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María Tenorio
Hace unos días aumenté en una unidad el conteo de visitas al video de la canción
"Abandonado", de King Flyp, en el sitio web de YouTube. Decidí convertirme en una
estadística más por mera curiosidad: me había resistido a enterarme de quién era y qué
hacía este joven, a pesar de que Jimmy, un colega del trabajo, me había insistido en que
le prestara atención al fenómeno. Pero la presión social pudo conmigo y terminé
escuchando la pegajosa melodía en la computadora.
El domingo que comenzó el reality sobre King Flyp me sumé a la cifra imaginaria del
rating de audiencia del canal 21 y pienso hacerlo en el próximo capítulo. He quedado
picada con la visita a San Salvador de Marvin Ulises Martínez, en su calidad de
reguetonero que ha conocido súbitamente la fama. Quiero ver qué sucede con este
personaje que ha despuntado de manera tan poco usual en nuestro medio.
Anticipándome a la realidad en que aterrizará King Flyp cuando haya pasado la magia
de su triunfo me pregunto por el lado económico del asunto. Si los videos de sus
canciones circulan libremente en la red, ¿de dónde obtendrá ganancias este joven para
vivir de sus creaciones?, ¿cómo se cubrirán los costos y honorarios en que incurre un
cantante para grabar su música y producir video clips?
La cuestión es que si Marvin quiere apostar por una carrera como cantante tiene que
procurar que su trabajo rinda económicamente. Pero si difunde sus materiales en la web
sin cobrar un cinco por ello, ¿cómo obtendrá ganancias para vivir? Quienes se han
dedicado a la música en el país responderían que no viven de vender discos, sino de dar
presentaciones y conciertos, de hacer jingles para anuncios de radios y televisión. Ese es,
probablemente, el destino de King Flyp como músico en esta sociedad con una flaca
industria musical.
Más allá de King Flyp, las nuevas tecnologías --que han lanzado a este joven al
estrellato-- son un terreno que está obligando a muchos a replantearse cómo financiar las
producciones culturales. Un caso claro de este dilema son los periódicos, cuya
circulación gratuita en la red ha empezado ya a "matar" ediciones impresas. Eso ha
ocurrido con el brasileño Jornal do Brasil, fundado en 1891, que se imprimirá por
última vez el próximo 31 de agosto para publicarse solo por Internet.