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No existe ningún ámbito, social y cultural que no haya sido “tocado” por el universo
digital, como menciona Marc Prensky en el ensayo, “Nativos Digitales, Inmigrantes
Digitales”, refiriéndose al impacto en la Educación, habiendo revolucionado la
forma de hacer y “enseñar” a los alumnos/as.
Las aulas ya no son el espacio pasivo donde los alumnos reciben la “información”
de sus profesores y maestros, y las tareas ya no son copiar y/o memorizar, esa
nueva forma de “hacer” en la educación ya se está notando en nuestro país, las
políticas gubernamentales ya están dotando a los colegios públicos (urbanos y
rurales) de equipos computacionales, en algunos casos, uno por alumno para
intensificar la enseñanza en sus clases o laboratorios digitales.
Sin embargo, el cuestionamiento o debate apunta hacia los contenidos que tendría
esta nueva forma de “hacer y enseñar” en la Educación. Las tareas o la
investigación ya no se realizan mayoritariamente, asistiendo a la biblioteca o
comprando enciclopedias o fascículos de conocimientos para después
transcribirlos al cuaderno, ese “espacio” de la búsqueda de la materia y el
aprendizaje de lo que se estaba escribiendo, ya no existe. Me relataba un profesor
que es frustrante cuando a los alumnos/as les pide una tarea, basta tan sólo un
click en “copiar y pegar” y la materia se instala en la inmaculada hoja en blanco,
textual, sin ningún aporte del alumno, y todavía más, a veces ni siquiera buscan la
información en Internet, sino que se la piden a otro compañero/a y no tienen la
cautela ni concentración de fijarse que el trabajo a veces viene con el correo
electrónico de quien lo envió.
Según el artículo escrito por (Fuentes: Der Spiegel y The New York Times
Syndicate), se pregunta: ¿Qué sucederá con los libros cuando el último texto
haya sido escaneado, la última palabra almacenada? ¿Se transformarán las
grandes bibliotecas en catedrales vacías y sin cuerpos de conocimiento donde los
computadores zumbarán sin cesar y la pálida luz de las pantallas iluminará las
caras de los lectores?
Ceynowa, el bibliotecario de Munich, dice que aunque él nunca querrá leer “Crítica
de la razón pura”, de Kant, en el monitor de un computador, los jóvenes de hoy
son distintos: “Si no lo encuentran en Internet, creen que no existe”.