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Muere el catedrático Francisco Calvo Serraller, referencia indiscutible en el mundo del arte
El valor en la despedida
Presencié este último auténtico manifiesto a favor del ejercicio de la valentía y la libertad en el
Museo del Prado, que dirigió de forma tan fugaz como apasionada, y que sobre todo defendió
sin desmayo hasta su último aliento. Me alegro hoy especialmente de haber promovido antes
de dejar el museo la publicación antológica de sus numerosos textos dedicados al Prado
(Introducciones al Museo del Prado) editado con esmero por sus también discípulos Javier
Portús y Alberto Pancorbo.
Tímido temible, como solía autorretratarse, Francisco Calvo Serraller pertenece con Manuela a
esa extraordinaria generación de intelectuales e historiadores del arte que les correspondió en
el seno de la docencia universitaria, la conservación en los museos y la crítica artística, romper
los rígidos moldes del academicismo y abrir nuevos campos y perspectivas de estudio a la
historia del arte en nuestro país. Primordial fue la trayectoria del tándem que formó con Ángel
González en la ya mítica programación de la Galería Multitud a finales de los años setenta y, no
menos, en el nacimiento de la influyente crítica artística en este diario EL PAÍS, algo de lo que
se enorgullecía, al recordar que formó parte del periódico desde su fundación.
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No me gustaría pasar por alto en este rápido repaso el fabuloso trabajo desarrollado como
comisario de exposiciones, las que disfrutamos juntos en su querido Museo de Bellas Artes
Bilbao o las que consagró a Picasso en museos internacionales con la infatigable colaboradora
que ha sido Carmen Giménez.
Pero además de la historia, a Calvo Serraller le gustaba escribir “la novela del artista”, el mano
a mano con el arte de su tiempo, con los artistas a los que ha ofrecido una buena parte de su
quehacer literario. Si hubiera que nombrar apresuradamente un representante distinguido del
gremio este sería sin duda el pintor Eduardo Arroyo, sobre quien escribió un nutrido corpus de
textos, incluido el dedicado a su memoria en estas páginas con motivo de su reciente
fallecimiento, donde reconocía como uno de sus libros más dichosos el Diccionario de ideas
recibidas, de Arroyo.
Solo me resta reenviar desde estas mismas líneas a su familia y a su compañera Blanca Muñoz
aquel mensaje de un sabio: “Ven conmigo, donde ya no me busques”.