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"Lo último que deseo en la vida es tener una polémica con Antonio Elorza",
comienza la carta que José Álvarez Junco, Catedrático de Historia de los
Movimientos Sociales y Políticos de la Universidad Complutense de Madrid, ha
enviado a El País.
"Pero no me queda más remedio que protestar ante la crítica que me lanza en
el artículo 'La nación española', publicado por su periódico el 21 de noviembre.
Me menciona en él personalmente y cita un párrafo mío entrecomillado, para
expresar a continuación su desacuerdo. Como es muy propio de este autor, el
párrafo está manipulado."
La nación española
ANTONIO ELORZA
EL PAÍS - Opinión - 21-11-2005
Sólo que los documentos dicen otra cosa. Hay una lucha armada que se
autodefine de liberación y por la independencia desde el primer momento, y
con esas palabras. A principios de junio de 1808, la Junta Suprema de Sevilla
declara la guerra a Napoleón por la independencia y a partir de ese momento
hay independencia hasta en la sopa. Luego de invención de la guerra de la
Independencia, nada. El protagonista colectivo de la insurrección patriótica
asume el nombre de nación, obviamente por la pluma de una minoría de
ilustrados, y en nombre de la "soberanía nacional" exige una reforma política
con la convocatoria de Cortes como eje. No es el debate en las Cortes lo que
hace entrar en escena a la nación y a la soberanía nacional españolas; es la
generalizada asunción de ambas lo que determina la convocatoria de Cortes.
La Constitución procede de la nación española, y no a la inversa, surgiendo al
mismo tiempo la imagen de su composición plural. Por algo la de Cádiz es la
primera Constitución de la historia que precisa, y en su primer artículo, el
contenido del Estado-nación, según advierte Miguel Artola. Más tarde, y con el
desplome económico como telón de fondo, vinieron los estrangulamientos y las
limitaciones en la construcción de la España liberal y en el proceso de
construcción nacional. Pero la nación española no fue un invento de la
revolución liberal. Lo explicó en su día Pierre Vilar: el nuevo régimen se
establece en nuestro país coincidiendo con la desaparición de las
precondiciones que lo hicieran posible. Y es la demostración de las limitaciones
subsiguientes en el funcionamiento del Estado, visible en el doble episodio de
la guerra de Cuba y del desastre ante Estados Unidos, lo que sirve de palanca
al ascenso político de los nacientes movimientos catalán y vasco.
Ahora bien, una cosa es que una toma de posición política sea explicable, y
otra que sea obligado comulgar sin más con sus planteamientos, en este caso
verdaderas ruedas de molino consistentes en falsas evidencias. Su
composición puede ser plurinacional, pero España no es una simple
superestructura estatal que cubre una serie de realidades nacionales, como
ocurriera con Yugoslavia y el Imperio austro-húngaro. La identidad hispánica
cuenta con un larguísimo recorrido secular, desde el De laude Hispaniae de
Isidoro de Sevilla y el lamento por "la pérdida de España" de la crónica
mozárabe del año 754, lo cual en modo alguno significa que entonces existiera
una nación española, como sin duda afirmarían nacionalistas vascos y
catalanes si contaran con tales antecedentes, pero sí que esa identidad no es
un invento del siglo XIX. Incluso los mitos nacionalistas románticos arrancan de
atrás. En su reciente libro Las esencias patrias, Fernando Wulff nos recuerda la
significación de la Numancia de Cervantes, recuperada por Alberti en la guerra
civil, con una España personificada de protagonista, y de la Historia de España
de Mariana. En torno a 1600, la conciencia de crisis económica propicia una
presencia constante del sujeto España en las obras de arbitristas y literatos. El
Imperio no está ausente, si bien para subrayar la cadena de dependencias:
España como las Indias de Europa. No hay una suplantación de España por su
imperio colonial, ni siquiera cuando en la Ilustración el periódico El Censor la
denomine Cosmosia. De nuevo una conciencia aguda de los problemas, ahora
culturales, políticos y económicos, vinculados a la problemática modernización,
es lo que genera esa dimensión nacional que literalmente estalla en 1808.
CARTAS AL DIRECTOR
Lo último que deseo en la vida es tener una polémica con Antonio Elorza, pero
no me queda más remedio que protestar ante la crítica que me lanza en el
artículo La nación española, publicado por su periódico el 21 de noviembre. Me
menciona en él personalmente y cita un párrafo mío entrecomillado, para
expresar a continuación su desacuerdo. Como es muy propio de este autor, el
párrafo está manipulado.
CARTAS AL DIRECTOR
¿Citas manipuladas?
Antonio Elorza
EL PAÍS - Opinión - 24-11-2005
No es manipulación alguna suprimir las cinco palabras -"por este lado, por
tanto"- que aluden a argumentos anteriores sobre el carácter militar de una
guerra, porque ese carácter es lo decisivo y lo que determina que sea o no de
independencia. La composición de los ejércitos nada prueba: también en la
guerra mundial hubo ucranianos, letones, franceses, rumanos y hasta
españoles en el ejército que invade y ocupa la URSS en 1941-1944, pero
aquello fue el Ejército alemán, lo mismo que fue francés el napoleónico y que la
lucha por la independencia se abre con la victoria del Ejército español en
Bailén.
Pero la cosa no acaba aquí. Porque Álvarez Junco, tras dejar transcurrir el fin
de semana por medio, ha remitido otra carta para dar por zanjado el tema.
CARTAS AL DIRECTOR