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EI mexicano suele ir hacia el extremo límite de todos sus sentimientos, con una
seriedad afectiva total, sin las gesticulaciones del italiano o del frances. Puede
apasionarse por cualquier cosa, de modo súbito e insospechado. Se enciende
como un cohete y su intensidad emotiva sube hacia lo alto por largo tiempo.
Por un solo minuto de fervor o de
Cierto que las conmociones sentimentales reiteradas pueden disgregar con sus
embates a las síntesis mentales a la objetividad a la atención concentrada. El
mexicano abandona completamente lo que no le interesa-las matemáticas o la
observación científica por ejemplo-y considera con displicencia los aspectos
que le son indiferentes o de. sagradables. Pero cuando logra romper el bloqueo
mental, puede resultar un diestro matemático o un profundo filósofo. Son
notables las dotes del mexicano para la inteligencia intuitiva y la imaginación
concreta. En todas aquellas operaciones que existe más penetración que
amplitud, el mexicano destaca sobre los demás. Las resonancias de su choque
afectivo son propicias a la vida artística y a la tragedia. El gusto por el sabor
vivo de las palabras-abundan los mexicanismos-y por los modos afectivos de
expresión capacita a los mexicanos para el estudio de las lenguas. Muestran
mayor facilidad para el aprendizaje de los idiomas, que los norteamericanos,
los franceses, los españoles o los ingleses.
La fantasía del mexicano es riesgosa para los negocios, pero exitosa para las
tareas mecánicas. Abundan, entre nosotros, los buenos mecánicos empíricos.
Y cuando la necesidad apremia surge un invento genial, que luego deja sin
perfeccionar y sin patentizar. La televisión a colores, por ejemplo, fue invento
de un mexicano, aunque el mundo lo ignore.
La vieja norma de la sensatez debe ser impuesta, desde hoy temprano, en este
pueblo emotivo. De otra suerte caeremos en la tiranía de la enervación, en la
inconstancia y en la susceptibilidad exagerada. Cuando la educación no
robustezca al escepticismo, surgirán en México las cualidades más aptas para
abrir el corazón a la caridad.
Si el mexicano ama las fiestas, como acaso ningún otro pueblo en el mundo, es
porque en el fondo la soledad no le hace feliz. Yo diría que sufre la soledad
para evitar la vejación mayor y para no perder su autenticidad. Nuestro
calendario está poblado de fiestas y nuestros pueblos practican,
exuberantemente, el arte de la cohetería. Pero, dejémonos de cuentos, "no se
mata en honor de la Virgen de Guadalupe o del General Zaragoza". Las fiestas
son el único desahogo del mexicano. Y desahogarse no constituye un lujo.
Abrirse al exterior, deslizarse alegremente en bailes, arrojar petardos, tirar
balazos al aire y beber desorbitadamente son hechos que acusan una carga
emocional que difícilmente se puede contener siempre. ¿Es México un país
triste? Tristes fueron los aztecas que vivían apesadumbrados por la fatalidad
de ser el pueblo del quinto sol. Pero los aztecas no constituyen el pueblo
mexicano. El México mestizo de nuestros días es un México en el que
prepondera el color, la alegría de la fiestas, el goce de una naturaleza que se
adentra en las casas y en el alma de nuestro pueblo humilde. Claro está que no
deja de haber lamento ante la desgracia, sufrimiento ante la enfermedad y
espera de la muerte. ¿Quién puede escapar a estas situaciones-límite?
Nuestras calaveras risueñas, festivas, bullangueras acusan un amor por la vida
y un humor de la muerte que no encontramos en otra parte del planeta. ¿Quién
dio a la muerte mayor brillo pictórico que José Guadalupe Posada? Y Posada
no podría haber sido frances o norteamericano, es un pintor medularmente
mexicano. Pintor que se adentra en el alma de su pueblo para hablar, con los
pinceles, por el hombre común y corriente y el pueblo de México se reconoce
en ese espejo y goza -a su manera- mirándose irónicamente en sus calaveras
de dulce. No es verdad que para el mexicano moderno la muerte carezca de
significación. Tampoco es cierto que la indiferencia del mexicano ante la
muerte se nutra de su indiferencia ante la vida. El mexicano, como creyente,
postula la trascendencia del morir. Su contacto directo, con la enfermedad, con
el hospital, con la cárcel, con las arbitrariedades del cacique, le hacen
considerar a esta vida como una menos-vida y le mueven a la espera de una
verdadera vida que por nacimiento humano no posee.
La sed de comunión del mexicano está más allá del aplauso. Su necesidad de
estar solo surge de su intimidad inefable, dolida y creadora. Su lenguaje
materno proviene de la historia y del terruño. Porque hay entre nosotros una
entonación, unos modismos, una fonética y una sintaxis que no son idénticas a
las de España o Argentina.
Nuesttos abuelos y nuestros bisabuelos nos han legado las raíces de nuestra
lengua materna, de nuestro tipismo, de nuestros refranes. . . Nuestra conducta
social discurre sobre la trama de un lenguaje, de una geografía, de una raza y
de una história.
Si el mexicano es-como asegura Octavio Paz-un solitario, ¿por qué ama las
fiestas, los compadrazgos y las reuniones públicas? El misántropo solitario
rehuye las compañías. Para el mexicano-y el propio Paz lo reconoce- "todo es
ocasión para reunirse". Si somos un pueblo ritual, sensible y despierto, no
podemos ser un pueblo de solitarios. La soledad de un poeta no configura la
soledad de un pueblo. Observamos nuestras fiestas civiles y nuestras fiestas
religiosas. Danzas, ceremonias, fuegos de artificio, trajes insólitos de colores
violentos-para que se vean, plazas y mercados pletóricos de compradores y de
simples paseantes, calendario pablado de días de asueto para celeblar una
victoria militar, el día del trabajo, la Virgen de Guadalupe o la Constitución de
1917. Celebramos en nuestras ciudades y pueblos, con unión y periodicidad el
día del santo patrón. Los barrios se engalanan con sus festejos religiosos y las
ferias dejan oir mariachis, cohetes, silbidos, canciones rancheras y balazos al
aire. Si México fuese un país de solitarios. México no estaría en fiesta
permanente.
Octavio Paz -enorme poeta pero mero dilettante en materia de filosofía- siente
su soledad de poeta y se la transfiere, se la adjudica a todo el pueblo mexicano
o, si se prefiere, al mexicano tipo, al mexicano medio. Siente su soledad en
diversas formas:
3. Soledad como nostalgia de lo absoluto: "Si alguna vez acabo de caer, allá
del otro lado del caer, quizá me asome a la vida. A la verdadera vida, a la que
no es noche ni día, ni tiempo ni destiempo, ni quietud ni movimiento, a la vida
hirviente de vida, a la vivacidad pura. Pero acaso todo esto no sea sino una
vieja manera de llamar a la muerte".[90]
4. Soledad como expulsión del mundo de los hombres: "Me sentí solo,
expulsado del mundo de los hombres. A la rabia sucedio la verguenza".[91]
5. Soledad regocijante: "Todos huyen, bajo el árbol del alba, todavía goteando
sombra, aprietas los puños y escupes; con rabia. Pero, oh solitario, ¡regocíjate!
En tus manos desnudas brillan unos cuantos fragmentos ardientes: los restos
de una noche combatida, amada recorrida".[92]
6. Soledad autodevorante: "No hay nadie arriba, ni abajo; no hay nadie detrás
de la puerta, ni en el cuarto vecino, ni afuera de la casa. No hay nadie, nunca
ha habido nadie, nunca habrá nadie. No hay yo. Y el otro, el que me piensa, no
me piensa esta noche... Me poseo en mi mismo como un reptil entre piedras
rotas, mesa de escombros y ladrillos sin historia".[93]
Tras las vivencias del poeta solitario y agnóstico, que me he dado a la tarea de
ordenar y clasificar, viene el intento de teorizar en "El laberinto, de la soledad".
Parte de su mismidad. Pero, ¿qué entiende por mismidad? "Ser uno mismo es,
siempre, llegar a ser ese otro que somos y que llevamos escondido en nuestro
interior, más que nada como promesa o posibilidad de ser".[94] Para ser más
exactos habría que afirmar que llegamos a ser el que somos desarrollando
nuestras virtualidades, sin llegar a ser otro. En la mismidad personal hay
unidad y continuidad. Supone Octavio Paz un derrumbe general en donde no
parece haber sitio para la fe y para Dios. "No nos queda sino la desnudez o la
mentira. . . frente a nosotros no hay nada. Estmos al fin solos. Como todos los
hombres. Como ellos vivimos el mundo de la violencia, de la simulación y del
'ninguneo': el de la soledad cerrada, que si nos defiende nos oprime y que al
ocultarnos nos desfigura y mutila.[95] Lo más que alcanza a concebir es una
soledad abierta en donde nos espera las manos de otros solitarios. Ignora
nuestra religación metafísica, como seres fundamentados a un ser fundamental
y fundamentante. Desde su perspectiva nihilista, "la sociedad es el fondo último
de la condición humana"[96] Se siente a si mismo como carencia de otro, como
soledad. Pero si fuera cierto que "la soledad es fondo último de la condición
humana". ¿Cómo explica esa nostalgia y esa búsqueda de comunión que
advierte el propio Paz? Sólo resta el absurdo. Si "la soledad es una pena, esto
es, una condena y una expiación",[97] entonces no es un último dato ontológico
del hombre. Porque en la expiación late una promesa de superar el exilio. Falta
coherencia.
Aduladores los hay en todas partes del mundo, pero solo en México se les
conoce con el nombre de "lambiscones". Inútil buscar el vocablo en el
Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua. No existe. Lo ha
creado el pueblo mexicano como un vulgarismo, derivado del adjetivo
lambuzco, ¿Qué significa lambiscón, para un mexicano? Un parásito social que
prospera o trata de prosperar a la sombra de los poderosos y que posee
además la rara habilidad de cambiar de color -como los camaleones-según
convenga a sus intereses. Hay "lambiscones" inteligentes y hay "lambiscones"
torpes. El común denominador es la sonrisa hipócrita, la aprobación irrestricta
-de dientes para afuera- de todo cuanto dice o hace el adulado, el aplauso
atronador a tiempo o a destiempo. El pueblo mexicano muestra su desprecio a
ese espécimen humano con el término "lambiscón", que nos suministra la idea
de "lamber", un verbo que usa nuestra gente como sustitutivo-corrupto, por
supuesto-del verbo lamer. Lamen los animales a su amo, especialmente los
perros, para demostrar su afecto o para congraciarse. En México, el término
"lambiscón" porta consigo una alta carga despectiva hacia el adulador quese
engolosina lamiendo. Es un acto infrapersonal, animal, propio "del perro
hambriento que se tira de bruces para lamer la escudilla en que se le ofrecen
los desperdicios de una mesa bien provista" (E. Luquin) Lambiscones existen
en las antesalas de las oficina públicas y en las empresas, invariablemente
dispuestos a aprobar la opinión -por absurda que resulte-del poderoso, a fin de
obtener favores granjerías estipendios. Puede pronunciar discursos, escribir
artículos, organizar manifestaciones de supuesta simpatía a un presidente, a
un candidato político, dar un abrazo efusivo o un apretón de manos al presunto
benefactor. Aparece como empleado eficiente, puntual, honrado, pero carece
de verdadera honestidad intelectual. Gráficamente podríamos decir que vive
arrastrándose y quemando incienso a los pies de los poderosos. Un desprecio
sufrido en su vida anterior le mueve a comprar favores al precio de la
indignidad. "En campo probidad y auténtico valer-observa aunadamente
Eduardo Luquín-no sólo no encontraría el lambiscón ninguna ocasión de
hacerse sentir, sino que sería violentamente rechazado. Sin embargo, el
nombre mismo con que la picaresca mexicana acostumbra designarlo, implica
una reprobación clara y terminante de esa especie vergonzosa que
catalogamos bajo el rubro de lambiscón, reprobación que debe consolarnos o
que por lo menos significa que aunque no utilicemos ninguno de los recursos
de que podríamos echar mano para combatirlo, preferimos al hombre recto,
digno y bien orientado.
Hay quienes madrugan con propósitos sanos y edificantes, Son los campesinos
pacientes, sumisos, esperanzados que despiertan con el canto del gallo y
respiran el aroma del suelo regado por el rocío. Madrugan para trabajar la
tierra. Pero hay también los inescrupulosos citadinos atormentados por el aire
de poder y lucro, que no conocen el sueño tranquilo y que nada quieren saber
de la lucha diaria y honrada de la existencia porque no colman sus
desmesuradas, ilimitadas ambiciones. Mientras el pueblo mexicano, con su
sabiduría de siglos, ha acuñado el dicho de que no por mucho madrugar
amanece más temprano, ellos madrugan para paresurar el paso del sol, "pero
no del sol que alumbra para todos, sino del que alumbra y calienta para aquel".
[102] Estamos refiriéndonos al típico madrugador que se adelanta a la hora
normada, para "comerle el mandado" al prójimo. Es un insaciable madrugador
que calza "las botas de siete leguas", alerta siempre para arrebatar el botín por
sorpresa. Descubre el filón y se echa encima en un contexto social indefinido,
transitorio. Destaca y brilla a cualquier precio "a la mala", como dice nuestro
pueblo. Si es político correra como obseso tras la entrevista clave y no vacilará
de valerse del clásico madruguete. El respeto al derecho ajeno no significa la
paz sino la tontería Lo que cuenta es apoderarse del botín antes que nadie y "a
la brava", como se suele decir en el lenguaje callejero.
Ecología Social
Intervención Grupal
Desarrollo Individual
Atención Directa
Asesoramiento y Consultoría
Formación
Investigación y Evaluación
Supervisión
De las tareas de los Psicólogos de la Intervención Social, especialmente en las
etapas iniciales de su ejercicio profesional.
Planificación y Programación
Dirección y Gestión
Comunidad
Infancia
Juventud
Mujeres
Mayores
Drogodependientes
Minorias Sociales
Medio Ambiente
Turismo y Ocio
La violencia en México crece día con día. En tan sólo tres lustros, la presencia
de México en los diarios internacionales pasó del tema económico al de
seguridad. El otrora pacífico país ahora inunda las portadas de los noticieros y
periódicos internacionales con notas sobre asesinatos, raptos y decapitaciones.
A pesar de las acciones emprendidas por el gobierno mexicano, las cifras son
alarmantes. Políticos y periodistas hablan de un Estado fallido, sin analizar de
fondo las razones para la creciente violencia en el país. Es innegable que el
aumento en la violencia está estrechamente relacionado con la también
ascendente actividad criminal en el país. La falta de una estrategia de combate
a los cárteles que prevaleció por años propició la corrupción y creó un ambiente
propicio para su proliferación. Sin embargo, existen otros factores que el
debate periodístico suele dejar de lado y que bien cabe analizar aquí. Primero,
México tiene una ubicación geográfica estratégica. Su vecindad con Estados
Unidos de América le permite acceder a uno de los mayores mercados en el
mundo. Esto le resulta atractivo no sólo a los comerciantes, sino también a las
organizaciones criminales. La firma del Tratado de Libre Comercio de América
del Norte trajo un aumento en el intercambio entre estos países, pero no una
reducción en los controles en la frontera entre México y Estados Unidos. Estos
controles se acrecentaron aún más después de los ataques terroristas del 11
de septiembre de 2001. En la década de los 90, el gobierno de Estados Unidos
modificó sustancialmente la estructura de la lucha contra la distribución de
drogas, basada principalmente en una interdicción en zonas de tránsito para la
protección de la frontera con México. Esta estrategia ha resultado en un
traslado en la disputa por la distribución de drogas a territorio mexicano. Los
cárteles sudamericanos, quienes antes lograban transportar sus mercancías
directamente a territorio estadunidense, se vieron en la necesidad de hacer
conexiones con sus pares mexicanos en la búsqueda de nuevas rutas de
distribución hacia Estados Unidos. La cerrazón de la frontera americana volvió
más poderosos a los cárteles mexicanos quienes antes únicamente se
enfocaban en un limitado mercado doméstico basado en drogas naturales
(principalmente marihuana) y donde explotan su condición de locales.