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Elorza vs Álvarez Junco, o

cómo ven dos catedráticos


la nación española
28.11.05 | 12:01. Archivado en personajes
o

"Lo último que deseo en la vida es tener una polémica con Antonio Elorza",
comienza la carta que José Álvarez Junco, Catedrático de Historia de los
Movimientos Sociales y Políticos de la Universidad Complutense de Madrid, ha
enviado a El País.

"Pero no me queda más remedio que protestar ante la crítica que me lanza en
el artículo 'La nación española', publicado por su periódico el 21 de noviembre.
Me menciona en él personalmente y cita un párrafo mío entrecomillado, para
expresar a continuación su desacuerdo. Como es muy propio de este autor, el
párrafo está manipulado."

Esta es la cronología del conflicto entre estos dos intelectuales, ambos


catedráticos.

Antonio Elorza, catedrático de Ciencia Política, publicó este artículo en El


País:

La nación española

ANTONIO ELORZA
EL PAÍS - Opinión - 21-11-2005

Una reciente entrevista de Pasqual Maragall permite apreciar el doble juego de


que se sirve el político catalán para lograr que su proyecto adquiera un barniz
de constitucionalidad. Por un lado, insiste una y otra vez en que considera
España como una nación de naciones, lo cual le aproxima al juego de "nación"
y "nacionalidades" que refleja el artículo 2 de la Ley Fundamental. "Nosotros
somos una nación de naciones que tiene un Estado", define. Pero de inmediato
añade que las "varias" naciones que lo integran son en número de "tres
seguras, y alguna probable" (Abc, 6 de noviembre). Dado que en una reunión
con partidos nacionalistas celebrada después del 30 de septiembre identificó a
esas tres naciones como Cataluña, Euskadi y Galicia, la consecuencia no
ofrece dudas. La plurinacionalidad corresponde en el caso español al Estado,
de acuerdo con la caracterización fijada en el nuevo Estatuto: "Cataluña
considera que España es un Estado plurinacional". Nunca en el articulado del
Estatuto aparece España; siempre "Estado español". "Gozan de la condición
política de catalanes los ciudadanos del Estado..." (artículo 7). La confusión se
mantiene porque ni Maragall a título personal ni el proyecto de nuevo Estatuto
rechazan ese marco estatal hispano, aun cuando en el segundo pueda ser
dicho de Cataluña que "su espacio político y geográfico de referencia es la
Unión Europea" (artículo 3). A diferencia del valle de Arán, que es "una realidad
nacional occitana", España queda fuera de la lucha por ese título.

El problema planteado por el nou Estatut no es, pues, la afirmación nacional de


Cataluña. Éste sería sólo un obstáculo formal perfectamente superable si la
concepción del tema descansara sobre ese engarce entre naciones como la
vasca o la catalana y el eje nacional español, en torno al cual está configurado
el Estado-nación desde que la Constitución de Cádiz definiera su contenido en
1812. El problema reside en la negación que de hecho recae sobre la nación
española. Por eso los redactores se preocupan de algo tan insólito como definir
qué es España. La nación catalana queda entonces como un sujeto "singular",
desligado por su supuesta historia y rasgos propios de cualquier otra entidad
nacional. De ahí el postulado del derecho de autodeterminación (Cataluña
puede "determinar libremente su futuro como pueblo"), a partir del cual,
respecto del Estado, y en eso el proyecto es coherente, las relaciones políticas
se establecen de acuerdo con "el principio de bilateralidad". De ese federalismo
que según Maragall constituye la base del socialismo moderno, nada.

La declaración de que España no es una nación se encuentra ya en textos


catalanistas de fines del siglo XIX y ha mantenido su vigencia entre
nacionalistas radicales, y otros que no lo parecían tanto. Su presencia en
medios académicos se vio reforzada por la publicación en 1990 de un artículo
del historiador Borja de Riquer. A su juicio, la monarquía de los Borbones no
habría logrado "integrar de forma eficaz los muy heterogéneos países
hispánicos" -como si Alemania o Italia lo estuvieran entonces- y el proyecto de
nación española fue posterior a la pérdida del imperio en América. Resultó un
intento fallido. Consecuencia: "¿Se puede hacer historia de lo que no ha
existido, de la 'nación española'?". Respuesta obvia: "No se puede hacer
mitología y pretender historiar lo que no fue, lo inexistente". En años sucesivos,
la condena de la nación se hizo más matizada, sin alterar el papel jugado por el
imperio, situando en las Cortes de Cádiz el acta de nacimiento de ese proyecto
al fin fallido.

Quedaba por superar el obstáculo de esa guerra de Independencia que según


la interpretación tópica fuera un estallido de resistencia nacional. La
investigación de J. Álvarez Junco, hoy presidente del Centro de Estudios
Constitucionales, pareció eliminarlo. "La lucha", diagnostica este autor en su
Mater dolorosa, "no tuvo nada que ver con un intento de liberación e
independencia nacional". Añade que nadie habría hablado de independencia
hasta que el término surgió como eco de los procesos de independencia en
América. La guerra de Independencia fue así una invención tardía y el "mito
nacional" español emerge cuando "la soberanía nacional se convirtiera en el
caballo de batalla de las primeras -y decisivas- sesiones del debate
constitucional". Consciente o inconscientemente, la tesis catalanista recibía un
respaldo más que estimable.

Sólo que los documentos dicen otra cosa. Hay una lucha armada que se
autodefine de liberación y por la independencia desde el primer momento, y
con esas palabras. A principios de junio de 1808, la Junta Suprema de Sevilla
declara la guerra a Napoleón por la independencia y a partir de ese momento
hay independencia hasta en la sopa. Luego de invención de la guerra de la
Independencia, nada. El protagonista colectivo de la insurrección patriótica
asume el nombre de nación, obviamente por la pluma de una minoría de
ilustrados, y en nombre de la "soberanía nacional" exige una reforma política
con la convocatoria de Cortes como eje. No es el debate en las Cortes lo que
hace entrar en escena a la nación y a la soberanía nacional españolas; es la
generalizada asunción de ambas lo que determina la convocatoria de Cortes.
La Constitución procede de la nación española, y no a la inversa, surgiendo al
mismo tiempo la imagen de su composición plural. Por algo la de Cádiz es la
primera Constitución de la historia que precisa, y en su primer artículo, el
contenido del Estado-nación, según advierte Miguel Artola. Más tarde, y con el
desplome económico como telón de fondo, vinieron los estrangulamientos y las
limitaciones en la construcción de la España liberal y en el proceso de
construcción nacional. Pero la nación española no fue un invento de la
revolución liberal. Lo explicó en su día Pierre Vilar: el nuevo régimen se
establece en nuestro país coincidiendo con la desaparición de las
precondiciones que lo hicieran posible. Y es la demostración de las limitaciones
subsiguientes en el funcionamiento del Estado, visible en el doble episodio de
la guerra de Cuba y del desastre ante Estados Unidos, lo que sirve de palanca
al ascenso político de los nacientes movimientos catalán y vasco.

Más tarde, la modernización española a partir de la década de 1960 sentó por


fin las bases económicas y culturales de una integración eficaz en el Estado-
nación español. Sólo que a esas alturas, y con el franquismo creando la
imagen aún vigente hoy de identificación entre nacionalismo catalán o vasco y
progresismo, la consolidación de ambos movimientos era ya un hecho
inevitable. Y ha sido precisamente el éxito de las dinámicas de construcción
nacional en ambas comunidades, más la incidencia de ETA en un sentido de
radicalización, lo que explica el doble reto que encarnan, cada uno a su modo,
el proyecto de Estado asociado vasco y el nou Estatut, contra el orden
constitucional de 1978. Aplicando el esquema interpretativo que Tocqueville
planteara para la Revolución francesa, la alternativa al vigente Estado de las
autonomías no es producto del fracaso ni de la miseria, sino de un sentimiento
de insatisfacción en las élites catalanas y vascas que surge del mismo proceso
de crecimiento y de afirmación nacional puesto en marcha a partir de la
transición.

Ahora bien, una cosa es que una toma de posición política sea explicable, y
otra que sea obligado comulgar sin más con sus planteamientos, en este caso
verdaderas ruedas de molino consistentes en falsas evidencias. Su
composición puede ser plurinacional, pero España no es una simple
superestructura estatal que cubre una serie de realidades nacionales, como
ocurriera con Yugoslavia y el Imperio austro-húngaro. La identidad hispánica
cuenta con un larguísimo recorrido secular, desde el De laude Hispaniae de
Isidoro de Sevilla y el lamento por "la pérdida de España" de la crónica
mozárabe del año 754, lo cual en modo alguno significa que entonces existiera
una nación española, como sin duda afirmarían nacionalistas vascos y
catalanes si contaran con tales antecedentes, pero sí que esa identidad no es
un invento del siglo XIX. Incluso los mitos nacionalistas románticos arrancan de
atrás. En su reciente libro Las esencias patrias, Fernando Wulff nos recuerda la
significación de la Numancia de Cervantes, recuperada por Alberti en la guerra
civil, con una España personificada de protagonista, y de la Historia de España
de Mariana. En torno a 1600, la conciencia de crisis económica propicia una
presencia constante del sujeto España en las obras de arbitristas y literatos. El
Imperio no está ausente, si bien para subrayar la cadena de dependencias:
España como las Indias de Europa. No hay una suplantación de España por su
imperio colonial, ni siquiera cuando en la Ilustración el periódico El Censor la
denomine Cosmosia. De nuevo una conciencia aguda de los problemas, ahora
culturales, políticos y económicos, vinculados a la problemática modernización,
es lo que genera esa dimensión nacional que literalmente estalla en 1808.

El factor económico interviene en lo sucesivo a la hora de provocar


estrangulamientos decisivos en la eficacia de los agentes de socialización
(escuela y ejército), en la configuración del mercado nacional y de la política
exterior, de manera que en el tránsito de la monarquía de agregación del
Antiguo Régimen al Estado-nación las fracturas de éste abren paso a las
alternativas de los nacionalismos. Las dobles identidades estaban ya
consolidadas en el 800 y la federación -algo bien distinto de la confederación-,
entonces como ahora, resulta la única fórmula viable de articulación
democrática para España. Claro que también cabe emprender el camino de la
disgregación y de las identidades únicas a que apuntan sin reservas los
proyectos nacionalistas de Cataluña y de Euskadi.

Y este miércoles el aludido, José Álvarez Junco, le da la réplica a través de


una carta al director publicada en las páginas de Opinión del diario:

CARTAS AL DIRECTOR

José Álvarez Junco - Madrid


EL PAÍS - Opinión - 23-11-2005

Lo último que deseo en la vida es tener una polémica con Antonio Elorza, pero
no me queda más remedio que protestar ante la crítica que me lanza en el
artículo La nación española, publicado por su periódico el 21 de noviembre. Me
menciona en él personalmente y cita un párrafo mío entrecomillado, para
expresar a continuación su desacuerdo. Como es muy propio de este autor, el
párrafo está manipulado.

Dice que, en mi opinión, la llamada Guerra de la Independencia "no tiene nada


que ver con una liberación o independencia nacional". No es cierto. Mi análisis
no lleva en absoluto a una conclusión tan contundente. Porque él omite el
comienzo de ese párrafo, como cualquiera que esté interesado puede
comprobar en Mater Dolorosa, Taurus, 2001, página 120. Allí, refiriéndome
exclusivamente al aspecto militar de la guerra (escribo "en primer lugar" al
empezar el párrafo, y a continuación siguen páginas de matizaciones), observo
que todas las grandes batallas de aquella guerra, salvo Bailén, consistieron en
enfrentamientos entre los ejércitos de las dos grandes potencias europeas del
momento, Francia e Inglaterra; que en ellos había egipcios, polacos,
portugueses, españoles; y que, si en el mando supremo del lado imperial
siempre hubo un general francés, el jefe de lo que la versión nacional de la
historia llama "Ejército español" era un inglés, Wellesley, futuro duque de
Wellington. De todo eso concluyo: "Por este lado, por tanto, la lucha no tiene
nada que ver con una liberación o independencia nacional". Elorza, tras
eliminar las primeras cinco palabras de este párrafo, presenta el resto
amputado como mi diagnóstico general sobre el conflicto.
Es, sencillamente, falso; no pienso tal cosa. Dedico las páginas siguientes a
analizar otros cinco o seis aspectos o vertientes de la lucha, cuya "complejidad"
destaco repetidas veces. Citar de esa manera es una falta de honestidad
intelectual. Quien obra así no pretende aclarar un problema, sino ser
protagonista, o meter el dedo en el ojo a los demás; una forma de comportarse
típica de este autor. Qué pesadez; qué fidelidad a sí mismo.

Y Antonio Elorza contesta a la carta de Álvarez Junco con otra carta al


director que El País publica este jueves.

CARTAS AL DIRECTOR

¿Citas manipuladas?

Antonio Elorza
EL PAÍS - Opinión - 24-11-2005

En su réplica, por llamarla de algún modo, a un párrafo de mi artículo La nación


española, el señor Álvarez Junco termina con una alusión personal: "Qué
pesadez. ¡Qué fidelidad a sí mismo!". Y acierta. Siempre he sido fiel a mí
mismo en el debate intelectual evitando el ataque por la espalda que consiste
en satanizar a quien emite una crítica. A juicio de JAJ, "el párrafo está
manipulado", "citar de esa manera es una falta de honestidad intelectual", lo
mío es querer "ser protagonista o meter el dedo en el ojo de los demás".

No es manipulación alguna suprimir las cinco palabras -"por este lado, por
tanto"- que aluden a argumentos anteriores sobre el carácter militar de una
guerra, porque ese carácter es lo decisivo y lo que determina que sea o no de
independencia. La composición de los ejércitos nada prueba: también en la
guerra mundial hubo ucranianos, letones, franceses, rumanos y hasta
españoles en el ejército que invade y ocupa la URSS en 1941-1944, pero
aquello fue el Ejército alemán, lo mismo que fue francés el napoleónico y que la
lucha por la independencia se abre con la victoria del Ejército español en
Bailén.

Lo siento: papeles hablan. Y la puesta en cuestión de la "guerra de


independencia" por nuestro autor no se ciñe a ese párrafo. La primera frase del
capítulo anuncia ya lo que va a venir: "Es muy dudoso que el conflicto desatado
en la península ibérica entre 1808 y 1814 se ajustara realmente a la categoría
de 'guerra de independencia' (entre comillas)...". Y tiene más citas en tal
sentido.

Si ello me importa no es por la personalidad del señor Álvarez Junco, tema


para mí indiferente, sino por la implicación que tal planteamiento tiene para la
relación entre Nación española y Estado liberal. El nacionalismo español inició
su andadura en Cádiz, lleva por titular en el Diario de Cádiz la reseña de su
conferencia pronunciada el 2 de este mes. Y no es así: la Nación precede a la
entrada en escena del proceso constituyente. Tiene esto importancia para el
presente político, lo apoya la documentación disponible y por ello escribo. De
insultos, paso. De posibles intervenciones de acólitos en el futuro, también.

Pero la cosa no acaba aquí. Porque Álvarez Junco, tras dejar transcurrir el fin
de semana por medio, ha remitido otra carta para dar por zanjado el tema.

CARTAS AL DIRECTOR

Respuesta de Álvarez Junco

José Álvarez Junco


EL PAÍS - Opinión - 28-11-2005

Lamento darle a Antonio Elorza la satisfacción de continuar ocupando


columnas de prensa en la enésima polémica de su vida. Le doy la razón y
terminemos. Reconozco que él sabe lo que los demás pensamos, e interpreta
lo que decimos, mejor que nosotros mismos. Podría plantearse, en el futuro,
escribir en nombre de otros, poner en nuestras bocas todas las tonterías que él
imagina que sostenemos y destrozar a continuación nuestros débiles
argumentos a placer. Le ahorraría el trabajo de manipular citas.

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