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¿A la cabeza, al pecho o a una pierna… adónde dirigir nuestros

disparos? ¡No siempre podremos alcanzar la zona deseada!


Ernesto Pérez Vera
CRIMINALÍSTICA
December 28, 2012 40408

Entre los profesionales del tiro policial se escribe y se debate mucho sobre las heridas provocadas
por las armas de fuego. El fin de los disparos policiales es, casi siempre, provocar la
incapacitación de una persona de la forma más inmediata posible. No es fácil. Existen muchas
teorías al respecto. Algunos consideran que el calibre del arma es lo más importante. Otros creen que
el tipo de proyectil, su peso y velocidad son los únicos factores que se deben tener presentes a la
hora de provocar, con uno o pocos impactos, heridas que lleven a un adversario al “fuera de combate
rápido”. Por cierto, desde el punto de vista policial lo que siempre se pretende es parar o detener una
agresión hostil grave. Nunca se pretende acabar con una vida, si bien esto último nunca será
controlado por el sujeto activo del disparo.

Un disparo dirigido a una zona que en principio no es vital, puede provocar, si no en el acto sí con
posterioridad, lesiones incompatibles con la vida. Además, se debe saber algo: el hecho de dirigir
un disparo a un determinado sitio, o zona concreta del cuerpo de un contrario, no implica que
finalmente se vaya a impactar en la zona seleccionada. Muchos son los factores que pueden
estudiarse y que de hecho intervienen en relación a la zona apuntada o dirigida, y la zona finalmente
alcanzada.

Habría que distinguir, y este debería ser el verdadero debate, entre el impacto que súbita

e instantáneamente produce incapacitación total, por muerte; y el impacto que provoca la muerte pero
no en el instante del impacto sino después, siendo ese “después” algo indeterminado: tras segundos,
minutos o días.

Nota: Durante la época de la conquista del Oeste Americano —se guardan numerosos archivos que
lo acreditan—, muchas personas, tras ser heridas en enfrentamientos armados con armas de fuego,
fallecían incluso cuando las heridas producidas no eran graves y no afectaban a órganos vitales. Esas
muertes se producían, casi siempre, días después de ser producidas y por infección grave.

Como decía Javier Pecci en su fabuloso artículo, Siempre que disparamos un arma, hay que
asumir una posible muerte: “Cuando se efectúa un disparo contra alguien, o incluso cuando se
efectúa un disparo intimidatorio al aire, el agente que lo lleva a cabo debería asumir, siempre, que
ese disparo puede provocar daños o lesiones, e incluso la muerte; aunque ese no fuese el deseo o
la intención, cuando aquel se vio obligado a realizar ese disparo...”.

Factor hormonal y psicológico


La realidad es que la verdadera eficacia de un proyectil radica no tanto en el calibre y/o tipo de
punta/proyectil, sino en la zona del cuerpo alcanzada. No obstante, el cuerpo humano durante una
situación límite como es un enfrentamiento armado, en el cual una persona advierte que su vida
súbitamente entra en inminente peligro, experimenta, de forma autómata, una serie de cambios
hormonales que él mismo no controla. Es la propia naturaleza humana la que de modo automático y
mediante el sistema nervioso simpático (SNS), se encargará de preparar al organismo para
sobreponerse a las heridas o retrasar sus efectos. Para que eso ocurra serán segregadas,
involuntariamente, diversas hormonas. De modo voluntario jamás el ser humano podría alcanzar el
elevadísimo número de hormonas que tan inteligentemente, en el momento adecuado, segregará el
cuerpo en tales situaciones de “vida o muerte”.

Con lo anterior se pretende decir que nunca un proyectil se va a comportar del mismo modo en un
cuerpo que está prevenido del ataque, que en un cuerpo impactado sin que la víctima esté
previamente advertida. Matizando: será el cuerpo y el conjunto de órganos que lo compone, el que
se podrá comportar de modo diferente en según qué caso.

Puede influir sobremanera otro factor, el psicológico. Una persona que se ha preparado táctica, física
y psicológicamente para el enfrentamiento, podrá extraer de sí mismo el máximo rendimiento del
instinto animal de supervivencia que aún sigue viviendo en todo ser humano. Ese instinto es innato,
y todos los Homo sapienes lo tenemos. Va en los genes. Eso sí, unos lo tienen a flor de piel y otros
lo tienen más escondido… pero todos lo poseen. Todos tenemos todavía una “porción” de cerebro
reptil (cerebro reptilineo).

Cerebro reptil: es la parte más primitiva de nuestro cerebro y se encarga de los instintos básicos
de la supervivencia: el deseo sexual, la búsqueda de comida y las respuestas agresivas del tipo
“pelea o huye”. El cerebro humano está formado por varias zonas diferentes que evolucionaron en
distintas épocas. Cuando en el cerebro de nuestros antepasados crecía y se creaba una nueva zona,
generalmente la naturaleza no desechaba las antiguas; en vez de ello, las retenía formándose la
sección más reciente encima de ellas. Esas primitivas partes del cerebro humano siguen operando
en concordancia con un estereotipado e instintivo conjunto de programas que proceden tanto de
los mamíferos que habitaban en el suelo del bosque como, más atrás aún en el tiempo, de los toscos
reptiles que dieron origen a los mamíferos.

Una persona debidamente mentalizada de que puede ser víctima de un ataque mortal y a la vez
plenamente consciente de que llegado el caso tendrá que acabar con la vida de otro ser humano,
podría tener el instinto animal de supervivencia presto para ser usado. Quizá una forma instintiva y
natural de sobrevivir sea la de huir del encuentro o del enfrentamiento. Pero si es esa la primera orden
que impone el cerebro, a veces no será posible cumplirla, bien por causas indeterminadas o bien por
la especial obligación legal y profesional del atacado, caso de los policías.

Visto lo anterior, esa persona que en el momento del enfrentamiento es herida, pero es capaz de
hacer “disparar” su instinto de supervivencia, podría seguir combatiendo mientras soporta heridas de
las que quizá ni se ha percatado todavía. Del mismo modo, una persona que no pudiera o supiera
“usar” el instinto de supervivencia, podría quedar bloqueada mental y físicamente en el momento de
ser atacado, o en el momento de sentirse herida.

Por lo expuesto en el párrafo anterior, debe entenderse que un ser humano entrenado mentalmente
tendrá más opciones de salir airoso de un enfrentamiento armado, aun cuando de cierta gravedad ya
se halle herido. Por el contrario, una persona que jamás se planteó la posibilidad de ser herido o la
posibilidad de tener que matar a un semejante, podría quedar con sus capacidades cognitivas muy
deterioradas. En este segundo caso no se podría responder eficazmente al detectar un ataque, o
incluso al verse herido de modo no grave.

Aunque no corresponda directamente a este tema, vamos a tratar de aclarar una idea que no siempre
se tiene digerida en el cerebro. El uso del arma de fuego —contra personas por parte de los agentes
de las fuerzas y cuerpos de seguridad y en general por parte de cualquiera que posea alguna licencia
de armas— sólo estará justificado, de modo legal, cuando la vida o integridad física del que dispara,
o de una tercera persona, está en grave riesgo. Eso sí, el riesgo ha de ser coincidente en el tiempo
con el momento del disparo de quien se defiende (incluso cuando un arma sea dirigida, sin haber
disparado todavía). No antes. No existe causa legal para disparar a alguien después de que haya
desaparecido ese grave riesgo. El disparo ha de ser coetáneo con el ataque grave que se pretende
detener.

Analicen esta definición de legítima defensa y mediten sobre ella: “El defensor debe elegir, de entre
varias clases de defensas posibles, aquella que cause el mínimo daño al agresor —
naturalmente, se elegirá entre los medios disponibles en ese preciso instante—. Pero para ello NO
tiene que aceptar la posibilidad de daños a su propiedad o lesiones en su propio cuerpo —no
necesariamente se debe haber sido herido para justificar la defensa—, sino que ESTÁ LEGITIMADO
para emplear, como medios defensivos, los medios objetivamente eficaces que permitan
esperar, con seguridad, la eliminación del peligro —medio que garantiza la eficacia—.” (Roxin,
C., Derecho Penal. Parte General…, T. 1, edit. Thomson Civitas, Madrid, 2003, p.628/9).

Impactos que alcanzan la cabeza


Para el estudio de los impactos en la cabeza, esta habría que dividirla en tres zonas bien
diferenciadas. Según la zona de la cabeza en que impacte el proyectil y la velocidad con la que llegue
a los órganos internos que en ella se protegen, podrían producirse lesiones más o menos graves, o
incluso la muerte instantánea. Por tanto, dividiremos la cabeza en: cráneo, cara y cuello. El cráneo
es una cavidad hermética y sellada en la que se encuentran órganos tan vitales como el cerebro, el
bulbo raquídeo y el cerebelo, amén de otros. Un proyectil que consiguiera penetrar en la bóveda
craneal, debería ser mortal de necesidad. Ha de saberse que algunas zonas del cráneo están
“construidas” con huesos macizos especialmente duros, como el área frontal, más aún en la edad
adulta. Sin embargo otras zonas no son tan resistentes, como es el caso de la zona temporal.

Se conocen muchos casos de proyectiles que no penetraron el cráneo y que provocaron el rebote del
proyectil, o incluso permitieron que la bala quedara alojada entre el cuero cabelludo y la propia bóveda
craneal. En estos casos no sólo fue determinante la dureza del hueso, sino que seguramente también
el ángulo de impacto, peso, tipo y velocidad del proyectil en el instante alcanzar el objetivo.

Si el proyectil afecta a la cara, no necesariamente será mortal. Sí lo será cuando el proyectil


alcance al bulbo raquídeo. El bulbo raquídeo se halla situado tras la zona superior del rostro, aunque
dependiendo del ángulo de entrada del proyectil —en relación con la posición física que presente
quien recibe del proyectil—, o de si entra por la parte lateral de la cara, también ese órgano podría
verse tocado. Si el proyectil penetra por la zona media o baja de la cara con trayectoria ascendente,
también podría alcanzarse el bulbo. El bulbo raquídeo es, por tanto, un órgano que de ser “tocado”
provoca de modo inmediato la puesta en fuera de combate. También podría ser alcanzado por la zona
nucal, aunque esta área no pertenezca a la cara.

Como norma general, los impactos que afectan a la parte inferior de la cara no provocan la muerte.
Eso sí, cuando solamente el maxilar y/o la mandíbula se vean tocados y si además el herido es
atendido rápidamente por los servicios médicos.
El cuello es la otra zona de estudio. Por él pasan grandes vasos sanguíneos, como la vena
yugular y las arterias carótidas. De ser afectados por el impacto provocarían la muerte por
hemorragia, en un espacio de tiempo muy corto. Otros puntos vitales que podrían verse afectados
son la columna vertebral (zona cervical) y la tráquea.

Impactos que alcanzan el tórax


En esta amplia zona del cuerpo se encuentran órganos de vital importancia. Si un impacto alcanzara
esta área podría provocar una rápida muerte, con facilidad.

Los principales órganos localizados en el tórax están protegidos por las costillas, las cuales
suelen ser fracturadas por los proyectiles que lo penetran. Los fragmentos o astillas de costilla son
impulsados casi siempre por el propio proyectil durante su recorrido por el cuerpo, actuando
a modo de pequeños proyectiles y ocasionando lesiones aún más serias, o agravando las
principales.

Cuando el corazón es alcanzado por un proyectil, suele provocar la muerte en muy pocos
segundos, pero no en el acto. Los impactos que afecten a los pulmones podrían provocar la muerte
en muchos casos, pero tampoco al instante. En la misma zona se encuentran ubicadas la vena cava
superior, la arteria aorta y las arterias pulmonares, las cuales también podrían producir una rápida
muerte, por hemorragia, de verse afectas por un proyectil.

Si un disparo efectuado hacia el tórax se desviara lateralmente, el proyectil podría alcanzar la arteria
subclavial izquierda o derecha (zona clavicular, próxima al hombro), lo cual podría producir también
la muerte con celeridad. Los impactos que afectan a las clavículas podría provocar la
inutilización de las extremidades superiores, lo cual no implica necesariamente la puesta en
fuera del combate total de quien recibe el disparo.

Impactos que alcanzan la región abdominal


En esta zona del cuerpo también un impacto podría producir la muerte de modo rápido,
principalmente por hemorragia.

En la zona más alta del abdomen se encuentran órganos de gran dureza frente a los impactos, como
los riñones. Un impacto que afecte a un riñón podría provocar una rápida hemorragia, sobre todo
siempre que determinada zona del órgano sea tocada por la bala. Tanto el bazo como el hígado son
órganos altamente vaso dilatados, por ello una herida que los afecte podría producir una enorme
hemorragia, con el consiguiente riesgo de muerte.

En la zona más baja de esta región están los genitales, en cuya zona un impacto provoca gran dolor,
pudiendo alcanzarse un shock neurogénico o nervioso. Con ello se puede conseguir un abandono de
todo acto defensivo, por parte del afectado. Se podría decir que, como norma general, los
impactos que dañan la zona inferior del abdomen no provocan la muerte, al menos de modo
rápido.
La columna vertebral también podría ser alcanzada mediante un disparo dirigido al abdomen, pero
también si es dirigido a la caja toráxica. En este caso podría conseguirse la inutilización del tren
inferior, lo cual no impediría que los brazos pudieran seguir siendo usados para disparar armas o
activar otros mecanismos con las manos, por ejemplo. Por gran parte del interior de la columna, y en
un canal existente al efecto, discurre la médula espinal, que en caso de ser tocada por un proyectil
produciría la muerte instantánea.

Es aconsejable que los agentes de las fuerzas armadas y cuerpos de seguridad que vayan a participar
en operativos tácticos, en los que sea predecible el enfrentamiento armado, vaciaran tanto la
vejiga como el intestino (órganos huecos). Teniendo vacíos ambos órganos antes de entrar en
acción, se evitarían lesiones mayores en caso de que un impacto afectara a tales aparatos. Se
suele creer que el contacto de la orina con los órganos cercanos, por derrame violento y traumático,
provoca infección y muerte rápida, pero no es así. No es ese el motivo por el que se aconsejan las
evacuaciones tácticas corporales.

Las evacuaciones se aconsejan por un motivo más sencillo. Un órgano que está lleno, está
tenso, y por ello el impacto de un proyectil provocará una mayor presión y transferencia de
energía al impacto y al cruzarlo, provocando con ello un mayor destrozo. Un sencillo ejemplo:
si se dispara a una bota de vino vacía y a una llena, ¿cual sufrirá mayor daño al impacto?

Extremidades: tren superior e inferior


Los impactos localizados en las extremidades inferiores no provocan la muerte más que en los casos
en que las arterias femoral o poplítea son dañadas, pero no en el acto. En cualquier caso, los
impactos que afectan a las extremidades rara vez provocan la paralización de una acción
hostil. Como mucho impedirán que el sujeto se desplace con facilidad o mueva los brazos, lo
cual no impide totalmente que el herido siga siendo un potencial riesgo.
En cualquier caso, una herida producida por arma de fuego provocará, inevitablemente, pérdida de
sangre incluso si las arterias no son afectadas. Por tanto, incluso en esos casos si el herido no es
debidamente atendido médicamente, en un tiempo prudencial, la muerte podría sobrevenir.

Si la cadera/pelvis es alcanzada, podría producirse su fractura y con ello posiblemente la caída del
herido, impidiendo de ese modo una huída o avance hacia quien está recibiendo el ataque. Esto es
muy interesante frente al atacante que esgrime un arma blanca o contundente, pero no sería tan “de
festejar” si el sujeto porta armas de fuego. Por otra parte, existe riesgo de que la arteria ilíaca sea
alcanzada a la vez que la cadera, y ello provocaría una rápida hemorragia con el consiguiente
riesgo.

Al igual que la cadera, otros huesos de las extremidades pueden ser alcanzados por proyectiles. De
producirse la fractura, como mucho se alcanzará una paralización del uso de ese órgano, pero ello
no conllevará que el potencial riesgo de ataque sea neutralizado. Tibia, peroné, fémur, húmero, cubito,
radio, etc., son algunos de los grandes e importantes huesos que conforman los trenes, pero incluso
siendo fracturados, permitirán cierto grado de habilidad ofensiva.
Si ya es complicado impactar deliberadamente en las piernas durante un enfrentamiento, más difícil
aun será alcanzar los brazos. No en vano el tren superior ofrece menos blanco, en personas
proporcionadas físicamente. Se conocen casos de agentes que dispararon a muy corta distancia a
delincuentes armados con armas blancas, y pese a la corta distancia los proyectiles acabaron en el
suelo. Además, fácilmente pueden acabar en el tórax los disparos dirigidos a las extremidades
superiores, pero sobre todo pueden no alcanzar al agresor, lo cual siempre puede dar pie a daños
colaterales.

Para concluir: algunos datos


Se puede decir que casi cualquier órgano impactado o afectado por un disparo, podría producir
lesiones que bien de modo inmediato o bien posteriormente, podría desembocar en la
muerte. Incluso las lesiones que afecten a órganos no vitales podrían llevar a la pérdida de la
vida, si no se recibe atención médica adecuada en un tiempo prudencial.

Esto último, lo de la adecuada y rápida asistencia sanitaria, es primordial para que una persona
sobreviva a las lesiones producidas. No obstante, existen heridas o lesiones incompatibles con la vida
aun si se recibe atención médica inmediata. Los servicios médicos militares de los Estados Unidos,
que poseen amplia experiencia real en combate, han elaborado un ambicioso estudio sobre las
heridas de combate y la muerte en zona de operaciones. Incluso siendo estudios aplicados al ámbito
militar, donde no solamente se emplean armas largas de fuego convencionales, sino de alto explosivo
y otras, usaremos algunos datos extraídos de esos estudios:

Muertes que se producen en combates terrestres:


31% por trauma penetrante en la cabeza

25% por trauma torácico NO corregible quirúrgicamente

10% por trauma corregible quirúrgicamente


9% por desangrado por hemorragias de heridas en las extremidades

7% por trauma mutilante producido por explosión u onda expansiva

5% por neumotórax por tensión

1% por problemas en las vías respiratorias

· Un 5% morirán por infecciones, sepsis y complicaciones del shock. Hasta hace poco este porcentaje
se duplicaba.

En los datos aportados resulta muy revelador que un 9% de heridos en las extremidades pueden
fallecer. Debe interpretarse que incluso heridas en órganos “no vitales” producen la muerte.
Tengamos en cuenta algo: los equipos de combate de los EE.UU. poseen un alto nivel de
entrenamiento y experiencia en asistencia urgente de combate sobre sus heridos, y en el propio
escenario. Con casi total seguridad, ese 9% fue tratado en un tiempo muy prudencial…

Dejamos de lado esos datos. No es recomendable dirigir los disparos a las extremidades o a la
cabeza, en ambos casos habría que tener mucha suerte para alcanzarlos durante un enfrentamiento.
No olvidemos que son zonas muy pequeñas y que el enfrentamiento será muy rápido y violento. Y lo
que es peor, seguramente ya estaremos heridos cuando reaccionemos con nuestros disparos. En
cualquier caso, un impacto en la cabeza puede provocar la muerte de modo muy rápido, cuando
no instantáneamente, y no es eso lo que pretende como norma general, y en principio, un
agente de las fuerzas y cuerpos de seguridad que se ve obligado a usar su arma.

Dicho lo anterior, también hay que decir que se pueden dar casos policiales muy concretos que
requieran de impactos precisos y directos a la cabeza. Si ese impacto alcanzara al bulbo raquídeo de
modo deliberado —harto complicado porque mide en torno a 3 centímetros—, la incapacitación sería
instantánea. Sería más fácil acertar al bulbo si el disparo lo efectúa un francotirador (sniper).
Lo más inteligente y sensato sería dirigir el tiro al centro de la caja toráxica del agresor, lo que
se viene denominando, de modo no acertado, centro de masas. La realidad es que el verdadero
y “geográfico” centro de masas de un humano está en la zona de la cintura-vientre, y no en su
tórax. Eso sí, dirigiendo los disparos al tórax, irían a la zona más amplia del cuerpo, teniendo
con ello más garantía de acertar en un área rica de órganos importantes. En caso de que los
disparos se elevaran o se desviaran lateralmente —al dirigirlos allí—, como consecuencia de los
movimientos del tirador o del atacante —amén de otras circunstancias—, los disparos siempre
quedarían localizados entorno a órganos que podrían producir el fuera de combate en un tiempo
relativamente rápido.

Del mismo modo, si los disparos dirigidos al pecho se desviaran hacia abajo, casi con total seguridad
se impactaría en la zona baja del cuerpo, pudiendo alcanzar al verdadero centro de masas, incluyendo
en la zona baja al tren inferior. Ya sabemos que las extremidades no son la mejor zona para
incapacitar al hostil, pero al menos se “tocaría” al enemigo y eso siempre es positivo. Si el disparo
alcanza las piernas, aun no consiguiendo el fuera de combate, es probable que evitáramos que el
disparo alcanzase a un tercero ajeno al enfrentamiento. Eso sí, siempre que no se produzca la temida
sobrepenetración de los proyectiles, cosa que propiciaría daños colaterales en determinadas
circunstancias.

Dicho todo lo anterior, respecto al centro de masas hay que comprender que en muchas ocasiones
el adversario no ofrecerá su torso. Nuestro agresor, a veces, únicamente dejará visible una zona
minúscula de su anatomía, por ejemplo el caso del tirador hostil parapetado que sólo asoma parte del
cuerpo tras la barricada. En esos supuestos se debe considerar centro de masas, a los efectos que
nos ocupa, el centro “geográfico” del “todo corporal” que ofrece el adversario. Ese “todo” será en unos
casos una pierna, la cabeza o un brazo, por ejemplo.

Por parte de los cuerpos policiales sería un gran acierto que la instrucción de tiro policial se realizara
con blancos más realistas, y no con un simple cartón rectangular o circular y numerado. El agente
debe entrenar con el máximo realismo posible. Para ello, y entre otras cosas, se deberíanutilizar
siluetas con contorno o forma humana y con un tamaño proporcionado. Podría ser muy eficaz usar
blancos con forma humana y con los órganos levemente señalizados y correctamente ubicados.
De ese modo sólo a muy corta distancia podrían ser visibles los órganos. Con un
entrenamiento así el tirador no “contaminará” su entrenamiento con intentos deliberados de
colocar sus disparos en determinadas zonas del cuerpo o silueta —solamente deben ser visibles
a cortísima distancia—. Así las cosas, el tirador tiraría al “centro de masas” siguiendo las
instrucciones del formador, y posteriormente y en el momento de parchear y verificar los impactos,
vería el verdadero resultado y colocación de los disparos, y su interpretación a nivel de potenciales
lesiones.

La realidad es que en los tiempos que vivimos, este tipo de blancos que propongo no serían
aceptados por ciertos sectores políticos y sociales, los cuales buscan únicamente, demasiadas veces,
rédito público mediante eso que llamamos “lo políticamente correcto”. Estas situaciones llegan
muchas veces a lo absurdo, olvidando lo verdaderamente importante, la eficacia.

No hay reglas exactas. Conocemos casos de enfrentamientos en los que una persona recibió disparos
en zonas vitales y además con munición potente, y sin embargo no provocaron la muerte. Y por contra
se conocen datos de enfrentamientos en los que la víctima fue impactada en la misma zona y con
munición menos potente, y sí consiguieron en esos casos acabar con vidas humanas, a veces de
modo rápido o instantáneo. El motivo es bien sencillo, quizá en el primer caso el proyectil, aun
llegando a su objetivo con bastante potencia, no interesó órganos vitales, aunque alcanzara zonas
muy cercanas. Y con otros proyectiles, incluso poseyendo menos potencia o energía, sí que se
consiguió afectar a una zona muy determinada y vital. Cuestión de suerte, mala para unos y buena
para otros.

Algunos proyectiles, bien por el tipo de arma que los disparó o bien por la configuración del material
y diseño de su construcción, no consiguen penetrar lo suficiente en el cuerpo, impidiendo así tocar
partes sensibles. A veces son otros los factores que impenden al proyectil la suficiente penetración,
por ejemplo la indumentaria de quien recibe el impacto, o algún objeto interpuesto, deliberada o
accidentalmente, en el instante del disparo. Lo anterior provocaría una deformación “prematura” del
proyectil, frenándose la capacidad penetrante una vez llegado el este al cuerpo humano. En otros
casos no sería la deformación lo que frenaría la penetración, sino directamente la desaceleración por
pérdida de energía.
En todo esto un factor muy importante a tener en cuenta es la ingesta de drogas y alcohol. Una
persona que ha consumido determinadas sustancias podría tener el umbral de sensibilidad al dolor
muy diferente al de otra persona que no se encuentra bajo las influencias de esas mismas sustancias.
En esos casos, las heridas producidas a quien se hallara bajo la influencia de sustancias
estupefacientes o alcohólicas, quizá no le provocarían dolor y paralización, lo contrario podría pasar
a quien no ha ingerido sustancia alguna.

ERNESTO PÉREZ VERA


Instructor de tiro (policía retirado)

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