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Entre Ulises y Penélope: migración indígena y profundización

de las desigualdades.
Luis Antonio Sánchez Trujillo.
“Cuéntame, Musa, la historia del hombre de muchos senderos,
que anduvo errante muy mucho después de Troya sagrada asolar;
vio muchas ciudades de hombres y conoció su talante,
y dolores sufrió sin cuento en el mar tratando
de asegurar la vida y el retorno de sus compañeros.”

Homero, La Odisea

Migrar, migrante, migraciones... las palabras se amontonan con sus mil


variantes, como hojas de otoño desperdigadas al viento, tantas como quienes
configuran la interminable borrasca humana que desde el sur se lanza al éxodo
en busca de esa “tierra prometida”, de ese norte en que “ríos de leche y miel”
colmarán el hambre sempiterna de quienes arriban.

Norte y sur, esta dupla maniquea entre la abundancia y la pobreza, en la que


centro y periferia se configuran como los reversos de la misma moneda, la del
sistema-mundo capitalista neoliberal, no son hoy latitudes fijas, coordenadas
geográficas estáticas. Por el contrario, el suelo, antaño sólido, se licuefacciona,
convirtiéndose en un océano en el que las contradicciones flotan juntas,
confluyendo en espacios aledaños, en los que norte y sur se apretuja,
separados por un muro, una calle, un vecindario.

En esta superposición de opuestos, las migraciones se reconfiguran,


resituando sus flujos, recomponiéndose para abastecer a una demanda laboral
cuyos mares y mareas son un vaivén que arrastra tras sus pasos, los ires y
venires de las y los desposeidas/os. La creciente falta de certidumbres, la
desrregulación, la flexibilización laboral, corren paralelas y espoleadas por el
itinerario de la globalización, “la movilidad asciende al primer lugar entre los
valores codiciados”. (Bauman, 2006: 8)

En la sombras, una multitud de hombres y mujeres se aprestan al viaje,


como nuevos Ulises que sin bajel se zambullen en las aguas de un airado
ponto, en las que un caprichoso Poseidón gobierna, con sus leyes de mercado
demanda su inmolación en el último peldaño del altar de la producción, o les

1
condenan al olvido en desierta isla para ser consumidas/os por el cíclope
horrendo del desempleo y la miseria.

Mientras, en desolados territorios, Penélopes de piel de cobre, obligadas por


su condición de género y por su desigual acceso a los capitales requeridos
para migrar, aguardan impacientes al retorno, a la noticia, al envío de la soñada
remesa que a veces nunca llega. Tejiéndose la vida y la de sus familias pasan
los días, en una lucha continúa por fortalecer sus menguadas economías con
los recursos mandados, o por ganar el sustento al que ya no contribuyen las y
los que se fueron.

En un silencio noctámbulo destejen sus identidades subordinadas, para


retejerlas al alba con nuevas cargas y espacios, que lo mismo las empoderan y
oprimen mientras las mantienen inclinadas ante el telar de la reproducción, en
el que sin cesar rebordan su rol de madresposas, a la espera de que sus hijos
e hijas, cual nuevos Telémacos, sigan la ruta de sus padres, seducidos por el
canto de sirenas que la globalización entona para arrastrarles en pos del sueño
material de felicidad de supermercado.

Esta continuada epopeya, cotidianamente escrita sobre páginas de aire, es


el inagotable recuento de los millones de seres humanos que a diario se ven
inmersos dentro de la migración, ya sea como los nuevos/as Ulises, que
marchan hacia los diversos nortes, o bien como Penélope, que aguardan en los
lugares de origen, sin que por ello dejen de verse afectadas/os por los efectos
indirectos que la migración ejerce sobre tales comunidades.

Así, una nueva marea avasalla las costas del mundo. Desde los
confinados espacios, una marejada humana se abre paso. Nutrida de anhelos,
surca entre prohibiciones y fronteras, desbordando todo dique, toda
barrera. Traspasando, pese a los muros, todo horizonte.

Inundando con su brisa las avenidas, los comercios, las lujosas residencias
de un norte que no es más geografía, sino simple sinónimo de abundancia
y dominio, frente a un sur pauperizado, cuyas aguas se agitan y discurren
por doquier, alimentadas por la quimera del sueño capitalista.

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Juntos, codo con codo, flotan en un océano de contradicciones la
opulencia y el hambre, el despilfarro y la pobreza, reversos de una sola
moneda: la del capitalismo sistémico que continua su rumbo de
acumulación incesante, de consumismo extremo: monstruo eternamente
ávido.

...la geografía del capital no es ya una geografía que se puede


reconstruir alrededor de confines claros entre centro y periferia,
desarrollo y subdesarrollo. Para decirlo sencillamente: hay cada vez más
periferia en el centro y más centro en la periferia. (Mezzadra, 2005: 20)

En este flujo interminable del devenir capitalista, la migración ha ocupado y


ocupa un enclave estratégico de mantenimiento de las desigualdades, de
acumulación del capital gracias a la reducción de costos en la
producción que las y los migrantes permiten, y a la transferencia del costo
reproductivo de la fuerza de trabajo a los países y regiones que “facilitan”
este capital humano migrante y en especial a las identidades femeninas,
quienes las más de las veces son las encargadas de llevar a cuestas el costo
de la reproducción de la fuerza laboral.

Esta múltiple explotación es siempre implícitamente alentada por la


ideología de la modernidad, a la vez que explícitamente se emplean discursos
y prácticas que ilegalizan la migración.

...no hay capitalismo sin migraciones, se podría decir, y el régimen de


control de las migraciones (de la movilidad del trabajo) que se afirma en
cada ocasión, en condiciones históricas determinadas, constituye una llave
que permite reconstruir, desde un punto de vista específico y sin embargo
paradigmático, las formas generales de sumisión del trabajo al capital,
ofreciendo al mismo tiempo una perspectiva privilegiada desde la cual leer
las transformaciones de la composición de clase. (Mezzadra, 2005: 143)

Este doble circuito es lo que dinamiza y configura la interminable marejada


de migrantes que desde el sur buscan superar los desolados abismos del
subdesarrollo y arribar a las soleadas playas del primer mundo, en el
que todos los anhelos de consumo y placer son realizables.

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Es así, que no debemos ver los cambios ocurridos a partir de los 80s sólo
como el nuevo contexto en donde ocurre la migración, sino considerar a la
migración como un proceso que forma parte consustancial de la situación
donde la vasta movilidad poblacional, es una de las articulaciones a través
de las cuales el sistema expande sus nuevas formas de dominación e
integra a su estructura la explotación masiva y directa de la fuerza de trabajo
externa.

En tal complejidad, la incorporación de las etnias indígenas a los flujos


migratorios está modificando la configuración de las identidades regionales, las
dinámicas comunitarias, el espacio social en el que se ha forjado sus marcos
culturales, sin que los efectos de tales transformaciones puedan ser valorados
en todo su alcance.

Tratar de comprender el cómo se presentan, hacia dónde se dirigen y cómo


se entrelazan con las condiciones estructurales en las que surgen y se
desarrollan tales cambios, resulta esencial para lograr entender el camino que
el sistema-mundo capitalista neoliberal sigue para autoperpetuarse, para
mantenerse a pesar de sus inherentes contradicciones.

Pero más allá del mero mantenimiento del sistema, a lo que en la actualidad
asistimos es a una profundización de sus desigualdades, a un recrudecimiento
de sus violencias, que lejos de atenuarse se naturalizan, ocultándose bajo el
velo de una normalidad que no por ser más cotidiana, resulta menos lesiva y
costosa para hombres y mujeres que la viven.

Tal violencia, que desde sus inicios ha tomado en el sistema capitalista la


forma de una ética de la avaricia, de un ethos patriarcal mercantil que subyace
y da rumbo a todas las acciones emprendidas, ha podido permanecer,
resignificarse y retrasmitirse a cada generación de manera tal, que ha
posibilitado la permanencia de sus condiciones, la existencia de un equilibrio
nunca estático cuyos parámetros siempre cambian, mientras dejan intocada la
red de relaciones y espacios que perpetúan la doxa1, la dominación como

1
[…] esta doxa, es una ortodoxia, una visión asumida, dominante, que sólo al cabo de las luchas
contra las visiones contrarias ha conseguido imponerse; y que la «actitud natural» de la que hablan los
fenomenólogos, es decir la experiencia primera del mundo del sentido común, es una relación

4
forma ligada a la naturaleza humana, como única aspiración auténticamente
valiosa, apuesta universal que invade la multiplicidad de campos que
componen los diversos espacios sociales que conforman eso que llamamos
realidad, hegemonía en el sentido gramsciano, pues exige de quienes la viven
y reproducen, una estrecha adhesión a sus preceptos, a la ideología cuyo
sustrato permite la continuidad, pese a las desigualdades y contradicciones que
permite y promueve.

En este doloroso cuadro, al campo migratorio resulta emblemático, en el se


manifiestan en toda su magnitud las contradicciones, los claroscuros de
nuestro sistema mundial, la celeridad con que los cambios se producen y sus
imprevisibles consecuencias le convierten en una lente que amplifica sus
efectos, los efectos que la nueva globalidad líquida tiene por sobre las y los que
están sujetos a un territorio, a una identidad heredada y construida en un
sistema referencial distinto al de la urbe, configurada desde la matria
identitaria2 de su región.

Sin embargo, para que tal movilidad sea realizable, para emprender los
numerosos riesgos que conlleva la decisión de migrar es fundamental poseer
una visión particular del mundo, no sólo haber asumido plenamente el
ethos patriarcal mercantil sistémico, sino los capitales, la ilusión y las reglas
del juego requeridas para realizarlo, este desideratum que como tal requiere
su plena incorporación, su estructuración como habitus3: hexis corporal
que está verdaderamente incrustada en las identidades, naturalizada y
asumida sin cuestionar la violencia que implica.

Es evidente que las identidades de hombres y mujeres son trastocadas en

políticamente construida, como las categorías de percepción que la hacen posible. Lo que hoy en día
se manifiesta de un modo evidente, más allá de la conciencia y de la elección, ha constituido, a
menudo, el envite de luchas y no se ha instituido más que tras enfrentamientos entre dominantes y
dominados. (Bourdieu, 1997 :120)
2
En términos descriptivos, las "matrias" serían espacios cortos, en promedio diez veces más cortos
que una región "El radio de cada una de estas mini sociedades se puede abarcar de una sola mirada y
recorrer a pie de punta a punta en un solo día" [González, 1988: 52].
3
El habitus es ese principio generador y unificador que retraduce las características intrínsecas y
relacionales de una posición en un estilo de vida unitario, es decir un conjunto unitario de elección de
personas, de bienes y de prácticas... Son principios generadores de prácticas distintas y distintivas...
pero también son esquemas clasificatorios, principios de clasificación, principios de visión y de
división, aficiones diferentes. Establecen diferencias entre lo que es bueno y lo que es malo, entre lo
que está bien y lo que está mal, entre lo que es distinguido y o que es vulgar, etc., pero no son las
mismas diferencias para unos y otros. (Bourdieu, 1997: 19, 20)

5
mayor o menor grado durante el proceso migratorio, y ello no sólo por el
cambio de espacio geográfico que implica, sino por el proceso que le
acompaña y que suele ser, en muchos casos, de violenta ruptura no sólo en
cuanto a las condiciones materiales de existencia, sino a todo su marco de
referencia, las creencias, las valoraciones, la percepción de quién se es y de lo
que se desea.

Así, es posible y necesario preguntarse si las y los migrantes se ven


impelidos a apropiarse nuevos capitales necesarios para adaptarse al nuevo
campo, a adquirir y practicar la reglas del juego, sin poder cuestionarlas,
concretándose las más de la veces simplemente a la reproducción de las
mismas, adaptación que les permite sobrevivir pese a las condiciones que, en
muchas ocasiones, son tan adversas; o si bien, por el contrario la
migración les permite la adquisición de nuevos capitales y nuevas lógicas que
conllevan una mutación en sus identidades y por ende en sus sistemas
relacionales.

Si bien es cierto que la trasformación en las identidades es un factor


presente a lo largo de las diversas etapas del proceso migratorio, y que
esta transformación parece alcanzar no sólo a quienes migran, sino también
a quienes de manera indirecta se ven tocados por tales procesos, es
fundamental cuestionar si muchos de los supuestos cambios lejos de
representar un avance, una mejora real en las condiciones de existencia,
pueden ser interpretados como señales de la profundización de la explotación,
de una reconversión de las desigualdades que deja las condiciones de
subordinación-dominación intocadas, mientras cambia las formas de
violencia de las que se sirve el sistema para perpetuar tal dominación y
legitimarla.

La migración puede ser vista como un suceso que rompe el equilibrio


dinámico de los sistemas cuyo horizonte alcanza, un evento que marca
un antes y después cuyos efectos resultan imposibles de cuantificar pues
la multiplicidad de los campos implicados resulta desmesurada, si
ciertamente ello implica una renuncia a las predicciones de corte
determinista tradicionales, ello no debe desalentar la tarea de una mejor

6
comprensión y de un avance hacia un nuevo tipo de investigaciones cuyo
panorama se abre a diálogos fructíferos y diversos para aproximarnos.

Ante tal panorama de complejas problemáticas entrelazadas al


fenómeno migratorio, el caso concreto de la migración de Chiapas hacia
la Riviera Maya es emblemático de la dinámica que rige las
movilizaciones humanas contemporáneas, de ahí la importancia de
abordarlo como punto de partida para aproximarnos al campo migratorio.

Playa del Carmen: destino migratorio

A poco más de 17 horas de viaje desde la zona Altos de Chiapas, se


encuentra localizado lo que es considerado uno de los mayores desarrollos
turísticos de la región, que desde la zona arqueológica de Tulum y hasta
Cancún, recorriendo el litoral del Caribe mexicano, crece incesantemente a
un ritmo vertiginoso para establecer las condiciones de una zona hotelera de
primer nivel, que en la actualidad da acogida a visitantes de todas latitudes del
globo.

Surgiendo de lo que hace apenas tres décadas eran pequeños


poblados de pescadores, emergen paradisíacos espacios de diversión, que
sin embargo son sólo accesibles a una reducida élite, pese a ser
construidos y mantenidos con el esfuerzo y trabajo de la mano de obra que,
compuesta en su mayoría por migrantes, día a día labora en los
modernos palacios diseñados para las nuevas aristocracias del mundo.

En la edificación de este enclave capitalista, la mano de obra indígena


chiapaneca ha sido y es fundamental, por lo que ha pasado a formar parte
de los principales flujos migratorios en la región, tal y como me fue posible
constatar en la investigación realizada entre 2007 y 2008.

Sin embargo, a tan sólo dos años del primer acercamiento a la


situación del campo migratorio en Playa del Carmen, han ocurrido importantes
transformaciones en la realidad de dicho destino migratorio, tal y como me fue
posible constatar durante el reciente trabajo de campo realizado entre abril y
mayo del 2010, la mayor de ellas es la evidente caída de demanda laboral, en

7
especial en el campo de la construcción, y que de acuerdo los propios
trabajadores chiapanecos entrevistados, es causada por la crisis, así como por
el tan promocionado brote de influenza NH1-N1, que durante el 2009 propició
un catastrófico descenso en las tasas de ocupación de cuartos de toda la
Riviera Maya.

Según la Comisión para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, en el


norte de Quintana Roo puede identificarse la recepción de tres corrientes
migratorias de carácter indígena: la que proviene de la zona maya del propio
estado, la que se origina en las áreas mayas de Yucatán y Campeche y el flujo
migratorio de población indígena de diversos grupos étnicos de Chiapas y de
Guatemala.

La migración que se origina en la zona maya del propio Quintana


Roo tiene dos movimientos. El más importante es temporal y facilitado por la
cercanía, en intervalos que van entre uno y seis días a lo largo del año.
Esta población no se desarraiga de sus comunidades de origen y tiende
a conservar sus características e identidad étnica. Los motivos de la
migración se relacionan con la búsqueda de ingresos monetarios que
complementen el ingreso familiar. Un sector, sin embargo, bilingüe
(español e inglés), y con escolaridad superior a la media, accede a puestos
de trabajo que le permiten arraigarse en los lugares de destino e iniciar un
proceso de aculturación4.

El flujo migratorio de población maya que proviene de los otros estados de la


península, así como de otros estados, comparte las mismas características
que el flujo anterior, pero la distancia obliga a estos/as migrantes a
permanecer períodos más largos en los polos de atracción. En ambos
casos se establecen nuevas relaciones con otros/as migrantes con
quienes comparten el traslado, la residencia o el trabajo. Muchos de estos/as
migrantes son contratados en sus propios lugares de origen por
"enganchadores" de sus mismas comunidades, que los y las transportan e
introducen al mercado laboral. En otras ocasiones, y esto es muy notorio en

4
Al respecto es posible consultar el trabajo de Sosa, Mayas migrantes en Cancún, Quintana Roo
(2007).

8
el caso de Chiapas, la empresas transportistas les prometen empleos
seguros o bien la existencia de obras importantes que demandan mano de
obra, sin embargo al llegar a la Riviera Maya nada de esto resulta cierto,
por lo que muchos trabajadores afrontan el desempleo debiendo permanecer
días e incluso semanas sin trabajo.

Para el caso concreto de la migración de Chiapas hacia Quintana Roo, por la


distancia relativamente corta en comparación con otros destinos que separan a
los y las trabajadores de sus lugares de origen, se ha caracterizado en muchas
ocasiones como pendular, es decir que ocurre de manera temporal, en muchos
casos vinculada a los ciclos de siembra y cosecha de sus comunidades de
origen, pues ante el creciente deterioro de las condiciones de producción
agrícola, muchos/as emplean las escasas ganancias para asegurar la
subsistencia familiar.

Hasta hace unos años la época de mayor migración se ubicaba a


contratiempo de las temporadas de corte de café, ahora muy depreciado. En
la actualidad las temporadas más altas se relacionan con la seca y las épocas
en que no hay trabajo en el campo; los meses de migración más alta son los
dos últimos y los dos primeros de cada año, coincidiendo con las épocas de
menor trabajo en el ciclo agrícola del maíz, que se sigue cultivando para el
consumo en los municipios de las regiones Altos, Selva y Frontera, tiempos en
los que la migración a la Riviera Maya es más alta.

Aunado a la crisis, a la pobreza que asola el agro chiapaneco desde su


origen mismo, el nuevo modelo consumista5 capitalista va ganado terreno en
los corazones y mentes de las poblaciones rurales, los anhelos de compra son
transferidos, heredados como posibilidades soñadas, migajas del cielo
capitalista que se asoma tras la migración, dibujando una felicidad de
mercadotecnia forjada, una verdadera imago6 de globalización que se

5
De acuerdo a Bauman: “[...] el consumismo es un tipo de acuerdo social que resulta de la
reconversión de los deseos, ganas o anhelos humanos (si se quiere neutrales respecto del sistema) en
la principal fuerza de impulso y de operaciones de la sociedad, […] la capacidad esencialmente
individual de querer, desear y anhelar debe ser separada (“alienada”) de los individuos (como lo fue la
capacidad de trabajo en la sociedad de productores) y debe ser reciclada/reificada como fuerza externa
capaz de poner en movimiento a la sociedad de consumidores y mantener su rumbo en tanto forma
específica de la comunidad humana”. (Bauman, 2007: 47)
6
El termino imago lo empleo como una componente del imaginario social, cuyo sentido y

9
incorpora a los habitus de hombres y mujeres, y que les empuja a migrar
atrapados/as por la ilusión del éxodo como capital simbólico.

2007-2008: Migrantes Chiapanecos en la Riviera Maya

Cada sábado y dos veces más entre semana, en varias cabeceras


municipales de Chiapas, (Bochil, Simojovel, Ocosingo, Palenque, San Cristóbal
y Tuxtla Gutiérrez), decenas de camiones, aguardan a un ejército de personas
de diversas etnias provenientes de todas las zonas de la entidad y otros más
de Centroamérica, fingiendo ser chiapanecos. Algunos con mochilas, otros con
morrales, algunos comiendo, otros sólo masticando el hambre y sus sueños de
trabajo seguro en el “paraíso prometido” de Playa del Carmen o Cancún. La
mayoría son hombres, muchos van por primera vez, llevan cierta carga de
tristeza por dejar la tierra que ya no da para el mantenimiento familiar; pero a la
vez con expectativas de ganar lo suficiente para pagar deudas familiares o para
la simple sobrevivencia cotidiana; otros, jóvenes adolescentes y casi niños, van
contagiados por la aventura, a encontrarse con lo que otros y otras que han ido
les narran. Algunos viajan solos, pero la mayor parte en grupos de parientes o
vecinos. También se ven algunas parejas, familias con niños pequeños y
mujeres jóvenes, madres solteras casi siempre en busca de recursos para sus
hijos; van algunas jóvenes que con o sin autorización de sus padres quieren
ganar dinero para vestirse y ayudar a la familia.

Los camiones son de segunda, desvencijados, cuestan entre 150 y 800


pesos ($350 en promedio), dependiendo del lugar de salida, pero “siempre más
conveniente que los 20 ó 30 mil que te piden los polleros para pasarte al otro
lado”. Los migrantes viajan hacinados, algunos incluso de pie en los estrechos
pasillos, durante un trayecto de no menos de 15 horas. De ellos un buen
porcentaje espera laborar en la construcción porque se “gana bien”, van
mayoritariamente a Playa del Carmen y Cancún, lugares donde la población
migrante está numéricamente, muy por encima del promedio nacional.

significación proviene en este caso, de la manera en cómo ha sido estructurado el concepto de


globalización: doxa cuya representación es atravesada por una ideología desarrollista construida desde
diversos campos, ideología que insta desde diversos discursos a la migración, al desarraigo, al
abandono de las formas comunitarias de relación en aras de una supuesta modernidad que a tod@s
toca.

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Mientras espera la salida un joven dice: “voy a Playa mejor que al norte,
porque allá es lejos, se necesita mucha paga y sobre todo es muy difìcil... y de
ai’, todo queda tirado, la familia, la milpa, todo pue’...en Playa voy por tres o
cuatro semanas y regreso...”.

Desde su llegada a la zona turística se ponen en evidencia los engaños, la


precariedad y la inseguridad laborales. Los transportistas generalmente no
viajan al lugar de destino, ellos sólo los apuntan, algunos son dueños de los
transportes y tienen su propia oficina, les ofrecen a los viajeros que el chofer
del autobús los dejará en su trabajo con toda seguridad y no tendrán que pasar
hambre ni frío. Tampoco tendrán que esperar quien los contrate, porque ellos
ya van contratados. Esto generalmente no es cierto. Los camiones los dejan
en el parque o en un jardín de la ciudad a donde llegan a contratarlos los
cabos. La mayor parte de los entrevistados dijeron que cuando llegaron
pasaron por lo menos una noche o dos al aire libre, sin tener qué comer, pues
el “cabo” responsable de llevarlos a la obra no apareció hasta el lunes y
tampoco contrata a todos, “porque necesitas credencial”.

El arreglo con el cabo es verbal y sólo por una semana, a veces por días; él
los traslada al lugar en donde trabajarán con algún maestro de obras o un
subcontratista. La primera semana de salario la cobra el cabo, sin decirles a
los trabajadores, “así es la costumbre de acá, si acaso te queda para pagar tu
comida que te dan fiado”. Los que no tienen un pariente o amigo que viva en la
ciudad, tienen que quedarse en la galera del campamento, cuando ésta existe;
para los que laboran en construcciones dentro de la ciudad la perspectiva suele
ser dormir en la calle en tanto ganan lo suficiente para poder rentar un cuarto.

La mayoría vive en cuartos rentados (cuarterías) que comparten con amigos


o paisanos, muchos habitan en habitaciones de techo de losa y el resto en
techos de lámina o en palapas, los que suelen tener servicios deficientes
(baños colectivos con agua escasa, por ejemplo). Un cuarto pequeño (3 x 4
metros o menos) cuesta desde mil pesos al mes, pero como lo comparten para
colgar sus hamacas entre 4 o más personas, la renta les sale relativamente
baja. Los fines de semana los cuartos llegan a ser compartidos con más, pues
muchas veces los que no tienen se refugian con los que tienen cuarto.

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Las zonas en donde viven los migrantes están en la periferia de la ciudad, en
ellas los locales de venta de alimentos, electrodomésticos y ropa, se alternan
con cantinas, cabarets y prostíbulos que son los únicos espacios que hay para
que los “chiapitas” pasen sus días de descanso. Aunque ellos opinan que
nadie los discrimina, en realidad esas ciudades están geográfica y socialmente
segmentadas: las zonas hoteleras, son exclusivas y constituyen una verdadera
invasión en el suelo, playas y el mar mexicanos. Los empleados de las
empresas, del gobierno y de las escuelas privadas viven en las colonias
contiguas a las zonas hoteleras, pero separadas de éstas. Los migrantes
raramente salen de sus barrios marginales, excepto para trabajar, ellos
mismos se autoexcluyen profundizando la jerarquización espacial.

Entre los problemas más frecuentes que tienen los trabajadores a la llegada
se mencionan que en todos los trabajos les piden su identificación (credencial
de elector) y “muchos no tienen y se ven obligados a dormir en el parque 7 sin
servicios, mientras resuelven, “algunos mejor ven cómo regresan a su
comunidad”. Otro problema es que siempre viajan con poco dinero, sólo traen
para el pasaje. No tienen para comer. Pero “el problema más grande es
conseguir un buen trabajo, donde te paguen completo y no te roben. Siempre
tienes que discutirte con el que paga”. “Otro cuidado es con la policía, si no
conoces el lugar o eres indígena, te sacan dinero, por andar en la zona
hotelera, te dicen que andas bolo o drogado o cualquier cosa para sacarte
dinero, si no les das te llevan al bote, las mujeres no pueden vender su
artesanías en la calle, se las quitan” (2008, entrevistas a trabajadores
chiapanecos en la Riviera Maya).

A diferencia de la migración al norte o a Estados Unidos, en la migración a


Quintan Roo las redes para la inserción laboral son temporales y difusas, lo
que se asocia a la precariedad de la situación migratoria y a la temporalidad del
empleo. No obstante, el acompañamiento es importante, una tercera parte viaja
con amigos, de ellos, de acuerdo con la investigación de Redes (2005), 8 de
cada 10 siguen viviendo con la persona que llegaron. Las redes funcionan más
entre las mujeres sobre todo para el trabajo doméstico, aunque también para

7
En Cancún se quedan en el Crucero y en Playa del Carmen solían quedarse en la cancha del parque
Leona Vicario, eso hasta la construcción de la terminal de autobuses de segunda.

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algunas que forman brigadas de la limpieza en las construcciones.

Así, desde Cancún hasta Tulum, se ha configurado un enorme corredor


turístico al que arriban visitantes de todo el mundo, en especial el turismo de
alto nivel que en cruceros y vía aérea llega durante todo el año, le han ubicado
como un punto sin igual en sus posibilidades de crecimiento económico, la
riqueza de zonas arqueológicas y los atractivos naturales de la región han
empujado a que grandes empresas hoteleras se den a la tarea de construcción
de complejos turísticos inigualables, hecho que ha generado una demanda
cada vez mayor de mano de obra en la construcción y en los servicios. Sin
embargo y de acuerdo al estudio de ULSA (2005), en base a la muestra
analizada, se tiene que los trabajos temporales ocupan un porcentaje
aproximado del 57.0%, lo que nos da una clara idea de la importancia de la
contratación para los empleadores.

Para el caso de la construcción, las empresas se sirven de contratistas y


subcontratistas, quienes a través de los cabos juntan el personal requerido, los
contratos son por semana y se realizan siempre de manera verbal, de hecho
uno de los graves problemas que afrontan las y los trabajadores de la
construcción es el constante incumplimiento de tales contratos verbales, pues
muchas veces las compañías se niegan a pagar los salarios acordados con el
cabo. Si son mujeres se les hostiga sexualmente e incluso se les llega a
prostituir. Cuando los trabajadores protestan ya no los contratan la semana
siguiente sin que puedan hacer nada al respecto, puesto que desconocen sus
derechos, además de que la flexibilidad laboral, junto con la abundancia de
mano de obra y la protección oficial a las empresas, han convertido en ley los
numeroso abusos cometidos a los migrantes.

La sobre explotación, la ausencia de seguridad social y los abusos, son la


experiencia cotidiana de miles de migrantes. Nadie se hace responsable de su
seguridad, de su salud, ni de su vida.

Durante el trabajo de campo realizado en 2008, presenciamos la muerte de


un niño trabajador de 13 años que se cayó cuando subía por un andamio con
una pesada carga de materiales “delicados” en la espalda. Nadie supo cómo se
llamaba, ni de dónde era, no hay listas de los trabajadores “porque son
eventuales” el maestro albañil, los reconoce como sus ayudantes ante el
13
pagador. Se perdería mucho tiempo porque son muchos trabajadores y
cambian cada semana. El problema mayor fue que tampoco nadie se hacía
responsable del cadáver. “La empresa no se mete en eso”, en el municipio “hay
mucho trabajo y poca gente”. El ministerio público sólo levantó el acta de
defunción, como en otras muchas ocasiones que suceden casos como éste. El
cuerpo fue finalmente recogido y llevado a la fosa común del cementerio
municipal por una ambulancia que pagó “la Asociación de Chiapanecos en
Quintana Roo” de una colecta que realizó entre sus miembros. Pero nadie
protestó, ni pidió indemnización. “Pobre muchacho, ya no va a ver su tierra...,
con quién vamos a protestar, la empresa no se hace cargo, no sabemos quién
la representa..., aquí cada quien es responsable de su propia vida...cada
trabajador tiene su chamba y un tiempo para cumplirla”, comentaron los
trabajadores que se reunieron momentáneamente y movieron el cuerpo a un
lugar donde no estorbara a la construcción.

Pero más allá de esta explotación de la que son objeto, las y los
trabajadores de la construcción forman parte de una compleja cadena
económica que los posiciona en el último peldaño (Gráfico 1), que además está
diseñada para integrarles al sistema capitalista, de manera tal que las escasas
ganancias generadas por su trabajo regresan al ciclo de reinversión y
acumulación de capitales en un proceso interminable de pauperización
pasivamente aceptada y vivida como destino asumido.

La jerarquía empresarial tiene una cabeza extranjera e invisible, que hace


las licitaciones a nombre del capital financiero. Las grandes empresas
constructoras transnacionales, dirigidas por extranjeros también, que ganan las
licitaciones para las diferentes etapas de la obra, firman contratos con
empresas mexicanas más pequeñas, de subcontratistas que ejecutarán
segmentadamente la parte especializada que les corresponda (cimentación,
obra negra, colados, pisos, entubado, plomería, etcétera) y que trabajan para
varias firmas a la vez; para ello tienen oficinas en Cancún, sus empleados
(secretaras, dibujantes, administradores, ingenieros, arquitectos) y sus
maestros de obra en la misma construcción (casi todos migrantes establecidos
en la zona). Los maestros tienen sus cabos (ambos migrantes con residencia
permanente) que se responsabilizan del abasto de mano de obra no

14
especializada, ellos transportan a las construcciones a los migrantes que les
han mandado “sus polleros”. Los migrantes pendulares reproducen su fuerza
de trabajo en sus comunidades y familias, sin costo para las empresas.

Este sistema empresarial conforma una compleja red de relaciones


jerárquicas que requiere de una burocracia igualmente jerárquica de gestores
ante las instancias de gobierno y de supervisores para controlar los tiempos,
los materiales, la eficiencia del trabajo de cada nivel del personal para
garantizar los porcentajes de ganancias previstas en los proyectos de inversión
empresarial. En el sistema de ampliación y transferencia de valor al capital
transnacional intervienen empresarios y funcionarios extranjeros y nacionales
que un primer nivel de jerarquías que podemos llamar empresarial. Un segundo
nivel de técnicos nacionales: ingenieros, arquitectos, técnicos especializados
que se convierten en migrantes permanentes. El tercer nivel de personal local y
migrante de maestros de obra, plomeros, carpinteros, selladores. El cuarto
nivel conformado por albañiles, peones de albañil y más abajo las mujeres que
integran las brigadas de limpieza de la obra.

15
Todos articulados a la empresa con la mediación de los salarios
diferenciales dentro del sistema, de manera tal que el valor generado por el
trabajo se acumula en la construcción y se realiza cuando los hoteles se
venden o inician su reproducción en el hospedaje turístico de lujo. Pero los
salarios también regresan al ciclo de reinversión y acumulación de capitales a
través del consumo y el consumismo inducido en un proceso interminable de
diferenciación y pauperización de los de abajo, pobreza pasivamente aceptada
y vivida por los migrantes pendulares como única vía.

Las relaciones entre la empresa y el gobierno, producen una subvención de


los mexicanos al capital transnacional, pues como vimos antes, el desarrollo se
planifica en función de las necesidades de las grandes empresas hoteleras y
de la construcción. Pero hay más, en ese proceso se negocia legal o
corruptamente la flexibilidad del trabajo, la seguridad social de los trabajadores,
la impunidad ante la corrupción y la violación de sus derechos humanos. Un
ejemplo: Las inversiones de capital, de acuerdo al sistema fiscal vigente
tendrían que pagar un impuesto de algo cercano al 35%, pero los gestores
empresariales logran con cierta frecuencia que los funcionarios del estado les
den un trato especial a las grandes inversiones millonarias.

Así, en una empresa conocida8 la inversión total sumaba alrededor de mil


millones de pesos, pero con el arreglo se pagaron en una sola emisión sólo 50
millones de pesos al gobierno estatal (el 5% del impuesto) y un “pequeño”
reconocimiento (mordida) a los funcionarios que aceptaron el arreglo. Esto
permitió a la empresa actuar con impunidad absoluta: los trabajadores no
tienen contratos, ni seguro social por ser “eventuales”, les alargan los horarios
a 10 horas, les reducen los días de descanso, les pueden bajar el salario
cuando lo consideran oportuno, no se responsabilizan de la salud ni de la vida
de los trabajadores, por mencionar las principales entre otras muchas
violaciones a los derechos laborales.

La empresa al estar integrada al Plan Estatal de Desarrollo, cuenta con la


infraestructura y los servicios urbanos sin costo alguno, la vigilancia de la
policía y la exclusividad de trato para sus representantes en todas las oficinas
del estado, incluyendo la administración y procuración de justicia. Esto aún
8
Información confidencial proporcionada por un exfuncionario de la empresa.

16
cuando el mismo plan de desarrollo estipula que los servicios cuestan el 17.5%
de la inversión por cuarto de hotel.

Contrastando con los beneficios públicos a las empresas, los presupuestos


de los gobiernos municipales, crecen en menos del 3% anual y el presupuesto
destinado a servicios apenas llega al 5% del ingreso municipal lo que significa
un enorme rezago en materia de servicios y condiciones para la calidad de vida
de los habitantes, especialmente a los migrantes tanto temporales como los
que se quedan y viven en los suburbios periféricos de los centros urbanos.
Como expresó un funcionario de la Oficina de Planeación “los problemas
urbanos y estructurales de Cancún y Playa del Carmen se derivan de su propio
éxito en las inversiones”.

La mano de obra de los migrantes chiapanecos.

De acuerdo al estudio realizado por Redes (2007), se estima que


semanalmente llegaban de Chiapas un promedio de 200 trabajadores de la
construcción a trabajar en Quintana Roo, en su mayoría indígenas. La
creciente oferta de mano de obra se fue incrementando a partir del 2000 a tal
grado que algunos puntos estratégicos de Cancún y Playa del Carmen se
transformaron en verdaderos mercados de mano de obra, donde lo que menos
importa es la condición humana de los migrantes. No hay regulación ni
ordenamiento para la contratación de esta mano de obra, que no tiene
servicios, ni protección alguna. Durante ese tiempo, se tienen registros de
observación de más 500 personas diarias durmiendo a la intemperie en el
parque Leona Vicario de Playa del Carmen y de más de 100 detenidos en la
cárcel municipal, a los que se les llego a exigir una multa de 600 pesos o tres
días de cárcel.

La creciente demanda de mano de obra barata en Quintana Roo y la


creciente problemática en la economía de Chiapas marcaron la tendencia a un
aumento progresivo de la migración pendular chiapaneca, por lo menos al
mismo ritmo del crecimiento económico de Quintana Roo (5.4%). Esto
significaría un arribo aproximado de 900 personas mensualmente, es decir
12,000 anuales.

17
En la encuesta de Redes se encontró que más del 80% de los chiapanecos
llegaban sin trabajo, sin embargo, en un lapso no mayor a tres días el 60%
había conseguido empleo y al final de la primera semana, sólo 2 de cada 10
no conseguían contratarse. La jornada laboral oscilaba entre las 10 y las 11
horas diarias, por lo general de lunes a sábado por la mañana y los domingos
como día de descanso.

Los contratos se establecían de manera verbal y semanalmente, sin


embargo de acuerdo a Redes, el 85 % de los migrantes no cambió de trabajo
durante su estancia, estabilidad que los contratistas y maestros de obra
aprecian en los chiapanecos porque juega a favor del tiempo y la ganancia de
la empresa.

La mayor parte de los “chiapitas” acudían a laborar en la industria de la


construcción, el 6.3% en restaurantes, el resto, en otros servicios, entre estos
se cuentan a mujeres que venden artesanías, o son trabajadoras domésticas
(1,2%). Esta proporción es inversa en migrantes que vienen de otros estados y
que se ocupan fundamentalmente en los servicios, pues “el trabajo de
construcción es muy pesado”. La causa de esta diferencia es que estos
migrantes, en su mayoría, se plantean quedarse en Quintana Roo y mejorar su
estatus, por lo que necesitan mayor estabilidad y reconocimiento social.

Un fenómeno interesante de analizar es el cambio entre las actividades que


las y los migrantes chiapanecos realizaban en sus lugares de origen y en las
que se emplean el Quintana Roo; el estudio realizado por ULSA (2005),
destaca el hecho de que el mayor porcentaje de migrantes chiapanecos antes
de migrar se desempeñaba en actividades agrícolas (72.9%) o bien se
encontraba desempleado/a (20%). Sin embargo, luego de su llegada a
Quintana Roo, más del 80% se empleaba como obrero/a o empleado/a,
seguido de un 8% que laboraba de manera independiente. Algo que no se
analiza en el estudio de ULSA, es la implicación directa que el cambio de
actividades tiene para las identidades de quienes lo viven, y puesto que son las
y los jóvenes quienes ocupan el mayor porcentaje de migrantes, conlleva que
en su mayoría se abandonan del todo o desvalorizan las actividades que
realizaban como campesinos, incluso muchos de las y los jóvenes
entrevistados intentan ocultar la identidad campesina tradicional, las visiones,

18
los sistemas de creencias y la ética colectiva en aras de su nuevo ideal de
modernidad como único camino para alcanzar el éxito.

Pero la evidencia más cruda de la violencia con que el sistema empuja a


hombres y mujeres a migrar es sin duda la discriminación de la que
trabajadores y trabajadoras de la construcción son objeto. Para la sociedad de
Playa del Carmen la imagen de los “chiapitas” no representa para mucho sino
la de parias, humanos de segunda clase que la ciudad tolera tan sólo porque
son requeridos para una labor que nadie más quiere realizar, pero que deben
regresar a sus lugares en cuanto no sean requeridos.

Así, y pese a que la migración de chiapanecos/as hacia la zona es paralela


al crecimiento poblacional y económico de la región, la sociedad en su conjunto
no ha posibilitado la integración de esta población, siempre flotante, a la
identidad local. Las y los trabajadores de la construcción no cuentan con
espacios de incorporación, por el contrario se asiste a una continua
segregación en todos los lugares y discursos a los que se les asocia. Desde el
parque de la Colonia Colosio, espacio de arribo, lugar de búsqueda de empleo,
zona de diversión y para muchos/as dormitorio y comedor, que se ha
consolidado como único espacio físico que la población les ha permitido, no sin
rechinar de dientes, y que es el escenario cotidiano de sus ires y venires
cotidianos, ahí, al resguardo de sus iguales se guarecen de una constante
lluvia de exclusión que les expulsa de otros espacios públicos bajo el
argumento de la mala imagen que le dan a la ciudad y que como zona turística
debe evitar, tal parece que esta mala imagen no importa mucho si se trata de
construir con su trabajo y sudor tales espacios a los que jamás podrán acceder
por ser privilegiados a aquellos quienes todo lo poseen y ante los cuales bajan
la mirada y se hacen a un lado para permitirles el paso hacia las zonas que les
están perpetuamente vedadas.

Lo que resulta más gravoso de tal discriminación es el resultado que sobre


quienes la sufren tiene, que lejos de enfurecer o rebelarse ante tan absurda
situación, voluntariamente se someten no sólo sin rechistar, sino considerando
en muchos casos, sus trabajos como una afortunada dádiva, y el estado de
exclusión, desamparo y abuso de que son objeto como algo “normal” y que es
imposible de evitar, lo que ejemplifica el grado de naturalización de la violencia

19
estructural que se justifica a sí misma, y se invisibiliza deformando la
percepción de quienes la sufren para hacer de un hecho indignante una
práctica común pasivamente aceptada. El sistema mismo al excluirles a los
confines de su inframundo social impide a quienes sufren de tal discriminación,
el acceso a los capitales culturales necesarios para adquirir la conciencia
política de la violencia que sufren y que les mantiene atados/as a su posición
subordinada y explotada.

La auto-segregación que se desliza en cada paso y actividad emprendida


por las y los migrantes es la forma que la violencia simbólica ha cobrado en la
realidad polarizada de la rivera maya, tal auto-segregación es complementada
por una violencia social que se refleja en las practica policiales, en las que los
delitos de vagancia, ingestión de alcohol en la vía pública, ebriedad y en
general las faltas administrativas configuran la serie de los casos más
atendidos por la seguridad pública entre la población migrante, de igual forma
la mayor cantidad de denuncias en materia de violación de derechos humanos
provienen precisamente de las prácticas policiales, bajo cuyos argumentos se
extorsionan, persiguen y roban sistemáticamente cada día sábado a cualquier
sospechoso/a del crimen de ser “chiapita” o jornalero y, desde luego, poseer
dinero.

Al mismo tiempo la prensa escrita de Playa del Carmen ha sido un elemento


más de divulgación de la imagen denostada y ligada a la violencia de las y los
migrantes, la mayor parte de periódicos locales comparten su estilo amarillista
que se limita a buscar culpables sobre los cuales justificar la violencia y los
males sociales que aquejan a la región en una mirada simplista, superficial y
cargada de un racismo ciego que busca excusar al sistema como verdadero
responsable de la morbilidad social a la que se asiste en el municipio de
Solidaridad.

De igual forma, la opinión popular reafirma la sentencia de exclusión que


pesa por sobre las y los migrantes chiapanecos y la imagen que de ellos se
tiene es, en el mejor de los casos, de indígenas analfabetos e ignorantes,
monolingües y víctimas de su propia discapacidad social y en el peor, de parías
y mal vivientes que arriban seguramente huyendo de sus crímenes cometidos.

Bajo la presión de tal imaginario construido en torno a la gente de Chiapas


20
aún los intentos de ayuda se revisten de un matiz asistencial “humanitario” que
les ve como seres disminuidos y no poseedores de las competencias
requeridas para integrarse plenamente a la modernidad. Desde tal lógica los
esfuerzos de ayuda se dirigen no a permitirles asumir una postura crítica del
sistema y a generar estrategias de transformación social, sino se limitan a
buscar integrarles a los mercados laborales en mejores condiciones, con un
reconocimiento de sus derechos mínimos pero siempre fomentando el espíritu
capitalista y mercantil que sienta las bases de la ética de la avaricia sobre la
que descansa el sistema mundo capitalista neoliberal.

Tal estrategia lejos de asombrarnos, se torna parte esencial del


funcionamiento del sistema, como lo plantea Wallerstein (1999: 91-92), “ […] el
racismo y el subdesarrollo, como los conocemos, son manifestaciones de un
proceso elemental mediante el cual se ha organizado nuestro propio sistema
histórico: un proceso que consiste en mantener gente afuera mientras se
mantiene gente adentro.”

En el mismo sentido Zunkel (19 :5) escribe: “[...] tanto el subdesarrollo como
el desarrollo son dos aspectos de un mismo fenómeno, ambos procesos son
históricamente simultáneos, están vinculados funcionalmente y, por lo tanto,
interactúan y se condicionan mutuamente, dando como resultado, por una
parte, la división del mundo entre países industriales, avanzados o “centros”, y
países subdesarrollados, atrasados, o “periféricos”; y, por otra parte, la
repetición de este proceso dentro de los países subdesarrollados en áreas
avanzadas y modernas, y áreas, grupos y actividades atrasadas, primitivas y
dependientes. El desarrollo y el subdesarrollo pueden comprenderse, entonces,
como estructuras parciales pero interdependientes, que componen un sistema
único.” Norte y sur, centro y periferia son realidades que coexisten
simbióticamente en lugares adyacentes y comunes, Chiapas y Quintana Roo
son espacios codependientes, donde la lógica del sistema se rebela en toda su
crudeza.

Además de la evidente discriminación que existe para con las y los


trabajadores/as de la construcción, existe otra discriminación de grado más
sutil, encubierta y justificada que impide a las y los mexicanos radicados en la
zona de la rivera maya el colocarse en puestos administrativos de cierto nivel,

21
los cuales están predestinados a personal que las propias empresas importan
de sus países de de origen, además todo empleado/a dentro de la hotelería o
los servicios turísticos comienza siempre por el puesto más bajo, durante un
periodo de prueba y sólo a través de los años y la continua demostración de
sus “dotes de servicio” podrá ir escalando puestos, alcanzar prestaciones y
poder acumular antigüedad laboral, misma que al principio es un derecho
negado pues los contratos son siempre temporales y no superiores a los tres
meses.

Tales políticas adoptadas por las empresas se ubican dentro del perfil que la
globalización ha impuesto como ideal de trabajadores/as requeridos en la
actualidad: identidades desarraigadas, jóvenes, interesadas en la obtención del
capital económico para consumir productos y servicios que dan prestigio,
capaces de adaptarse a las circunstancias siempre cambiantes, de ver en sus
propias subjetividades objetos mercantiles, en una palabra, “engranes” bien
ajustados de la maquinaria moderna del sistema mundo, libres de toda
conciencia crítica que obstaculice la alienación necesaria para pertenecer a
este “mundo feliz”.

Migración hacia la Riviera Maya: dos años después.

Una diáfana luminiscencia dispersa la noche en mil sombras multiformes.


Luces de neón iluminan el riachuelo de la vida humana que se desprende en
murmullos, en el torrente de pasos que desborda la ya famosa “Quinta avenida”
de Playa del Carmen.

Desde los numerosos comercios, un entrechocar de lenguajes y risas se


expande, escaparates de un cielo multicolor, paraíso de consumo: la vida en
continuada celebración, y el aroma del mar que lo llena todo, comunicando la
salada vitalidad que envuelve en mágicas fragancias al Caribe mexicano.

A unas pocas calles, en la pequeña plaza de la colonia Colosio, otra realidad


aguarda. Decenas de trabajadores, la mayoría laborando en la construcción, se
reúnen para jugar un partido de básquet en la pequeña cancha, para platicar y
compartir sus experiencias, o simplemente para sentarse y ver, escapando
por un rato de la soledad de sus cuartos, acompañados tan sólo por la brisa
nocturna. Los hay provenientes de diversas partes del país, pero aún son

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muchos los que vienen de Chiapas, lo dicen sus ropas, sus rasgos faciales, y el
tono de sus palabras, cuyo acento conserva el encanto de la lengua materna.

Han transcurrido tan sólo dos años desde mi última visita al municipio de
Solidaridad, sin embargo, los cambios son evidentes: aún está el parque, los
pequeños negocios de comida alrededor, las calles y calles de cuarteríos que
dan alojo a la población migrante proveniente de Chiapas, que, pese a las crisis
y las epidemias, continua llegando cargada de esperanza, aunque mucho
menos numerosa que antes. Ya no se les ve deambular en el parque Leona
Vicario, el que ha sido remodelado; tampoco arriban a ese punto los autobuses
que les trasladaban desde los varios municipios de Chiapas, ahora tienen una
terminal especial, localizada en las afueras de la ciudad, y aunque las corridas
continúan, la cantidad de pasajeros ha descendido notablemente. También la
edad de los migrantes ha cambiado, pues los adolescentes, casi niños que
componían a la mayoría, han sido remplazados por hombres de mediana edad,
de entre 25 y hasta 50 años o más.

Antonio es originario de Motozintla, Chiapas, cuenta con 27 años y tiene


esposa y dos hijos que continúan viviendo allá. Ha venido a Quintan Roo por
más de 9 años, pero actualmente lleva más de quince días sin encontrar
trabajo. Es “pastero” me narra con orgullo, pues a diferencia de muchos que
son simples peones o ayudantes, se especializa en la colocación de pisos y
azulejos. Su hablar atropellado le ha valido el mote de “el licenciado” entre sus
compañeros, y en ocasiones su prodigiosa velocidad al hablar me dificulta
seguir el hilo cambiante de su conversación: “antes se ganaba bien, hasta 4 o 5
mil a la semana trabajando a destajo… pero eso era antes, ahora ya las
empresas los acaparan todo, ya lo hacen todo, no subcontratan para ganar
más, y como pos no hay trabajo abusan, hay veces que me quieren pagar cien
pesos por un día, y como a veces no hay pa´ comer pues ni modo, se tiene que
aceptar…”

Como Antonio hay muchos, hombres de más de 25 años, que continúan


viajando a la Riviera Maya para trabajar en la construcción, ello a pesar de la
drástica caída que, como resultado de la crisis internacional del 2009 y el brote
de influenza, ha tenido la industria turística de la región. Como consecuencia
de esta crisis, muchos proyectos han sido abandonados, y la construcción

23
actualmente se concentra en labores de desarrollo urbano, cuya mano de obra
se encuentra casi por completo sindicalizada, lo que dificulta a muchos
chiapanecos el obtener tales puestos.

Víctor, de 26 años, tiene 5 años viviendo en Playa del Carmen, es originario


de las Margaritas, Chiapas, vino con su esposa y sus dos hijos. Es maestro de
obra, pero cuando no hay trabajo tiene que laborar como ayudante con un
salario mucho menor: “hace 15 días que no hay trabajo… antes, cuando llegue
por primera vez, había mucho y pagaban re bien, hasta 2 mil a la semana
ganaba yo, ahora sólo te dan mil y si te va muy bien hasta mil ochocientos a lo
mucho… a veces, cuando está muy jodido me dan ganas de volver, pero ¿pa´
qué me regreso? Allá tengo tierra, pero es muy poca y no alcanza, además es
muy cansado y se trabaja todo el día y da muy poco… ya no sale”.

Durante las mañanas, el pequeño parque de la Colosio sirve como punto de


encuentro de los migrantes que, desde las primeras horas, acuden a la zona en
busca de trabajo, pues los cabos, subcontratistas y maestros que requieren
ayudantes les buscan ahí. Pero muchos pasan los días enteros sentados, a la
espera de alguna obra que a veces nunca llega, por lo que se ven obligados a
retornar a sus comunidades, a trabajar la tierra pues la mayoría son
campesinos que viajan estacionalmente, y que emplean las ganancias de la
construcción como complemento a sus economías familiares:

“No pues yo allá tengo mi tierrita… como 2 hectáreas, siembro maíz, frijol,
tomate, papa… hay por lo menos sale pa´ comer… no es mucho pero algo
da… acá ya está muy duro… ya no es como antes… pero siempre vengo, ya
tengo más de diez años viniendo… me acuerdo antes no había nada, ni casas,
ni parque… sólo unos pocos… pero antes había mucha obra… de todas
formas voy a seguir regresando, es que acá me gusta, está bonito y pues ya es
costumbre, hasta donde aguante, hasta donde me den las fuerzas…” (Alberto,
36 años)

Estos son algunos ejemplos de las muchas historias y vidas de los migrantes
chiapanecos que laboran en la construcción. Lo que llama la atención es su
persistencia a retornar, a continuar viajando a la Riviera Maya impulsados por
algo que no es explicado por motivos económicos, pues como los testimonios
lo muestran, el desempleo y subempleo suelen acompañar sus actuales
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travesías. ¿Qué es entonces lo que les atrae? ¿Qué secreto viento empuja su
velamen a retornar una y otra vez, pese a las dificultades? ¿Qué arrecife ha
enganchado sus redes o qué secreto hechizo de Circe les ha embrujado, y no
les deja abandonar las azules costas del Caribe mexicano?

“Lo que pasa es que ya no me hallo allá… es que allá no hay tantas cosas,
acá hay tiendas, hay dinero, y está el mar… el trabajo es duro pero me gusta…
no cualquiera puede… no cualquiera le entra, hay que ser hombre… y luego
como que la ciudad se lo come a uno y ya no dan ganas de regresar…” (El
“Estrella”, 42 años)

Podría pensarse que la migración se ha anidado en sus corazones, que ha


encarnado en ellos y ahora les define, le confiere un estatuto identitario, que
pese a las dificultades, les da sentido y los diferencia de otros. Seguramente
después de tantos años de ir y venir, esta forma se ha convertido en algo
esencial en la vida de hombres con trayectorias migratorias tan diversas y de
larga data en sus vida, pero de igual forma, en los jóvenes, el deseo de migrar
se ha constituido como central en las vidas muchos. Así, para un grupo de
jóvenes entrevistados, todos ellos originarios de Ocosingo y de entre 15 y 17
años, la migración se muestra como única oportunidad de desarrollo: “…si no
hay trabajo esta semana nos vamos a Sonora… allá si hay, ya nos dijeron unos
amigos que están allá… no, no regresamos, no hay nada que hacer… no, la
tierra es mucho trabajo y se gana muy poco, además queremos conocer, ir a
otras partes, salir…”

Podría pensarse que la migración se ha encarnado en las subjetividades, se


ha hecho habitus, incorporándose a las visiones de mundo, a los sistemas de
creencias, trascendiendo a las nuevas generaciones, en cuya reproducción se
acendra el anhelo de migrar. La Escila y Caribdis del capitalismo extiende sus
fauces, devorando almas y corazones que han nacido en otros océanos: las de
hombres y mujeres indígenas que se aprestan a esta nueva odisea.

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Bibliografía

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