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SUDAMÉRICA
Luis Szaran
“La tierra sin mal”, la “República de Platón”, “Un Paraíso en el Paraguay”, “El
triunfo de la humanidad”, “El Estado Musical de los Jesuitas”, “El país de los primeros
cristianos”, “La República de Dios” son algunas de las referencias escritas sobre uno de
los episodios más trascendentes en la historia de la humanidad y que ha ejercido
influencias definitivas en el perfil cultural de la mayor parte del continente americano.
Las Reducciones Jesuíticas. Cada vez que enfrento el tema me imagino hoy que nos
invitaran a crear una nueva sociedad en la luna, con seres puros, naturales,
hipersensibles al mundo exterior. Con seguridad hallaríamos muchos voluntarios. Hoy
día es posible estar al instante en contacto con la luna, pero trescientos años atrás salir
de Europa rumbo a Sudamérica consistía por lo general en viaje sin retorno.
(1) Mapa
En un lapso de 150 años los jesuitas llegaron a crear más de 30 pueblos con una
población organizada de 150.000 indios bajo un régimen administrativo estricto y de
severas reglas de organización. Cada pueblo era gobernado solamente por dos
sacerdotes y la cadena de poder se completaba con los propios indígenas. Luego del
primer siglo de labor la fama de las reducciones estaba echada y ocupaba el interés de
Europa. Pocos acontecimientos en el mundo a lo largo de la historia desde entonces,
hasta el presente fueron tratados, desde los más insólitos enfoques. Los jesuitas se
valieron de todos los medios para motivar a los indígenas y llegaron a construir iglesias,
obras arquitectónicas de envergadura, factorías, producción agrícola y ganadera y arte
en sus más variadas expresiones.
Un grupo excepcional partió de Sevilla en 1717 a bordo de una nave que los
conduciría al Río de la Plata. En un lapso de solo 30 años –anteriores a la fecha
mencionada habían fallecido por causas de naufragio 113 misioneros, sin contar los que
eran arrastrados por las enfermedades. En ese barco se encontraban los famosos
arquitectos Giovanni Batista Primoli y Giovanni Bianchi; Manuel Querini, Esteban
Pelozzi, junto a otros anónimos carpinteros, sastres, astrónomos y expertos en
cuestiones militares. El protagonista de esta noche emocionante Domenico Zipoli ilustre
ciudadano del mundo, nacido en Prato partía rumbo a un futuro incierto.
Zipoli, luego de sus años de formación en Prato, Firenze, Nápoli, Bologna y Roma,
compartiendo la más privilegiada posición como músico, junto a Arcangelo Corelli,
con sus partituras a cuestas se embarcó rumbo a Córdoba. Un dato bastante curioso que
pude hallar con respecto a su participación en la misión jesuítica es que entre sacerdotes
y coadjutores (por lo general expertos en diversos temas) fueron incluidos de entre
los114 italianos, a lo largo del siglo y medio de vida de las reducciones, solamente 3
estudiantes. Uno de estos era Zipoli, junto a Carlo Fabenensi de Roma (establecido en
Córdoba al igual que Zipoli y luego expulsado de la Compañía en 1725 por motivos que
desconocidos) y Giuseppe Lavisaro (también de Roma y cuyas pistas se perdieron en
Buenos Aires en 1720). Zipoli llegó al puerto de Buenos Aires en el invierno
sudamericano, en julio de 1717 exactamente un año después de haber ingresado a la
Compañía de Jesús. Antes de eso estuvo 9 meses en Sevilla, preparándose para el viaje,
esperando una expedición para embarcarse y dejando rastros de su talento como
virtuoso del órgano en la Catedral de Sevilla.
Por aquel tiempo el viaje de Europa al Río de la Plata se efectuaba en tres naves,
partiendo juntas del puerto de Cádiz. El trayecto duraba entre 3 y 4 meses. El viaje,
según testimonios de la época, fue agradable hasta la llegada a la entrada del Río de la
Plata donde atravesaron una tormenta dejando a uno de los barcos sin mástil, otra fue
arrojada hacia el océano y la última tan golpeada que 5 marineros cayeron al mar. Este
fue el primer saludo de bienvenida al Hermano Domingo Zipoli, como ya se lo llamaría,
en tierras de Sudamérica. Para calmar el impacto del viaje y ofrecer una imagen
diferente del nuevo estilo de vida. Los misioneros ya establecidos organizaban para los
recién llegados, fiestas con música interpretadas generalmente por los niños indígenas
más virtuosos y con saludos en latín, guaraní y en las lenguas de los misioneros según
su procedencia europea. Luego de una breve estadía en Buenos Aires y en “agradable”
tour en carreta que duró unos 30 días, atravesó en larga caravana los inmensos
territorios poblados de indios nómadas, llegando a Córdoba su destino final.
(6)
Hans Roth, arquitecto suizo se embarcó al igual que los misioneros, tras las
huellas de un arquitecto y músico suizo Martin Schmid constructor de las iglesias de
esas misiones y maravillado por la belleza del entorno y la posibilidad de recuperación.
Se entregó como voluntario y comenzó la reconstrucción física el entorno. Entre
montones de elementos desenterrados o recuperados de la selva, donde pasaban de
mano en mano a través de generaciones de indígenas aparecieron los instrumentos de
guerra, las armas mortales de los jesuitas.
(6) Instrumentos
Los indígenas solo querían tocar y cantar la música de Zipoli. Son los únicos
manuscritos que llevan su “marca de fabrica”. Hasta uno de sus biógrafos a poco de la
expulsión de los jesuitas en 1767 había escrito
“ quien haya oido una sola vez algo de la música de Zipoli jamás habrá alguna
otra cosa que le agrade: es como si al que come miel, se le hace comer algún otro
manjar y le resulta entonces molesto y no le agrada”
(7) Manuscritos
Con sus 37 de edad, Zipoli comenzó a sentir las fuerzas físicas en disminución. No
olvidemos las pestes que azotaban esas regiones (solo al año de su llegada a Córdoba en
1718 una peste arrasó con 20.000 personas, siendo la población total de la zona
120.000). Debilitado por la tuberculosis fue trasladado a la Estancia de Santa Catalina,
en las sierras de Córdoba, lugar de vacaciones y de reposo de los estudiantes y
sacerdotes. Quedan testimonios y documentos de sus últimos momentos en dicho lugar
donde finalmente falleció…
La nota necrológica escrita por el español Pedro Lozano (con quien compartía una
habitación en la Estancia) decía “Dio gran solemnidad a las fiestas religiosas, con no
pequeño placer de los españoles como de los neófitos, y todo ello sin posponer los
estudios en lo que hizo no pocos progresos, así en el estudio de la filosofía como en el
de la teología. Enorme era la multitud de gentes que iba a nuestra iglesia con el deseo
de oírle tocar tan hermosamente”.
En 1770 la Estancia de Santa Catalina pasó a manos particulares y fue centro de una
lucha de poderes y revoluciones que se prolongaron por otros 150 años. Actualmente
bajo propiedad privada y en manos de descendientes de los primeros propietarios,
aunque la Iglesia y el Cementerio son Bienes Culturales de la Nación Argentina. A
comienzos del siglo se produjo un derrumbe de una parte del sector de la torre derecha y
cayó sobre el cementerio, produciendo el hundimiento las lápidas de los jesuitas. Los
propietarios de entonces no encontraron mejor solución que cubrir los restos con más
tierra, lo convirtieron en un hermoso jardín. Años más tarde vecinos del lugar
recordaban a los hoy ilustres hombres de la historia, como el hermano Domingo Zipoli
y decidieron testimoniar su lugar de reposo. Allí encontró la paz , en la selva, y entregó
los años más valiosos de su vida, para hablar a los hombres con un lenguaje musical,
sereno, de profundas emociones, que conjugaba a la perfección con la utopía de buscar
un “Paraíso de en la Tierra”