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La «fórmula» de Gabriel Albiac

Raúl Sánchez Cedillo

Más famoso que nunca, la relevancia pública de Gabriel Albiac, catedrático


de filosofía, es tributaria, antes que de su producción teórica, del ejercicio
del periodismo profesional y de los lugares de ese ejercicio en los últimos
lustros. Más de quince años de escritura ininterrumpida en los principales
diarios y de intervenciones en las emisoras de radio y televisión
conservadoras, así como en las publicaciones digitales del
neoconservadurismo hispánico, han aumentado exponencialmente el valor
de cambio de quien, en la década de 1980, jugara, volens nolens, el papel
del «exiliado interior» del periodo socialista de González. Exiliado interior:
completamente desconocido, por lo tanto, salvo para quienes en aquel
tiempo hiciera las veces de testimonio (sui generis, pero esto no es tan
importante por ahora) de resistencia, de continuidad paradójica –como
veremos a continuación– de lo que Albiac expresaba como la «apuesta
comunista». No es ésta, a grandes rasgos, una diferencia que justifique una
consideración específica de Albiac con respecto al resto de reconvertidos
de la extrema izquierda intelectual que se gestara en la segunda mitad de la
década de 1970. Tampoco viene impuesta por la percepción mayoritaria del
fenómeno. Suscite rechazo o aprobación, el valor de cambio medio de
Albiac tiene que ver, como señala uno de sus recientes apologistas, con su
condición de «erudito, sabio, complicado, una escritura tiene este autor
español muy a lo francés, alambicada y difícil de seguir. Su vocación es
literaria más que filosófica o tal vez ambas a la vez. Literatura, ensayo,
filosofía, política». Pero no queda aquí la cosa, pues esa escritura «a lo
francés» traduce el sufrimiento de alguien que «tuvo que romper con
muchos amigos por defender la legitimidad del Estado de Israel frente al
terrorismo de la OLP. Tuvo que separarse de muchos por trabajar en la
COPE». Este duro aprendizaje de la verdad del izquierdismo le habría
llevado a convertirse –y aquí el apologista se arrebata– en un «liberal,
conservador y de orden. Nada de malo tiene eso. Es más bien el destino de
los izquierdistas lúcidos, darse cuenta de que todo eso era vanidad y vacío.
Quien de joven no es comunista es que no tiene corazón y quien de viejo
aún lo es, es que no tiene ya cabeza. Lo que se denomina, para
demonizarla, “la derecha” es un conjunto de individuos procedentes de las
generaciones o degeneraciones de las izquierdas»1.

La tosquedad de nuestro apologista tiene al menos la virtud de presentar el producto


como Dios manda. Sin embargo, es bastante poco probable que el interesado acceda a
reconocerse en esa credencial de orden. Demasiado mediocre para quien ha postulado
desde siempre la identidad de escritor y narcisista:

1 Felipe Giménez Pérez, «A propósito de Gabriel Albiac», El Catoblepas, núm. 47, enero de
2006, p. 23 (http://www.nodulo.org/ec/2006/n047p23.htm).
«La tentación narcísica más colosal del escritor contemporáneo es ese
frontal oxímoron: ser nadie. Para que la obra sea. Todo. Porque no hay
escritor hoy que no sepa –escritor, al menos, que merezca tal nombre– que
la firma oculta el texto; que el nombre del autor hace el libro ilegible,
porque exime de su lectura; porque interpreta el texto, antes de que la
cubierta se abra»2.

Comprendemos entonces el desagrado que ha de surgir en Albiac al leer en


las contraportadas de sus libros frases como ésta: «El texto posee las
virtudes propias del estilo de Gabriel Albiac: a un tiempo conciso y de
elocuencia fulgurante, desengañado y entusiasta, lleno a la vez de coraje y
desolación. No menos que un repertorio filosófico o una recapitulación
ideológica, el presente libro es en la mejor tradición de los grandes
pensadores, una brillantísima obra literaria»3. Arrepentido de la revolución
y pensador culto, «francés» y, sobre todo, vendible. No, no es plato de buen
gusto para Albiac. Al fin y al cabo, si hay una constante en sus escritos, un
ritornelo incesante, es la superioridad ética y estética de la derrota frente al
arrepentimiento. A quienes le acusaban de dogmático, en su periodo
marxista-leninista, replicaba en efecto Albiac:

«”dogmático”, que diría alguno de esos cretinos que confunden el rigor con
el dogmatismo y nunca serán capaces de comprender que en la vida de un
hombre sólo hay lugar para un solo pensamiento»4.

Y a quienes, como Felipe Giménez, ven ahora en él a un apaciguado defensor del orden
establecido, replica sin matices:

«Soy una persona que está, desde el año 1976 en que salí del Partido
Comunista de España, completamente al margen de la vida política. La
política no me interesa lo más mínimo y juzgo que el primer deber moral
del ciudadano es la autodefensa ciudadana frente a la potestad monstruosa
y faraónica de lo político en las sociedades contemporáneas. En ese
sentido, ni me parece que se pueda entender gran cosa de lo que escribo
pensando que está escrito desde posiciones ácratas o izquierdistas, ni por el
contrario pensando que está escrito desde posiciones derechistas. Lo que he
tratado de hacer siempre, otra cosa es que lo haya hecho bien o mal, es
tratar de fijar las determinaciones que rigen el discurso político»5.

Sin embargo, no es éste el aspecto más interesante del «caso» Albiac. No resulta en
2 Gabriel Albiac, Diccionario de adioses, Barcelona, Seix Barral, 2005, p. 46.
3 Cfr. la contraportada del mismo volumen, Diccionario de Adioses, ibid.
4 Gabriel Albiac, Todos los héroes han muerto, Madrid, Ediciones Libertarias, 1986, p. 188.
5 Entrevista en El periodista digital, 2 de febrero de 2005,
http://periodistadigital.com/opinion/object.php?o=48996
exceso interesante limitarse a contrastar las palabras de Albiac con hechos o acciones, ni
a detectar las diferencias abismales entre sus enunciados de «antes» y de «ahora». Dicho
de otra manera: la aseveración de que Gabriel Albiac es un especimen neoconservador
resulta banal, y no aporta ningún conocimiento sobre el fenómeno neoconservador.

Desplazamientos

Lo interesante en Albiac es lo que permite al escritor –por encima de todo


«desenmascaramiento» que de su traición pudiera hacerse– denegarse constitutivamente
el arrepentimiento y la muerte que a éste acompaña. Contra la evidencia misma de su
presencia/ausencia. Lo interesante es que encontramos en Albiac la condiciones mismas
de invisibilización de la condición ética del escritor y del filósofo.

El arrepentimiento, dice Spinoza, «es una tristeza acompañada por la idea


de algo que creemos haber hecho por libre decisión del alma»6. En esa
medida, «el que se arrepiente de lo que ha hecho es dos veces miserable o
impotente»7. Gabriel Albiac habrá rechazado siempre esa condición, y cabe
esperar que lo siga haciendo. Y ello pese a que, en sus escritos, y en su
cada vez más importante presencia mediática, encontremos gestos,
referencias, oportunas intervenciones que corresponden, al menos desde la
conmoción de 1968, a esa figura o incluso a ese empleo que, en toda la
gama de matices, corresponde a aquel que cree haberse equivocado por
libre albedrío y hace de ello poenitentiay, si se puede, buen negocio.

Ha señalado Paolo Virno que «los “grandes arrepentidos” expresan un


punto de vista universal, la única síntesis admisibleentre historia, política,
derecho, moral. Se trata de un círculo virtuoso admirable: por un lado,
haber hecho determinadas acusaciones específicas les autoriza a
proporcionar interpretaciones globales y definitivas del contexto social y de
los grandes nexos político-culturales; por el otro, la reconstrucción general,
en cuyo interior cada uno de los hechos se inserta como si se tratara de una
pieza, certifica de modo inapelable precisamente la veridicidad de estos
últimos. Se da una incesante legitimación recíproca entre filosofía de la
historia y relatos empíricos»8. A los conocedores de la obra de Albiac no
pueden dejar de resonarle los rasgos señalados por Virno. En efecto, el
nexo biografía-obra constituye un continuo y un leitmotiv cada vez más
obsesivo en su obra. Sin embargo, no debemos olvidar que Virno hace
referencia a aquellos que, en el léxico inaugurado por la irrupción del
terrorismo espectacularizado de la década de 1970, fueron denominados
pentiti: aquellos que «mienten incluso cuando dicen la “verdad”,
unificando lo que está dividido, eliminando las motivaciones y el contexto,
6 Baruch Spinoza, Ética, III, «Definiciones de los afectos», XXVII, Madrid, Alianza Editorial,
1987, pp. 241.
7 Ibid., Parte IV, Prop. LIV, p. 306.
8 Paolo Virno, «Excursus sulla cultura del pentimento» Convenzione e materialismo, Roma,
Theoria, 1986, p. 144.
evocando los efectos sin las causas, estableciendo presuntos nexos»9. Sin
embargo, no es el mismo aquel que hoy escribe acerca de la idea
revolucionaria de este modo:

«Lo que hemos hecho. Paraíso: infinitas colinas de cadáveres.

Y la Revolución, al fin, la única teología moderna»10

Mientras que, más de veinte años antes, podía escribir sobre el «principio
mismo de ese arrebatamiento del monopolio estatal de la violencia al que
Marx, y nosotros, llamamos dictadura del proletariado, ese inexcusable
método de la revolución. ¿Dogmático? –Pues no hemos hecho más que
empezar. ¿Quéreis saber qué es la dictadura del proletariado? –Os lo diré
en tres palabras: rechazo del trabajo. Comunismo»11. No es el mismo
aquel que, en el terreno de los gestos, dedicara uno de sus libros «A la
memoria de Santiago Brouard / A la de todas las víctimas del Terror de
Estado», que aquel que, a raíz de la comparecencia de José María Aznar en
la Comisión Parlamentaria sobre los atentados del 11-M en Madrid,

«El Aznar de anteayer era otro. Que hizo en el Parlamento algo que allí no
se usa: política. Esto es, Estado. No teatro o escena, no la medida
demagogia que busca afectar sentimientos para capitalizar votos. [...]
¿Cuándo puede, en el destino de un político, cruzarse el estupor de la
inteligencia? Cuando no está ya en esa ficción azucarada, ese circo seboso
y lastimero, al cual damos en llamar política»12.

Grandes desplazamientos. No encontraremos en Albiac, al menos en su obra escrita,


rasgos de coherencia de lo que podríamos llamar «un pensamiento», o acaso un sistema.
Recordamos, sin embargo, que «en la vida de un hombre sólo hay lugar para un solo
pensamiento». ¿Qué puede ser entonces para Albiac el pensamiento?

Némesis

La cuestión se complica más si cabe desde el momento en que advertimos lo que podría
ser algo así como una terrible némesis en ese cortocircuito permanente entre la biografía
y la escritura de Albiac. Sea un buen ejemplo. Puede ser que alguien recuerde haber
leído aquella dura crítica de los entonces llamados «nuevos filósofos» que Albiac
publicara en la primera época de la revista El Viejo Topo, y que luego recogió en su
volumen Todos los héroes han muerto. En aquella ocasión, Albiac ponía por delante los
puntales de su crítica afirmando que

«si hoy hablo aquí contra estos nuevos inquisidores, lo hago explícitamente
9 Paolo Virno et alia., «Do you remember revolution?», recogido en Toni Negri, El tren de
Finlandia, Madrid, Libertarias, 1990, p. 88.
10 Gabriel Albiac, Diccionario de Adioses, cit., p. 263.
11 Gabriel Albiac, Todos los héroes han muerto, cit., p. 61.
12 Gabriel Albiac, «Después de la política», La Razón, 1 de diciembre de 2004.
desde dos presupuestos: en tanto que filósofo y en tanto que marxista-
leninista. O, si se prefiere, en defensa de la filosofía y en defensa del
marxismo leninista –contra la mediocridad y la impostura»13

Se indignaba entonces Albiac contra las intervenciones literarias y mediáticas de


personajes como Bernard Henry Lévy, cabeza de serie del «pack» literario mediático
que hizo ante todo de la denuncia de los horrores del pensamiento de izquierda en
Francia, y particularmente del «marxismo» y sus instituciones políticas en su
configuración posterior a mayo de 1968, el blanco prácticamente exclusivo, y en todo
caso estratégico, de su cruzada. Aquella labor estaba inspirada, según las palabras que
Albiac se encarga de citar –como espuela de la indignación– por un motivo que, sin ser
explícito en este último, no será extraño para ningún lector de su obra:

«bien es cierto que he tratado de asentar las piedras angulares de lo que


denomino el “pesimismo en Historia”. Me he encarnizado en perseguir
hasta en sus últimas guaridas los eternos ensueños que gobiernan al rebaño
humano»14.

En efecto, en el Albiac en el que hoy José María Aznar es capaz de provocar un afecto
de admiración leemos (muchas, reiteradas, obsesivas) expresiones lapidarias que hacen
balance de los siglos del peligro revolucionario:

«El sueño de la revolución –que es la instancia suprema del sueño de la


razón ilustrada– ha dado a luz a sus monstruos ya, a lo largo de dos siglos.
Y se cierra, no dejando tras de sí sino tierra quemada. [...] No hay mundo
nuevo, no habrá –salvo en las más mortíferas fantasías– hombre nuevo para
curar al viejo o enterrarlo. Ni futuro siquiera que merezca tal nombre»15.

En su embestida contra la «nueva filosofía» Albiac hace suyas las palabras de un Gilles
Deleuze que, «desde un punto de vista puramente naturalista o entomológico», intentaba
delimitar los contornos de aquella campaña agresiva contra todo cuanto oliera a
disposición subversiva en las almas, llevada a cabo por una legión de «polemistas».
Resulta sorprendente comprobar los isomorfismos, pero también las numerosas
coincidencias temáticas y estilísticas que podemos encontrar entre lo que Deleuze
analiza como características del fenómeno literario y político de los nouveaux
philosophes y buena parte de la obra del Albiac «al margen de la vida política». Es
sabido que Deleuze adjudicaba un valor nulo al pensamiento de los nuevos inquisidores:

«Veo dos razones posibles de esa nulidad. En primer lugar, se sirven de


grandes conceptos, tan grandes como una boca sin dientes, LA ley, EL
poder, EL amo, EL mundo, LA rebelión, LA fe, etc. Pueden hacer así
mezclas grotescas, dualismos sumarios, ley yel rebelde, el poder yel ángel.
Al mismo tiempo, cuanto más débil es el contenido de pensamiento, mayor

13 Todos los héroes han muerto, cit., p. 114.


14 Bernard-Henry Lévy, La barbarie à visage humain, París, Grasset, 1977, p. 220, citado por
Albiac en Todos los héroes han muerto, cit., p. 117.
15 Diccionario de adioses, cit., p. 120.
importancia cobra el pensador, mayor importancia cobra el sujeto de
enunciaciónrespecto a los enunciados vacíos (“yo, en tanto que lúcido y
valiente, os digo... , yo, en tanto que soldado de Cristo..., yo, de la
generación perdida..., nosotros, en tanto que hemos hecho mayo del 68...,
en tanto que no nos dejamos engañar por las apariencias...”)»16.

Y es el último Albiac el que nos espeta, con sus estilemas trágicos:

«Y no hay política humanista en la cual no lata la tentación del genocidio.


Puesto que el enemigo, en una utopía fundacional del hombre nuevo, no
puede sino ser aquello, por definición, ajeno a lo humano: lo inhumano, de
cuya depuración perfecta depende la salvación de la especie. [...] No hay
vida sin el consuelo del lugar común. Y el lugar común es genocida. La
soledad de la inteligencia es mortífera. [...] Para el animal que sabe su
condena a muerte –sólo el hombre, bestia parlante, posee esa maldición, a
la cual dice privilegio–, el horizonte en el cual todo mata o muere, mata y
muere, muere matando, es elmundo, el único al cual pueda llamar suyo. [...]
Auschwitz es el emblema del saber europeo del siglo XX, del saber
europeo sin más.»17.

Con respecto a la fijación de Bernard-Henry Lévy, Glucksmann y otros en la denuncia


de la responsabilidad del Gulag soviético que descansaba intrínsecamente en el
pensamiento de Karl Marx, podemos comprobar que Albiac hace aparecer a aquellos
como moderados. Ambas especies parecen estar de acuerdo en que la derrota hace
sabios. Unos fueron derrotados (gracias a Dios, añaden ellos) en mayo de 1968; otros,
como Albiac, dicen haberse dado cuenta de ello a finales de la década de 1970, años
probablemente mucho más discretos. Al respecto señala Deleuze:

«Como principio general, uno tiene tanta más razón cuantas más veces se
ha equivocado a lo largo de su vida, puesto que siempre puede decir “he
pasado por eso”. De ahí que los estalinistas sean los únicos que pueden dar
leccionesde antiestalinismo [...] Lo que me da asco es sencillo: los nuevos
filósofos hacen una martirología, el Gulag y las víctimas de la historia.
Viven de cadáveres. [...] Pero nunca habría habido víctimas si éstas
hubieran pensado como ellos, o hablado como ellos. [...] Quienes ponen en
peligro su vida suelen pensar en términos de vida, y no de muerte,
amargura y vanidad mórbida. Antes bien, los resistentes son gentes llenas
de vida. Nunca se ha metido a nadie en la cárcel por su impotencia y su
pesimismo, más bien ha sucedido lo contrario»18.

Otro de los rasgos característicos que para Deleuze permiten comprender la agresividad
del fenómeno, una de sus condiciones de éxito, no es otra que el nuevo marketing del
16 Gilles Deleuze, «A propos des nouveaux philosophes et d’un problème plus général» (1977),
Deux régimes de fous, París, Minuit, 2003.
17 Diccionario de adioses, cit., pp. 228, 229, 231.
18 «A propos des nouveaux philosophes...», cit, p. 128.
libro, y en particular del ensayo moral y filosófico. En efecto, los «filósofos» y
moralistas se convierten en personajes mediáticos, conocidos, motivo de polémica y
discusión.

«Como nadie lee los libros de uno...». Se lamenta así Albiac en la actualidad de los
«equívocos» que a su nombre y obra van asociados, también en la actualidad 19.
Difícilmente habrían tenido lugar si, a finales de la década de 1980, no se hubiera
dedicado cada vez con mayor entusiasmo al oficio de columnista y opinador
multimedia. Hasta ser hoy conocido como uno de los primeros espadas de la
división Losantos, de la constelación del neoconservadurismo hispánico que en los
superventas encabeza el historiador revisionista Pío Moa. Albiac es hoy una figura
mediática. Y hace 30 años el mismo nombre se hacía eco de la disección deleuziana
del proceso mediante el cual los nouveaux philosophes

«han introducido en Francia el marketing literario o filosófico, en lugar de hacer


una escuela. El marketing tiene sus principios particulares: 1. es preciso que se
hable de un libro o que se obligue a hablar del mismo, y no que el libro hable por sí
mismo o tenga algo que decir. En última instancia, es preciso que la multitud de
artículos de revistas, de entrevistas, de coloquios, de emisiones de radio o de
televisión reemplacen al libro, que perfectamente podría no existir en absoluto [...]
2. Y luego, desde el punto de vista de un marketing, es preciso que el mismo libro o
el mismo producto tenga varias versiones, para convenir a todo el mundo: una
versión piadosa, una atea, una heideggeriana, una izquierdista, una centrista, e
incluso una chiraquiana o neofascista, una “unión de la izquierda” matizada, etc.».

Inseparable de esta dimensión empresarial e inmediatamente comercial de la


escena del pensamiento y de la performance del pensador es la eliminación del
escritor por el periodista. Un crimen perfecto: nadie distingue ya a uno de otro:

«el periodismo descubría en sí mismo un pensamiento autónomo y suficiente. De ahí


que, en última instancia, un libro valga menos que el artículo de revista que se
escribe sobre el mismo o que la entrevista a la que da lugar. De esta suerte, los
intelectuales y los escritores, incluso los artistas, son invitados a convertirse en
periodistas si quieren adaptarse a las normas. Se trata de un nuevo tipo de
pensamiento, el pensamiento-entrevista, el pensamiento-conversación, el
pensamiento-minuto»20.

Dicho esto, en algo podemos estar de acuerdo con Gabriel Albiac: las vicisitudes del
sujeto de enunciación son, en cuanto clave explicativa, miserables. Sin embargo ese
mismo sujeto es soporte de agentes de enunciación, sujeto de enunciación de grupos de
narraciones. Al fin y al cabo, la biografía sólo es importante en el medida en que
permite poner de manifiesto los nudos de intersección entre enunciados y
transformaciones de estados de cosas; narraciones y efectos históricos.
19 «Pregunta: Sin embargo estará de acuerdo con que hace años sí se le encasillaba como
un pensador de izquierdas.

Albiac: Sí. Como nadie lee los libros de uno... En mi libro ‘La añoranza del poder’ de 1979 me
autodefinía en algún momento como un “comunista reaccionario”, pero como usted puede
analizar eso es un descarado y provocante oxímoron». Entrevista en El periodista digital, cit.
20 «A propos des nouveaux philosophes...», cit., p. 130.
Máscara

Invisibilización, decíamos más arriba. Y justamente de la producción de invisibilidad


hablará Albiac un año después de los atentados del 11-M ante el escogido auditorio de
la FAES, la tentativa aznariana de construir un think tank a la altura de las exigencias de
la hegemonía neoconservadora. El motivo: la presentación de aquel video
propagandístico que achaca la salida del gobierno del Partido Popular a una
conspiración. La intervención de Albiac no será, entonces, un mero oropel. Es solicitada
para que dé contenido y simule razón para la paranoia conspiratoria. En su intervención
se afana Albiac en explicar cómo es posible que lo sucedido, a fin de cuentas un golpe
de Estado, haya pasado desapercibido a casi todos, hasta el punto de que la mayoría de
la población haya llegado a arrojarse a los brazos de los perpetradores –el PSOE, se
entiende– del golpe:

«En condiciones normales, explicó, prima la invisibilidad. En


condiciones de guerra, por el contrario, prima la exhibición de los actos
ejemplares que ciegan la comprensión de lo que se está jugando en el
conflicto mismo. [...] EE. UU. decidió librar la guerra, la Europa
continental decidió rendirse. [...] Vichy dio nombre, en su momento
(Segunda Guerra Mundial) a la invisibilidad: colaboración. Palabra que hoy
consideramos infame pero que no lo fue en el momento en que se creó...
[...] Madrid lo está llamando Alianza de Civilizaciones. [...] Una toma de
poder sólo puede funcionar y consumarse en la noche y en las sombras,
entre bruma y tinieblas. Y de eso, de que toda toma de poder y toda
consolidación del poder requiera esencialmente de la bruma y de las
tinieblas, nadie, al menos nadie que haya pasado a través del Estado es
inocente»21.

¿Nos proporcionará este elogio de la invisibilidad, o de la máscara, una clave de la


gestación y el proceso de nulificación de la escritura y el pensamiento de Albiac? Al fin
y al cabo, el nexo entre política, guerra y muerte (que equivalen a nada) estará mediado,
en este «último» periodo, justamente por la figura de la máscara:

«La nada, ese vacío esencial que sólo importa, nos viene únicamente en
fogonazos, y siempre bajo forma literaria desplazada. Muerte, guerra y
política, son las más intemporales de sus máscaras. En el límite, nada hay
en el universo lingüístico de los hombres –en el universo lingüístico, que es
el universo– que no lo sea»22.
Junto a la nada, no hay para a Albiac otra cosa que la escritura. Testigo del horror,
acotación de la nada que él mismo es. Antes que refugio, podemos decir que el
«escritor» funciona en Albiac como equivalente general subjetivo, instrumento
fiduiciario, marchamo. Que hace aceptable. Y que da validez a lo que, sin su rodeo,
21 Véase el «Resumen de la intervención de Gabriel Albiac» en la mesa redonda: «Las
elecciones libres y sus enemigos: terrorismo y agitación radical», 30 de marzo de 2005. Véase
http://www.fundacionfaes.org/documentos/INTERVENCiÓN_DE_GABRIEL_ALBIAC_1.doc
22 Diccionario de adioses, cit., p. 173.
como puros desplazamientos semánticos y encabalgamiento de secuencias narrativas
heterogéneas e incomposibles, no sería más que la evidencia póstuma de la muerte que
media vidas distintas. Se vería al zombi. Es la máscara del escritor.... que se adapta y
domina todas las demás (comunista, antiislamista, derrotado, etc.). Y es la que sostiene
su disposición a la sumisión, su funcionalidad en la máquina de propaganda
neoconservadora.
Voluntad de muerte
Ahora bien, ¿qué ha de tornar «aceptable» Albiac? Pensamos acercarnos a partir de esta
cuestión a una primera disección de lo que hemos denominado su «fórmula». Fórmula
de aceptabilidad del arrastre que en él ejercen los nuevos enunciados de guerra y
exclusión de la galaxia neoconservadora. Fórmula, al mismo tiempo, de invisibilización
de las profundas discontinuidades –de la muertes, al fin y al cabo– que escanden y
hacen definitivamente ilegible su narración ontológica e histórica.
La crisis del estalinismo –específica, pero concomitante de la crisis, que en la mayoría
de los casos sería crisis terminal, de toda la extrema izquierda surgida a finales de la
década de 1960– llevará a un jovencísimo Albiac a poner en escena un gesto
determinante, que le acompañará hasta hoy: la declaración de la propia muerte, como
militante y como filósofo. Detrás quedan unos pocos años de actividad política y de
escritura, y un puesto de profesor titular de filosofía en Madrid. En la narración de
Albiac, la declaración de la propia muerte no es un rapto, ni un desafío, sino una
consecuencia lógica de aquello que la derrota política le acaba –o nos acaba, porque en
Albiac la propia experiencia tiene a priori un valor ético universal– de enseñar o casi
valdría decir revelar: que todo estaba perdido de antemano:
«Terrible historia, en verdad, ésta que nos tocó vivir, sin poder creer siquiera en la
palabra en que nuestra incredulidad es dicha. Un tiempo en el que el solo privilegio que
nos fuera otorgado ha sido el de decir la incapacidad radical de lo dicho para nada que
no fuere la reproducción de las reglas del poder despótico que en la palabra es
consumado. Decir que nada puede ser dicho–tal es el drama aporético de los filósofos
[...] Es algo que, a fin de cuentas, bien se asemeja a aquella tortura de piratas egeos, a
cuya imagen Platón echara mano para dar razón del drama del alma atada férreamente al
cuerpo: encadenar un hombre vivo a un cadáver y abandonar ambos a su propia e
indiferenciada podredumbre. Tal resultó ser el drama (y el “juego de niños”) del filósofo
que deseábamos ser y del comunista desesperanzado y un poco reaccionario que
somos»23.
Una parte de Añoranza del poderpone en escena la crisis y disolución del marxismo-
leninismo a raíz del abandono, por parte del PCF y, con posterioridad, del PCE de
Carrillo, de la «noción» de «dictadura del proletariado». La incapacidad de la crítica
para restituir el concepto marxiano y leninista se presenta como cifra e índice de la
imposibilidad de hacer política con conceptos, esto es, de la imposibilidad de
transformar el mundo en los términos en que el pensamiento crítico afirmaba poder
hacerlo: «Renunciamos, así, por principio a la palabra, para buscar el silencio en la
lectura»24. Vedados para el materialista arrepentimiento y suicidio, esta voluntad de
muerte será una máscara literaria, de cuyas posibilidades probablemente Albiac

23 Gabriel Albiac, Añoranza del poder o consolación de la filosofía, Pamplona, Hiperión, 1979,
p. 13.
24 Ibid., p. 153.
ignoraba entonces casi todo.
Para el Albiac filósofo se determina aquí el alfa y el omega de su aportación al
pensamiento: la exclusividad del principio de muerte. Su imperio rigurosamente
incontestable. Ningún materialista encontrará Albiac para semejante cometido. Pero
nuestro hombre trágico encuentra citas platónicas:
«¿Qué significado dar, en rigor, a esta práctica extraña que quiere que toda la historia de
la filosofía no sea otra cosa que el comentario de una frase platónica? Aquella que dice
la filosofía como aprendizaje de muerte[...] Agotadas, así –digo–, las ilusiones de poder
de los maestros de toda sabiduría otorgadora de control sobre las cosas, Platón (la
disciplina teórica que llamamos filosofía) ha de volverse, inexorablemente, a la caverna
del fracaso, como lugar ineludible de la palabra humana; [...] Fracasar, finalmente, en la
tarea de decir el fracaso al que todo decir se haya abocado»25.
La maraña
«Comunista reaccionario» (demasiado inteligente, demasiado lúcido, debemos traducir
nosotros sin eufemismos) y filósofo (platónico) que quiere y dice la muerte constituyen
desde entonces la matriz de su personalidad literaria. Y es preciso insistir en que el uso
sistemático de paradojas, contradicciones, oxímoron, no dejará de tener consecuencias
decisivas en este juego de desplazamientos e invisibilizaciones. Comienza con ello el
juego peligroso de las oscilaciones semánticas, los encadenamientos y enmarañamientos
de narraciones opuestas, sobre cuya importancia en el caso de la formación de los
enunciados nazis escribía Jean-Pierre Faye:
«Lo más asombroso de la lengua nazi es que se sirve incluso de sus inconsecuencias:
pues éstas intervienen a su vez en el campo que las ha producido, tienden, por así
decirlo, a recargarlo»26.
Se opera así «lo que algunos semánticos llamarían la separación [écartement] de las
funciones –el alejamiento, en el encadenamiento narrativo, de los semes que pertenecen
a la misma estructura de significado. Ahora bien, esa separación no supone una pérdida
de intensidad, sino, por el contrario, es generadora de espera, reproduce, estira y agrava
lo que sin duda es su modelo permanente: la oposición carencia/no-carencia, que es por
excelencia creadora de necesidad, y, como subraya A. J. Greimas, promotora de acción.
Nada muestra mejor de qué manera la acción de una ideología se reduce a la de un
relato: ninguna “teoría” puede hacer lógicamente compatibles los enunciados
antagonistas del pequeño doctor [Goebbels], pero el relato ideológico hace que sean, por
así decirlo, lingüísticamenteeficaces. [...] La madeja de los juegos, desenmarañados uno
a uno, deja ver poco a poco su secreto: cada enmarañamiento funciona –mediante la
operación de un determinado álgebra lógico y en los hechos– como multiplicación. A
cada intersección de las ideologías, el doctor efectúa el producto de las fuerzas»27.
Sin la menor intención de comparar a Joseph Goebbels con nuestro personaje, las
palabras de Jean-Pierre Faye suponen una enorme inspiración para desenmarañar la
«fórmula» de Albiac.
En el plano de la crítica política e histórica, esta fórmula –que, no debemos olvidarlo,

25 Ibid., p. 173.
26 Jean Pierre Faye, Le langage meurtrier, París, Hermann, 1996, p. 81.
27 Ibid., pp. 84-85.
funciona también y sobre todo como máscara– será el soporte de sucesivas
transformaciones semánticas que, en concatenación, operarán desplazamientos políticos
decisivos. Dicho de otra manera: llevará al «comunista reaccionario», al «marxista
muerto», al filósofo «traidor heroico» que afirma que «filosofía será decir aquello que,
precisamente por no poderser dicho, debeser dicho»28, no sólo a la descripción del
impulso revolucionario como una voluntad de matar y morir (y una búsqueda
inocultable del máximo placer que en ello se obtiene), sino a la ecuación entre nazismo
y comunismo, considerados como polaridades fundamentales de ese mismo impulso de
muerte y asesinato. A pesar de la tinta de calamar que borra sus huellas, podemos
identificar varios desajustes en la monodia de Albiac:
► de la afirmación de la lucha de clases (y fundamentalmente del aserto según el cual
«las clases son el producto de la lucha de clases») y de su corolario, la dictadura del
proletariado, a una lógica de la guerra que, con La sinagoga vacíacomo estandarte, se
declarará spinoziana29. La polaridad dominante en este enmarañamiento es
«revolucionaria y comunista»: su mottoes «Revolución o muerte. Revolución es
muerte», palabras escritas en memoria de Eduardo Haro Ibars30.
► de la lógica de la guerra (de referencia spinoziana) al principio de muerte y de
identidad: Nada = muerte, guerra, política31. Y de ahí a la normalidad y casi necesidad
del exterminio y el genocidio: «los hombres matan; es lo originario». El impulso
revolucionario, que Kant considerara «ha puesto de manifiesto una disposición y una
capacidad de mejoramiento en la naturaleza humana como ningún político
hubiera podido sonsacar del curso que llevaron hasta hoy las cosas» 32, no es ahora
para Albiac más que una manifestación epifenoménica de la fundamental pulsión
de muerte. ¿Qué diferencia cabe, entonces, entre revolucionarios y
contrarrevolucionarios? Ninguna:
«Hay una corriente trágica –tan oscura cuanto silenciosa– de la revolución. O de la
contrarrevolución, nadie se engañe: en lo más hondo, los terrores humanos no
conocen, porque no lo conoce el inconsciente en el cual anidan, el principio de no
contradicción ni las partículas negativas. Y esa corriente trágica sussurra, a muy
pocos milímetros bajo las ominosas convenciones, su canon matemático de
desolación y muerte. Resuena en ella, la prefiguración del hallazgo freudiano: “El
principio de placer parece hallarse al servicio de la pulsión de muerte”»33.
Esta cita condensa el núcleo duro de la operación de revisionismo histórico que
emprende, desde finales de la década de 1990, nuestro filósofo muerto. La clave del
asunto es la siguiente: un desplazamiento revisionista no «cuela», porque la lógica
28 Añoranza del poder..., cit., p. 188.
29 «Estamos ahora en la clave final de la Ética y del espinosismo todo, de esa irreversible
revolución filosófica que, tras vaciar a los entes de toda esencialidad subyacente, viene a
colocarnos en el horizonte materialista de una modernidad que es la nuestra: frente a la lógica
de las esencias –que fuera, hasta aquí, la de la metafísica–, una lógica de las potencias en
conflicto, que es una lógica de la guerra», La sinagoga vacía. Un estudio de las fuentes
marranas del espinosismo, Madrid, Hiperión, 1987.
30 Gabriel Albiac, Adversus socialistas, Madrid, Libertarias, 1989.
31 Cfr. «Nada: muerte, guerra, política», Diccionario de adioses, pp. 171-235.
32 Immanuel Kant, Immanuel Kant, «Si el género humano se halla en progreso constante hacia
mejor» (1798), Filosofía de la historia, Madrid, FCE, 1989, pp. 108-109.
33 Diccionario de adioses, cit., pp. 282-283.
misma de la crítica histórica puede y de hecho demuestra que ha habido
alternativas de constitución, minorías derrotadas, singularidades de enunciación y
de creación política, entonces llega el momentodel desplazamiento ontológico, o
más bien teológico. Intervienen los términos vacíos con función
homogeneizadora: nihilismo, lacanismo, o freudismo resuelven las dificultades
de la historicidad concreta, y la inaprensibilidad de los devenires revolucionarios.
La mirada del escritor «póstumo» le proporciona la postiza autenticidad y la
paradójica autoridad que, por definición y fuera de las salas de tribunales, le
están vedadas a un arrepentido. Pero Albiac nos replica, por enésima vez:

«Yo soy un residuo del pasado. Un hombre muerto en vida [...] llega un
momento en nuestra vida en que ya sabes que no te corresponde modificar nada,
sino tomar la distancia y ver lo que está sucediendo, negarte al inevitable
autoengaño y tratar sencillamente de contar lo que pasa y analizarlo con la
frialdad más absoluta y al coste que sea necesario»34.

Tal vez sea un duro coste, pero no resulta excesivamente difícil, por ser un tópico
de la literatura anticomunista, narrarla identidad fascismo=comunismo. Al
objeto Albiac se limita a repetir, como si se tratara de un descubrimiento, los
tópicos disponibles en la literatura clásica al respecto. Todos los trabajos citados
por Albiac han sido escritos desde las filas de la extrema derecha nazi o fascista.
En este sentido, Albiac recoge un testigo revisionista que cuenta por predecesores
conocidos hasta la saciedad: Moeller van der Bruck, Niekisch, un cierto Jünger,
Rauschning y, last but not least, el antaño denostado fascista y hoy elogiado
Alain de Benoist (dando crédito, por supuesto, a las afirmaciones, constitutivas
de la locura de las narraciones fascistas y nazis, de un Mussolini, un Goebbels, o
un Adolf Hitler)35. Este frenesí revisionista cuenta además con numerosos
adeptos en la «ciencia hispánica», también amigos y colaboradores de Albiac 36.
El método historiográfico de Albiac es fácil. Consiste en repetir machaconamente
el mantra: cualquier historiador serio sabe, por ejemplo, que «nacional-socialista
y socialistason, en esas alturas del siglo, matices internos a una sola corriente
general, la del obrerismo revolucionario »37.

Luego llegará el turno de la Revolución, que conlleva Terror, y la condena definitiva del
Revolucionario, o el Contrarrevolucionario. O el Antisemita. Qué más da. Lo más
lamentable de la empresa revisionista de Albiac es su absoluta falta de rigor: lógico,

34 «Gabriel Albiac, testigo vivo de un mundo muerto», entrevista con José Luis Gutiérrez, Leer,
núm. 136, octubre de 2002.
35 Véase Diccionario de adioses, cit., pp. 95-98.
36 César Vidal y Pío Moa, el «conspiranoico» Luis del Pino entre otros. Albiac se dedicará a
reseñar –dicho sea sin eufemismos: a ensalzar– buena parte de esta literatura del revisionismo
histórico desde las páginas de la revista Leer. Cfr. las reseñas de Nazismo y comunismo, de
Alain de Benoist (núm. 161, abril 2005); La Yihad en España, de Gustavo de Arístegui (núm.
170, marzo de 2006); Los enigmas del 11-M, de Luis del Pino (núm. 171, abril de 2006);
Paracuellos – Katyn, de César Vidal (núm. 162, mayo de 2005); Checas de Madrid, de César
Vidal (núm. 146, octubre de 2003); La izquierda reaccionaria, de Horacio Vázquez-Rial (núm.
144, julio-agosto de 2003).
37 Diccionario de adioses, cit., p. 97.
histórico, filosófico. Presupuesto por una fundamental dimisión ética: la del «filósofo
muerto» convertido en bufón y numerario del «think tank» neoconservador,
concatenado en joint venture con el nacional-populismo aznariano.

Cádaver

Albiac renunció a construir conceptos porque, en Añoranza..., descubrió lo que es la


filosofía. Y ésta no pasaría en modo alguno por crear, inventar conceptos, pero tampoco
por deconstruirlos. «La filosofía no da respuestas», antes bien, «es aprendizaje de
muerte». Pues la filosofía es un fracaso: en la tarea de decir el fracaso de todo decir.
Todo lo dijo Platón (aleccionado por su fracaso político). «Renunciamos a la palabra
para buscar el silencio en la lectura». Ya está todo pensado. «Desde hace unos años me
sé cadavérico [...] porque sabe que ese fin ha sido ya [...] me hallaba, al fin, en el lugar
al que siempre aspiré: el lugar del filósofo [...] el lugar del cadáver». «La metáfora
privilegiada del filósofo es la del traidor heroico», porque oscila entre complicidad y
muerte, diciéndolo. Pero queda la escritura: la escritura, ya sin filosofía, o después de la
filosofía. O la escritura como recuerdo constante del origen y fin: la muerte. Sin
embargo, el principio de muerte debe revelarse, traslucir en los orígenes mismos de la
filosofía. El principio de muerte es activo: puesto que sólo opera en la finitud de los
modos, el principio se efectúa como morir-matar, indistinguibles salvo por el accidente
de las modalidades de su ejecución.

Sacerdocio venal, que permitirá y pretenderá hacer aceptable, «contra derecha e


izquierda» llamar «chimpancé» al mestizo Chávez, antisemitas a los opositores a la
globalización capitalista, vil masa amedrentada a las y los desobedientes del 13 de
marzo de 2004, y amigos, que compensan con creces a cuantos ha perdido, a Federico
Jiménez Losantos y Pedro J. Ramírez.

«Ninguna razón me impele, en efecto, a afirmar que el cuerpo no muere más que
cuando es ya un cadáver. La experiencia misma parece persuadir más bien de
todo lo contrario. Pues ocurre, a veces, que un hombre experimenta tales cambios
que difícilmente se diría que es el mismo»38.

38 Baruch Spinoza, Etica, Madrid, Alianza, 1988, Parte IV, Proposición 39, Escolio. Citado por
Albiac en La sinagoga vacía, cit., p. 362.

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