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EL ESTADO CAPITALISTA,
LA LUCHA DE
CLASES
Y EL BONAPARTISMO
“Yo (…) demuestro cómo la lucha de clases creó en Francia las circunstancias y las
condiciones que permitieron a un personaje mediocre y grotesco representar el papel de
héroe”
Carlos Marx, “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”
A MODO DE PRESENTACIÓN
Así como un aprendiz de mago extrae un conejo desde un viejo sombrero, en el último
tiempo algunos aprendices de intelectuales orgánicos han sacado nuevamente al
tapete el término „bonapartismo‟, con el cual han bautizado/caracterizado al gobierno
de Tatán Piraña. Decimos „nuevamente‟, puesto que, en un despropósito anterior, el
trotskismo vernáculo caratuló como „bonapartista‟ al sistema político implantado con el
golpe del “73 (al cual, en otro yerro, el reformismo calificara de „fascista‟), cuando la
más adecuada definición de aquella forma de excepción del Estado burgués era la de
una „dictadura militar‟, subordinada a la fracción burguesa monopólico-financiera,
fracción hegemónica al interior del Bloque en el Poder ya por entonces.
Asimismo, suponemos que entre los marxianos se da por descontado que una verdad
teórica, descubierta en correspondencia con una determinada práctica, puede
generalizarse y considerarse universal en una época histórica siempre que se pruebe
su universalidad. Ésta se alcanza sí esa verdad se convierte: 1) en estímulo para
conocer mejor la realidad de hecho en un ambiente distinto de aquel en el cual se
descubrió, y en esto estriba su primer grado de fecundidad; y 2) una vez estimulada y
ayudada esa mejor comprensión de la realidad de hecho, en que pueda incorporarse a
esta realidad como si fuera expresión suya originaria. “En esta incorporación estriba la
universalidad concreta de aquella verdad y no meramente en su coherencia lógica y
formal, o en el hecho de ser un instrumento polémico útil para confundir al
adversario”.2 Actuando en contrario, si afirmamos que el componente decisivo y
definitorio del bonapartismo o del fascismo es la violencia, tendríamos que reconocer
que esos Estados de excepción existían ya en el Mundo Antiguo, lo que sería un
anacronismo por decir lo menos. “El carácter específico del fascismo no reside en el
hecho de que exprese la „agresividad enraizada en la naturaleza humana‟ -pues esto
se ha manifestado a través de innumerables movimientos históricos diferentes-, sino
más bien en el hecho de que sobre esta agresividad encaja una forma particular,
social, política y militar que jamás antes había existido. Consecuentemente, el
fascismo es un producto del capitalismo monopolista e imperialista. Todas las demás
tentativas de interpretación del fascismo en términos puramente psicológicos conllevan
la misma debilidad fundamental”. 3
1
“Poder político y clases sociales en el Estado capitalista”, Nicos Poulantzas; Siglo XXI Editores, México, 29ª
edición, 2001; p. 3.
2
“Contra el bizantinismo”, Antonio Gramsci; textos de los cuadernos posteriores a 1931 (1932-1934), en
http://www.gramsci.org.ar/index.htm
3
“El Fascismo”, p.10; Revolta Global/Formació; Ernest Mandel, en: www.ernestmandel.org/es/escritos/.../ernest-
mandel-el-fascismo.pdf
obstante, y digámoslo desde ahora, la reiterada apelación a categorías sin base en lo
concreto de la formación histórica y en lo complejo del período, actitud y disposición
que criticamos en el presente trabajo, tiene su trasfondo ideológico; aquello viene con
su caballito de Troya.
DEMOCRACIA/DICTADURA BURGUESA
Empecemos por el comienzo. En el análisis político-histórico marxiano, la
„Democracia‟, entendida como la Democracia Moderna, es el fruto y justificación de las
Revoluciones Democrático-Burguesas libradas por la Burguesía en su conjunto y que
tienen su desarrollo, en lo cronológico, desde 1380, en Portugal, cuando la Burguesía
Comercial de Lisboa, deseosa de resguardar su expansión, necesita imponer su poder
político directo. No lo logra, pero la dinastía de los Avis lo hará en su nombre. Luego,
vendrá el caso de las dos revoluciones burguesas en Inglaterra, 1648 y 1688, en
donde destaca O. Cromwell, y que no hacen más que orientar a los Estuardo a
profundizar el derrotero burgués imperialista. La Revolución Francesa, 1789 a 1799,
será considerada el ejemplo clásico de revolución democrático-burguesa, que fracasa
en términos de su concreción histórica, pero que sienta las bases para que dentro de
la posterior Restauración germinen las semillas para el advenimiento de la Segunda
República y la realización del Estado burgués. No podemos desconocer el caso de
EEUU, que desde 1776 practicó el sistema „democrático‟. Son las revoluciones
democrático-burguesas de 1830-1848, en Europa Occidental, las que finalmente
determinan el sistema democrático como lo conocemos hasta hoy ; la realización de la
organización de poder de la burguesía.
Mas, cuando la gran burguesía, que hegemoniza el Bloque en el Poder (BP) y cuyo
interés general se encuentra en comunidad con el Bloque Político de Estado, no puede
mantener los niveles de dominación y de explotación con la necesaria tranquilidad, se
saca su careta de „democrática‟ y se ve impelida a recurrir a las formas de Estado de
Excepción Constitucional, sean estos el Bonapartismo, el Fascismo o la Dictadura
Militar, que responden en su aplicación a la situación y condicionantes de la lucha de
clases específica, en una formación determinada, apoyándose en diversas clases y
fracciones, con las que se pretende salvaguardar su interés general en vista a una
desfavorable coyuntura, aunque en ciertas ocasiones pareciera hacerlo en su propia
contra. Cada una de estas disrupciones en la forma „normal‟ de democracia/dictadura
constitucional burguesa es un gran tema en sí, pero por ahora nos interesa, para la
presente discusión, la mentada forma de excepción del Estado burgués llamada
„bonapartismo‟.
LO QUE SE DICE SOBRE EL BONAPARTISMO
Antes que todo, hagamos una revisión somera sobre lo que se dice del „bonapartismo‟.
4
“Programa de transición. La agonía del capitalismo y las tareas de la IV Internacional”, León Trotsky; 1938, en:
http://www.marxists.org/espanol/trotsky/1938/prog-trans.htm
5
“Sobre el Partido Obrero”, León Trotsky; Primera Edición en el número de octubre de 1940 de Fourth
International, en: www.marxists.org/espanol/trotsky/1940s/edm8.htm
6
“El Cesarismo”, Antonio Gramsci; textos de los cuadernos posteriores a 1931 (1932-1934), en:
http://www.gramsci.org.ar/index.htm
instancia por medio de la historia concreta y no a través de un esquema sociológico.
Es regresivo cuando su intervención ayuda a triunfar a las fuerzas regresivas, con
ciertos compromisos y limitaciones, los cuales, sin embargo, tienen un valor, una
importancia y un significado diferentes que en el caso progresista. César y Napoleón I
son ejemplos de cesarismo progresivo; Napoleón III y Bismark de cesarismo regresivo.
Inclusive, los ex-marxianos también aportan lo suyo, y un famoso sociólogo nos dirá
que: “(…) las grandes naciones que, desde el Renacimiento, adoptaron fórmulas
políticas y prácticas representativas parlamentarias, han exhibido en este siglo [el XX –
N. de R.-], sin excepción, una tendencia poderosa hacia el bonapartismo, tendencia
que en Alemania, Rusia e Italia ha alcanzado su madurez, pero que también se nota
con rasgos muy acusados, por ejemplo, en Gran Bretaña y en los Estados Unidos”. 8
7
“Bonapartismo y Populismo” [interrogación nuestra], José R. López Padrino [un ‘aplicado’ alumno de Harvard], 8
de abril de 2005, en: http://www.analitica.com/va/politica/opinion/6374007.asp
8
"Political Parties. A sociological Study of the Oligarchical Tendences of Modern Democracy”, Robert Michels;
Dover Publications, Inc., New York, 1959.
9
Para el presente trabajo, utilizamos los textos de Carlos Marx y Federico Engels indicados, que se pueden
confrontar con las copias de Marxists Internet Archive, enero de 2001, cuya fuente de texto digital es:
http://www.marxists.org/espanol/m-e/index.htm
oposición a su golpe de estado del 2 de diciembre anterior. El sobrino, un año
después, se haría coronar como emperador de los franceses con el nombre de
Napoleón III. De otra parte, Engels también aporta lo suyo a la discusión de la
temática, al prologar brillantemente el trabajo previo a El 18 Brumario -prefacio que
fuera cercenado por la socialdemocracia de la II Internacional-, el de “Las luchas de
clases en Francia de 1848 a 1850”, texto en que ambos profundizan en las
implicancias históricas que este período revolucionario dejara, sobre todo para el
proletariado europeo, y en donde también caracterizan el rol histórico y político del
famoso sobrino.
Ya en 1850, M logró ver con completa claridad, en base a sus estudios económicos, lo
que hasta entonces había deducido de un modo semiapriorista: que la crisis del
comercio mundial producida en 1847 había sido la verdadera madre de las
revoluciones de Febrero y Marzo de 1848, y que la prosperidad industrial, que había
vuelto a producirse paulatinamente desde mediados de 1848 y que en 1849 y 1850
llegaba a su pleno apogeo, fue la que dio nuevos bríos a la reacción europea otra vez
fortalecida. Es entonces que a M-E les queda sólo la confianza en una especie de
determinismo crítico,10 para el despliegue de un nuevo auge del movimiento popular
europeo. Posteriormente, M observa un descenso de esa prosperidad, desde
mediados de 1851, sin que ello llegue a configurar una crisis económica, pero que,
junto con las convulsiones al interior del BP, brinda el ambiente apropiado para el
golpe de Estado de L. Bonaparte.
10
Federico Engels, prólogo a Las luchas de clases en Francia; op. Cit.
Las victoriosas jornadas populares del 24 febrero de 1848 lograron, entre otras
evoluciones del flamante Estado burgués, el sufragio universal. Mediante éste, llegó al
gobierno de la II república L. Bonaparte, luego de la elección presidencial del 2 de
diciembre del mismo año. No obstante, el voto no censitario duró bien poco (“Todo lo
que existe merece perecer”, nos recuerda Carlitos), hasta cuando es abolida por la
misma Asamblea Nacional, a mediados de 1850. La elección de Bonaparte (el
“Príncipe-Presidente”) fue resultado de la reacción de la masa de los campesinos
parcelarios, que habían pagado los costos de la citada revolución del 24 de febrero de
1848. Esta reacción tiene eco entre el ejército; entre la gran burguesía, que ve en él un
puente hacia la monarquía; inclusive entre los proletarios y los pequeños burgueses,
que lo observan como una salida a la dictadura de los republicanos burgueses más
despóticos.
Por ahora, y sólo para efectos de una exposición cronológica del proceso en estudio,
utilizaremos el primer tipo de periodización. Así, M en su obra nos señala que el
proceso revolucionario de 1848 (caída del rey Luis Felipe de Orleans, el 24 de febrero
de 1848) y hasta diciembre del “51 (el „Segundo Brumario‟, el de Luis Bonaparte) “pasó
por tres períodos capitales que son inconfundibles: el período de febrero; el del 4 de
mayo de 1848 al 28 de mayo de 1849, período de constitución de la república o de la
Asamblea Nacional Constituyente; y el del 28 de mayo de 1849 al 2 de diciembre de
1851, período de la república constitucional o de la Asamblea Nacional Legislativa”. 11
Observemos aquí que M limita su periodización a las formas del Estado y a las
prácticas del bloque en el poder, situaciones que discutiremos más adelante, al igual
que la otra periodización, sita en el texto, en que M aporta otra periodización, a
propósito del período de la República constitucional: “Se divide a su vez en tres
períodos principales: del 29 de mayo al 13 de junio de 1849, lucha entre la democracia
y la burguesía, derrota del partido pequeñoburgués o demócrata; del 13 de junio al 31
de mayo de 1851, dictadura parlamentaria de la burguesía, es decir, de los orleanistas
y de los legitimistas coaligados, o del partido del orden, dictadura coronada por la
supresión del sufragio universal; del 31 de mayo de 1850 al 2 de diciembre de 1851,
lucha entre la burguesía y Bonaparte, caída de la dominación burguesa, caída de la
República constitucional o parlamentaria “
11
“El 18 Brumario…”; op. Cit.
fuerzas, trataron de ensanchar el círculo de los privilegiados en el Bloque Político de
Estado y en el BP, restándole relativa importancia a la burguesía „financiera‟ (M la
llama así, aunque preferiríamos „bancaria‟, para diferenciarla de aquella otra fracción
burguesa que surgirá en la segunda mitad de ese siglo XIX, fruto de la fusión del
capital bancario con el industrial). 12 En esta „República Social‟, los primeros sectores
se apoyan en los proletarios y en otros „republicanos puros‟ (pequeños burgueses
demócratas), mientras que los segundos, en los campesinos y en los pequeños
burgueses.
12
Dice M, sobre la sobreviniente fracción bancaria: “La que dominó bajo Luis Felipe no fue la burguesía francesa
sino una fracción de ella: los banqueros, los reyes de la Bolsa, los reyes de los ferrocarriles, los propietarios de
minas de carbón y de hierro y de explotaciones forestales y una parte de la propiedad territorial aliada a ellos: la
llamada aristocracia financiera”; Ídem.
vez del régimen de un sector privilegiado de ella”. Sin embargo, la república socavaba
la base de su dominación y los enfrentaba directamente con las clases sojuzgadas. A
mediados del “49, la socialdemocracia, la nueva “Montaña”, se alza contra el PO, pero
su inconsecuencia e indecisión, que deja en la estacada nuevamente al proletariado
que se levanta junto a ella, le llevan a la derrota. Con todo, la represión del PO a los
levantiscos brinda a Bonaparte nuevos argumentos para aplicarlos luego a ellos.
Además, a fines de ese año, expulsa al gabinete que integraran los del PO, con lo que
la gran burguesía perdía su influencia sobre el ejecutivo y sobre la sociedad civil. Esto
último demuestra su talón de Aquiles: ella tiene interés material en la conservación de
la maquinaria del Estado; políticamente, por su situación de clase, se ve forzada a
destruir las condiciones de vida de todo poder parlamentario, inclusive el propio, y por
otra parte, se ve obligada a hacer irresistible el poder ejecutivo hostil a ella.
Finalmente, en lo que era su última posible línea de defensa, Bonaparte disuelve la
Guardia Nacional, órgano popular voluntario y armado, lo que viene a dejar
completamente inerme a la burguesía frente al futuro absolutismo. Pero, en medio de
la tragedia anunciada, la dominación de la gran burguesía igual aparecía como
incondicional. Sus dos fracciones se ponían de acuerdo en los medios de dominación,
mediante el „gendarme‟ y el „cura‟, exacerbando los ánimos de la futura base de apoyo
de Napoleón III, de la forma del Estado de excepción llamada bonapartismo: la masa
de los campesinos parcelarios, disconformes con las ciudades y sus embrollos,
referidos a las pugnas entre burgueses y proletarios.
Al revés de la 1ª Revolución francesa, esta 2ª, la del “48 al “51, tiene un sentido
„descencional‟. Nos ilustra Carlitos: “El partido proletario aparece como apéndice del
pequeño burgués-democrático. Este le traiciona y contribuye a su derrota en tres
ocasiones. A su vez, el partido democrático se apoya sobre (…) el republicano
burgués. Apenas se consideran seguros, los republicanos burgueses se sacuden el
molesto camarada y se apoyan, a su vez, sobre (…) el partido del orden. El partido del
orden deja caer a los republicanos burgueses (…) y salta, a su vez, a los hombros del
poder armado”. Y este le abandona, posteriormente, tras la gloria y el salchichón.
Las masas populares, escindidas y diferenciadas, no lograron una unidad que fuera
más allá del sentimiento de las penalidades comunes, y no alcanzaron a cuajar en una
fuerza social que, golpeando junto con otros aliados del bloque histórico, enfrentará a
sus enemigos de clase. “El que incluso este potente ejército del proletariado no
hubiese podido alcanzar todavía su objetivo, y, lejos de poder conquistar la victoria en
un gran ataque decisivo, tuviese que avanzar lentamente, de posición en posición, en
una lucha dura y tenaz, demuestra de un modo concluyente cuán imposible era, en
1848, conquistar la transformación social simplemente por sorpresa”.13 Pero las masas
mismas habrían de crear las condiciones bajo las cuales estas aspiraciones pudieran
madurar.
13
Federico Engels, en su prólogo de Las luchas de Clases en Francia…; op. Cit.
representantes y portavoces ideológicos de las citadas clases, sus sabios, sus
abogados, sus médicos, etc.
Una burguesía monárquica, escindida en dos sectores dinásticos, que ante todo
necesitaba tranquilidad y seguridad para sus negocios pecuniarios, y frente a ella un
proletariado, vencido ciertamente, pero no obstante amenazador y en torno al cual se
agrupaban más y más los pequeños burgueses y los campesinos, conformaba un
cuadro de amenaza constante de un estallido violento que, a pesar de todo no
brindaba la perspectiva de una solución definitiva. Tal era la situación, como hecha de
encargo para el golpe de Estado del tercer pretendiente, del pseudodemocrático
pretendiente L. Bonaparte. “Este, valiéndose del ejército, puso fin el 2 de diciembre de
1851 a la tirante situación y aseguró a Europa la tranquilidad interior, para regalarle a
cambio de ello una nueva era de guerras. El período de las revoluciones desde abajo
había terminado, por el momento; a éste siguió un período de revoluciones desde
arriba”.14
Digamos de paso, frente a aquellos ligeros de pluma, que la mayoría de los textos
clásicos marxianos (de M-E, de Lenin, de Gramsci, etc.) que versan, parcial o
totalmente sobre el objeto de la ciencia política en su forma abstracta-formal, son
principalmente textos de lucha ideológica. Están concebidos como respuestas
urgentes a ataques o deformaciones de la teoría mar xiana y por ello sus autores se
ven obligados frecuentemente a situarse en el terreno ideológico de los textos que
refutan. “Esos textos contienen con frecuencia conceptos auténticos, pero obliterados
por su inserción en la ideología y que no pueden descubrirse sino por todo un trabajo
14
Federico Engels, prólogo a Las Luchas de Clase en Francia…; op. Cit.
de crítica”.15 Por si fuera poco, tratan de objetos reales-concretos, es decir de
formaciones históricamente determinadas (la Francia, en transición desde un tipo de
monarquía a otra, 2ª República mediante, para M-E), en un momento de su
desenvolvimiento. Por consiguiente, contienen una serie de conceptos muy concretos
relativos al conocimiento de aquella coyuntura, lo que no es todo, pues, por la
ausencia de obras teóricas sistemáticas en este dominio, tratan al mismo tiempo d e
objetos abstracto-formales y de los reales-concretos. Así, estas obras políticas
contienen hasta los conceptos más abstractos, pero ya en el „estado práctico‟, no en
una forma teóricamente elaborada. Entregados los clásicos al ejercicio directo de su
propia práctica, no hicieron explícitamente la teoría, en lo estricto de la palabra. Lo que
se encuentra finalmente en sus obras es ya un cuerpo ordenado de conceptos
presentes en el discurso y destinados, por su función, a dirigir directamente la práctica
política en una coyuntura concreta, pero no teóricamente elaborados en su potencial
amplitud.
Ahora bien, puestos a estudiar esos textos, debemos volver a poner, mediante una
elaboración (no copia o definiciones sin arraigo), los diversos conceptos contenidos en
ellos en el lugar que les corresponde en el proceso de pensamiento. Si bien en esa
elaboración los conceptos sufrirán transformaciones necesarias, se debe tratar de
descubrir en qué medida algunos de ellos, aparecidos en el estudio de lo político de
una formación capitalista concreta, funcionan realmente en el campo de lo político –
debidamente transformados o no- en el MPC, y valer “así para las formaciones
capitalistas en general –en realidad para todas las formaciones capitalistas posibles-,
como el concepto „bonapartismo‟ producido a propósito de la Francia de L. Bonaparte
y cuyo campo es el tipo capitalista de Estado”. 16
Por otra parte, aquellos sectores que utilizan livianamente el término „bonapartismo‟,
con su actitud acientífica demuestran que no entienden lo que significa la frase
15
“Poder político y clases sociales en el Estado…”; p. 15.
16
Ídem; p. 16.
inscripta en El 18 Brumario, esa que dice que “Es bajo el segundo Bonaparte cuando
el Estado parece haber adquirido una completa autonomía”. Para abordar este vasto
aspecto del Estado capitalista, aunque someramente, habría que efectuar algunas
precisiones preliminares. Así, debemos señalar que la construcción del concepto de
Estado en los diversos modos de producción, es decir, la delimitación de los tipos de
Estado, depende de las formas diferenciadas que reviste, en esos diversos modos, la
función general del Estado como factor de cohesión de la unidad de una formación
social. Esas formas diferenciadas dependen del lugar del Estado en los diversos
modos de producción, y establecido así que esa se hace específica para el Estado
capitalista a causa precisamente de la autonomía respectiva de lo económico y de lo
político característica del MPC. “Esta especificidad de las instancias del MPC, que
asignan al Estado su lugar en ese modo „puro‟, es precisamente una autonomía
específica de ese Estado en relación con lo económico: es ella la que regula, como
invariante constante, las variaciones de intervención y de no-intervención de lo político
en lo económico y de lo económico en lo político”.17 De aquí que se produzca, con el
despliegue del MPC y de la hegemonía burguesa, una asignación de funciones
interrelacionadas entre el Estado, lo político, y lo económico, la formación económica,
pero relativamente autónomas, dando pie a la existencia de regímenes políticos que
aparecen como actuando fuera de la hegemonía y de los intereses de la fracción
dominante, pero que no alcanzan más allá de la resolución política provisional de la
impasse que los origina y determina, puesto que, al actuar en la región de las formas
jurídico-políticas, no inciden en la esfera de las relaciones de propiedad, perteneciente
a la región de lo económico y en que, existiendo un claro dominio del bloque
dominante y, entre este, de su fracción dominante, esa región aparece como un
producto general de la formación y no un sistema creado a imagen y semejanza de la
gran burguesía.
¿Cómo y por qué se puede dar una forma de Estado de excepción burgués a la
cabeza del tipo de Estado capitalista, sin que se vean afectadas las bases de éste?
Para resolver ello es preciso recordar la concepción marxiana científica de la
superestructura del Estado y demostrar que, en el interior de la estructura de varios
niveles separados por un desarrollo desigual, el Estado posee la función particular de
17
Ibídem, pp. 177-178.
constituir el factor de cohesión de los niveles de una formación social de clases
(poderoso factor que se convierte, a su vez, en el talón de Aquiles del mismo). Desde
ésta función de orden o de organización del Estado se extraen diversas modalidades,
referidas a los niveles en que se ejerce en particular, sin embargo, el rol sigue
cumpliendo un papel global político. Por ello, si no se hace una adecuada y precisa
determinación del rol del Estado, podemos caer en la tesis que lo relaciona con la
„sociedad‟ independientemente de la lucha de clases, oponiendo las „funciones
sociales‟ del Estado a su función política, que sería la única enlazada con la lucha y la
opresión de clases (un ejemplo es la tesis socialdemócrata sobre el Welfare State). En
resumen, “el predominio de la función económica del Estado sobre sus otras funciones
se conjuga con el papel predominante del Estado, pues la función de factor de
cohesión necesita su intervención específica en la instancia que detenta precisamente
el papel determinante de una formación social: lo económico”. 18
Como la capacidad de una clase para realizar sus intereses, cuya condición necesaria
es la organización de poder, depende de la capacidad de otras clases para realizar sus
intereses, podemos observar que efectivamente, al ser derrotado el Movimiento
Popular francés tres veces durante 1848-1851, no era una fuerza que se considerase
en capacidad de amenazar seriamente el poder de la burguesía. Esta última,
despejado su camino respecto de su principal enemigo de la práctica política, debe
definir de entre sus fracciones cual será la que detentará el poder político, lo que nos
lleva al tema de donde o desde donde se ejerce éste.
18
Ídem, p. 58.
19
Los efectos pertinentes de una fuerza social pueden llegar o no a generar una organización en partido político
distinto y autónomo. La presencia específica de ellos se relaciona con la expresión, en la escena política, de
fuerzas sociales, que presuponen, por lo menos, umbrales de organización. R especto a los “efectos pertinentes”,
M, en su Carta a Bolte de noviembre de 1871 y a propósito del programa de Gotha, señala: “Así, un movimiento
político (…) es un movimiento de la clase para realizar sus intereses en una forma general, en una forma que
posee una fuerza social apremiante universal”.
centros de poder, las diversas instituciones de carácter económico, político, militar,
cultural, etc., sean simples instrumentos, órganos o apéndices del poder de las clases
sociales”.20 Decir, entonces, que esas instituciones en que se basaba el poder de L.
Bonaparte (o algún personaje en similares circunstancias), lo permitían por esa
autonomía y especificidad estructural que, en cuanto tal, no puede ser inmediatamente
reductible a un análisis en términos de poder. Las diversas instituciones no
constituyen, en cuanto a poder, “órganos de poder”, sino centros de poder, por cuanto
son instrumentos del ejercicio de un poder de clase que las preexiste y que las crea
para los fines de su cumplimiento eficaz. Es decir, que cualquiera fuere la gestión y
orientación aparentes del régimen de L. Bonaparte, sus centros de poder (la policía, el
ejército, los jueces, etc.), responderían, en última instancia, al ejercicio del poder de la
gran burguesía, a su dirección hegemónica.
20
Ibídem, p. 140 (con cursivas en el original).
21
Decir que Lenin –en “Una de las cuestiones fundamentales de la Revolución” y “A propósito de las consignas”,
en Obras Completas, t. 25-, señala que se pueden hacer distinciones entre el poder formal y el poder real,
referidas a las instituciones, a propósito del poder político y de su tesis del “doble poder”, el que se establecía
entre el Estado burgués y los Soviets.
22
Como lo señalado por A. Gramsci, en su “Note sul Machiavelli, la política e lo Stato moderno”, Turín, Einaudi,
1949.
gobierno‟”, 23 donde la determinación de la superestructura del Estado tiende a
determinar dos aspectos: su especificidad y su periodización. O sea, que dicho estudio
nos debiera permitir, de una parte, dilucidar el lugar y la función del „bonapartismo‟ en
el contexto complejo del MPC; y, por otra, a qué etapa o estadio de una FC pertenece
esa forma de Estado en particular.
Al trastornarse las relaciones de fuerza al interior del BP, con el advenimiento del
„bonapartismo‟, se habría producido una transformación de la forma del Estado (no del
23
“Poder Político y clases sociales…”, p. 176.
24
“La théorie politique marxiste en Grande-Bretagne”, N. Poulantzas, donde crítica a P. Anderson y T. Nairn. La
diferente hegemonía al interior de los BP, que se observaba entre la formación francesa y la alemana, hace
entonces diferentes, en sus implicancias y efectos, al ‘bonapartismo’ con el ‘bismarckismo’.
25
“Las luchas de clases en Francia”; op. Cit.
tipo de Estado). A su vez, al disolverse la alianza del BP con la pequeña burguesía –
pasando ésta de la situación de aliada a la de satélite-, al final del primer período de la
República parlamentaria (derrota del partido pequeñoburgués o demócrata), ello no
condujo a la sustitución de esa forma de Estado por otra, sino, en ese caso preciso, a
una transformación de la forma de régimen, desde la República Democrática a la
Dictadura Parlamentaria de la Burguesía (o del PO, de orleanistas y legitimistas
coaligados).
Respecto a la distinción entre las formas de Estado y las formas de régimen, M expone
en el 18 Brumario un interesante desarrollo sobre ambas periodizaciones. Así, en torno
al concepto de formas de Estado, dirá: “Deben distinguirse tres períodos principales: 1)
el período de febrero, 2) del 4 de mayo de 1848 al 29 de mayo de 1849, período de la
constitución de la República o de la Asamblea Nacional Constituyente; 3) del 29 de
mayo de 1849 al 2 de diciembre de 1851, período de la República constitucional o de
la Asamblea Nacional Legislativa”. Se trata precisamente de la periodización
comprendida, en las estructuras, por el concepto de forma de Estado, y en el campo
de las prácticas de las clases dominantes por el concepto de BP.
26
“Poder político y clases sociales…”; p. 315.
Luego, en el mismo 18 Brumario, agregará otra periodización sobre el período de la
República constitucional, que dice: “Se divide a su vez en tres períodos principales: del
29 de mayo al 13 de junio de 1849, lucha entre la democracia y la burguesía, derrota
del partido pequeñoburgués o demócrata; del 13 de junio al 31 de mayo de 1851,
dictadura parlamentaria de la burguesía (...), coronada por la supresión del sufragio
universal; del 31 de mayo de 1850 al 2 de diciembre de 1851, lucha entre la burguesía
y Bonaparte, caída de la República constitucional o parlamentaria”. Ésta otra
periodización está comprendida, en las estructuras, por el concepto de formas de
régimen, cuyas transformaciones no pueden ser directamente referidas a
modificaciones de la relación de lo político y de lo económico que mar can las
transformaciones de las formas de Estado, sino que se refieren a las estructuras
propias del Estado capitalista (a la representatividad de los partidos, a la institución del
sufragio, etc.).
Con Carlitos, entonces, podemos decir que es en esa escena política, en ese espacio,
donde se pueden dar una serie de desajustes entre los intereses políticos y las
prácticas políticas, de una parte, así como en su representación en partidos políticos y
los partidos mismos, por otra, tanto en el caso de las fracciones burguesas como de la
mediana y pequeña burguesía de la formación francesa de mediados del s. XIX. Él
analiza tales desajustes a través de su problemática de la „representación‟ . Asimismo,
la delimitación exacta de la escena política, que constituye el campo de la segunda
periodización, permite por ejemplo establecer las relaciones fundamentales entre las
formas de régimen y el campo de la acción de los partidos (como fue el caso para las
relaciones de las formas de Estado y del BP).
27
“Poder político y clases sociales…”; p. 320.
en la forma de organización que presentan, con los hombres bien determinados que
los constituyen, los representan y los dirigen, ya no son reconocidos como la expresión
de su clase o fracción de clase (…) ¿Cómo se forman esas situaciones de oposición
entre „representados y representantes‟ que, del terreno de los partidos (…) se reflejan
en todo el organismo del Estado?”.28
Dicho esto, puede abordarse el problema del „bonapartismo‟. Lo que se haya en los
textos de M-E relativo a él, es el análisis de un fenómeno político concreto de una
formación determinada. No obstante, el bonapartismo es, paralelamente, pensado en
forma sistemática por M-E, no simplemente como una forma concreta de Estado
capitalista, sino como un rasgo teórico constitutivo del tipo capitalista de Estado. “(…)
el bonapartismo es la verdadera religión de la burguesía moderna. (…) la burguesía no
está hecha para reinar directamente; por consiguiente (…), una semidictadura
bonapartista se convierte en la forma normal; ella toma en sus manos (…) los grandes
intereses de la burguesía (contra la burguesía en caso necesario), pero no le deja
ninguna parte en el dominio”. 30 E vuelve sobre éste punto en el prólogo a la 3ª edición
de El 18 Brumario, donde considera a Francia tan representativa del MPC, en lo que
concierne a las formas políticas, como lo es Gran Bretaña en lo que concierne a lo
económico. Finalmente, esa concepción está contenida implícitamente en el prefacio
de 1869, de M, al mismo texto, donde opone el bonapartismo como forma política de la
lucha moderna de clases en general, a las formas políticas de formaciones dominadas
por otros modos de producción distintos del capitalista (el cesarismo, respecto de l
esclavismo, en la antigua Roma).
M-E ven como una de las características esenciales del bonapartismo su autonomía
relativa en relación a las clases o fracciones del BP, en la FC francesa de mediados
del s. XIX. ¿Cuál es, sin embargo, el esquema según el cual explican el
bonapartismo? Recurren, con la mayor frecuencia, a la explicación general de una
autonomía relativa del Estado cuando las clases en lucha están “prestas a
equilibrarse”. M nos dice, en ese sentido, en La guerra civil en Francia, que el
bonapartismo se explica por ese momento en que “la burguesía había ya perdido, y la
clase obrera aún no había adquirido, la facultad de gobernar a la nación”. Eso está
aún más claro en Engels: recurre a su vez, a propósito del bonapartismo, a la
explicación general que el marxismo admite de la autonomía relativa del Estado en el
caso de un equilibrio de las fuerzas sociales que se enfrentan, y por lo mismo tiende a
asimilar fenómenos tan diferentes como el Estado absolutista, el bismarckismo y el
bonapartismo. Importa, no obstante, señalar que el bonapartismo, en cuanto fenómeno
histórico, concierne al Estado de una formación social con predomino ya consolidado
del MPC. Se trata, pues, al contrario del Estado absolutista del período de transición,
30
Carta de Engels a Marx, 13 de abril de 1866.
de una forma política perteneciente a la fase de reproducción ampliada –y el
bismarckismo constituye aún un fenómeno diferente.
Pero está claro que la explicación de la autonomía relativa del Estado bonapartista,
como rasgo constitutivo del tipo de Estado capitalista y por referencia a una situación
de equilibrio entre las fuerzas sociales en lucha, de ningún modo es suficiente. Es
más, ni siquiera basta para explicar el fenómeno concreto del bonapartismo en
Francia. Es como sí M-E se refiriesen sólo a la concepción de la autonomía relativa del
Estado que ellos elaboraron teóricamente, a fin de explicar hechos para los cuales
resulta insuficiente. En efecto, una interpretación profunda de los textos de M muestra
que, en realidad, no admite en absoluto, en el caso del bonapartismo en Francia, un
equilibrio entre la clase burguesa y la obrera –en el sentido, por ejemplo, en que puede
hablarse de un equilibrio de la clase feudal y de la clase burguesa sólo en el último
período del Antiguo Régimen-: la clase obrera, desorganizada por los acontecimientos
del “48, no sólo no está en una situación de equilibrio de fuerzas con la burguesía, sino
que “hasta desapareció de la escena”. La contradicción principal se sitúa y se
concentra entre la burguesía por un lado y la pequeña burguesía y el campesinado por
otro, sin que tampoco pueda hablarse de un equilibrio entre estas fuerzas.
Lenin sigue igualmente en sus textos sobre el bonapartismo francés ese esquema de
explicación. 31 Sólo la posición de Gramsci sobre este punto es más avanzada, sin
llegar, no obstante, al fondo del problema. En su obra El Cesarismo, intenta poner
cerco a este fenómeno político específico situándolo en relación con los diversos tipos
de Estado. Así, ve en el bonapartismo francés de Napoleón III una forma particular de
cesarismo situado en el marco del Estado capitalista. No intenta considerarlo, desde el
punto de vista teórico, como característico del tipo de Estado capitalista: su
pertenencia a ese Estado sirve para concretar ese fenómeno como forma particular del
cesarismo. Pero éste último, como fenómeno político específico, lo refiere Gramsci, no
al equilibrio de las fuerzas sociales enfrentadas, sino a un equilibrio particular
expresado por su concepto de “equilibrio catastrófico”, productor de crisis políticas: se
trata de un equilibrio “de tal suerte que la prosecución de la lucha no puede tener o tra
conclusión que la destrucción recíproca (…) y que ofrece una perspectiva de
catástrofe”.32 Son observaciones capitales, cercanas a aquellas de M en las que
relaciona el bonapartismo francés con ese equilibrio particular de fuerzas que hace
que “la clase burguesa hubiese perdido ya, y la clase obrera no hubiese adquirido
todavía, la facultad de dirigir la nación”.
No obstante, si es cierto que ese equilibrio catastrófico particular, que debe distinguirse
así, como hace Gramsci, del equilibrio general –manifiesto en el caso del Estado
absolutista- conduce a este fenómeno específico que es el cesarismo, no es menos
cierto que no puede, lo mismo que el equilibrio general, explicar el fenómeno histórico
concreto del bonapartismo francés. Gramsci es, por lo de más, muy consciente de esto,
como se advierte en sus precauciones para explicar el bonapartismo en Francia, de
ningún modo reductible a esta crisis política de equilibrio catastrófico.
31
Principalmente en Obras Completas, t. 25, pp. 93-96, y 240-244: “Los comienzos del bonapartismo”.
32
“El Cesarismo”; op.cit.
Se puede resumir parcialmente la definición del fenómeno bonapartista, afirmando que
la autonomía relativa del Estado bonapartista francés, respecto de las clases o
fracciones dominantes, no puede ser comprendida sino por la pertenencia de esa
forma concreta al tipo capitalista de Estado. Este Estado presenta, efectivamente, esa
autonomía relativa como rasgo constitutivo de ese concepto.
Nos podrían decir los áulicos del bonapartismo, Estado de excepción que
insensiblemente se habría hecho presente en nuestra formación, aherrojándola,
¿cuándo se produjo el conflicto irresoluto por la hegemonía al interior del BP que debió
venir a mediar Tatán Piraña?
¿Dónde estarían las clases o fracciones apoyo para tal forma de Estado en la
formación chilena actual? ¿Existe hoy en Chile una clase campesina pequeña
propietaria significativa, o una pequeña burguesía aliada políticamente al BP, u otra
clase o fracción donde los detentadores del supuesto „bonapartismo‟ se pudiera n llegar
a apoyar?
¿Cuáles serían las otras fracciones de la gran burguesía que hoy pudieran enfrentarse
a la monopólico-financiera y capaces de disputarle su hegemonía en el BP y en el
bloque político de Estado?
Parte del trotskismo, mundial y vernáculo, quiere vender lo del bonapartismo, pues
apelan automáticamente a lo que dijera (parece que ad aeternum) su mentor, en los
tiempos en que hasta el Estado ruso de Koba era bonapartista (mote inscripto en el
Programa de Transición de 1938). Seguramente una visión ideologizada de la realidad
actual del SCM, lleva a esos sectores a plantearse imaginarias formas de Estado y de
gobierno, que puedan caber en sus predeterminados esquemas teóricos y afines con
sus escasas intervenciones en las prácticas políticas del campo popular. Sería de un
inestimable valor que tales „centrales‟ y „secciones‟ alcanzasen su liberación del yugo
del pasado y dieran paso a la elaboración y a la intervención en los términos
anunciados por el Amauta Mariátegui: “La revolución no debe ser calco ni copia, sino
creación heroica”.