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Romana Falcón
Estas páginas constituyen una reflexión sobre una arista de las relaciones de
poder en el México rural de la segunda mitad del largo y azaroso siglo XIX: el
desarrollado “arte de la petición”, con que pobres y marginados del campo inten
taron, con éxito relativo, negociar y adaptar a sus necesidades los requerimientos
de su trabajo, servicios, impuestos, obediencia y sumisión. Dentro de la compli
cada dialéctica entre dominados y quienes ejercen el mando, se esbozan algunos
de los principales mecanismos con que las clases populares dieron contenido y
mejoraron las probabilidades de éxito de sus quejas, peticiones y requerimientos.
Se ha orientado este artículo para tomar en cuenta la conciencia de los par
ticipantes y observar a los campesinos pobres, comuneros e indígenas como
creadores de su propia historia, capaces de adelantar, hasta cierto punto, sus
demandas y esperanzas.
Agradezco la asistencia de Miguel Lara y Elena Ceja. Los dos lectores anónimos de la
revista me impulsaron a mejorar mis pruebas y argumentos.
1. “Alocución presentada por los indios Pames que viajaron a la Ciudad de México
desde San Luis Potosí en la que solicitaron el regreso de sus tierras”, 1865, Archivo General
de la Nación (en adelante AGN), Junta Protectora de las Clases Menesterosas (en adelante
JPCM), vol. 1, exp. 30.
A fin de lograr una mayor concreción temática y analítica, este estudio privile
giará el meollo de los conflictos en el campo: la lucha por preservar la propiedad y
el usufructo de la tierra y el agua. Por ello, privilegiará el análisis de sus protago
nistas principales en el fondo de la pirámide social: pueblos comuneros y grupos
étnicos. Con menor intensidad revisará otras razones del descontento, como fue
la definición y aplicación de la justicia, así como la preservación de tradiciones.
Desde principios de la era independiente, las corporaciones civiles habían
sufrido una acometida por parte de gobernantes, intelectuales, legisladores,
ricos y poderosos que, en su mayoría, estaban seguros de que sus formas de
organización, pensamiento, supervivencia e identidad constituían uno de los
obstáculos más graves al progreso y a la felicidad de la nación. Como resumió
Luis González, los comuneros, y los indígenas en especial, fueron considerados
como “agua estancada” al lado del río. Para los gobernantes liberales del siglo
XIX, poseer terrenos y aguas en común era “como no poseerlas, pues sólo la
propiedad individual tenía un valor económico positivo. Cada indio debía ser
dueño absoluto del trozo de tierra que cultivara”.4
5. Manuel Ferrer y María Bono, Pueblos indígenas y Estado nacional en México en el siglo
XIX (México: Univ. Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Jurídicas,
1998), 269.
Desde 1824 Bolívar ordenó el reparto de tierras de las comunidades entre los indígenas
de Cuzco, Perú, al tiempo en que abolió el tributo indígena por considerarlo un vestigio
de la servidumbre impuesta por la dominación española. Víctor Peralta, “Comunidades,
hacendados y burócratas en el Cusco, Perú, 1826 – 1854”, en La reindianización de América,
siglo XIX, ed. Leticia Reina (México: Siglo XIX / CIESAS, 1997), 55 y ss; Marta Irurozqui,
“Las buenas intenciones: Venta de tierras comunales en Bolivia, 1880 – 1899”, en Reina, La
reindianización, 29 y ss.
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6. Jaime Del Arenal, “La protección del indio en el segundo imperio mexicano: La
Junta Protectora de las Clases Menesterosas”, en Ars Juris (México) 67 (1991): 159; T. G.
Powell, El liberalismo y el campesinado en el centro de México, 1850 – 1876 (México: Sepsetentas,
1974), 102; Manuel Fabila, Cinco siglos de legislación agraria, 1493 – 1940 (México: Industria
Gráfica, 1941), 147 – 55.
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tivo más que resolutivo, contó con una junta central en la ciudad capital y varias
juntas regionales, y logró su mayor fuerza en el viejo altiplano central, donde
el imperio fue relativamente más sólido. Además de oír las quejas de los grupos
populares, realizó numerosos y concienzudos estudios de casos y propuso solu
ciones que con frecuencia pretendían cambiar el status quo a favor de los deman
dantes.7 Aún cuando es imposible conocer el impacto real de esta institución, no
hay duda de que sirvió como correa de transmisión desde los grupos populares
hasta la cúspide del poder, además de que también influyó en el espíritu y el
contenido de varias leyes, por caso, la que intentó mejorar la ardua vida de los
peones de hacienda, promulgada en noviembre de 1865.
Los regímenes que sucedieron al imperio — los encabezados por Juárez,
Lerdo y Díaz — fortalecieron el carácter liberal de sus disposiciones agrarias.
Como en muchas otras partes del mundo, el gobierno se alejó, marcadamente,
del antiguo tono proteccionista. Todavía llegó a haber algunas piezas legislativas
que específicamente se proponían aliviar las condiciones de los miserables e indí
genas, como la circular dada por Juárez poco después de restaurar la república
para cuidar que el deslinde de baldíos no afectase a los indígenas.8 Sin embargo,
las políticas proteccionistas fueron cada vez más escasas.
7. Del Arenal, “La protección del indio”, 191 y ss; Alfonso Ángel Alfiero y Miguel
González Zamora, Índice del ramo de la Junta Protectora de las Clases Menesterosas (México:
Archivo General de la Nación, 1980), introducción; Erika Pani, El segundo imperio: Pasados
de usos múltiples (México: CIDE / Fondo de Cultura Económica, 2004), 140 – 42.
8. “Ministerio de Fomento, Colonización, Industria y Comercio. Circular de 30
septiembre de 1867”, en Legislación indigenista de México (México: Ed. Especiales, 1958),
35 – 36.
9. Véase Romana Falcón, México descalzo: Estrategias de sobrevivencia frente a la
modernidad liberal (México: Plaza y Janés, 2002), 93 – 94. Un tratado interesante sobre las
resistencias populares puede verse en Jennie Purnell, “With All Due Respect: Popular
Resistance to the Privatization of Comunal Lands in Nineteenth-Century Michoacán”,
Latin American Research Review 34, no 1 (verano 1998): 85 – 122.
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10. Aunque el total de expedientes es de 187, incorporé las varias demandas contenidas
en ellos, por lo que el total suma 260, del cual 175 se refieren al agro. Las proporciones se
obtuvieron de Alfiero y González, Índice del ramo.
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Restitución 33 19%
Quejas contra hacendados 25 14%
Exención y nulidad de ley de desamortización 19 11%
Dotación 11 6%
Litigio y apoderados 10 6%
Despojo 10 6%
Conflictos por agua 10 6%
Certificación de títulos 9 5%
Apeo y deslinde 7 4%
Compra y cesión 7 4%
Solicitud de individualización de tierras 7 4%
Conflicto entre pueblos 6 3%
Usufructo de tierras y aguas 3 2%
Otros 18 10%
Total 175 100%
Fuente: Construida con base en Alfiero y González, Índice del ramo; se tomaron en cuenta
cada una de las peticiones en un expediente, por lo que el número total no concuerda con
el total de expedientes.
los pueblos. En efecto, los pueblos carecían de personalidad jurídica como actor
colectivo con derechos públicos desde la ley de 1856 y la constitución de 1857.
Ello les dificultaba los trámites más elementales, como la capacidad para ini
ciar juicios y litigios, además de que creó un importante problema metodológico
a quienes analizamos el pasado, pues la presencia de los indígenas se desdibujó,
o francamente se borró, en la documentación decimonónica. Con el paso de los
años, los actores colectivos fueron firmando sus solicitudes a título individual,
tal y como pedía el nuevo entramado legal. En otros casos, hicieron uso del
reconocimiento parcial que el municipio y las municipalidades como institución
les permitía. Unos más simplemente siguieron presentándose como corpora
ciones que, en los hechos, se negaban a reconocer lo que según las leyes era una
sentencia de haber dejado de formar parte fundamental de la nación.
Sin embargo, tampoco fueron extraordinarios los logros que los margina
dos del campo tuvieron con el uso, a veces puntual, y en otras, amañado, de la
maquinaria institucional. No sólo había más probabilidades de que perdiesen
litigios, juicios y amparos a que sí fuesen protegidos, sino que estas mismas
armas fueron utilizadas, y con ventaja, por particulares y poderosos. Sin duda,
para ellos, el siglo XIX fue extremadamente difícil.
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11. Entre los varios estudios de caso de esta historiografía, puede citarse Raymond
Buve, “ ‘Cádiz’ y el debate sobre el estatus de una provincia mexicana Tlaxcala entre 1780
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La complejidad de los nexos con que los campesinos pobres tomaron parte
activa en la formación del emergente Estado nacional está lejos de ser nove
dosa y ha sido revalorizada por historiadores, antropólogos y politólogos. Ya
destacados analistas de la cultura y la sociedad en México — entre ellos, Gil
bert Joseph, Antonio Escobar, Michael Ducey, Arturo Güemez y Florencia
Mallon — han mostrado la participación de los campesinos en varios de los
procesos que cimentaron a la nación de manera sobresaliente, en la municipa
lización y la desvinculación de la propiedad y el usufructo de tierras y aguas
que hacían los comuneros de los pueblos a favor de la propiedad privada .12 En
suma y aún cuando estos temas no son el objetivo de las páginas siguientes, los
estudios en torno a los pobres del campo mexicano deben también dar el realce
necesario a los fenómenos de adecuación, integración e, incluso, en el caso de los
indígenas, de la desindianización.
13. Sobre este tema en los archivos mexicanos, véase Jane-Dale Loyd, “Preliminar”,
Historia y Grafía, no. 13 (1999) y, en el mismo número, Laura Pérez Rosales, “Agraviados y
ofendidos: Notas sobre los registros oficiales de inconformidad social en la Nueva España
durante el siglo XVIII”.
14. Consúltese en especial el Archivo Benito Juárez (en adelante ABJ), Manuscritos
(en adelante Ms/J) en la colección especial de la Biblioteca Nacional. Algo de esta tradición
se recuperó en el porfiriato, y el Archivo de Porfirio Díaz es también rico en peticiones y
requerimientos de grupos populares.
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15. Jaime del Arenal, “La abogacía en Michoacán: Noticia Histórica”, Relaciones 4,
no 23 (verano 1985), citado en Larrañaga Eduardo, “El abogado y la justicia”, Vínculo Jurídico
(México) (ene. – jun. 1998): 33 – 34.
Un análisis interesante en el contexto latinoamericano es el de Andrés Guerrero, “De
protectores a tinterillos: La privatización de la administración de poblaciones indígenas
(dominadas)”, en Los pueblos campesinos de las Américas: Etnicidad, cultura e historia en el siglo
XIX, ed. Heraclio Bonilla y Amado Guerrero (Colombia: Univ. Industrial de Santander,
1996).
16. Andrés Lira, “Abogados, tinterillos y huizacheros en el México del siglo XIX”,
en Memoria del III Congreso de Historia del Derecho Mexicano, coord. José Luis Soberanes
(México: Univ. Nacional Autónoma de México, 1984), 380 – 89.
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17. Casi idéntica reclamación hicieron los vecinos de Achichipico, Morelos, que
pidieron la posesión de sus antiguos terrenos, según sus títulos originales; 1866, AGN/
JPCM, vol. 1, exp. 2, ff. 6 – 21, y vol. 4, exp. 6, ff. 36 – 41.
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argumentar que solamente estaban usando las tierras que legal y legítimamente
les correspondían desde hacía mucho, como argumentaron los del pueblo de
Pachuquilla, cuando en 1896 invadieron la hacienda de Chiltepec, en el Estado
de México.18
Al caer el segundo imperio y cerrarse la JPCM, los pueblos siguieron bus
cando sus títulos originales. Algunos hubieron de canalizar, a través de los veri
cuetos de la burocracia republicana, los expedientes que habían ido a parar a
la junta protectora, pidiendo que les hiciera valer o les devolviese los títulos y
ocursos ahí entregados. En cuanto Juárez restableció los poderes republicanos,
en el verano de 1867, se reanimaron estas solicitudes. Tal fue el caso de los
vecinos de Santa María Nativitas, que solicitaron al Archivo Nacional remitir
su expediente y devolverles unos títulos de terrenos que habían sido entregados
a la junta, petición que, aparentemente, fue coronada con éxito. Fueron tantos
los requerimientos de títulos primordiales, mercedes, planos y demás documen
tos originales de los pueblos, que en el archivo de la nación hubo de crearse
un nuevo fondo: el de “buscas”, al tiempo en que se contrataron traductores al
nahuatl para ayudar en la tarea.19
Buena parte de los requerimientos formulados ante las instancias imperia
les fueron signadas por actores colectivos: “naturales”, “indígenas”, “comunidad
indígena”, “el común” o “los pueblos”, frecuentemente representados por “veci
nos”, apoderados, patronos y autoridades menores, como jueces de paz, alcaldes
o bien notables, como “indios principales”. Los menos, si fueron suscritas de
manera individual, ya fuera por “vecinos” — regularmente los notables de los
pueblos — o simplemente a nombre personal.
En contraste, cuando estos actores se dirigían a las autoridades juaristas,
lerdistas y porfiristas, solían adoptar la manera individual y ciudadana de peti
cionar, de acuerdo con los valores y normas prevalecientes. Si bien en algunas
instancias se siguió utilizando la fórmula intermedia de “vecinos de los pueblos”
de manera excepcional, hubo peticiones entabladas en tanto actores colectivos:
“común de naturales” o “representantes de la comunidad”. En una era en que
las instituciones buscaban borrar la adscripción de los actores colectivos para
alcanzar el título homogenizador de “ciudadanos”, todavía hubo requerimientos
18. Carta del presidente municipal de Coatapec Harinas, 29 oct. 1896, Archivo
Histórico del Estado de México (en adelante, AHEM), caja 079, vol. 159, exp. 39, fol. 6.
19. Ocurso en que los vecinos del pueblo de Santa María Nativitas piden se les
devuelvan “unos títulos de terrenos que entregaron a la que se llamó Junta Protectora de
las Clases Menesterosas”, 14 ago. 1869, AGN/Buscas, vol. 1, exp. 28, ff. 254 – 57. En épocas
anteriores, este tipo de solicitudes se agrupaban en el ramo Traslado de Tierras y en el
Archivo Fundaciones.
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firmados por grupos étnicos, como la que formularon “varios indígenas de Pén
jamo” en octubre de 1867.20
Entre las estrategias campesinas sobresale el empeño por no limitar sus dispu
tas y reclamos a las cuestiones materiales — derechos de propiedad, impuestos,
terrenos, cosechas, comercio, etc. — , sino formular sus peticiones de manera
que hicieran prevalecer algo de sus valores y su moral. Su aceptación o rechazo al
status quo tuvo mucho que ver con sus nociones del bien y del mal, de lo que para
ellos era lo acostumbrado, preferible, “moral”, socialmente aceptable, “humano”,
“decente” y “justo”. Por ello, parte esencial de sus requerimientos — y es posible
encontrar miles ejemplos que lo prueban — fue la defensa de ideas y símbolos,
expresados en las concepciones que tenían de la justicia y la protección de recur
sos y derechos tradicionales, como el uso del monte o el de recibir raciones en
las haciendas.
En esta guerra por la apropiación de valores, fueron decisivos los esfuerzos
de las comunidades por identificar causas, señalar culpas y dar significado a su
historia local. Sus interpretaciones del mundo daban coherencia a su presente,
su pasado y su porvenir, y constituyen parte fundamental y poco explorada de
sus cartas de negociación.21
Un ejemplo de esta defensa de tradiciones tuvo lugar en 1877, cuando el
pueblo de Villa de Hidalgo, Estado de México, entró en conflictos con el ayun
tamiento de Texcoco, ya que éste les quitó su antigua prerrogativa para dedicar
los fondos que obtenían de un rancho propiedad del pueblo, a la instrucción de
los niños. Fundamentaron su alegato en el largo tiempo transcurrido — argu
mentaron que estas tierras databan de 1674 y su producto se ofrendaba desde
entonces con ese fin — y que estos fondos deberían seguir la antigua costumbre,
pues se trataba de una “suma impuesta por nuestros abuelos al sagrado objeto
de su destino”, mismo que, además, ayudaba al “engrandecimiento de la patria”.
Varios campesinos “humildes” declararon en el mismo tenor. Para fortalecer sus
argumentos, llamaron a algunos ancianos. Un labrador de 75 años aseguró que,
“desde que tiene noticia, porque sus padres se lo comunicaban”, estas tierras se
20. Solicitud de Indígenas de Pénjamo, 25 oct. 1867, AGN/Buscas, vol. 2, exp. 37, fol. 8.
21. Hay un ejemplo en Romana Falcón, “Límites, resistencias y rompimiento del
orden”, en Don Porfirio presidente . . . nunca omnipresente: Hallazgos, reflexiones y debate,
1876 – 1911, comp. Romana Falcón y Raymond Buve (México: Univ. Iberoamericana, 1998),
400.
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tequezquite y otros productos, los terrenos donde llevaban a pastar a sus ani
males, sus fuentes de agua y la explotación de ciénagas y canales. Protegieron
sus derechos de servidumbre, en especial, el tránsito por caminos vecinales o el
acceso a recursos naturales. Además, lo hicieron reformando sus costumbres
según las muchas variaciones ideológicas, institucionales, políticas y legislativas
de un país aún en difícil proceso de formación.
Una muestra de esta defensa al uso del bosque es la de los naturales de
Acuautla que, al peticionar, resaltaron los símbolos morales y del pasado acos
tumbrado. Ante Maximiliano alegaron poseer “desde tiempo inmemorial… el
privilegio de cortar madera y otros renglones de los montes… y de hacer pastar
allí sus animales”. El argumento recaía en que este derecho había sido ratificado
por el virrey en 1817, quien había permitido “a los indios… que saquen de los
montes de aquella finca… cuanta madera necesiten para sus propios usos y para
sus cosas, como también lo que hubiera menester para su Iglesia;… y leña de
cuenta para vender…”26
Para evitar la erosión de sus tradiciones, alegaron que, no obstante que
habían disfrutado de manera “quieta y pacifica la posesión de tal goce”, la
hacienda pretendía ahora “innovar y alterar la primitiva concesión en condicio
nes muy duras”. Por ello, “suplicaron” a S.M. impidiese “alteración alguna que
ponga en grande conflicto al pueblo”. El requerimiento tuvo efectos. El mismo
presidente de la JPCM, Faustino Chimalpopoca, consideró que Acuautla había
probado tener “derecho a la costumbre o servidumbre de cortar madera no sólo
para su uso particular, sino aún para venderla” y pidió ordenar a la hacienda no
hacer “innovación alguna sobre la servidumbre que reportan los montes… para
que no se les borre la esperanza que… han concebido de que S. M: Y. los ampararía en
justicia, como se los ha prometido”.27
26. Expediente de San Francisco Acuautla, nov. 1865, AGN/JPCM, vol. 2, exp. 5, ff.
41 – 49.
27. Ibid. (cursivas mías).
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petición fue formulada a través de un dirigente local, miembro del ejército jua
rista. Su presentación formal era impecable, signada en calidad de ciudadanos,
así como de los ayuntamientos recién constituidos — el de “la nueva villa del
General Zaragoza” y el de “Río Blanco” — , es decir, llenando a la perfección las
categorías ideales por las que los liberales estaban en armas.31
Se debe destacar que, cuando la solicitud contrariaba directamente la nor
mativa vigente — y aquí, incluso caben leyes de capital importancia, como eran
las de desamortización de bienes de corporaciones y la reducción de baldíos — ,
la petición de excepción solía formularse de manera que permitiera, al mismo
tiempo, asegurar la obediencia. Tal es el caso de las demandas que en 1893 for
muló el pueblo de Tultitlán, Estado de México, con el fin de oponerse al frac
cionamiento de sus ejidos. Buena parte del vecindario — que en un momento se
autodefinió como “corporación” — pidió a las autoridades “la merced de que no
se fraccionara dicho ejido”, lo que iba en contra de la constitución de 1857. Pero,
al mismo tiempo, aseguraron que “las juntas no tuvieron por objeto oponerse a
las órdenes de esa superioridad, ni contravenir a la Suprema Circular del 12 de
mayo de 1890 porque jamás esta corporación podía no debía mostrarse desobe
diente a las supremas disposiciones…”32
El inevitable traslape entre momentos, legitimidades y fórmulas aceptables
daba lugar a combinaciones complejas de identidad y de franco sincretismo
político, como la de “ciudadanos indios” que utilizaron huastecos en Yahualica.33
En ocasiones, los actores colectivos llevaban las líneas argumentales ade
cuadas a su extremo lógico. Entre los alegatos de los pueblos, sobresalió uno de
impacto a oídos liberales: que poseían sus terrenos en forma de estricta propie
dad privada, por lo cual no estaban sujetos a la desamortización. Este fue el
corazón de la defensa que presentó el pueblo de San Gerónimo en Metepec,
cerca de Toluca. Desde 1868 solicitó que se titularan de manera individual sus
bienes “a fin de poder utilizar libremente de nuestra propiedad”, pero argu
31. Felipe Martínez a Benito Juárez, 1 dic. 1866, ABJ, Ms/J, 12 – 1678.
32. Presidencia municipal de Tultepec a jefe político de Cuautitlán, 12 mayo 1893,
AHEM, caja 079.0, vol. 163, exp. 23, subrayado mío. La petición fue negada y se ordenó
fraccionar al ejido. “Circular de la Secretaria de gobernación, dirige excitativa a los
Gobernadores de los Estados para que se reduzcan a propiedad particular los ejidos y los
terrenos de común repartimiento de los pueblos del 12 de mayo de 1890,” en La legislación
mexicana de Manuel Dublán y José María Lozano, comp. Mario Téllez y José López (México:
El Colegio de México / Escuela Libre de Derecho / Suprema Corte de Justicia de la Nación,
2004). Cursivas mías.
33. Antonio Escobar, De la costa a la sierra: Las Huastecas 1750 – 1900. Historia de los
pueblos indígenas de México (México: CIESAS / INI, 1998), 153.
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mentó que sus tierras no podían ser desamortizadas, ni debían pagar contribu
ción municipal, ya que las poseían desde antes de los españoles “desde épocas
tan remotas que ni hay memoria” y de “manera quieta y pacífica”. El as bajo la
manga era una premisa especialmente cara a los gobernantes: que esos terrenos
siempre los habían tenido como su más “absoluta propiedad” y así los querían
conservar: “pudiendo de consiguiente empeñarlos, enajenarlos, y disponer de
ellos como todo dueño lo hace con sus cosas”.34
Un paso más lejos dieron aquellas comunidades que alegaron que, justo
por poseer sus bienes como propiedad privada, tenían el derecho de disponer
de ellos como quisieran, ¡incluso de manera comunal! Tal fue el argumento de
la solicitud de amparo del pueblo de San Guillermo, en el estado de Hidalgo.
Su razonamiento era de impecable ideología liberal: poseían sus propiedades
“desde tiempo inmemorial”, pero no por cesión, sino por la compra que hicieran
los “naturales” en 1713. A partir de entonces, los poseían “en pleno dominio y
propiedad”, “sin reconocer a nadie renta, pensión o prestación de algún servicio
personal, vecinal o municipal”. El pueblo había mantenido esta propiedad privada
según su conveniencia: una parte dedicada “al uso inmediato” de cada vecino,
mientras que los “bosques y pastos quedaron indiviso disfrutándolos todos en
común”. Como eran “dueños absolutos” de sus terrenos y los mantenían “libres
de todo gravamen como si los acabáramos de comparar”, tenían el derecho de
conservar este arreglo si así les parecía. Por todo ello, alegaron, no era posible la
pretensión de aplicarles la ley de desamortización. Señalaron no tener obligación
alguna de denunciar sus tierras “para que se nos adjudicase en propiedad lo que ya era
nuestro”. Bajo esta lógica, era el gobierno el que minaba los principios liberales.
De hecho, los atacaba en tanto individuos y no en tanto “el común” y les afectaba
“en nuestras posesiones, nuestros legítimos derechos de propietarios, en nuestras
garantías individuales”. Debe resaltarse que la efectividad de esta argumentación
ayudó al pueblo a ganar el amparo solicitado, tanto local como federal.35
También fue frecuente que los pueblos, con el fin de conservar sus propie
dades, algunas usufructuadas y poseídas en común, se ampararon bajo crite
rios legalmente aceptables. Sobresale el caso de los condueñazgos, fórmula
muy utilizada en la región de la huasteca como paraguas para conservar sus
Etnicidad y pobreza
40. Carta del jefe político de Tetecala, Morelos, 15 abr. 1882; Naturales y vecinos del
pueblo indígena de San Gaspar a gobernador, 20 mayo 1882, ambos en AHEM, caja 048.45
vol. 117, exp. 27, 29 ff.
41. Solicitud de Santa Catarina Ayotzingo, 6 jun. 1865, AGN/JPCM, vol. 1, exp. 18.
42. Ibid.
43. Un ejemplo en el ocurso de originarios y vecinos de Tultepec al jefe político de
Cuautitlán, 23 ene. 1893, AHEM, caja 079.0, vol. 163, exp. 23.
44. Ocurso de los vecinos de Tezompa dirigido al gobernador del Estado de México,
15 ene. 1902, AHEM/Fondo Fomento, Serie Aguas, vol. 2, exp. 26, fol. 35, citado en Gloria
Camacho, “Resistencias cotidianas”, en Falcón, Culturas de pobreza, 280.
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45. Ibid.
46. Expediente de los vecinos de Huixquilucan, ago. 1865, AGN/JPCM, vol. 1, exp. 28.
47. Ibid. Cursivas mías.
El arte de la petición 491
Escenarios públicos
48. Expediente de los vecinos de Huixquilucan, 1866, AGN/JPCM, vol. 5, exp. 46, ff.
299 – 300. Esta solicitud fue turnada al subprefecto de Tlanepantla.
49. Expediente de Ayotusco, Sultepec, 31 oct. 1877, AHEM, caja 092.1, vol. 187, exp.
40, fol. 8.
50. El texto clásico es el de Michel Foucault, Discipline and Punish: The Birth of the
Prison (Harmondsworth: Penguin, 1977), 117 y ss. Un examen sobre la interacción de
“plebeyos”, gente “ordinaria”, negros, esclavos y castas en Chile puede consultarse en
Alejandra Araya, “Gestos, actitudes e instrumentos de la dominación: Élites y subordinados.
Santiago de Chile 1750 — 1850” (tesis de maestría, Univ. de Chile, 1999).
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54. Expediente sobre solicitud de Acayuca, ago. 1868, AGN/Buscas, vol. 12, exp. 41.
55. Felipe A. Latorre y Dolores L. Latorre, The Mexican Kickapoo Indians (Austin: Univ.
of Texas Press, 1976), 18 – 19.
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expresaron de esta manera directa, sino con el uso de símbolos del pasado y de
la fraternidad que los enlazaba: “Nuestros antepasados están enterrados lejos de
aquí, pero nuestros hijos y nuestros hermanos viven ahora con vosotros y por
eso queremos vuestro país... Los kikapoos son guerreros y siguen vuestra senda.
Nosotros con nuestros compañeros de la tribu que quedan atrás, hemos defen
dido vuestro suelo del enemigo, sembrando la tierra y fijado nuestros hogares
con vosotros. Esperamos vuestra protección”.56
En Monterrey, cuando comparecieron ante el jefe político y gobernador,
asistieron ataviados vistosamente, “los rostros pintados de verde y rojo, con pena
chos de plumas... y otros adornos de piel de tigre y cuentas de vidrio de colores”.
Si todos debían cuidar su atuendo y lenguaje corporal, su dirigente Mascuá, un
hombre delgado de 80 años y “airoso ademán”, se adornó con elementos de pro
fundo simbolismo. Se presentó “erguido como una estatua, con la mano izqui
erda descansando sobre el pecho” e iba ataviado justamente con una muestra de
su conocimiento y respeto a la casa real francesa: ¡portaba una medalla de plata
con el busto de Luis XV, rey de los franceses, al reverso de la cual se leían las
palabras “honor y justicia”! Su alocución frente a la autoridad — traducida por
un intérprete el castellano — recalcó las batallas conjuntas y el sentido de perte
nencia a un todo mayor. Pidieron la seguridad de sus territorios, solicitando
amparo a los mexicanos: “Hermanos... Venimos a buscar amparo y protec
ción, a extenderos la mano y a dar nuevo brillo a la cadena de la amistad. Desde
que residimos en vuestro país, nuestra amistad ha sido firme como una roca.
Vosotros ofrecisteis ampararnos. Hoy venimos a recordaros vuestra promesa...
El Gran Espíritu creó esta tierra para vosotros. Los kikapoos son vuestros her
manos y os piden parte de ella”.57 A Porfirio Díaz también lo visitaron en varias
ocasiones. Una de ellas tuvo lugar en la primavera de 1893, cuando el dirigente
kikapú pidió que se les tratase con justicia y protección ante la amenaza de que
les expropiaran y deslindaran sus tierras.58
Otro botón de muestra fue el de los representantes de varios pueblos pames
de San Luis Potosí, que el 26 de julio de 1865 fueron recibidos en el Palacio de
Chapultepec por el emperador. Habían realizado el “dilatado viaje para obtener la
audiencia” y poder “presentar su adhesión” a Maximiliano y a su “augusta esposa
la Emperatriz”. A “nombre de todos los habitantes”, no sólo hicieron patentes
“los sentimientos más vivos de respeto y adhesión”, sino que pidieron “algunas
concesiones”. Hablaron ante Maximiliano, “fiados en la proverbial accesibilidad
“que ameritan la queja” formulada contra las haciendas. Aún cuando no se sabe
el desenlace, por meses continuaron los trámites y ocursos de este grupo étnico,
así como las solicitudes gubernamentales para que presentasen los documentos
probatorios.62
El antropólogo Clifford Geertz ha llamado el “teatro del poder” a los ritua
les y ceremonias públicas orquestadas por los gobernantes.63 En los escenarios
del imperio, en especial en el castillo de Chapultepec, la deferencia marcaba
profundamente las comunicaciones. Las crónicas de entrevistas entre grupos
plebeyos y las estrellas del poder mostraban una deferencia acartonada y pre
decible. Solían recalcar la “gran alegría” que los viajes del emperador provoca
ban entre “todas las clases sociales”. Típicas eran las reseñas de cómo la gente
del campo, con su “franqueza natural”, abrazaban “con efusión al Emperador,
demostrando en sus semblantes y en todos sus actos un gran contento”. Aún
cuando él “ordenaba” a las autoridades locales e intermedias que “no forzaran”
celebración alguna, eran frecuentes los “arcos, flores, músicas, cohetes, repiques,
adornos, iluminaciones, poblaciones enteras de indígenas saliendo al camino á
ofrecer flores y vitorear á S. M.” También era común la celebración de bailes
típicos, serenatas, cantos infantiles, corridas de toros y otras suertes del campo
en su honor. Los hacendados, “con todos sus dependientes”, solían recibirlo “de
manera espontánea”, dando “rienda suelta a su entusiasmo y manifiestan[do]
de todas maneras su alegría”. Algunos poblados, como San Juan del Río en
Querétaro — donde para recibir a los emperadores se adornaron todas las calles
y casas “hasta las más miserables” — , nombraron a Carlota su “protectora”.
A juzgar por los eventos oficiales, Maximiliano y su esposa estaban atentos
a establecer lazos con los más necesitados. En sus viajes, con frecuencia “invi
taban” a su mesa a representantes de los pueblos indígenas, acto que servía para
resolver algunas de las muchas — acaso las más sencillas — peticiones populares,
como era rebajar el precio del maíz o hacerlo llegar desde puntos distantes. Maxi
miliano, “penetrado de los padecimientos de aquellos infelices habitantes”, solía
dar instrucciones precisas para traer los alimentos básicos desde otras pobla
ciones, frecuentemente pagando de su peculio para la adquisición de granos o
62. Desgraciadamente, no se sabe que tantos efectos, si es que alguno tuvo este
requerimiento. Véase solicitud de la comunidad de indígenas pames de Río Verde, 28 jul.
1865, AGN/JPCM, vol. 1, exp. 22, fol. 399; Notificación del ministerio de Gobernación, 20
ago. 1865, AGN/JPCM, vol. 1, exp. 22, fol. 402; dictamen de Faustino Chimalpopoca, 9 feb.
1866, AGN/JPCM, vol. 1, exp. 22, fol. 404.
63. Clifford Geertz, Negara: The Theater-State in Nineteenth-Century Bali (Princeton,
NJ: Princeton Univ. Press, 1980).
El arte de la petición 497
bien para la compra de equipos escolares, para las casas de beneficencia o los
hospitales.64
Una prueba más de la efectividad que, en ocasiones, tenía la presentación
de quejas mediante el contacto directo con los poderosos se puede apreciar en
una de las esferas de mayor complejidad y que diera pie a enormes tensiones: la
definición y aplicación de la justicia. En efecto, en México, al igual que en todos
los países de occidente, el siglo XIX fue uno de transición en el que la justicia,
antiguamente definida como la atribución y la capacidad para hacer prevalecer lo
“bueno”, lo “justo” y lo “humano”, fue siendo constreñida y suplantada por una
concepción equivalente a la simple aplicación de la ley — una ley que, cada vez
más, fue dictada de manera jerárquica y única por las instancias de gobierno de
los Estados nacionales modernos —. Se trató de un proceso complejo y de gran
significación en los nexos entre los gobernantes y la sociedad que, por cuestión
de espacio, será imposible explorar aquí.65
Muchos pueblos y campesinos se negaban a perder la antigua flexibilidad
en las fuentes y formas de la justicia. Lo demandaban, con insistencia, cuando
podían entrar en contacto directo con algún alto funcionario o personaje pode
roso. Así, cuando Maximiliano llegó a Maravatío el 20 de octubre de 1864, un
grupo de señoras se le acercó para presentar el caso de una viuda cuyo hijo, su
único sostén económico, estaba preso por un delito leve, y solicitar su indulto.
Esa misma noche, después de pedir información, el Emperador “dio la orden
que se le pusiese en libertad”, misma que se aplicó de manera inmediata.66 El
caso estuvo lejos de ser excepcional. Fue común, hasta entrado el siglo XX, que
quienes ostentaban poder de facto lo ejercieran de manera inmediata según los
requerimientos y presiones locales — sobre todo, en épocas extraordinarias
como los cambios de régimen o durante rebeliones, cuando las instituciones
estaban lejos de haberse afianzado — .
En 1867, al caer Maximiliano y restaurarse el régimen republicano y liberal,
el trato de los pobres a las principales piezas del ajedrez político se despojó de
los excesos de humildad y protocolo tan propio del ritual imperial. No obstante,
64. El Pájaro Verde, “Diario del viaje del emperador”, 27 ago. 1864.
65. Ver el destacado artículo de Jaime Del Arenal, “El discurso en torno a la ley:
El agotamiento de lo privado como fuente del derecho en el México del siglo XIX”, en
Connaughton, Illades y Pérez, Construcción de la legitimidad; Victoria Chenaut, “Uso del
derecho y pluralidades normativas en el medio rural”, en Las disputas por el México rural:
Transformaciones de prácticas, identidades y proyectos, ed. Sergio Zendejas y Pieter de Vries, 2
vols. (Zamora: El Colegio de Michoacán, 1998).
66. L’Estafette, 10 nov. 1864.
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subsistió mucho de esa cortesía halagadora con que aquellos carentes de poder
suelen protegerse y negociar. Es imposible saber cuanto de estas representacio
nes públicas eran genuinas, interesadas, simples costumbres, acciones forzados
por las circunstancias o bien, por orden concreta de alguna autoridad o una
mezcla de todo ello. En ocasiones, y para sorpresa de nadie, consta la falsedad
de las “demostraciones de cariño” populares: el propio ¡Diario Oficial! publicó
la molestia de los naturales de Xochimilco y Tlalpan, que se vieron obligados
a contribuir a las “manifestaciones de aprecio y gratitud” al presidente Lerdo,
“haciéndoles tocar en balde, cortar flores y ramaje y trabajar sin retribución”.
Además de quejarse de estos abusos, pidieron se les compensase con fondos
públicos. Según el diario, se habían visto forzados a cumplir órdenes, pues
“pobres y miserables han contribuido por las fuerzas a dar a entender que quie
ren al gobierno actual, cuando tal vez no saben como se llama su personal, ni si
es distinto del de Miramón, Santa Ana y Maximiliano, porque hasta allá llega
su ignorancia”.67
A nivel local, los grupos étnicos multiplicaban, cuanto podían, esta presión
ejercida de viva voz y de cuerpo presente. De ello dan testimonio las varias comi
siones de indígenas del cerro de la Malinche, Tlaxcala, quienes acompañados de
su abogado se entrevistaron con el ministro de gobernación en defensa de las
tierras que les habían despojado.68
Conclusiones
71. Florencia Mallon, Campesino y nación: La formación en los Estados nacionales (México:
CIESAS, 2003); Peter Guardino, Peasants, Politics, and the Formation of Mexico’s National
State: Guerrero, 1800 – 1857 (Stanford: Stanford Univ. Press, 1996); Escobar, “Los pueblos
indios huastecos”.