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María Tenorio
Dos lecciones nos ofreció, a grandes y pequeños, la pieza teatral del grupo español Sol y
Tierra, que se presentó como parte del FITI (Festival Internacional de Teatro Infantil): la
aceptación de la diversidad, y la búsqueda del balance entre trabajo y diversión. La obra
trataba sobre el particular encuentro entre el enano Colibrí y el gigante Margarito,
representantes de pueblos vecinos que no se relacionaban pues se tenían desconfianza.
Mientras los enanos vivían dedicados a divertirse, los gigantes eran adictos al trabajo. No
obstante, un buen día, Colibrí se aventuró a cruzar el desierto rosado hasta llegar a la tierra
de los gigantes... y se hizo amigo de Margarito.
A juicio de mi hermana y mío, la pieza debió haber concluido allí, con esa rica amistad que
volvería trabajadores a los enanos y enseñaría a jugar a los gigantes. He de decir que el
ritmo lento y el carácter repetitivo de aquella lección de "moral y buen gusto" nos tenía un
tanto exasperados a los adultos que acompañábamos a nuestros pequeños esa mañana de
sábado. Una señora mayor, vestida de rojo y sentada en la fila frente a la nuestra, se entregó
a una siesta mientras los dos actores desplegaban sus dotes; al mismo tiempo, un padre de
familia caminaba azorado por el pasillo opuesto.
Ahora bien, desde la óptica de los niños, no temo afirmar que la obra les gustó y los
entretuvo mientras recibían su ración de valores morales. Los seis "enanos" de nuestro grupo
familiar, cuyas edades oscilaban entre los 3 y los 8 años, estuvieron muy atentos a lo que
lentamente les ocurría a Colibrí y Margarito. Tampoco se resisitieron mayor cosa a seguir las
indicaciones del cuentacuentos cuando nos ponía a aplaudir, a agitar los brazos, o a tocar la
nariz de nuestro compañero de butaca. Ninguno pidió irse antes de que concluyera la
función.
En relación con el espectáculo como tal, esperaba más de un grupo teatral procedente de
España. El decorado era, para mi gusto, demasiado sencillo: una pared cubierta por telas
que simulaban un valle, un desierto y una montaña. El títere que hacía de Colibrí parecía un
simple muñeco de trapo. No así el gigante Margarito, que lucía una elaborada máscara azul
con un gran nariz. Sin embargo, he de admitir que los actores eran simpáticos y cercanos.
Prueba de ello es que varios niños subieron con entusiasmo al escenario, para actuar en la
obra, y que, al final, otros tantos saludaron y se tomaron fotos con los personajes.
En suma, cuando asisto a teatro para niños espero divertirme al tiempo que recibo la
consabida lección. Voy dispuesta a dejarme embrujar por las magia de la representación. Si
bien entiendo que el ritmo para contar una historia varía según la audiencia, algunos shows
para "enanos" logran encantar también a los "gigantes". Lamento decir que este no fue el
caso. Espero tener más suerte en la próxima.