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EL AGUA A DEBATE DESDE LA UNIVERSIDAD.

CONGRESO SOBRE
PLANIFICACIÓN Y GESTIÓN DE AGUA. SIMPOSIO III: LA GESTIÓN
ECOSISTÉMICA DEL AGUA: UNA APUESTA POR LA VIDA
“UN EJEMPLO DE EXTERNALIDADES. LA INDUSTRIA DEL AGUA
SUBTERRÁNEA EN LA PALMA Y LOS MANANTIALES”
José Antonio Batista Medina
Ayuntamiento de San Andrés y Sauces (La Palma)
1. INTRODUCCIÓN
La finalidad de este estudio es analizar la situación de los manantiales en La Palma
(Islas Canarias) centrándonos especialmente en el último siglo, que es cuando
comienzan a perder importancia en la provisión de agua y cuando, por efecto de la
expansión de la captación de agua subterránea mediante galerías, pierden caudal y
algunos llegan a desaparecer, habiéndose, por lo tanto, afectado a los usuarios de ellos
(que no han sido compensados) y, en general, al patrimonio ecológico insular. Aparte de
describir someramente la “industria” de tal recurso en esta isla y la evolución de los
manantiales (apartados 2 y 3), analizaremos algunas de las causas (y su contexto) de la
situación a la que han llegado éstos. Partimos de que los análisis basados en los
problemas de la propiedad de los recursos hídricos subterráneos, muy corrientes entre
los economistas, resultan, aunque acertados, insuficientes, debiéndose tener en cuenta
otros factores (económicos, políticos, etc.) que abordaremos en el apartado 4.
2. LOS MANANTIALES HASTA EL SIGLO XX
En la isla de La Palma han sido numerosos los manantiales, localizados la casi totalidad
de ellos en la mitad Norte. Con todo, la relativa abundancia de “nacientes”, como se les
denomina en Canarias, no significa que el agua disponible fuese considerable en toda la
isla, es más, podemos hablar, empleando la expresión de Hoyos et al., (1987: 6), de
“descompensación hidráulica intrainsular”. Diversos trabajos de viajeros, cronistas,
historiadores, etc. ponen de manifiesto que en realidad los más relevantes por el caudal
a que daban lugar eran, por orden de importancia, los de la Caldera de Taburiente, los
de la zona de Los Sauces (principalmente Marcos y Cordero) y aquellos cuyas aguas
eran conducidas a Santa Cruz de La Palma, capital insular. De hecho, los regadíos de
mayor importancia establecidos tras la conquista de La Palma fueron los de Argual y
Tazacorte, y Los Sauces, áreas a las que se dirigieron las aguas del primer y el segundo
grupo de manantiales, respectivamente.
Lo expuesto hasta ahora nos lleva a afirmar que en La Palma, efectivamente, el agua se
repartía desigualmente en su territorio. La escasez de tal recurso en muchas partes de la
isla, especialmente grave en la mitad Sur, limitó el desarrollo de la agricultura, que
salvo en los lugares antes citados (Argual y Tazacorte, Los Sauces y Santa Cruz de La
Palma) y en alguno que otro más de poca importancia, era de secano, por lo que las
cosechas estaban directamente condicionadas por la abundancia o escasez de lluvias. En
otras palabras, las limitaciones que la dependencia de éstas imponía hizo, entre otros
factores, que la agricultura distase del grado de desarrollo que hubiese sido deseable.
3. LOS MANANTIALES EN EL SIGLO XX
La situación del agua en La Palma en las primeras décadas del presente siglo no será
muy diferente de la descrita en el anterior apartado, pues los nacientes seguirán
aportando la mayor parte de la disponible en la isla, aunque se introdujeron algunos
cambios para mejorar el aprovechamiento de tal recurso, como, por ejemplo, mejores
canalizaciones.

1
Poco a poco, sin embargo, comenzarán a construirse galerías, aunque en un principio
con poco éxito, y pozos para lograr agua o, en su caso, aumentar la disponible.
Centrándonos en las primeras, que son las que más nos interesan en este análisis,
debemos decir que su periodo de mayor desarrollo se produce, según indican Rodríguez
Brito (1995: 52 y 1996: 32) y García Rodríguez (1992: 209), a partir los años cuarenta.
De hecho, el aumento de la producción global de agua en el periodo 1900-1950 no es,
especialmente si lo comparamos con el de etapas posteriores, demasiado considerable,
cifrándose, según datos disponibles en la Base de Datos del Departamento de Geografía
de la Universidad de La Laguna ofrecidos por estos dos autores (Rodríguez Brito, 1996:
28 y García Rodríguez, 1992: 210), en un 16,92% (26 Hm3/año en 1900 y 30,40
Hm3/año en 1950).
En 1952 se contaba con 66 galerías (21 productivas o con agua), incrementándose su
número especialmente entre esa fecha y comienzos de los setenta, etapa en la que se
construyeron 92 galerías, frente a las 9 de 1972-1991 (cuadro 1).
CUADRO 1: EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LAS GALERÍAS EN LA PALMA
Año Número % var. Productivas % Km. perf.
1952 66 - 21 31,81 48,4
1962 95 43,93 38 40 84,5
1967 131 37,89 51 38,93 138,1
1972 158 20,61 74 46,83 184,4*
1980 166 5,06 - - 226**
1991 167 0,60 78 46,70 246,02
Fuentes: 1952-1972 (MOP-UNESCO, 1975), 1980 (Soler y Lozano, 1984, y Rodríguez Brito, 1995) y
1991 (APHI, 1992). Elaboración propia. (*) Rodríguez Brito (1995: 51-52) y Soler y Lozano (1984)
establecen para este año 128 Km, lo que no coincide con la cifra que aparece en el SPA-15 (MOP-
UNESCO, 1975). (**) Esta cantidad tampoco coincide con la que ofrecen Soler y Lozano, que es de 135
Km.
Lógicamente, la extracción de agua subterránea mediante pozos y galerías ha dado lugar
al aumento progresivo, salvo entre 1980 y 1991 donde se observa una reducción en los
datos que manejamos (-16,33%), del recurso hídrico producido en la isla (gráfico 1)1,
especialmente significativo entre los años cincuenta y comienzos de los setenta,
periodo, sin duda, de auge de la extracción de agua subterránea. Ello hizo posible acabar
con un hecho característico de etapas anteriores: la concentración de la mayor parte del
regadío en las zonas que contaban con la ventaja de poseer o usar el recurso hídrico de
manantiales más o menos importantes. Por esto no debe sorprender el notable
incremento que se produce de la superficie de regadío en el periodo 1937-1986,
pasándose de unas 720 ha en 1937 (García Cabezón, 1938: 16) a 5.455 ha en 1986
(García Rodríguez, 1992: 226).
A la vez que aumenta el recurso hídrico obtenido mediante pozos y galerías, se reduce
el peso específico del que producen los manantiales. Así, entre 1960 y 1991 el agua que
proporcionan éstos pasa de representar el 40,54% (1960) al 13,25% (1991) de la
subterránea captada (cuadro 2). Al incremento del recurso hídrico alumbrado por los
pozos y las galerías que, lógicamente, hace que el porcentaje aportado por los nacientes
disminuya, debemos añadir otro fenómeno de sumo interés: la reducción del caudal

1
Al menos desde 1968 se incluye la captación de aguas superficiales mediante tomaderos. No podemos
precisar si en los anteriores años están incluidas éstas al no especificarse por los autores de los que están
tomados los datos.

2
proporcionado por éstos, que, en el peor de los casos, se ha concretado en la
desaparición de un buen número de ellos.
GRÁFICO 1: EVOLUCIÓN DE LA PRODUCCIÓN DE AGUA

100
80
Hm3/año

60
40
20
0
1900 1930 1950 1960 1968 1972 1980 1991
Fuentes: varias fuentes y e.p.
Producción

CUADRO 2: PORCENTAJE DE LA PRODUCCIÓN DE LOS MANANTIALES


SOBRE LA TOTALIDAD DEL AGUA SUBTERRÁNEA CAPTADA
Año Manantiales Diferencia Pozos y galerías
1960 40,54 - 59,43
1965 27,74 -12,80 72,23
1968 22,78 -4,96 77,19
1972 19,54 -3,24 80,45
1980 19,05 -0,49 80,94
1991 13,25 -5,80 86,74
Fuentes: 1960 y 1965 (Quirantes, 1981, I: 167),1968 (CESI, 1969), 1972 (MOP-UNESCO, 1975), 1980
(CEDOC, 1987, Tomo II, y Soler y Lozano, 1984) y 1991 (APHI, 1992).
Respecto a lo primero, diremos que en el proyecto SPA-15 (MOP-UNESCO, 1975),
refiriéndose a datos de 1972, se fija la producción hídrica de los manantiales en 15,79
Hm3/año mientras que en el Avance del Plan Hidrológico Insular de La Palma (APHI,
1992) aquélla es de 9,04 Hm3/año, esto es, 6,75 Hm3/año menos, lo que significa que
entre esos dos años la reducción es del 42,74%, cifra bastante considerable que refleja
con claridad la situación actual de los manantiales. Unos nacientes seriamente afectados
han sido los de la Caldera de Taburiente y los de Los Sauces (Marcos, Cordero y
Caldero de Marcos), en ambos casos alimentados por el acuífero de la estructura
COEBRA, que han sido y son los más importantes de la isla (cuadro 3).
CUADRO 3: EVOLUCIÓN DE LOS CAUDALES DE LOS MANANTIALES DE LA
CALDERA Y LOS SAUCES (Hm3/año)
Manantiales Antes de 1970 1991 % var.
C. de Taburiente 10 3,50 -65,00
M. y C. 6 4 -33,33
TOTAL 16 7,50 -53,12
Fuente: APHI (1992: 85). Elaboración propia.
Un ejemplo claro y excelente de la evolución en un periodo de tiempo largo del caudal
de los nacientes es ofrecido por los de Marcos y Cordero (ignoramos Caldero de
Marcos), situados en la parte alta del municipio de San Andrés y Sauces y considerados
actualmente los más importantes de Canarias, al contarse en la Comunidad de Regantes
con aforos desde 1943. Como se puede ver en el gráfico 2, tales manantiales pasan
desde inicios de la década de los ochenta por una larga etapa de escaso, en relación con

3
la producción anterior, caudal. Es cierto que Marcos y Cordero se caracterizan por las
fluctuaciones, bastante pronunciadas, de aquél; ahora bien, los datos disponibles
muestran que su producción hídrica ha tendido, especialmente desde hace unos cuantos
años, a disminuir, lo que podemos ver aún con más claridad si tenemos en cuenta las
medias de periodos más o menos amplios. Así, en el gráfico 3 se comprueba la
considerable reducción que tiene lugar entre los setenta y los ochenta: la producción
media de la etapa 1980-1989 se reduce con respecto a la de 1970-1979 un 42,94%,
decremento casi idéntico al que se produce en términos globales (producción total de los
nacientes) entre 1972 y 1991 (-42,74%).

GRÁFICO 2: EVOLUCIÓN DEL CAUDAL DE MARCOS Y


CORDERO (S/A Y SAUCES)

350
300
250
200
150
100
50
0
43

55

70

85

97
19

19

19

19

19
Fuente: CR. E.p. Litros/segundo (medias anuales)

GRÁFICO 3: CAUDAL DE MARCOS Y CORDERO EN PERIODOS

250

200

150

100

50

0
1943-1949 1950-1959 1960-1969 1970-1979 1980-1989 1990-1997

Fuente: CR. E.p. Litros/segundo (medias de los periodos)

Otro ejemplo de lo que comentamos puede ser el de los manantiales del Río y Gallegos,
que a comienzos de los setenta (MOP-UNESCO, 1975: 158) tenían un caudal medio de
30 y 23 l/seg., respectivamente, y en 1991 el primero ofrecía un caudal no cuantificable
y el medio del de Gallegos era de sólo 2 l/seg. (APHI, 1992: 84).
El análisis de la evolución del número de manantiales es una cuestión mucho más
compleja, pues a la dificultad de localizar algunos de ellos se une la consideración de
los autores de los inventarios disponibles de varios afloramientos de agua cercanos
como un solo naciente o como, por ejemplo, dos. En tal sentido, en el proyecto SPA-15
se recogen 150 y en el Avance del Plan Hidrológico Insular de La Palma 147. Lo más

4
significativo es, sin embargo, que en el inventario que aparece en este último trabajo,
que partió de las fichas elaboradas en el primero, sólo aparecen como productivos (con
agua) en el momento de inventariarlos 109 (APHI, 1992: 82). Especialmente relevante
es el caso de los nacientes de la Caldera de Taburiente, donde se ha pasado de 120 con
agua (SPA-15) a sólo 73 (APHI), aunque debe tenerse en cuenta que los 47 manantiales
de diferencia no pueden considerarse en su totalidad desaparecidos, pues algunos
pueden presentar en ciertos periodos del año un pequeño caudal. Sea como fuere, lo
cierto es que estos datos más los recabados de agricultores de avanzada edad confirman
la desaparición de numerosos afloramientos de agua en las últimas décadas.
Las consecuencias de lo que hemos expuesto hasta ahora son, fundamentalmente, de
tres tipos: ecológicas, sociales y económicas, aunque el peso de cada una de éstas
depende, como pasaremos a ver, de cada caso concreto. Las ecológicas obedecen a que
la desaparición de muchos manantiales, especialmente en la zona de la Caldera de
Taburiente (que es Parque Nacional), y, en menor medida, la reducción del caudal de
otros han afectado de algún modo al medio, fenómeno que aunque difícil de analizar
resulta lógico si tenemos en cuenta la vegetación, la flora y la fauna que se han
desarrollado en torno a aquéllos y que, indudablemente, han tenido que verse afectadas
por su desaparición.
Por su parte, las consecuencias sociales se relacionan, fundamentalmente, con los
conflictos que ha producido la perforación (o su intento) de galerías en ciertos puntos
donde había nacientes importantes y otras galerías. No vamos a entrar en un análisis de
éstos por falta de espacio. Con todo, podemos decir que donde la dependencia del agua
de los manantiales ha sido mayor, como es el caso de Los Sauces, los conflictos
causados por la perforación de galerías en zonas cercanas a aquéllos o, simplemente,
donde se sospechaba que podía producirse una afección han sido constantes y, por
desgracia, no siempre resueltos de modo favorable para los titulares del
aprovechamiento del recurso hídrico de los primeros.
Por último, las consecuencias económicas se relacionan con el hecho de que la pérdida
de caudales donde la principal finalidad de éstos ha sido el riego ha conducido a la
perforación de galerías (caso de las Haciendas de Argual y Tazacorte en La Caldera) o
pozos o a la compra de agua para compensar aquélla, lo que, evidentemente, ha
supuesto un importante desembolso por parte de los agricultores. Así, en Los Sauces
desde la pasada década se ha venido adquiriendo agua de galerías (que ha supuesto en
torno al 10% de la empleada en 1992-1995) del cercano municipio de Barlovento para
hacer frente a la demanda hídrica de la platanera, principal cultivo. Los efectos
económicos también pueden verse desde otra perspectiva aún más clarificadora que la
anterior. Según los datos que aparecen en el APHI (1992: 85), se estima que los
manantiales de La Caldera, Marcos y Cordero, el Río y Gallegos aportaban antes de la
proliferación de las galerías 18 hm3/año; en cambio, en 1991, después de construirse 12
galerías (24.927 m) que drenan el acuífero COEBRA, se producen 20,5 hm3/año. Esto
significa que la producción sólo ha aumentado, a costa de invertir una cantidad de
dinero astronómica y de una pérdida de caudal de esos nacientes de 10,5 hm3/año, un
13,88%.
4. ANÁLISIS
Lo analizado en las anteriores líneas no puede aislarse de la problemática del agua en
Canarias. Es por ello que el análisis que vamos a hacer a continuación tiene un carácter
general. Pues bien, nosotros partimos de que la explicación de la situación descrita debe

5
hacerse considerando diversos factores (legales, sociales, económicos, etc.) relacionados
entre sí, centrándonos aquí en los principales.
Ha sido corriente analizar los problemas existentes en la extracción del agua subterránea
en diversos casos e incluso a nivel puramente teórico atendiendo a deficiencias en los
derechos de propiedad sobre tal recurso, aunque curiosamente se ha considerado de
propiedad común por los economistas (Negri, 1989, Renshaw, 1963, Burt, 1966, y
Feinerman y Knapp, 1983), lo que es erróneo. En tal sentido, la argumentación viene a
ser, en pocas palabras, la siguiente: nos encontrarnos ante un recurso fugitivo sobre el
cual no hay derechos de propiedad definidos o éstos sólo están vagamente especificados
(Aguilera, 1988: 20). En esta situación, es la extracción (aplicación de la “regla de
captura”) el medio que permite lograr realmente la propiedad de una porción del agua
(la que se extraiga). En ausencia de limitaciones, el incentivo de los individuos que
pueden acceder al acuífero es extraer la mayor cantidad de agua subterránea posible
(bombear más, aumentar las perforaciones, etc.), pues en realidad no pueden estar
seguros, ante la ausencia o debilidad de los acuerdos entre ellos, de que la que no
extraiga cada uno por algún medio no será captada por los demás. La inseguridad de un
productor sobre la cantidad de agua subterránea que puede ser de su propiedad en el
futuro le lleva, al igual que a los demás implicados, a adoptar comportamientos que dan
por resultado una explotación ineficiente de tal recurso, viéndose envueltos en lo que
Hardin denominó “tragedia de los comunes” (1968). Tal situación ha estado fomentada
incluso por la legislación vigente en algunos lugares como en Texas (Todd, 1992) y en
España. Así, en la Ley de 1879 no aparece ninguna referencia a la propiedad del agua
subterránea no alumbrada (considerada res nullius), estableciéndose en su artículo 22
que pertenecerá al que la obtenga sin otras limitaciones que las derivadas de no afectar a
los aprovechamientos existentes, pues en este caso pueden suspenderse las obras de
perforación. En tal situación, el problema no es, al menos en teoría, de libre acceso (en
esto estamos de acuerdo con Negri, 1989: 10 y Aguilera y Rodríguez Brito, 1989: 114),
pues se ha limitado de diversas formas el número de “apropiadores”, aunque los
resultados indican que las medidas para ello dispuestas no han sido efectivas, no siendo
demasiado difícil, en la práctica, conseguir una autorización para perforar. Luego, el
problema ha radicado en la falta de acuerdos, de coordinación, en suma, entre los
diversos productores de agua, que por lo general son comunidades de propietarios. Cada
una de éstas ha actuado por su cuenta en la extracción de un recurso común,
produciéndose ésta bajo condiciones de competencia individual (ver Aguilera, 1988: 20,
Aguilera y Rodríguez Brito, 1989: 114 y Todd, 1992). Ello, como se ha indicado por los
especialistas del tema, se ha traducido en diversos problemas como excesivo número de
perforaciones, agotamiento de reservas, contaminación de acuíferos costeros por
intrusión marina, excesivas inversiones para la producción lograda, etc., etc. La falta de
cooperación, sin embargo, ha estado fomentada en buena medida por la legislación (ver
Todd, 1992: 249), pues la institucionalización de la “regla de captura” como medio para
acceder a la plena propiedad del agua extraída (artículo 22) hace que los diversos
“apropiadores” tengan poco interés en cooperar y coordinar sus acciones.
A ello debemos añadir los escasos esfuerzos realizados por la Administración (entre
cuyos sectores también ha sido común la descoordinación, ver Jiménez, 1981: 76), que
más que controlar y ordenar la “industria” del agua subterránea ha contribuido con su
dejadez y falta de participación o intervención cuando las circunstancias lo requerían,
muchas veces de forma intencionada para evitar problemas con poderosos individuos
que han estado implicados en ella, a mantener una situación más parecida a un estado de

6
anarquía que a otra cosa. Las soluciones por parte de aquélla a los problemas que se han
ido presentando no han sido, en la mayoría de las ocasiones, de gestión, sino
tecnológicas. Se ha ignorado, por lo tanto, que la problemática del agua subterránea en
Canarias ha sido causada, en buena medida, por deficiencias en la gestión. En otras
palabras, se ha prestado poca atención a la gestión del acuífero y, como Aguilera y
Sánchez (1997: 6), creemos que esto es lo que ahora debería tener prioridad.
Precisamente las medidas relacionadas con la gestión son las que se han propugnado
para dar solución al problema de los manantiales en La Palma y a los de otras formas de
obtención de agua (galerías y pozos). Así en el APHI (1992: 237), aparte de pedir la
protección del acuífero de la estructura COEBRA a través de la declaración de “zona de
reserva del caudal ecológico de la Caldera de Taburiente”, se señala la necesidad de que
se produzca la mancomunización de galerías, procediéndose por parte del Estado a
perforar en las que están “secas” o tienen un caudal reducido y sean mejorables en su
rendimiento, y a cerrar aquellas que están drenando dicho acuífero y han afectado, por
lo tanto, a los manantiales. El agua así conseguida se entregará con posterioridad a la
comunidad de la galería (o galerías) cerrada. Se trata, pues, de sustituir caudales para
que los nacientes recuperen el que tenían antes de ser afectados por aquéllas. Como
vemos, se defiende una mayor intervención estatal en la fase de producción del agua y
en su control, y, a su vez, una reestructuración de la gestión, concretada en este caso, en
la común de determinadas zonas y en la concentración de perforaciones, medidas que,
sin embargo, vienen siendo recomendadas desde hace bastantes años, apoyándose
incluso su imposición por el Estado si no se implantan voluntariamente (Brier, 1981:
116-117, 140)2.
Una de las principales deficiencias del anterior enfoque reside, desde nuestro punto de
vista, en que centra el análisis, sin por ello dejar de ser acertado, casi exclusivamente en
el “problema” de la propiedad del agua subterránea y en las relaciones que se establecen
entre los diversos “apropiadores” (cooperación [o coordinación] o competencia
individual [o descoordinación]), olvidándose del contexto económico y político en el
que tiene lugar la extracción de tal recurso. Aunque resulte algo obvio, esta actividad
tiene una finalidad y ésta, a su vez, se inserta en un sistema económico más o menos
amplio que puede ayudarnos a explicar ciertas conductas y los problemas que pueden
originar. En este caso, al igual que en otras islas, no podemos olvidarnos de la
implantación (a finales del XIX) de cultivos de exportación3, pero especialmente del
plátano, planta con enormes exigencias hídricas, no satisfechas por las lluvias por la
escasez de éstas en Canarias (sobre todo en las zonas Sur). Aunque con algunos
altibajos, poco a poco la platanera se irá convirtiendo en un cultivo sumamente atractivo
para los agricultores al proporcionarles cuantiosos ingresos y además de modo más
regular que los proporcionados por otros cultivos. A su vez, el plátano también era (y
es) beneficioso para la economía insular y, lógicamente, para la estatal, máxime cuando
durante mucho tiempo se exportó en grandes cantidades al extranjero, por lo que no
debe extrañar que desde la Administración se apoyase su desarrollo. Sin embargo, para
implantar tal cultivo era absolutamente indispensable contar con agua, pues la de los
manantiales sólo permitió su temprano desarrollo en determinados sitios. En pocas
palabras, la platanera aumentó la demanda de agua. La solución ante la escasez de la

2
En la actualidad, la concentración de captaciones y su gestión conjunta son medidas que aparecen
recogidas en varios artículos (46, 87 y 88) de la Ley 12/1990 de 26 de julio de Aguas.
3
En etapas más recientes hay que añadir otros factores como el desarrollo turístico (de escasa incidencia
en La Palma), el crecimiento demográfico, etc. (ver Aguilera y Rodríguez Brito, 1989).

7
disponible de forma natural fue obtenerla mediante galerías y pozos, produciéndose, en
el caso de La Palma, un importante incremento a partir de los años cincuenta,
coincidiendo con un buen momento en el mercado del plátano. En tal contexto, el agua
extraída tenía un elevado valor, por lo que no debe extrañar que muchos viesen un
próspero negocio en intervenir en su obtención y en controlar tal recurso. De hecho, si
bien es cierto que muchas obras de perforación fueron llevadas a cabo por iniciativa de
pequeños y modestos agricultores que empleaban el agua para regar sus tierras, también
lo es que detrás de ellas había individuos política y económicamente poderosos para los
que este recurso era un integrante más de sus “negocios”. Luego, la “carrera por el
agua” no se entiende sin tener en cuenta, en definitiva, el desarrollo de un modo de
producción capitalista (ver también Roberts y Emel, 1992)4, con todas sus implicaciones
en lo que se refiera a la extracción y/o uso de los recursos naturales, como pueden ser la
presión que se ejerce sobre ellos, la preferencia dada a los beneficios (individuales) a
corto plazo, la tensión que se observa en estos casos entre “desarrollo” económico, por
un lado, y, por otro, conservación y buen uso de tales recursos, etc.
Un factor no menos importante ha sido, sin duda, el desconocimiento generalizado en
materia de hidrología subterránea existente entre los más directamente implicados en la
obtención del agua, que en el caso de Canarias ha estado en manos de la iniciativa
privada, y en su gestión. Debemos tener en cuenta que hasta los años setenta no se
contará con el primer estudio científico global del agua en Canarias, el conocido SPA-
15 (MOP-UNESCO, 1975), trabajo en el cual se ponía de manifiesto la problemática de
este recurso isla a isla y donde se hacían unas recomendaciones que, sin embargo, no
fueron tenidas en cuenta todo lo que hubiese sido necesario. Antes de los setenta se
contaba con diversos estudios, pero éstos eran parciales y, en muchos casos, fueron
realizados por iniciativa de los implicados en situaciones conflictivas. Por ello no debe
extrañar que, por ejemplo, a finales de los cincuenta (etapa en la que la extracción de
agua subterránea pasaba por un momento de gran desarrollo) todo quedase en el ámbito
de las hipótesis, aunque es cierto que desde hace mucho tiempo se ha sido consciente de
las afecciones que se producían entre galerías y entre éstas y nacientes. Tal
desconocimiento ha sido el caldo de cultivo, como nos indica Jiménez (1978: 96 y 97)
de numerosos tópicos locales (p. ej., en La Palma se ha creído tradicionalmente que no
ha existido “el problema del agua”) y de que el recurso hídrico haya estado rodeado de
un “halo misterioso”. Esto (entre otros factores), más que favorecer una explotación
racional del agua subterránea, ha conducido a una situación caracterizada por los
problemas antes apuntados.
El desconocimiento al que nos referimos se ha reflejado con mucha frecuencia en la
legislación de diversos países (Hayton, 1982), lo que ha sido sumamente negativo, pues
las leyes de agua son la base sobre la que se asienta su obtención, aprovechamiento, etc.
En nuestro caso tenemos un buen ejemplo, pues es sabido que la Ley de Aguas (1879)
vigente hasta hace poco contaba con numerosas deficiencias y vacíos, especialmente en
lo que se refiere al agua subterránea (ver Pérez Pérez, 1980 y Arrieta, 1984). Aquélla,
centrada más en las aguas superficiales, fue especialmente nefasta para nuestro
Archipiélago, donde la dependencia de las subterráneas es casi total. Es cierto que se

4
Estos autores aplican a esta problemática la teoría del “desarrollo desigual”. Para ellos “Situar los
problemas medioambientales como la extracción de agua subterránea bajo la rúbrica del desarrollo
desigual es enfatizar su origen en la dinámica de la producción en vez de en las instituciones de los
derechos de propiedad. Esta resituación cambia la atención de las instituciones de propiedad o el medio,
el agua, al sistema de producción [...]” (Roberts y Emel, 1992: 260).

8
promulgaron diversos decretos que trataron de ir enmendando los problemas de aquélla
para Canarias en algunos puntos y sus vacíos en otros, e incluso una ley (la de 1962,
desarrollada en el Reglamento de 1965). Con todo, la apreciación de los diversos
autores que se han ocupado de este tema es la misma: una de las causas de los
problemas del agua en Canarias ha sido la falta de una legislación adecuada, congruente
con la situación del Archipiélago (Jiménez, 1979: 97 y 1981: 76; Camps, 1981: 94, y
Brier, 1981: 112 y 118). Las deficiencias de la anterior legislación se han solucionado
en la actual Ley de Aguas de Canarias (Ley 12/1990, de 26 de julio), en la que se ve,
entre otras cosas, una mayor presencia de restricciones (esta tendencia ha sido
observada por Hayton en su análisis [1982: 128]), y la estrecha relación que se establece
entre la planificación y la gestión de los recursos hídricos y la conservación
medioambiental.
5. CONCLUSIONES
En este estudio hemos analizado los efectos que el desarrollo de la captación de agua
subterránea en este siglo, pero especialmente en su segunda mitad, ha causado en los
manantiales de la isla de La Palma. La explicación de lo descrito a lo largo de este
trabajo no puede basarse únicamente, como se ha tendido a hacer por algunos autores,
en los problemas derivados de la propiedad de un recurso como el que nos ocupa, que
en realidad sólo se logra una vez extraído, pasando a pertenecer al que lo hace surgir, tal
y como se recogía en el artículo 22 de la Ley de Aguas vigente hasta hace poco tiempo.
Éste, que en realidad estatuía la “regla de captura” como medio para acceder a la
propiedad del agua (la extraída), no contribuyó en absoluto a una explotación racional y
ordenada de tal recurso, sino a una situación que muchos han descrito como anárquica.
Esta argumentación nos parece correcta, pero, como hemos indicado, hay otros factores
que han contribuido, en conjunción con lo expuesto, a llegar a ese estado en nuestro
caso: desarrollo de una agricultura de exportación basada en el plátano, principalmente,
que aumentó de forma notable la demanda de agua y, por lo tanto, la necesidad de
buscarla bajo tierra, desconocimiento de la hidrología subterránea, escasa atención
prestada a la gestión de los acuíferos, etc., etc.
Dejando de lado los aspectos más teóricos, debemos decir que es necesario proteger los
manantiales de la isla y tratar de que éstos recuperen sus antiguos caudales. Esto no sólo
tiene que fundamentarse en razones puramente ecológicas sino también en económicas.
Con respecto a estas últimas, hay que señalar que en Los Sauces, por ejemplo, el
regadío (más de 200 hectáreas) depende casi totalmente del agua proporcionada por los
manantiales de Marcos y Cordero. Por otro lado, los nacientes crean un entorno de gran
riqueza ecológica y paisajística, lo que es, sin duda, un importante atractivo para los
turistas rurales que acuden, cada vez en mayor número, a la isla.
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