
cula de estudiantes secundarios aumentó a un ritmo promedio y relativamente
constante del 3,5% interanual entre 1895 y 19368. Si en el primer año tan sólo
el 0,16% de la población concurría a un establecimiento de enseñanza media,
en 1936 dicha cifra trepaba al 0,79%. No obstante, en 1947 la tasa neta de
escolarización secundaria era aún reducida (10,7%). Por su parte, el ritmo de
matriculación universitario subió considerablemente a medida que se adentraba
el siglo XX: si entre 1907 y 1917, la tasa interanual promedio de crecimiento de
los estudiantes universitarios era del 3,2%, entre 1917 y 1944 ascendió al 4,3%9.
De este modo, si en 1907 tan sólo el 0,08% de los habitantes en suelo argenti-
no eran universitarios, en 1917 el guarismo había subido al 0,11%, y en 1944 al
0,34 por ciento.
Vale la pena recalcar, además, que la democratización del acceso a la educa-

6
Datos tomados de Torrado (2010).
7
Los datos son del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos de Argentina (INDEC), Dirección
General de Estadísticas y Censos de la Ciudad de Buenos Aires y de la Dirección de Estadísticas
de Tucumán.
8
Los datos surgen de una estimación propia sobre información de Rapoport (2007).
9
Seguramente haya influido la Reforma Universitaria de 1918 en dicho crecimiento. En este año
tuvo lugar un movimiento estudiantil, con epicentro en la ciudad de Córdoba, que pretendió -con
éxito- una radical transformación del sistema universitario. Entre los principales objetivos de la
Reforma de 1918 se pueden mencionar la autonomía universitaria, el cogobierno entre estudian-
tes y docentes, así como el acceso a los cargos docentes por concurso meritocrático.
60 realidad económica 282 16 de febrero/31 de marzo de 2014

ción -sobre todo primaria- fue un fenómeno que se dio con fuertes disparidades
regionales. Así, por ejemplo, mientras que, según el censo de 1914 la tasa neta
de escolarización del nivel primario era del 72% en la Capital Federal, en la pro-
vincia de Formosa era de tan sólo el 31,9% (Braslavsky y Krawczyk, 1998).
Estas fuertes heterogeneidades regionales marcaron una tendencia visible
hasta nuestros días, en que el analfabetismo, por poner un indicador, es sensi-
blemente mayor en provincias como Formosa que en la Capital Federal.
En tercer lugar, el crecimiento económico derivó en el acceso gradual a los
bienes y servicios y, según algunos analistas, ya a principios del siglo XX era
posible discernir una sociedad urbana de consumo, en la cual una fracción con-
siderable de los habitantes estaba integrada (Rocchi, 2000). No obstante, si
bien es innegable que el poder de compra de la población se incrementó duran-
te el período, no existe un consenso historiográfico en torno del modo de su dis-
tribución entre las distintas fracciones sociales. Mientras algunos autores sos-
tienen que la riqueza generada durante el modelo agroexportador de 1880-
1930, más los quince años siguientes, estuvo inequitativamente repartida, pro-
fundizando así las desigualdades ya existentes10, otros han dado a entender que
la sociedad argentina en los albores del peronismo (o al menos hasta 1930) era
mucho más igualitaria que la de mediados del siglo XIX11.
Lo que sí parece más claro es que los conflictos sociales, existentes con inten-
sidad en buena parte del período, dan cuenta de la pugna, entre distintas frac-
ciones sociales, por la apropiación de una riqueza que crecía a pasos acelera-
dos. Entre aquellos, merecen subrayarse las luchas obreras que, habiendo
comenzado a ver la luz a fines del siglo XIX, fueron una moneda corriente
durante buena parte de esos 65 años (salvo, quizás, entre 1922 y 1929, cuan-
do quedaron apaciguadas)12. Los primeros reclamos obreros, del último cuarto
del siglo XIX, se centraron sobre la mejora de las condiciones laborales (por
ejemplo, en lo que atañe a la reducción de la jornada de trabajo, la prohibición
del trabajo infantil, el descanso dominical o la limitación del trabajo femenino) y
fueron en general reprimidos por el Estado (Suriano, 1989; Lobato, 2000).
Posteriormente, sobre todo a partir de la década de 1910, empezaron a verse
reclamos por mejoras salariales y por el acceso a ciertos derechos, como las
vacaciones pagas entre otros, que se instrumentaron por primera vez en 1934,
para el Sindicato de Comercio (Ballent y Gorelik, 2001).
De todos modos, si bien hacia inicios de los ’40 existían formalmente más pro-
tecciones a los trabajadores que respecto de cincuenta años atrás, éstas difícil-
mente se cumplían en la práctica (Horowitz, 2001). Desde principios del siglo
XX algunos sectores de la elite gobernante habían comenzado a tener en cuen-
ta la “cuestión social”, lo cual suponía no acudir únicamente a la represión para
dirimir los conflictos laborales, sino escuchar las protestas obreras y buscarles
alguna solución por medios pacíficos (Suriano, 1989; Zimmermann, 1992). Con
vistas a tal objetivo, en 1907 se creó el Departamento Nacional de Trabajo
(DNT), que tendría la función de regular las disputas entre obreros y patrones.
10
Al respecto, ver Rapoport (2007) y Adamovsky (2009).
11
Por ejemplo, ver Cortés Conde (2007) y Gutiérrez y Romero (1995).
12
Según el historiador inglés David Rock (1977), la disminución del conflicto laboral en estos años
obedeció a la estabilidad económica, que permitió el crecimiento sostenido de los salarios reales.
Democratización del bienestar (1945-1955) 61

Sin embargo, en la antesala del peronismo, la operatividad del DNT era muy
reducida, lo cual explica por qué la escueta legislación laboral existente -que
también había sido el resultado de un creciente interés por parte de algunos
sectores de la clase política por la mejora en la calidad de vida de los obreros-
era “letra muerta” (Camarero, 2007).
En suma, más allá de las variadas interpretaciones, pocos podían negar que
a principios de los ’40 los salarios reales y las condiciones laborales eran, en
mayor o menor medida, mejores que las de medio siglo atrás. De todas mane-
ras, el ferviente apoyo popular a Perón probaría que esos avances en el mundo
laboral habían sido absolutamente insuficientes si se los compara con los expe-
rimentados por la economía en su conjunto y, particularmente, con la peculiar
trayectoria de la década de los ‘3013. En otras palabras, durante la mayor parte
del período -pero, más puntualmente, en esa última década- el promedio de los
trabajadores había sido relegado de la apropiación del crecimiento de una
riqueza que, más bien, había tenido como principales usufructuantes a buena
parte de los sectores propietarios.
Una cuarta arista del proceso de mejora relativa en la calidad de vida lo cons-
tituye la cuestión de la vivienda. Si bien es cierto, como señala Camarero
(2007), que los sectores con menores ingresos dentro de la clase trabajadora
no habían podido acceder a la vivienda propia hacia fines de los ’30, no se
puede soslayar que sí lo pudieron hacer los mejores pagos, mudándose así, por
ejemplo, de la zona sur de la Capital Federal (La Boca y Barracas) al conurba-
no bonaerense o, incluso, algunos barrios del oeste de la Capital. Buena parte
de los sectores medios también pudieron dejar de ser inquilinos y pasar a ser
propietarios durante este período (Gutiérrez y Romero, 1995). Cabe agregar,
además, que durante toda esta etapa, la problemática de la vivienda fue deja-

13
Durante la década del ’30 se dio la conjunción del fraude electoral con estancamiento del salario
real. Si en 1940 el PIB argentino era 15% superior al de 1930, los salarios reales se encontraban
en el mismo nivel (los datos surgen de elaboración propia sobre Rapoport, 2007; incluso, traba-
jos como el de Iscaro (1958) documentan que diversas empresas efectuaron reducciones abso-
lutas en las remuneraciones). Ello indicaría, en sintonía con lo que sostiene Camarero (2007), que
la distribución del ingreso fue regresiva en esos años, en tanto los frutos del crecimiento econó-
mico quedaron en manos de las clases no asalariadas (lo que equivale a decir, básicamente, los
patrones). Los datos obtenidos por Alvaredo (2010) validan esta afirmación, al mostrar, a partir del
análisis de las declaraciones impositivas, que entre 1933 y 1943 la participación en el ingreso del
1% más rico pasó del 17% al 27%. Desde un enfoque de distribución funcional del ingreso, tra-
bajos como el de CEPAL (1968), Di Tella y Zymelman (1967) y Lindenboim et al (2007) también
señalan un retroceso de la participación asalariada en el producto. A pesar de estas investigacio-
nes, Torre y Pastoriza (2002) tienen una visión diferente de lo sucedido en el período. Para ellos,
la urbanización es sinónimo de progresividad en la distribución del ingreso, en tanto los empleos
en las ciudades están mejor remunerados que los rurales. De esta manera, si en los años ’30 se
dio un proceso de rápida urbanización por medio de las migraciones internas, se puede concluir
que mejoró la distribución del ingreso. Nosotros acordaremos con la idea de los ’30 como una
década regresiva en términos distributivos. Si bien es cierto que el pasaje de un trabajo manual
rural a uno manual urbano implicó, en la mayoría de los casos, un aumento del poder adquisiti-
vo, de ello no se deriva necesariamente una distribución del ingreso más equitativa. Este fenó-
meno (de alza del salario real para los migrantes en conjunción con una peor distribución) puede
darse si los salarios reales (en este caso, de los migrantes internos) crecen menos que la pro-
ductividad, lo que parece haber ocurrido en la mencionada década.
62 realidad económica 282 16 de febrero/31 de marzo de 2014

da en manos del sector privado: recién con el peronismo se daría el reconoci-


miento político de la necesidad de intervención directa del Estado en la produc-
ción y en el mercado de la vivienda masiva (Ballent, 2010).
Por su parte, en quinto lugar, las inversiones en ferrocarriles, que permitieron
tender una vasta red ferroviaria desde mediados del siglo XIX (Liernur, 2000),
más la aparición del tranvía y el subterráneo en la Ciudad de Buenos Aires poco
después de comenzado el siglo XX, y el colectivo (ya en los ’30) (Ballent y
Gorelik, 2001), favorecieron la reducción de los tiempos dedicados al transpor-
te, lo cual ensancharía las horas disponibles para el ocio que buena parte de la
población urbana podría usufructuar (Gutiérrez y Romero, 1995).
En sexto lugar, la reforma política de 1912 -que garantizaría el sufragio uni-
versal, obligatorio y secreto masculino, y que llevaría al poder al primer partido
moderno de masas de la Argentina, como la Unión Cívica Radical- había, al
menos en teoría, ampliado a vastos sectores sociales las posibilidades de par-
ticipación política, hasta entonces confinada a algunas fracciones de la elite.
En resumen, por las razones mencionadas, durante el período 1880-1945, el
bienestar colectivo aumentó, aunque no afectando a todos los grupos sociales
por igual ni tampoco con la misma intensidad en las diferentes etapas de dicho
período. Mientras que la elite, poseedora de los resortes del poder económico
-originalmente, centrados sobre la propiedad de la tierra y luego también en la
de diversos sectores de la actividad industrial, comercial o financiera- fue la que
más se benefició de este proceso, otros sectores se vieron menos favorecidos,
sobre todo entre 1930 y 1943. De este modo, en los prolegómenos del peronis-
mo, una fracción aún mayoritaria de la clase trabajadora argentina poseía un
poder adquisitivo modestamente más elevado que el de medio siglo atrás, aún
no accedía a la vivienda, no era protegida por el Estado en lo que concierne a
la aplicación de las escasas normas que debían garantizarle ciertos derechos
laborales, y veía muy lejanos ciertos “gustos” que ya empezaban a ser corrien-
tes en los sectores medios, como las vacaciones. La clase media, por su parte,
había aprovechado en mayor medida que la trabajadora -pero con menor inten-
sidad que la elite- los frutos del progreso económico: un porcentaje considera-
ble de ella ya era propietaria de su vivienda y concurría a la escuela secunda-
ria y a la universidad, aumentando así las probabilidades de obtener empleos
con mayor calificación14 y, por consiguiente, mejor remuneración. Por último, el
proceso citado se dio con una fuerte heterogeneidad regional: mientras que la
región pampeana, con la Ciudad de Buenos Aires a la cabeza, fue la que más
atrajo sus beneficios, en buena parte del resto del país (sobre todo las provin-
cias del NOA y del NEA) éstos fueron profundamente más limitados.

14
Por ejemplo, puestos de trabajo en la administración pública y privada, en el sistema bancario, en
la docencia, en las profesiones liberales, o incluso como propietarios de pequeños comercios e
industrias.
Democratización del bienestar (1945-1955) 63

II. La profundización de la continuidad del peronismo


(1945-1955): el registro de lo “material-objetivo”

En esta sección nos focalizaremos en las transformaciones en el plano mate-


rial que trajo aparejadas el peronismo. En otras palabras, nos centraremos
sobre los cambios en las condiciones objetivas de vida de los sectores medios
y trabajadores. Se procurará analizar, dentro del descripto marco de “profundi-
zación de la democratización del bienestar” del peronismo, en qué áreas existió
una aceleración de algunas tendencias ya existentes -laxamente- en la socie-
dad preperonista, y en cuáles el ritmo de la democratización del bienestar se
mantuvo similar. Se tomarán seis dimensiones a comparar entre el período
1880-1945 y 1945-1955: a) movilidad social; b) trabajo, ingresos y consumo; c)
educación; d) salud; e) vivienda y f) derechos civiles y políticos.

a) Movilidad social
Si adoptamos el mismo enfoque que hemos utilizado para caracterizar la movi-
lidad social en el período preperonista (es decir, en función de la calificación de
la fuerza de trabajo) se podrá observar que el ascenso social también continuó
durante el peronismo.
En el cuadro 2 es posible observar las modificaciones en la fuerza de trabajo
urbana (a diferencia del cuadro 1, aquí se excluye la población rural) entre los
censos de 1947 y 1960. Como se puede notar, la tendencia al ensanchamiento
de la clase media continuó (creció más de 2 puntos porcentuales), a expensas
de una leve retracción de la clase obrera asalariada y de los estratos margina-
les. Principalmente, lo que explica la ampliación de la clase media asalariada es
el subrubro de los empleados administrativos, que da cuenta de un mayor nivel
de instrucción de la sociedad (por lo menos, primario completo) (Torrado, 2010).
Sin embargo, si nos atenemos solamente al cuadro 2, podríamos sostener
que, si bien la movilidad social continuó siendo ascendente durante el período,
tendió a estancarse, comparado con el ritmo de los decenios anteriores. La
cuestión es que aquí no se está incluyendo la fuerza de trabajo rural. De con-
templarla, según Torrado, el análisis sobre la movilidad social nos mostraría que
fue aún más ascendente, en tanto buena parte de los migrantes internos ali-
mentaron principalmente la expansión de un estrato obrero asalariado que pro-
bablemente tendría mejores condiciones de vida que en sus áreas rurales de
origen. Algunos migrantes internos se insertaron también en puestos manuales
no calificados y de baja calidad y en el servicio doméstico, lo cual difícilmente
podría considerarse como ascenso social pero, a la vez, otra fracción de estos
migrantes logró convertirse en pequeña propietaria de la industria y el comer-
cio, lo que sí podría interpretarse como movilidad social ascendente. En suma,
según Torrado (2010), el análisis de la trayectoria de los migrantes internos tien-
de a confirmar que, en el balance global, su inserción en el mercado de trabajo
urbano implicó un ascenso social.
De todos modos, la evolución de la estructura ocupacional argentina fue acom-
pañada por un movimiento también ascendente en los ingresos, como se verá
a continuación.
64 realidad económica 282 16 de febrero/31 de marzo de 2014

Cuadro 2. Fuerza de trabajo urbana: distribución según clases y estratos


sociales. Total del país, 1947-1960.
Estratos sociales 1947 1960
Clase alta 0,5 0,6
Clase media autónoma 14,0 14,3
Clase media asalariada 26,6 28,4
Total clase media 40,6 42,7
Clase obrera autónoma 4,6 5,1
Clase obrera asalariada 45,0 43,4
Total clase obrera 49,6 48,5
Estratos marginales 9,3 8,2

Fuente: Torrado (2010).

b) Trabajo, ingresos y consumo


Si existió una esfera sobre la cual el peronismo incrementó más que en nin-
guna otra las propensiones a la democratización del bienestar, ella fue la del
trabajo, el salario y el consumo. Hemos agrupado estos tres conceptos dentro
del mismo apartado en tanto están directamente interrelacionados.
Desde la llegada de Perón a la Secretaría de Trabajo y Previsión en 1943 se
instrumentaron novedosas normativas tendientes a mejorar las condiciones
laborales de los trabajadores, así como a garantizar el cumplimiento efectivo de
la legislación ya existente. La batería de medidas tuvo múltiples aristas entre las
que se destacan los aumentos salariales por decreto; las fijaciones de salarios
mínimos; las indemnizaciones por accidentes de trabajo y por despido sin
causa; las homologaciones de centenares de convenios colectivos de trabajo;
la creación de Tribunales de Trabajo que pasaron a la órbita pública la resolu-
ción de las disputas laborales -aumentando sustancialmente la proporción de
los fallos a favor de los trabajadores-; el pago de un decimotercer sueldo al año
(aguinaldo); el acotamiento efectivo de la duración de la jornada de trabajo; la
ampliación de la cobertura del sistema previsional15; el fomento desde el Estado
a la sindicalización16; los controles de precios minoristas; la transferencia de
ingresos del agro a los sectores urbanos, a través del Instituto para la
Promoción del Intercambio (IAPI)17; los subsidios a los bienes de consumo

15
Mientras que a principios de los ’40 tan sólo el 8,4% de la población económicamente activa
(PEA) gozaba de cobertura jubilatoria, en 1946 el porcentaje había trepado al 48% pasando de
poco más de 400.000 trabajadores a 2,2 millones y a 4,1 millones en 1951 (datos de Arza, 2010
y Memoria del Ministerio de Trabajo y Previsión, junio de 1946 a diciembre de 1951).
16
Según James (2006), en 1943 tan sólo el 20% de los obreros estaban sindicalizados, y eran en
su mayoría del sector terciario. En 1948, el porcentaje trepó a 30,5%, mientras que en 1954 llegó
al 42,5%.
17
El IAPI, creado en 1946, fue un organismo estatal que centralizó las compras de cereales y ole-
aginosas a precios fijados por el Estado. De esta manera, se procuraba separar una parte de la
Democratización del bienestar (1945-1955) 65

popular, como la carne y los servicios públicos; la universalización de las vaca-


ciones pagas para todos los trabajadores -que, como se ha mencionado, sólo
eran un derecho de los empleados de comercio desde 1934-; el pago obligato-
rio de salarios en días feriados; la instauración de las asignaciones familiares,
reguladas por convenio colectivo de trabajo, y la institución del Estatuto del
Peón Rural, que se proponía eliminar las relaciones patriarcales entre los patro-
nes y los obreros rurales y reemplazarlas por otras reguladas por los convenios
colectivos de trabajo (Torre y Pastoriza, 2002; Andrenacci et al, 2004). De este
modo, en términos de Rapoport (2007: 260), “estos beneficios (…) tuvieron un
considerable impacto entre los obreros que veían, por primera vez en un breve
lapso, cómo muchas reivindicaciones por las que habían luchado durante años
comenzaban a efectivizarse”.
Las consecuencias de estas medidas fueron varias. En primer lugar, los sala-
rios reales industriales crecieron alrededor del 53% entre 1943 y 194918. A par-
tir de este año, tras la crisis económica marcada, entre otros factores, por el fin
de un contexto internacional favorable, el poder adquisitivo de los trabajadores
entraría en un sendero de altibajos y, en 1955, sería un 10% inferior al de 1949,
pero más de un 40% superior al de 1943. En segunda instancia, el hecho de que
los salarios reales subieran por encima de la productividad derivó en un aumen-
to en la participación asalariada en el PIB, que pasó del 37% en 1943 al 50%
en 1949 (posteriormente, se quedaría en torno de este guarismo hasta 1954)19.
En tercer lugar, el hecho de que los salarios de los obreros no calificados cre-
cieran más rápido que el de los calificados derivó en una mayor homogeneidad
e igualdad distributiva al interior de la clase trabajadora. Como cuarto punto,
merece señalarse que la redistribución progresiva del ingreso de los dos gobier-
nos peronistas -que se dio con mayor intensidad entre 1946 y 1949- combina-
da con el alza de los salarios reales implicó un fenomenal aumento del ingreso
disponible, que se plasmó en un auge del consumo popular en bienes y servi-
cios hasta entonces relegados. De este modo, crecería el gasto en vino, cerve-
za, indumentaria, artefactos de uso doméstico (heladeras, planchas y calefones
eléctricos) y recreación (cine, deportes). Por su parte, la instauración de las
vacaciones pagas junto al incremento del ingreso disponible se tradujo en que
una fracción considerable de los sectores populares pudiera destinar dos sema-
nas al año en lugares turísticos (Torre y Pastoriza, 2002). En términos de Torre
y Pastoriza (2002: 283), “con el peronismo, la prosperidad se democratizó como
nunca antes en el pasado”.

c) Educación
En el plano educativo, la democratización del bienestar peronista se dio sobre
un campo que ya había experimentado grandes avances en el período anterior,
fundamentalmente a partir de la mencionada ley 1.440 de 1884. El analfabetis-
mo continuó su tendencia descendente, pasando del 14% en 1947 al 9% en
1960. Las tasas de matriculación de los tres niveles (primario, secundario y ter-
producción para el consumo interno y otra para la exportación (para una mayor profundización,
ver Rapoport, 2007).
18
Sobre la base de información de Llach y Sánchez (1984).
19
Datos de Lindenboim et al (2007).
66 realidad económica 282 16 de febrero/31 de marzo de 2014

ciario) subieron respecto del período 1940-45, retomando e incluso superando


los guarismos del período 1920-40. Por ejemplo, el crecimiento de la tasa de
matriculación primaria, que había sido del 2,5% durante 1920-40 y de tan sólo
el 0,6% entre 1940 y 1945, llegó al 3% durante 1945-5520. Por su parte, la tasa
de matriculación en la enseñanza media alcanzó niveles históricos: entre 1945
y 1955 se incrementó a razón de un 8,7% anual promedio, considerablemente
por encima del 6% experimentado entre 1930 y 1945, y del 3,5% de 1895-
193021. Según Torre y Pastoriza (2002), este alza en la matriculación secunda-
ria se explica por la incorporación de los hijos de familias de clase media y de
los estratos altos de la clase trabajadora. En particular, las ramas de la
enseñanza media que más aumentaron su tasa anual acumulativa de matricu-
lación son la comercial y la técnica, reafirmando una tendencia iniciada ya en
1930 y en la cual el impulso industrializador del país tuvo una influencia directa
-sobre todo en la enseñanza técnica-. Por su parte, las escuelas normales y los
bachilleratos incrementaron su ritmo de matriculación respecto del período
1930-45 (6,8% contra 5,2% y 5,9% contra 4,7% respectivamente), pero en nive-
les menores a los de las escuelas comerciales y técnicas, pasando así de repre-
sentar el 65% de la matrícula secundaria en 1930 al 44% en 195522.
La matrícula terciaria-universitaria también pegó un salto contundente durante
el peronismo. Si entre 1917 y 1944 su tasa anual acumulativa de crecimiento
había sido del 4,3%, entre 1945 y 1955 se elevaría al 11,3%. De este modo, la
población universitaria se triplicaría, pasando de 47 mil a 136 mil alumnos. Si en
1944 el 0,34% de la población era universitaria, en 1955 la cifra alcanzó el
0,80%23. El extraordinario incremento en la matriculación universitaria se debió
a la conjunción de la mejora en la calidad de vida general, provocada por los
mejores ingresos y las mayores protecciones laborales, con políticas estatales
puntuales como la gratuidad de la enseñanza (hasta entonces arancelada), la
creación de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN) y la proliferación de ins-
titutos (Sigal, 2002; Torre y Pastoriza, 2002).
Cabe mencionar, no obstante, que la política educativa peronista, si bien
amplió enormemente el acceso a la educación en los tres niveles, fue muy cri-
ticada en tanto implicó, en el nivel primario, la difusión de la ideología peronista
a través de los libros de texto y, en el universitario, la persecución y destitución

20
Los datos son de elaboración propia sobre información de Torre y Pastoriza (2002). Cabe resal-
tar que los guarismos son diferentes a los de estos autores ya que, desde nuestro modo de ver,
ellos se equivocan en el cálculo en tanto dividen el aumento de la escolarización por el número
de años del período comprendido. En otros términos, por ejemplo, ellos dividen la cantidad de
alumnos primarios en 1955 por la cantidad de alumnos primarios en 1951, y vuelven a dividir ese
resultado por la cantidad de años comprendida (en este caso, cuatro). El error de esta fórmula
es que no se obtiene una tasa anual acumulativa. Para obtenerla, en cambio, se debe elevar el
resultado de la división de los alumnos en 1955 y en 1951 a la raíz de la cantidad de años com-
prendida (en este caso, sería raíz cuarta):
Tasa anual acumulativa = (alumnos año final / alumnos año inicial) ^ [1 / (año final – año inicial)]
21
Los datos surgen de elaboración propia sobre información de Torre y Pastoriza (2002) y Rapoport
(2007).
22
Los datos surgen de Torre y Pastoriza (2002).
23
Los datos surgen de elaboración propia sobre información de Torre y Pastoriza (2002), Rapoport
(2007) y Fernández Lamarra (2002).
Democratización del bienestar (1945-1955) 67

a profesores díscolos con el gobierno. En el ámbito universitario, el reemplazo


de docentes supuso en muchos casos que los nuevos no tuvieran las compe-
tencias necesarias para abordar los contenidos de las asignaturas, disminu-
yendo así la calidad de la enseñanza (Sigal, 2002).
En líneas generales, la llegada de Perón al poder favoreció el aumento de las
tasas de escolarización en los tres niveles, ensanchando así las posibilidades
de ascenso social por medio de la educación tanto a alumnos provenientes de
clases medias como de las trabajadoras.

d) Salud
La democratización del bienestar también se plasmó en el campo de la salud.
En primer lugar, merece destacarse el fenomenal aumento del número de
camas por habitante, que prácticamente se duplicó entre 1946 y 1954, pasan-
do de 4 camas cada 1.000 habitantes a 7. Este hecho fue el resultado lógico de
las inversiones en la construcción de hospitales y puestos sanitarios. Además,
también se incrementó la cantidad de médicos por habitante, que pasó de 1
cada 1.250 habitantes a 1 cada 850 en el mismo período24. Sin embargo, cabe
resaltar que dichos avances se dieron con fuertes disparidades regionales, en
tanto se concentraron mucho más en Córdoba, Santa Fe y la Capital Federal
que en otras provincias (Andrenacci et al, 2004 y Torre y Pastoriza, 2002).
Por su parte, las mejoras en infraestructura fueron algo menos aceleradas.
Por ejemplo, entre 1942 y 1955 el número de habitantes con acceso al agua
corriente creció de 6,5 millones a 10 millones, mientras que los beneficiarios del
sistema cloacal pasaron de 4 a 5 millones25. Según Torre y Pastoriza (2002),
esta mayor lentitud de los progresos en este campo se debió a los problemas
económicos que afloraron hacia 1949, los cuales limitaron el monto de las
inversiones públicas en infraestructura. Por otro lado, comparado con los
gobiernos precedentes, el peronista hizo un mayor hincapié en las campañas
preventivas y antiepidémicas (por ejemplo, para desterrar del suelo argentino el
paludismo, la sífilis o la tuberculosis) así como en la educación sanitaria (se
hicieron obligatorios certificados de vacunación para inscribirse en la escuela,
hacer trámites administrativos o viajar).
Como resultado de lo anterior, la mortalidad general e infantil cayó (esta últi-
ma de 80,1 por mil en 1943 a 66,5 en 1953), y la esperanza de vida trepó de
61,7 años a 66,5 entre 1947 y 1953, lo cual supone una aceleración respecto
del período 1869-1947. Si en éste, la esperanza de vida, que pasó de 29 a 61,7
años, se incrementó a razón de un 1% anual, en el septenio 1947-1953 lo hizo
en un 1,3% anual26. Este indicador también es muy superior al de las décadas
24
Cabe mencionar que el aumento en el número de médicos fue, en parte, el resultado de las gra-
duaciones universitarias de profesionales que habían empezado a estudiar en el período prece-
dente.
25
El criterio para definir si los avances fueron más o menos acelerados es cuantitativo. Si el núme-
ro de camas por habitante creció a razón del 7,2% anual y el de médicos por habitante en un
4,9%, los de personas con acceso al agua corriente y a servicios cloacales lo hicieron al 3,4%
anual y 1,7% respectivamente. Los datos provienen de Torre y Pastoriza (2002).
26
Los datos fueron tomados del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC), Torrado (2010)
y Torre y Pastoriza (2002). Si se desagrega la información disponible sobre los períodos inter-
68 realidad económica 282 16 de febrero/31 de marzo de 2014

siguientes, en las que la expectativa de vida creció a razón de un 0,3% anual


entre los censos de 1960 y 2001. No obstante, vale mencionar que pese a los
grandes logros en esta materia durante el peronismo, la brecha entre las dife-
rentes regiones se mantuvo.
Cabe resaltarse, además, que el ministro de Salud -Ramón Carrillo- intentó lle-
var adelante una propuesta sumamente innovadora. Su plan -integrado en los
objetivos del Primer Plan Quinquenal (1947-1951)- procuraba universalizar la
salud pública, creando un sistema unificado que otorgara cuidado médico, cura-
tivo, preventivo y asistencia social a toda la población, pretendiendo así dismi-
nuir las disparidades regionales y económicas en los indicadores mencionados
(Andrenacci et al, 2004). Sin embargo, el proyecto no pudo llevarse a cabo por
la presión de diversos sindicatos -en general, los más fuertes-, que abogaron
por la difusión de una cobertura de salud en función de la categoría ocupacio-
nal del trabajador y su familia. De esta manera, se terminó imponiendo el siste-
ma de las obras sociales, vigente hasta hoy, por el cual los gremios se hacen
cargo de la cobertura médica de los trabajadores de sus ramas de actividad. Por
otro lado, según Torre y Pastoriza (2002), la Fundación Eva Perón también fue
un freno a este plan, en tanto le quitó recursos financieros. Ya en el Segundo
Plan Quinquenal, los objetivos de universalización de la salud fueron dejados de
lado.
El rol de la Fundación Eva Perón en la democratización del bienestar merece
un párrafo aparte. Esta institución, creada en 1948, fue la culminación de un
proceso iniciado en 1944 por el cual la asistencia social dejó de estar maneja-
da desde círculos filantrópicos privados para pasar a ser controlada desde el
Estado. Así, el Estado adquiriría una preocupación nunca antes vista por la
situación de los marginados del sistema, de aquellos que no podían integrarse
por la vía laboral y que, por ende, no gozaban de los beneficios de ésta (sala-
rios reales elevados, prestaciones de salud, vacaciones, etc.). En términos de
Andrenacci et al (2004) , el Estado no sólo actuó en el centro, a través de la
inserción social por medio del mercado laboral, sino en los márgenes. Entre las
actividades que realizaba la Fundación se destacan la construcción de hogares
para huérfanos, madres solteras y ancianos indigentes, hospitales de niños y
policlínicas, comedores escolares, hoteles de turismo, viviendas de bajo costo,
escuelas de enfermeras y colonias de vacaciones, así como la entrega de rega-
los en las navidades y la organización de eventos deportivos.

e) Vivienda
El peronismo profundizó y extendió las tendencias ya existentes previamente
por las cuales buena parte de los sectores medios y algunos de los estratos
superiores de la clase trabajadora habían podido acceder a la vivienda propia
durante el período precedente. Como fue mencionado anteriormente, a media-
dos de los ’30 un porcentaje considerable de la población había podido conver-
tirse en propietaria de su vivienda, pero, como señala Camarero (2007), la gran
mayoría de los sectores menos privilegiados al interior de la clase trabajadora
censales, se verá que, previamente, ninguno iguala la marca de los siete años comprendidos
entre 1947 y 1953. El crecimiento interanual promedio entre los censos de 1869 y 1895 fue del
1,1%; entre 1895 y 1914, del 1,2%, y entre 1914 y 1947 del 0,8 por ciento.
Democratización del bienestar (1945-1955) 69

seguía siendo inquilina y vivía en condiciones poco satisfactorias. Además, el


hecho de que una fracción de la clase media y la trabajadora accediese a la
vivienda propia no debe entenderse como que la totalidad de ambos sectores lo
hiciera.
Como sostiene Ballent (2010), con el peronismo se inició la era del reconoci-
miento político de la necesidad de la injerencia directa del Estado en la pro-
blemática habitacional. Entre 1943 y 1976, más allá de variaciones de progra-
mas, formas y montos de inversión, el Estado actuaría de manera intensa en el
sector, reconociendo y hasta fomentando la reivindicación política del “derecho
a la vivienda”. A la hora de analizar la política de vivienda inaugurada en 1943,
no hay que soslayar el fenómeno de la urbanización y los flujos migratorios de
las décadas anteriores, en particular la de los ’30, que no habían hecho más que
consolidar el hacinamiento. Según Torre y Pastoriza (2002), ya desde mediados
de ésta la pregunta acerca de cómo lograr condiciones habitacionales dignas
había ido ganando lugar en la agenda pública. Veamos, entonces, en qué con-
sistió la política de vivienda inaugurada en 1943 y profundizada a partir de las
presidencias de Perón.
En primer lugar, en 1943 el gobierno de facto decretó el congelamiento de los
alquileres y la prohibición de los desalojos. Luego, tras la modificación de la
carta orgánica del Banco Hipotecario Nacional (BHN) de 1948, se extendió
extraordinariamente el crédito subsidiado a la vivienda (Ballent, 2010). Para
ello, según Rapoport (2007), fue previamente necesaria la nacionalización del
Banco Central de la República Argentina (BCRA), que permitió canalizar el cré-
dito hipotecario al BHN y así facilitar los préstamos y rebajar intereses, redistri-
buyendo progresivamente el ingreso (Yujnovsky, 2001). Una tercera arista de la
política de vivienda inaugurada en 1943 la constituye la sanción de la ley de
Propiedad Horizontal de 1948, por la cual se autorizaba la venta de departa-
mentos en edificios (hasta ese entonces, sólo se podía ser dueño de la vivien-
da colectiva entera27, lo cual obviamente implicaba que sólo fueran propietarios
los sectores con elevado poder adquisitivo). No obstante, según Torre y
Pastoriza (2002), los frutos de la mencionada ley recién comenzarían a mani-
festarse con claridad tras la caída de Perón.
La mejora en el poder adquisitivo de los sectores populares, junto con los cré-
ditos hipotecarios subsidiados y los loteos económicos de tierras (concentrados
fundamentalmente sobre el conurbano bonaerense) fomentaron intensamente
la autoconstrucción de la vivienda. Esto fue posible, además, como señala
Torres (1993), por la reducción en la jornada laboral, que propició un mayor
tiempo disponible para la edificación del hogar propio. De todos modos, cabe
mencionarse que esta urbanización sumamente acelerada fue también poco
planificada. El Estado, si bien invirtió en infraestructura en las nuevas áreas
urbanas, no logró ir a la par del mencionado proceso, lo cual implicó que hacia
1960 tan sólo el 40% de la población del conurbano bonaerense tuviera agua
corriente y el 25% acceso al sistema cloacal.
Vale agregar, además, que durante el peronismo el Estado propició la cons-
27
También se podía ser propietario de la vivienda individual. La novedad de la ley de Propiedad
Horizontal fue poder fraccionar la propiedad de una vivienda colectiva.
70 realidad económica 282 16 de febrero/31 de marzo de 2014

trucción de viviendas sea en urbanizaciones específicamente diseñadas, como


Ciudad Evita, o a partir de los monoblocks de cemento del barrio porteño de
Mataderos. No obstante, del total de unas 300.000 viviendas construidas duran-
te el período28, tan sólo 6.100 correspondieron a estas iniciativas gubernamen-
tales29.
El corolario del mencionado proceso fue el progresivo aumento de la población
propietaria: si en 1947, el porcentaje de las viviendas ocupadas por sus dueños
era del 27%, en 1960 treparía al 58%. Sin embargo, cabe mencionar que, según
Torre y Pastoriza (2002), los sectores que más se beneficiaron con la política
de viviendas peronista fueron los medios. A modo de ejemplo, los empleados
públicos y privados (que podrían homologarse dentro de la clase media si segui-
mos el enfoque germaniano mencionado más arriba, por el cual la calificación
laboral es un rasgo central de la pertenencia a un estrato social determinado)
recibieron el 77% de los créditos del BHN, mientras que los obreros el 23% res-
tante (Ross, 1993). De todos modos, es innegable que, si bien la democratiza-
ción del bienestar en el plano de la vivienda no hizo tanto hincapié en la parte
inferior de la pirámide social, la política habitacional peronista favoreció la mejo-
ra en la calidad de vida de un importante conjunto de ciudadanos.

f) Derechos civiles y políticos


Cuando Perón asumió la presidencia de la Nación en 1946, en la Argentina ya
existía el derecho al sufragio universal, obligatorio y secreto masculino desde
1912. Sin embargo, la ruptura del orden constitucional en 1930 y los dieciséis
años que le siguieron (en los que se dieron, según los momentos, fraude elec-
toral, proscripción del radicalismo y dictadura militar), dejó como letra muerta la
legislación que otorgaba derechos políticos al conjunto de los argentinos varo-
nes mayores de edad. En este sentido, la elección que consagró a Perón ven-
cedor en 1946 fue absolutamente transparente, poniendo fin a una etapa en que
los derechos políticos eran sistemáticamente vulnerados. Por otra parte, a par-
tir de 1947 se extendió el sufragio a las mujeres y, entre 1951 y 1955, a los habi-
tantes de La Pampa, Chaco, Misiones, Neuquén, Río Negro, Formosa, Chubut
y Santa Cruz, hasta entonces vetados de participación política30. Además, otra
novedad fue la presencia, por primera vez en la historia argentina, de parla-
mentarios de origen obrero electos democráticamente. No obstante, el signifi-
cado de la democracia política con el peronismo adquirió un significado muy
especial, teniendo en cuenta la enorme expansión de la democratización del
bienestar descripta anteriormente. En otras palabras, para los trabajadores la
democracia política adquirió un sentido distinto al estar acompañada de la
democracia social y económica (James, 2006). Hasta ese entonces, las invoca-
ciones en pos de los derechos políticos por sí solos aparecían a los ojos de los
obreros como un mero formalismo, del cual Perón supo sacar provecho al rede-
finirlos dentro de un molde de ciudadanía social.
28
Según Rapoport (2007).
29
Según Torre y Pastoriza (2002).
30
Hasta entonces, estas provincias eran “territorios nacionales”, en la que sus habitantes carecían
de derechos políticos. A partir de entonces, sólo Tierra del Fuego quedaría bajo ese estatus, hasta
1990 (Ruffini, 2005).
Democratización del bienestar (1945-1955) 71

Sin embargo, el aumento de la participación política de las masas tuvo una


doble cara. Por un lado, el derecho al voto fue acompañado de una recepción,
por parte del propio Perón, a los reclamos de los trabajadores. En dicho senti-
do, se dio una relación entre las masas y el líder mucho más inmediata de lo que
había experimentado la historia argentina hasta ese entonces. No obstante, el
propio Perón se preocupó especialmente por mantenerlas disciplinadas y sub-
sumidas a su proyecto político (Doyon, 2006). De esta manera, cualquier inten-
to autonomista por parte de la clase trabajadora (que existió entre 1945 y 1947
al interior del Partido Laborista) fue inequívocamente desterrado por Perón, mar-
cando así un límite a la participación política popular. En palabras de James
(2006: 59), Perón temía tener que “cabalgar un tigre”, es decir, que un protago-
nismo político excesivo de las masas diera demasiada luz a demandas que
pudieran atentar contra los cimientos más profundos del orden capitalista. De
ahí, la ambigüedad del proyecto político peronista: integración y democratiza-
ción, pero siempre con límites y con un control “desde arriba”.
En el plano de los derechos civiles, como ha sido mencionado anteriormente,
el peronismo logró que buena parte de la legislación laboral dejara de ser una
cáscara vacía. De este modo, aquello que hasta ese entonces aparecía como
una mera formalidad para las clases trabajadoras, ahora tenía un sentido con-
creto. Sin embargo, en otras esferas el cumplimiento efectivo de los derechos
civiles estuvo lejos de ser plena, fundamentalmente en lo que atañe a la libertad
de expresión. Durante el peronismo, muchas voces que discrepaban con el
gobierno fueron censuradas y castigadas31. A modo de ejemplo, merece desta-
carse la complicada relación entre el gobierno y la prensa disidente, que llevó a
una ofensiva del primero sobre la segunda, cuya máxima expresión fue la inter-
vención del antiperonista y conservador diario La Prensa en 1951. Por su parte,
los profesores universitarios antiperonistas fueron cesanteados, siendo reem-
plazados por otros afines, que en buena parte de los casos no contaban con la
formación adecuada. Incluso algunos trabajadores que mostraron diferencias
con el gobierno, como el caso de Cipriano Reyes -miembro del Partido
Laborista-, fueron perseguidos, arrestados y hasta torturados durante esta
etapa.
En suma, en materia de derechos políticos también podemos hablar de una
democratización del bienestar, en tanto el peronismo no sólo restituyó la legis-
lación de 1912 violentada a partir de 1930, sino que la amplió con la extensión
del sufragio a las mujeres y a los habitantes de los hasta entonces “territorios
nacionales” (con la excepción de Tierra del Fuego). En el campo de los dere-
chos civiles, por su parte, la experiencia peronista arroja resultados contradicto-
rios. Si, por un lado, buena parte de la legislación protectora de los trabajadores
ahora se empezaba a cumplir, por el otro, el autoritarismo del régimen vulnera-
ba algunos derechos básicos como el de la libertad de expresión.
Hasta aquí hemos analizado las transformaciones materialmente tangibles que
acarreó el peronismo. Como hemos visto, tanto en el plano de la movilidad
social, como en materia salarial, educativa, sanitaria, habitacional o cívico-polí-
tica, el peronismo contribuyó, con diferentes matices, a una acelerada demo-

31
Sigal, “Intelectuales y peronismo” (2002).
72 realidad económica 282 16 de febrero/31 de marzo de 2014

cratización de un bienestar que ya había empezado a ser gozado limitadamen-


te por algunas fracciones de las masas durante el período que lo antecedió. Sin
embargo, si bien en este registro podemos hablar de una “profundización de la
continuidad” entre el período preperonista (sobre todo hasta 1930) y el justicia-
lista, en el plano de lo simbólico se dio una ruptura que marcaría un parteaguas
en la historia argentina. En la siguiente sección se procurará analizar por qué
fue que la mayor velocidad en la democratización del bienestar peronista aca-
rreó, a su vez, el señalado hiato.

III. De la continuidad a la ruptura:


el orden de lo simbólico-subjetivo

Hasta ahora, hemos analizado los cambios objetivos que trajo aparejado el
peronismo en diversas áreas como la estructura ocupacional, los salarios, el
consumo, los ingresos, la salud, la educación, la vivienda o los derechos cívico-
políticos, desde una perspectiva más bien cuantitativa, valiéndonos de diversos
indicadores (como la matriculación de los tres niveles educativos, la expectati-
va de vida, la mortalidad infantil, los salarios reales o el número de trabajadores
cubiertos por el sistema previsional, entre muchos otros).
Si definimos “democratización del bienestar” como una medida resumen de las
variables descriptas en el apartado anterior, podríamos señalar que, en el perío-
do preperonista, las tendencias a la democratización del bienestar existieron,
pero crecieron lentamente. Asimismo, el período 1930-1943 difícilmente podría
ser catalogado como de una mayor democratización del bienestar, como fue
visto más arriba. Por su lado, a partir de 1943 y, sobre todo de 1945, la demo-
cratización del bienestar se aceleró fuertemente. ¿Por qué, entonces, si los indi-
cadores cuantitativos muestran profundizaciones en sus trayectorias más que
rupturas, el peronismo fue tan conflictivo y un hito imborrable en la historia
argentina?
Como señala James (2006), las transformaciones que acarreó el peronismo
no pueden ser analizadas sólo desde una perspectiva cuantitativa, sino que
deben ser complementadas con otras mucho más difícilmente mensurables, de
índole cualitativa. Estas dimensiones cualitativas irán de la mano con lo que
hemos denominado “el orden de lo simbólico” en el título de esta sección.

La subversión simbólica del peronismo y sus reacciones


Desde la perspectiva de los trabajadores, la década de los ’30 había sido de
honda frustración y humillación, tanto colectiva como individualmente. Dicho
malestar se debía, por ejemplo, a la dureza de las condiciones de trabajo, la dis-
ciplina en el proceso laboral, el fraude electoral y al consiguiente sentimiento de
impotencia y resignación que ello llevaba consigo (James, 2006). Como hemos
mencionado, en el plano objetivo ello estuvo asociado con un estancamiento del
salario real junto a una distribución regresiva del ingreso. Con el peronismo, los
trabajadores sintieron que esa época llegaba a su fin y que, por lo contrario,
ahora sentían orgullo, dignidad y respeto propio (James, 2006; Adamovsky,
2009). El cambio en el rol del Estado en la regulación de los conflictos labora-
Democratización del bienestar (1945-1955) 73

Expresidente Juan Domingo Perón


74 realidad económica 282 16 de febrero/31 de marzo de 2014

les, al asegurar el cumplimiento de la normativa existente y al crear otra nueva


tendiente a ampliar los derechos de los trabajadores, era el sustrato sobre el
cual se anclaba la mayor autoestima obrera. En la Introducción de este trabajo
hemos citado una expresión que uno de los trabajadores entrevistados por
James (2006: 45) había afirmado: “Con Perón éramos machos”. En esa frase
se refleja el quiebre en la subjetividad obrera que trajo consigo el peronismo: la
sumisión había quedado en el pasado y había sido reemplazada por una activa
presencia en la comunidad. En términos de James (2006: 58):
“Para la masa obrera que respaldaba a Perón, las políticas sociales formales y los bene-
ficios económicos eran importantes, pero no agotaban el significado del peronismo. En
un sentido más duradero, acaso éste significara para ellas la visión de una sociedad
más digna en que se les reconocía un papel vital (…)”
El cambio en el “estado de ánimo” de la clase trabajadora no sólo implicó una
mayor autoestima propia, sino que también supuso un cuestionamiento a todo
un conjunto de supuestos concernientes a las relaciones sociales, las formas de
deferencia y los consensos, en gran medida tácitos, acerca de cuál era “el orden
natural de las cosas” y los “límites” acerca de lo que se podía o no se podía dis-
cutir y expresar legítimamente. Fue esta “subversión simbólica de los códigos
de conducta aceptados” (James, 2006: 49) la que, según James y Adamovsky
(2009), da cuenta del impacto herético que acarreó el peronismo. Es aquí donde
reside, a nuestro parecer, el por qué de la conflictividad y la relevancia histórica
del fenómeno justicialista.
Cabe destacar que antes de 1945 habían existido otros discursos, como el
socialismo, el radicalismo, el comunismo y el anarquismo, que habían tenido, en
mayor o menor medida, tal componente herético de trastrocamiento del orden
simbólico. Sin embargo, la diferencia con el peronismo fue que éste logró darle
visibilidad pública desde el Estado (James, 2006).
El nuevo rol que simbólicamente la clase trabajadora pasó a tener con el jus-
ticialismo fue interpretado, por las elites, como irreverencia, blasfemia o indisci-
plina. A modo de ejemplo, la redistribución del espacio público del 17 de octu-
bre de 1945, en el cual las masas se pasearon espontáneamente por el centro
de la Capital Federal hasta desembocar en la Plaza de Mayo, fue calificado,
tanto por la elite como por buena parte de la clase media, de múltiples mane-
ras: “negrada”, “candombe”, “murga” o “aluvión zoológico”. Sin duda, el nuevo
orden simbólico peronista venía a perturbar el papel que la elite y parte de la
clase media habían tenido en el período anterior (Adamovsky, 2009). La elite no
podía menos que horrorizarse al ver que el modelo de ciudadano ideal que
había imaginado desde fines del siglo XIX (“blanco”, “europeo”, “culto”, “discipli-
nado”, “educado”, “conformista”) estaba siendo subvertido. Según Adamovsky
(2009), lo que más molestó a la elite (en su mayoría, propietaria de los medios
de producción) no fue tanto el mayor costo económico que implicaban los mayo-
res derechos laborales que ahora debían otorgar a los obreros, sino la sensa-
ción de “indisciplina” en el proceso laboral que la protección del Estado garan-
tizaba. Con el peronismo, la elite ya no podría tener el control absoluto del pro-
ceso de producción, ni desestimar la normativa laboral vigente, ni podría apro-
vecharse de obtener rentas por los alquileres de las viviendas, ni podría dar
órdenes (muchas de ellas humillantes) sin más a sus súbditos, ni podría tener
Democratización del bienestar (1945-1955) 75

la injerencia en el dictado de las políticas públicas de antaño, ni podría mono-


polizar para sí secciones del espacio público (como la Plaza de Mayo o Mar del
Plata).
Por su parte, buena parte de la clase media había sido imbuida de los valores
del ciudadano-modelo ideados por la elite. De esta manera, también le gene-
raría rechazo el hecho peronista, a pesar de que desde el punto de vista “mate-
rial-objetivo” se viera beneficiada con muchas de sus medidas (desde la políti-
ca de ingresos hasta la de la activa promoción de la salud pública, la elimina-
ción de los aranceles universitarios, la reglamentación del ejercicio de las pro-
fesiones liberales -demanda bastante antigua-, la expansión del comercio mino-
rista, las fábricas y los talleres, el acceso a la vivienda o la profundización del
proceso de pasaje del arrendamiento a la propiedad rural).
Como señalan Gutiérrez y Romero (1995), ya a mediados de los ´30 era posi-
ble identificar sectores medios32 que aceptaban el orden existente, a la vez que
buscaban reformarlo por vías “civilizadas” y creían en la educación como canal
de ascenso social. Además, agrega Adamovsky (2009), los sectores medios
habían sido influidos por un ideal racista por el cual lo blanco-europeo era supe-
rior a lo criollo-mestizo-indígena-negro. De este modo, no sorprende su aver-
sión al hecho de que las multitudes -muchas de ellas étnicamente no europeas-
ahora accedieran a beneficios que hasta entonces habían sido privativos de la
elite y de ella misma.
Por lo anterior, relativizamos la explicación que Torre y Pastoriza (2002) dan
sobre el por qué de la conflictividad que trajo consigo el justicialismo. Estos
autores sugieren que la conflictividad social derivada de las políticas peronistas
se debe a un exceso de velocidad que no permitió que las clases medias y altas
asimilasen el proceso que estaba en marcha. Si bien puede ser lícito suponer
que la aceleración de los cambios en los planos económico, social y político
puedan ser poco armoniosos, desde nuestro parecer el enfoque de Torre y
Pastoriza minimiza la importancia que asumen las estructuras simbólicas de los
distintos estratos sociales. En otras palabras, en el análisis de estos autores no
se menciona el señalado impacto “herético” del peronismo, que vino a romper
con un orden simbólico en el cual tanto la elite como parte de la clase media se
sentían identificados.

La memoria del peronismo


La caída de Perón en 1955 no significó de ninguna manera el fin del peronis-
mo en la Argentina. Por lo contrario, parafraseando a John William Cooke,
siguió siendo el “hecho maldito” de la historia argentina33. Los intentos de des-
peronización de la sociedad, que llegaron a su máxima intensidad durante el
gobierno de facto de Aramburu (1955-1958), fueron un rotundo fracaso, lo cual
demuestra que la experiencia vivida durante el peronismo había calado muy
profundo en la subjetividad de la clase trabajadora.

32
Los autores los denominan “sectores populares” pero en nuestro modo de ver son homologables
en lo que sería “clase media”.
33
Citado en Jitrik (1984: 193).
76 realidad económica 282 16 de febrero/31 de marzo de 2014

El deseo de la elite de retornar a la época dorada pre-peronista y “volver a


poner las cosas en su lugar” se revelaría sumamente dificultoso. Recién con el
autodenominado Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983), la elite
podría acercarse más a ese ideal, en lo que algunos analistas han denominado
la “revancha clasista” de la “oligarquía”34. En el período 1955-1973, pese a que
el peronismo estuvo proscripto de la escena política argentina, la clase trabaja-
dora siguió siendo un factor clave en la toma de decisiones. Como señala
Altamirano (2002: 252), “lo que los peronistas y la mayor parte de sus críticos y
opositores compartirán será el juicio de que con Perón -salvador o demagogo-
había llegado la hora de las masas trabajadoras: en adelante ya no se podría
gobernar ignorándolas”.
La afirmación de Altamirano se vincula directamente con la problemática de la
memoria del peronismo. Si existía un consenso entre la mayoría de las fuerzas
políticas en que no se podía dejar de lado a las masas a la hora de ejecutar polí-
ticas públicas, ello se debía a que la experiencia del peronismo había cambia-
do irreversiblemente la subjetividad de la clase trabajadora.
Durante los tres años que siguieron al derrocamiento de Perón, el antipero-
nismo había intentado deshacer aquella seguridad conquistada durante el dece-
nio anterior. Para ello, se centró fundamentalmente sobre dos puntos: el ataque
contra los sindicatos (se los intervino para excluir y perseguir a los adeptos al
líder depuesto) y la racionalización del trabajo (por medio de la cual se busca-
ba restituir a los patrones el control del proceso de producción)35. La ofensiva
antiperonista provocó reacciones en un sector de la clase trabajadora, que vio
cómo se procuraba desmontar el bienestar logrado. La denominada Resistencia
Peronista, iniciada en 1955, se explica en esta clave36.
En consecuencia, a partir de 1955, se crearía un mito en torno de Perón y la
“época de oro” de sus gobiernos, particularmente entre 1946 y 1949. La memo-
ria, por parte de las clases trabajadoras, del período 1945-1955 se constituiría
en un ideal que, más allá de que en términos objetivos la calidad de vida de la
población a fines de los ‘60 no fuera peor a la de 1955 (por ejemplo, en 1969
los salarios reales eran un 12% más elevados que los existentes al momento de
la caída de Perón)37, tendría profundos efectos en la política argentina posterior.
Por su parte, algunos sectores de la clase media, que habían sido antipero-
nistas entre 1945 y 1955, comenzaron a resignificar positivamente tal época.
Sea por “exhumación de culpas” como por un cambio en el clima de época o en

34
Por ejemplo, Azpiazu, D., Basualdo, E. y Khavisse, M.: El nuevo poder económico en la
Argentina de los años ’80, Buenos Aires: Siglo XXI, 1986.
35
Cabe mencionar que durante la segunda presidencia de Perón (1952-1955) habían existido
intentos de racionalizar la producción. A partir de la inestabilidad económica desatada en 1949,
con el objetivo de lograr una mayor disciplina laboral, Perón había llamado al Congreso de la
Productividad, que terminó realizándose en 1955.
36
La “Resistencia Peronista” fue una reacción por parte de algunos simpatizantes peronistas que
se mostraban en profundo descontento ante la situación política, social y económica que había
generado la “Revolución Libertadora” de 1955. Entre sus principales actividades contestatarias
se incluyen huelgas severas, sabotaje de la producción y desobediencia civil (Rapoport, 2007;
James, 2006).
37
Según información de Llach y Sánchez (1984).
Democratización del bienestar (1945-1955) 77

las vicisitudes del escenario político y cultural local, a partir de los años ’60 y,
sobre todo, en la primera mitad de los ’70, será posible observar un creciente
porcentaje de personas de origen de clase media militando en defensa del pero-
nismo y su legado (Adamovsky, 2009). De hecho, por poner un ejemplo, la orga-
nización político-militar “Montoneros”, que se consideraba a sí misma continua-
dora del proyecto justicialista, estuvo integrada mayormente por agentes prove-
nientes de la clase media.
En resumen, la ausencia de Perón generó una memoria histórica -perdurable,
en buena medida, hasta hoy- en la que las clases trabajadoras constituyeron un
ideal al cual deseaban regresar. Los reclamos obreros que siguieron a 1955
procuraban retornar a ese pasado edénico y perdido del período 1945-1955, en
el cual habían llegado a tener un estatus cívico-político como el que nunca
habían tenido (ni tendrían) en la historia argentina.

IV. Conclusiones

A lo largo de este trabajo hemos intentado describir, en primer lugar, las trans-
formaciones en el plano “material-objetivo” que implicó el peronismo. Para ello,
se comparó la trayectoria de diversos indicadores -en su mayoría cuantitativos-
entre el período que precedió al justicialismo (1880-1945) y la década de 1945
y 1955. Como se pudo ver, el peronismo introdujo más un cambio de velocidad
que una inversión de signo en una democratización del bienestar que ya había
comenzado anteriormente pero que, no obstante, sí había mermado su ritmo
entre 1930 y mediados de los ‘40. En otras palabras, no es que entre 1880 y
1945 las condiciones objetivas de vida de los sectores medios y trabajadores se
hubieran deteriorado, y que Perón habría venido a corregir esto. Más bien,
durante la etapa preperonista el bienestar de la población mejoró, pero a ritmos
mucho más modestos (y menos progresivos) que durante 1945-1955. En este
sentido, nos inscribiremos dentro del grupo de quienes consideran que el pero-
nismo implicó un nuevo capítulo de la movilidad ascendente en la Argentina,
más que el inicio de su lenta decadencia38.
Luego, la pregunta que nos hemos realizado es por qué la aceleración de la
democratización del bienestar fue tan conflictiva. En este punto nos hemos dis-
tanciado un tanto de la explicación de Torre y Pastoriza, a quienes hemos toma-
do como referencia en el análisis de las modificaciones en la calidad de vida.
Estos autores han dejado entrever que lo que irritó a los sectores medios y altos
fue que, a diferencia de otros países desarrollados, la democratización del bie-
nestar se dio demasiado rápidamente. Como hemos visto, aproximándonos
más a James y Adamovsky, si bien es probable que el ritmo de la democratiza-
ción del bienestar haya influido en la conflictividad política y social, creemos que
lo verdaderamente disruptivo del peronismo fue el haber roto, en el plano de lo
simbólico, con un statu quo con el que tanto la elite como parte de la clase
media se sentían a gusto.
Ya nada volvería a ser como antes tras la experiencia peronista de 1945-1955.
Luego de 1955, las clases trabajadoras tendrían unas expectativas de bienes-
38
Ver Introducción.
78 realidad económica 282 16 de febrero/31 de marzo de 2014

tar social muy diferentes a las de 1940. Ya no se trataba de abogar por mejo-
res condiciones laborales o un modesto aumento salarial, sino por retornar al rol
protagónico que habían tenido con el peronismo, tanto desde el punto de vista
material como simbólico. En efecto, las condiciones objetivas de vida de los tra-
bajadores no fueron severamente deterioradas entre 1955 y 1976. Si bien es
cierto que la participación asalariada en el PIB nunca retornó a los niveles de
finales de los ’40, también es cierto que el poder adquisitivo siguió incre-
mentándose (aunque a ritmos muy moderados) entre 1955 y 1976, al igual que
las posibilidades de acceso a la educación, a la salud o a la vivienda. Sin embar-
go, lo que sí había cambiado era el lugar simbólico de los trabajadores en la
Nación. Un ejemplo de ello lo muestran los diferentes intentos, por parte de los
sucesivos gobiernos (sea dictatoriales como el de Aramburu u Onganía o cons-
titucionales como el de Frondizi) por disciplinar a la clase trabajadora y volver a
poner el control del proceso de producción en manos de la patronal. De todos
modos, en los albores de la dictadura militar más sangrienta de la historia
argentina, estas tentativas de restar poder a la clase trabajadora habían fraca-
sado rotundamente. Sólo por medio del terrorismo de Estado fue posible la
mencionada “revancha clasista” (Azpiazu et al, 1986) que pondría fin al “popu-
lismo económico” inaugurado con Perón (que generaba el caldo de cultivo de la
“subversión”39) y que, a los ojos de los procesistas del ‘76, los diferentes expe-
rimentos políticos inaugurados desde 1955 habían sido incapaces de desterrar.

39
El 24 de marzo de 1976 comenzó uno de los períodos más oscuros de la historia argentina: el
del autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional”, que duraría hasta el 10 de diciem-
bre de 1983. En los albores de ese golpe de Estado, los niveles de conflictividad política y social
en la Argentina habían llegado a niveles muy elevados. Por ese entonces, diversas agrupacio-
nes guerrilleras, entre las que se destacan “Montoneros” y el “Ejército Revolucionario del Pueblo”
(ERP), desafiaban abiertamente al statu quo. Desde el punto de vista de los militares que toma-
ron el poder en 1976, estos grupos “subversivos” eran un “cáncer” que ponía en peligro la inte-
gridad de la “Nación” argentina, “occidental y cristiana” y, por lo tanto, debían ser exterminados.

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