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Berta Sperber
Todo empieza con esa primera experiencia infantil en la que se comprueba que uno no es
amado por lo que es, sino por lo que debe llegar a ser; en mayor o menor medida, todos
somos víctimas de ese amor negativo, un amor que pone condiciones para ofrecerse. Con el
concepto de "amor negativo", que acuñó en 1967 Bob Hoffman, se explican buena parte de los
padecimientos de las personas y su desconexión con el mundo emocional.
El amor negativo es la evidencia de la persona de sentirse indignada de ser amada, que viene
de haber sentido que sus padres no lo reconocieron como quien era realmente, sino que se
dedicaron a educarlo como quien debía ser. Desde ahí la persona se desconecta de su propio
ser y empieza a trabajar -desde muy chico-, para satisfacer las expectativas de los padres o,
si sufrió mucho en la infancia, para rebelarse y ser lo opuesto a aquello que se esperaba de él.
Tal vivencia genera una paradoja emocional: "soy querible en tanto no sea quien soy y sea lo
que los demás esperan de mí". Tal condición queda grabada en el plano emocional y hace que,
en nombre del amor, las personas se sometan a los demás, acepten chantajes para ser
amados y se dejen manipular. Esas personas sienten que sus propias sabidurías son algo de lo
que se debe descreer. De esta forma es como somos entrenados en vivir mal.
En la vida adulta, para recuperar la conexión con uno mismo, lo primero es tomar conciencia
de que todo aquello que es negativo para la propia vida fue aprendido. Claro que abrirse a los
recuerdos implica dar paso a un cúmulo de emociones que en nuestra cultura son definidos
como "negativas": la rabia, el dolor, la culpa, el odio, la venganza... vivencias que un niño
experimenta cuando se siente maltratado o no tomado en cuenta, pero que muy pocas veces
puede expresar.
Aprendemos desde muy chicos a reprimir emociones. Pero cuando se liberan, vuelven los
recuerdos y la persona empieza a darse cuenta de que, en realidad, todo lo que le pasa en su
vida adulta, lo que se repite o le ocurre a pesar de sí mismo, fue aprendido de los padres,
desde la concepción hasta la pubertad. Al no poder recordar dónde lo aprendió, supone que
esas desventuras son la confirmación de que hacía algo mal...
Cuando la persona recupera ciertos derechos, por ejemplo el derecho a enojarse por aquellas
cosas que le hicieron daño, recupera el derecho a autoafirmarse en la vida, porque la rabia es
una emoción muy saludable para los seres humanos en tanto pone límites y ayuda a avanzar,
a ser audaz, a despegar. Lo que nos asusta de la rabia son las formas inadecuadas de
expresión; pero habitualmente se termina reprimiendo la emoción y no las formas
inadecuadas, porque los padres no conocían otras formas. Cuando la persona recupera esos
derechos, ocurre que de pronto está integrado y eso no es algo muy difícil.