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LIBERTAD DE OPINIÓN

NUMERO: 6 AÑO: I SEMANA: II SEPTEMBRE 2010

LA PARTICIPACION POLÍTICA
José Bolívar Castillo V.

Hay verdades que no por repetidas dejan de tener su


contundencia, una de ellas es que no hay democracia posible,
sin la participación libre y no condicionada de la ciudadanía en el
manejo del Estado y sus instituciones. Se requiere para ello de
organizaciones que permitan una articulación ideológica o por lo
menos programática del accionar ciudadano en el Estado.
Una de las grandes aspiraciones cuando se retornó a la
democracia formal luego de las dictaduras militares en 1979,
era asegurar la libertad de participación `política de los
ciudadanos. La Nueva Constitución aprobada en referéndum de
1978 establecía que no habrá impedimento ni obstáculo alguno
a la libre intervención de la ciudadanía en la vida política del
Estado que no era tan solo un derecho sino una obligación
cívica.
Al paso de poco tiempo se inició la utilización del Estado,
sus recursos, sus contratos, su aparato administrativo, para
generar clientelas electorales, es decir cadenas de dependencia
y sometimiento a la voluntad de quienes desde el presupuesto
Estatal ejercían la filantropía con recursos públicos. Poco a poco
se fue privatizando el Estado y sus instancias administrativas a
órdenes de grupos gremiales o sindicales o a grupos de presión
económica y especulativa, que financian, las a propósito
costosas campañas electorales. Se prostituyó la participación
electoral del pueblo, con el “jama caleta y camello” o “jama,
caleta y bronca” que produce el voto sometido de un pueblo
asediado por la inseguridad y el resentimiento u odio, contra
todo lo que signifique actividad política o poder público. Se ha
estigmatizado al máximo la participación política, al extremo de
considerar casi un delito la intervención de la gente común en la
actividad política. Decirle a alguien que es político resulta en la
práctica un insulto de la peor especie. La única forma “decente”
de intervenir en política con derecho propio es tener algo que
repartir, la gente solo se moviliza alrededor de intereses
pecuniarios, se dice con cinismo.
Todo este período de democracia formal ha estado plagado
de estrategias populistas más o menos de corte izquierda o
derecha, ahí están la sucretización de la deuda privada, el
seguro campesino, para cargar sobre los afiliados del IESS, el
sistema nacional de salud rural que el Estado debía financiar con
sus propios recursos. Los bonos y los subsidios al consumo, las
gratuidades que solo sirvieron para descalificar y anular los
servicios públicos fundamentales como la educación, la salud o
la protección social. Una política nacional saturada de filántropos
y mendigos, con seudo partidos u organizaciones políticas que
usan a mansalva el Estado para esta finalidad. Todo un modo
perverso de entender y hacer la política. No es nada raro que
precisamente cuando asaltaron los recursos públicos con el
saqueo bancario, engendrado con la famosa Ley de Instituciones
Financieras de 1995, se haya creado el bono de la pobreza que
eufemísticamente le llaman ahora bono solidario.
Si algún cambio importante podría haber efectuado la
denominada “revolución ciudadana” era la de crear las
condiciones para que la ciudadanía pueda participar libremente
en la actividad política, mediante una efectiva descentralización
y desconcentración regionalizada del poder central en el espacio
nacional y el señalamiento con claridad de cuál es el rol de los
partidos, movimientos o como quiera que se llamen las
organizaciones de participación política, que no gobiernan , no
cogobiernan, que no son los encargados de repartir las dadivas
del botín burocrático o contractual del Estado y que en una
democracia solamente deben servir de canales de expresión de
la voluntad ciudadana para la toma de decisiones electorales o
plebiscitarias a sabiendas de que el mandato público solo
puede ser ejercido en función del todo nacional o local con
sentido pluralista e incluyente y no al servicio de la pandilla del
poder o de la parcialidad ideológica que presentó una
candidatura. Por cierto que esto no significa, como por ahí
alguna legisladora oportunista y desleal argumenta, que se
tengan que traicionar los principios y la elemental consecuencia
con los que se obtuvo una votación.
Ya han transcurrido más de dos años desde que la
Asamblea Nacional Constituyente decidiera eliminar la vida
jurídica de partidos y movimientos para que vuelvan a
reinscribirse de acuerdo a la nueva normatividad constitucional.
Frente al silencio acomodaticio y cómplice de los grandes
partidos nacionales, que se han declarado en hibernación tuvo
que ser un movimiento surgido en una de las provincias más
excluidas y discriminadas del país, como es el ARE Acción
Regional por la Equidad, el que exija desde Marzo de este año al
Consejo Nacional Electoral, que emita los formularios para que
sea posible recoger las firmas de promoción y adhesión. En
menos de 60 días se recogieron muchísimo más firmas de las
necesarias para la reinscripción y fue Loja la ciudad en la que
se presentó y reinscribió de conformidad con la Ley el primer
actor político colectivo que para el efecto no interesa si se llama
partido o movimiento.
Tiene, por otra parte, muchísima razón el Presidente Correa
cuando no les ha dado carta blanca a los dirigentes de Alianza
País, para que abusen del poder público en el afán de
establecer un partido desde el Estado y sus prerrogativas. La
política moderna no se hace con sectas excluyentes sino con
movimientos abiertos e incluyentes, capaces de dar respuestas
al aquí y al ahora concreto.
La verdad es que la Revolución Política esta entero por
hacerse y que los afanes concentradores que se perciben
dejan ver los propósitos de los grupos especulativos que los
alientan.

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