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NUESTRA HISTORIA Y HERENCIA:

LA IGLESIA EN LOS ESTADOS UNIDOS

Timothy Matovina, Ph.D.

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El actual debate migratorio en los Estados Unidos revela con frecuencia una amnesia
colectiva. Mientras los partidarios de la inmigración alzan su clamor, la Estatua de la
Libertad, con su brillante promesa de esperanza mira hacia Europa, lugar de origen de
millones de nuestros ancestros, pero da la espalda a América Latina y Asia, cuna de
muchos de los inmigrantes de hoy.

Nuestra rica herencia católica como estadounidenses puede animar nuestra fe y


ayudarnos a superar esta amnesia colectiva acerca de nuestra historia como nación e
Iglesia predominantemente inmigrante.
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Los Católicos Romanos han vivido en lo que actualmente es EEUU


por casi dos veces el tiempo que este territorio ha existido como nación.
En 1565, cuatro décadas antes que la primera colonia británica se
estableciera en Jamestown, Virginia, católicos de habla hispana fundaron el
primer asentamiento europeo dentro de las actuales fronteras en San Agustín,
Florida.
A finales del siglo dieciséis, jesuitas españoles iniciaron sus
actividades misioneras en el extremo norte de Virginia mientras los
franciscanos establecieron el catolicismo de manera permanente en el
Southwest americano en El Paso, Texas.
El primer asentamiento católico francés se estableció en la isla Saint
Croix en Maine, precediendo a la fundación de Jamestown.
En 1738 católicos negros de habla hispana fundaron el primer pueblo negro
en los Estados Unidos, Gracia Real de Santa Teresa de Mose, al norte de
Florida.
Los católicos de origen asiático, por su parte, se establecieron en lo
que hoy es territorio norteamericano, a finales del siglo dieciocho, cuando un
grupo de marinos filipinos conocidos como “manilenses” abandonaron
algunos galeones españoles para iniciar una nueva vida en Louisiana.
Al firmarse la Declaración de Independencia en 1776 apenas uno por
ciento de la población que habitaba las 13 colonias profesaba la fe católica.
Aunque algunos eran franceses, alemanes, irlandeses, o africanos, la mayoría
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era de origen británico. Setenta y cinco años después, el Catolicismo se


convertiría en la denominación religiosa individual más grande de los
EEUU.
La necesidad de mano de obra barata en los EEUU, unida al hambre
en Irlanda y la revolución en Alemania provocarían la mas grande
emigración hacia Estados Unidos conocida en la historia. Cerca de 40
millones de inmigrantes llegaron a los estados Unidos entre 1820 y 1920,
cuando se promulgaron leyes que limitaron dicho flujo migratorio. Muchos
de esos inmigrantes eran católicos de formación europea.
El día de hoy, el catolicismo constituye la más grande denominación
religiosa en los Estados Unidos con más de setenta y seis millones de
creyentes y, a pesar de constituir apenas la cuarta parte de la población total,
supera por más de 3 veces a la denominación Bautista de Sur, su más
próximo seguidor en número. Es también, en la historia mundial, el cuerpo
más diverso étnica y racialmente hablando.
En su historia, sin embargo, su numerosa presencia no la salvó de la
discriminación y las dificultades. Abundó, por ejemplo, la literatura anti-
católica como el panfleto “Awful Disclosures of the Hotel Dieu Nunnery” de
Maria Monk, un difamante e infundado relato de la vida conventual que se
convertiría en un best seller de su tiempo.
Los prejuicios alentados por dichos escritos condujeron a tragedias
como el vandálico incendio de un convento de Ursulinas y una escuela en las
afueras de Boston. Varios alborotadores fueron eventualmente enjuiciados
pero solo uno fue convicto e indultado después.
Diez años mas tarde, en Filadelfia, actos vandálicos similares darían
como resultado 14 muertos, numerosos heridos y el incendio de dos Iglesias
y un seminario católicos.
Otras adversidades que los católicos enfrentaron fueron también
comunes a los demás inmigrantes: el abandono de su hogar y los suyos, la
adaptación a una nueva vida en una nueva tierra, largas jornadas de trabajo
por un pago mínimo y el afrontar insultos y desprecios. El fuerte patriotismo
americano de muchos inmigrantes europeos tiene como raíces, en este
contexto, su esfuerzo por hacer una vida propia para ellos y sus hijos y ser
aceptados como americanos en un ambiente hostil y antagónico.
Algunos católicos sufrieron daño incluso de sus hermanos en la fe.
El rudo trato a los nativos en las misiones españolas provocaron
resentimiento y en algunos casos, rebeliones, la mas famosa de ellas en
1860.
Polacos, italianos y alemanes se quejaron frecuentemente del trato
recibido por la jerarquía dominada por irlandeses; algunos líderes alemanes
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hicieron una petición formal y poco exitosa pidiendo a Roma una iglesia
alemana separada en los EEUU. Cuando los americanos de origen japonés
retornaron de los campos de confinación a los que fueron sometidos durante
la II Guerra Mundial encontraron, para su sorpresa, sus iglesias demolidas o
cerradas como parte de un esfuerzo para “americanizarlos”.
Los católicos Afro-Americanos han sufrido también por largo tiempo
de marginación en la Iglesia y la sociedad. Laicos, sacerdotes y órdenes
religiosas católicas tuvieron esclavos negros, muchos de los cuales fueron
bautizados e instruidos en la fe para luego ser dominados o vendidos como
mercancía sin el menor reparo. Actualmente los Católicos Afro-Americanos
continúan en el esfuerzo de ser considerados auténticamente negros y
verdaderamente católicos. La alianza católica de casi tres millones de Afro-
americanos es el mejor testimonio de su fortaleza constante para enfrentar en
la fe sus dificultades.

Todos los católicos han tenido héroes y santos que los guían en las
dificultades. La primera santa canonizada nacida en Estados Unidos fue la
Madre Elizabeth Ann Baley Seton (1774-1821), fundadora de la primera
comunidad religiosa estadounidense, las Hijas de la Caridad de San Jose,
dedicadas a la educación y el servicio a los pobres.
Ella ha sido ampliamente reconocida por sentar las bases en la
fundación de las escuelas parroquiales en los EEUU. Su valentía, santidad y
liderazgo son emblemáticos de un grupo muchas veces olvidado o
menospreciado en el catolicismo americano: los cientos de miles de
hermanas religiosas por cuya labor y sacrificio la iglesia fue construida y
vino a florecer.
Las contribuciones de las mujeres laicas de la actualidad se conectan a
la experiencia primera del catolicismo estadounidense. Un ejemplo
sobresaliente es el de la Beata Kateri Tekakwitha (1656-1680), nacida en lo
que hoy es Auresville, New York de padres nativos (Algonquin y Mohauk).
Huérfana a los 4 años, Tekakwitha recibió el bautismo a la edad de 20 y su
dedicación a los niños, los ancianos y los enfermos fue inspiración para
muchos de sus contemporáneos.
Ejemplos similares han sido ofrecidos por otros laicos como el
Venerable Pierre Touissaint (1766-1853). Nacido esclavo en la colonia
francesa de Saint Domingue (hoy Haití), Touissaint se reubicó con sus amos
en Nueva York, donde, convertido en exitoso peluquero de las mujeres
aristócratas, consiguió su libertad en 1807. Vivió una vida de extraordinaria
caridad, consiguiendo la libertad de otros esclavos, ayudando a enfermos e
inmigrantes, contribuyendo a la educación de los jóvenes, colaborando con
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instituciones católicas y asistiendo a los mendigos y a quienes necesitaban


trabajo con entrenamiento. Sus dones de compasión y alegría atrajeron la
admiración de muchos. Personas de todos los estratos sociales atendieron su
funeral, en una expresión simbólica de unidad en la eucaristía, sorprendente
para la segregación habitual de sus tiempos.
A tiempos mas recientes pertenece el Beato Carlos Rodríguez (1918-
1963) conocido en su natal Puerto Rico como el “Apóstol del Movimiento
Litúrgico” por sus traducciones al español de los Ritos Católicos y su
compromiso por catequizar a otros acerca de los Sacramentos, especialmente
la Eucaristía. Aquellos que lo recuerdan exaltan también sus virtudes en la
vida diaria. En las palabras de un admirador, el fue “un hombre ordinario
que dedico su tiempo a enseñar el nombre y los caminos de Jesucristo”.
Un gran número de santos inmigrantes permiten al desarraigado inmigrante
católico asimilar su nuevo estado mientras le muestran el camino hacia
nuestro hogar verdadero en el cielo.
San Juan Nepomuceno Newman, C. Ss R. (1811-1860) tuvo ancestros
de Bohemia, Alemania y Checoslovaquia. Después de su ordenación se unió
a los Redentoristas. Hablaba 8 idiomas, fue un popular predicador y escribió
dos catecismos alemanes que fueron ampliamente difundidos y usados en los
EEUU. Después sirvió como Obispo de Filadelfia, donde sus habilidades
organizativas llevaron a una rápida expansión de iglesias y escuelas
parroquiales.
Una inmigrante italiana, Santa Frances Xavier Cabrini (1850-1917)
fundó las hermanas Misioneras del Sagrado Corazón, así como otras 67
instituciones católicas para el cuidado de los enfermos, los pobres y los
abandonados. Ella es la santa patrona de los inmigrantes y administradores
de hospital.
Su compatriota el Beato Giovanni Battista Scalabrini (1839-1905) fue
obispo y fundador de ordenes religiosas de hombres y mujeres destinadas a
servir a inmigrantes y refugiados especialmente a los pobres y necesitados.
El Papa Juan Pablo II lo aclamó como “el padre de los inmigrantes”.
La madre Theodore Guerin, de nacionalidad francesa, fundadora de las
Hermanas de la Providencia de Saint Mary-of-the-Woods, Indiana, se
convirtió en la mas reciente santa inmigrante cuando el Papa Benedicto XVI
la canonizo el 15 de Octubre del 2006.
La lista pudiera seguir: San Isaac Jogues, el Beato Junípero Serra,
Santa Rose Philippine Dúchense, el Beato Damián the Leper, la Beata
Marianne COPE of Molokai y Santa Catarina Drexel, así como católicos
cuya causa ha sido recientemente iniciada: el “sacerdote del Rosario” Patrick
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Peyton, C.S.C y el Padre Michael McGivney, fundador de los Caballeros de


Colón.
La vasta mayoría de católicos dedicados no es oficialmente
reconocida. En la década de 1850 el Padre Thomas Cian llego a San
Francisco, California y se convirtió en el primer sacerdote chino en ejercer
su ministerio este país.
El laico Daniel Rudd estableció el primer periódico católico Afro-
Americano y fué el primer organizador de las influyentes series de
Congresos de Católicos Negros a finales del siglo diecinueve. La Sociedad
de Auxiliares Sister Maria de la Cruz Aymes ha sido pionera en la catequesis
hispana. Millones de virtualmente desconocidos creyentes forman comunión
de los santos de EEUU.
Mucho puede ser aprendido del tesoro de nuestra fe católica en los
Estados Unidos. Una importante lección radica en la admirable diversidad de
nuestras personas, nuestras expresiones de vida y nuestra devoción.
Hace medio siglo, el Dr Martin Luther King, remarcó que “es asombroso
que la hora de mayor segregación del cristianismo americano sean las 11
en punto del domingo por la mañana, la misma hora cuando muchos se
ponen de pie para cantar: ‘En cristo no hay Este ni Oeste”’.
Hoy, nuestras cada vez mas nutridas y multiculturales iglesias y
diócesis ofrecen un cambio y una oportunidad: nuestra fe y nuestra herencia
católica nos llaman a ser fuente de unidad en un mundo dividido, una luz de
encuentro en la oscuridad de los numerosos caminos que nos dividen a unos
de otros, incluso en la iglesia, un domingo por la mañana.
Nuestro pasado católico ilumina estrategias claras para vivir el
consejo aspirar a ser, según las palabras de San Pablo, no judíos ni griegos,
no esclavos ni libres, no mujeres ni hombres sino “uno en Cristo Jesús” (Gal
3;28).
Pero primero debemos reconocer quienes somos.
La Iglesia católica de Estados Unidos no es ya la incontenible iglesia
inmigrante de hace un siglo; tampoco es, como se presume, una iglesia
americanizada. Más bien es una iglesia cuyos líderes en cada nivel
jerárquico son primariamente de ascendencia europea pero con un creciente
numero de inmigrantes latinos, asiáticos y africanos al lado de un
considerable contingente de latinos de origen americano, afro-americanos y
algunos nativos americanos.
Nuestros ancestros en la fe nos enseñan que la estrategia mas efectiva
para construir una iglesia diversa pero unida es convocando y formando
lideres de todos los grupos que la componen tal como nos ilustra la
comunión de los santos. Cuando los lideres de la Iglesia reclamaron la
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laxitud en las prácticas religiosas de los inmigrantes italianos y con gran


falta de sensibilidad se lamentaron del “problema italiano”, por ejemplo, la
respuesta mas efectiva fue la promoción de lideres que vinieron de la misma
comunidad italiana como los Scalabrinians, las Hermanas Misioneras del
Sagrado Corazón de la Madre Cabrini y miembros del clero diocesano de
Italia.
Este episodio histórico revela que la formación de líderes no puede ser
confinada a viejos guardianes o a grupos de elite. Frecuentemente los nuevos
líderes no llegaran sin ser invitados a hacerlo. La discusión sobre quienes
deberán ser invitados a este proceso de formación y cuales serán sus
ministerios específicos deberán ser un punto de agenda consistente para las
organizaciones eclesiales y los equipos de planeación pastoral.
Finalmente, necesitamos aprender y educarnos sobre nuestra herencia como
Católicos Estadounidenses. Nuestras lecturas espirituales, la educación de
adultos y los cursos en las escuelas católicas son todos ellos recursos para
aprender sobre nuestra historia y para formarnos en el sentido de ser parte de
una historia inconclusa todavía del Catolicismo romano en los Estados
Unidos. Las vidas heroicas de nuestros antecesores en la fe son una fuente
de inspiración. Su incansable esfuerzo misionero nos induce a evangelizar,
servir a los necesitados, luchar por la justicia y renovar la fe católica de
muchos hermanos y hermanos desalentados.
Los conflictos y luchas de nuestros antepasados nos proveen de
instrucción y nos recuerdan que las dificultades actuales no son problemas
nuevos en la vida eclesial. Las montañas y valles de nuestro pasado refutan
los conceptos erróneos como el de que el catolicismo previo al Concilio
Vaticano II fue un monolito inmutable y que las transiciones de hoy son una
aberración, mas bien que lo que realmente significan: el proceso histórico
actual para tratar de vivir nuestra fe en esta sociedad democrática. El
reconocer nuestra historia como inmigrantes nos posibilita cumplir el
mandato del Señor para recordar que nosotros, también, “fuimos extranjeros
en la tierra” (Lev 19:34 ver además Deut 10:19) y es un antídoto a la
amnesia colectiva en muchos de los actuales debates sobre inmigración.
Pero sobre todo, la memoria de la fe de aquellos que nos precedieron,
nos permite a mirar el amor de Dios mas allá de lo que se dice, no en el
“fueron felices por siempre” de una historia de amor inocente, sino el amor
divino que, en medio de las dificultades de cada día evoca nuestra
admiración, nuestra gratitud y la esperanza confiada en que nosotros y
nuestra Iglesia nunca seremos abandonados.
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Dr. Timothy Matovina es profesor asociado de Teología y Director del
Centro Cushwa de la Universidad de Notre Dame. Sus libros mas recientes
son: Guadalupe and Her Faithful:Latino Catolics in San Antonio, from
Colonial Origins to Present (John Hopkins, 2005) y el volumen co-editado
The Treasure of Guadalupe (Rowman & Littlefield, 2006)

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