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Abstract
My overall goal is to establish the foundations for a critical review of the
theoretical and ethnographic developments of Peruvian legal anthropology during
the last 20 years. In this paper I deal with a sample of the most influential works
addressing one of its main topics: legal pluralism and the interaction between
Peruvian state law and alternative normative orders. First, I characterize
Peruvian legal anthropology as an indigenous development. I stress its
marginality vis a vis other Amazonian and Andeanist disciplines, and its
peripheral position with regards to North-Atlantic developments in law and
anthropology. Second, I present the limitations it faces. Third, I briefly review
some of the main contributions in the field. Finally, I suggest alternatives for
overcoming the marginal and peripheral position the discipline has in current
anthropological and legal debates, emphasizing its potential usefulness in
analytical and political endeavors.
1
El término ‘autóctono’ remite al carácter no internacionalizado ni globalizado de la antropología
legal peruana. No implica marcadores étnicos o rasgos raciales, sólo el carácter local y peculiar
de la práctica de la antropología del Derecho en el Perú. Adopto y adapto la definición ensayada
por Galanter (1981:17) al indicar que los agentes sociales son indígenas o autóctonos cuando sus
patrones de conducta locales y sus prácticas cotidianas se verifican en ambientes específicos o en
actividades determinadas. A diferencia de otras áreas de la antropología andina o amazónica que
se hallan totalmente integradas al establishment académico internacional, la antropología legal
ha sido cultivada sin la influencia directa de esa instancia. Para futuros estudios comparativos o
sociológicos de la profesión en el Perú, resulta interesante anotar que esta situación contrasta con
la más conocida experiencia de los native anthropologists discutida, entre otros, por Ohnuki-
Tierney (1984), Rosaldo (1989), Abu-Lubhod (1991) y Narayan (1993). Un antropólogo
“nativo” es aquél que se educa en los centros antropológicos metropolitanos y regresa a estudiar
su propia cultura. Dicho sea de paso, en el Perú las tremendas diferencias sociales y étnicas que
enfrenta el antropólogo nacional hacen estallar esta caracterización.
2
Gran Bretaña, Países Bajos).2 Por el otro, permite comprender la singular y marcada
posición marginal que tiene frente a las otras especialidades de la antropología andina y
amazónica. En la larga y notable tradición antropológica peruanista (Marzal 1989), es
evidente que la perspectiva interdisciplinaria de la antropología del Derecho nunca cuajó
como una alternativa analítica y etnográfica. Los esfuerzos de los indigenistas de
principios de siglo (Kristal 1989; Tamayo Herrera 1980) destinados a entroncar Derecho
y antropología al tratar el “problema del indio” no fueron sostenidos por las posteriores
generaciones de antropólogos profesionales.3
Lo más saltante en la antropología del Derecho peruana es que los trabajos y reflexiones
que la integran se han hecho a partir del Derecho y no desde la antropología (entendida
como disciplina profesional y establecida). Este desarrollo autóctono, local y marginal, a
cargo de investigadores con formación jurídica y con escaso entrenamiento formal en la
ciencia etnológica, genera una serie de limitaciones metodológicas y teóricas. Sin
embargo, también supone una serie de oportunidades para una renovada actividad si es
que se logra potenciar la originalidad de los aportes a la par que se corrigen los
problemas mencionados. Por ejemplo, una de las oportunidades que ofrece es la de
redibujar y expandir el mapa etnográfico esbozado por la antropología legal
metropolitana. Debido a una serie de razones que se indican en la siguiente sección, la
empresa antropológica de los centros académicos hegemónicos tiende a privilegiar
algunos lugares, y hasta continentes enteros, para explorar ciertos temas y elaborar
determinadas teorías. De esta manera se establece una ecuación paradigmática entre
lugares, temas y teorías que deja fuera del mapa etnográfico a regiones enteras (como es
el caso de los Andes o la amazonía para la antropología legal).
Más allá del caso peruano, las proposiciones que esbozamos para explicar el desarrollo y
la posición de la antropología del Derecho permiten explorar algunas características de la
empresa antropológica en general. ¿Qué nos revela esta situación periférica y marginal
2
Esta ausencia también es notoria en el resto de los países andinos. Como señala Rivera, por lo
menos hasta la década de 1980 la antropología peruana era una de las más desarrolladas y sus
carencias pueden interpretarse como una expresión de la realidad regional (1993).
3
Más allá de los errores de apreciación y espejismos en los que se sumieron la mayor parte de
indigenistas, es destacable que muchos de ellos hayan desarrollado sus planteamientos desde el
prisma de la etnología legal. Al igual que en el caso de los notables observadores del siglo XVI
(Polo de Ondegardo, Matienzo, Falcón, Santillana), la atención a la dinámica legal se nutrió de
una perspectiva “a-moderna”, libre de las anteojeras que hacen creer a los científicos sociales y
abogados “modernos” que el “sistema legal” opera en forma autónoma y especializada frente a la
sociedad (y no dentro de y totalmente imbricado en su dinámica). Esta es una hipótesis de
trabajo que merece ser explorada para comprender por qué y cómo el positivismo moderno de las
ciencias sociales y el Derecho bloqueó el desarrollo de la antropología legal peruana.
3
El antropólogo Arjun Appadurai (1986, 1988) ha resaltado la estrecha relación que existe
entre los lugares de trabajo de campo, los temas examinados y las teorías construidas a
partir de la observación etnográfica. Así, a lo largo de la historia y práctica de la
antropología metropolitana, la selección de determinadas áreas culturales para el estudio
de ciertos temas acabó transformándolas en lugares ejemplares para la teoría
antropológica. A su vez, ese status privilegiado las convirtió en lugares paradigmáticos
para la exploración etnográfica de esos tópicos y para citarlas como ejemplos clásicos en
la literatura especializada. En forma concurrente, la consolidación de esa ecuación
obstruyó el estudio de otros temas en esos mismos lugares al hacerlos invisibles y generó
que el estudio de esos temas no se realice en otras áreas culturales.
De este modo, la posición emblemática que adquieren temas y lugares afecta el grado de
interés en el resto de procesos culturales y sociales que se producen en ese mismo lugar.
También genera un vínculo reduccionista entre teoría y lugar, al punto de frenar la
investigación de esos temas en otras latitudes consideradas irrelevantes por su
excentricidad con respecto a los lugares paradigmáticos. Es menester advertir que en
ningún caso se trató de una exclusión geográfica o temática total y tajante. Más allá del
predominio de alguna de ellas, la antropología siempre se ha caracterizado por tener
abiertas varias líneas de investigación y por el trabajo de campo practicado en diferentes
latitudes. Lo interesante en la advertencia de Appadurai es que el status paradigmático
que adquieren ciertas áreas con respecto a determinados temas privilegia, y hasta puede
llegar a prescribir, la ubicación geográfica de los trabajos de campo y las imágenes
antropológicas que se generan sobre ese lugar.
Como los de Honores (1994), Yrigoyen y León (1994), e Yrigoyen, Honores y Ardito (1994).
4
los pueblos jóvenes con la informalidad, el shamanismo con las sociedades amazónicas y
la adaptación humana con los pueblos alto-andinos. En el ámbito mundial, el caso de la
India es particularmente relevante para ilustrar el reduccionismo mencionado. Durante
décadas, la antropología metropolitana generó una ecuación entre la India y los estudios
del sistema de castas con el fin de explorar la cuestión de las jerarquías sociales. Al
privilegiar este tema impidió que otros fueran estudiados con el mismo rigor, aliento y
detalle en el subcontinente. Con matices, lo mismo ocurrió en el sud-este asiático con los
estudios de sociedades campesinas y la dinámica de la resistencia; con la Amazonía para
los trabajos sobre dualismo social, mitología y simbolismo; y con el Africa u Oceanía
para el análisis de las organizaciones políticas (estado segmentario, sistemas de linajes,
mecanismos de reciprocidad) y del Derecho.
Las sugerentes ideas de Appadurai son muy útiles para comprender por qué los
investigadores provenientes de los países nor-atlánticos y especializados en estudios
andinos y amazónicos no han prestado atención a la dimensión social y cultural del
Derecho. Un examen de sus contribuciones teóricas y etnográficas permite concluir que
el Derecho es el gran ausente en sus etnografías y elaboraciones teóricas. Esta flagrante
omisión en los trabajos de los antropólogos peruanistas extranjeros se podría explicar
recurriendo a diversas hipótesis (i.e., carencias en la formación académica,
incomprensión del Derecho Civil o Civil Law Tradition, masiva aversión a temas
jurídicos), pero la más significativa y plausible se deriva de la propuesta de Appadurai.
Cabe advertir que las sociedades andinas y amazónicas sí son, en cambio, sitios
privilegiados para realizar trabajos de campo y construcciones teóricas sobre otros temas
como el simbolismo, religión, dualismo social, mitología, ecología, resistencia y
rebeliones campesinas, o etnohistoria (para no mencionar la arqueología). Es
precisamente la concentración de las investigaciones en estos temas la que traba el
análisis del Derecho estatal y de los ordenamientos normativos consuetudinarios en las
etnografías producidas por la antropología metropolitana.
Vale la pena precisar que no se trata de menospreciar los trabajos realizados por
investigadores nacionales y extranjeros dedicados al tema. Más allá de las limitaciones
teóricas y metodológicas, incluida la carencia de trabajos de campo sistemáticos y
sostenidos, es indudable que contamos con estudios de calidad sobre el Derecho y la
sociedad en el Perú. Las contribuciones de Brandt (1987, 1990) sobre justicia de paz y
conflictividad comunal, la de Bolton y Bolton (1975) sobre violencia doméstica andina,
la de Hubner (1993) sobre el impacto de la reforma agraria en las mujeres campesinas, la
de Ludescher (1986) sobre el discurso jurídico oficial y el contraste con las tribulaciones
de las sociedades amazónicas, la de Starn (1991) sobre las rondas campesinas y la justicia
popular, o las de Drzewieniecki (1995, 1996) sobre las estrategias políticas de la
población andina y el papel del Derecho, ejemplifican el interés de los académicos
extranjeros en realizar trabajos interdisciplinarios.
La antropología del Derecho peruana ha sido cultivada al margen del interés de los
antropólogos profesionales dedicados a la etnología andina y amazónica. Así,
paralelamente a su carácter periférico frente a los centros académicos metropolitanos,
también es ostensible su carácter marginal frente a las especialidades que se cultivan en el
Perú. Quienes han trabajado la materia han sido, más bien, investigadores con formación
jurídica. Una de las razones que explica esta peculiar división del trabajo es el propio
desarrollo de la antropología en el Perú. Aquí adelantamos algunas hipótesis sobre las
características de la antropología peruana ‘oficial’, entendida como actividad profesional
y disciplina académicamente establecida en las universidades y centros de investigación.
La primera es que los antropólogos profesionales peruanos han estado más interesados
en seguir fielmente los cánones de los grandes centros académicos nor-atlánticos, tal cual
éstos se aplican en el Perú, que en cuestionar los temas y la cartografía establecida por
La tercera hipótesis es que la recepción de las teorías postmodernas que dan cuenta de la
constitución de la vida social ha desviado la atención de los científicos sociales del
Derecho. El tránsito de teorías que enfatizan la sobre-determinación de la ‘última
instancia’ en la vida social a otras que resaltan su indeterminación e inconsistencia
estructural ha tenido el efecto de marginarlo de sus preocupaciones. Si por un lado el
Derecho es definido y soslayado como superestructural, por el otro es recusado como un
vano e irrelevante esfuerzo racional para estructurar normativamente una condición
humana por demás contingente y arbitraria.
propuesta sea procesada y valorada. Por otro lado, el papel constitutivo del Derecho en
la actual configuración y asentamiento de los grupos étnicos amazónicos, transformados
en “comunidades nativas” por un decreto ley de 1974, también demanda investigaciones
más detenidas que podrían basarse en el extraordinario artículo de Ludescher (1986).
Es importante destacar, al respecto, trabajos como los de Pásara (1978, 1988) y Oliart
(1970) porque sus análisis se concentran en este tipo de cuestiones. Ambos han
demostrado la extraordinaria importancia de la cultura y prácticas jurídicas en los
procesos sociales y políticos. Tomando como ejemplo la reforma agraria emprendida por
el gobierno militar (1968-1975), nos permiten ver cómo las ingenuas concepciones que
definen al Derecho o a la ley como instrumentos de cambio social se estrellaron contra
las estrategias judiciales, las manipulaciones legales y las luchas políticas que
desencadenaron los agentes sociales involucrados en el proceso de reforma agraria.
Sin lugar a dudas se trata de esfuerzos notables, pero el problema es que tienden a
presentar al Derecho como una variable dependiente y no como una dimensión
constitutiva y estructurante del encuentro entre el estado y las sociedades campesinas o
indígenas. Es más, las complejas relaciones entre ambos extremos ameritan que se preste
mayor atención al campo jurídico porque éste es uno de los medios más importantes para
Para una descripción de la cultura legal latinoamericana, ver Karst y Rosenn (1975).
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El problema es que las promisorias contribuciones que exploran la posición del Derecho
en el complejo entramado histórico y social son, por lo general, desconocidas, ignoradas
o superficialmente tratadas en las universidades y centros de investigación. La mayor
parte de los abogados ni siquiera puede reconocer el carácter multi-étnico y pluri-cultural
del país. Para ellos, el Perú es un ‘estado-nación’ y el estado es el único y privilegiado
productor de Derecho. Los antropólogos profesionales, por su parte, ignoran el papel del
Derecho en la supervivencia, reproducción y transformación de las sociedades indígenas
y campesinas, limitando su propio campo de observación. Es más, en los planteamientos
diacrónicos o sincrónicos empleados para estudiar estas cuestiones, la antropología
peruana (y peruanista) no toma en cuenta el papel del Derecho en la estructuración de
esos espacios o procesos sociales. Además de desconocer el impacto del Derecho oficial,
los antropólogos también se amparan en la errónea concepción positivista, tan difundida
en las ciencias sociales, que identifica al Derecho con la ley y ésta con el estado. Con esta
ecuación, el fenómeno del pluralismo jurídico y la vigencia de ordenamientos normativos
consuetudinarios quedan excluidos de la temática ‘oficial’.
Así, ambos extremos impiden que la concepción antropológica del Derecho sea tomada
en cuenta. Pese a los esfuerzos para resaltar la importancia del Derecho en los procesos
sociales y culturales y la pluralidad legal, la investigación socio-jurídica todavía no es
reconocida como un área de estudios equivalente a otras disciplinas (i.e., antropología
religiosa, política, económica). Aun así, no es una exageración decir que los
investigadores socio-legales han creado todo un campo de exploración propio e inter-
disciplinario. Para hacerlo han vencido la inercia y han roto los cánones disciplinarios
impuestos por las formas convencionales de estudiar el Derecho y las ciencias sociales en
el Perú. Dentro de este esfuerzo se insertan las contribuciones de la antropología legal
peruana, particularmente las referidas al estudio de la pluralidad jurídica.
Quién sabe qué hubiera pasado si es que en lugar de emplear evidencias de otras latitudes
Moore hubiera tomado a las sociedades andinas o amazónicas como ejemplos
etnográficos para elaborar su teoría. Se puede intuir que en este momento el Perú sería
uno de los lugares más importantes para la antropología legal metropolitana, no sólo por
Para una síntesis y crítica de los trabajos de Moore y de otras teorías sobre el pluralismo legal,
ver Guevara y Thome (1992).
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la metonimia que se produce entre tema y lugar (sección 2.-), sino por la secuela de
investigaciones de campo que se hubieran desarrollado a raíz de su trabajo. A la inversa
de lo que sucede ahora, el Perú no estaría ubicado en una posición periférica sino central
en el mapa etnográfico y en los debates teóricos. Es más, en el ámbito académico
nacional, la antropología jurídica estaría ocupando un lugar preponderante y no marginal.
En cualquier caso, los dos últimas décadas han sido testigos de una saludable reacción
destinada a explorar la realidad socio-legal del país empleando enfoques
interdisciplinarios. Estudiosos pioneros han sentado las bases para investigar y
reflexionar sobre la significación social y cultural del Derecho. Entre los más influyentes,
y que ha continuación vamos a tratar, se pueden citar a Fernando de Trazegnies,
Francisco Ballón y Hernando de Soto. Sus trabajos los han hecho a partir de tres grandes
paisajes humanos: los grupos étnicos amazónicos, las comunidades campesinas andinas y
los asentamientos humanos urbano marginales. El primer paisaje está integrado por 63
grupos étnicos (aprox.) cuya población se estima en unos 250,000 habitantes (cerca del
1% de la población). El segundo está formado por las comunidades campesinas que
suman alrededor de 4,500 con una población aproximada de 3 millones de ‘comuneros’.
El tercero, compuesto por los ‘pueblos jóvenes’ que circundan Lima y otras ciudades,
incluye a más de 6 millones de personas.
Para ello presenta dos explicaciones, una desde la perspectiva clásica de la ciencia
jurídica y otra desde el pluralismo jurídico. El contraste es muy sugerente pues permite
ver las limitaciones de la visión clásica cuando se enfrenta a casos que rebasan las
premisas del sistema legal, pero también las tribulaciones filosóficas y morales que la
vigencia del pluralismo legal plantea. Desde entonces Trazegnies se muestra preocupado
por las contradicciones inherentes al pluralismo jurídico y aboga por la creación de un
orden armónico que rescate la diversidad pero sometiéndola a límites funcionales y
axiológicos bien definidos.
8
¿Se puede pretender la operación normal y efectiva del Derecho en medio de una guerra?
¿Se debe aplicar mecánicamente el Derecho occidental y moderno a otras culturas?
¿Cómo enfrentar las barreras culturales, sociales y políticas que bloquean la vigencia del
Derecho estatal? Este tipo de inquietudes llevaron a Trazegnies a postular la
relativización de la aplicación del Derecho estatal en el caso Ucchuraccay. El brutal
contexto de la guerra senderista y las diferencias culturales no podían ni debían ser
ignorados a la hora de sancionar a los comueros. Por un lado, “nos encontramos en
circunstancias verdaderamente extraordinarias que se ubican más allá de las condiciones
sociales previstas para el funcionamiento de nuestro derecho”. Por el otro, “no es justo
contemplar las culturas no occidentales desde el pedestal de la ‘civilización y tener
conmiseración de ellas: el indígena no es un ser semi-civilizado sino civilizado de otra
manera” (1983, 150). Estas consideraciones fundamentaron la reflexión y propuesta de
Trazegnies sobre el papel del Derecho en una situación límite como la de Uchuraccay
(amnistía para los comuneros involucrados).
tradiciones que coexisten en el país. Por el otro, es muy cuidadoso en plantear límites a
las diferencias y al grado de tolerancia que se debe tener frente a prácticas culturales o
prescripciones consuetudinarias que se encuentran en abierta oposición a los principios
matrices del ordenamiento constitucional. Por ello postula al régimen universal de
derechos humanos internacionalmente sancionado como un límite infranqueable para
cualquier práctica legal. En todo caso, la clave está en lograr un equilibrio dinámico entre
el orden y la diversidad.
El trabajo de Trazegnies es importante no sólo por ser original y pionero sino también
por haber influido en los investigadores que posteriormente se dedicaron a la
antropología jurídica. Tal vez su mayor debilidad sea la falta de un trabajo de campo
sistemático que le permita documentar etnográficamente sus proposiciones teóricas.
Además, su caracterización del pluralismo legal como un fenómeno ligado
fundamentalmente al multi-culturalismo es reduccionista al asumir que cada grupo étnico
sólo tiene un orden normativo peculiar y excluyente. Esta es una posición reminiscente
de la ecuación que empleaban los investigadores que trabajaron bajo el paradigma del
“pluralismo legal clásico” para explorar la diversidad normativa en contextos coloniales.
Esta visión fomenta una concepción dualista de los sistemas legales que operan en un
mismo espacio geo-político, por lo que sólo sería necesario preocuparse por dirimir las
colisiones inter-sistémicas ( Merry 1988, 1992; Snyder 1993; cf. Tamanaha 1993).
En ambos casos el objetivo era condicionar la aplicación de las sanciones penales al grado de
desarrollo o evolución cultural de la población indígena. El Código Penal de 1992 intenta
reemplazar esta concepción etnocéntrica y evolucionista usando la figura del “error culturalmente
condicionado” para relativizar las prescripciones penales en la casuística que involucra a la
población indígena (ver Francia 1993; Hurtado Pozo 1995).
13
definir un sistema legal indígena, en este caso el Derecho Aguaruna. Luego de cotejar los
estándares positivistas establecidos por Hart con el sistema normativo Aguaruna,
encuentra que estamos efectivamente frente a un sistema jurídico pleno.12
Este ejercicio teórico podría ser considerado como una concesión al etnocentrismo y a
las definiciones positivistas del Derecho. Sin embargo, es saludable y útil porque
desvirtúa los argumentos que comúnmente se emplean en contra del Derecho indígena
para asignarle una posición inferior a la del Derecho moderno. Además, es muy útil para
respaldar la lucha política de los pueblos indígenas en busca de su reconocimiento y
mayores grados de autonomía. Por último, es un esfuerzo interesante e innovador porque
invierte los términos del debate sobre la relación entre el Derecho moderno y el indígena.
La principal objeción a esta propuesta es que los diferentes sistemas legales devienen
equivalentes e isomórficos. Ello le da un carácter formalista y cierta rigidez conceptual
pues esquematiza los contenidos y formas de cada sistema hasta el punto de hacerlos
comparables. Ese formalismo resulta inadecuado para aprehender la compleja e inestable
dinámica propia del Derecho indígena y consuetudinario.
Al respecto, es interesante anotar que los estudios sobre la dimensión legal de las Rondas
Campesinas y sobre la justicia popular en los pueblos jóvenes ilustran ese dinamismo y
complejidad. Estos trabajos también demuestran que el pluralismo legal no siempre es el
fruto de un legado histórico o de una imposición cultural y política (i.e., colonialismo,
estados-nación modernos). Al contrario, bien puede surgir de la propia creatividad y
agencia histórica de la gente común y corriente, tanto en el medio rural como en el
urbano. Este es el caso de las Rondas Campesinas, consideradas como uno de los
movimientos sociales más innovadores de las últimas décadas en América Latina (Starn
1991). Diversos investigadores se han dedicado a estudiar los orígenes, contexto,
estructura y funciones de estas organizaciones sociales surgidas inicialmente en la sierra
norte de Cajamarca (i.e., Brandt 1987, 1990; Huamaní, Moscoso y Urteaga 1989;
Revilla y Price 1992; Starn 1991; Yrigoyen 1992, 1993, 1993a).13 Decididos a enfrentar
la ineficiencia y corrupción de las autoridades administrativas y judiciales, los campesinos
cajamarquinos, en su mayoría parceleros y pequeños agricultores, emprendieron el
camino de crear sus propios espacios sociales y legales.
12
Para Hart, los sistemas legales poseen normas primarias y secundarias. Las primarias se remiten
a la vida social en sí misma, prescribiendo la conformidad de la conducta individual con las
regulaciones establecidas. Las secundarias constituyen un conjunto de reglas especializadas e
institucionalizadas. Estas son las ‘normas sobre las normas’ que identifican lo que es una normal
legal, cómo debe producirse el cambio y cómo se ejerce la autoridad.
13
Núñez ha planteado una peculiar hipótesis sobre el origen y evolución de las rondas campesinas:
“Podemos especular que los antecedentes de las rondas campesinas contemporáneas se remiten a
la organización de los Mitimae” del Imperio Incaico “desde que su deber era el de vigilar la paz y
el orden a través de la implementación de deberes morales, algunas veces actuando como una
especie de fuerza policial, y lista en caso necesario para servir al Inca como agentes de represión
y control social” (1996, 112, ver 114; mi traducción). Como se ha demostrado en innumerables
ocasiones (e.g., religión imperial vs. religiosidad andina; organización política inca vs.
comunidades campesinas), no existe ni se puede establecer un vínculo histórico directo entre las
instituciones del estado incaico y las respuestas de la población campesina a sus propios
contextos históricos y sociales. Ello es históricamente falso y académicamente errado. Oblitera
400 años de compleja historia, desconoce la cambiante dinámica en las relaciones del estado
(incaico, colonial, republicano) con la población campesina, e ignora el contexto local y regional
específico de los fenómenos contemporáneos.
14
La primera ronda se formó en 1977. Hacia 1990 se habían constituido 3,435 organizadas
en federaciones regionales (estimado de Starn 1991, 15). Inicialmente surgieron como
comités de defensa orientados a controlar la alta tasa de criminalidad menor y abigeato.
El objetivo era prevenir el crimen, recapturar a los animales, devolver los bienes a sus
propietarios y castigar en forma inmediata a los delincuentes. Luego, las patrullas rurales
evolucionaron hacia formas complejas de organización pues además de vigilancia y
protección empezaron a administrar justicia. Se abocaron a conocer casos penales
surgidos de delitos menores y abigeato a la vez que expandieron su jurisdicción a otros
ámbitos como el civil y el familiar, o como el derecho de tierras y aguas.
Por eso, desde fines de la década de los 70 los gobiernos han reaccionado empleando
diferentes tonos y actitudes. Han promulgado normas reconociendo pero limitando el
papel de las rondas campesinas. También las han enfrentado tratando de debilitar su
autonomía e incorporándolas al marco político-administrativo. Hasta ahora no está claro
si las rondas mantendrán sus iniciales altos grados de autonomía (o si les interesa
mantenerlos en algunos casos), si afirmarán una tendencia democratizadora en el ámbito
local, o si finalmente serán exitosas en transformar las seculares relaciones del estado con
los campesinos involucrados en su organización (cf. Urquieta 1993). En cualquier caso,
como dice Starn, son un notable ejemplo de creatividad e innovación legal desde abajo.
denominador es una perspectiva neo-indigenista que asimila los Andes a una visión
telúrica y ahistórica (i.e., Ambia 1989; Núñez 1995; Peña 1991; Tamayo 1992; cf. Starn
1992). En ésta, la tradición cultural es una suerte de imposición super-orgánica que
opera por encima de la agencia histórica de los individuos. La selección de las
comunidades campesinas andinas como lugares de sus trabajos de campo alimenta esta
percepción. Peña (1991), por ejemplo, se dedica a documentar los mecanismos
domésticos y comunales de control social en Calahuyo, Puno, mientras Núñez (1995)
intenta analizar el impacto diferencial de las políticas estatales de reconocimiento y
legalización en la organización social y legal de dos comunidades campesinas cuzqueñas.
En estos trabajos las comunidades son tomadas como unidades de análisis y ello impide
tener una visión dinámica sobre las cambiantes relaciones entre la población local, las
sociedades regionales y el estado (pretensión incumplida en el caso de Núñez 1995).
En oposición, los estudios sobre los sistemas legales en los pueblos jóvenes que
circundan Lima y otras ciudades sí rescatan la innovación legal popular de esos enormes
laboratorios sociales que han logrado desarrollar sus propios medios de producción y
reproducción. De Soto (1987) y otros investigadores (Calderón 1993; Iturregui y Price
1982; Revilla y Price 1992) proveen interesantes etnografías de la creatividad legal de los
pobladores urbano marginales. Al hacerlo, han tomado en cuenta no sólo la dimensión
‘interna’ de los mecanismos de control social y de administración de justicia sino también
las relaciones ‘externas’ establecidas con el estado y otras entidades políticas.
Un objetivo concurrente debe ser el de consolidar una perspectiva diacrónica que supere
el ahistoricismo de algunas contribuciones. Este es notorio en el caso de los trabajos neo-
indigenistas, por ejemplo, porque transforman procesos históricos, culturales y políticos
en unidades sincrónicas de análisis, desprovistas del trasfondo histórico que les da
sentido. Aprehender los procesos en curso es mucho más difícil pero por lo mismo
permitirá forjar explicaciones más plausibles sobre los fenómenos estudiados. Por último,
se requiere descentrar la disciplina, abandonando el estado-centrismo vigente que
privilegia el papel del Derecho estatal en las etnografías y reflexiones subsecuentes. Un
fenómeno que merece explorarse, por ejemplo, es el que se produce cuando
ordenamientos normativos no-estatales colisionan o entran en competencia por afirmar
su vigencia sobre un mismo segmento social.
Para lograr esta tarea, es necesario acceder a las contribuciones de la antropología legal
metropolitana y estar dispuestos a nutrirse de sus teorías y modelos siempre en función
de las necesidades locales y no de las modas o imposiciones externas. El pluralismo legal,
por ejemplo, tiene un gran potencial analítico para investigar y reflexionar sobre la
diversidad de órdenes jurídicos en el Perú, más allá de la errónea ecuación entre Derecho
y estado o de su actual identificación con la multietnicidad. Esta perspectiva también
permitirá destacar el papel constitutivo del Derecho estatal y consuetudinario en la vida
social.
También se debería iniciar la exploración etnográfica de otras áreas temáticas que han
sido relegadas por la selección tradicional de los lugares de trabajo de campo. Es crucial
expandir el abanico etnográfico actualmente constreñido a las comunidades o rondas
campesinas, grupos étnicos amazónicos o pueblos jóvenes. ¿Cómo opera la pluralidad
legal en los sectores de punta incorporados a la economía global? ¿Cuál es la relación
18
En la actualidad están dadas las condiciones para superar la posición periférica que la
antropología legal peruana tiene en el ámbito internacional. Ello a su vez le
permitirá adquirir una ubicación menos marginal en el concierto de la
antropología ‘oficial’ peruana. Tenemos la oportunidad de replantear los
problemas teóricos tratados, redibujar el mapa etnográfico vigente,
cuestionar el conocimiento recibido y profundizar la exploración de nuestra
realidad socio-legal. Si lo hacemos a través del diálogo, tanto la
antropología legal metropolitana como la peruana se beneficiarán
mutuamente.
19
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