Después de que la Eurocámara votara en Junio pasado la polémica Ley Directiva de Retorno, a favor de la expulsión de inmigrantes clandestinos, renacen fantasmas olvidados en el Viejo Mundo, y varios países sudamericanos, con Chávez y Correa a la cabeza, ya hicieron su Alianza ante el infortunado segregacionismo europeo. En su nuevo Ensayo, Juan José Oppizzi revisa las circunstancias del enfrentamiento.
Después de que la Eurocámara votara en Junio pasado la polémica Ley Directiva de Retorno, a favor de la expulsión de inmigrantes clandestinos, renacen fantasmas olvidados en el Viejo Mundo, y varios países sudamericanos, con Chávez y Correa a la cabeza, ya hicieron su Alianza ante el infortunado segregacionismo europeo. En su nuevo Ensayo, Juan José Oppizzi revisa las circunstancias del enfrentamiento.
Después de que la Eurocámara votara en Junio pasado la polémica Ley Directiva de Retorno, a favor de la expulsión de inmigrantes clandestinos, renacen fantasmas olvidados en el Viejo Mundo, y varios países sudamericanos, con Chávez y Correa a la cabeza, ya hicieron su Alianza ante el infortunado segregacionismo europeo. En su nuevo Ensayo, Juan José Oppizzi revisa las circunstancias del enfrentamiento.
DISCRIMINACIÓN A LA EUROPEA POR JUAN JOSE OPPIZZI creadoresadn.blogspot.com JUAN JOSE OPPIZZI 2
no de los ismos que los latinoamericanos llevamos
arraigados es el europeísmo. Europa es una fascinación que atrae las miradas como si fuera el polo magnético del orbe. Muchos de los llamados próceres locales soñaban con imponer en estas tierras (incultas según ellos) el modelo de ciudadano de alguna de las elegantes naciones transatlánticas. Alberdi, tan lúcido en algunos aspectos de su pensamiento, llegó a decir la chambonada de que el ciudadano ideal, emblema de la civilización, era el flemático y larguirucho caballero que llenaba los barrios pulcros de Londres. Sarmiento, certero como fue en algunos alertas, vociferaba eruditos disparates ensalzando la cultura protestante
de Norteamérica, europea de pura sangre. Tan extrema reverencia al más pequeño de los continentes no es ningún fenómeno portentoso; es la lógica traílla cultural de los emigrantes. Aun con las guerras de la independencia como abismo de separación, los hijos, nietos y sucesivos descendientes de los que arribaron a estas zonas, continuaron obedeciendo el llamado ancestral que los atiborraba de nostalgia y los impelía a imitar lo dejado allá, tras el océano.
Este magnetismo acaba de sufrir en estos días
un rudo golpe: el Parlamento de la Unión Europea aprobó un conjunto de leyes restrictivas de la inmigración y represivas de los inmigrantes que ya se encuentran en su suelo. Desde hace unos cuantos años, al compás de la bonanza que fue alcanzando Europa, las corrientes humanas la pusieron como centro anhelado de cualquier proyecto de vida. Hombres y mujeres de Medio Oriente, África y América Latina se volcaron a probar suerte, vistas las situaciones de sus lares nativos. Fue entonces que el paraíso terrenal se volvió un tanto espinoso: todos los latinoamericanos pasaron a llamarse “sudacas”, todos los árabes fueron catalogados como “terroristas” ytodos los africanos revivieron la hostilidad hacia sus oscuras pieles. España, Francia, Alemania, Italia e Inglaterra empezaron a cultivar una resbalosa tendencia a echarle la culpa de cualquier problema a los extranjeros. Las disposiciones de estos días son la consecuencia de aquel proceso de demonización de losno europeos. Con las fascistonas cabezas visibles de
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los jefes de estado francés, Sarkozy, e italiano,
Berlusconi, Europa ha declarado personas no gratas a todos aquellos que no pertenezcan al selecto grupo de países gobernados por las burocracias de Bruselas y Estrasburgo (sedes respectivas de los poderes Ejecutivo y Legislativo de la unión).
El argumento favorito para imponer esas leyes
es que los extranjeros que van a vivir a Europa son irascibles, deshonestos, inadaptados y maleducados. Aparentemente, los europeos alcanzaron un estado de
gracia que los libra de la existencia de hombres a quienes pueda catalogarse de un modo tan severo. ¡Dichosos los continentes que llegan a esa cumbre de pureza! Tal vez para alcanzarla sea menester haberse quedado muchos siglos en América, Asia y África, haber explotado sin piedad a los pueblos inferiores de esas latitudes, haberles destruido sus culturas, haberles robado sus riquezas para edificar ciudades rimbombantes, reinados putrefactos e historias brillosas, y, finalmente, ser la cuna de un monstruoso racismo de bigote corto, que sigue vivito y coleando, por lo que se aprecia.
¡Ay, Europa, Europa! ¡Cuántas barbaridades se
cuelgan de tu nombre!
¿No sería mejor un ejercicio de la memoria?
¿No sería mejor recordar que, cuando eso que ahora se muestra como una federación orgullosa era poco más que un roto mosaico de países que se empeñaban en destruirse mutuamente, sus habitantes huían hacia América y aquí se los recibía con los brazos abiertos, se les brindaba trabajo, no se les preguntaba si eran franceses, alemanes, italianos, españoles, croatas, polacos, lituanos o griegos, y no se les fijaban leyes discriminatorias?
¡Cuidado, Europa! Nadie sabe cuáles serán las
vueltas de la historia. Nadie sabe si en algún negro día todo ese oropel de civilización refinada y desdeñosa no necesitará otra vez la mano solidaria de quienes ahora tanto rechazo le provocan.