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La suma de los nombres: cómo nos llamamos los salvadoreños (III)

María Tenorio

Todos los nombres son inventados. O, mejor dicho, han sido inventados: estrenados en algún momento
y lugar del planeta. Por supuesto, la diferencia es enorme entre uno ideado ayer y otro que proviene de
un pasado remoto. Pero, más que su tiempo de vida, lo que convierte a un nombre en común o extraño
es la frecuencia de su uso. Lo mucho o poco que se repite en un determinado entorno. Mi colega del
trabajo Magdiel no se extrañó cuando le pregunté por el origen de su nombre; está acostumbrado a que
sea tema de conversación. Así, lo primero que me dijo es que aparece en el libro del Génesis, capítulo
3, versículo 43. Es un nombre antiguo que se usa poco en nuestro medio. Pero puede sonar tan exótico
como Bielman u Osmek que, según la guía telefónica 2010, son nombres de varón en El Salvador. En
otros países –de acuerdo con Google y Facebook– se desempeñan más bien como apellidos.

La costumbre de inventar

Abro el directorio telefónico del 2010, por azar, en la letra H. Ahí me encuentro con nombres como
Yeree Astrid, Beley Judith, Romeo Osmek, Norma Erodita, Betza Yamileth, Bielman Antonio y Bitia
Catania. Todos ellos activan mi hormona purista, tradicional y ortodoxa. Agradezco por llamarme
María y resisto el impulso de llamar a mi padre para decírselo a las 11 de la noche. De repente, mi
hormona de la tolerancia, que favorece la diversidad cultural, cuestiona mi primer instinto. ¿Qué tienen
de malo los nombres novedosos?

En algunas sociedades de América Latina, en particular en países caribeños como Puerto Rico, la
costumbre de inventar nombres es ampliamente aceptada. Incluso hay mecanismos para acuñar
apelativos originales. Uno de ellos es semejante a la formación de acrónimos; se toman sílabas del
nombre de la madre, del padre, de los abuelos u otros parientes para obtener combinaciones legibles y
pronunciables como Daneisy (Daniel y Deisy) y Anayra (Ana y Mayra). En ciertos entornos lo común,
e incluso deseable, es llamarse diferente.

Cuando di clases de español en los Estados Unidos, mi jefa en la Universidad Estatal de Ohio reconocía
al oído los nombres de los estudiantes afroamericanos. Cuando yo consultaba sobre el récord de Talicia
o de Cleavon, de inmediato ella identificaba la etnia de su portador. Las chicas negras llevaban
nombres como Chantrelle o Precious; y los chicos, como Pheoris o Edgerin. La onomástica
afroamericana es un marcador simbólico que se une a otros –como las trencitas en el pelo y el color
oscuro de la piel– para distinguirlos de las otras culturas del país del norte.

En nuestra nación, la adopción de nombres no tradicionales (inventados, prestados de otras culturas o


de otras épocas), ¿podría considerarse un marcador sociocultural? O, en otras palabras, ¿los nombres
distinguen a determinados grupos poblacionales, como las clases sociales o los gremios profesionales?
Una investigación del Registro Civil respondería estas preguntas, cruzando datos con indicadores
socioeconómicos. No obstante, tal cosa excede los límites de este ensayo que apenas se contenta con
plantear la cuestión.

Lo que sí podemos afirmar es que, al nombrar a un niño, los padres o responsables apelan a un universo
de referencias que varía, sustancialmente, de un ambiente social a otro. Compárese, por ejemplo, un
pueblo de migrantes, un municipio agrario y una zona populosa del Área Metropolitana de San
Salvador. Los referentes que entran en la categoría de “nombres posibles de personas” probablemente
serán muy dispares en los tres sitios. En una simplificación, que puede no ser verdadera, pensaría que
los apelativos serán más anglófilos en la primera zona; tendientes a los nombres del santoral, en la
segunda; y más variados en la tercera.

Me extraña

En lo que aquí nos compete, les comentaré sobre los nombres más raros que encontré en el directorio
telefónico de Publicar 2010. Para empezar, tres nombres exclusivos. La segunda palabra de Geovanni
Marxoxel no está registrada en las dos fuentes de la web consultadas, Google y Facebook. Se trata de
un neologismo que podría derivarse del apellido Marx, que ostentaron el padre del socialismo científico
Carlos Marx y los cómicos estadounidenses Groucho, Harpo y Chico, todos Marx. Digno de figurar
junto al anterior es Bisgerto: si usted lo busca en Facebook, en Google o en la guía de teléfonos se
encontrará con la misma persona; un salvadoreño llamado Bisgerto Colorado. Nadie más que él. El
tercer nombre único, to the best of my knowledge como dicen los gringos, es Presa Marina. La primera
palabra se usa en el país como apellido, pero como nombre evoca el significado “privada de libertad”.

Otros nombres inusuales que coinciden con nombres de distintas cosas son: Romeo Osmek, donde la
última palabra corresponde a una interface para crear contenidos en línea (tampoco entiendo bien el
tecnicismo); Vicbay, que podría ser el acrónimo de Victoria Bay (Bahía de Victoria) en Sudáfrica y una
marca de ropa en ese país; Betis Herenia, donde el primero evoca al equipo de fútbol Real Betis
Balompié de Sevilla, España; y Elderes Edmundo, donde élder es un título dado a los misioneros
mormones.

Otros nombres poquísimo comunes, de procedencia o apariencia inglesa, son Altrin Stanley, Beley
Judith, Lex Ricardo, Jimy Denike, Tito Goar, Ulmin Osmaro e Ivey; en ellos he marcado las palabras
que en otros países funcionan, por lo general, como apellidos. Llona, por su parte, en el País Vasco o
Euskadi funciona como apellido. Sulwil Alexander es otro caso destacable; el primer nombre está
registrado tan solo una vez en Facebook por un chico filipino. El primer apelativo de Evexa Yanira
aparece en Facebook cuatro veces para identificar a una mujer y Google lo reporta como apellido en
Argentina.

Licenia Amareli, Marubeny del Carmen, Cherly Marlen, Suley Scarlet, Lorgio Antonio, Herlan
Alberto, Neyib Oliver, Wuilton Alexander, Selvi Marquiño, Glicerio Oswaldo y Boris Carbilio son
menos inusuales en el sentido de que están repetidos varias veces en Facebook y en Google. Sus
procedencias son diversas. Por ejemplo, Neyib es árabe, Glicerio es de origen griego y Selvi pareciera
venir desde la India.
Y, dado que me he alargado mucho en esta entrega, ofrezco una adicional y final con los nombres
ambiguos Cruz, Santos y Jesús para dentro de quince días.

(Publicado en Contracultura y Talpajocote)

Foto: Autorretrato, de José Cabezas

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