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Un viajero en China visitó un templo pagano en un día en que se celebraba un gran festival.

Había innumerables personas que se acercaban a un ídolo raro, enmarcado en el altar sagrado,
para adorarlo. El visitante notó que muchos de los devotos llevaban consigo tiras de papel, en
las cuales había escritas oraciones, a mano o impresas. Estos devotos envolvían las tiras en
bolitas de barro endurecido y las lanzaban al ídolo. El viajero preguntó cuál era el significado
de este extraño proceder, y se le dijo que si las oraciones se quedaban pegadas al ídolo, las
oraciones habían sido escuchadas; pero que si la bolita se caía, las oraciones eran rechazadas.
Es posible que nos sonriamos ante esta curiosa prueba respecto a la aceptabilidad de una
oración. Pero no deja de ser un hecho que la mayoría de los cristianos tienen ideas muy vagas,
cuando adoran y oran al Dios vivo, respecto a cuáles son las condiciones que hacen su oración
prevalecer ante El. Y, a pesar de ello, la oración es la llave que abre la puerta de la sala del
Tesoro de Dios.
No es exagerado decir que todo crecimiento verdadero en la vida espiritual -toda victoria sobre
la tentación, toda confianza y paz en presencia de dificultades y peligros, todo sosiego del
espíritu en épocas de contrariedades y pérdidas, toda la comunión cotidiana con Dios, todo ello
depende de la práctica de la oración privada.
Este libro fue escrito porque me lo pidieron, y sólo llego la tinta al papel después de haber sido
vencidas muchas dudas. Una vez escrito, es ofrecido con mucha oración.
Que el que dijo: «Os es necesario orar y no desmayar» «nos enseñe a orar».

LA GRAN NECESIDAD DE DIOS


«Y se maravilló Dios.» Estas palabras son realmente sorprendentes. Lo atrevido de la idea es
suficiente para dejar pasmado al cristiano, y forzarle la atención sobre el asunto, si es sincero,
sea hombre, mujer o niño.
¡Un Dios que está maravillado! Qué extraordinario es esto. ¡Cuán atónitos vamos a quedar en el
momento que descubramos el por qué Dios se está maravillando!, nos decimos. Sin embargo,
cuando lo sabemos, al parecer, no nos causa mucha impresión. De todas formas, si lo
consideramos con cuidado, nos daremos cuenta de que es una cosa de la mayor importancia
para todo creyente en el Señor Jesús. No hay nada más, en realidad, que sea tan vital, de tanta
trascendencia, para nuestro bienestar espiritual.
En aquella ocasión Dios «Se maravilló de que no hubiera quien intercediese» (Isaías 59: 16) o
que «Se interpusiese», que «se pusiera en la brecha» como dicen otras traducciones. Pero esto
era en los días de antaño, antes de la venida de nuestro señor Jesucristo «lleno de gracia y de
verdad»; antes del derramamiento del Espíritu Santo, lleno de gracia y de poder, para «ayudar a
nuestras flaquezas», para «interceder el mismo por nosotros». (Romanos 8:26.) Sí, y este
maravillar se de Dios ocurrió antes de las asombrosas promesas de nuestro Señor respecto a la
oración; antes de que los hombres supieran mucho sobre la oración, en los días en que los
sacrificios por sus pecados eran mucho más importantes en sus ojos que la súplica por los
pecadores.
Por tanto, ¿cuánto más maravillado debe sentirse Dios hoy? Porque, ¡cuán pocos son los que
saben qué es realmente la oración que prevalece! ¿Cuántos de los que decimos que creemos en
la oración, creemos realmente en el poder de la oración?
Antes de dar un paso más adelante, el autor quiere suplicar al que lee este libro que no lo haga
apresuradamente, un capítulo tras otro. No es ésta la manera de leer y sacar provecho de este
libro. Mucho, muchísimo, depende del caso que haga el lector del contenido del libro. Porque
todo depende de la oración.
¿Por qué los cristianos nos consideramos derrotados con tanta frecuencia? La respuesta es:
Porque oramos tan poco. ¿Por qué los miembros de las iglesias que somos activos nos hallamos
desalentados, alicaídos? Porque oramos tan poco.
¿Por qué vemos a tan pocos que son traídos «de las tinieblas .a la luz» por nuestro ministerio?
Porque oramos tan poco.
¿Por qué nuestras iglesias no «están ardiendo» por el Señor? Porque oramos de verdad, con tan
poca frecuencia.
El Señor Jesús tiene el mismo poder hoy que antes y que siempre. El Señor Jesús está deseoso
de que los hombres sean salvos, hoy y siempre. Su brazo no se ha acortado para salvar; pero Él
no puede alargar este brazo a menos que nosotros oremos, oremos más de verdad.
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