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La pollera como frontera:

Migración a la ciudad, la universidad y la negociación de la identidad


étnico-clasista

Julia Ramos y Katy Torrez son las dos parlamentarias orgánicas con estudios
universitarios de la bancada. Ambas pasaron previamente por un proceso
migratorio campo-ciudad pero, a diferencia de Cristina Rojas, mantuvieron
vínculos orgánicos con los sindicatos agrarios y desarrollaron una trayectoria
orgánica.

A la llegada a la ciudad y a las instituciones académicas sufrieron la


discriminación y el desprecio de compañeras, compañeros y docentes por su
origen indígena o campesino. Es entonces que empezaron a percibir sus trajes
campesinos o indígenas – simbolizados en la pollera – como una frontera. Surgió
así el dilema de despojarse de ellos, como hizo Katy Torrez, o reivindicarlos como
retórica de resistencia, como fue el caso de Julia Ramos. Estas experiencias
traumáticas son descritas por estas dos parlamentarias como catalizadores de su
identidad étnico-clasista y de su conciencia política.

i. Julia Ramos: “somos doblemente discriminadas”

Esta diputada migro de una comunidad rural del departamento de Tarija a la


ciudad capital en los años ochenta. En ese proceso, cuenta, sufrió “en carne
propia” una “doble discriminación”, tanto de los hombres como de las mujeres de
la ciudad:

“El problema que he podido vivir en carne propia, desde que he salido de
mi comunidad, es que somos doblemente discriminadas si venimos del
campo: por las mismas mujeres que viven en el área urbana, ellas nos
discriminan a nosotros por ser mujeres de campo o de provincia y vemos,
por otro lado, que también los hombres nos discriminan, como mujeres
siempre nos ven”.

Así nos relata su llegada a la ciudad, la explotación en el trabajo y la


discriminación que vivió en las instituciones educativas:

“Bueno, quizás remarcarlo aquí, mi salida de mi propia comunidad ha sido


más que todo por el tema de la tierra, ya no tenemos nosotros, lo que nos
han dejado nuestros padres ya no alcanza para vivir. Entonces ya nos
queda a nosotros como jóvenes migrar a la zafra a Bermejo, o irnos a la
Argentina, o irnos a la ciudad para trabajar de empleadas domesticas, de
sirvientas, como nos llaman. Así vamos viendo cómo se puede buscar
oportunidades de vida en la ciudad, en los barrios, pero con muchas
dificultades, enfrentando y también resistiendo a toda esa discriminación y
racismo”.

“Yo primero salí a trabajar como sirvienta. Cuando yo trabajaba de


trabajadora del hogar he pasado por muchas patronas: unas que nos
trataban más o menos bien, otras que no, pero así he sobrevivido, me he
rajado trabajando.

“Luego veo la gran necesidad de estudiar, tenía ganas. Muchos me


apoyaron “mirá, Julia, tu eres joven, metete al CEMA1 a la noche. Yo de día
trabajaba de empleada (doméstica) en una casa de las señoras y en la
noche estudiaba. Porque a veces volvía del colegio a las diez o diez y
media de la noche y hasta la una de la mañana me quedaba planchando o
doblando la ropa, ordenando y a las cinco de la mañana ya tenía que estar
barriendo la calle”2

El 89 estaba saliendo bachiller. Había uniforme para la graduación, era una


falda tubo así rectita, bien angostita, y los zapatos de taco cerrados. No
querían que vaya de pollera, como yo soy. Yo normalmente nunca he
usado eso, yo aparte de mis abarcas puedo ponerme sandalias, pero
zapato cerrado no puedo soportar, no estoy acostumbrada. Una blusa
beige era el uniforme, yo decía “no tengo plata, ¿cómo voy a gastar para
ponerme un ratito? Y además no me siento cómoda”. Había una profesora
que fue la única que dijo “déjenla que ella vaya como ella quiere y como
se siente cómoda, respétenla tal como es”. Que una profesora me
respalde ha sido un aliciente también para mi. Entonces no me hice la
ropa, tampoco me vestí como ellos querían y fui a la graduación. Era la
única que fui a la graduación de pollerita. Y bueno, creo que he sido el
centro de toda la atención, porque por primera vez en Tarija salía una
bachiller de pollera”.

“Ya en la universidad se estudia en el día, ya no se puede trabajar. En el


90 tuve la oportunidad y la suerte de tener una beca que de la Pastoral
Social de Tarija para ir a la universidad. Entonces eso me favoreció
bastante para poder seguirme preparando, si no, ¿quién sabe?, me hubiera
quedado como muchos jóvenes que nos quedamos truncados. El reto de
mi era seguir adelante. Cuanto más me insultaban de campesina, yo decía
“si yo he podido salir bachiller ¿por qué no puedo seguir estudiando?”. Mi
limitación era sólo económica.

“Yo he podido ver discriminación y racismo en mis compañeras y de las


docentes en la misma Universidad, yo era la única que iba tal como yo soy
vestida. Casi boto mi pollera y me pongo de vestido en la universidad,
¡casi!. Ha habido un momento que dije: “voy a dejar la pollera y ponerme
al nivel de las de la ciudad”. Pero desde mi adentro pensaba “si yo me
pongo como ellas, ¿será que me van a seguir respetando? ¿o me van a
seguir discriminando?” Entonces, dije “no, si algún día tengo dinero, yo me
puedo vestir con ropa más fina, más cara, pero eso no me va a hacer más
inteligente ni menos. Yo voy a demostrar con mis conocimientos”. Muchas
que me hacían la contra, tenían todo, les llegaba todo de sus padres y
podían disfrutar de todo.

1
Instituciones para educación de adultos.
2
Entrevista 080803 (yendo a su comunidad).
En la Universidad igual trataron de hacerme poner una falda plisadita para
la graduación, decían que era igual que mi pollera, pero yo conozco la
falda y sé la diferencia que tiene con una pollera. Entonces igual no es hice
caso, yo también me daba el gusto de desobedecer. Porque, por ejemplo,
cuando en el hospital teníamos que ponernos el uniforme de enfermera,
igual las que iban con falda tenían que sacarse la falda y ponerse el
uniforme. Era para todos. Entonces yo decía: “bueno como es para todos
ese uniforme, yo voy a aceptar”. Como ellos se sacan su ropa, yo también
me la saco, pero me opongo a sacarme la pollera por cumplir con una
norma que no es de la enfermería. Y, bueno, ahora me doy el gusto de
escucharles por lo menos a esas docentes que me digan “licenciada”, igual
que ellas, pero a mis compañeros no les dejo que me llamen licenciada,
“yo no soy licenciada, soy su compañera”.

Estas experiencias de discriminación y explotación le hicieron reflexionar:

“Entonces yo iba sacando mis conclusiones, ¿por qué nos tienen que
discriminar como somos? Si el conocimiento lo llevamos dentro de nuestra
cabeza. La ropa es un complemento”. Y ahí yo ya me he dado de cuenta:
la educación formal ahora es adormecedora. Hace odiar nuestras raíces,
perder nuestra identidad, nuestras costumbres. La educación nos enseña a
odiar lo que somos nosotros mismos, nos enseña a alejarnos de esa
realidad y a ver a nuestra gente, a nuestra madre, nuestra abuela como
sinónimo de atraso, de ignorancia, de pobreza. Entonces dije: “¿por qué
yo tengo que olvidar que he nacido y he crecido en el campo?”3.

“Nunca me olvido que yo estaba por ser bachiller y me decían, la gente de


ciudad, “tu eres la única campesina que ha salido de tu comunidad, eso es
otra clase. Tu estas escalando, ya no puedes compararte con una de tu
comunidad. Tú eres otra persona, tienes otra categoría social”. Cuando
uno se profesionaliza, llega a un nivel más alto y eso te permite
diferenciarte de la otra persona. ¿Por qué me tienen que decir “otra
categoría social”? Los conocimientos deberían ser para ayudar a otra
gente, para mejorar la condición de otra gente”, pensaba yo.

La mujer de pollera, la mujer campesina indígena originaria, todos


tenemos capacidades e inteligencia, no importa la vestimenta, sino
importan las destrezas y la capacidad de nosotros. Si no nos obstaculizan,
podemos aportar en todo, trabajar en todo y ser alguien útil en la vida.

Yo voy sacando la conclusión, el profesional, una vez que sale de la


universidad, tenemos dos caminos: el uno, de que utilices tus
conocimientos para que tu vivas, lucres y fundes una vida, vivas
cómodamente y no te importa lo que pasa fuera de estas cuatro paredes;
y el otro, es que utilices tus conocimientos haciendo algo por tu gente. Yo
sé que todos necesitamos vivir y todo lo que necesitamos es un derecho.
Pero ser profesional no debería servir para explotar al otro y hacerle sentir
mal, ¿no? (Julia Ramos 080704)

ii. Katy Torrez: “era bien difícil cambiar de vestimenta”

Katy Torrez, diputada suplente por La Paz, es una de las parlamentarias más
3
Entrevista 080704 (en mi casa).
jóvenes de la bancada. Licenciada en trabajo social, migró a la ciudad de La Paz
desde el altiplano paceño para poder estudiar. Su padre veía en el estudio en la
ciudad una posibilidad de movilidad social y de “desindianización” para sus
hijos. La llegada a la ciudad fue para Katy un momento muy difícil en el que,
como Julia Ramos, sufrió discriminación. Katy, a diferencia de Julia, se despojó de
su traje tradicional. Ello no fue óbice para que desarrollase una conciencia étnica
y una intensa actividad política en los sindicatos agrarios del altiplano aymara y
también en la universidad.

Mi papá era transportista en la ciudad, cada día a las cuatro de la mañana


tenía que venir a La Paz y regresaba a las once, doce de la noche a la
comunidad. Cada noche llegaba llorando mi padre a la casa, llegaba en su
movilidad, bajaba en su gorrito el dinero y contaba y le salían las lágrimas.
Cada noche nos decía: “hijos tienen que estudiar, nunca sean como mí,
burro, nunca sean como mí, indio, campesino hediondo”. Nosotros muchas
veces nos mofábamos y decíamos: “¿de qué está hablando?”. No le
cachábamos la idea, pero siempre, siempre, nos animaba para que
seamos profesionales algún día, a que seamos mejor que él, porque él se
sentía muy mal, muy menospreciado por ser chofer y campesino. “Yo
quiero que mis hijos sean mejores que mí”, decía. Entonces nos trajo a
estudiar aquí a la ciudad de La Paz a los tres hermanos, nos traía mi papá
desde la comunidad a las 5 de la mañana con la movilidad.

Aquí yo sufrí muchísima discriminación porque, en primer lugar, no


hablaba castellano bien. Llegué con 13 años, toda una campesina de
verdad. Mi papá no era rico, era una persona pobre, yo llegué con zapatos
de cholita, con mis trenzas, con mi falda de cholita. Llegué así porque mi
papá no podía comprarme uniforme. Todos me decían “india”,
“campesina”. Entonces recién le entendí a mi papá, que no solamente él
sufría esa discriminación y la exclusión de la gente urbana, sino también
yo, en la escuela, sufría ¡de mis propios compañeros! Casi me aplacé, le
dije a mi papá que no quería estudiar más, estuve mal. Yo en el área rural
era la mejor estudiante.

Poco después de trasladarse a estudiar a la ciudad y tras haber vivido la


discriminación de la que le había hablado su padre en carne propia, Katy empezó
a transformar su vestimenta. Lo más difícil fue quitarse la “faja”, una pieza de
tejido que en la vestimenta tradicional aymara las mujeres llevan alrededor de la
cintura y que, además de sostener la pollera, protege los riñones del frío.

Estaba acostumbrada a llevar mi vestimenta propia, que era la pollera, el


zapato de cholita y estaba acostumbrada a ponerme faja, mi mantita o mi
chompa. ¡Con qué sacrificio mi papá me compró un mes unos zapatos
Manaco y, al mes siguiente, una falda diferente! Tampoco ya tenía trenzas.
¡Era bien difícil cambiar de vestimenta! Si yo me sacaba la faja sentía frío,
no podía sacármela, era un problema físico en mí.

Con el alejamiento de las actividades agrícolas, su aspecto general también


cambió:
Con el tiempo que pasaba, mi rostro cambió, porque yo era bien morenita,
como yo todavía pasteaba ovejas y estaba muy relacionada con el
campo… Pero uno ya cambia y todos me decían que era bonita, que
empezaba a cambiar.

Esta experiencia de discriminación la motivó a sobresalir en sus estudios y a


forjarse como líder a muy temprana edad:

Mi padre me cambió de colegio, me llevó a El Alto. En primer lugar dije:


“No voy a decir de dónde soy y se me van a decir ¿de dónde eres? Soy de
aquí, de El Alto, voy a decir”. He aprendido a rechazar mi lugar de origen,
mi identidad.

Pero en segundo lugar, dije “tengo en mi conciencia tanta exclusión, tanta


discriminación, como líder debo capacitarme, tengo que estudiar, tengo
que ser la mejor alumna, y leer y leer”. Poco a poco empecé a valorarme
otra vez como antes.

Entonces ya fui Presidenta del Colegio y luego fui Presidenta de la


Federación Departamental de Estudiantes de los colegios de secundaria de
todo el departamento de La Paz. En aquel tiempo logramos que la
Federación de Choferes nos hiciera un precio especial a los estudiantes,
pasaje estudiantil, y carnetizamos a los estudiantes porque decían que
había gente que se vestía de estudiante y pedía descuento en el pasaje.

En la universidad, en el año 1997, se integró en un grupo de jóvenes de ideología


socialista, que realizaban lecturas y reflexiones marxistas, publicaban un
periódico y salían a las comunidades campesinas a hacer trabajo político. El
profesor que coordinaba el grupo, Jaime Bilela, fue posteriormente candidato del
Movimiento al Socialismo a la Alcaldía de La Paz y a través de él, el grupo se
articuló al Movimiento al Socialismo. El testimonio de Katy da cuenta de la
hibridación del socialismo y las reivindicaciones de los pueblos indígenas:

Yo empecé la carrera de Trabajo Social en la UMSA. Era becada en el


Centro de Estudiantes Campesinos de la UMSA, cada mes me pagaban 320
bolivianos por ser buena estudiante. Ahí había un docente muy bueno,
Bilela, que nos aglutinó a los estudiantes que teníamos esa convicción de
lucha por el pueblo. Era socialista, nos decía que teníamos que leer a
Lenin, el marxismo, teníamos sesiones de estudio. Hicimos un grupo
socialista de jóvenes y empezamos a salir a las provincias. Producíamos
también el periódico El Chaski. Teníamos que ir a convencer a los jóvenes
del área rural y a orientar a los mayores, empezamos en 1996-97. Cada fin
de mes teníamos que salir a las provincias del departamento de La Paz, a
mí me tocó ir a Sud Yungas. Nosotros nos presentábamos como grupo que
luchaba por la reivindicación de los pueblos indígena-originarios, que
queríamos darles un curso, nos presentábamos en aymara, hablábamos de
cuáles son nuestros derechos como pueblos indígenas, el Convenio 169 de
la OIT, qué es el socialismo, qué pensábamos del marxismo,
discurseábamos contra el neoliberalismo y la derecha. Ellos vivían en ese
momento la erradicación de la hoja de coca. Ahí vendíamos nuestro
periódico El Chaski a un boliviano y con esa platita que sacábamos
costeábamos los viajes.

En una reunión campesina en los Yungas, zona productora de hoja de coca,


conoció a Evo Morales.

En 1997 me fui a un taller en Yungas y conocí a Evo Morales. Nosotros,


como jóvenes, discurseando contra la derecha, contra el neoliberalismo
estábamos y nos miraba él. Entonces me dice “compañera, ¿qué estás
vendiendo?”. Yo le digo “El Chaski” y le expliqué lo que nosotros
hacíamos. “Qué bien – me decía – es la primera vez que los jóvenes se
interesan por su pueblo”. Entonces me da la tarjetita de diputado – yo no
sabía entonces la importancia de un diputado – y me dijo “me vas a venir a
buscar”.

Luego empezamos a coordinar con él algunas cosas, invitó a Bilela para


que fuese candidato como alcalde e del MAS aquí en La Paz, fue el primer
candidato del MAS a la alcaldía de La Paz.

Su padre, conocedor de su actividad política universitaria, le animaba a “luchar


contra los q´haras” pero le insistía en que no debía casarse con un campesino ni
con un indio de la comunidad, pues su profesionalización la hacía “diferente”,
superior.

¿Tu familia sabia de tus actividades políticas en la universidad?

Sí, a mi papá le encantaba, decía: “tienes que luchar contra los k’haras,
porque yo tanto he llorado, y ustedes van a ser profesionales, que no van
a ser como mí, como un pobre campesino y chofer que tanto me han
discriminado, y con lo que soy negro ¡peor!”

Mi papá decía “por lo menos tú ya eres diferente, vos tenés que casarte
con un militar, no vas a estar con un sopla moco de aquí, con un indio
como mí”. Yo le decía “no, papi, no me puedes decir eso, yo tengo que
luchar y voy a ser una buena profesional y servir a mi pueblo. Con
sabiduría voy a hacer callar a la gente, yo igual que ellos voy a leer, voy a
estudiar y donde están ellos yo voy a estar”. Él siempre nos ponía como
ejemplo la escalera, decía que él estaba abajo y que nosotros teníamos
que estar arriba.

Mientras estudiaba en la universidad, Katy mantenía un vínculo fuerte con su


comunidad, a la que se desplazaba los fines de semana y para asistir a
reuniones. Ya no utilizaba la vestimenta tradicional y se había convertido en una
“mujer de vestido” o “chota”, como se denomina en el altiplano a las indígena-
campesinas que ya no usan trajes tradicionales.

Ya en la universidad, yo siempre relacionada con mi comunidad, iba a las


reuniones, iba a opinar, ya de vestido, toda cambiada, o sea, irreconocible.
“Qué bien que vas a ser profesional”, me decían los tíos.
Muy joven, en 1999, fue reclamada por su familia para cumplir con la obligación
de “pasar cargo” en su comunidad y empezó a compaginar su trabajo orgánico
en la zona rural del altiplano paceño, sin dejar de residir en la ciudad de La Paz,
concluir sus estudios y continuar su actividad política como joven universitaria.
Pese a ser joven, no estar casada y a no residir en la comunidad, fue elegida
Secretaria General de su comunidad-sindicato a la edad de 19 años.

Cada año en mi comunidad se hace una reunión y se escoge autoridades.


En esa fecha me hacen llamar a mí y me eligen como Secretaria General.
Yo sorprendida, yo decía “en ese cargo nunca hubo una mujer en mi
comunidad, jamás”. Mi papá se sentía alegre, pero mi mamá no, “ay, que
cómo te vas a meter a eso, que la gente aquí nos va a mirar, los hombres
te van a cuestionar”. Mi mamá protesta total.

Sobresalió como líder y fue elegida posteriormente para ocupar la coordinación


de la Subcentral Sindical y de la Central Sindical, al tiempo que trabajaba en la
conformación de las bartolinas en su municipio. Durante su gestión como
dirigente en la Central Agraria mixta, en un momento de cuestionamiento de su
liderazgo, sucedió lo siguiente:

Me han sacado un voto resolutivo las 27 comunidades del municipio que


debo cambiarme de vestimenta, que cómo una bartolina va a ser de
vestido. Los hombres se sentían mal que una mujer de vestido les maneje,
además joven. Tenían en la cabeza que debía ser una de pollera. Me
decían “tendrás que ser de pollera” y hasta me sacaron un documento,
ahora lo tengo de recuerdo. A mi me habían elegido más de 2.000
personas en un Cabildo Abierto para ser representante de la Central
Agraria, porque entonces había problemas con el municipio. Entonces,
como estaba caldeada la cosa, me callé.

Pasó el tiempo y en un Ampliado me paré y me dicen “ah, sigue ella de


vestido, ahí está la chota”. Y digo: “hermanos y hermanas, qué pena que
no sepamos la historia de Bolivia y de nuestros líderes, ¿quién dice que
Bartolina Sisa era de pollera? Si yo me vestía antes de pollera era porque
mi madre me ha vestido así, así nací. Pero Bartolina Sisa vestía con urkhu,
era un camisón y les enseñé el retrato de Bartolina que sale en el libro de
Roberto Choque. Ahora, si quieren que me ponga camisón, ¡no hay
problema!”. Entonces las autoridades dicen “señorita, va a disculpar”.
Recién se han enterado cuál era la historia de la pollera, que había sido
colonial. Nunca más me cuestionaron que me vista de pollera.

¿Y entonces no tuviste que volver a ponerte la pollera?

Me pongo, sí, cuando bailo en mayo, en enero, en febrero, en carnavales.


Soy bien linda de pollera. Inclusive fui Cholita Achaco llena en 2.004. Ya
había terminado mi gestión en la Central Sindical y pensé “esto me va a
ayudar a cuestionar a la Alcaldía”. Entonces concursé, he recitado poesías,
he cantado, he respondido todas las preguntas que me hicieron y gané.
Cuando me han embanderado dije “hoy, como Cholita Achoca llena, yo voy
a hacer gestión pública, voy a cuestionar al Alcalde, si no hacen buena
gestión se la van a ver con el pueblo. Al día siguiente me llama el Alcalde:
“me va a acompañar a inaugurar una plaza”. Yo le dije: “yo no soy una
cholita símbolo para inaugurar obras” Y le presenté un proyecto para la
formación y capacitación a jóvenes líderes aymaras en el municipio de
Achocalla. El Alcalde me empezó a increpar: “usted tiene solamente que ir
a acompañarme”. Yo le dije “no, las cholitas anteriores habrán hecho eso,
yo voy a orientar a la gente”. Ya no le gustaba eso al Alcalde…

Su vida orgánica se vió truncada por la disputa entre Evo Morales – a quien Katy
apoyaba – y Felipe Quispe, que controlaba la organización sindical campesina del
departamento de La Paz y excluyó a Katy. Pese a esta ruptura, se considera aún
orgánica.

En las Elecciones Generales de 2.005, intentó primero ser candidata a diputada


uninominal elegida por las bases campesinas. Pero el Municipio de Achacollo
comparte circunscripción uninominal con la ciudad de El Alto, que logró imponer
su candidato. Fue llamada posteriormente por la cúpula del MAS a ser candidata
a diputada plurinominal, pero ello no impide que se considere orgánica (quizás
esto pasarlo al próximo capítulo).

¿Tú eres orgánica?

Claro, orgánicamente he hecho mi trabajo sindical.

Es decir, ¿orgánica es sinónimo de venir de las organizaciones sindicales?

Claro, orgánico es sindical.

Aunque reconoce también que hay mujeres de las organizaciones urbanas


participando en la bancada y otras parlamentarias que “también trabajaron”,
poniendo como ejemplo las dos invitadas que provenían de ONGs:

También otros vienen de organizaciones vecinales, que no son sindicales,


sino urbanas. Pero nosotras, en mujeres, somos más bien sindicalistas que
estamos aquí en el Parlamento. Hay otras compañeras que no las
conocíamos, han aparecido ahí, pero eso no es malo, también han
trabajado, Elizabeth Salguero en los movimientos feministas o Esther
Udaeta que trabajaba en CIPCA y ha luchado por el agua.

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