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Israel García Plata

La contemporaneidad del siglo XVIII:

de la modernidad a Kant y el ahora

A mediados del siglo XVII, Descartes había escrito un tratado filosófico en el


que, a grandes rasgos, mostraba una forma nueva y radical de mirar la realidad. Esa
nueva perspectiva filosófica que planteaba en su Discurso del método, postulaba una
mirada crítica del mundo a partir de la posibilidad que le otorgaba su facultad cognitiva,
la cual se expresa en la potencia de su propio razonamiento. Con este método, Descartes
buscaba dejar atrás el pensamiento escolástico que había dominado desde la filosofía
helénica y que se caracterizaba por una serie de esfuerzos intelectuales por dar cuenta
del orden y comportamiento de la physis -para la filosofía clásica- y más tarde, de la
creación -en la Edad Media-, en donde el pensador hacía las veces de “intérprete” de la
realidad causada por la potencia del Ser o bien, por la potencia creadora del Dios
cristiano. La dimensión de lo expresado por Descartes en su tratado filosófico,
adquiriría poco después una valoración transcendental no sólo en la filosofía sino en
muchas esferas de la cultura, razón por la cual, Descartes inaugura en la historia del
pensamiento un nuevo modo de comprensión de la realidad, esta es la Modernidad, en
donde además, acontece una inversión de los temas que ocupan el interés de los
filósofos y los nuevos científicos, tal es el problema del hombre, por el que la cuestión
de la realidad y su complejidad cobra sentido.

Bajo estas nuevas determinaciones de lo real y el papel crucial y definitivo que


tiene el hombre en esta dialéctica, se configuran en siglo XVIII y concretamente en la
Gran Bretaña, una serie de investigaciones orientadas hacia la comprensión del
fenómeno del entendimiento humano y en consecuencia, de la realidad que acontece.
La nueva metodología planteada desde la filosofía pero también desde la ciencia –por
Isaac Newton principalmente-, generó que el tratamiento de los problemas se
caracterizara por la sistematización, el rigor y la precisión de sus objetos de estudio. Es
pues, en el siglo XVIII que en Inglaterra comienzan las investigaciones que atañen a
nuestros propósitos, tales son, las que conciernen a la consolidación de la estética como
una particular forma de comprensión de la realidad que acontece.

La influencia de Descartes, Leibniz y Wolff principalmente, dio lugar en el siglo


al que referimos a un tratamiento de los problemas desde el racionalismo
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influenciado por estos autores. Por ello, A. G. Baumgarten, en un afán de referir a


una forma distintiva de aprehender la realidad desde esta postura, emplea el término
aesthesis (estética) para señalar el primer momento en el que experimentamos la
realidad desde nuestra facultad congnitiva: “Baumgarten´s strategy was to make a
place for feeling both as first step toward rational knowledge and as a legitímate,
though limited, form of knowledge in his own right.” 1 Sin embargo, a inicios del
siglo XVIII en Inglaterra, aún las ideas de Baumgarten no eran del todo conocidas
por el círculo académico e intelectual. En el ambiente filosófico más b ien la
discusión giraba en torno al problema de la belleza y más tarde del gusto. Este
último concepto que tiene su origen en la discusión sobre el problema de la pintura
en el Renacimiento, comprendía la significación necesaria para referir a las
percepciones sensibles e intelectuales que producía en el hombre la experimentación
de la obra de arte, pues “[t]aste provided an analogy which connected sense and
judgment.” 2 De tal modo que, los esfuerzos del racionalismo y el empirismo
característicos del siglo XVIII, pretendían esclarecer el fenómeno de la aprehensión
cognoscitiva de los objetos. El sujeto pensante y los procesos mentales por los que
éste se acerca al mundo, es en realidad el problema central que define a la emergente
modernidad.

El problema de la belleza que en la antigüedad ocupó la atención de no pocos


filósofos, y que se asociaba como un elemento objetivo de ciertas formas de la
naturaleza, va a perder fuerza en el transcurso de las investigaciones estéticas en la
modernidad. Para el pensador moderno –tanto empiristas como racionalistas-, tanto
la belleza como el gusto no constituyen más una propiedad particular inherente a
ciertos objetos, se trata más bien del resultado de la relación aprehensiva que
establece la mente con algunos de los objetos que contempla, es decir, una mera
apreciación psicológica: “[t]he empiricist tradition widely accepted that qualities
such as colour and taste are only in the mind and cannot be connected directly to
their object. […] If beauty is included among the secondary qualities, it too is not a
quality of an object but a quality of mind´s apprehension of the object”. 3 Además, la
belleza no es más que una forma de experimentación de placer, strictu sensu, un
modo especial de placer estético. Esta dis- locación de ciertas cualidades de los

1
TOWNSEND, D. (1999): Eighteenth-Century British Aesthetics. Baywood. Pág. 1
2
Ibíd. Pág. 15
3
Ibíd. Pág. 7
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objetos que daba por sentado la antigüedad y que daban forma a sus consideraciones
sobre el arte, constituye una ruptura de paradigma fundamental para las
subsecuentes investigaciones sobre la experiencia estética.

Es el filósofo alemán Immanuel Kant quien retoma el concepto de estética en su


Crítica del juicio, y lo emplea para referir a la sensibilidad experimentada por
aprehensión pre-teórica, y con ello da forma a una teoría filosófica más significativa
sobre el problema del placer estético y la sensibilidad. A Kant, pues, se le debe la
consideración actual del concepto de estética como una forma de representación
desde la filosofía sobre el problema de la sensibilidad y las formas del placer
estético. Es a partir de entonces que para Kant, el Arte adquiere una valoración
novedosa y significativa en relación al concepto de estética, pues son los artistas y la
obra de arte como tal en quienes está la facultad de la representación de las formas
de la sensibilidad. El Arte, por tanto, deja de ser una mera actividad que sólo
conjuga habilidad y destreza: “[a]rtist were craftsmen, and their craft required that
they know and follow nature”4 , para convertirse a partir de esta nueva valoración
desde la estética kantiana, en una actividad que representa y comprende en sí misma
una dimensión totalizadora de lo humano, en donde la imaginación y la creatividad
tienen un papel determinante. Por tal motivo, el Arte no va a representar más la
belleza natural de las cosas, más bien, ahora representará el panorama de lo
estrictamente humano, podrá plasmar en la obra aquello que atañe y produce en el
hombre lo que Aristóteles llama “un movimiento del alma”, por lo que el espíritu se
verá a sí mismo enfrentado con su propia naturaleza y con la naturaleza violenta o
calma, bella o grotesca, trágica o cómica, donde finalmente quedará manifiesta la
sensibilidad de las formas. Kant se vale del término sublime para expresar
precisamente este placer que desborda el alma, que la mueve o la sacude si es
preciso. Lo sublime enfrenta al hombre con lo humano, lo arroja a la experiencia
estética de su propia naturaleza multiforme y compleja. Lo sublime le muestra al
hombre el absoluto, lo enfrenta al vértigo de la totalidad, donde finalmente el
hombre se siente abrumado pero paradójicamente, conmovido por el placer estético
que tal experiencia suscita.

En el Arte posterior a las consideraciones kantianas sobre lo estético y lo artístico, se


experimentará una mayor libertad de expresión en cuanto a la temát ica y la técnica. La
4
Ibíd. Pág. 10
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expresión junto con la imaginación, serán determinantes en el proceso creativo del artista y
en la experimentación de la obra de arte por el espectador. “Hume attributes to the
imagination the ability to represent ideas.”5 Las ideas, pero concretamente las ideas
creativas –que suelen ser las resultantes de la asociación de las mismas-, serán el material
conceptual del que los artistas partirán para representar su propia sensibilidad de la realidad
objetiva. Los espectadores por su parte, al enfrentar la obra, le serán evocadas ideas de
distinta índole que le harán experimentar placer estético, no importando si la obra le
presenta situaciones dolorosas o grotescas, pues “[i]magination converts painful passions
into pleasure, because the force of imagination is always pleasent.”6

El Arte obedece, siguiendo a Kant, una forma particular de expresión que parte de la
sensibilidad para aprehender el mundo. El Arte contemporáneo, por su parte, parece
manifestar desde sus diversas -tal vez caóticas o al menos confusas- formas de sensibilidad
la realidad que acontece una vez atravesados distintos acontecimientos históricos que han
determinado nuestro estar en el mundo. El siglo XX, según el recuento histórico de los
especialistas, ha sido unos de los siglos en los que la humanidad se ha visto mayormente
sacudida por distintos fenómenos sociales y culturales de carácter trágico como lo fueron las
guerras, pandemias, u holocaustos; lo que ha generado que la percepción del mundo se
modifique y adquiera rasgos más o menos característicos de nuestra época. Weber, por
ejemplo, acuña la expresión desencanto del mundo para representar nuestra condición,
Freud –el gran psicoanalista del siglo XX- llama por su parte Malestar de la cultura al
referir al estado generalizado de las sociedades y así, muchos otros filósofos y pensadores
en distintas áreas del conocimiento parecen apuntar a que en la situación contemporánea se
experimenta una sensación de vacío, de angustia y desazón. El Arte, como reflejo del
espíritu de una época, representa –algunas veces con éxito en el caso de los genios- ese estar
en el mundo que se configura por el contexto histórico. La experimentación muchas veces
caótica, la ausencia de reglas, el sin sentido, la ironía, el arte como mercancía, parecen
expresar finalmente el absurdo, el vacío existencial y conceptual que envuelve al mundo
contemporáneo. La estética por tanto, debe dar cuenta de estos fenómenos estrictamente
post-modernos desde el origen mismo de su significación, y adecuándose si es necesario, a
las variaciones que puede suscitar un periodo tan complejo y valioso como el nuestro.

5
Ibíd. Pág. 27
6
Ibíd. Pág. 27

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