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Símbolos Numéricos y Geométricos 20/01/13 16:14

Símbolos Numéricos y Geométricos


SIMBOLOS NUMERICOS Y GEOMETRICOS
FEDERICO GONZALEZ
Para una sociedad tradicional el concepto de número difiere diametralmente del que
acerca de él pudiera tener una sociedad profana como la nuestra. Esto debe subrayar-
se puesto que fueron las sociedades tradicionales las que crearon los números como
conceptos de relación, que sus sabios e inspirados obtuvieron por revelación, mien-
tras que la sociedad moderna sólo se ha aprovechado de ellos, tergiversando su senti-
do y utilizándolos exclusivamente para sus fines materiales, ignorando su auténtico
significado, su verdadera esencia. En otras palabras, que los ha denigrado teniendo
en cuenta sólo sus valores cuantitativos, negando las cualidades de los números, las
ideas y los conceptos que ellos expresan. Por otra parte los contemporáneos tomamos
a nuestro código numérico como una realidad ya dada, sin pararnos a reflexionar qué
es lo que este sistema está manifestando. Los números expresaban y siguen expresan-
do ideas. Conceptos metafísicos acerca de todo aquello que está numerado o que par-
ticipa de las categorías de lo numerable, es decir, de aquello que es nombrable, finito
y sucesivo. De otro lado, estas 'numeraciones' son la medida armónica de todas las
cosas y la forma en que ellas se relacionan entre sí. Son pautas rítmicas, módulos y ci-
clos que generan -en cuanto conceptos- la 'proporción' y revelan las 'cifras' secretas
del cosmos, de las que ellos son componentes activos. Es obvio que la unidad no res-
ponde a la misma idea que el binario o la tríada, y no manifiesta lo mismo, pero en la
actualidad eso no se considera por la menguada visión horizontal y chata que de es-
tos conceptos tenemos al considerarlos como simples factores de multiplicación cuan-
titativa. Apuntaremos además que esas numeraciones se refieren a distintas energías
y a su intervención ordenada en el universo, pues ya se ha dicho que ellas testifican
las interrelaciones de los elementos creativos -sus ondas, sus vibraciones- que se con-
jugan en el cuerpo numérico. Viniendo a un ejemplo bien sencillo diremos que hasta
los menos dotados saben que no es lo mismo estar solo (uno) que en pareja (dos) o en
triángulo (tres). El número obviamente altera nuestras relaciones con los otros y nues-
tro ser en el mundo pues interviene activamente en las situaciones como componente
de las mismas al signarlas o marcarlas con su sello conceptual y vital. Sin embargo, en
términos generales, al hombre de este siglo se le escapa hasta el más simple sentido
de la idea de número y, de hecho, los más nunca han reflexionado sobre ello y no es-
tán interesados en el tema. Pero lo que sí llama la atención es que no sólo la masa co-
mún haya perdido toda noción de que el número es el signo de una cualidad que él

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representa y fija, de un concepto que él expresa de manera inequívoca, capaz de arti-


cularse y jugar con otros conceptos, sino que hasta los matemáticos actuales -que se
supone especialistas- desconocen a la fecha su verdadera carga conceptual y se mane-
jan con criterios cuantitativos, los mismos que los del mercado, aunque expresados en
términos algebraicos, fundamentalmente aptos para lo comercial y material, pero no
para el Conocimiento.

La aritmética tradicional se corresponde con la geometría y los números con las figu-
ras geométricas formando códigos simbólicos complementarios que manifiestan con-
ceptos idénticos, correspondencias y analogías. Por otra parte en los tres primeros nú-
meros se sintetizan todos los otros. De la unión de la unidad y el binario que es su re-
flejo, es decir, de la tríada, proceden los demás, y de este triángulo primordial deri-
van todas las formas. Hay también para las civilizaciones tradicionales una relación
directa entre números y letras. Al punto de que para muchos alfabetos los números
eran representados por letras y no tenían signos específicos. Este no es el caso de las
antiguas culturas americanas que no conocieron el alfabeto, pero se quiere destacar
esta correspondencia porque tanto el código alfabético como el numérico describen
toda la realidad, es decir, todo aquello que es nombrable o numerable -en el sentido
de 'cifras', medidas armónicas, 'proporciones'-, en suma, la totalidad del cosmos, lo
cognoscible.

Esta tríada a la que más atrás nos hemos referido ha sido siempre considerada sagra-
da -como la unidad, el binario y en general todos los números- por sus mismas pro-
piedades y atributos particulares que se manifiestan en su naturaleza trina, lo que de
por sí es la expresión inevitable de un principio. A saber, un hecho arquetípico que se
solidifica en una serie como representación de ideas y energías que se materializan de
manera mágica, misteriosa, pero obedeciendo a leyes precisas y universales que los
códigos numéricos y sus correspondencias geométricas simbolizan. Aunque estos
módulos en su forma expresiva exterior no fueran los mismos que los de hoy, en que
nos manejamos con la reciente notación arábiga, son idénticos los arquetipos a que
ambos se refieren e iguales las leyes del cosmos -para todo tiempo y lugar- y uno solo
el modelo del universo. Se verá entonces que la numerología occidental se correspon-
de perfectamente con la indiana, aunque esta última era corrientemente vigesimal -y
por lo tanto también decimal- teniendo ambas como base común el número cinco. Di-
remos algo acerca de estos cinco primeros números de base, comunes a varios pue-
blos, pero sobre todo a indígenas y cristianos, que es el tema que ahora nos ocupa.
Algo hemos adelantado acerca de la tríada, como forma o arquetipo básico, concepto

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presente en todas las cosas manifestadas, las que se generan por su multiplicación.
También afirmamos que ella se produce de la amalgama de la unidad primordial con
su propio reflejo y agregaremos que ese hecho, que se designa en forma sucesiva (1,
2, 3), es en realidad simultáneo y eterno, y de él proceden todos los números, o sea,
todos los seres manifestados. Veamos ahora algo de la unidad y el binario, conceptos
que se hallan en el fundamento y origen de toda civilización o cultura tradicional, en-
tre ellas las americanas.

La dualidad ha sido destacada en numerosas oportunidades como el motor funda-


mental de las creencias y culturas de los precolombinos. Esto es particularmente claro
entre incas y aztecas si los tomamos como dos ejemplos de civilizaciones desarrolla-
das al arribo de los europeos. En la primera, Manco Capac y Mama Ocllo, equipara-
dos al sol y a la luna, el oro y la plata, fundan conjuntamente el Cuzco, el cual se divi-
de desde su centro en dos partes, una masculina y activa, la otra femenina y pasiva, a
la que denominaron parte alta y parte baja y a las que nosotros equiparamos a la ver-
tical y a la horizontal. En efecto, si consideramos dos energías simbolizadas por lo
alto-bajo, una ascendente y otra descendente, encontraremos que hay un punto neu-
tro, común a ambas, donde no existen las oposiciones. Ese centro o medio en el que se
complementan los contrarios crea un plano (o mundo) donde esa conjunción ocurre,
el cual es un reflejo de la unidad metafísica original que dio lugar a la manifestación
de la unidad aritmética representada por el número uno o el punto geométrico. Ese
punto o centro es el que genera el plano (o mundo) en cuestión -en este caso la civili-
zación incaica- actuando en él como reflejo del eje invisible, o dicho de otro modo, de
la energía activa y vertical que condiciona la recepción horizontal al copular con ella,
creando así el plano (o mundo) referido, cuyos límites están dados constantemente
por su misma progresión, que aunque puede considerarse indefinida está marcada
por sus propias leyes numéricas que se suceden ad infinitum. El número cuatro signa
pues la primera manifestación -acción de los tres principios ontológicos o primordia-
les en el universo (3 + l = 4), el plano creacional y sus limitaciones, gracias a las cuales
puede constituirse cualquier ser u objeto, y es asimilado entonces al mundo y en par-
ticular a la tierra.

Debemos aclarar que toda esta producción dialéctica es sucesiva en cuanto a que la
energía de la unidad, sumándose constantemente a la energía del número precedente,
lo transforma en su cualidad aunque permaneciendo ella siempre presente e inaltera-
ble a lo largo de la serie numérica.

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Añadiremos que el cero es en aritmética un concepto que no sólo indica falta de canti-
dad o ausencia de determinación numérica, sino que sirve como un mecanismo de
posición y de orden en las decenas, centenas, millares, etc., lo que permite gran ducti-
bilidad en el manejo de las notaciones y facilidad en el cálculo de grandes unidades.
Los mayas conocían el cero y utilizaban la notación posicional en sus cifras, salvo que
su sistema era vigesimal en vez de decimal. En realidad utilizaron el cero mucho an-
tes que en Europa ya que hasta el siglo VIII de nuestra era no se comenzó a usar el
sistema de posición que hoy compartimos los contemporáneos, el que es de origen
hindú, y fue difundido en Medio Oriente y Europa por los árabes -aunque su divul-
gación sólo se produjo entre el siglo X y el XII-, sistema que posee ventajas obvias con
respecto a los números romanos. Es interesante recordar que el sistema de cuenta y
cálculo por piedrecillas (o granos de maíz) de distintos colores o ubicadas en diferen-
tes grupos, común a las tradiciones precolombinas y atestiguado por varios cronistas,
es básicamente el mismo que aquél con el que efectuaban los pitagóricos sus 'medi-
das' y sus abstractas 'especulaciones'.

El binario se halla patentizado en el mito de la fundación de la ciudad azteca y en las


manifestaciones de esta sociedad. Es sabido que a la llegada de los españoles el tem-
plo mayor de Tenochtitlan estaba coronado por un doble santuario, uno dedicado a
Huitzilopochtli -pintado de rojo-, imagen del sol ascendente (de la tierra al cielo), del
cenit, del sur y el mediodía, y otro a Tlaloc -pintado de azul-, dios de la lluvia, ligado
al trueno, al relámpago, el rayo y el agua, deidad descendente (del cielo a la tierra),
emparentada con los dioses de la fecundidad y la luna, númenes de la vegetación y la
generación que sólo son posibles cuando las energías del sol y la lluvia -ascendentes y
descendentes-, del cielo y de la tierra, del águila y la serpiente se unen sin exclusión.
No insistiremos con ejemplos de la dualidad pues son innumerables en la tradición
precolombina y el lector puede sacarlos por sí solo, pero sí queremos señalar la con-
cepción del binario que posee la sociedad moderna, es decir, aquélla con que nos ha
aprovisionado, el bagaje de nuestras convicciones, y su diferencia con la que tiene
una sociedad tradicional. Respecto a esto diremos que la concepción tradicional no
rechaza el mal o la energía descendente, subterránea u horizontal según diferentes
terminologías, sino que lo acepta de acuerdo al conocimiento que posee de la cosmo-
gonía y la teogonía, la cual testifica el reciclaje continuo de dos energías universales,
fuerzas contrarias que no se excluyen y a las que incorpora como partes integrantes
de la realidad y la vida, constituyendo entrambas -y en las relaciones mutuas a que
estas fuerzas o principios dan lugar- un conjunto de módulos, de medidas, de emana-
ciones arquetípicas que en su 'coagulación' se manifiestan incluso fenoménicamente -
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y los dioses personifican de manera polifacética. Lo que es el caso, entre muchos


otros, de la lucha de Tezcatlipoca como deidad nocturna y oscura y Quetzalcóatl
como deidad diurna y luminosa, y asimismo entre este último y su gemelo Xolotl, a
veces representado por una calavera, los que constantemente se hallan batallando en-
tre sí, y equilibrándose de esta manera, como bien lo demuestra el perenne drama
cósmico ejemplificado por el juego de tensiones existente en cualquier cuaternario,
donde ellas se oponen por partida doble, dos a dos. Opuestamente, los contemporá-
neos nos hemos educado en un medio que siempre nos obliga a elegir entre bueno y
malo y esto es la causa principal, la raíz, de nuestro condicionamiento. Agravado este
hecho porque la única salida a la disyuntiva está dada por la elección de una preten-
dida bondad adjudicada a uno de los polos -monismo- con exclusión del otro al que
no se considera siquiera, al serle atribuido un valor negativo por lo que no debe ser
tomado en cuenta sino exterminado de cuajo, sin advertir que la primacía que otorga-
mos a uno de los factores de la dualidad bueno-malo está dada por valoraciones com-
pletamente relativas, circunstanciales o de interés puramente personal o grupal como
son las 'ideologías', usos, costumbres, fobias y manías de la sociedad actual, canaliza-
das por medio de la nación, el estado, la clase, cuando no la etnia, a que necesaria-
mente pertenecemos. Lo mismo sucede con lo bonito y lo feo, el gusto o el disgusto,
lo provechoso y lo despreciable, todos ellos valores de naturaleza tan variable como
sus contrarios, con los que pudieran intercambiarse y a los que se les atribuye una su-
puesta verdad definitiva y objetiva.

El cuaternario como concepto de manifestación creacional, idea de generación y lími-


te, o como forma de la tierra (figurada por el cuadrado o por la cruz), es básico en las
antiguas culturas americanas, y queremos recalcar una vez más que esta última for-
ma geométrica es equivalente al círculo (una cruz en movimiento genera una circun-
ferencia) en cuanto una y otra simbolizan el mismo plano creacional, alternativamen-
te en su faz estática y dinámica, en su contracción y dilatación, en su cristalización y
expansión, asimiladas respectivamente a lo sólido y lo aéreo, a la tierra y al cielo, o
sea que ambas constituyen figuras complementarias, como asimismo lo son el mundo
(plano horizontal) y el hombre (eje vertical). En ese sentido, siendo el cinco el número
del ser humano, como centro virtual de la irradiación cósmica, este número, multipli-
cado por el de la tierra o plano creacional, conforma el todo de las posibilidades ma-
nifestadas, el número veinte, medida o módulo 'mágico' común a diversas culturas y
civilizaciones precolombinas.

Repetimos: el círculo y el cuadrado son símbolos análogos que han sido utilizados
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por distintas sociedades con el mismo objeto, o en una misma sociedad, alternativa o
conjuntamente, vinculados al cielo y a la tierra como representación de las dos mita-
des del modelo cósmico. Por otra parte, los símbolos asociados al círculo y al cuadra-
do o derivados de ellos corren igual suerte y también se corresponden, como es el
caso de la espiral circular -como representación de la evolución y la salida del cos-
mos- y la cuadrada, las que en lo volumétrico y en el simbolismo constructivo, son
respectivamente los edificios del zigurat (sig-gurat, literalmente, monte) y la pirámide
como posibilidad de un ascenso vertical, sucesivo y escalonado, revelado por la in-
mutabilidad de un eje, que es el centro y el origen de ambos monumentos. Sólo que-
remos destacar -y así finalizamos este capítulo- que para una cultura tradicional tanto
las estrellas, como las piedras, plantas, animales y los hombres, juegan una partida de
relaciones mutuas, una danza de sutiles posibilidades, que se complementan en la ca-
dencia rítmica en que se desenvuelven y corresponden las unas y las otras marcando
las pautas, las medidas de su interrelación, conjugadas en el número como síntesis
del sentido arquetípico que estos 'módulos', 'medidas', 'cifras' y 'proporciones' conlle-
van. Y es sobre esta base conceptual que se han de estudiar las simbólicas aritméticas
y geométricas precolombinas, e igualmente ser orientado cualquier trabajo en esta di-
rección.

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