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La orientación morfológica y semántica del habla rural suele otorgarle un carácter

narrativo a los diálogos -que resulta peculiar por su frecuencia temporal repetitiva que lo
extiende mucho más allá de lo necesario para asegurar la efectividad de la comunicación.
Esta característica puede en muchas ocasiones ser natural de la expresión de las personas
que viven en el campo, pero en otras pueden denotar en ellas una suspicacia excesiva Tal es
el caso que se nos presenta dentro de la historia esbozada en forma de diálogo (en el que
sólo vemos la intervención de una de las partes) por este fragmento de Cielos de barro.

Para probar este planteamiento, comencemos por señalar los elementos en el texto
que indican el ámbito sociogeográfico del personaje cuyas intervenciones en el diálogo son
presentadas al lector. El primer indicio es de carácter sintáctico; el interlocutor usa artículos
indeterminados precediendo a un nombre propio (“la Isidora”, “el Tomás”)- modismo que
no usaría una persona de un estrato social medio-alto en una zona urbana. De aquí se
desprende el hecho que el personaje focal (es su perspectiva la única que conocemos en el
fragmento) pertenece a un entorno rural o bien a un estrato social bajo dentro de una zona
urbana.

Otros dos elementos vienen a descartar la posibilidad de un entorno urbano. Por una
parte, el empleo del arcaísmo “contradiós” refuerza la teoría de un ámbito rural, mientras
que la descripción del “retrete del corral” y el “pilón de agua”-así como la expresión “Qué
fino te has vuelto muchacho, aquí no tenemos de eso”, refiriéndose a un cuarto de baño-
comprueban el trasfondo geográfico del personaje a la par que aportan la certeza de su bajo
estrato social.

La forma lingüística más abundante en el fragmento es la verbal, aunque la


estructura de diálogo provoca la ausencia de verbos que cumplan la función de nudos. Cada
forma verbal que aparece en el texto se desempeña como catálisis, ya sea con la función de
hacer amena la conversación entre el personaje focal y el comisario o la de dar forma al
relato de acciones pasadas que el primero está realizando. En ambas situaciones destaca la
reincidencia en catálisis ya empleadas con autoridad.

En el segundo párrafo, el interlocutor describe el efecto de melancolía que causa en


él Tomás, y tan sólo seis líneas después repite esta descripción como si se tratara de un
elemento completamente nuevo en la conversación. El primer párrafo abre con la
declaración de que le contará algo al comisario porque la noche anterior se había
convencido de que era una “persona de las buenas”, en quien se podía confiar. Después de
una explicación de cuatro párrafos sobre lo que significa para él una persona buena, el
personaje focal decide comenzar el relato anunciado –no sin antes añadir un “pero antes”
que supone un párrafo más ajeno a los eventos cuya narración se propone hacer.

A continuación, del sexto al décimo párrafo, el interlocutor emprende el relato de la


escena donde interactuó con el muchacho que es el objeto de interés del comisario. Se narra
cómo llega el muchacho a la casa, y se vuelve a narrar unas líneas después; se cuenta cómo
se lavó las manos en el retrete, y se vuelve a dar cuenta de la acción una segunda vez; se
reproduce su exclamación mientras se lavaba las manos –“los han matado a todos”- y se
repite la frase unas oraciones más tarde.

Así pues, el relato de una escena simple que pudo haberse concretado en una o dos
intervenciones, se extiende a lo largo de veinte interlocuciones del interrogado. Los
motivos que tiene el personaje focal para proceder de tal manera se pueden comprender a
través del breve análisis que los elementos del texto permiten hacer de él.

Sabemos que es un hombre por la concordancia de género en “me quedo más solo
que si no hubiera venido”. Las referencia que hace este personaje con la frase “como
hicieron con mi Paco los guardiñas cuando lo tuvieron preso” connota una relación de
carácter paternalista o protectora (de ahí el adjetivo posesivo mi junto al nombre) entre él y
“Paco”- quien pudiera ser su hijo, su sobrino, o alguna otra persona de edad menor que la
suya por quien hubiese desarrollado afecto. La existencia de esta relación sugiere una edad
madura para el propio personaje, noción que se ratifica con el juramento que hace éste “por
mi santa, que en gloria esté”, del cual obtenemos la información de que su madre ya ha
muerto en el momento del diálogo. Finalmente, la expresión con la cual el muchacho dentro
de su relato se dirige a él –“señor Antonio”- redondea la estimación de su edad.

Tenemos entonces como personaje focal a un habitante del campo, cuyo nombre es
Antonio, quien ya rebasó la juventud y ha sentido cariño junto a la necesidad de proteger a
alguien. La historia implícita de que su protegido Paco fue lastimado (desgraciado” en
varios aspectos de su vida, como apunta el texto) por la acción de la policía hace entendible
que el protagonista de este fragmento haya decidido no informar al comisario el día previo
sobre el otro muchacho.

En el diálogo del texto, Antonio se muestra ya dispuesto a contar lo que sabe sobre
el muchacho – según su palabra, porque ha decidido que puede confiar en el comisario
después de las impresiones que permanecieron en su mente después del primer encuentro
entre ambos. La insistencia con que el protagonista busca justificar este cambio de opinión,
lleva a asumir que las razones expuestas son en realidad falsas.

En realidad, la noche anterior a la conversación que este fragmento presenta, a


Antonio no le “ha dado por pensar que usted [el comisario] es una persona de las buenas”,
sino que le ha dado por pensar en las repercusiones de no dar un testimonio completo a la
policía. Esta preocupación se encuentra reflejada en la animosidad con la cual jura cuatro
veces consecutivas que ésta vez dice todo lo que ocurrió, al tiempo que declara que el
juramento del día anterior no fue en falso, pues bajó él contó una parte de la “verdad”.

Antonio quiere proteger al muchacho perseguido por dos motivos que se entienden
dentro del contexto del fragmento: no quiere que éste pase por lo que pasó su Paco, y cree
además en la inocencia del primero como creyó en la del segundo. Sin embargo, el lazo
afectivo de Antonio hacia el joven perseguido no es de magnitud tal que se arriesgue a
protegerlo bajo la mirada de las autoridades. El diálogo extenso –cuya presentación sugiere
que Antonio acaparó la mayor parte de la conversación- manifiesta su intento de escapar a
la indecisión en que ha estado inmerso desde la primera visita del comisario. En medio de
repeticiones innecesarias y desvíos del relato que comprende comunicar, entrega una
declaración en la cual sigue buscando proteger al muchacho (“yo le creí, por como me lo
dijo, por la verdad que se le veía salir de la boca y de las arrugas de la frente”) pero también
se protege al informar de todo lo ocurrido al comisario. Y realiza su salida ante el dilema
sirviéndose en todo momento de ese peculiar estilo lingüístico que este comentario explora.

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