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CAD, DOCUMENTOS, MC, DICIEMBRE 2010

EL ESTADO CAPITALISTA,

LA LUCHA DE

CLASES

Y EL BONAPARTISMO

(O que debiéramos decir cuando decimos ‘bonapartismo’)

COLECTIVO ACCIÓN DIRECTA


DICIEMBRE DE 2010
CAD, DOCUMENTOS, DIC IEMBRE DE 2010

EL ESTADO CAPITALISTA, LA LUCHA DE CLASES


Y EL BONAPARTISMO
(O que debiéramos decir cuando decimos ‘bonapartismo’)

“Puede llamarse "bizantinismo" o "escolasticismo" la tendencia degenerativa a tratar las


cuestiones llamadas teóricas como si tuvieran valor por sí mismas, independientemente de toda
práctica determinada”
Antonio Gramsci, “Contra el bizantinismo”

“Yo (…) demuestro cómo la lucha de clases creó en Francia las circunstancias y las
condiciones que permitieron a un personaje mediocre y grotesco representar el papel de
héroe”
Carlos Marx, “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”

A MODO DE PRESENTACIÓN
Así como un aprendiz de mago extrae un conejo desde un viejo sombrero, en el último
tiempo algunos aprendices de intelectuales orgánicos han sacado nuevamente al
tapete el término „bonapartismo‟, con el cual han bautizado/caracterizado al gobierno
de Tatán Piraña. Decimos „nuevamente‟, puesto que, en un despropósito anterior, el
trotskismo vernáculo caratuló como „bonapartista‟ al sistema político implantado con el
golpe del “73 (al cual, en otro yerro, el reformismo calificara de „fascista‟), cuando la
más adecuada definición de aquella forma de excepción del Estado burgués era la de
una „dictadura militar‟, subordinada a la fracción burguesa monopólico-financiera,
fracción hegemónica al interior del Bloque en el Poder ya por entonces.

La indiscriminada utilización del término „bonapartismo‟, con el que nuestros


prestidigitadores de marras caracterizan cuanto régimen político surja por ahí, expresa
un claro bizantinismo teórico, por cuanto le asignan a aquella expresión un valor con
vida propia y desarraigado de todo contexto, demostrando que algunos en la izquierda,
contumazmente, siguen formando parte de la recua que criticara el „Amauta‟ José
Carlos Mariátegui, aquella que “sabe de un radicalismo teórico que no logra
condensarse en fórmulas concretas y precisas”.

Antes de actuar con tanto ideologismo y sólo en el plano de lo ideológico, debiéramos


comprender que las dos proposiciones fundamentales del materialismo (dialéctico e
histórico) son: A.- La distinción de los procesos reales y de los procesos de
pensamiento, del ser y del pensamiento, y B.- La primacía del ser sobre el
pensamiento, de lo real sobre su conocimiento. Por consiguiente, tendríamos que
entender que si buscamos definir conceptualmente una forma de Estado o de gobierno
(proceso del pensamiento), esa definición debe tener base y estar determinada por las
relaciones sociales propias de las estructuras de la formación social (práctica o
proceso del ser). Con Poulantzas, diríamos, “Así, el trabajo teórico, cualquiera que sea
el grado de su abstracción, es siempre un trabajo que se sustenta en los procesos
reales”.1

Asimismo, suponemos que entre los marxianos se da por descontado que una verdad
teórica, descubierta en correspondencia con una determinada práctica, puede
generalizarse y considerarse universal en una época histórica siempre que se pruebe
su universalidad. Ésta se alcanza sí esa verdad se convierte: 1) en estímulo para
conocer mejor la realidad de hecho en un ambiente distinto de aquel en el cual se
descubrió, y en esto estriba su primer grado de fecundidad; y 2) una vez estimulada y
ayudada esa mejor comprensión de la realidad de hecho, en que pueda incorporarse a
esta realidad como si fuera expresión suya originaria. “En esta incorporación estriba la
universalidad concreta de aquella verdad y no meramente en su coherencia lógica y
formal, o en el hecho de ser un instrumento polémico útil para confundir al
adversario”.2 Actuando en contrario, si afirmamos que el componente decisivo y
definitorio del bonapartismo o del fascismo es la violencia, tendríamos que reconocer
que esos Estados de excepción existían ya en el Mundo Antiguo, lo que sería un
anacronismo por decir lo menos. “El carácter específico del fascismo no reside en el
hecho de que exprese la „agresividad enraizada en la naturaleza humana‟ -pues esto
se ha manifestado a través de innumerables movimientos históricos diferentes-, sino
más bien en el hecho de que sobre esta agresividad encaja una forma particular,
social, política y militar que jamás antes había existido. Consecuentemente, el
fascismo es un producto del capitalismo monopolista e imperialista. Todas las demás
tentativas de interpretación del fascismo en términos puramente psicológicos conllevan
la misma debilidad fundamental”. 3

A contrario sensu de las reconocidas propuestas metodológicas de la ciencia marxiana


que mencionamos, nos encontramos con la sorpresa que hoy, quizás obnubilados por
los resplandores de la euforia y supremacía del pensamiento lógico-idealista, existen
declarados „marxianos‟ que caracterizan un régimen político con este o aquel mote
(para nuestro objeto de crítica, con el recurso manido del término „bonapartismo‟), así,
sin parar mientes en su historicidad y efectos sobre la praxis. Tal actitud, sí fuera sólo
puro academicismo fútil o bien ignorancia supina, liviandad teórica o hasta un iluso
„radicalismo teórico‟, venga y pase, pero desgraciadamente tales caracterizaciones
tienen serias implicancias en las prácticas políticas del campo popular, en su papel en
la lucha política de clases, que sus detentadores no pueden desconocer. Los
Conceptos, que se expresan en palabras, pueden: paralizar, movilizar, desmovilizar,
atemorizar, impulsar, etc. De aquí entonces nuestro interés en enfrentar tales
analogías, carentes de todo asidero en la realidad, separando lo aparente de lo real, el
mero ideologismo del producto del estudio concreto, intentando la construcción
colectiva de los conceptos más adecuados para la transformación social en Chile. No

1
“Poder político y clases sociales en el Estado capitalista”, Nicos Poulantzas; Siglo XXI Editores, México, 29ª
edición, 2001; p. 3.
2
“Contra el bizantinismo”, Antonio Gramsci; textos de los cuadernos posteriores a 1931 (1932-1934), en
http://www.gramsci.org.ar/index.htm
3
“El Fascismo”, p.10; Revolta Global/Formació; Ernest Mandel, en: www.ernestmandel.org/es/escritos/.../ernest-
mandel-el-fascismo.pdf
obstante, y digámoslo desde ahora, la reiterada apelación a categorías sin base en lo
concreto de la formación histórica y en lo complejo del período, actitud y disposición
que criticamos en el presente trabajo, tiene su trasfondo ideológico; aquello viene con
su caballito de Troya.

DEMOCRACIA/DICTADURA BURGUESA
Empecemos por el comienzo. En el análisis político-histórico marxiano, la
„Democracia‟, entendida como la Democracia Moderna, es el fruto y justificación de las
Revoluciones Democrático-Burguesas libradas por la Burguesía en su conjunto y que
tienen su desarrollo, en lo cronológico, desde 1380, en Portugal, cuando la Burguesía
Comercial de Lisboa, deseosa de resguardar su expansión, necesita imponer su poder
político directo. No lo logra, pero la dinastía de los Avis lo hará en su nombre. Luego,
vendrá el caso de las dos revoluciones burguesas en Inglaterra, 1648 y 1688, en
donde destaca O. Cromwell, y que no hacen más que orientar a los Estuardo a
profundizar el derrotero burgués imperialista. La Revolución Francesa, 1789 a 1799,
será considerada el ejemplo clásico de revolución democrático-burguesa, que fracasa
en términos de su concreción histórica, pero que sienta las bases para que dentro de
la posterior Restauración germinen las semillas para el advenimiento de la Segunda
República y la realización del Estado burgués. No podemos desconocer el caso de
EEUU, que desde 1776 practicó el sistema „democrático‟. Son las revoluciones
democrático-burguesas de 1830-1848, en Europa Occidental, las que finalmente
determinan el sistema democrático como lo conocemos hasta hoy ; la realización de la
organización de poder de la burguesía.

En esencia, por antonomasia, LA “DEMOCRACIA” ES LA DEMOCRACIA


BURGUESA, el sistema político mediante el cual normalmente la burguesía
ejerce/oculta la dictadura de su dominación de clase en las Formaciones Capitalistas
(FC). Es la forma de Gobierno en donde la Burguesía domina a la clase trabajadora,
haciéndole creer a esta última que en él tiene cabida y participación, un Olimpo en
donde puede ser qué tal vez, qué quién sabe, los explotados tengan una remota
posibilidad de hacer algo, llenos de la vacua ilusión que se les ha instilado de que
pueden mejorarlo desde adentro.

Mas, cuando la gran burguesía, que hegemoniza el Bloque en el Poder (BP) y cuyo
interés general se encuentra en comunidad con el Bloque Político de Estado, no puede
mantener los niveles de dominación y de explotación con la necesaria tranquilidad, se
saca su careta de „democrática‟ y se ve impelida a recurrir a las formas de Estado de
Excepción Constitucional, sean estos el Bonapartismo, el Fascismo o la Dictadura
Militar, que responden en su aplicación a la situación y condicionantes de la lucha de
clases específica, en una formación determinada, apoyándose en diversas clases y
fracciones, con las que se pretende salvaguardar su interés general en vista a una
desfavorable coyuntura, aunque en ciertas ocasiones pareciera hacerlo en su propia
contra. Cada una de estas disrupciones en la forma „normal‟ de democracia/dictadura
constitucional burguesa es un gran tema en sí, pero por ahora nos interesa, para la
presente discusión, la mentada forma de excepción del Estado burgués llamada
„bonapartismo‟.
LO QUE SE DICE SOBRE EL BONAPARTISMO
Antes que todo, hagamos una revisión somera sobre lo que se dice del „bonapartismo‟.

Primeramente, decir que fueron otros intelectuales orgánicos de izquierda, diferentes


de Marx y de Engels (M-E), los que acuñaron el término „bonapartismo‟, pero no sólo
para referirse a la forma de Estado de excepción burguesa abierto tras el golpe de Luis
Bonaparte, sino que utilizándolo para definir otras muchas y descontextualizadas
situaciones políticas, más que todo desarraigadas de su propio momento histórico. Así,
es Trotsky quien destaca por su profusa utilización del concepto (“¡Abajo la camarilla
bonapartista del Caín-Stalin!”, inscribe en el famoso Programa de Transición,4 en que
se funda la IV Internacional de 1938). Los seguidores de Davídovich, con el argumento
de la “la plasticidad con que los clásicos marxianos estudiaban y caracterizaban ciertos
regímenes políticos”, le asignan el apodo de „bonapartista‟ a todo lo que huela a
sistema político de excepción burguesa, confundiendo forma de Estado con forma de
gobierno. Así, son bonapartistas la dictadura militar chilena, el actual gobierno de
Piñera; inclusive los gobiernos nacional-populares no basados en los partidos
tradicionales de izquierda (antes Cárdenas, en México; hoy Chávez, con su
„bonapartismo sui generis‟), etc.

No obstante, el mismo Trotsky, en una entrevista dada antes de ser alevosamente


asesinado por un agente estalinista, se muestra más lúcido sobre la temática: “El
elemento común al fascismo y al viejo bonapartismo es que utilizan la lucha de clases
para dar la mayor independencia posible al poder del Estado. Pero siempre hemos
subrayado que el viejo bonapartismo se produjo en una sociedad burguesa
ascendente, mientras que el fascismo es el poder del Estado de una sociedad
burguesa que decae”. 5 Sobre la primera parte de la tesis, no podemos más que
coincidir. Acerca de la segunda, sobre una sociedad burguesa moribunda, ya en otros
Documentos hemos señalado las propuestas del CAD contrarias a la idea casi
mitológica de Davidovich sobre el futuro „catastrófico‟ del Sistema Capitalista Mundial.

Otros en la izquierda, definen al bonapartismo como subsumido dentro de otro


concepto; el de „cesarismo‟. Así, el insigne teórico marxiano italiano A. Gramsci ni
siquiera apeló al bonapartismo, sino que define al régimen del sobrino como un
„cesarismo‟, que “expresa siempre la solución „arbitraria‟, confiada a una gran
personalidad, de una situación histórico-política caracterizada por un equilibrio de
fuerzas de perspectiva catastrófica”,6 aclarando que el „cesarismo‟ no siempre tiene el
mismo significado histórico. Puede existir un cesarismo progresista y uno regresivo; y
el significado exacto de cada forma de cesarismo puede ser reconstruido en última

4
“Programa de transición. La agonía del capitalismo y las tareas de la IV Internacional”, León Trotsky; 1938, en:
http://www.marxists.org/espanol/trotsky/1938/prog-trans.htm
5
“Sobre el Partido Obrero”, León Trotsky; Primera Edición en el número de octubre de 1940 de Fourth
International, en: www.marxists.org/espanol/trotsky/1940s/edm8.htm
6
“El Cesarismo”, Antonio Gramsci; textos de los cuadernos posteriores a 1931 (1932-1934), en:
http://www.gramsci.org.ar/index.htm
instancia por medio de la historia concreta y no a través de un esquema sociológico.
Es regresivo cuando su intervención ayuda a triunfar a las fuerzas regresivas, con
ciertos compromisos y limitaciones, los cuales, sin embargo, tienen un valor, una
importancia y un significado diferentes que en el caso progresista. César y Napoleón I
son ejemplos de cesarismo progresivo; Napoleón III y Bismark de cesarismo regresivo.

Los anti-marxianos también tienen su opinión, y hasta se dan el gusto de hacer


cócteles en diversas proporciones del fenómeno: “El cesarismo o su forma burguesa,
el bonapartismo, representa una concepción autoritaria y vertical del poder en torno a
un liderazgo carismático, cuya legitimidad se funda en una „supuesta‟ voluntad del
pueblo. Son procesos en los cuales se establece una relación jerárquica que implica
una subordinación incondicional de los seguidores a la figura del líder cesarístico [¿?],
quien se transforma en su portavoz único y exclusivo. (…) El gobierno de Chávez
constituye un vivo ejemplo de ese bonapartismo del pasado que surgió en [Venezuela
-N. de R.-] (…) como consecuencia de la crisis política y económica y de la
atomización de las fuerzas progresistas y revolucionarias”. 7 Nótese la hermandad
hermenéutica entre estos personajes y algunos de los seguidores del trotskismo,
cuando confunden forma de Estado con forma de gobierno.

Inclusive, los ex-marxianos también aportan lo suyo, y un famoso sociólogo nos dirá
que: “(…) las grandes naciones que, desde el Renacimiento, adoptaron fórmulas
políticas y prácticas representativas parlamentarias, han exhibido en este siglo [el XX –
N. de R.-], sin excepción, una tendencia poderosa hacia el bonapartismo, tendencia
que en Alemania, Rusia e Italia ha alcanzado su madurez, pero que también se nota
con rasgos muy acusados, por ejemplo, en Gran Bretaña y en los Estados Unidos”. 8

LA TEMÁTICA DEL BONAPARTISMO SEGÚN KARL Y FRIEDRICH


Como señalamos más arriba, paradojal resulta ser que el término „bonapartismo‟ no
figure en las dos obras de Marx (y que prologase Engels) que abordan la temática del
fenómeno del bonapartismo: “El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte”, que aparece
en 1852 y “Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850”, escrito en 1850 (pero
que vio la luz recién en 1895).9 Ahora bien, sin ser explicitado en ellos como tal (lo que
abrió las posibilidades para su uso, desatendiendo las condiciones históricas donde
ello se efectúa), en estas obras Marx y Engels (M-E) desarrollan un análisis sobre la
lucha de clases y las prácticas políticas del período revolucionario, 1848 a 1851,
contrastando contra este telón de fondo el papel que desempeña Luis Bonaparte.
Carlitos escribe la primera obra mencionada casi en caliente, en febrero de 1852,
cuando aún resuenan los ecos de los cañonazos con que el sobrino de Napoleón
Bonaparte, Luis Bonaparte (en realidad, Carlos Luis Napoleón Bonaparte), venció toda

7
“Bonapartismo y Populismo” [interrogación nuestra], José R. López Padrino [un ‘aplicado’ alumno de Harvard], 8
de abril de 2005, en: http://www.analitica.com/va/politica/opinion/6374007.asp
8
"Political Parties. A sociological Study of the Oligarchical Tendences of Modern Democracy”, Robert Michels;
Dover Publications, Inc., New York, 1959.
9
Para el presente trabajo, utilizamos los textos de Carlos Marx y Federico Engels indicados, que se pueden
confrontar con las copias de Marxists Internet Archive, enero de 2001, cuya fuente de texto digital es:
http://www.marxists.org/espanol/m-e/index.htm
oposición a su golpe de estado del 2 de diciembre anterior. El sobrino, un año
después, se haría coronar como emperador de los franceses con el nombre de
Napoleón III. De otra parte, Engels también aporta lo suyo a la discusión de la
temática, al prologar brillantemente el trabajo previo a El 18 Brumario -prefacio que
fuera cercenado por la socialdemocracia de la II Internacional-, el de “Las luchas de
clases en Francia de 1848 a 1850”, texto en que ambos profundizan en las
implicancias históricas que este período revolucionario dejara, sobre todo para el
proletariado europeo, y en donde también caracterizan el rol histórico y político del
famoso sobrino.

Ya en 1850, M logró ver con completa claridad, en base a sus estudios económicos, lo
que hasta entonces había deducido de un modo semiapriorista: que la crisis del
comercio mundial producida en 1847 había sido la verdadera madre de las
revoluciones de Febrero y Marzo de 1848, y que la prosperidad industrial, que había
vuelto a producirse paulatinamente desde mediados de 1848 y que en 1849 y 1850
llegaba a su pleno apogeo, fue la que dio nuevos bríos a la reacción europea otra vez
fortalecida. Es entonces que a M-E les queda sólo la confianza en una especie de
determinismo crítico,10 para el despliegue de un nuevo auge del movimiento popular
europeo. Posteriormente, M observa un descenso de esa prosperidad, desde
mediados de 1851, sin que ello llegue a configurar una crisis económica, pero que,
junto con las convulsiones al interior del BP, brinda el ambiente apropiado para el
golpe de Estado de L. Bonaparte.

A la par de lo anterior, M nos señala, al inicio de su obra El 18 Brumario, que es el


conjunto de las características de la lucha de clases y sus implicancias al interior de la
formación francesa, en la medianía del siglo XIX, lo que permite explicar la aparición
de un personaje aparentemente mediador del conflicto hegemónico de las clases
dominantes. Además, ¡y mucho ojo!, ya nos pone en guardia frente a la superficialidad
de las analogías históricas, en esa época, por ejemplo, respecto al uso del „cesarismo‟
por parte de la triunfante y necesitada de títulos clase burguesa: “La diferencia de las
condiciones materiales, económicas, de la lucha de clases antigua y moderna es tan
radical, que sus criaturas políticas respectivas no pueden tener más semejanza las
unas con las otras que el arzobispo de Canterbury y el pontífice Samuel”. Así, febrero
de 1848, cuando triunfa la 2ª revolución burguesa, sería la parodia de 1789
(movimiento revolucionario éste último en que el Jacobino pequeño burgués M.
Robespierre, conjuraba en su apoyo a la Virtud de los tiempos de la antigüedad greco-
romana). Con razón, Marx afirma que en las revoluciones burguesas, necesitadas de
ideologismos o de analogías históricas, la resurrección de los muertos servía para
glorificar las nuevas luchas, exagerando en la fantasía para cobrar conciencia de su
propio contenido. O sea, en aquel tiempo era la burguesía la que requería de
analogías históricas antojadizas, con el objeto de mantener el manto de autoridad de
un pasado glorioso. Hoy, del lado de la izquierda, parece que algunos allí les hace falta
apelar a trasplantes teóricos descontextualizados para justificar sus
sobreideologizadas visiones del mundo.

10
Federico Engels, prólogo a Las luchas de clases en Francia; op. Cit.
Las victoriosas jornadas populares del 24 febrero de 1848 lograron, entre otras
evoluciones del flamante Estado burgués, el sufragio universal. Mediante éste, llegó al
gobierno de la II república L. Bonaparte, luego de la elección presidencial del 2 de
diciembre del mismo año. No obstante, el voto no censitario duró bien poco (“Todo lo
que existe merece perecer”, nos recuerda Carlitos), hasta cuando es abolida por la
misma Asamblea Nacional, a mediados de 1850. La elección de Bonaparte (el
“Príncipe-Presidente”) fue resultado de la reacción de la masa de los campesinos
parcelarios, que habían pagado los costos de la citada revolución del 24 de febrero de
1848. Esta reacción tiene eco entre el ejército; entre la gran burguesía, que ve en él un
puente hacia la monarquía; inclusive entre los proletarios y los pequeños burgueses,
que lo observan como una salida a la dictadura de los republicanos burgueses más
despóticos.

En El 18 Brumario, M realiza dos tipos de periodizaciones sobre su objeto de estudio:


una primera, comprendida, en las estructuras, por el concepto de forma de Estado, y
en el campo de las prácticas de las clases dominantes por el concepto de BP y otra, a
propósito de la República constitucional, comprendida, en las estructuras, por el
concepto de formas de régimen. Estas periodizaciones y su distinción, las discutiremos
en detalle más adelante.

Por ahora, y sólo para efectos de una exposición cronológica del proceso en estudio,
utilizaremos el primer tipo de periodización. Así, M en su obra nos señala que el
proceso revolucionario de 1848 (caída del rey Luis Felipe de Orleans, el 24 de febrero
de 1848) y hasta diciembre del “51 (el „Segundo Brumario‟, el de Luis Bonaparte) “pasó
por tres períodos capitales que son inconfundibles: el período de febrero; el del 4 de
mayo de 1848 al 28 de mayo de 1849, período de constitución de la república o de la
Asamblea Nacional Constituyente; y el del 28 de mayo de 1849 al 2 de diciembre de
1851, período de la república constitucional o de la Asamblea Nacional Legislativa”. 11
Observemos aquí que M limita su periodización a las formas del Estado y a las
prácticas del bloque en el poder, situaciones que discutiremos más adelante, al igual
que la otra periodización, sita en el texto, en que M aporta otra periodización, a
propósito del período de la República constitucional: “Se divide a su vez en tres
períodos principales: del 29 de mayo al 13 de junio de 1849, lucha entre la democracia
y la burguesía, derrota del partido pequeñoburgués o demócrata; del 13 de junio al 31
de mayo de 1851, dictadura parlamentaria de la burguesía, es decir, de los orleanistas
y de los legitimistas coaligados, o del partido del orden, dictadura coronada por la
supresión del sufragio universal; del 31 de mayo de 1850 al 2 de diciembre de 1851,
lucha entre la burguesía y Bonaparte, caída de la dominación burguesa, caída de la
República constitucional o parlamentaria “

Sí atendemos a la primera periodización, la de las formas del Estado y de las prácticas


del BP, podemos observar que en una primera instancia, los sectores más
revolucionarios se dedicaron a desgajar algunas reformas políticas democráticas de la
parte más conservadora del Bloque Político de Estado, pero se empeñaron en un
timorato régimen puramente provisional. Mientras tanto que los otros, las viejas

11
“El 18 Brumario…”; op. Cit.
fuerzas, trataron de ensanchar el círculo de los privilegiados en el Bloque Político de
Estado y en el BP, restándole relativa importancia a la burguesía „financiera‟ (M la
llama así, aunque preferiríamos „bancaria‟, para diferenciarla de aquella otra fracción
burguesa que surgirá en la segunda mitad de ese siglo XIX, fruto de la fusión del
capital bancario con el industrial). 12 En esta „República Social‟, los primeros sectores
se apoyan en los proletarios y en otros „republicanos puros‟ (pequeños burgueses
demócratas), mientras que los segundos, en los campesinos y en los pequeños
burgueses.

El segundo período es el de la constitución, de la fundación de la república burguesa.


Se elige una Asamblea Nacional dominada por las fuerzas burguesas, cuyo estandarte
es el partido pequeño burgués democrático. Por su parte, las fuerzas de la gran
burguesía, poseedoras en común de una gran vocación monárquica, se unifican y
organizan en el Partido del Orden (PO), siendo ellas las correspondientes a la fracción
legitimista y borbónica, devenida en representante de la gran propiedad territorial y la
fracción borbónica-orleanista, aliada del último rey, representante de los intereses de
la industria y de la banca. Ante la amañada mayoría que logra la burguesía en la
elecciones para la Asamblea Nacional (mayo del “49), otorgada por los
Departamentos, de base campesina parcelaria, el pueblo de París intenta disolverla
(23 al 26 de junio “48, en la que fuera la primera gran guerra civil de la historia entre el
proletariado y la burguesía), pero sus fuerzas son derrotadas y Blanqui y los
proletarios más consecuentes (opuestos a los republicanos más moderados) son
detenidos, muertos o exiliados. Se abre un lapso de verdadera república burguesa, en
que domina la totalidad de ella en nombre del pueblo, vence el lema: “¡Propiedad,
familia, religión y orden!” Ahora el estandarte del Bloque Político en el Poder, pasa al
amplio Partido Republicano burgués, que desaloja a su vez al partido pequeño
burgués demócrata, y empezará su liderazgo dirigiendo la represión a los proletarios y
pequeños burgueses socialdemócratas de junio.

Aún durante el segundo período, el mismo PO propone disolver la Asamblea


Constituyente, permaneciendo Bonaparte oculto tras esa decisión (aunque siempre
estuvo interesadamente eclipsado detrás de los representantes de la gran burguesía).
Pero, esto significó un verdadero golpe de Estado contra los sectores republicanos
burgueses y las jesuíticas razones esgrimidas por el PO para pasar a un Estado más
definido, en que se obtuviese más crédito, le sirvieron a Bonaparte para justificar
posteriormente, el 2 de diciembre del “51, su propio golpe. En este período, el PO va
salir todo disgregado, sufriendo con las mismas penas que infligió a los republicanos, y
eso que este mismo PO era un portavoz nato de los intereses de la gran burguesía,
que le agradecía su cuidado del orden y por el sistema proteccionista que preconizaba.

Durante el tercer período, se establece la república parlamentaria, que vendría a ser la


única forma posible en que podían estar unidos “los dos grandes sectores de la
burguesía francesa, y por tanto poner a la orden del día la dominación de su clase en

12
Dice M, sobre la sobreviniente fracción bancaria: “La que dominó bajo Luis Felipe no fue la burguesía francesa
sino una fracción de ella: los banqueros, los reyes de la Bolsa, los reyes de los ferrocarriles, los propietarios de
minas de carbón y de hierro y de explotaciones forestales y una parte de la propiedad territorial aliada a ellos: la
llamada aristocracia financiera”; Ídem.
vez del régimen de un sector privilegiado de ella”. Sin embargo, la república socavaba
la base de su dominación y los enfrentaba directamente con las clases sojuzgadas. A
mediados del “49, la socialdemocracia, la nueva “Montaña”, se alza contra el PO, pero
su inconsecuencia e indecisión, que deja en la estacada nuevamente al proletariado
que se levanta junto a ella, le llevan a la derrota. Con todo, la represión del PO a los
levantiscos brinda a Bonaparte nuevos argumentos para aplicarlos luego a ellos.
Además, a fines de ese año, expulsa al gabinete que integraran los del PO, con lo que
la gran burguesía perdía su influencia sobre el ejecutivo y sobre la sociedad civil. Esto
último demuestra su talón de Aquiles: ella tiene interés material en la conservación de
la maquinaria del Estado; políticamente, por su situación de clase, se ve forzada a
destruir las condiciones de vida de todo poder parlamentario, inclusive el propio, y por
otra parte, se ve obligada a hacer irresistible el poder ejecutivo hostil a ella.
Finalmente, en lo que era su última posible línea de defensa, Bonaparte disuelve la
Guardia Nacional, órgano popular voluntario y armado, lo que viene a dejar
completamente inerme a la burguesía frente al futuro absolutismo. Pero, en medio de
la tragedia anunciada, la dominación de la gran burguesía igual aparecía como
incondicional. Sus dos fracciones se ponían de acuerdo en los medios de dominación,
mediante el „gendarme‟ y el „cura‟, exacerbando los ánimos de la futura base de apoyo
de Napoleón III, de la forma del Estado de excepción llamada bonapartismo: la masa
de los campesinos parcelarios, disconformes con las ciudades y sus embrollos,
referidos a las pugnas entre burgueses y proletarios.

Al revés de la 1ª Revolución francesa, esta 2ª, la del “48 al “51, tiene un sentido
„descencional‟. Nos ilustra Carlitos: “El partido proletario aparece como apéndice del
pequeño burgués-democrático. Este le traiciona y contribuye a su derrota en tres
ocasiones. A su vez, el partido democrático se apoya sobre (…) el republicano
burgués. Apenas se consideran seguros, los republicanos burgueses se sacuden el
molesto camarada y se apoyan, a su vez, sobre (…) el partido del orden. El partido del
orden deja caer a los republicanos burgueses (…) y salta, a su vez, a los hombros del
poder armado”. Y este le abandona, posteriormente, tras la gloria y el salchichón.

Las masas populares, escindidas y diferenciadas, no lograron una unidad que fuera
más allá del sentimiento de las penalidades comunes, y no alcanzaron a cuajar en una
fuerza social que, golpeando junto con otros aliados del bloque histórico, enfrentará a
sus enemigos de clase. “El que incluso este potente ejército del proletariado no
hubiese podido alcanzar todavía su objetivo, y, lejos de poder conquistar la victoria en
un gran ataque decisivo, tuviese que avanzar lentamente, de posición en posición, en
una lucha dura y tenaz, demuestra de un modo concluyente cuán imposible era, en
1848, conquistar la transformación social simplemente por sorpresa”.13 Pero las masas
mismas habrían de crear las condiciones bajo las cuales estas aspiraciones pudieran
madurar.

La pequeña burguesía en todas sus gradaciones, al igual que la clase campesina,


había quedado completamente excluida del poder político. Finalmente, en el campo de
la oposición oficial o completamente al margen del pays légal se encontraban los

13
Federico Engels, en su prólogo de Las luchas de Clases en Francia…; op. Cit.
representantes y portavoces ideológicos de las citadas clases, sus sabios, sus
abogados, sus médicos, etc.

Una burguesía monárquica, escindida en dos sectores dinásticos, que ante todo
necesitaba tranquilidad y seguridad para sus negocios pecuniarios, y frente a ella un
proletariado, vencido ciertamente, pero no obstante amenazador y en torno al cual se
agrupaban más y más los pequeños burgueses y los campesinos, conformaba un
cuadro de amenaza constante de un estallido violento que, a pesar de todo no
brindaba la perspectiva de una solución definitiva. Tal era la situación, como hecha de
encargo para el golpe de Estado del tercer pretendiente, del pseudodemocrático
pretendiente L. Bonaparte. “Este, valiéndose del ejército, puso fin el 2 de diciembre de
1851 a la tirante situación y aseguró a Europa la tranquilidad interior, para regalarle a
cambio de ello una nueva era de guerras. El período de las revoluciones desde abajo
había terminado, por el momento; a éste siguió un período de revoluciones desde
arriba”.14

NO EXISTE LA VERDAD ABSTRACTA, LA VERDAD SIEMPRE ES CONCRETA


Algunos teóricos de izquierda (aunque también de derecha) plantean que a partir de
los textos en comento hemos heredado del genio de Tréveris la categoría del
„bonapartismo‟, y con ésta expresión caracterizan/animan formas de gobierno en
ciertas formaciones, sin atender a que su primigenio desarrollador se refería a una
forma de Estado de excepción burgués, a la par de desconocer la necesaria
vinculación de tal categoría con la lucha de clases y la coyuntura concreta en esas
formaciones, además de no vincularla con la etapa concreta de desarrollo del MPC
que ella curse. En una palabra, lo que desconocen con su proceder aquellos
estudiosos es que, en esos mismos textos, lo que M-E describen es una forma de
Estado de excepción, que, impuesta en el contexto de la lucha de clases de la Francia
decimonónica, respondía, en última instancia, a los intereses de la fracción
hegemónica del BP en los Estados burgueses europeos, que ya entonces
correspondía a la fracción bancaria. Por ende, para que el concepto sirva de efectiva
herramienta de estudio, para poder servir de verdad universal, se supone que sus
descuidados manipuladores debieran cuidar la existencia de similares características
entre el origen histórico del fenómeno bonapartista y la formación que deseen bautizar ,
para que, mediante su empleo, coadyuve en la comprensión dialéctica del nuevo
contexto, dando paso a una elaboración precisa del fenómeno in situ.

Digamos de paso, frente a aquellos ligeros de pluma, que la mayoría de los textos
clásicos marxianos (de M-E, de Lenin, de Gramsci, etc.) que versan, parcial o
totalmente sobre el objeto de la ciencia política en su forma abstracta-formal, son
principalmente textos de lucha ideológica. Están concebidos como respuestas
urgentes a ataques o deformaciones de la teoría mar xiana y por ello sus autores se
ven obligados frecuentemente a situarse en el terreno ideológico de los textos que
refutan. “Esos textos contienen con frecuencia conceptos auténticos, pero obliterados
por su inserción en la ideología y que no pueden descubrirse sino por todo un trabajo

14
Federico Engels, prólogo a Las Luchas de Clase en Francia…; op. Cit.
de crítica”.15 Por si fuera poco, tratan de objetos reales-concretos, es decir de
formaciones históricamente determinadas (la Francia, en transición desde un tipo de
monarquía a otra, 2ª República mediante, para M-E), en un momento de su
desenvolvimiento. Por consiguiente, contienen una serie de conceptos muy concretos
relativos al conocimiento de aquella coyuntura, lo que no es todo, pues, por la
ausencia de obras teóricas sistemáticas en este dominio, tratan al mismo tiempo d e
objetos abstracto-formales y de los reales-concretos. Así, estas obras políticas
contienen hasta los conceptos más abstractos, pero ya en el „estado práctico‟, no en
una forma teóricamente elaborada. Entregados los clásicos al ejercicio directo de su
propia práctica, no hicieron explícitamente la teoría, en lo estricto de la palabra. Lo que
se encuentra finalmente en sus obras es ya un cuerpo ordenado de conceptos
presentes en el discurso y destinados, por su función, a dirigir directamente la práctica
política en una coyuntura concreta, pero no teóricamente elaborados en su potencial
amplitud.

Ahora bien, puestos a estudiar esos textos, debemos volver a poner, mediante una
elaboración (no copia o definiciones sin arraigo), los diversos conceptos contenidos en
ellos en el lugar que les corresponde en el proceso de pensamiento. Si bien en esa
elaboración los conceptos sufrirán transformaciones necesarias, se debe tratar de
descubrir en qué medida algunos de ellos, aparecidos en el estudio de lo político de
una formación capitalista concreta, funcionan realmente en el campo de lo político –
debidamente transformados o no- en el MPC, y valer “así para las formaciones
capitalistas en general –en realidad para todas las formaciones capitalistas posibles-,
como el concepto „bonapartismo‟ producido a propósito de la Francia de L. Bonaparte
y cuyo campo es el tipo capitalista de Estado”. 16

A diferencia de El Capital, donde M elabora observaciones que constituyen


ilustraciones de la presencia no acabada de lo político en lo económico, éstas no están
destinadas a producir conceptos más concretos para el conocimiento de las
formaciones sociales, tal como ocurre con El 18 Brumario. No obstante, los conceptos
que M-E despliegan en éste último texto igualmente sufren la necesidad de ser
utilizados en caliente en la lucha ideológica, además, se puede observar en el mismo
la presencia de unos conceptos reales-concretos (la Francia de mediados del siglo
XIX) junto a otros abstracto-formales (el Estado capitalista en general). Asimismo,
debemos considerar el hecho concreto de que los dos textos en comento tuvieron, y
tienen aún (y la presente discusión lo demuestra fehacientemente) , un eminente
carácter de armas para la lucha y las prácticas ideológicas. Aquellas irregularidades
constitutivas de los textos clásicos, hijas de la urgencia de la práctica política, dan pie
a diversas y a veces enfrentadas exégesis suplementarias de ciertos arúspices, las
que terminan dando un sentido y una aplicación irreconciliables con los conceptos
planteados en su momento por los primigenios autores de esos textos.

Por otra parte, aquellos sectores que utilizan livianamente el término „bonapartismo‟,
con su actitud acientífica demuestran que no entienden lo que significa la frase
15
“Poder político y clases sociales en el Estado…”; p. 15.
16
Ídem; p. 16.
inscripta en El 18 Brumario, esa que dice que “Es bajo el segundo Bonaparte cuando
el Estado parece haber adquirido una completa autonomía”. Para abordar este vasto
aspecto del Estado capitalista, aunque someramente, habría que efectuar algunas
precisiones preliminares. Así, debemos señalar que la construcción del concepto de
Estado en los diversos modos de producción, es decir, la delimitación de los tipos de
Estado, depende de las formas diferenciadas que reviste, en esos diversos modos, la
función general del Estado como factor de cohesión de la unidad de una formación
social. Esas formas diferenciadas dependen del lugar del Estado en los diversos
modos de producción, y establecido así que esa se hace específica para el Estado
capitalista a causa precisamente de la autonomía respectiva de lo económico y de lo
político característica del MPC. “Esta especificidad de las instancias del MPC, que
asignan al Estado su lugar en ese modo „puro‟, es precisamente una autonomía
específica de ese Estado en relación con lo económico: es ella la que regula, como
invariante constante, las variaciones de intervención y de no-intervención de lo político
en lo económico y de lo económico en lo político”.17 De aquí que se produzca, con el
despliegue del MPC y de la hegemonía burguesa, una asignación de funciones
interrelacionadas entre el Estado, lo político, y lo económico, la formación económica,
pero relativamente autónomas, dando pie a la existencia de regímenes políticos que
aparecen como actuando fuera de la hegemonía y de los intereses de la fracción
dominante, pero que no alcanzan más allá de la resolución política provisional de la
impasse que los origina y determina, puesto que, al actuar en la región de las formas
jurídico-políticas, no inciden en la esfera de las relaciones de propiedad, perteneciente
a la región de lo económico y en que, existiendo un claro dominio del bloque
dominante y, entre este, de su fracción dominante, esa región aparece como un
producto general de la formación y no un sistema creado a imagen y semejanza de la
gran burguesía.

Tampoco hacen distingo, esos diletantes del nominalismo, entre la superestructura


jurídico-política del Estado, lo que puede llamarse lo político, y las prácticas políticas
de clase –lucha política de clase-, lo que puede llamarse la política. Así, no diferencian
y no relacionan correctamente entre las estructuras de una formación por una parte, y
las prácticas de clase, o sea, el campo de la lucha de clases, por otra. Si bien hay
elementos anti-históricos (concepto de historia totalmente diferente con el de un
devenir lineal simple) en la proposición marxiana de la lucha de clases como motor de
la historia, ello se debe a que lo político en la estructura de una formación social debe
considerarse como un nivel específico, pero, por otra parte, también como un nivel
decisivo en que se reflejan y condensan las contradicciones de esa formación; es
decir, que la práctica política, que tiene por objeto el Estado, produce las
transformaciones de la unidad y por lo tanto es el “motor de la historia”.

¿Cómo y por qué se puede dar una forma de Estado de excepción burgués a la
cabeza del tipo de Estado capitalista, sin que se vean afectadas las bases de éste?
Para resolver ello es preciso recordar la concepción marxiana científica de la
superestructura del Estado y demostrar que, en el interior de la estructura de varios
niveles separados por un desarrollo desigual, el Estado posee la función particular de

17
Ibídem, pp. 177-178.
constituir el factor de cohesión de los niveles de una formación social de clases
(poderoso factor que se convierte, a su vez, en el talón de Aquiles del mismo). Desde
ésta función de orden o de organización del Estado se extraen diversas modalidades,
referidas a los niveles en que se ejerce en particular, sin embargo, el rol sigue
cumpliendo un papel global político. Por ello, si no se hace una adecuada y precisa
determinación del rol del Estado, podemos caer en la tesis que lo relaciona con la
„sociedad‟ independientemente de la lucha de clases, oponiendo las „funciones
sociales‟ del Estado a su función política, que sería la única enlazada con la lucha y la
opresión de clases (un ejemplo es la tesis socialdemócrata sobre el Welfare State). En
resumen, “el predominio de la función económica del Estado sobre sus otras funciones
se conjuga con el papel predominante del Estado, pues la función de factor de
cohesión necesita su intervención específica en la instancia que detenta precisamente
el papel determinante de una formación social: lo económico”. 18

Marx, en El 18 Brumario, expone como la burguesía logra su ocultación política de


clase tras el régimen de L. Bonaparte. Además, en su análisis de este período,
podemos comprobar la diferencia esencial entre la organización de clase en sentido
amplio, que delimita el concepto de práctica con „efectos pertinentes‟, y la organización
de poder. 19 Por ejemplo, los campesinos parcelarios allí descritos reciben de L.
Bonaparte una organización de existencia, sin tener por eso ningún poder pues él no
satisfizo ningún interés de esa clase. Pero, por otra parte, si esa organización
específica de una clase es la condición necesaria de su poder, no por eso es la
condición suficiente. Esta observación nos permite ver mejor las razones de la
distinción entre la práctica con efectos pertinentes de una clase y su organización de
poder.

Como la capacidad de una clase para realizar sus intereses, cuya condición necesaria
es la organización de poder, depende de la capacidad de otras clases para realizar sus
intereses, podemos observar que efectivamente, al ser derrotado el Movimiento
Popular francés tres veces durante 1848-1851, no era una fuerza que se considerase
en capacidad de amenazar seriamente el poder de la burguesía. Esta última,
despejado su camino respecto de su principal enemigo de la práctica política, debe
definir de entre sus fracciones cual será la que detentará el poder político, lo que nos
lleva al tema de donde o desde donde se ejerce éste.

Las instituciones (concepto diferente al de Estructura), consideradas desde el punto de


vista del poder, no pueden sino ser referidas a las clases sociales que detentan el
poder. “Ese poder de las clases sociales está organizado, en su ejercicio, en
instituciones específicas, en centros de poder, siendo el Estado en ese contexto el
centro del ejercicio del poder político, lo cual no quiere decir, sin embargo, que los

18
Ídem, p. 58.
19
Los efectos pertinentes de una fuerza social pueden llegar o no a generar una organización en partido político
distinto y autónomo. La presencia específica de ellos se relaciona con la expresión, en la escena política, de
fuerzas sociales, que presuponen, por lo menos, umbrales de organización. R especto a los “efectos pertinentes”,
M, en su Carta a Bolte de noviembre de 1871 y a propósito del programa de Gotha, señala: “Así, un movimiento
político (…) es un movimiento de la clase para realizar sus intereses en una forma general, en una forma que
posee una fuerza social apremiante universal”.
centros de poder, las diversas instituciones de carácter económico, político, militar,
cultural, etc., sean simples instrumentos, órganos o apéndices del poder de las clases
sociales”.20 Decir, entonces, que esas instituciones en que se basaba el poder de L.
Bonaparte (o algún personaje en similares circunstancias), lo permitían por esa
autonomía y especificidad estructural que, en cuanto tal, no puede ser inmediatamente
reductible a un análisis en términos de poder. Las diversas instituciones no
constituyen, en cuanto a poder, “órganos de poder”, sino centros de poder, por cuanto
son instrumentos del ejercicio de un poder de clase que las preexiste y que las crea
para los fines de su cumplimiento eficaz. Es decir, que cualquiera fuere la gestión y
orientación aparentes del régimen de L. Bonaparte, sus centros de poder (la policía, el
ejército, los jueces, etc.), responderían, en última instancia, al ejercicio del poder de la
gran burguesía, a su dirección hegemónica.

Aclarando lo anterior, agreguemos que hay centros y centros, desplazándose el centro


de gravedad entre ellos hacia los que concentran el poder efectivo, en el sentido de
que las relaciones reales de poder de las clases se reflejan más en uno que en otro.
Ese desplazamiento depende tanto del lugar de un centro, en relación con las
estructuras de una formación, como de las relaciones de poder en el campo de la
lucha de clases. 21

Aplicar el término „bonapartismo‟ a cualquier forma de gobierno „autoritario‟, de


derecha o de izquierda, donde lo concreto del concepto de hegemonía pareciera
indicar una situación histórica en la que el dominio de clase se reduce al simple
dominio por la fuerza y la violencia, es de una simpleza ramplona, pues ni siquiera
implicaría la funciones de dirección y la ideológica particular (por medio de las cuales
la relación dominantes-dominados se funda en un “consentimiento activo” de las
clases dominadas), funciones que, según algunos destacados marxianos, 22
complementarían aquel concepto. Cabe agregar que, aún con la inclusión de esas
funciones, la conceptualización de la hegemonía „complementada‟ sigue siendo
insuficiente, toda vez que el sesgo hegeliano de la conciencia de clase que contiene,
oculta en ella precisamente los problemas reales que analiza bajo el tema de la
separación de la sociedad civil y del Estado.

Esclareciendo más lo expresado arriba, debemos decir que el concepto de hegemonía


permite descifrar la relación entre las dos características del tipo de dominio político de
clase que presentan las FC. La clase hegemónica es la que concentra en sí, en el nivel
político, la doble función de representar el interés general del pueblo-nación y de
detentar un dominio específico entre las clases y fracciones dominantes (dentro del
“bloque en el poder”): y esto, en su relación particular con el Estado capitalista. A su
vez, “En este tipo de Estado se pueden delimitar „formas de Estado‟ y „formas de

20
Ibídem, p. 140 (con cursivas en el original).
21
Decir que Lenin –en “Una de las cuestiones fundamentales de la Revolución” y “A propósito de las consignas”,
en Obras Completas, t. 25-, señala que se pueden hacer distinciones entre el poder formal y el poder real,
referidas a las instituciones, a propósito del poder político y de su tesis del “doble poder”, el que se establecía
entre el Estado burgués y los Soviets.
22
Como lo señalado por A. Gramsci, en su “Note sul Machiavelli, la política e lo Stato moderno”, Turín, Einaudi,
1949.
gobierno‟”, 23 donde la determinación de la superestructura del Estado tiende a
determinar dos aspectos: su especificidad y su periodización. O sea, que dicho estudio
nos debiera permitir, de una parte, dilucidar el lugar y la función del „bonapartismo‟ en
el contexto complejo del MPC; y, por otra, a qué etapa o estadio de una FC pertenece
esa forma de Estado en particular.

Antes de la 2ª República, durante la Restauración borbónica y la monarquía de Luis


Felipe de Orleans (1814-1830 y 1830-1848, respectivamente), ya existía un BP con
tres fracciones burguesas (de entre las cuales, en las últimas décadas del s. XIX,
surgiría la fracción monopólico-financiera): la gran terrateniente, la financiera (mejor
llamarle „bancaria‟) y la industrial, siendo la fracción hegemónica la burguesía
financiera (a diferencia de las formaciones inglesa y alemana de la época, en que ese
lugar correspondía con mucha frecuencia al capital comercial e industrial) . 24 Ello no
tuvo grandes cambios durante la República, que no derribó, sino al contrario constituyó
la aristocracia financiera. El BP de la República, no representaba un reparto equitativo
del poder entre las diversas fracciones integrantes, sino que, como se dijo, reposaba
sobre la hegemonía de la fracción financiera. Esa hegemonía reviste, en relación con
la forma republicana de Estado, una forma diferente que la hegemonía de la misma
fracción en el BP de la monarquía constitucional. Tal hegemonía se logra por cuanto lo
hace posible la unidad propia del poder institucionalizado del Estado capitalista, donde
esta unidad particular de las clases o fracciones dominantes, en relación con el
fenómeno del BP, hace que las relaciones entre ellas no puedan consistir, como era el
caso para otros tipos de Estado, en un „reparto‟ del poder del Estado. La clase o
fracción hegemónica polariza los intereses contradictorios específicos de las diversas
clases o fracciones del BP, constituyendo sus intereses económicos en intereses
políticos, que representan el interés general común de las clases o fracciones del BP:
interés general que consiste en la explotación económica y en el dominio
político.

Era la República parlamentaria pre-bonapartista la única forma de Estado donde el


interés general de clase de la hegemónica aristocracia financiera, podía subordinar a
la vez las pretensiones de las diversas fracciones del BP y de todas las demás clases
de la formación. 25 Sin embargo, esa concentración de la doble función de hegemonía
en una clase o fracción, inscrita en el juego de las instituciones del Estado capitalista,
no es sino una regla general cuya realización depende de la coyuntura de las fuerzas
sociales. Se comprobarán también las posibilidades de desajustes, de disociación y de
desplazamiento de esas funciones de la hegemonía en clases o fracciones diferentes
–una que representa la fracción hegemónica del conjunto de la sociedad, otra,
específica, la del BP-, lo que tiene consecuencias capitales en el nivel político.

Al trastornarse las relaciones de fuerza al interior del BP, con el advenimiento del
„bonapartismo‟, se habría producido una transformación de la forma del Estado (no del

23
“Poder Político y clases sociales…”, p. 176.
24
“La théorie politique marxiste en Grande-Bretagne”, N. Poulantzas, donde crítica a P. Anderson y T. Nairn. La
diferente hegemonía al interior de los BP, que se observaba entre la formación francesa y la alemana, hace
entonces diferentes, en sus implicancias y efectos, al ‘bonapartismo’ con el ‘bismarckismo’.
25
“Las luchas de clases en Francia”; op. Cit.
tipo de Estado). A su vez, al disolverse la alianza del BP con la pequeña burguesía –
pasando ésta de la situación de aliada a la de satélite-, al final del primer período de la
República parlamentaria (derrota del partido pequeñoburgués o demócrata), ello no
condujo a la sustitución de esa forma de Estado por otra, sino, en ese caso preciso, a
una transformación de la forma de régimen, desde la República Democrática a la
Dictadura Parlamentaria de la Burguesía (o del PO, de orleanistas y legitimistas
coaligados).

Los conceptos de BP y de alianza son completados por M, en lo que concierne


siempre a las variaciones en los límites de una forma de Estado o de un bloque en el
poder, de un estadio determinado, por otro, que comprende una categoría particular de
relaciones entre las clases del bloque en el poder y otras clases: “se trata de las clases
sobre las cuales se “apoya” una forma del Estado capitalista. Casos típicos de esas
clases-apoyo: los campesinos parcelarios en el marco del bonapartismo; la pequeña
burguesía a fines del primer período de la República parlamentaria; el
Lumpenproletariat del bonapartismo”. 26

El campesinado parcelario sirve de clase-apoyo, sin que se comprometa ningún


interés del BP y de las clases aliadas a su favor, y tal apoyo para el Estado
bonapartista se basaba sobre todo un contexto ideológico (una ilusión ideológica),
relativo a la „tradición‟ y a los orígenes de L. Bonaparte. El Pelao aseguraba que se les
debía vender a tales apoyos una ilusión ideológica, que revestiría la forma política
particular del fetichismo del poder: creencia en un Estado por encima de la lucha de
clases y que podría servir a sus intereses en contra de los del BP, o creencia en un
Estado-guardián que impida que otras clase puedan conquistar el poder. En ambos
casos, la ocultación ideológica particular de la naturaleza y de la función del Estado,
así como de su papel de mediador entre clases-apoyos por una parte, y el bloque en el
poder y las clases aliadas por otra, se debe también, además, al grado de
subdeterminación política característica de las clases-apoyos, a su incapacidad para
erigirse en una organización política autónoma, dado su lugar particular en el proceso
de producción. Su organización política pasa por la mediación directa del Estado, y es
el caso clásico de los campesinos parcelarios y con frecuencia de la pequeña
burguesía. Dicho de otra manera, la hendidura entre el bloque en el poder y la alianza
de un lado, y el apoyo del otro, se manifiesta también en la incapacidad de
organización política autónoma de las clases-apoyos.

Respecto a la distinción entre las formas de Estado y las formas de régimen, M expone
en el 18 Brumario un interesante desarrollo sobre ambas periodizaciones. Así, en torno
al concepto de formas de Estado, dirá: “Deben distinguirse tres períodos principales: 1)
el período de febrero, 2) del 4 de mayo de 1848 al 29 de mayo de 1849, período de la
constitución de la República o de la Asamblea Nacional Constituyente; 3) del 29 de
mayo de 1849 al 2 de diciembre de 1851, período de la República constitucional o de
la Asamblea Nacional Legislativa”. Se trata precisamente de la periodización
comprendida, en las estructuras, por el concepto de forma de Estado, y en el campo
de las prácticas de las clases dominantes por el concepto de BP.

26
“Poder político y clases sociales…”; p. 315.
Luego, en el mismo 18 Brumario, agregará otra periodización sobre el período de la
República constitucional, que dice: “Se divide a su vez en tres períodos principales: del
29 de mayo al 13 de junio de 1849, lucha entre la democracia y la burguesía, derrota
del partido pequeñoburgués o demócrata; del 13 de junio al 31 de mayo de 1851,
dictadura parlamentaria de la burguesía (...), coronada por la supresión del sufragio
universal; del 31 de mayo de 1850 al 2 de diciembre de 1851, lucha entre la burguesía
y Bonaparte, caída de la República constitucional o parlamentaria”. Ésta otra
periodización está comprendida, en las estructuras, por el concepto de formas de
régimen, cuyas transformaciones no pueden ser directamente referidas a
modificaciones de la relación de lo político y de lo económico que mar can las
transformaciones de las formas de Estado, sino que se refieren a las estructuras
propias del Estado capitalista (a la representatividad de los partidos, a la institución del
sufragio, etc.).

En la 2ª periodización ésta de Carlitos, él circunscribe el espacio particular al de


escena política, resaltando que ese espacio particular del nivel de las prácticas
políticas de clase contiene la lucha de las fuerzas sociales organizadas en partidos
políticos, de su organización de poder y sus relaciones con los partidos. Esto le da
mayor gravitación relativa al sufragio universal y a sus implicaciones políticas. Sin
embargo, la delimitación de ese nuevo espacio de la escena política plantea ciertos
problemas teóricos. El principal: “la existencia de una clase o fracción como clase
distinta o fracción autónoma, es decir, como fuerza social, supone su presencia en el
nivel político por „efectos pertinentes‟. No obstante, esa presencia en el nivel de las
prácticas políticas se distingue de la presencia en la escena política; esta última
supone la organización de poder de una clase, distinta de su práctica política”. 27
Asimismo, Lenin hace tal distinción y plantea su concepto de acción abierta o acción
declarada, concepto que preexiste en Carlitos en un estado práctico bajo la expresión
de acción verdadera.

Con Carlitos, entonces, podemos decir que es en esa escena política, en ese espacio,
donde se pueden dar una serie de desajustes entre los intereses políticos y las
prácticas políticas, de una parte, así como en su representación en partidos políticos y
los partidos mismos, por otra, tanto en el caso de las fracciones burguesas como de la
mediana y pequeña burguesía de la formación francesa de mediados del s. XIX. Él
analiza tales desajustes a través de su problemática de la „representación‟ . Asimismo,
la delimitación exacta de la escena política, que constituye el campo de la segunda
periodización, permite por ejemplo establecer las relaciones fundamentales entre las
formas de régimen y el campo de la acción de los partidos (como fue el caso para las
relaciones de las formas de Estado y del BP).

A este respecto de la „ escena política‟, Gramsci emplea la expresión „terreno de los


partidos‟ y en su análisis del 18 Brumario, no hablando más que de una crisis de la
escena política, nos dirá: “En cierto momento de su vida histórica, los grupos sociales
se desprenden de sus partidos tradicionales, es decir, que los partidos tradicionales,

27
“Poder político y clases sociales…”; p. 320.
en la forma de organización que presentan, con los hombres bien determinados que
los constituyen, los representan y los dirigen, ya no son reconocidos como la expresión
de su clase o fracción de clase (…) ¿Cómo se forman esas situaciones de oposición
entre „representados y representantes‟ que, del terreno de los partidos (…) se reflejan
en todo el organismo del Estado?”.28

Respecto de otras peculiaridades concernientes a la periodización de la escena


política, M agrega que son muchos los casos en que una clase o fracción está ausente
de ella, aunque siga presente en la periodización relativa al BP. Así, durante lo que se
ha denominado la forma de Estado bonapartista, en la Francia de fines de 1851 en
adelante, se encuentra ausente de aquella escena la fracción hegemónica del BP, la
fracción burguesa financiera, aunque sin dejar de monopolizar la hegemonía en el
seno de la formación.

Podemos comprobar la correlación existente entre dos características del tipo


capitalista de Estado: la unidad propia del poder político institucionalizado, que
hace que las instituciones de poder del Estado presenten una cohesión interna
específica, y su autonomía relativa con el campo de la lucha de clases, más
particularmente su autonomía relativa respecto de las clases o fracciones del BP y, por
extensión, de sus aliados o apoyos. La constatación de ésta correlación biunívoca, es
fundamental para comprender que toda la tendencia historicista marxiana, con su
invariable “voluntarismo-economismo”, logró establecerla, pero no acierta en cuanto a
su sentido. Así, en vez de ver al Estado como un mero instrumento de dominio de la
clase dominante (tendencia historicista), debiéramos definir a la forma de Estado
bonapartista como una posibilidad de una autonomía esp ecífica y relativa dentro de la
unidad propia del poder político del Estado capitalista. Admitiendo esa autonomía
relativa, no debemos extraer que se pueda parcelar el poder de ese Estado,
parcelación que pudiera permitir a la clase obrera conquistar una „parte‟ autónoma. O
también, por una incongruencia teórica flagrante, no podemos considerar al Estado
capitalista “a la vez como simple „comisionado‟ de la clase dominante y como un
montón de parcelas que sólo esperan ser la presa de la clase obrera”. 29

Refirámonos directamente a los textos de M concernientes al período de 1848-1852 en


Francia. Frente a estos, ya Lenin creía que presentaban, en una forma concentrada,
las transformaciones que afectaron al Estado capitalista. El Pelao entiende por eso
que tales textos representan un esfuerzo de construcción teórica del concepto del
Estado capitalista. Con esa interpretación pueden descifrarse, en las formas históricas
concretas que estudia Carlitos en la formación social de Francia, en las diversas
“etapas” de transformación de las formas políticas, rasgos constitutivos del concepto
del Estado capitalista. No se trata, pues, de ningún modo, de construir un tipo de
Estado por una generalización de datos históricos, es decir, partiendo de las formas
políticas concretas descritas por M. Se trata de referirse al concepto de Estado
capitalista, lo que es cosa muy distinta; es decir, M no generó el concepto
“Bonapartismo” para describir el tipo de Estado capitalista, sino que más bien es una
forma de gobierno, de régi men, bastante particular y específica, una noción para ser
28
“El Cesarismo”; op. Cit.
29
“Poder Político y clases sociales…”; p. 334.
contenida por TEXTOS POLEMICOS, o sea, como dijimos antes, de textos de lucha
ideológica, concebidos como respuestas urgentes a ataques o deformaciones de la
teoría marxiana, con conceptos auténticos, pero conscientemente atascados. Es éste
marco conceptual, limitado histórica y políticamente, el que nos permite comprender
las transformaciones históricas, analizadas en forma “concentrada” por Marx. Y esto
sin perder nunca de vista el carácter fragmentario y esquemático de esos análisis, que
no nos entregan más que indicaciones teóricas. En resumen, si El capital nos entrega
la carcasa conceptual del Estado capitalista, las obras políticas, como los textos de M-
E sobre la Francia de mediados del s. XIX, nos entregan los rasgos de la unidad y de
la autonomía relativa de ese tipo de Estado.

Dicho esto, puede abordarse el problema del „bonapartismo‟. Lo que se haya en los
textos de M-E relativo a él, es el análisis de un fenómeno político concreto de una
formación determinada. No obstante, el bonapartismo es, paralelamente, pensado en
forma sistemática por M-E, no simplemente como una forma concreta de Estado
capitalista, sino como un rasgo teórico constitutivo del tipo capitalista de Estado. “(…)
el bonapartismo es la verdadera religión de la burguesía moderna. (…) la burguesía no
está hecha para reinar directamente; por consiguiente (…), una semidictadura
bonapartista se convierte en la forma normal; ella toma en sus manos (…) los grandes
intereses de la burguesía (contra la burguesía en caso necesario), pero no le deja
ninguna parte en el dominio”. 30 E vuelve sobre éste punto en el prólogo a la 3ª edición
de El 18 Brumario, donde considera a Francia tan representativa del MPC, en lo que
concierne a las formas políticas, como lo es Gran Bretaña en lo que concierne a lo
económico. Finalmente, esa concepción está contenida implícitamente en el prefacio
de 1869, de M, al mismo texto, donde opone el bonapartismo como forma política de la
lucha moderna de clases en general, a las formas políticas de formaciones dominadas
por otros modos de producción distintos del capitalista (el cesarismo, respecto de l
esclavismo, en la antigua Roma).

M-E ven como una de las características esenciales del bonapartismo su autonomía
relativa en relación a las clases o fracciones del BP, en la FC francesa de mediados
del s. XIX. ¿Cuál es, sin embargo, el esquema según el cual explican el
bonapartismo? Recurren, con la mayor frecuencia, a la explicación general de una
autonomía relativa del Estado cuando las clases en lucha están “prestas a
equilibrarse”. M nos dice, en ese sentido, en La guerra civil en Francia, que el
bonapartismo se explica por ese momento en que “la burguesía había ya perdido, y la
clase obrera aún no había adquirido, la facultad de gobernar a la nación”. Eso está
aún más claro en Engels: recurre a su vez, a propósito del bonapartismo, a la
explicación general que el marxismo admite de la autonomía relativa del Estado en el
caso de un equilibrio de las fuerzas sociales que se enfrentan, y por lo mismo tiende a
asimilar fenómenos tan diferentes como el Estado absolutista, el bismarckismo y el
bonapartismo. Importa, no obstante, señalar que el bonapartismo, en cuanto fenómeno
histórico, concierne al Estado de una formación social con predomino ya consolidado
del MPC. Se trata, pues, al contrario del Estado absolutista del período de transición,

30
Carta de Engels a Marx, 13 de abril de 1866.
de una forma política perteneciente a la fase de reproducción ampliada –y el
bismarckismo constituye aún un fenómeno diferente.

Pero está claro que la explicación de la autonomía relativa del Estado bonapartista,
como rasgo constitutivo del tipo de Estado capitalista y por referencia a una situación
de equilibrio entre las fuerzas sociales en lucha, de ningún modo es suficiente. Es
más, ni siquiera basta para explicar el fenómeno concreto del bonapartismo en
Francia. Es como sí M-E se refiriesen sólo a la concepción de la autonomía relativa del
Estado que ellos elaboraron teóricamente, a fin de explicar hechos para los cuales
resulta insuficiente. En efecto, una interpretación profunda de los textos de M muestra
que, en realidad, no admite en absoluto, en el caso del bonapartismo en Francia, un
equilibrio entre la clase burguesa y la obrera –en el sentido, por ejemplo, en que puede
hablarse de un equilibrio de la clase feudal y de la clase burguesa sólo en el último
período del Antiguo Régimen-: la clase obrera, desorganizada por los acontecimientos
del “48, no sólo no está en una situación de equilibrio de fuerzas con la burguesía, sino
que “hasta desapareció de la escena”. La contradicción principal se sitúa y se
concentra entre la burguesía por un lado y la pequeña burguesía y el campesinado por
otro, sin que tampoco pueda hablarse de un equilibrio entre estas fuerzas.

Lenin sigue igualmente en sus textos sobre el bonapartismo francés ese esquema de
explicación. 31 Sólo la posición de Gramsci sobre este punto es más avanzada, sin
llegar, no obstante, al fondo del problema. En su obra El Cesarismo, intenta poner
cerco a este fenómeno político específico situándolo en relación con los diversos tipos
de Estado. Así, ve en el bonapartismo francés de Napoleón III una forma particular de
cesarismo situado en el marco del Estado capitalista. No intenta considerarlo, desde el
punto de vista teórico, como característico del tipo de Estado capitalista: su
pertenencia a ese Estado sirve para concretar ese fenómeno como forma particular del
cesarismo. Pero éste último, como fenómeno político específico, lo refiere Gramsci, no
al equilibrio de las fuerzas sociales enfrentadas, sino a un equilibrio particular
expresado por su concepto de “equilibrio catastrófico”, productor de crisis políticas: se
trata de un equilibrio “de tal suerte que la prosecución de la lucha no puede tener o tra
conclusión que la destrucción recíproca (…) y que ofrece una perspectiva de
catástrofe”.32 Son observaciones capitales, cercanas a aquellas de M en las que
relaciona el bonapartismo francés con ese equilibrio particular de fuerzas que hace
que “la clase burguesa hubiese perdido ya, y la clase obrera no hubiese adquirido
todavía, la facultad de dirigir la nación”.

No obstante, si es cierto que ese equilibrio catastrófico particular, que debe distinguirse
así, como hace Gramsci, del equilibrio general –manifiesto en el caso del Estado
absolutista- conduce a este fenómeno específico que es el cesarismo, no es menos
cierto que no puede, lo mismo que el equilibrio general, explicar el fenómeno histórico
concreto del bonapartismo francés. Gramsci es, por lo de más, muy consciente de esto,
como se advierte en sus precauciones para explicar el bonapartismo en Francia, de
ningún modo reductible a esta crisis política de equilibrio catastrófico.

31
Principalmente en Obras Completas, t. 25, pp. 93-96, y 240-244: “Los comienzos del bonapartismo”.
32
“El Cesarismo”; op.cit.
Se puede resumir parcialmente la definición del fenómeno bonapartista, afirmando que
la autonomía relativa del Estado bonapartista francés, respecto de las clases o
fracciones dominantes, no puede ser comprendida sino por la pertenencia de esa
forma concreta al tipo capitalista de Estado. Este Estado presenta, efectivamente, esa
autonomía relativa como rasgo constitutivo de ese concepto.

EL FENÓMENO BONAPARTISTA Y LA FORMACIÓN CHILENA


En estos tiempos de tránsito a la Segunda Fase del Imperialismo, que en lo
cronológico se inicia en el centro del Sistema Capitalista Mundial (SCM) entre los “70-
“80, la fracción burguesa que hace rato se hizo dominante al interior del BP de la
mayoría de las formaciones es la monopólico financiera, que aquí en la periferia del
sistema, aunque tan orgullosa ella, igualmente posee el carácter de dependiente. En
ésta segunda fase, que se encuentra en sus inicios, en su transición, los sectores
dominantes mundiales busca la creación de un poder supranacional, en donde las IFI y
demás organismos modeladores/deformadores de las economías de las diversas
partes del SCM juegan un rol fundamental.

Consecuente con lo anterior, las formaciones latinoamericanas, como la nuestra, son


portadoras de la forma de Estado republicano y constitucional, soberano remedio que
las burguesías brindan para el consumo popular y con el que se arropan frente a las
turbulencias sociales, sobre todo en una época de relativa paz social, tal como por la
que discurrimos. En este ámbito, sin crisis cercanas capitalistas y sin que los
explotados y oprimidos signifiquen en la actualidad mayores problemas o amenazas al
BP, ¿cuál sería la necesidad de que éste conjure una forma de Estado de excepción,
como es el bonapartismo, para mediar en un inexistente conflicto por la hegemonía al
interior de dicho bloque?

Nos podrían decir los áulicos del bonapartismo, Estado de excepción que
insensiblemente se habría hecho presente en nuestra formación, aherrojándola,
¿cuándo se produjo el conflicto irresoluto por la hegemonía al interior del BP que debió
venir a mediar Tatán Piraña?

¿Sabrán los inconsistentes e insistentes anunciadores del bonapartismo fácil cuál es la


diferencia entre tipo de Estado y forma de Estado? ¿Entre forma de Estado y forma de
gobierno o de régimen?

¿Dónde estarían las clases o fracciones apoyo para tal forma de Estado en la
formación chilena actual? ¿Existe hoy en Chile una clase campesina pequeña
propietaria significativa, o una pequeña burguesía aliada políticamente al BP, u otra
clase o fracción donde los detentadores del supuesto „bonapartismo‟ se pudiera n llegar
a apoyar?

¿Cuáles serían las otras fracciones de la gran burguesía que hoy pudieran enfrentarse
a la monopólico-financiera y capaces de disputarle su hegemonía en el BP y en el
bloque político de Estado?
Parte del trotskismo, mundial y vernáculo, quiere vender lo del bonapartismo, pues
apelan automáticamente a lo que dijera (parece que ad aeternum) su mentor, en los
tiempos en que hasta el Estado ruso de Koba era bonapartista (mote inscripto en el
Programa de Transición de 1938). Seguramente una visión ideologizada de la realidad
actual del SCM, lleva a esos sectores a plantearse imaginarias formas de Estado y de
gobierno, que puedan caber en sus predeterminados esquemas teóricos y afines con
sus escasas intervenciones en las prácticas políticas del campo popular. Sería de un
inestimable valor que tales „centrales‟ y „secciones‟ alcanzasen su liberación del yugo
del pasado y dieran paso a la elaboración y a la intervención en los términos
anunciados por el Amauta Mariátegui: “La revolución no debe ser calco ni copia, sino
creación heroica”.

¡QUE LA HISTORIA NOS ACLARE EL PENSAMIENTO!

COLECTIVO ACCIÓN DIRECTA


Chile, 21 de diciembre de 2010

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