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¿Evaluamos o calificamos?

Ideas para transitar desde la calificación a una


cultura de evaluación
2 de abril de 2018

Mónica Gerena. Villa Carlos Paz, Argentina. IBERCIENCIA. Comunidad de


Educadores para la Cultura Científica.
Una mirada sobre las prácticas evaluativas del sistema educativo revela que,
muchas veces, se reducen a la calificación. Se proponen algunas alternativas que
puede resultar superadoras y que se originan de la reflexión sobre la finalidad de
la evaluación y sus vínculos con los aprendizajes de los estudiantes.
Evaluar, calificar y acreditar son tres conceptos muy diferentes, en cuanto a su
alcance y su sentido en educación. Sin embargo, dentro del ámbito escolar,
muchas veces, se utilizan y aplican como sinónimos.
Desde los enfoques educativos más actuales, la acción de evaluar es un proceso
que se aleja sustancialmente de la asignación de números (calificar) o de la
certificación de estudios cursados (acreditar). Evaluar se acerca a andamiar,
apuntalar, acompañar una trayectoria educativa, ofreciendo soportes para mejorar
la calidad de los aprendizajes y de las capacidades necesarias para construirlos.
En este proceso, además, se debe alentar el desarrollo de estrategias
metacognitivas, destinadas a que los estudiantes puedan ser cada vez más
autónomos en la regulación, adquisición y reflexión de sus aprendizajes. Por lo
tanto, evaluar no puede reducirse a calificar, o dicho de otra forma, un número
(calificación) no es capaz de suplantar procesos tan complejos. Sin embargo, y
lamentablemente, es habitual en los sistemas escolares que la evaluación se
identifique con la calificación.
Calificar y acreditar, cuotas de poder
Acreditar es una acción que los sistemas educativos, legitimados por el Estado, se
encargan de regular y legalizar. Esto significa que, las instituciones educativas son
las responsables de certificar el tránsito y egreso de los estudiantes, dando
garantías de la apropiación de ciertos conocimientos, considerados significativos
para la vida de los ciudadanos. La mayoría de los mecanismos administrativos y
escolares de acreditación de cursos y ciclos escolares son altamente burocráticos
y estructurados, prueba de esto último es su similitud a nivel mundial, aún en
contextos sociales y educativos muy diversos.
Las calificaciones constituyen la forma “objetiva”, que han encontrado los sistemas
educativos para concretar la acreditación. Este poder convierte, a las
calificaciones, en las estrellas de la escena, llegando a ser, incluso, de mayor
relevancia que los aprendizajes que pretenden medir. Son utilizadas como un
sistema de premio y castigo al ajuste de las normas y estándares escolares. En
este contexto, funcionan como herramienta, en forma más o menos consciente, de
demostración de autoridad para quienes dirigen y enseñan en instituciones
educativas.
Entonces, puede afirmarse que el sistema de acreditación descansa sobre la
asignación subjetiva de números o letras (calificaciones), en los que se confía
como indicadores de la cantidad y calidad de los aprendizajes que los estudiantes.
Esto significa que, algo tan arbitrario como la relación entre una escala numérica o
alfabética y la apropiación de ciertos conocimientos, es lo que decide el progreso o
estancamiento de los niños y jóvenes en el sistema escolar y, por lo tanto, define
el éxito o fracaso en sus trayectorias escolares.

Pero hay algo más, muchas de las situaciones con las que se califica a los
alumnos, constituyen experiencias completamente ajenas a las dinámicas
habituales del aula, donde se ponen a prueba los conocimientos en espacios
temporales acotados con dispositivos que intentan examinar cuantas respuestas
acertadas se han realizado. ¿Quién alguna vez no ha sentido la incertidumbre y el
nerviosismo ante exámenes que definirán la aprobación de una asignatura o
incluso la posibilidad de acceder a estudios superiores?
Los problemas del error
- Profe, al final en las evaluaciones lo único que interesa son los errores y no lo
que sabemos e hicimos bien.
Estas son las palabras de un estudiante al observar su calificación. Reflejan
claramente que el centro de la atención de la evaluación está en el error y en lo
que, en apariencia, aún no se aprendió. En esta tradición evaluativa donde
calificar es el objetivo primordial, se valora el desempeño de los alumnos a partir
de dispositivos evaluativos con actividades, generalmente, aisladas una de otras,
que ponen a prueba cuanto el alumno estudió y aprendió. Por lo tanto, es
indispensable, que el error sea señalado, sancionado y corregido por el docente.
Los alumnos conocen muy bien el mecanismo. Saben que ese error, difícilmente
será retomado, quedará en la hoja pintado de rojo y nadie más se ocupará de él.
Las palabras del alumno movilizan a pensar con qué criterios evaluamos las
producciones y que tratamiento le estamos dando al error. El error parece
funcionar como un aprendizaje deficiente o no logrado. Sin embargo, esta puede
ser una lectura apresurada y poco explicativa.
Del error se aprende, es una frase trillada, sin embargo es muy significativa desde
los procesos de evaluación. Evidencia una concepción del aprendizaje como
construcción de conocimientos, superando a la mera acumulación. En esta
concepción constructivista, el error no debe sobrevalorarse, debe ser recuperado,
cuestionado, discutido. El error constituye una base para generar conflictos
cognitivos y buscar respuestas y explicaciones alternativas y superadoras.
El error merece una oportunidad de defensa, y en esa defensa está, quizás, la
oportunidad que ofrece para aprender.
¿Cómo transformar la práctica de calificación en cultura de evaluación?
Para responder a esta pregunta no hay soluciones mágicas ni recetas, hay ideas
que surgen de la reflexión de la práctica docente. Desde esta reflexión, surgen
algunos principios, a modo de cimientos, a partir de los cuáles puede comenzar a
edificarse una cultura de la evaluación.
El eje central consiste en entender que la finalidad de la evaluación no es la
calificación, por lo tanto, debe trascender los enfoques meramente cuantitativos
hacia enfoques más cualitativos. Esto significa, que la evaluación es un proceso
integral, donde se evalúa al que aprende y al que enseña y existe
retroalimentación, tanto para la enseñanza y como para el aprendizaje.
El punto de partida puede estar dar valor y recuperar los conocimientos de los
alumnos. Para ello, primero debemos generar las situaciones que permitan
expresar lo que conocen con libertad y sin temores. Los alumnos transitan los
años de su vida escolar y, muchas veces, nadie se interesa por las ideas que han
construido desde sus experiencias familiares, culturales, religiosas, etc. Es
necesario dar lugar a que surjan saberes, intuiciones, creencias que les permiten
desenvolverse en su vida cotidiana. A partir de estos conocimientos es posible
cuestionar, profundizar, explicar, discutir, considerar otros puntos de vistas,
reflexionar, compartir y ampliar la experiencia personal, para seguir aprendiendo.
Otro aspecto importante, es llevar el aprendizaje al centro de la escena. Dar un
papel destacado a lo que se va modificando, transformando en el pensamiento, las
ideas y las acciones de los estudiantes. Significa, considerar y entender al
aprendizaje como una experiencia personal, que va mucho más allá de una
calificación. Esto, tiene que ver con ejercer y desarrollar la capacidad de
metacognición, para valorar lo que se aprende y las estrategias cognitivas que lo
permiten. El docente debe dar oportunidad a que este proceso se haga
consciente, y los propios estudiantes sean capaces de apreciar sus logros y
progresos e incrementen, así, su autoestima y su entusiasmo por aprender.
En relación, a los instrumentos de evaluación, hay una idea que resulta
particularmente interesante. Se trata del concepto de evaluación auténtica, que
propone la elaboración de situaciones menos artificiales y más cercanas a las
prácticas sociales reales. Es decir, que los estudiantes se enfrenten a escenarios
que pueden ocurrir en la vida diaria, en sus hogares, en su barrio o ciudad, en el
mundo laboral, etc. Resolver estas situaciones implicará utilizar conocimientos,
desarrollar estrategias de acción e intervención y emplear la imaginación y
creatividad. Lo anterior supone superar la noción de actividades por el planteo de
problemas o tareas a resolver, para los que no hay respuestas únicas. De esta
manera la evaluación se transforma en un desafío, en el que los conocimientos no
son un fin en sí mismo, sino herramientas para la acción.
Estar inmersos en una cultura de evaluación significa tener un marco de referencia
claro, donde estudiantes, docentes y padres, reconozcan y discutan el enfoque y
la modalidad de evaluación del centro educativo. Para ello, tienen que
establecerse criterios de evaluación claros y compartidos. Los alumnos deben
saber que se espera de ellos y deben poder expresar sus necesidades, dudas,
inquietudes y miedos. De esta forma, se puede involucrar y comprometer al
estudiante en una mirada reflexiva sobre sus dificultades y obstáculos, sus
progresos y avances, pero también sobre lo que puede lograr y porque vale la
pena el esfuerzo.
El ingrediente final y esencial en la construcción de una cultura de evaluación es la
retroalimentación de los procesos de aprendizaje y reflexión de los alumnos. Los
docentes tienen un rol esencial en el acompañamiento de las trayectorias
escolares. De su intervención oportuna depende en gran medida que los
estudiantes puedan superar la mirada especulativa sobre la evaluación para
centrarla en sus propios procesos de aprendizaje.
Como conclusión, es indispensable acercar las prácticas evaluativas a una visión
de la educación como un proceso que tiene trascendencia, más allá del éxito en la
trayectoria escolar, de continuar estudios superiores o de conseguir un buen
empleo. La evaluación debe acompañar y sostener una educación que permita
descubrir y desarrollar el potencial de cada estudiante, colaborar con su
integración a una sociedad, en la que debe convivir y comprometerse con otras
personas, construir conocimientos para entender mejor el mundo que lo rodea y
generar empatía con su entorno humano y ambiental.

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