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Leemos: Viejo con árbol de Roberto Fontanarrosa

A un costado de la cancha había yuyales y, más allá, el terraplén del ferrocarril. Al otro
costado, descampado y un árbol bastante miserable. Después las otras dos canchas, la chica
y la principal. Y ahí, debajo de ese árbol, solía ubicarse el viejo.
Había aparecido unos cuantos partidos atrás, casi al comienzo del campeonato, con
su gorra, la campera gris algo raída, la camisa blanca cerrada hasta el cuello y la radio portátil
en la mano. Jubilado seguramente, no tendría nada que hacer los sábados por la tarde y se
acercaba al complejo para ver los partidos de la Liga. Los muchachos primero pensaron que
sería casualidad, pero al tercer sábado en que lo vieron junto al lateral ya pasaron a
considerarlo hinchada propia. Porque el viejo bien podía ir a ver los otros dos partidos que se
jugaban a la misma hora en las canchas de al lado, pero se quedaba ahí, debajo del árbol,
siguiéndolos a ellos.
Era el único hincha legítimo que tenían, al margen de algunos pibes chiquitos; el hijo
de Norberto, los dos de Gaona, el sobrino del Mosca, que desembarcaban en el predio con las
mayores y corrían a meterse entre los cañaverales apenas bajaban de los autos.
--Ojo con la vía, alertaba siempre Jorge mientras se cambiaban.
--No pasan trenes, casi, tranquilizaba Norberto. Y era verdad, o pasaba uno cada
muerte de obispo, lentamente y metiendo ruido.
--¿No vino la hinchada?, ya preguntaban todos al llegar nomás, buscando al viejo-.
¿No vino la barra brava?
Y se reían. Pero el viejo no faltaba desde hacía varios sábados, firme debajo del árbol,
casi elegante, con un cierto refinamiento en su postura erguida, la mano derecha en alto
sosteniendo la radio minúscula, como quien sostiene un ramo de flores. Nadie lo conocía, no
era amigo de ninguno de los muchachos.
--La vieja no lo debe soportar en la casa y lo manda para acá, bromeó alguno.
--Por ahí es amigo del referí, dijo otro. Pero sabían que el viejo hinchaba para ellos de
alguna manera, moderadamente, porque lo habían visto aplaudir un par de partidos atrás,
cuando le ganaron a Olimpia Seniors.
Y ahí, debajo del árbol, fue a tirarse el Soda cuando decidió dejarle su lugar a
Eduardo, que estaba de suplente, al sentir que no daba más por el calor. Era verano y ese
horario para jugar era una locura. Casi las tres de la tarde y el viejo ahí, fiel, a unos metros,
mirando el partido. Cuando Eduardo entró a la cancha --casi a desgano, aprovechando para
desperezarse-- cuando levantó el brazo pidiéndole permiso al referí, el Soda se derrumbó a la
sombra del arbolito y quedó bastante cerca, como nunca lo había estado: el viejo no había
cruzado jamás una palabra con nadie del equipo.
El Soda pudo apreciar entonces que tendría unos setenta años, era flaquito, bastante
alto, pulcro y con sombra de barba. Escuchaba la radio con un auricular y en la otra mano
sostenía un cigarrillo con plácida distinción.
--¿Está escuchando a Central Córdoba, maestro? --medio le gritó el Soda cuando
recuperó el aliento, pero siempre recostado en el piso. El viejo giró para mirarlo. Negó con la
cabeza y se quitó el auricular de la oreja.
--No sonrió. Y pareció que la cosa quedaba ahí. El viejo volvió a mirar el partido, que
estaba áspero y empatado. Música dijo después, mirándolo de nuevo.
--Algún tanguito?, probó el Soda.
--Un concierto. Hay un buen programa de música clásica a esta hora.
El Soda frunció el entrecejo. Ya tenía una buena anécdota para contarles a los
muchachos y la cosa venía lo suficientemente interesante como para continuarla. Se levantó
resoplando, se bajó las medias y caminó despacio hasta pararse al lado del viejo.
--Pero le gusta el fútbol --le dijo--. Por lo que veo.
El viejo aprobó enérgicamente con la cabeza, sin dejar de mirar el curso de la pelota,
que iba y venía por el aire, rabiosa.
--Lo he jugado. Y, además, está muy emparentado con el arte --dictaminó después--.
Muy emparentado.
El Soda lo miró, curioso. Sabía que seguiría hablando, y esperó.
--Mire usted nuestro arquero --efectivamente el viejo señaló a De León, que estudiaba
el partido desde su arco, las manos en la cintura, todo un costado de la camiseta cubierto de
tierra--. La continuidad de la nariz con la frente. La expansión pectoral. La curvatura de los
muslos. La tensión en los dorsales --se quedó un momento en silencio, como para que el Soda
apreciara aquello que él le mostraba--. Bueno... Eso, eso es la escultura...
El Soda adelantó la mandíbula y osciló levemente la cabeza, aprobando dubitativo.
--Vea usted --el viejo señaló ahora hacia el arco contrario, al que estaba por llegar un
córner-- el relumbrón intenso de las camisetas nuestras, amarillo cadmio y una veladura
naranja por el sudor. El contraste con el azul de Prusia de las camisetas rivales, el casi violeta
cardenalicio que asume también ese azul por la transpiración, los vivos blancos como trazos
alocados. Las manchas ágiles ocres, pardas y sepias y siena de los muslos, vivaces, dignas
de un Bacon. Entrecierre los ojos y aprécielo así... Bueno... Eso, eso es la pintura.
Aún estaba el Soda con los ojos entrecerrados cuando al viejo arreció.
--Observe, observe usted esa carrera intensa entre el delantero de ellos y el cuatro
nuestro. El salto al unísono, el giro en el aire, la voltereta elástica, el braceo amplio en busca
del equilibrio... Bueno... Eso, eso es la danza...
El Soda procuraba estimular sus sentidos, pero sólo veía que los rivales se venían con
todo, porfiados, y que la pelota no se alejaba del área defendida por De León.
--Y escuche usted, escuche usted... --lo acicateó el viejo, curvando con una mano el
pabellón de la misma oreja donde había tenido el auricular de la radio y entusiasmado tal vez
al encontrar, por fin, un interlocutor válido--... la percusión grave de la pelota cuando bota
contra el piso, el chasquido de la suela de los botines sobre el césped, el fuelle quedo de la
respiración agitada, el coro desparejo de los gritos, las órdenes, los alertas, los insultos de los
muchachos y el pitazo agudo del referí... Bueno... Eso, eso es la música...
El Soda aprobó con la cabeza. Los muchachos no iban a creerle cuando él les contara
aquella charla insólita con el viejo, luego del partido, si es que les quedaba algo de ánimo,
porque la derrota se cernía sobre ellos como un ave oscura e implacable.
--Y vea usted a ese delantero... --señaló ahora el viejo, casi metiéndose en la cancha,
algo más alterado--... ese delantero de ellos que se revuelca por el suelo como si lo hubiese
picado una tarántula, mesándose exageradamente los cabellos, distorsionando el rostro,
bramando falsamente de dolor, reclamando histriónicamente justicia... Bueno... Eso, eso es el
teatro.
El Soda se tomó la cabeza.
--¿Qué cobró? --balbuceó indignado.
--¿Cobró penal? --abrió los ojos el viejo, incrédulo. Dio un paso al frente, metiéndose
apenas en la cancha--. ¿Qué cobrás? --gritó después, desaforado--. ¿Qué cobrás, referí y la
reputísima madre que te parió?
El Soda lo miró atónito. Ante el grito del viejo parecía haberse olvidado
repentinamente del penal injusto, de la derrota inminente y del mismo calor. El viejo estaba
lívido mirando al área, pero enseguida se volvió hacia el Soda tratando de recomponerse, algo
confuso, incómodo.
--... ¿Y eso? --se atrevió a preguntarle el Soda, señalándolo.
--Y eso... --vaciló el viejo, tocándose levemente la gorra--...Eso es el fútbol.

Pensando la literatura y el juego:


los lenguajes, un pase entre líneas.

A lo largo de las lecturas de diversos textos futboleros (cuentos, crónicas,


etc.) observaremos que la literatura con tema futbolero se apropia de
expresiones típicas del juego y también de los diversos sectores sociales que se
relacionan con él, haciendo hincapié, fundamentalmente, en el lenguaje típico de
las clases populares, es decir, los sectores socio-económicos medios y bajos.
Este particular uso del lenguaje se relaciona con las experiencias
futboleras que se recogen en la literatura de fútbol, que están más relacionadas
con la “pibería de potrero” que popularizó esta actividad deportiva en nuestro
país y en Latinoamérica, que con el origen “alto” del fútbol, que radicaba en las
clases altas y había llegado a estas tierras de la mano de los ingleses, quienes se
promulgaron como los creadores del fútbol moderno.

Releemos
1. Analizá en el relato la utilización particular de lo que podemos entender como
“lenguaje popular” y como “lenguaje culto”. Para ello señalá ejemplos de cada uno
en el texto y argumentá con qué finalidad creés que los usa el autor: ¿Quién utiliza
cada uno y cómo se intercalan? ¿Qué representa cada uno? ¿Dónde radica, según tu
opinión, el efecto cómico?
2. Desarrollá: ¿Por qué el narrador afirma que el fútbol está muy emparentado con
el arte? ¿Cuál es, según tu opinión, la intención del autor, es decir, Roberto
Fontanarrosa al crear esta serie de comparaciones y metáforas? Reflexioná sobre
dónde se ubica la literatura en esa serie de comparaciones.
3. ¿Qué función creés que cumplen en la versión filmada la música, los colores y los
planos? ¿Qué cosas se proponen destacar?
Tallereamos
1. Pensá y caracterizá un personaje protagonista para un cuento con temática
futbolera. Definí su tipo (hincha, futbolista, técnico, representante, cronista, etc.),
sus rasgos, nombre y una historia de vida aproximada.
2. A partir de este personaje, escribí la primera parte de un relato en primera
persona con temática futbolera, tratando de incorporar algunas expresiones típicas
del mundo del fútbol.

Leemos

LA GACETA Literaria
ENTREVISTA A EDUARDO SACHERI

"Tal vez la literatura futbolera es un


camino de resistencia frente a la
farandulización del fútbol"
El autor de La pregunta de sus ojos, inspiradora de la célebre película de
Campanella que obtuvo el Oscar en 2010, habla sobre las historias de
fútbol. "Con esa cosa de reproducir la vida, pero en pequeña escala, el
fútbol permite ese salto de lo prosaico a lo profundo", señala. Y destaca a
Soriano y Fontanarrosa como autores centrales de una literatura de la vida
cotidiana de las personas comunes.
Domingo 20 de Enero 2013
Comentar1
.

LA REIVINDICACIÓN. "El fútbol permite ese salto de lo prosaico a lo profundo, y de


vuelta hacia acá", define Sacheri.

POR EZEQUIEL MARIO MARTÍNEZ

PARA LA GACETA - BUENOS AIRES


El fútbol nunca ha gozado de mucho prestigio en el ámbito de las letras.
Vinculado históricamente con lo popular y lo mundano, la literatura oficial lo
apartó -casi siempre- de sus objetos de interés y pocas veces lo consideró un
universo digno de ser narrado. Autores como Osvaldo Soriano, Juan Sasturain
o Roberto Fontanarrosa se encargaron de empezar el trabajo de derrumbe de
estos prejuicios, con cuentos y novelas memorables. Ahora sí, poco
reconocidos en vida como verdaderos "escritores", reciben hoy en día un
merecido reconocimiento y aplausos de la crítica. Eduardo Sacheri es sin duda
su mejor discípulo, pero con un estilo propio, inconfundible. Porque el
fútbol presente en sus cuentos se transforma en una excusa para
hablar de los sentimientos y las emociones que atraviesan la
condición humana. Porque Sacheri es, ante todo, un gran observador. Y
esto se plasma en sus relatos. La prosa justa para narrar y describir con
precisión los grandes temas del hombre, en todas sus épocas: el
amor y la amistad, la gratitud y la venganza, la lealtad y la traición,
las pérdidas y la esperanza. Autor además de grandes novelas
como Aráoz y la verdad, Papeles en el viento y La pregunta de sus
ojos (llevada al cine por Campanella, ganadora del Oscar 2010), la reciente
reedición de sus libros de cuentos -Esperándolo a Tito, Te conozco
Mendizábal, Lo raro empezó después, Un viejo que se pone de pie- fue la
excusa perfecta para entablar este exquisito diálogo con Sacheri.

- Eduardo, ¿por qué crees que la literatura futbolera ha sido


históricamente subestimada por el mainstream literario? Pienso
en lo difícil que fue abrirse camino a narradores como Osvaldo
Soriano, Roberto Fontanarrosa…

- Creo que esa subestimación abarcaba no solo al fútbol, sino a cualquier


manifestación que tuviera que ver con la cultura popular, con la vida cotidiana
de la gente común. Y autores como Soriano y Fontanarrosa son, precisamente,
los que abrieron, pese a todo, ese camino de legitimación para los que hemos
venido después. Ambos fueron grandes escritores, dotados de un oído
exquisito para reproducir las voces y los ambientes de nuestra vida y sus
recovecos. Que además hayan utilizado el fútbol para expresarlas es, en cierto
modo, menos importante que lo otro.

- Alguna vez te escuché decir que "el fútbol es una puerta de


entrada a cosas más profundas". ¿Cómo es eso?

- Creo que cualquier literatura, con alguna pretensión de profundidad, apunta


a esos grandes temas, que son los de la vida de todos nosotros. Ahora bien, a
casi todas las personas nos cuesta abarcar esos temas de manera profunda y
directa. Nos asustan, o se nos imponen con su solemnidad, con su peso
existencial. El fútbol es una buena tangente para llegarles. Con esa cosa de
reproducir la vida, pero en pequeña escala, el fútbol permite ese
salto de lo prosaico a lo profundo, y de vuelta hacia acá.

- ¿Por qué crees que el fútbol se ha posicionado como un rasgo


fundamental de nuestra identidad nacional?

- Acá apenas puedo especular. Me parece que, en las últimas décadas, la


cultura de la que formamos parte experimentó una fuerte desorientación, un
fuerte vaciamiento de significados. Hace… ¿30 años? poseíamos identidades
laborales, barriales, profesionales, políticas, religiosas, de roles familiares,
más estables. No digo que fueran mejores. Digo más estables. Tal vez el
retroceso de esas certidumbres haya dejado otras huellas de identidad en
primer plano. Y la del fútbol, posiblemente, haya experimentado un proceso
así.

- Tus relatos de historias futboleras siempre de índole amateur -


cuentos en la calle, partidos memorables en el barrio, épicas del
equipo del pueblo- son una forma de conjurar el fútbol de hoy
hiperprofesionalizado?

- Es muy posible. Creo que la farandulización del fútbol nos provoca, a los
viejos futboleros, una profunda desazón. Tal vez la literatura futbolera es un
camino de resistencia (prefiero pensarlo en esos términos, más que en
términos de nostalgia), frente a lo peor de ese proceso. Poner matices donde el
discurso maniqueo y simplista nacido en los medios masivos tiende a
borrarlos.

- La pregunta de tus ojos, ahora Papeles en el viento ¿Por qué crees


que tus novelas llegan al cine?

- No estoy seguro. No es algo que yo me proponga antes de escribir. Pero sí me


gusta que suceda. Como una segunda vida a mis libros. Tal vez, pero no estoy
seguro, tenga que ver con que en mis libros me interesa pintar
personajes pero, también, que sucedan cosas. Que haya una
historia que sucede, que crece y que pasa. No sé, insisto, son meras
especulaciones.

- ¿Qué disfrutas más, tu oficio de escritor o el de lector?

- ¡El de lector! Muchísimo más. Podría vivir sin escribir (aunque me guste
mucho hacerlo). Pero no podría vivir sin leer.

- ¿Te sentís parte de una tradición literaria? ¿Qué autores disfrutás


actualmente?
- No me siento parte de una tradición (porque no me siento a la altura de los
escritores que a todos nos han ido marcando). Pero sí me gusta pensar que
ciertos autores argentinos abrieron un espacio que no sé cómo denominar,
pero que podría ser el de la literatura de la vida cotidiana de las personas
comunes. Ahí Soriano y Fontanarrosa tienen un sitio clave. Pero cuidado, que
los cuentos de Cortázar, décadas atrás, siento que abrieron un camino en el
mismo sentido. La ventaja de ser un advenedizo en el mundo literario es que
puedo generar las filiaciones que se me ocurran, sin sentir que le falto el
respeto a ningún sumo sacerdote. Autores argentinos actuales de los que
disfruto: Claudia Piñeiro, Pablo de Santis, Guillermo Martínez, Sergio Olguín,
Pablo Ramos, Raquel Robles. Y seguro me olvido de alguno de los que me
gustan y después me quiero matar, ¡por ingrato!

© LA GACETA

La pelota literaria
Cada vez hay más cuentos y novelas sobre la actividad, y las
editoriales ven un mercado redituable; la sensación es que el
deporte más popular del país, tantas veces criticado por los
sectores ilustrados, logró liberarse de los prejuicios y ahora
también está de moda en el mundo de los intelectuales
Pablo Hacker
LA NACION

DOMINGO 06 DE ENERO DE 2008

Como fenómeno, el fútbol ha sido objeto de crítica por parte de distintos


sectores intelectuales. "Desprecio este deporte y a las almas pequeñas que
pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan", dijo alguna vez
el escritor británico Rudyard Kipling, en 1880, y, de alguna manera, inauguró
los comentarios negativos. Más cerca en el tiempo y en una versión más
nacional, Jorge Luis Borges también se despachó: "Es feo estéticamente. Once
jugadores contra once, corriendo atrás de un balón no son especialmente
hermosos", expresó. Estaba claro que entre las letras y la pelota no había
amor.
Transcurrió el tiempo y el fútbol empezó a ser aceptado como parte de la
cultura popular. En la Argentina, a mediados de los setenta, un grupo de
hombres encabezados por Osvaldo Soriano y Roberto Fontanarrosa, quizá las
dos mejores plumas futboleras de la Argentina, más Juan Sasturain y
Alejandro Dolina, se decidió a escribir sobre el deporte que tanto amaban y así
la ficción también se adueñó de la pelota, ya que por entonces lo más común
era leer crónicas deportivas.
Hoy, el fenómeno ha crecido y son cada vez más las editoriales que
apuestan por el fútbol. Hay cuentos, novelas, libros históricos e
investigaciones periodísticas, todas con la N° 5 como referencia, y hasta una
editorial especializada en estos temas como ediciones Al Arco (ver aparte).
Incluso, algunas obras ya fueron best sellers, como Y el fútbol contó un
cuento , de Alejandro Apo, y Hablemos de fútbol , de Víctor Hugo Morales y
Roberto Perfumo, entre otras.
Según la Agencia Argentina de ISBN (International Standard Book
Number), en 1996 se publicaron 21 títulos con la temática fútbol; mientras
que, en 2005, fueron 65 los ejemplares, y, en 2006, 59. Dentro de la categoría
narrativa argentina, hay 48 libros que contienen en su título la palabra fútbol,
pero, desde la Cámara Argentina del Libro, aseguran que la cantidad sería
mayor, porque hay muchos que escriben sobre este deporte, aunque al
registrarlo no hacen ninguna mención temática.
"En la Argentina, hasta la década del sesenta, los sectores ilustrados
separaban de la cultura a todas las manifestaciones que estuvieran fuera de las
bellas artes y la literatura. El fútbol era un fenómeno desdeñable, que se
asociaba a la irracionalidad de las masas", dice Sasturain, que a mediados de
los ochenta publicó El arco más grande del mundo . Luego, sigue: "Con la
cultura de masas, se amplió el concepto. A partir de los setenta, se empezó a
mirar de otra forma algunas actividades y se visualizó a los escritores
futboleros. Lo nuevo es que, a partir de los ochenta, el fútbol entra como
elemento de ficción en forma regular".
Hasta mediados del siglo pasado, prácticamente no había títulos futboleros.
Apenas se pueden nombrar al cuento Puntero izquierdo, de Mario Benedetti
("Para mí, fue la obra fundacional de la literatura futbolera", destaca el
periodista Alejandro Apo) o Suicidio en la cancha, de Horacio Quiroga. Con
los textos de Fontanarrosa, cuya muerte el año último ha enaltecido a este tipo
de literatura, y la aparición de la antología del poeta Roberto
Santoro, Literatura de la pelota , que hace muy poco se reeditó, el fenómeno
empezó a crecer, y hoy al recorrer alguna librería de la Argentina uno puede
encontrar escritos sobre el tema del uruguayo Eduardo Galeano o del
mexicano Juan Villoro, y también hay lugar para el libro de cuentos sobre la
pelota de Larry de Clay, uno de los humoristas del programa de
televisión Showmatch . En el medio, aparecen textos de periodistas
deportivos, cuentistas contemporáneos como Eduardo Sacheri y biografías de
deportes. Desde Diego Maradona hasta Marcos Di Palma.
"Abrimos un espacio necesario, porque estos libros eran rechazados por
otras editoriales, que ahora ven lo que hacemos y están interesadas", piensa
Julio Boccalatte, uno de los fundadores de Ediciones Al Arco, que en cuatro
años editó por lo menos 25 títulos sobre deporte. En otros sellos, cada vez
miran más hacia el sector, aunque descartan que sea un boom. "Había un
preconcepto de que el fútbol no vendía, predominante en los ochenta y en los
noventa. Cuando Planeta editó el libro Yo soy el Diego , con la historia de
Maradona, se descubrió que era un buen nicho comercial. Ese libro vendió
más de 300.000 ejemplares", explica Ignacio Iraola, director editorial de
Planeta.
"El fútbol es un tema de interés masivo y ya se transformó en mucho más
que un deporte. No avizoramos un agotamiento del tema", cuenta Julia
Saltzmann, subdirectora editorial de Alfaguara, que vendió más de 25.000
ejemplares con una antología de cuentos futboleros y que, el año último, editó
un nuevo libro ( Y el fútbol contó un cuento ). "El auge de esta literatura
existió siempre. Ahora, desapareció el desprestigio sobre estas historias", se
suma Sergio Divinsky, de Ediciones De La Flor, el sello que se encargó de la
mayoría de las obras de Fontanarrosa.
¿Cuál es la explicación de este fenómeno? "Hay una moda. Escribir sobre
fútbol está más legitimado que antes, pero todo tiene que ver con el éxito
editorial, aunque la gente de la literatura ahora lo respeta más", responde
Sacheri, cuyos cuentos más conocidos son los futboleros, y su historia es
bastante particular, porque sus escritos se oyeron primero en el programa de
radio Todo con Afecto, de Apo, y luego se convirtieron en libro.
"El problema era que se criticaba al fútbol; no a la literatura. Ahora, este
deporte ocupa un lugar de privilegio en los medios y está mucho más
aceptado. Lo importante no son los temas, sino que los textos sean buenos",
sostiene Sasturain. "Antes, una parte de los intelectuales consideraba al fútbol
como el opio de los pueblos, porque distraía al público y había una condena
muy fuerte", entra en juego Martín Caparrós, autor del libro Boquita .
El público parece que se acerca a este tipo de literatura. "A partir de los
noventa, en el fútbol hubo un desequilibrio en favor del espectáculo televisivo,
que dejó de lado la esencia misma del deporte. Paralelamente, se produjo una
eclosión de relatos futboleros, que recuperan ciertos aspectos. Es como que se
pudo ir a buscar a otro lado el placer perdido del potrero, de las tribunas",
explica Sacheri.
"El fútbol tiene mucha carga afectiva, pega en terrenos
subjetivos, que son la fuente de la literatura y se conecta con
muchos conflictos humanos: la hombría, la relación con el padre,
los vínculos colectivos, el sabor de la cotidianidad", afirma
Saltzmann.
En esta nueva relación entre las letras y la pelota, el periodismo deportivo
no ocupa un lugar menor. "En los ochenta, algunos hemos escrito de fútbol en
medios en los que la pelota no tenía lugar. Cruzamos la práctica con el
soporte", acota Sasturain.
Sin embargo, hay dudas sobre si este tipo de literatura está influyendo en la
forma de escritura de los medios deportivos. "Depende de las libertades que
brindan los editores para volar. Pero veo en las revistas cada vez más
recursos", explica Sacheri. "En el periodismo, no hay una actitud de formarse
desde la lectura", considera Boccalatte.
El interrogante es si este tipo de práctica corre el riesgo de agotarse. "Lo
importante es ir más allá. Siempre dudo de quienes sólo pueden escribir sobre
fútbol. Quizá puede pasar de moda", señala Saccheri. "Es un territorio a seguir
explorando; hay que buscar aquellos lugares paralelos que todavía no se
descubrieron", se opone Boccalatte. Caparrós lanza una advertencia y otra
mirada: "No sé qué alcances puede tener. Me cuesta pensar al fútbol dentro de
la literatura, porque un partido ya de por sí es un relato extraordinario.
Cuando vemos un partido, somos chicos oyendo un cuento, ansiosos porque
llegue ese final que nos encandile".
La relación entre la pelota y los libros avanza, y no hay peleas conyugales.
Por ahora, no hay noticias de un acta de divorcio.
Críticas de todas las ideologías, según Sasturain "En la Argentina,
el fútbol fue criticado por los puristas desde su profesionalización, en la
década del 30. En los sectores de derecha, había un desdén hacia la pelota por
considerar a este deporte como una práctica popular. Desde la izquierda, el
progresismo consideraba a todo lo que fuera entretenimiento como alienación
y pan y circo. Recién a fines de los sesenta se lo empezó a mirar de otra
manera", contextualiza Juan Sasturain.
Camus no duda y le da las gracias al fútbol "Tras muchos años en los
que el mundo me ha brindado innumerables espectáculos, lo que finalmente
sé con mayor certeza respecto a la moral y a las obligaciones de los hombres se
lo debo al fútbol", escribió Albert Camus, nacido en Argelia y una de las
mejores plumas en lengua francesa, que fue Premio Nobel de Literatura, en
1957. Camus, que murió en 1960 en un accidente de tránsito, era arquero o
delantero, pero su carrera como futbolista se interrumpió a los 17 años por
una tuberculosis.

Releemos y analizamos
1. Subrayá en los artículos periodísticos las ideas que aparezcan sobre el origen de la literatura
futbolera, su evolución y sus mayores representantes.
2. Apoyándose en los textos, respondé las siguientes preguntas:
3. ¿Por qué se afirma que el fútbol es una fuente importante para la literatura?
4. ¿Cómo era la relación entre el fútbol y la literatura y cuándo y cómo se modifica?
5. ¿En qué época comienza a producirse literatura futbolera y cuál es, según Apo, la obra
fundacional?
6. ¿Cuáles son los temas centrales que aborda la literatura de la vida cotidiana para Eduardo
Sacheri?
7. Explicá esta frase de Sacheri: “El fútbol permite ese salto de lo prosaico a lo
profundo, y de vuelta hacia acá".
Leemos
Literatura de la pelota: contar el fútbol
El escritor uruguayo Eduardo Galeano afirma en su libro El fútbol a sol y
sombra: « ¿En qué se parece el fútbol a Dios? En la devoción que le tienen
muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales». Y
siendo más explícito y sentando su postura en esta temática, sentencia: «La
mayoría de los escritores de América Latina somos futbolistas frustrados»
A pesar de las supuestas y sostenidas distancias entre este deporte que
representa la cultura popular y la literatura que representa “supuestamente” la
cultura culta, el mundo de la literatura es ampliamente variable porque siempre
se encuentra mirando a la sociedad en la que se produce y a sus producciones
culturales de las que inevitablemente habla. En este sentido, fueron diversos
intelectuales y periodistas argentinos (Pablo Rojas Paz, Roberto Jorge Santoro,
Osvaldo Soriano, Roberto Fontanarrosa, Juan Sasturain, Eduardo Sacheri,
Alejandro Apo, entre otros) los mayores responsables de vislumbrar al fútbol no
sólo como el «meter la pelota dentro del arco», sino como una práctica
cultural que despierta una ferviente identidad pasional en la sociedad
argentina.
El fútbol en sí mismo, en sus comienzos, era presentado por ingleses y
reservado de forma pura y exclusiva para la alta sociedad. Ningún deporte, en
general, era pensado ni dirigido al pueblo, sino para quienes lo podían pagar. Fue
el siglo xx el que inició el cambio. Los escritores diversificaron las historias de
sus libros, y aumentaron la variedad de sus temáticas. El lector empezó a
disfrutar de argumentos mucho más accesibles y cercanos, entre los cuales se
encontraba la materia del fútbol.
De a poco, este deporte fue ingresando en el mundo literario. Los
escritores comprendieron que para reflejar su medio socio-cultural con la mayor
amplitud y precisión posible debían tocar ciertos temas o asuntos que años antes
habían sido negados al mundo intelectual. Así, el fútbol comenzó a enlazar
núcleos que hasta ese entonces vivían separados: el letrado con el iletrado, el
universitario con el obrero. Contribuyó a acelerar la integración de los
inmigrantes al medio local y a superar las diferencias idiomáticas, de clase y de
costumbres. Y esto empezó a traducirse en las letras. La intelectualidad se podía
cultivar también con temáticas populares. El fútbol era un alimento más para
nutrir al mundo intelectual.

Releemos y analizamos
1. ¿Cuáles son las razones principales por las que el fútbol ingresa en la literatura?
2. ¿A qué se refiere el texto cuando dice que “el fútbol era un alimento para nutrir el
alma intelectual”?
Leemos: El penal más largo del mundo de Osvaldo
Soriano

El penal más fantástico del que yo tenga noticia se tiró en 1958 en un lugar perdido
del valle de Río Negro, en Argentina, un domingo por la tarde en un estadio vacío. Estrella
Polar era un club de billares y mesas de baraja, un boliche de borrachos en una calle de tierra
que terminaba en la orilla del río. Tenía un equipo de fútbol que participaba en el campeonato
del valle porque los domingos no había otra cosa que hacer y el viento arrastraba la arena de
las bardas y el polen de las chacras.
Los jugadores eran siempre los mismos, o los hermanos de los mismos. Cuando yo
tenía quince años, ellos tendrían treinta y me parecían viejísimos. Díaz, el arquero, tenía casi
cuarenta y el pelo blanco que le caía sobre la frente de indio araucano. En el campeonato
participaban dieciséis clubes y Estrella Polar siempre terminaba más abajo del décimo puesto.
Creo que en 1957 se habían colocado en el decimotercer lugar y volvían a sus casas
cantando, con la camiseta roja bien doblada en el bolso porque era la única que tenían. En
1958 empezaron ganándole a Escudo Chileno, otro club de miseria.
A nadie le llamo la atención eso. En cambio, un mes después, cuando habían ganado
cuatro partidos seguidos y eran los punteros del torneo, en los doce pueblos del valle empezó
a hablarse de ellos.
Las victorias habían sido por un gol, pero alcanzaban para que Deportivo Belgrano, el
eterno campeón, el de Padini, Constante Gauna y Tata Cardiles, quedara relegado al segundo
puesto, un punto más abajo. Se hablaba de Estrella Polar en la escuela, en el ómnibus, en la
plaza, pero no imaginaba todavía que al terminar el otoño tuvieran 22 puntos contra 21 de los
nuestros.
Las canchas se llenaban para verlos perder de una buena vez. Eran lentos como
burros y pesados como roperos, pero marcaban hombre a hombre y gritaban como marranos
cuando no tenían la pelota. El entrenador, un tipo de traje negro, bigotitos recortados, lunar en
frente y pucho apagado entre los labios, corría junto a la línea de toque y los azuzaba con una
vara de mimbre cuando pasaban a su lado. El público se divertía con eso y nosotros, que por
ser menores jugábamos los sábados, no nos explicábamos como ganaban si eran tan malos.
Daban y recibían golpes con tanta lealtad y entusiasmo, que terminaban apoyándose
unos sobre otros para salir de la cancha mientras la gente les aplaudía el 1 a 0 y les alcanzaba
botellas de vino refrescadas en la tierra húmeda. Por las noches celebraban en el prostíbulo
de Santa Ana y la gorda Leticia se quejaba de que se comieran los restos del pollo que ella
guardaba en la heladera. Eran la atracción y en el pueblo se les permitía todo. Los viejos los
recogían de los bares cuando tomaban demasiado y se ponían pendencieros; los
comerciantes les regalaban algún juguete o caramelos para los hijos y en el cine, las novias
les consentían caricias por encima de las rodillas. Fuera de su pueblo nadie los tomaba en
serio, ni siquiera cuando le ganaron a Atlético San Martín por 2 a 1.
En medio de la euforia perdieron, como todo el mundo, en Barda del Medio y al
terminar la primera rueda dejaron el primer puesto cuando Deportivo Belgrano los puso en su
lugar con siete goles. Todos creímos, entonces, que la normalidad empezaba a restablecerse.
Pero el domingo siguiente ganaron 1 a 0 y siguieron con su letanía de laboriosos, horribles
triunfos y llegaron a la primavera con apenas un punto menos que el campeón.
El último enfrentamiento fue histórico por el penal. El estadio estaba repleto y los
techos de las casas también. Todo el mundo esperaba que Deportivo Belgrano repitiera los
siete goles de la primera rueda. El día era fresco y soleado y las manzanas empezaban a
colorearse en los árboles. Estrella Polar trajo más de quinientos hinchas que tomaron una
tribuna por asalto y los bomberos tuvieron que sacar las mangueras para que se quedaran
quietos.
El referí que pitó el penal era Herminio Silva, un epiléptico que vendía las rifas del
club local y todo el mundo entendió que se estaba jugando el empleo cuando a los cuarenta
minutos del segundo tiempo estaban uno a uno y todavía no había cobrado la pena por más
que los de Deportivo Belgrano se tiraran de cabeza en el área de Estrella Polar y dieran
volteretas y malabarismos para impresionarlo. Con el empate el local era campeón y Herminio
Silva quería conservar el respeto por sí mismo y no daba penal porque no había infracción.
Pero a los 42 minutos, todos nos quedamos con la boca abierta cuando el puntero
izquierdo de Estrella Polar clavó un tiro libre desde muy lejos y se pusieron arriba 2 a 1.
Entonces sí, Herminio Silva pensó en su empleo y alargó el partido hasta que Padini entró en
el área y ni bien se le acercó un defensor pitó. Ahí nomás dio un pitazo estridente, aparatoso y
sancionó el penal. En ese tiempo el lugar de ejecución no estaba señalado con una mancha
blanca y había que contar doce pasos de hombre. Herminio Silva no alcanzó siquiera a
recoger la pelota porque el lateral derecho de Estrella Polar, el Colo Rivero, lo durmió de un
cachetazo en la nariz. Hubo tanta pelea que se hizo de noche y no hubo manera de despejar
la cancha ni de despertar a Herminio Silva. El comisario, con la linterna encendida, suspendió
el partido y ordenó disparar al aire. Esa noche el comando militar dictó estado de emergencia,
o algo así, y mandó a enganchar un tren para expulsar del pueblo a toda persona que no
tuviera apariencia de vivir allí.
Según el tribunal de la Liga, que se reunió el martes, faltaban jugarse veinte segundos
a partir de la ejecución del tiro penal y ese match aparte entre Constante Gauna, el shoteador
y el gato Díaz al arco, tendría lugar el domingo siguiente, en el mismo estadio a puertas
cerradas. De manera que el penal duró una semana y fue, si nadie me informa lo contrario, el
más largo de toda la historia. El miércoles faltamos al colegio y nos fuimos al pueblo vecino a
curiosear. El club estaba cerrado y todos los hombres se habían reunido en la cancha, entre
las bardas. Formaban una larga fila para patearle penales al Gato Díaz y el entrenador de traje
negro y lunar trataba de explicarles que esa era la mejor manera de probar al arquero.
Al final, todos tiraron su penal y el Gato atajó unos cuantos porque le pateaban con
alpargatas y zapatos de calle. Un soldado bajito, callado, que estaba en la cola, le tiró un
puntazo con el borceguí militar y casi arranca la red. Al caer la tarde volvieron al pueblo,
abrieron el club y se pusieron a jugar a las cartas. Díaz se quedó toda la noche sin hablar,
tirándose para atrás el pelo blanco y duro hasta que después de comer se puso un
escarbadientes en la boca y dijo:
-Constante los tira a la derecha.
-Siempre -dijo el presidente del club.
-Pero él sabe que yo sé.
-Entonces estamos jodidos.
-Sí, pero yo sé que él sabe -dijo el Gato.
-Entonces tírate a la izquierda y listo -dijo uno de los que estaban en la mesa.
-No. Él sabe que yo sé que él sabe -dijo el Gato Díaz y se levantó para ir a dormir.
-El Gato está cada vez más raro -dijo el presidente del club cuando lo vio salir
pensativo, caminando despacio.
El martes no fue a entrenar y el miércoles tampoco. El jueves, cuando lo encontraron
caminando por las vías del tren estaba hablando solo y lo seguía un perro con el rabo cortado.
-¿Lo vas a atajar?- le preguntó, ansioso, el empleado de la bicicletería.
–No sé. ¿Qué me cambia eso? –preguntó.
–Que nos consagramos todos, Gato. Les tocamos el culo a esos maricones de
Belgrano.
–Yo me voy consagrar cuando la rubia de Ferreyra me quiera querer –dijo y silbó al
perro para volver a su casa.
El viernes, la rubia de Ferreyra estaba atendiendo la mercería cuando el intendente
del pueblo entró con un ramo de flores y una sonrisa ancha como una sandía abierta. Esto te
lo manda el Gato Díaz y hasta el lunes vos decís que es tu novio.
–Pobre tipo –dijo ella con una mueca y ni miró las flores que habían llegado de
Neuquén por el ómnibus de las diez y media.
A la noche fueron juntos al cine. En el entreacto el Gato salió al hall a fumar y la rubia
de los Ferreyra se quedó sola en la media luz, con la cartera sobre la falda, leyendo cien
veces el programa sin levantar la vista.
El sábado a la tarde el Gato Díaz pidió prestadas dos bicicletas y fueron a pasear a
las orillas del río. Al caer la tarde la quiso besar, pero ella dio vuelta la cara y dijo que el
domingo a la noche, tal vez, después que atajara el penal, en el baile.
– ¿Y yo cómo sé? –dijo él.
– ¿Cómo sabés qué?
–Si me tengo que tirar para ese lado.
La rubia Ferreyra lo tomó de la mano y lo llevó hasta donde habían dejado las
bicicletas.
–En esta vida nunca se sabe quién engaña a quién –dijo ella.
– ¿Y si no lo atajo? –preguntó él.
–Entonces quiere decir que no me querés –respondió la rubia, y volvieron al pueblo.
El domingo del penal salieron del club veinte camiones cargados de gente, pero la
policía los detuvo a la entrada del pueblo y tuvieron que quedarse a un costado de la ruta,
esperando bajo el sol. En aquel tiempo y en aquel lugar no había emisoras de radio, ni forma
de enterarse de lo que ocurría en una cancha cerrada, de manera que los de Estrella Polar
establecieron una posta entre el estadio y la ruta.
El empleado del bicicletero subió a un techo desde donde se veía el arco del Gato Díaz y
desde allí narraba lo que ocurría a otro muchacho que había quedado en la vereda que a su
vez transmitía a otro que estaba a veinte metros y así hasta que cada detalle llegaba a donde
esperaban los hinchas de Estrella Polar.
A las tres de la tarde, los dos equipos salieron a la cancha vestidos como si fueran a
jugar un partido en serio. Herminio Silva tenía un uniforme negro, desteñido pero limpio y
cuando todos estuvieron reunidos en el centro de la cancha fue derecho hasta donde estaba el
Colo Rivero que le había dado el cachetazo el domingo anterior y lo expulsó de la cancha.
Todavía no se había inventado la tarjeta roja, y Herminio señalaba la entrada del túnel con una
mano temblorosa de la que colgaba el silbato.
Al fin, la policía sacó a empujones al Colo que quería quedarse a ver el penal.
Entonces el árbitro fue hasta el arco con la pelota apretada contra una cadera, contó doce
pasos y la puso en su lugar. El Gato Díaz se había peinado a la gomina y la cabeza le brillaba
como una cacerola de aluminio.
Nosotros los veíamos desde el paredón que rodeaba la cancha, justo detrás del arco,
y cuando se colocó sobre la raya de cal y empezó a frotarse las manos desnudas, empezamos
a apostar hacía dónde tiraría Constante Gauna.
En la ruta habían cortado el tránsito y todo el Valle estaba pendiente de ese instante
porque hacía diez años que el Deportivo Belgrano no perdía un campeonato. También la
policía quería saber, así que dejaron que la cadena de relatores se organizara a lo largo de
tres kilómetros y las noticias llegaban de boca en boca apenas espaciadas por los sobresaltos
de la respiración.
Recién a las tres y media, cuando Herminio Silva consiguió que los dirigentes de los
dos clubes, los entrenadores y las fuerzas vivas del pueblo abandonaran la cancha, Constante
Gauna se acercó a acomodar la pelota. Era flaco y musculoso y tenía las cejas tan pobladas
que parecían cortarle la cara en dos. Había tirado ese penal tantas veces –contó después–
que volvería a patearlo a cada instante de su vida, dormido o despierto.
A las cuatro menos cuarto, Herminio Silva se puso a medio camino entre el arco y la
pelota, se llevó el silbato a la boca y sopló con todas sus fuerzas. Estaba tan nervioso y el sol
le había machacado tanto sobre la nuca, que cuando la pelota salió hacia el arco, el referí
sintió que los ojos se reviraban y cayó de espalda echando espuma por la boca. Díaz dio un
paso al frente y se tiró a su derecha. La pelota salió dando vueltas hacía el medio del arco y
Constante Gauna adivinó enseguida que las piernas del Gato Díaz llegarían justo para
desviarla hacia un costado. El gato pensó en el baile de la noche, en la gloria tardía y en que
alguien corriera a tirar la pelota al córner porque había quedado picando en el área.
El petiso Mirabelli llegó primero que nadie y la sacó afuera, contra el alambrado,
pero el árbitro Herminio Silva no podía verlo porque estaba en el suelo, revolcándose con su
epilepsia. Cuando todo Estrella Polar se tiró sobre el Gato Díaz, el juez de línea corrió hacía
Herminio Silva con la bandera parada y desde el paredón donde estábamos sentados oímos
que gritaba: “¡no vale, no vale!”.
La noticia corrió de boca en boca, jubilosa. La atajada del Gato y el desmayo del
árbitro. Entonces en la ruta todos abrieron las botellas de vino y empezaron a festejar, aunque
el “no vale” llegara balbuceado por los mensajeros como una mueca atónita.
Hasta que Herminio Silva no se puso de pie, desencajado por el ataque, no hubo respuesta
definitiva. Lo primero que preguntó fue “qué pasó” y cuando se lo contaron sacudió la cabeza y
dijo que había que patear de nuevo porque él no había estado allí y el reglamento decía que el
partido no puede jugarse con un árbitro desmayado. Entonces el Gato Díaz apartó a los que
querían pegarle al vendedor de rifas de Deportivo Belgrano y dijo que había que apurarse
porque esa noche él tenía una cita y una promesa y fue otra vez bajo el arco.
Constante Gauna debía tenerse poca fe, porque le ofreció el tiro a Padini y recién
después fue hacía la pelota mientras el juez de línea ayudaba a Herminio Silva a mantenerse
parado. Afuera se escuchaban bocinazos de festejo y los jugadores de Estrella Polar
empezaron a retirarse de la cancha rodeados por la policía.
El pelotazo salió hacia la izquierda y el Gato Díaz se fue para el mismo lado con una
elegancia y una seguridad que nunca más volvió a tener. Costante Gauna miró al cielo y
después se echó a llorar. Nosotros saltamos del paredón y fuimos a mirar de cerca a Díaz, el
viejo, el grandote, que miraba la pelota que tenía entre las manos como si hubiera sacado la
sortija de la calesita.
Dos años más tarde, cuando él era una ruina y yo un joven insolente, me lo encontré
otra vez, a doce pasos de distancia y lo vi inmenso, agazapado en puntas de pie, con los
dedos abiertos y largos. En una mano llevaba un anillo de matrimonio que no era de la rubia
de los Ferreyra sino de la hermana del Colo Rivero, que era tan india y tan vieja como él. Evité
mirarlo a los ojos y le cambié la pierna; después tiré de zurda, abajo, sabiendo que no llegaría
porque estaba un poco duro y le pesaba la gloria. Cuando fui a buscar la pelota dentro del
arco, el Gato Díaz estaba levantándose como un perro apaleado.
–Bien, pibe –me dijo–. Algún día, cuando seas viejo, vas a andar contando por ahí que
le hiciste un gol al Gato Díaz, pero nadie te lo va a creer.

Leemos
Los temas de la literatura futbolera

La literatura futbolera da cuenta no sólo del tema del fútbol en sí mismo y de


todos sus protagonistas, sino que, a través de establecer relaciones metafóricas con el
mundo del fútbol (partidos, equipo, triunfo, fracaso, traición, etc.) incorpora temas de la
vida cotidiana, de la esfera humana, que se relacionan con el fútbol, ya sea como
metáfora (la vida como un partido, por ejemplo) o como marco con el cual se relacionan
la historia principal todo el tiempo (y donde también se establecen relaciones
metafóricas y comparaciones).
A través de estas relaciones, la literatura futbolera abordará diversos tópicos: la
amistad, la fidelidad, la traición, la pasión, la búsqueda del triunfo, el fracaso, etc.

Releemos y analizamos
1. ¿Dónde sucede la historia y quiénes son sus protagonistas principales?
2. ¿Cómo son los ambientes futboleros que se describen?
3. ¿Qué sucede para que se invalide el penal la primera vez?
4. ¿Por qué se dice que fue “el penal más largo del mundo”?
5. A través del tópico de “el sueño imposible” se establece la relación comparativa fútbol-
vida. Describí esta relación en el cuento: personajes y acontecimientos involucrados.
6. ¿Cuáles son los temas centrales de la literatura futbolera? Ejemplificá algunos con los
cuentos vistos en clase.
7. ¿Qué tipo de personajes protagonizan generalmente las ficciones narrativas futboleras?
Caracterizá sus roles en la comunidad en la que se desenvuelven, sus modos de habla, su
relación con los otros personajes y con el fútbol. Ejemplificá con los relatos que leímos.
Tallereamos
Transfórmense en relatores de fútbol y escriban un breve relato deportivo del último penal.
Debe estar narrado en 1ra persona (el relator) y en presente (el partido está ocurriendo en
el momento que lo narran, no es algo pasado). Pueden incorporar diálogos con algún
comentarista, si lo desean.

Leemos: Sobre el origen de la crónica de fútbol


Pablo Rojas Paz “el negRo de las tRibunas”:
crónicas de la pasión.
El ensayista y poeta argentino Pablo Rojas Paz fue un ícono de la crónica futbolera,
mejor dicho: fue el artífice. Desde los años 30, se destacó por sus crónicas deportivas y pasó
a la historia como «El Negro de las tribunas». Sus crónicas de fútbol se caracterizaron por ser
extensos relatos en los cuales narraba con lujo de detalles cada jugada y cada incidencia del
partido. Rojas Paz comenzó a llevar al fútbol por el camino de la literatura, casi sin
proponérselo. A través de sus crónicas, publicadas en el diario Crítica apenas unas horas
después de terminados los partidos, informaba todo lo sucedido en la cancha y fuera de ella:
el marco, los sonidos, los cánticos, el fanatismo, la cultura de la época.
Cuenta Juan José De Soiza Reilly que hace más de 70 años, allá por la década del 30
y el 40, un buen día el periodista y director del diario Crítica, Natalio Botana, se lamentaba
porque su diario no tenía la difusión deseada y decidió pensar en estrategias que ayudaran a
sumar lectores. Debía buscar algo que sirviera de incentivo, de palanca para aumentar las
ventas. «El Diente», apodo de uno de los canillitas que distribuía el periódico, le aconsejó
que -para lograr ese anhelo- le dedicara una página entera al fútbol. Botana, sin dudarlo,
aceptó la sugerencia del Diente y eligió al periodista Pablo Rojas Paz, una de las plumas más
ágiles y originales del periódico, para que se hiciera cargo de esa responsabilidad. «Te confío
la tarea de embellecer el fútbol», le dijo Botana y el futuro «Negro de las tribunas» asumió
el desafío a la perfección.
A partir de ese momento, las columnas deportivas del diario Crítica popularizaron
los comentarios futbolísticos con estilo literario. En sus crónicas deportivas, Rojas Paz se
transformaba en un protagonista al incorporar mucho relato en primera persona de sus
vivencias en la cancha durante los partidos. Fue, nada más y nada menos, quien bautizó a la
hinchada de Boca como El jugador número 12.
Pablo Rojas Paz, quien recibiera –entre otros- el Premio Nacional de Literatura en
1940 por El patio de la noche, nació en San Miguel de Tucumán el 26 de junio de 1896 y
murió el 1° de octubre de 1956, poco tiempo después de escribir esta crónica,
especialmente pedida para el segundo tomo de la Historia del fútbol argentino. Leamos al
Negro de la Tribuna.

CONTARSE A SÍ MISMO

(…) ¿Cómo me inicié en la crónica deportiva? El asunto es muy sencillo y paso


inmediatamente a explicarlo; deben estar por cumplirse los treinta años de todo esto. En mi Tucumán
natal mientras hacía el Colegio Nacional, practicaba toda clase de deportes por consejo médico. El
deportista que admiraba cuando muchacho era mister Beaumont, que lo mismo bateaba una pelota de
cricket que dirigía la delantera de Atlético en el fútbol. Había jugado yo partidos entreverados contra
bomberos y ferroviarios de tal violencia que lo que se cuenta de cómo se jugaba en la época de Jacobo
I era minué con reverencias comparado con aquello. Había visto jugar creo que en 1908, cuando era
muy pibe, a la primera delegación porteña que fue a Tucumán presidida por el referee Gronda. Con él
fueron Stanfield que jugaba en el arco, los Susan, Weiss, Polimeni, Eizaguirre.
Cuando vine a Buenos Aires con el sano propósito de estudiar medicina, continué viendo
fútbol. Es así que me hice partidario de Estudiantes. En general, en esa época se jugaba un fútbol
lento, de pases largos, de un ritmo casi ceremonioso; los hombres eran recios, el shot potente. El
cambio de juego, la evolución de la forma del deporte, trajo otro tipo humano. El fútbol veloz dio lugar a
la aparición del jugador habilidoso, de poca estatura, gambeteador y veloz

NACE UN CRONISTA DEPORTIVO

Sucedió que un domingo se me ocurrió ir a la cancha de Barracas Central, a ver el partido que
éste debía jugar con Estudiantes de La Plata. La entrada de la cancha era un estrechísimo zaguán
formado por chapas de zinc. Desde antes el partido ya se notaba un ambiente de excitación; había
ambiente de bronca, pero no precisamente contra Estudiantes sino que parecía que un asunto interno
había disgregado y dividido a los asociados del local. Estaba a punto de terminar el primer tiempo
cuando comenzaron a volar desde lo que ha dado en llamarse platea, hacia las tribunas, numerosas
botellas de cerveza, vacías, por supuesto. El tumulto se hizo indescriptible; las escasas mujeres que en
esa época acudían al fútbol gritaban; se desarrollaban matches de box simultáneos y encuentros
decatch as catch can. Mientras los revoltosos descendían precipitadamente para intervenir en la gresca
llevándose todo el mundo por delante, los más prudentes buscamos las alturas para ponernos a
resguardo contra los riesgos de pedradas y botellazos. Yo, por supuesto, fui de estos últimos. Estaba
apostado en la grada más alta de los tablones observando lo que pasaba allá abajo, cuando advertí
que a mi lado se encontraba el secretario de Crítica, don Alberto Cordone, quien sonriendo comentó
mirándome: “No sabía que le gustaba el fútbol”. No fue fácil salir de aquel campo de batalla. Era
oración cerrada cuando pudimos dirigirnos hacia un punto donde algo nos trajera hacia el centro. Total,
estuvimos dos horas esperando que terminara aquella gresca, habiendo visto apenas cuarenta minutos
de juego.
No había nada que hacer, el diario había decidido que yo hiciese fútbol como en otra
oportunidad había decidido que hiciese teatro, crítica literaria, parlamentarias, turf o lo que fuese. Es
así que el secretario de redacción me llamó para que escribiera el partido que habíamos visto el día
anterior. Como a mí lo mismo me daba hacer eso que otra cosa, me puse a escribir con la mayor
alegría del mundo y llevé luego las cuartillas al “capo” quien me instó a que me buscara un seudónimo.
No me costó mucho encontrarme uno: El negro de la tribuna. (…)
(…) Esto de que un joven literato, promesa de las letras nacionales, esperanza de la literatura
americana, hubiera descendido a hacer fútbol no dejó de causar sorpresa en nuestro suberáceo
ambiente. Yo era un loco que no tomaba nada en serio, que pensaba como Sartre que la vida es una
pasión inútil. Me cerraba para siempre jamás las puertas de las academias, ya era un maldito
entregado al populacho. Para chocarme mis compañeros ya no me saludaban: “Adiós, Rojas Paz”, sino
que me decían: “Qué tal, negro de la tribuna”. (…)
(…) Para mí era muy divertido hacer fútbol; se me despertó una pasión desatentada por lo
deportivo y no sólo me ocupaba del fútbol sino de toda clase de deportes; claro que por la paga no
debía ser, puesto que yo recibía de la fuerte empresa periodística en que trabajaba, tan sólo “diez
pesos para gastos por partido”. No olvidemos que esos diarios eran los líderes de las aspiraciones
populares, lo que no les impedía explotar a sus redactores hasta volverlos tuberculosos. (…)
ODISEAS EN LAS CANCHAS. MÚSICA, NARANJAZOS Y SUELDO DE HAMBRE

Ser cronista de deportes tenía mucho parecido con ser corresponsal de guerra; cada
encuentro era un combate del cual no se sabía mucho como se iba a regresar. Nuestro trabajo era
agotador; el hincha después del match, se va a su casa a descansar, a tomar mate o a comentar
tranquilamente el partido. Nosotros debíamos ir a la redacción a sacarle jugo a la máquina escribiendo
para la sexta edición. Después de haber cobrado como el que más con las emociones del encuentro,
debía tenerse la suficiente personalidad para ser veraz y ser justo. Pero yo no podía, yo era
apasionado, no era un juez imparcial, sereno. No podía mantenerme por encima de la contienda. Esto
de estarse reteniendo, según los psicoanalistas, hace mal al corazón, envenena la sangre. Debo
confesar que me gustaba mucho Estudiantes y después de este cuadro, Independiente, por el cual
tenía una gran debilidad. No soportaba que ninguno de esos cuadros fuera víctima de una injusticia o
de una agresión. Entonces me levantaba como leche hervida. Y peleaba yo solo contra la partida. No
recuerdo yo que pasó cierta vez entre Boca Juniors y Estudiantes. Yo me puse, por supuesto, del lado
de los pincharratas, como se le decía entonces a Estudiantes. Y ardió Troya. Me mandé un artículo en
que hablaba de todo, me refería a Diderot, a los reyes de Inglaterra y los deportes, los encuentros
gimnásticos entre dos ciudades, la estatuaria deportiva de Grecia. Me hice el entendido de literatura
oriental y hablé de muchas cosas que entendía a medias. No creía ser tan leído; al día siguiente de
aparecido el artículo recibí muchas cartas en cada una de las cuales se me amenazaba con una forma
distinta de castigo, la horca, la guillotina, la lapidación. La hinchada de Boca, a la cual yo había llamado
El Jugador Número 12, cosa que la había halagado, se había puesto iracunda, al parecer, contra mi
modesta persona por los comentarios adversos hacia ella que yo había dejado deslizar en mi crónica.
Un domingo, pasado el tiempo y creyendo en el verso de Rubén Darío “Y la flecha del odio fuese al
viento…”, se me ocurrió volver a la cancha de Boca. Y voy a contar serenamente lo que pasó en
aquella ocasión. Me ubiqué en la tribuna periodística mientras los megáfonos estaban transmitiendo un
tango. El speaker de la radio llenaba los vacíos de silencio transmitiendo grabaciones mientras llegaba
la hora el partido. De pronto se hizo una pausa y el compañero de la radio dijo con voz muy clara:
“Vamos a transmitir ahora la popular Cumparsita en honor de El negro de la tribuna que acaba de
llegar al sector de los periodistas”. Hubo una salva de aplausos y yo me puse de pie para agradecer
tan inmerecida demostración. Estaba así de pie, con el sombrero en la mano, cuando sentí un golpe
brutal en la nuca. Me habían pegado un naranjazo de padre y señor nuestro. Como atontado me dejé
estar un rato con la cabeza metida ente los hombros. Pero me quedé; mi deber era quedarme aunque
vinieran degollando. Me acuerdo que aquel domingo jugaban Boca y Tigre y el cuadro felino la vio
cuadrada todo el tiempo. El tigre se había hecho ratón y Boca era el gato amante de la jugarreta. Hice
una crónica magnífica que fue vivamente comentada con mucha complacencia del Parque Lezama
para el este; pero mi nombre fue abominado en Tigre R. Está visto que en este mundo es difícil
contentar a todos.
Otra vez fui a un partido con el cual un club inauguraba su cancha nueva, con graderías de
cemento, plateas pullman, pero que había destinado a los periodistas un reducto de cuatro por cuatro
para veinte o más tipos en que uno tenía que escribir en la espalda del otro. El partido era malo, la
cancha era fea, corría un viento que alzaba una polvareda de los mil demonios, yo estaba de mal
humor sin un peso en el bolsillo. “Mucha bombarda y platillos para una cancha de bochas”, fue el título
de mi artículo. Y esta vez se me amenazó con la muerte. (…)
(…) Mi estilo era seco y displicente; cuando no me gustaba una cosa no me gustaba. Y no
había nada que hacer. Cuando un partido era malo, era malo aunque jugasen los dioses del Olimpo.
Veáse si no, como ejemplo, esta crónica abreviada que transcribo a continuación: “Con la falta
absoluta de comodidad que es fama en la tribuna periodística de Racing, pudimos seguir el, a
ratos aburrido y a ratos pintoresco match con Atlanta. Había numerosos periodistas
morganáticos, newspapers desconocidos, representantes del Suspiro Filial de Bahía Blanca,
que por poco no festejan a tiros las corridas a lo motocicleta del Chueco García, los rechazos a
martillo de Colón y el desesperado afán de querer cortarse hacia el arco del Tapón Martino.
El match no era una cosa del otro mundo. La amiga de un colega que estaba mi lado se lamentó
de no haber llevado la lana para seguir tejiendo. Otro pidió el teléfono para averiguar qué
caballo había ganado en la tercera. ¿Y después? ¿Qué más? Martino que junto a Salomón
parecía David junto a Goliat. En un momento determinado David quiso sacar la honda, pero
Salomón Goliat lo invitó a pelear para cuando se terminara el partido. ¿Y qué más? Ah, sí. Todo
el mundo se puso a bailar lanceros en la cancha. Reyes, sobrino del célebre fullback de
Avellaneda jugaba al palitroque con los contrarios”. Como se ve, cuando el partido era aburrido yo
también me ponía aburrido. (…)
(…) Podría estar escribiendo largas horas sobre mis recuerdos deportivos. Esta clase de
quehacer dentro del periodismo significó para mí una verdadera alegría. Me gustaba el aire libre, la
gritería y por qué no decirlo, la “bronca”. Iba temprano, veía el preliminar; salía tarde; escribía el
comentario en la propia tribuna. A veces no iba y escribía de oídas con lo que me decían mis amigos
los fotógrafos Hércules Cappellano, Luchetta, Gonzalito, Rodríguez el ronco, honor y gloria para todos
ellos.
Con frecuencia a la noche en algún bar me preguntaban:
-Che Negro, qué tal el partido Boca-Racing…
-No fui –respondía.
-No importa, contalo nomás…

Releemos
1. ¿Por qué utiliza Natalio Botana la expresión “embellecer el fútbol” cuando le pide a Pablo
Rojas Paz que se encargue de la página de fútbol?
2. ¿Quién fue el “negro de la tribuna” y por qué se lo considera un pilar en la fundación de
la literatura que habla de fútbol? ¿Cómo eran sus crónicas?

Tallereamos: crónica futbolera


1) Elegí cualquier noticia sobre fútbol o partido de la actualidad y elaborá una crónica al
estilo de Pablo Rojas Paz. (Extensión de una página como mínimo).

Leemos
La literatura lee al fútbol

Tras el aporte de Pablo Rojas Paz, hubo un bache en el que los estudios
sobre la cultura futbolera brillaron por su ausencia. Entre las décadas del 40 y el
70 no se cuenta con una valiosa literatura de ficción inspirada en el fútbol.
Sebreli asevera que el fútbol, como espectáculo de masas, es uno de los
«fenómenos más apasionantes de la sociedad industrial de los últimos treinta
años», sobre todo en los países de América Latina. Aunque destaca que en
aquellos años la gran mayoría de los intelectuales y los sociólogos no
consideraban este tema digno de atención. En contraposición a esto, «comenzaba
a aparecer una tendencia de populismo antintelectual que descubría los ritos
populares como el fútbol o los ídolos populares»
En 1968, en tanto, el escritor Eduardo Galeano (un apasionado de este
deporte y de los elementos culturales que lo rodean) declaró que muchos de los
intelectuales de la época negaban los sentimientos que no eran capaces de
experimentar y que eso los llevaba a referirse al fútbol «con una mueca de
disgusto, asco o indignación».
El paso de los años le fue dando cada vez más importancia a este juego, y
la literatura no podía ignorar esta manifestación que tantas pasiones despertaba
en las masas. La evolución del deporte y su expresión en el papel fue
convirtiendo de a poco al fútbol en una «escuela práctica de democracia».
La cultura que rodea al fútbol también tienen gran importancia y se
constituye y desarrolla en distintos elementos: el estadio, los actores sociales que
participan del juego, las tribunas, los hinchas, los vestuarios, el barrio, el hogar.
Todo esto conforma el marco social que envuelve al fútbol y la literatura se
encargó de tomar esos detalles para analizarlos (ya sea sociológica como
ficcionalmente).
Pero, como se ha detallado con anterioridad, esto no se dio de un día para
el otro. Fue un largo proceso, en el cual – poco a poco- la literatura futbolera se
fue acomodando en la sociedad.

1970: la legitimación de la cultura futbolera en la literatura nacional


“En la Argentina, hasta la dé cada del sesenta, los sectores ilustrados
separaban de la cultura a todas las manifestaciones que estuvieran fuera de las
bellas artes y la literatura. El fú tbol era un fenó meno desdeñ able, que se asociaba
a la irracionalidad de las masas”. Así lo explica el escritor Juan Sasturain en una
entrevista para el diario La Nació n.
Efectivamente, hasta mediados del siglo pasado, casi no había títulos
futboleros. Apenas podía citarse al cuento Puntero izquierdo, de Mario Benedetti
o Suicidio en la cancha, de Horacio Quiroga. Con la aparició n en 1971 de
Literatura de la pelota, la antología del poeta y periodista deportivo Roberto
Santoro, el fenó meno se acrecentó y la ficció n tambié n comenzó a adueñ arse de
la pelota, ya que hasta el momento lo más común era leer cró nicas deportivas.
La compilación de Roberto Santoro en Literatura de la pelota (que cuenta
con trabajos de autores como Horacio Quiroga, Á lvaro Yunque, Pablo Rojas Paz,
Leopoldo Marechal, Roberto Arlt, Ernesto Sá bato, entre otros) ha puesto de
manifiesto có mo fue el vínculo del fú tbol y la literatura en los primeros añ os del
siglo XX. Este antecedente permitió comprender el cambio de miradas que, desde
1970, marcó el inicio -gradual y creciente- de un camino que transitarían luego
otros intelectuales nacionales: Osvaldo Soriano, Juan Sas- turain, Roberto
Fontanarrosa, Alejandro Apo y Eduardo Sacheri, entre los principales.
Al respecto, el propio Santoro declaró en su libro: “Es casi un milagro
juntar en un mismo equipo a Gagliardi con Pichó n Riviè re, a Last Reason
con Mujica Laínez, a Murena con Ivá n Diez, a Sebrelli con Centeya, a
Mondiola con Romero Brest. ‘Lo culto’ entremezclado con “lo popular”, ya
que el fú tbol, el fó bal o la pelota, como ustedes quieran llamarlo, es algo
que pertenece a cada uno de nosotros porque se impone a todos por pura
presencia.”
La literatura futbolera abría su lugar en la sociedad, ya no só lo en el
ámbito del periodismo deportivo, sino má s allá de é ste. De a poco, la temá tica
deportiva se inmiscuía en terrenos que antes parecían lejanos.
Un claro ejemplo de esto lo grafica la editorial Alfaguara, que en 2007
vendió má s de 25 mil ejemplares de libros con una antología de cuentos
futboleros. La subdirectora de la editorial, Julia Saltzmann, justificó este «boom»
en la carga afectiva que tiene el fú tbol y en su anclaje en los terrenos
subjetivos de las personas. Para Saltzmann, esto constituye «la fuente de la
literatura y se conecta con muchos conflictos humanos: la hombría, la relació n
con el padre, los vínculos colectivos, el sabor de la cotidianidad».
El avance de la literatura interesada en el fú tbol se fortaleció́ desde la
década del 70, afines de la década del 60 dejó de entenderse por cultura sólo a
las Bellas Artes y el teatro. Empezaron a considerarse muchos fenó menos que
quedaban al margen del reconocimiento y del registro, como el fú tbol, que sólo
había sido objeto de análisis por parte del periodismo gráfico. El tema del fú tbol
se volvió́ una constante de la literatura argentina y rioplatense, desde la crónica
periodística o la narrativa.

Alejandro Apo y la difusión de los cuentos de fútbol


Así́, los años 70 marcaron un quiebre a favor de la producción literaria
vinculada con este deporte, luego del reconocimiento del fú tbol como hecho
cultural. Esto se dio de la mano del periodismo gráfico: Roberto Santoro, Roberto
Fontanarrosa, Osvaldo Soriano y Juan Sasturain fueron los principales
encargados de trasladar esta temática al papel. Pero no los únicos.
El periodista deportivo Alejandro Apo (como compilador de historias
futboleras), y el escritor y Licenciado en Historia, Eduardo Sacheri (quien envió́
sus cuentos futboleros al programa de Radio Continental “Todo con afecto”,
conducido por el periodista nombrado), fueron dos de los que siguieron los
pasos de los citados escritores.
Justamente, Alejandro Apo fue uno de los mayores responsables de
visibilizar y darle lugar al binomio literatura/fú tbol en la Argentina. Su aporte en
el programa radial Todo con afecto (ciclo dedicado, desde 1995, a cuentos de
fú tbol, historias y entrevistas a viejas glorias del fú tbol argentino) sumado a su
obra teatral «La pelota, un cuento y un abrazo» (1999, junto al músico Marcelo
Sanjurjo) y sus libros Y el fú tbol contó un cuento (2007) y Con todo mi afecto
(2010), se tornan fundamentales para tomar a este periodista bonaerense como
el principal referente del fortalecimiento de la literatura futbolera
nacional. Además, es el autor del cuento «Yo no lo vi jugar a Martino, pero lo vi»,
publicado en 2001 en el libro Jugados, cuyos autores son los integrantes del
equipo de periodistas del programa de radio Competencia, y prologado por
Víctor Hugo Morales.
Estos aportes convierten a Apo en comunicador y propulsor de la
literatura de la pelota, como el contribuyente fundamental en la consolidación de
un proceso en el que la temática futbolera logró legitimación primero en los
medios de comunicación y -luego- en la producción literaria nacional.
La cadencia y la pasión al momento de leer los cuentos futboleros en su
programa llevaron a Apo a hacer de la literatura futbolera un mundo aparte, en
el cual el oyente (en este caso) es envuelto por el marco de la cultura popular que
genera el fú tbol.
Apo, anexando su labor periodística con su apasionamiento por el fú tbol,
logra así comunicar la manera en que este deporte está dentro de toda la
sociedad y cómo su legado cultural se extiende a cada hogar. En síntesis,
Alejandro Apo tuvo un gran protagonismo en la difusión de la literatura
futbolera, fortaleció́ la base de esta temática en el mundo de las letras, para que -
desde allí́- se desarrollara con creces su producción.

Releemos y analizamos
¿Cuál es la importancia de los trabajos de Santoro y de Alejandro Apo en la difusión de la
literatura futbolera desde los 70 hasta la actualidad? Para responder esta pregunta destacá
la labor de cada uno en relación con este tema, reconstruyendo los datos que leíste en el
texto.

Tallereamos
Apoyándote en la lectura, elaborá un texto de una carilla o más, en el cual expliques y
opines sobre la relación entre “lo culto” y “lo popular” que se manifiesta en la literatura que
habla de fútbol. Para ello, rastreá y utilizá los argumentos que dan varios escritores acerca
de este tema y pensá en qué elementos o expresiones de este deporte y su manifestación
popular motivan a escribir sobre él.
Trabajo práctico grupal de exposición oral
A cada grupo se le entregará un cuento distinto del libro Esperándolo a Tito de
Eduardo Sacheri.

PUNTOS PARA PREPARAR LA EXPOSICIÓN

1) Para organizar la lectura: preparar un resumen con los acontecimientos


principales del cuento que les haya tocado donde se detalle: conflicto, acciones
relevantes en relación al conflicto, personajes que intervienen, lugar y tiempo.

2) Para analizar el cuento y el estilo del autor:

a) Proponer cuál/es son los temas centrales del cuento argumentando y


ejemplificando. Para ello: reparar en qué aspectos de la vida cotidiana, sentimientos
y/o emociones humanas están tratados en el relato y cómo.

b) Analizar cómo está expresado el universo futbolero en el relato: qué tipo de fútbol
aparece, qué cosas del fútbol se cuentan, cómo (lenguaje futbolero, anécdotas,
menciones de todo tipo al deporte y su expresión popular, etc.)

c) Analizar cómo se establece la relación del universo del fútbol con los temas del
universo humano que trata el autor. Para ello: rastrear metáforas, analogías,
comparaciones, adjetivaciones, tipo de lenguajes que aparecen, etc., que se
abordena la relación fútbol-vida.

e) Eduardo Sacheri, en muchas ocasiones, suele mezclar las voces de los personajes
con la voz del narrador, de manera que en algunos momentos no se sabe bien quién
habla. Identifiquen al menos un ejemplo de este recurso literario y propongan una
hipótesis sobre las razones por las que el autor lo usa, es decir, qué efectos quiere
crear con ese recurso.

Modo de evaluación

-Todos los alumnos del grupo deberán conocer la totalidad del trabajo y exponer una
parte de él. No se considerarán aprobadas las exposiciones donde algún integrante
del grupo no participe o no desconozca el contenido del trabajo.

-La nota será numérica y grupal.


Evaluación de Literatura

Contenidos evaluados: Literatura futbolera: sus orígenes en la Argentina, sus


máximos escritores representantes y divulgadores. De Chilena y Esperándolo a Tito,
de Eduardo Sacheri.

Se evaluará también: construcción coherente y cohesiva de la redacción, ortografía


y utilización de lenguaje técnico adecuado a la materia y al contenido.

1) Explicá el sentido metafórico del título “De chilena” teniendo en cuenta todos
los elementos de la historia que podés relacionar con él.
2) Narrá en dos párrafos máximo cuál es el argumento central de Esperándolo a
Tito. Luego, en máximo dos párrafos, respondé esta pregunta relacionada
con este cuento: ¿por qué creés que es tan común la aparición del “clásico de
barrio” en los cuentos de fútbol? Con qué temas y características de este de
literatura se relaciona este tópico.
3) ¿Por qué utiliza Natalio Botana la expresión “embellecer el fútbol” cuando le
pide a Pablo Rojas Paz que se encargue de la página de fútbol? Explicá quién
fue el Negro de la tribuna.
4) ¿Cuál es la importancia de los trabajos de Santoro y de Alejandro Apo en la
difusión de la literatura futbolera desde los 70 hasta la actualidad? Para
responder esta pregunta destacá la labor de cada uno en relación con este
tema, reconstruyendo los datos que leíste en el texto.

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