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y consumo
Gillo Dorfles
Vanesa Olmos
María Campillo
Javier Pavón
En esta primera parte vamos a comenzar estudiando y relacionando los valores
comunicativos y simbólicos presentes en la arquitectura, diseño industrial y en la
publicidad.
Con este ejemplo se evidencia la importante carga simbólica y comunicativa (y por tanto
de valores) que, dentro de una misma época pueden tener dos territorios separados
por la religión.
Ejemplo de esto son las iglesias románicas, las cuáles estaban concebidas en un plano
didáctico, transmitiendo la palabra de Dios a las gentes, mediante la utilización de
símbolos escultóricos o arquitectónicos, ya que la mayoría eran personas analfabetas y
quizás gracias a esa didáctica gran parte de esa simbología se entiende actualmente
con mayor facilidad de la que cabría esperar. Otro ejemplo son las iglesias góticas, al
entrar en una de ellas su tremenda cantidad de luz, su altura, su grandeza te eleva al
plano espiritual sin necesidad que sea creyente o no.
Al tener la arquitectura un valor de significado también está sujeta al deterioro y a futuros
desfases que puedan dificultar su entendimiento. Fuera de este aspecto semántico sería
absurdo hablar del diseño arquitectónico, ya que éste viene a ser a la arquitectura lo
que la escritura es al habla. Existen diversas modalidades que dependerían de la función
comunicativa a la que se destine un edificio (casa, hospital, colegio..)
El objeto industrial
En el siglo XIX, con la Revolución
industrial surge el concepto de
objeto estandarizado, normalizado
que va unido al de producción en
serie: A partir de aqui surge un objeto
diferente al artesanal que se venía
haciendo hasta ahora, se elimina
todo tipo de azar o margen de error.;
Ya no importa la habilidad para
fabricarlo sino la idea: El diseño.
Con el nacimiento del objeto industrial se rompen todos los lazos con el objeto artístico,
desde entonces cada uno parte en direcciones distintas y el arte emprende una rebelión
contra la perfección, la serie y la mecanización; es el momento de las Vanguardias.
Dorfles explica que “la inestabilidad formal es la que conduce a una mutación, que
sigue más una razón de moda que de estilo”, enuncia que estos cambios en la estética
de los objetos podrán darse actuando como “elementos de competencia, publicidad
o demanda de mercado”.
Publicidad y comunicación
La publicidad forma parte de los medios de comunicación, y su objetivo principal será
el de atraer la atención, siendo además altamente informativa, novedosa y imprevista.
Existe una relación entre arte y publicidad, aunque en algunos casos el componente
estético este más potenciado que en otros. La publicidad podrá permitirse incluso
prescindir del carácter informativo, pero no podrá permitir el desgaste de su información
ya que perderá su propósito. La repetición del mensaje publicitario hará que disminuya
su grado informativo, ya que disminuirá la eficacia del estímulo de lo imprevisto. Aunque
este razonamiento no se puede generalizar, existe la publicidad subliminal donde
la repetición del estímulo presentada de forma inconsciente aumenta su eficacia
comunicativa.
Existían ya movimientos artísticos con las primeras manifestaciones de “arte que advierte
la llamada del movimiento”, se dan en los años 1910, son ejemplos el movimiento futurista
y en ciertas obras de Marcel Duchamp, o más adelante, con la invención del móvil por
Alexander Calder.
Aunque en el texto estudiado, Dorfles afirma que lo que le interesa no es hablar de los
distintos movimientos artísticos si no que lo que le interesa: “es indagar más a fondo
sobre el fenómeno mismo del movimiento, entendido como procurador de imágenes
y como vehículo y canal de comunicaciones visuales”, resaltando la metamorfosis de
nuestro universo cotidiano donde:”… el encontrarnos introducidos dentro de un halo
cinético del que difícilmente podremos salir.”
Lo justifica por una razón estético-perceptiva dado que el espectador “vive” el film en
primera persona.
“Gei”: acción.
“wa-za”: aprendizaje.
“Gei- jutsu”: arte, comprendiendo a la danza, la música y la poesía, ya que, hasta hace
poco, en Japón no se entendía la palabra arte como la conocemos. Ellos entendían
“artes” como el juego o el deporte para nosotros (del té, de la jardinería, del arco,…) y
lo definían con el término “a-so-bi”.
Sólo ahora se despierta interés por acercarnos a esa dimensión, aunque de un modo
estático y no simbólico con una referencia a algo trascendente como los orientales.
Como conclusión comenta que aunque la interpretación del arte japonés por parte de
algunos artistas occidentales lleve a resultados opuestos al de los maestros del zen, en
ocasiones pueden surgir genialidades y, que al fin y al cabo, lo que cuenta es que los
artistas sean originales.