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Las leyendas urbanas no son sino muestras de literatura germinal, embrionaria, seminal
incluso; un paso previo a la literatura oral; emergencias narrativas que aún no han
llegado a reconocerse como tales; jirones de ficción a los que les cuesta desprenderse de
ese envoltorio semiótico que la gente considera la realidad.
Porque sí, a estas alturas ya se sabe que, eso que llamamos realidad, no es más que una
ficción involuntariamente consensuada, el mundo todo una construcción verbal, un
artificio del cerebro que necesita crear estabilidades para desenvolverse con eficiencia.
Pero lo cierto es que la gente –así, a lo bruto, al por mayor- sigue considerando que el
mundo existe independientemente de que nosotros lo verbalicemos, que las cosas
sucedieron tal y como ellos recuerdan que lo hicieron, que las historias pueden ser más
o menos verídicas, que la objetividad –la verdad- es un atributo alcanzable.
Una de las premisas que debe cumplir toda leyenda urbana es su indiscutible veracidad.
Quien la cuenta siempre conoce a alguien o sabe de alguien que ha sido testigo
presencial de lo que se cuenta, confiando toda la fuerza de la historia a su condición de
hecho cierto, de suceso empíricamente ocurrido.
Quizá la primera leyenda urbana con la que entré en contacto fue la de la joven de la
curva. El argumento es bien sabido: una joven hace autostop en una carretera poco
transitada y peor iluminada –a veces en camisón, otras vestida de novia-. Es de noche o
directamente de madrugada. Alguien se detiene en el arcén –un matrimonio maduro, un
conductor solitario, dos amigos borrachos- y la chica sube al coche. Al acercarse a una
curva concreta, por lo general a poca distancia del lugar en el que estaba detenida, la
chica dice: Ten cuidado, en esta curva me maté yo, y desaparece como por arte de
magia.
Pero la ingenuidad no es una buena guía de lectura, el libro es una obra de ficción, un
ejercicio de estilo, el trabajo de alguien que se ha lanzado a imaginar, plasmándolas por
escrito, las casi cien variantes de la leyenda que recoge el volumen. En una de ellas –
quizá la más previsible-, el conductor, justo al escuchar las primeras palabras de la
chica, despierta en su cama y resulta que todo ha sido un sueño. En otra el conductor –
que es un camionero y conoce la historia-, detiene su vehículo antes de llegar a la curva
de marras y viola brutalmente a la chica mientras le pregunta una y otra vez: ¿Y ahora
por qué no desapareces?. En otra más –ligera variante de la anterior-, la chica, cuando
el camionero detiene el vehículo, previendo la agresión, le empieza a contar un cuento
hasta que consigue que el camionero se quede profundamente dormido y pasan mil y
una noches aparcados en el arcén, a pocos metros de la curva.
Quizá la más curiosa sea una en la que la chica es en realidad una adolescente que
quiere saber si es cierto eso de que, cuando uno recibe un susto lo suficientemente
terrorífico, el pelo se le vuelve blanco de repente, y, para comprobarlo, se planta los
sábados por la noche al borde de la carretera, vestida con su mejor pijama y con el
pulgar extendido, a la espera de que alguien la recoja. Pasan pocos coches y los que
pasan nunca paran, así que, la noche que uno se detiene en el arcén, la chica no puede
evitar sentir un hormigueo de emoción mientras se dirige hacia el coche, se asoma a la
ventanilla y se sienta en el interior después de haber comprobado que el conductor, que
va solo, no tiene ya el pelo blanco. En la próxima curva se lo digo, piensa la chica
mientras se le acelera el pulso; pero, justo en ese instante, el conductor se la queda
mirando con fijeza, le dice que en esa curva se mató él y desaparece. El texto no
especifica si a la chica se le llenó o no el pelo de canas.
Ahora que la postmodernidad ha desmontado el mito del original, esta obra es un claro
ejemplo de la conocida tesis de Deleuze: sólo a través de la repetición emerge la
diferencia.
Actividades:
1ª.- Completa la tabla de verbos que va a continuación.
Escribe
Recordéis
Mirad
Sabré
Hubiere ido
Vengáis
Soy
Escribíamos
Pintaré
Anduve
Quepo
He venido
Haya navegado
Partiese
Cogeréis
Habían dirigido
Mintieron
Hubiere nadado
Verbo Infinitivo Conjugación Modo Escribe Escribir Tercera Indicativo
Recordéis Recordar Primera Subjuntivo Mirad Mirar Primera Imperativo
Sabré Saber Segunda Indicativo Hubiere ido Ir Tercera Subjuntivo Vengáis
Venir Tercera Subjuntivo Soy Ser Segunda Indicativo Escribíamos Escribir
Tercera Indicativo Pintaré Pintar Primera Indicativo Anduve Andar Primera
Indicativo Quepo Caber Segunda Indicativo He venido Venir Tercera
Indicativo Haya navegado Navegar Primera Subjuntivo Partiese Partir
Tercera Subjuntivo Cogeréis Coger Segunda Indicativo Habían dirigido Dirigir
Tercera Indicativo Mintieron Mentir Tercera Indicativo Hubiere nadado Nadar
Primera Subjuntivo
(ser) una noche muy larga en Barbate. Allí todos esperan con
ansiedad la reanudación de los trabajos de rescate para conocer la suerte de los cinco
desaparecidos que en el momento del naufragio (descansar) en sus
camarotes.