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Platón "libro X" La república

Al comienzo del Libro X, Sócrates, trata de nuevo sobre el valor educativo de la poesía. Es
este un tema sobre el que había tratado detenidamente en los libros II y III de la República
al tratar sobre la educación de los guardianes. Allí había señalado que esta materia tenía un
valor relativo en la educación de tales guardianes. Pues bien, ahora, y después de haber
expuesto cuál debería ser el contenido total de la educación de los guardianes, el valor de la
poesía se nos muestra con un valor aún más degradado con lo que la oposición entre filosofía
y poesía, a la hora de educar a los regentes, es aún mayor.
Sobre este contexto, Sócrates, analiza la poesía centrándose en lo que parece ser su auténtico
valor: el imitativo. Pero ahora el análisis lo centra a la luz de su teoría de las ideas, algo que,
a la altura del diálogo, supone ya conocida por todos los presentes lo que no sucedía
claramente en los libros primeros. Para ello, Sócrates, establece, por un lado, que una idea es
algo que designa una pluralidad de cosas, y, por otro, el modelo del que nos servimos para
producir cualquier cosa. Por ejemplo, un carpintero fabrica una cama o una mesa sobre la
base de las ideas que tiene de cama y mesa. Ahora bien, es evidente, señala Sócrates, que el
carpintero cuando construye la mesa no está fabricando la idea sino produciendo esa mesa
sobre la base de la existencia de su idea. Pero todavía hay más. Sócrates afirma que existen
otras profesiones que ni siquiera fabrican el objeto sino que limitan a producir cosas que ya
están fabricadas. Estos sujetos, señala Sócrates, no sólo son capaces de producir muebles ya
fabricados sino producir a todos los seres vivos, incluido ellos mismos. Glaucón que parece
entender por dónde va Sócrates, rápidamente cae en la cuenta que tales seres lo que hacen es
reflejar en sus trabajos meras apariencias de la realidad, como, por ejemplo, sucede con los
pintores que no producen, por ejemplo, camas verdaderas pero que, de algún modo, si lo
hacen cuando las pintan.
Pues bien, sobre la base de todo lo dicho, Sócrates, quiere resaltar lo siguiente:

Es necesario diferenciar entre lo real y lo aparencial.


 Lo real no es la cama que fabrica el carpintero y menos todavía la que pinta un pintor.
Lo real es la idea sobre la que trabaja tanto el carpintero como el pintor.
 En este contexto podría establecerse una diferencia entre tres clases de camas: una la
que existe como idea y que fabrica Dios, otra la que hace el carpintero; otra la que
hace el pintor.
 El hacedor de las ideas (Dios) es el creador de la naturaleza o esencia de la cama
como idea. Por su parte, el carpintero es artífice de la cama gracias a que existe la
idea de la misma. Por último, el pintor es un mero imitador de aquello que han hecho
los otros dos artífices.
 Sócrates aprovecha la ocasión para situar a los poetas y los autores de tragedias en la
escala más baja, es decir, en la de los meros imitadores de la realidad. Por eso, la
poesía, como valor educativo ocupa el tercer lugar en una escala que empieza en el
rey (Demiurgo).
 Tanto el pintor como el poeta centran sus trabajos en lo meramente aparencial. Esto
hace que, en la concepción filosófica de Platón, la poesía sea una disciplina que, en
relación con la ciencia y la ignorancia, se encuentre más bien relacionada con esta
última. Y es que la poesía, al presentar como algo real al mundo de las sombras y de
las imágenes, nos sitúa, en el ámbito del conocer, en una escala que, en el símil de la
línea y de la caverna, Platón, había situado en el estado de eikasía.
A continuación, Sócrates, pasa a examinar lo que representó realmente la poesía homérica
en el mundo griego. Comienza situándola en relación con la imitación lo que equivale a decir
que se encuentra a una triple distancia del ser. Afirma también que si se compara a Homero
y a otros griegos significados por sus méritos nos encontraríamos que el primero siempre sale
perdiendo. En este sentido, Sócrates, hace referencia a las figuras de Licurgo o Solón lo
cuales lograron constituciones políticas que hicieron mejores a Grecia y los griegos. Pues
bien, nada por el estilo sucede con Homero. Lo mismo podría decirse en relación con la
sabiduría, los inventos, o en lo referente a la educación. En este contexto cita a sabios como
Tales de Mileto o a personalidades que destacaron por educar a sus contemporáneos, como,
por ejemplo, Protágoras o Prodico de Ceos. Pues bien, según Sócrates, tampoco
encontraríamos nada de todo esto en la poesía homérica. Y es que Homero con sus obras se
limitaría, según Sócrates, a actuar como un pintor, el cual, en vez del pincel, usa de la
palabra, pero no para conocer mejor o para ser mejor, sino para colorearla mostrando con
ello una realidad aparentemente hermosa.
A partir de ahora, Sócrates, y con la intención de mostrar el carácter negativo de la poesía
homérica, entra en un argumentación de índole enteramente distinta a la descrita
anteriormente. Sócrates parte ahora de la base de que la bondad es utilidad y el conocimiento
experiencia, algo que, por otro lado, concuerda con lo que parece que el Sócrates histórico
defendía, si creemos a Jenofonte. Pues bien, sobre esta base, Sócrates, defiende que en todo
objeto hay tres artes distintas: su utilización, su fabricación y su imitación. Pues bien,
parece evidente que dentro de esta escala el que utiliza los objetos debería ser el más
experimentado y quien comunica al fabricante los buenos o malos efectos que produce
aquello del que uno se sirve. A su vez, el que fabrica el objeto, siempre que haga caso al
entendido, debe tener una creencia bien fundada acerca del mismo. Pero ya existe una
diferencia entre ambos: el fabricante tiene creencia bien fundada, pero el entendido, porque
utiliza el objeto, tiene conocimiento. ¿Y qué papel juega aquí el imitador? Según Sócrates,
el imitador es alguien que ni tiene conocimiento, derivado del uso del objeto, ni escucha al
entendido con el objeto de fabricar un objeto. Por lo tanto no posee ni conocimiento ni
creencia bien fundada lo que le imposibilita de opinar debidamente. Pues bien, esta nueva
demostración vendría a probar de nuevo que el imitador es alguien que se encuentra a tres
puestos de distancia de la verdad. Pero, además, Sócrates, se pregunta también por el
elemento propio del alma del imitador y del que conoce. Para investigar esta cuestión se sirve
de ejemplos sobre objetos que se aparecen como distintos a la vista según los contemplemos
de cerca o de lejos. Señala que el mejor remedio para superar estos espejismos es la ciencia
del cálculo y de la medida. Ahora bien, tal ciencia no tiene que ver con los sentidos ni con
las apariencias. Por eso, no es lo mismo, señala, opinar acerca de algo prescindiendo de la
medida que opinar conforme a medida. Pues bien, el arte imitativo, que se basa en
apariencias, y prescinde de la medida y del cálculo, es algo que se aparta de la razón y del
elemento mejor que existe en el hombre. Por ello, el alma que vive en las apariencias está
llena de miles de contradicciones de toda clase. Por último, y para justificar que el alma del
poeta es quien posee el elemento peor, Sócrates, analiza algo que había planteado
anteriormente y que hace referencia al modo de comportamiento del hombre ante las
desgracias. Señala que ante los impulsos existentes en uno (racional -irracional) es el primero
-racional- quien ordena mantener cierta compostura, mientras que el segundo -irracional- es
amigo de gemidos y lamentaciones. Pues bien, el poeta imitativo no suele imitar nunca en
sus obras al primero, debido a que el carácter reflexivo es difícil de imitar y muy difícil de
comprender cuando es imitado. Es mucho más fácil de plasmar imitativamente a los
sentimientos y a los gemidos de lo irracional. Por todo ello, concluye Sócrates, es evidente
que el poeta imitativo no está destinado por naturaleza a agradar al elemento racional del
alma sino al carácter irritable y multiforme de la misma, para así dar gusto a los sentimientos
más bajos del vulgo. El poeta imitativo, por tanto, implanta con sus obras un régimen
perverso en el alma pues condesciende, sobre todo, con el elemento irracional que hay en
ella.
Sócrates reserva para el final lo que considera como acusación más grave contra la poesía:
insultar a los hombres de provecho. Para justificar tal acusación recuerda el tratamiento que
Homero y los otros autores trágicos hacen de los héroes. Según Sócrates, cuando relatan la
imitación de alguno de ellos suelen presentarlos siempre relatando algún largo discurso,
golpeándose el pecho, y entre lamentos y gemidos. Sin embargo, continúa diciendo Sócrates,
cuando a cualquiera de nosotros nos sucede alguna desgracia, sucede que pensamos que no
es propio de un varón el comportarse como esos héroes. Pues bien, esta manifiesta
contradicción es otra prueba clara, según Sócrates, de la verdadera naturaleza de la poesía:
dejar satisfecha y gozosa a la parte del alma peor. Sócrates aprovecha también la ocasión
para situar en el mismo plano de igualdad de la poesía a la comedia y a todo aquello que sea
imitación de lo concupiscible. Por último, y sobre la base de todo lo dicho hasta ahora, se
dirige a los panegiristas de Homero para recordarles que en su ciudad ideal únicamente se
permitirán los himnos poéticos que encomien a los dioses y a los héroes. Para justificar el
destierro de la poesía homérica y trágica de su ciudad ideal, Sócrates, hace referencia
también al hecho de que la discordia entre filosofía y poesía ya viene desde muy antiguo.

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