Hace bastante tiempo, un lector de esta columna me recomendó un
libro que, por esa época, era casi desconocido; era El acoso moral. El maltrato psicológico en la vida cotidiana de Marie-France Hirigoyen. Simultáneamente, me pidió que no hablara del mismo públicamente. Hoy que el libro va por su octava reimpresión y el tema está haciéndose más común, me siento liberada del compromiso.
No recuerdo el tema del artículo que dio motivo a la carta, y no podría
decir el nombre de la persona que me escribió, ni aunque me corrieran con fuego. Sólo sé que el libro me pareció extraordinario y que pensé mucho acerca del miedo que debía tener mi corresponsal para pedirme que no hablara de él. Ahora se habla del acoso moral fundamentalmente con respecto al trabajo; lo que dio en llamarse mobbing, una palabra inglesa cuyo origen se relaciona con “mob” vulgarismo para “mafia” que, a su vez, tiene que ver con un grupo (de personas o de animales) que se congregan en torno a un líder para molestar a una víctima. Por lo que he buscado, “mobbing” no tiene traducción español hispánico, neutro o el que fuera. Pero en la Argentina tiene un sinónimo casi exacto: “patotear”.
Patotero, rey del bailongo
En una época salvaje de nuestro país –cuyo término parece no llegar
jamás- el patotero era un tipo que la iba de macho, porque tenía atrás la claque que lo admiraba en sus compadreadas y no le perdonaba los “renuncios”. La apuesta era sobre quién la tenía más larga. Y no sólo esa que usted está pensando, querido lector; sino la mano para pegar a las minas, la declaración guaranga para el oponente, la humillación para el que despertaba la envidia. Estas últimas admitidas como una demostración de la primera: a más guarango, prepotente y pegador, más larga. (Como si importase...) Una cultura de machos con respaldo de otros machos para impresionarse a sí mismos: esa actitud que despierta todas las alertas de la persona de bien. Una cultura patotera que, por algunas cosas que se ven por ahí todavía, parece que no es historia ¡Qué pena! ¿no? No sé, lector, si recuerda la letra del tango. Es tan clara mostrando cómo actúa el patotero que vale la pena copiar unas estrofas: “Cuando tengo dos copas de más, /en mi pecho comienza a surgir, /el recuerdo de aquella fiel mujer/que me quiso de verdad y que ingrato abandoné... De su amor, me burlé sin mirar, /que pudiera sentirlo después, /sin pensar que los años al correr/iban crueles a amargar a este rey del cabaret. Pobrecita cómo lloraba/cuando ciego la eché a rodar, /la patota me miraba, /y...no es de hombre el aflojar.”
Narciso
La letra refleja tan bien la personalidad narcisista del acosador (o
acosadora, ya que no es privativo de los varones) que habría que mandársela a la doctora Hirigoyen para que la use como ejemplo en algún próximo libro. Entre las características de ese tipo de personalidad, Hirigoyen menciona que, además de creer que no tiene defectos y creer que es el foco de atención del mundo que lo debe admirar, el narcisista usa a los demás, carece de empatía y es arrogante y envidioso. Tal como el tango: lo miraba la patota y le importaba un corno la mina. Es más, le importa ahora que la necesita porque está viejo. La única diferencia entre el verdadero y el del tango es que, como el narcisista está siempre subido al caballo y tapa sus sentimientos, nunca se compadecería de su víctima. En el fondo son unos pobres tipos sin capacidad afectiva:”Un Narciso es una cáscara vacía que intenta crear una ilusión que enmascare su vaciedad (...) Se trata de alguien a quién no se ha reconocido nunca como un ser humano y que se ha visto obligado a construirse un juego de espejos para tener la sensación de que existe”i Pero el espejo en el que se ve él como grande y maravilloso, es la proyección de sus carencias en los demás; por eso el Narciso humilla al prójimo, lo desprecia, lo degrada: porque es la manera de sentir que vale un poco. Así que, por pobre tipo que sea, resulta más dañino que un bicho taladro y es mejor tenerlo lejos. Nada de perdonar porque “no lo quisieron de chico, pobrecito”; a mucha gente no la quisieron y reacciona de otras maneras. Nada de caer en la trampa del doble vínculo que suelen crear: te maltrato porque te quiero... ¡Andá a querer a tu hermana! Hay algo claro: una persona que lo ama, lector, lo trata bien. Y si alguien lo trata mal, siento tener que decirle que no lo quiere. Si se enamoró de un/a Narciso, vaya tratando de dejarlo/a – por las suyas o psicólogo mediante-, porque el pronóstico es muy desfavorable: no se curan. Pero otra cosa es cuando uno se lo encuentra en el laburo.
El acoso laboral
Si tiene un jefe perverso (porque el acoso es una perversión), la
vida se pone complicada. También le puede pasar con un compañero, pero es menos grave, ya que el acosador laboral siempre busca aliados y, en le caso de los jefes, siempre encuentran a los infaltables lamebotas. ¿Quién suele ser la víctima? No hay un tipo definido, ya que el perverso puede acosar por simple placer o antipatía, pero generalmente la víctima es alguien que despierta la envidia del acosador o representa lo que él supone un peligro. ¿Cómo se sabe si uno es víctima de un acoso laboral? No es muy difícil. No obstante, se pueden encontrar varias páginas en Internet en las que se dan los rasgos del acoso. Hay ciertas cuestiones que son bastante claras, como hacerle el vacío a alguien; tratarlo de manera despreciativa; desvalorizar su trabajo; hacer correr rumores sobre su incapacidad o inconducta; buscar permanentemente errores en el trabajo y magnificarlos; hacer observaciones o bromas públicas sobre su aspecto o vestimenta...En fin, tratar de hacerle la vida miserable a una persona. Hoy en día, cuando el trabajo casi es un lujo -por lo que se dan todo tipo de abusos: desde los horarios a los sueldos- , es bueno estar alerta, ya que el mobbing no es sólo un problema laboral, sino que puede dañar nuestra salud. Es conveniente saber no sólo detectar al perverso, sino conocer las formas de combatirlo y -por sobre todo- los derechos que nos son propios, porque aunque la legislación argentina no esté tan avanzada en este punto, un abogado hábil, puede hacer maravillas. Sería bueno que los legisladores dejaran la cháchara política y se espabilaran un poquito, porque todavía hay bastantes huecos sobre esto en la Argentina. Para estar informado sobre un tema que hace a nuestro bienestar (identificación, actitudes frente al acoso, medidas que se pueden tomar, etc.), además de todos los libros de la doctora Hirigoyen, están las páginas de Internet. Mire usted lo importante que será el tema que en Google en Español hay 194.000 entradas bajo el rubro “acoso moral”, 667.000 como “mobbing” y, bajo este mismo nombre, en toda la red hay 8.250.000 entradas. Parece que el mundo está bastante llenito de de perversos. Una página excelente, donde se puede buscar todo tipo de información acerca del tema es la de Marina Parés Oliva, que es la presidente del Servicio Europeo de Información sobre mobbing: www.acosomoral.org. Allí hay desde análisis de casos particulares, entre los que no faltan algunos de nuestro país, hasta teoría psicológica y legislación comparada y bastantes cosas más. Pese a que no soy especialista, sé que hay dos cosas que hay que hacer. La primera es ser frío como una serpiente y no engancharse jamás con las provocaciones del perverso. Si nos sacan de las casillas, nos harán quedar como los desaforados o los estúpidos de la película. La segunda, a mi juicio mucho más importante, tiene que ver con una actitud interior: no hay que temerles. No importa que esté en juego nuestro trabajo; si les tememos nos pueden y entonces sí peligra nuestro puesto. Además el temor se huele y el perverso tiene un olfato finísimo. Así que aprovechémoslo y démosle a oler el helado perfume de nuestro desprecio, que es lo único que esos pobres infelices merecen. i Marie –France Hirigoyen: El acoso moral. El maltrato psicológico en la vida cotidiana. Buenos Aires, Paidós, 2000, p. 112