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Explotación infantil

Por Roberto Martínez (29-Mar-1997).-

A pocos años de completar el siglo más impresionante en la historia del


desarrollo de la tecnología, los hechos demuestran que nos hemos quedado
atrasados en ámbitos relacionados con los derechos humanos, la justicia y el
respeto a la dignidad de los hombres, especialmente de los más indefensos.

Los países desarrollados, con fuertes economías, sistemas políticos


democráticos y novedosos servicios y productos tecnológicamente
avanzados, siguen cometiendo los mismos errores de los antiguos imperios y
monarquías: la esclavitud, la explotación y la injusticia de grandes sectores de
la sociedad propia o del país vecino tercermundista.

Los abusadores tienden a ensañarse más contra los débiles e inocentes. En


Guatemala, por ejemplo, existe un temor generalizado a perder los hijos en
manos de un traficante de menores, el equivalente a lo que aquí conocemos
desde niños como el "Cuco".

Con frecuencia, los turistas son agredidos tras mostrarse amistosos con algún
pequeño, a grado tal que el Departamento de Estado de Estados Unidos
recomienda a los estadounidenses que al viajar a Guatemala eviten todo
contacto con niños guatemaltecos.

El temor no es del todo infundado. Es un hecho comprobado que en el


mundo existen al menos cinco redes internacionales de tráfico de menores.
Incluso las autoridades guatemaltecas han clausurado cinco guarderías
clandestinas que engordaban a bebés enfermizos antes de venderlos.

Por otro lado, a veces los mismos progenitores no cuentan con los recursos o
la voluntad de proteger a sus hijos. El trámite para dar un hijo en adopción es
más fácil que el que se requiere para vender un carro, y los padres reciben
hasta mil 200 dólares por cada hijo que entregan.

En varios países de América Latina, hay miles de niños sometidos a la


prostitución y a todo tipo de abusos y no se diga en Asia, donde hasta la
publicidad deja entrever que uno de los atractivos turísticos de los países
asiáticos es la posibilidad de practicar la pederastia.

En Europa se ha difundido extensamente un mercado ilegal de pornografía


infantil que vende videos entre los 75 y 105 dólares cada uno, y en muchos
servidores de Internet en los Estados Unidos hay imágenes digitalizadas que
son fáciles de accesar sin restricción de infantes en situaciones indignas.

Según la Organización Internacional del Trabajo, 250 millones de niños entre


los 5 y los 14 años se ven obligados a trabajar, en ocasiones en ambientes de
alto riesgo y en jornadas de más de ocho horas. Aunque si bien la mayoría de
éstos se dedica al trabajo doméstico, lo común es que su única remuneración
sea la comida de cada día y un lugar para dormir.

Son complejas las causas de esta explotación y escapan los límites de una
sentencia racional sencilla porque a primera vista juzgamos el hecho de
inhumano y quisiéramos que no existieran estos abusos.
Es necesario que reflexionemos en la causa de estos problemas, pues son
síntomas de una sociedad en retroceso, a fin de que podamos proponer un
cambio eficaz.

Por un lado, la extrema pobreza que sufren tantas familias facilita a los
traficantes la obtención de su "mercancía", ya sea por la tentación de recibir
dinero en el caso de un intercambio comercial con el consentimiento de los
padres del niño o por la falta de protección social y voluntad política para
perseguir estos delicuentes. Por otra parte, la visión hedonística de la vida,
que se ha difundido ampliamente en los países desarrollados, mantiene la
demanda de estos niños. El gusto por la pornografía fomenta el abuso de los
pequeños en muchos sentidos y crea un círculo vicioso. Es como el problema
de la droga. Unos la cultivan para ganar dinero y otros pagan dinero para
consumirla por placer y por la dependencia que se han provocado.

Otra causa es la tendencia a ver al hombre como un recurso que hay que
explotar al máximo. Como mercancía que pasa de manos sin importar su
libertad. Como simple objeto al que se le asigna su número de identificación
que lo convierte en elemento estadístico, cual número de serie en una línea
de producción.

El trabajo debe ser un elemento que dignifique al hombre, no algo que


reduzca su dignidad y libertad.

El desempleo y el subempleo, la guerra y la inestabilidad social son factores


que empobrecen y que empujan a los niños a trabajar, muchas veces en
circunstancias que aplastan su dignidad y que roban su futuro. El día de
mañana serán jóvenes sin educación, sin preparación; clientes potenciales de
los mismos vicios que ofrecieron y distribuyeron de niños.

El respeto a la dignidad de los niños debe ser un derecho inviolable, velado


por la seguridad pública como prioridad. Negar la dignidad es reducir al ser
humano a un simple instrumento, sujeto a malos intereses y ambiciones.

En nuestra ciudad, de ambos lados de la loma, podemos encontrar casos de


explotación infantil.

Es muy importante ahora que se aproximan tiempos de cambio en los


espacios de liderazgo político, que los candidatos incluyan en sus planes de
gobierno programas que fomenten la cultura de la vida y el respeto a la
dignidad. Sólo así podemos empezar el tercer milenio dando pasos firmes
hacia un progreso real de nuestra comunidad. Un progreso centrado en el ser
humano, no sólo en la riqueza material acumulada.

Si el siglo XX fue el siglo de la tecnología, espero que en la misma medida los


siguientes 100 años se recuerden como el siglo de la justicia.

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