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EL CANTAR DE LOS NIBELUNGOS

El príncipe Sigfrido de Niederland, de las tierras bajas, es el protagonista ausente de "La


canción de los nibelungos", apuesto doncel y noble guerrero de sangre real, el involuntario
causante del dramático desenlace de la historia legendaria, la razón esgrimida en una
poética explicación dada a la desaparición histórica de la nación burgunda ante el huno
Atila. La princesa Crimilda de los burgondos, la dama de Worms, es el objeto de su amor,
la doncella soñada, la bella virgen de la cual se enamora perdidamente Sigfrido por las
referencias que le han llegado de su inigualable hermosura. Los dos jóvenes se enamorarán
mutuamente y su matrimonio será pronto un hecho. Brunilda es una extraña reina de
Islandia, tan bella como brutal, que ofrece su mano a quien pueda vencerla en combate
mortal, pero que caerá irremisiblemente rendida ante Gunther, el enamorado hermano de
Crimilda, pero sólo por la astuta y mágica intervención de Sigfrido, y ese insólito romance
también se saldará con el matrimonio deseado, para satisfacción de Gunther. La historia
hubiera acabado felizmente ahí, pero las consideraciones de un honor arbitrario y, más que
nada, la intromisión de las nada deseables voluntades femeninas en el mundo brutal e
inflexible de los hombres germánicos, harán que todo un pueblo se inmole para dar
cumplida satisfacción a una venganza sanguinaria que tiene su excusa y primer origen, en
un acto tan trivial como es el protocolo real por el que se compite, para establecer el orden
oficial de entrada en la iglesia de las dos damas centrales de nuestra historia, las cuñadas
rivales Crimilda y Brunilda, complicado luego con la muerte alevosa del buen Sigfrido.
Junto a ellos está, en un puesto destacado, el indefinible personaje de Hagen, brazo
armado de Gunther, que hace alternativamente de héroe y de villano en la historia, al ser
primero el ejecutor cobarde de Sigfrido y, más tarde, el heroico paladín del rey Gunther
cuando llega la hora de la lucha final, al ponerse en marcha la máquina sangrienta de la
traición final, el postrer acto del poema, con la ejecución del plan inmisericorde e innoble
de la vengativa Crimilda.

EMPIEZA LA HISTORIA DE SIGFRIDO

Con la descripción del apuesto príncipe de Niederland da comienzo el poema. Su virtud es


la más digna de un héroe germánico: reside pues en la potencia de su brazo y en su
incansable bravura ciega, sumada a la permanente capacidad juvenil de dar muerte a quien
quiera ser su rival, sea en una batalla campal o en un amistoso torneo entre caballeros.
Matar en combate es la mejor tarjeta de presentación de alguien que quiera refrendar su
noble origen y su limpia ejecutoria en el mundo de las tribus germánicas, tan poco
versadas en letras, pero tan eternamente dispuestas a dar o recibir la muerte. Porque la
muerte a manos enemigas es el mejor camino de los pueblos germánicos para llegar al
paraíso celestial, a la más alta gloria de Dios, a lo que hasta hace sólo unos pocos siglos
todavía se llamaba Valhalla. Ahora, en plena vigencia de la cristianización, se ha olvidado
el papel jugado por la mitología de los dioses batalladores, porque sólo se admite la
presencia del dios de los cristianos, y su intervención queda reservada para el combate
contra los infieles, o cuando es necesario recurrir a su arbitraje, en aquellos juicios de
Dios, en los que -cómo no- el tribunal es una arena y la muerte del rival es la mejor
sentencia posible, porque va refrendada por el invisible sello de Dios. No queda, pues,
sitio para el recurso a Thor, Odín o las Valkirias, pero se mantiene la idea esencial de la
santificación de los hombres por el ejercicio constante y, hasta sus últimas consecuencias,
de las armas. Pero, ahora, a Sigfrido no le mueve en su aventura la búsqueda de una
confrontación contra un par de la caballería, sino la relatada belleza de la hermosa
Crimilda, una princesa de Burgundia, hija del fallecido rey Dankrat y de la reina Uta,
hermana de tres reyes, Gunther, Gernot y Giselher.

SIGFRIDO LLEGA A WORMS

Sigfrido, Sigfrid, hijo de Sigmond y Siglind, reyes de Niederland, era un príncipe apuesto
y valeroso; un joven deseado entre las más nobles vírgenes de la corte de Santen, pero él
no podía ni siquiera conceder su atención a aquellas doncellas, porque su inquieto corazón
estaba en Worms, allí donde moraba la dulce Crimilda. Los reyes de Niederland quedaron
preocupados con la revelación de su hijo, puesto que los burgondos eran gente temida y,
entre ellos, destacaba el terrible barón Hagen, un adversario casi imposible de vencer. Pero
Sigfrido, una vez que hubo comunicado su irrevocable decisión, preparó su marcha a
Worms, con la sola escolta de una docena de hombres. Con ellos cabalgó a su destino,
dirigiéndose a la corte del rey Gunther sin más dilaciones. El rey lo recibió, una vez que
fue informado de la identidad de su visitante, para conocer la razón de su viaje, y el
intrépido Sigfrido, sin más preámbulos, respondió que quería probar la afamada destreza
del rey de los burgondos con las armas, seguro como estaba de vencerlo y hacerse con su
reino y sus gentes. Los nobles quisieron lanzarse sobre el osado Sigfrido, pero el tenso
ambiente pronto se calmó y Sigfrido, el bravo e insolente caballero de las tierras bajas fue
admitido como huésped de la corte de Worms, aunque su estancia se alargaba y él no
llegaba a ver, aunque fuera en la distancia, a su amada Crimilda. Todo cambió cuando se
supo en Worms de la llegada de una tropa de daneses y sajones que venían contra Worms.
Enterado Sigfrido, ofreciese a Gunther para estar a su lado en esa confrontación que se
avecinaba dura y peligrosa, aconsejándole que diera vigorosa respuesta a la afrenta de los
daneses y sajones, y pidiendo a su rey Gunther el honor y la responsabilidad de poder bien
servirle al mando de una tropa de mil guerreros con la que defender la Burgondia. Con
ellos salió a castigar a los sajones, matando docena tras docena de enemigos, hasta
capturar al rey Ludeger. Los daneses, al conocer la rápida victoria de Sigfrido, acudieron
en ayuda de sus aliados sajones, pero también Sigfrido presentó combate y los venció con
facilidad, rindiendo a su jefe, el rey Ludegast. Terminada la batalla, los dos sometidos
soberanos fueron llevados a la corte de Worms, como prisioneros de guerra, para mayor
honra de su señor Gunther de Burgondia.
DE RIVAL A LEAL AMIGO

La noticia de la victoria no sólo alegró al rey Gunther y a sus súbditos; la princesa


Crimilda también quedó emocionada al conocer la hazaña de Sigfrido "el fuerte", de
Sigfrido "el demonio", como le llamaban los pocos que habían combatido cerca de él y
habían tenido la fortuna de sobrevivir. Ahora Sigfrido ya era el leal amigo y podía ser
presentado a la princesa Crimilda, pues el rey su hermano no ignoraba su amor por ella. Al
conocerse, ambos pudieron darse cuenta al instante de que el amor vivido por cada uno de
ellos era un sentimiento mutuo. Sólo le faltaba al valeroso príncipe Sigfrido pasar por otra
nueva prueba de armas, la prueba de rigor que le permitiera acceder a la mano de la
princesa que acababa de conocer, y esta oportunidad soñada no tardó demasiado en
presentarse. La ocasión de ganar el amor de la adorada Crimilda se llamaba Brunilda y era
una reina tan bella como violenta, nada menos que la indómita soberana del lejano reino
de Islandia. El rey Gunther la amaba en la distancia y necesitaba alcanzar su corazón. No
era tarea sencilla, pues la singular reina exigía ser vencida en combate para conceder su
corazón, y desgraciadamente, era tan fuerte como cruel, ya que muchos habían sido los
nobles que habían pagado con su cabeza la derrota ante Brunilda. El rey Gunther era un
temerario luchador, pero necesitaba de la ayuda de aquellos fieles voluntarios que
quisieran arriesgarse con él en su intento. El buen Sigfrido, naturalmente, fue el primer
caballero en ofrecerse incondicionalmente a su servicio, reclamando como única
compensación, claro está, a Crimilda en matrimonio si la expedición resultaba favorable a
los deseos de su rey y señor. Para completar la breve fuerza de acompañamiento, solicitó
la presencia de los hermanos Hagen y Dankwart. También Sigfrido tomó algo más que
nadie, salvo él conocía: un manto mágico arrebatado al enano Alberic, del país de los
nibelungos, con el que podía hacerse invisible a la voluntad y quedar a cubierto de
cualquier arma, por afilada que estuviera y por robusto que fuera el brazo que la
empuñara. Sigfrido era invencible, pero en esta ocasión no trataba de conquistar prestigio
para sí, sino la posibilidad de ganar el privilegio de ser el esposo de Crimilda.

LA VICTORIA SOBRE BRUNILDA

Así que estuvo preparada la tropilla, los cuatro valientes partieron en barco hacia Islandia
y, tras doce días de travesía marina, estaban frente a sus costas, divisando maravillados la
altiva fortaleza de Isenstein. Fueron inmediatamente recibidos por la reina Brunilda, que
debía estar ansiosamente a la espera de emociones violentas. Apenas estuvieron ante ella,
los recién llegados, por boca de Sigfrido, anunciaron la intención del rey Gunther de
ganarse la mano de Brunilda, la mujer con fama de ser más fuerte que doce hombres.
Aceptó feliz Brunilda el reto esperado, recordando a todos los presentes que el fallo de
Gunther en cualquiera de las pruebas supondría automáticamente su muerte, pues nunca se
daba cuartel al vencido y le propuso competir primero en un combate a lanza y, si lo
superaba, después en el lanzamiento de una piedra hasta tan lejos como se pudiera, para
más tarde tener que alcanzarla de un solo salto. Aceptadas que fueron las dos absurdas
pruebas, Sigfrido llamó en un aparte a Gunther para informarle de que, gracias a la
posesión de la capa del enano Alberic, él iba a convertirse en el invisible contendiente de
Brunilda, mientras que el rey actuaría fingiendo ser él el único combatiente de Brunilda.
Así se hizo y fue Sigfrido quien derrotó con suma facilidad a la reina Brunilda con la lanza
tras un combate en el que ella veía asombrada cómo la fuerza de Gunther se multiplicaba
hasta desarmarla. Más tarde, Sigfrido arrastró la piedra por el aire, para luego transportar a
Gunther de la misma forma y a lo largo del mismo trecho. Cumplido el trámite, Gunther,
supuesto vencedor, hizo saber a su amada y vencida Brunilda que ahora ya era su
prometida en toda regla y, por tanto, ella debía cumplir lo pactado, siguiéndole de buen
grado en su viaje de regreso al país de los burgondos. La derrotada reina, entristecida por
su obligada marcha, pero aceptando el que creía justo resultado quiso despedirse de sus
súbditos y pidió el tiempo necesario para hacerlo en buena forma y preparar su marcha
definitiva hacia el país del que iba a ser su esposo, y en el cual ella seguiría manteniendo
su real rango.

LA PREPARACION DEL MATRIMONIO

Vencida Brunilda y otorgada por Gunther su hermana Crimilda en matrimonio, Sigfrido


fue al país de los nibelungos a preparar un ejército que diera escolta a su rey, y para
recoger del fabuloso tesoro de los nibelungos su propia dote. Sólo tuvo que vencer la
oposición del guardián armado, pero eso no era más que un ejercicio de prácticas para el
joven, movido como estaba por la felicidad de su próxima boda. Nadie más se opuso, ni
siquiera el enano Alberic, ya despojado de su mágica capa y rendido de antemano ante el
empuje de su antiguo vencedor. Eligió, pues, Sigfrido las más ricas joyas del tesoro de los
nibelungos y exigió la escolta de los mejores mil hombres, con los que formó la
majestuosa columna que debía pasar por Islandia para acompañar a su señor y a Brunilda,
para más tarde arribar triunfal a Burgondia, a tono con la doble ceremonia que habría de
realizarse. Dejando a los mil nibelungos en Islandia, Sigfrido se adelantó, para ser el
primero que diera la noticia de la victoria de Gunther en Worms. La noticia fue acogida
con júbilo y todo el país se aprestó afanosamente en los preparativos del matrimonio real.
Toda la corte se volcó en las calles de la capital, para recibir a su rey y a quien iba a ser
pronto su reina. Sigfrido, en la gran fiesta de recepción, recibió oficialmente la mano de su
amada. En el mismo día se celebró el doble matrimonio y todo parecía ser perfecto, salvo
una mirada triste de Brunilda, quien sufría viendo a la princesa Crimilda acompañada por
el vasallo Sigfrido. Gunther trató de tranquilizar su pesar, advirtiéndola que se trataba de
un príncipe de Niederland, amigo fiel como ningún otro podía serlo. La respuesta irritó a
la brutal Brunilda, que abandonó la sala y se dirigió airada hacia su aposento seguida del
atónito Gunther. Allí, en la soledad de la cámara nupcial, exigió una explicación a ese
extraño -para ella- emparejamiento. El rey quiso demostrar su poder sobre la esposa, pero
Brunilda no se dejó ganar la mano y zarandeó a su marido dejándolo después colgado de
un garfio de la pared. Sigfrido, que había presenciado la primera parte del sorprendente
enfrentamiento entre la recién casada y su marido, se envolvió en la capa de Alberic a
tiempo de seguir a la real pareja hasta la intimidad de sus habitaciones, tratando de
averiguar la razón de aquella súbita cólera de la inexplicable Brunilda. A la vista de lo que
sucedía, apagó las antorchas y, actuando con rapidez en la oscuridad libró de su
humillación a Gunther, para inmediatamente abalanzarse sobre la fiera Grunilda y
propinarla una inolvidable paliza. Sin saber bien por que lo hacía, tal vez para descargar su
ira ante tamaña desconsideración de la reina, Sigfrido aprovechó la situación para
arrebatarla un anillo de su mano y el elegante cinturón que ceñía su talle. Los golpes
ablandaron el genio de la reina y hasta la debieron hacerse sentir en su elemento, mientras
que ésta, ignorante de nuevo de la invisible presencia de Sigfrido, pedía feliz y humilde
perdón a su marido, al tiempo que le prometía eterno sometimiento a su real voluntad.

CUESTION DE PROTOCOLO

Sigfrido y su esposa Crimilda partieron para el reino de Niederland, en donde ocuparía el


trono que le transmitía su padre el rey Sigmund y también aquel otro ganado por su mano,
el de los nibelungos. Sigfrido reinaría con rectitud y prudencia, y su esposa, la reina
Crimilda le daba un hijo, al que se le impuso el nombre de Gunther, en recuerdo del noble
rey de los burgondos, al tiempo que allí, Brunilda tenía también un varón, al que le fuera
dado el nombre de Sigfrido, en homenaje a este héroe. Pero, a pesar de las apariencias no
había quedado zanjado el asunto de la boda entre vasallo y princesa. Fue por esta razón
por la que Brunilda volvió a insistir en que Sigfrido rindiera vasallaje a su señor y la mejor
manera sería hacerle venir a la corte de Worms, con la excusa de un torneo entre
caballeros. En mala hora aceptó el matrimonio la invitación de Gunther, pues la insistente
Brunilda, tan pronto tuvo a su cuñada frente a sí, la hizo saber que Sigfrido no era más que
el vasallo de su marido, pues así lo había oído ella de boca de Gunther al ser vencida en
Islandia. Crimilda negó el vasallaje y se jactó de que en la ceremonia religiosa del día
siguiente estaría situada por delante de su cuñada. Y fue cierto, Crimilda entró por delante
de Brunilda en la catedral de Worms, humillándola delante de toda la corte. A la salida de
los oficios, Brunilda exigió pública rectificación, pero Crimilda se limitó a mostrar aquella
sortija y aquel ceñidor que Sigfrido hubiera arrebatado en la lucha con la airada dama,
indicándola que ella, Brunilda, era la derrotada por su marido. Más encolerizada que
nunca, Brunilda mandó llamar al rey Gunther para pedir explicación, pues ella creía
firmemente que él era su doble vencedor. Gunther, al conocer la razón del alboroto, pidió
la presencia de Sigfrido, para cuestionarle si era cierto que se hubiera jactado de su
victoria. Sigfrido estaba ya listo para jurar ante su señor y amigo que nunca él había
presumido de tales actos y aquello bastó para que Gunther interrumpiera el juramento,
recuperada la confianza en quien siempre había demostrado su fidelidad, siendo culpable
de todo lo sucedido su hermana Crimilda y su vana arrogancia.

SIGFRIDO PAGA CON SU VIDA


Gunther y Sigfrido seguían siendo inseparables, pero Brunilda y Crimilda estaban
definitivamente enfrentadas. Hagen se acercó a su señora, para conocer la causa de su
padecimiento y ésta le hizo saber que necesitaba satisfacer su sed de venganza con la
sangre de Sigfrido. Entonces Hagen prometió dar fin a esa odiada vida con su propia
mano, pero el rey y su corte -enterados de la promesa de Hagen- quisieron culpar a
Crimilda y, sobre todo, evitar la posible respuesta violenta del invencible Sigfrido.
Entonces todos se juramentaron para mantener en secreto la decisión de matarle, urdiendo
un falso ataque extranjero a Gunther, para hacer que el héroe acudiera junto a su amigo y
así poderlo matar a traición. En efecto, Sigfrido voló más que cabalgó hacia Worms,
mientras Hagen se acercaba a la solitaria reina Crimilda, pretextando ser portavoz de la
petición de perdón y de la gracia de su amistad por parte de la arrepentida Brunilda. Al
tiempo, haciendo ver que quería guardar a Sigfrido del daño de un arma enemiga,
consiguió que la ingenua Crimilda le revelase el punto débil de su marido, el único lugar
de su cuerpo no bañado en la sangre del dragón que le había hecho invulnerable, en el
centro de su espalda. Conociendo Hagen el punto exacto, todo lo que tuvo que hacer fue
convencerle de que le acompañara en una pretendida cacería para, a traición, darle muerte
con una lanza que clavó entre sus omoplatos. Después, el cadáver es llevado a Worms para
dejarlo a la puerta de Crimilda, como un insulto añadido a su muerte. Con sólo ver que no
hay más herida que la que le ha atravesado la zona que ella desveló a Hagen, Crimilda
sabe que Sigfrido ha sido asesinado, y también, quién ha sido el que ha causado su muerte
por la espalda; para probarlo, la viuda hace desfilar a todos los nobles de la corte de su
hermano delante del féretro de Sigfrido. Cuando le tocó el turno a Hagen, la herida se abre
y de ella brota la sangre reveladora. Crimilda ya no necesita ninguna otra señal, Sigfrido
ha sido la víctima de Hagen y, tras de él, se esconde el odio de Brunilda. Crimilda
comunica a los padres de Sigfrido que se quedará en Burgondia junto a la tumba de su
marido y que no renuncia a la justa venganza.

ATILA CONSUELA SU VIUDEDAD

La desgraciada Crimilda había quedado encerrada en su dolor, pero todo se volvía contra
ella y sus recuerdos; hasta el tesoro de los nibelungos había caído en manos de Hagen;
mientras todo sucedía de este modo, el también reciente viudo Atila había oído de la bella
y enajenada viuda de Sigfrido y quiso pedirla en matrimonio. No parecía posible que tal
oferta fuera aceptada, pero, tras pensar en las posibilidades de poder que se le abrían al
unirse a tan poderoso rey de Angra, Crimilda cambió de parecer y comunicó al mensajero
Rudiger que ella aceptaba la proposición del muy valiente y noble Atila, y en partir tan
pronto estuviera listo su séquito, para encontrarse con su prometido en Tulne, junto al río
Danubio. De allí salió la más fastuosa comitiva real que se haya conocido, camino de
Viena, en donde habría de celebrarse el matrimonio, en Pentecostés. Terminados los fastos
reales, los reyes fueron a Etzelburg, a instalarse en la capital del reino de Angra. Nada
sucedió durante siete años, y un día, Crimilda quiso que Atila invitase a los suyos, para
que fueran testigos de su gran felicidad. Consintió el rey y envió mensaje a Worms para
que viniera a su corte el rey Gunther y su nobleza. La noticia levantó dudas en Hagen,
quien se sabía marcado por la muerte de Sigfrido, así como en otros nobles partícipes de la
conspiración; otros querían creer que ya se habría olvidado Crimilda de la muerte
canallesca de Sigfrido, y todos discutían sobre la conveniencia de tal viaje, pero el rey
Gunther prefirió aceptar la invitación de su hermana, mandando organizar una caravana de
más de mil guerreros a caballo y de nueve mil infantes que acompañaría a los visitantes
burgondos hasta Etzelburg, para disuadir a Atila de cualquier deseo de traición hacia sus
invitados; mientras salían de la corte las interminables columnas de hombres armados, en
Worms reinaba el dolor de las esposas que quedaban atrás, pues ellas ya presentían el
trágico final de esa impresionante comitiva.

PUNTO SIN RETORNO

El viaje no tuvo incidente alguno en su primera parte, y pronto llegaron los diez mil
hombres a orillas del Danubio, el primer obstáculo a la marcha de la expedición burgonda;
a Hagen se le encomendó hallar el medio de cruzarlo y fue la mágica intervención de unas
ninfas del río la que dio la clave de aquel paso, y asimismo, la advertencia de que la
muerte les esperaba al otro lado del poderoso río. Hagen encontró al barquero del que le
habían hablado las ondinas y se hizo con su balsa, aunque tuvo que dar muerte al
obstinado hombre, que se negaba a prestar su embarcación a desconocidos. Con ella
atravesaron todos el crecido Danubio. En la otra orilla, Hagen, conocedor de su suerte,
destruyó la balsa, haciendo saber a todos que ya se había traspasado el punto sin retorno;
que ahora ya sólo les quedaba enfrentarse a su destino hasta las últimas consecuencias.
Pronto se vio que la situación había cambiado radicalmente, pues tuvieron que enfrentarse
y derrotar al margrave Else, señor de aquellas tierras, que había intentado cerrarles el paso.
Más tarde, en Bechelaren, se les unió el margrave Rudiger, con quinientos hombres más.
En la frontera de Angra les aguardaba Teodorico, que pronto esperaba casarse con la
sobrina de Atila, pero que iba al encuentro de los de Worms con la idea de advertirles de
aquellos planes de venganza que había atisbado en Crimilda; los burgondos le contestaron
que sabían cuál era el designio de la segunda esposa de Atila, pero que ya habían cruzado
el punto tras el cual no se podía regresar, por ello, seguían su viaje hasta el palacio del rey
de los hunos, como si nada fuera a sucederles.

CRIMILDA RECIBE PUBLICA OFENSA

Crimilda recibió a su hermano el rey y pretendió mostrar su felicidad por tenerle junto a
ella. Sin embargo, Hagen espetó a su anfitriona que sabía que esta supuesta fiesta no era
más que el ropaje de una emboscada, haciendo que Crimilda se obligara a demostrar su
encono hacia los asesinos de su primer y amado marido: después, refrenándose, invitó a
los burgondos a despojarse de sus armas, pero ellos se negaron; más encolerizada todavía,
Crimilda inquirió sobre la identidad de quién había podido inspirar tal temor en los
invitados y Teodorico se adelantó para comunicarla que él mismo había advertido del
peligro a los burgondos. Ya instalado en palacio, Hagen, con la espada Balmung
arrebatada a Sigfrido sobre su regazo, permaneció sentado ante la reina Crimilda y su
guardia, en clara señal de desafío, a la vez que declaraba públicamente haber sido él quien
había dado muerte a Sigfrido. Crimilda se vio insultada y, lo que es peor, comprobó cómo
su guardia retrocedía ante la figura tremenda y desafiante del decidido Hagen. Sin fuerzas
que la respaldasen, la reina dejó que la recepción comenzara. Nada pasó en su desarrollo y
sólo, al llegar la noche, cuando los burgondos quisieron retirarse a sus dormitorios, vieron
que se les cerraba el paso. No obstante, pronto se retiró la tropa de los hunos y los
invitados pudieron encaminarse a sus lechos, atentos a lo que se cernía ostensiblemente
sobre sus cabezas, ya que se cerraba el copo de los hunos alrededor de su dormitorio, pero
bastó la presencia de Hagen armado y presto para la lucha, para que el nuevo intento de
dar muerte a los burgondos se desbaratara.

EL BAÑO DE SANGRE

En la mañana siguiente, los burgondos se dirigieron al templo totalmente armados; tras la


misa se preparó el torneo, del que el prudente Teodorico retiró a sus seiscientos hombres;
quedaron solamente hunos y burgondos, y tampoco nada sucedió en las justas. Crimilda,
en un aparte, pidió ayuda a Teodorico para vengar el asesinato de su marido, pero
Teodorico recordó que todos estaban sometidos a la ley de la hospitalidad y que nunca
atacaría a quien se encontraba bajo la protección de Atila. Con la negativa de Teodorico,
Crimilda se fue a Bloedel, el hermano de Atila, y éste aceptó la venganza a la hora de la
comida. Con mil guerreros entró Bloedel en la estancia secundaria en la que se hallaban
los infantes de Burgondia, anunciando su intención de dar muerte al asesino de Sigfrido,
pero Dankwart, el hermano de Hagen, lo mató con su espada tan pronto hubo terminado de
hablar. Así empezó la disparatada batalla, con armas quienes las tenían y los que no
disponían de ellas con los restos del mobiliario en sus manos. Dankwart, herido, penetra
en la sala principal, interrumpiendo la comida de los reyes; Hagen, al ver a su hermano
sangrando, mata sin pensarlo una segunda vez, al hijo de Atila con su espada; Atila y
Gunther intentan parar la matanza pero, al no conseguirlo, se unen a la furiosa lucha.
Crimilda vuelve a rogar a Teodorico que empuñe la espada por ella, pero el godo pide una
tregua a Atila y se retira con sus hombres del escenario. El margrave Rodajear, sintiéndose
también ajeno a la contienda, pide permiso a Gunther para hacer lo mismo con su gente. Y
el combate prosiguió con saña hasta la noche; los agotados contendientes acordaron un
alto, pidiendo la continuación del desafío en campo abierto, pero Crimilda intervino para
negar tal posibilidad, exigiendo la entrega de Hagen por la vida del resto de los burgondos.
Ante la negativa de Gunther y sus hermanos, Crimilda mandó a los hunos abandonar el
palacio y prenderle fuego para acabar con todos los burgondos encerrados dentro de él.
Pero tampoco el fuego terminó con sus odiados enemigos, al salir el sol estaban vivos y
listos para la lucha. Rudiger, de vuelta en palacio, se vio compelido, en contra de su
voluntad, pero a tenor de su lealtad hacia Atila, a empuñar las armas contra los burgondos
hasta su muerte; Teodorico, al conocer las noticias, regresó al campo de batalla para
rescatar el cadáver del inmolado Rudiger, pero los burgondos tomaron su vuelta como un
ataque y sólo quedaron en pie Hagen y Volker, con su rey, Hagen, por un bando, frente al
anciano Hildebrando por el otro. A él se le unió Teodorico, y fue su espada la que malhirió
a Hagen y terminó el combate con la captura de Hagen y Gunther. Llevados a presencia de
Crimilda, ésta mandó matar a su propio hermano y, con la espada Balmung en sus brazos,
decapitó a Hagen. Entonces, Hildebrando, viendo que se daba muerte a un hombre
indefenso, mató a Crimilda. Sólo quedaron con vida Atila, Teodorico y el viejo
Hildebrando, en Hungría, mientras la cruel y despótica Brunilda estaba a salvo, en la
remota Worms, sin importarle, al parecer, haber sido la causante de aquella matanza sin
sentido.

LA LEJANA REALIDAD HISTORICA

Con este relato fabricado por trovadores, por los restos del pueblo burgondo, o por alguno
de sus exegetas, que vivieran en la lejanía del siglo XII, a setecientos años de distancia, se
trata de explicar la razón poética de la desaparición del efímero país de los burgondos,
apoyándose en la figura trágica de la traición de una mujer a su propio pueblo, la alevosa
maniobra de una mujer insensata empujada por el febril ansia de venganza; y sitúan la
acción en un escenario que les libere de la responsabilidad de la derrota, allá en la muy
remota indefensión del palacio de Atila, el huno, siendo también este rey otra víctima de
su esposa, no el protagonista de la masacre. En realidad, los burgondos, venidos desde el
Báltico hasta Worms en una marcha guerrera que duró cientos de años, tras su
asentamiento en Germania, en las fronteras con Sarmatia, y que no se detiene en esa fría
orilla del mar suévico. Los burgondos cruzan después el Oder y siguen hacia el fértil sur,
al despojo de las antiguas Galias, saltando la barrera natural del Rhin, al finalizar el año
406. Son los bárbaros hacíendose con los despojos del que fuera grandioso imperio
romano. Se detienen en Vaugiones, Worms, allí encuentran su terreno soñado, la efímera
capital de su reino burgondo, pero los vándalos nómadas no pueden o no saben sostener su
único reino más que veintitrés años, pues en el 436 su territorio es rebasado por las huestes
fugitivas de Atila, que se ve empujado hacia el oeste por las últimas fuerzas romanas del
general bárbaro Aecio y de su aliado, el visigodo Teodorico, precisamente hacia las
mismas Galias que pretenda obtener Atila como dote en el propuesto matrimonio con
Honoria, la hija de Placidia, en ese ofrecimiento de la asustada Roma. Gunther
(Gundahar), el rey elegido, apenas puede hacer otra cosa que ofrecer el bulto de su cuerpo
y la vida de casi veinte millares de hombres, al experimentado y poderoso ejército del
pagano rey Atila, para quien el final de ese reino burgondo nada significaba, que no fuera
otra victoria más. Atila moriría más tarde, y no precisamente por mano de los extintos
burgondos, pues su derrota en las cercanías de Troyes, en los Campos Cataláunicos se
produce en el año 451, frente al ejercito de Aecio: después intenta atravesar los Alpes y
también vuelve a ser rechazado, esta vez por León I, muriendo, finalmente, en el año 453,
diecisiete años después de que el reino de los burgondos hubiese cesado su brevísima
crónica.

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