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1 Felipe Giménez Pérez, «A propósito de Gabriel Albiac», El Catoblepas, núm. 47, enero de
2006, p. 23 (http://www.nodulo.org/ec/2006/n047p23.htm).
«La tentación narcísica más colosal del escritor contemporáneo es ese
frontal oxímoron: ser nadie. Para que la obra sea. Todo. Porque no hay
escritor hoy que no sepa –escritor, al menos, que merezca tal nombre– que
la firma oculta el texto; que el nombre del autor hace el libro ilegible,
porque exime de su lectura; porque interpreta el texto, antes de que la
cubierta se abra»2.
«”dogmático”, que diría alguno de esos cretinos que confunden el rigor con
el dogmatismo y nunca serán capaces de comprender que en la vida de un
hombre sólo hay lugar para un solo pensamiento»4.
Y a quienes, como Felipe Giménez, ven ahora en él a un apaciguado defensor del orden
establecido, replica sin matices:
«Soy una persona que está, desde el año 1976 en que salí del Partido
Comunista de España, completamente al margen de la vida política. La
política no me interesa lo más mínimo y juzgo que el primer deber moral
del ciudadano es la autodefensa ciudadana frente a la potestad monstruosa
y faraónica de lo político en las sociedades contemporáneas. En ese
sentido, ni me parece que se pueda entender gran cosa de lo que escribo
pensando que está escrito desde posiciones ácratas o izquierdistas, ni por el
contrario pensando que está escrito desde posiciones derechistas. Lo que he
tratado de hacer siempre, otra cosa es que lo haya hecho bien o mal, es
tratar de fijar las determinaciones que rigen el discurso político»5.
Sin embargo, no es éste el aspecto más interesante del «caso» Albiac. No resulta en
2 Gabriel Albiac, Diccionario de adioses, Barcelona, Seix Barral, 2005, p. 46.
3 Cfr. la contraportada del mismo volumen, Diccionario de Adioses, ibid.
4 Gabriel Albiac, Todos los héroes han muerto, Madrid, Ediciones Libertarias, 1986, p. 188.
5 Entrevista en El periodista digital, 2 de febrero de 2005,
http://periodistadigital.com/opinion/object.php?o=48996
exceso interesante limitarse a contrastar las palabras de Albiac con hechos o acciones, ni
a detectar las diferencias abismales entre sus enunciados de «antes» y de «ahora». Dicho
de otra manera: la aseveración de que Gabriel Albiac es un especimen neoconservador
resulta banal, y no aporta ningún conocimiento sobre el fenómeno neoconservador.
Desplazamientos
Mientras que, más de veinte años antes, podía escribir sobre el «principio
mismo de ese arrebatamiento del monopolio estatal de la violencia al que
Marx, y nosotros, llamamos dictadura del proletariado, ese inexcusable
método de la revolución. ¿Dogmático? –Pues no hemos hecho más que
empezar. ¿Quéreis saber qué es la dictadura del proletariado? –Os lo diré
en tres palabras: rechazo del trabajo. Comunismo»11. No es el mismo
aquel que, en el terreno de los gestos, dedicara uno de sus libros «A la
memoria de Santiago Brouard / A la de todas las víctimas del Terror de
Estado», que aquel que, a raíz de la comparecencia de José María Aznar en
la Comisión Parlamentaria sobre los atentados del 11-M en Madrid,
«El Aznar de anteayer era otro. Que hizo en el Parlamento algo que allí no
se usa: política. Esto es, Estado. No teatro o escena, no la medida
demagogia que busca afectar sentimientos para capitalizar votos. [...]
¿Cuándo puede, en el destino de un político, cruzarse el estupor de la
inteligencia? Cuando no está ya en esa ficción azucarada, ese circo seboso
y lastimero, al cual damos en llamar política»12.
Némesis
La cuestión se complica más si cabe desde el momento en que advertimos lo que podría
ser algo así como una terrible némesis en ese cortocircuito permanente entre la biografía
y la escritura de Albiac. Sea un buen ejemplo. Puede ser que alguien recuerde haber
leído aquella dura crítica de los entonces llamados «nuevos filósofos» que Albiac
publicara en la primera época de la revista El Viejo Topo, y que luego recogió en su
volumen Todos los héroes han muerto. En aquella ocasión, Albiac ponía por delante los
puntales de su crítica afirmando que
«si hoy hablo aquí contra estos nuevos inquisidores, lo hago explícitamente
9 Paolo Virno et alia., «Do you remember revolution?», recogido en Toni Negri, El tren de
Finlandia, Madrid, Libertarias, 1990, p. 88.
10 Gabriel Albiac, Diccionario de Adioses, cit., p. 263.
11 Gabriel Albiac, Todos los héroes han muerto, cit., p. 61.
12 Gabriel Albiac, «Después de la política», La Razón, 1 de diciembre de 2004.
desde dos presupuestos: en tanto que filósofo y en tanto que marxista-
leninista. O, si se prefiere, en defensa de la filosofía y en defensa del
marxismo leninista –contra la mediocridad y la impostura»13
En efecto, en el Albiac en el que hoy José María Aznar es capaz de provocar un afecto
de admiración leemos (muchas, reiteradas, obsesivas) expresiones lapidarias que hacen
balance de los siglos del peligro revolucionario:
En su embestida contra la «nueva filosofía» Albiac hace suyas las palabras de un Gilles
Deleuze que, «desde un punto de vista puramente naturalista o entomológico», intentaba
delimitar los contornos de aquella campaña agresiva contra todo cuanto oliera a
disposición subversiva en las almas, llevada a cabo por una legión de «polemistas».
Resulta sorprendente comprobar los isomorfismos, pero también las numerosas
coincidencias temáticas y estilísticas que podemos encontrar entre lo que Deleuze
analiza como características del fenómeno literario y político de los nouveaux
philosophes y buena parte de la obra del Albiac «al margen de la vida política». Es
sabido que Deleuze adjudicaba un valor nulo al pensamiento de los nuevos inquisidores:
«Como principio general, uno tiene tanta más razón cuantas más veces se
ha equivocado a lo largo de su vida, puesto que siempre puede decir “he
pasado por eso”. De ahí que los estalinistas sean los únicos que pueden dar
leccionesde antiestalinismo [...] Lo que me da asco es sencillo: los nuevos
filósofos hacen una martirología, el Gulag y las víctimas de la historia.
Viven de cadáveres. [...] Pero nunca habría habido víctimas si éstas
hubieran pensado como ellos, o hablado como ellos. [...] Quienes ponen en
peligro su vida suelen pensar en términos de vida, y no de muerte,
amargura y vanidad mórbida. Antes bien, los resistentes son gentes llenas
de vida. Nunca se ha metido a nadie en la cárcel por su impotencia y su
pesimismo, más bien ha sucedido lo contrario»18.
Otro de los rasgos característicos que para Deleuze permiten comprender la agresividad
del fenómeno, una de sus condiciones de éxito, no es otra que el nuevo marketing del
16 Gilles Deleuze, «A propos des nouveaux philosophes et d’un problème plus général» (1977),
Deux régimes de fous, París, Minuit, 2003.
17 Diccionario de adioses, cit., pp. 228, 229, 231.
18 «A propos des nouveaux philosophes...», cit, p. 128.
libro, y en particular del ensayo moral y filosófico. En efecto, los «filósofos» y
moralistas se convierten en personajes mediáticos, conocidos, motivo de polémica y
discusión.
«Como nadie lee los libros de uno...». Se lamenta así Albiac en la actualidad de los
«equívocos» que a su nombre y obra van asociados, también en la actualidad 19.
Difícilmente habrían tenido lugar si, a finales de la década de 1980, no se hubiera
dedicado cada vez con mayor entusiasmo al oficio de columnista y opinador
multimedia. Hasta ser hoy conocido como uno de los primeros espadas de la
división Losantos, de la constelación del neoconservadurismo hispánico que en los
superventas encabeza el historiador revisionista Pío Moa. Albiac es hoy una figura
mediática. Y hace 30 años el mismo nombre se hacía eco de la disección deleuziana
del proceso mediante el cual los nouveaux philosophes
Dicho esto, en algo podemos estar de acuerdo con Gabriel Albiac: las vicisitudes del
sujeto de enunciación son, en cuanto clave explicativa, miserables. Sin embargo ese
mismo sujeto es soporte de agentes de enunciación, sujeto de enunciación de grupos de
narraciones. Al fin y al cabo, la biografía sólo es importante en el medida en que
permite poner de manifiesto los nudos de intersección entre enunciados y
transformaciones de estados de cosas; narraciones y efectos históricos.
19 «Pregunta: Sin embargo estará de acuerdo con que hace años sí se le encasillaba como
un pensador de izquierdas.
Albiac: Sí. Como nadie lee los libros de uno... En mi libro ‘La añoranza del poder’ de 1979 me
autodefinía en algún momento como un “comunista reaccionario”, pero como usted puede
analizar eso es un descarado y provocante oxímoron». Entrevista en El periodista digital, cit.
20 «A propos des nouveaux philosophes...», cit., p. 130.
Máscara
«La nada, ese vacío esencial que sólo importa, nos viene únicamente en
fogonazos, y siempre bajo forma literaria desplazada. Muerte, guerra y
política, son las más intemporales de sus máscaras. En el límite, nada hay
en el universo lingüístico de los hombres –en el universo lingüístico, que es
el universo– que no lo sea»22.
Junto a la nada, no hay para a Albiac otra cosa que la escritura. Testigo del horror,
acotación de la nada que él mismo es. Antes que refugio, podemos decir que el
«escritor» funciona en Albiac como equivalente general subjetivo, instrumento
fiduiciario, marchamo. Que hace aceptable. Y que da validez a lo que, sin su rodeo,
21 Véase el «Resumen de la intervención de Gabriel Albiac» en la mesa redonda: «Las
elecciones libres y sus enemigos: terrorismo y agitación radical», 30 de marzo de 2005. Véase
http://www.fundacionfaes.org/documentos/INTERVENCiÓN_DE_GABRIEL_ALBIAC_1.doc
22 Diccionario de adioses, cit., p. 173.
como puros desplazamientos semánticos y encabalgamiento de secuencias narrativas
heterogéneas e incomposibles, no sería más que la evidencia póstuma de la muerte que
media vidas distintas. Se vería al zombi. Es la máscara del escritor.... que se adapta y
domina todas las demás (comunista, antiislamista, derrotado, etc.). Y es la que sostiene
su disposición a la sumisión, su funcionalidad en la máquina de propaganda
neoconservadora.
Voluntad de muerte
Ahora bien, ¿qué ha de tornar «aceptable» Albiac? Pensamos acercarnos a partir de esta
cuestión a una primera disección de lo que hemos denominado su «fórmula». Fórmula
de aceptabilidad del arrastre que en él ejercen los nuevos enunciados de guerra y
exclusión de la galaxia neoconservadora. Fórmula, al mismo tiempo, de invisibilización
de las profundas discontinuidades –de la muertes, al fin y al cabo– que escanden y
hacen definitivamente ilegible su narración ontológica e histórica.
La crisis del estalinismo –específica, pero concomitante de la crisis, que en la mayoría
de los casos sería crisis terminal, de toda la extrema izquierda surgida a finales de la
década de 1960– llevará a un jovencísimo Albiac a poner en escena un gesto
determinante, que le acompañará hasta hoy: la declaración de la propia muerte, como
militante y como filósofo. Detrás quedan unos pocos años de actividad política y de
escritura, y un puesto de profesor titular de filosofía en Madrid. En la narración de
Albiac, la declaración de la propia muerte no es un rapto, ni un desafío, sino una
consecuencia lógica de aquello que la derrota política le acaba –o nos acaba, porque en
Albiac la propia experiencia tiene a priori un valor ético universal– de enseñar o casi
valdría decir revelar: que todo estaba perdido de antemano:
«Terrible historia, en verdad, ésta que nos tocó vivir, sin poder creer siquiera en la
palabra en que nuestra incredulidad es dicha. Un tiempo en el que el solo privilegio que
nos fuera otorgado ha sido el de decir la incapacidad radical de lo dicho para nada que
no fuere la reproducción de las reglas del poder despótico que en la palabra es
consumado. Decir que nada puede ser dicho–tal es el drama aporético de los filósofos
[...] Es algo que, a fin de cuentas, bien se asemeja a aquella tortura de piratas egeos, a
cuya imagen Platón echara mano para dar razón del drama del alma atada férreamente al
cuerpo: encadenar un hombre vivo a un cadáver y abandonar ambos a su propia e
indiferenciada podredumbre. Tal resultó ser el drama (y el “juego de niños”) del filósofo
que deseábamos ser y del comunista desesperanzado y un poco reaccionario que
somos»23.
Una parte de Añoranza del poderpone en escena la crisis y disolución del marxismo-
leninismo a raíz del abandono, por parte del PCF y, con posterioridad, del PCE de
Carrillo, de la «noción» de «dictadura del proletariado». La incapacidad de la crítica
para restituir el concepto marxiano y leninista se presenta como cifra e índice de la
imposibilidad de hacer política con conceptos, esto es, de la imposibilidad de
transformar el mundo en los términos en que el pensamiento crítico afirmaba poder
hacerlo: «Renunciamos, así, por principio a la palabra, para buscar el silencio en la
lectura»24. Vedados para el materialista arrepentimiento y suicidio, esta voluntad de
muerte será una máscara literaria, de cuyas posibilidades probablemente Albiac
23 Gabriel Albiac, Añoranza del poder o consolación de la filosofía, Pamplona, Hiperión, 1979,
p. 13.
24 Ibid., p. 153.
ignoraba entonces casi todo.
Para el Albiac filósofo se determina aquí el alfa y el omega de su aportación al
pensamiento: la exclusividad del principio de muerte. Su imperio rigurosamente
incontestable. Ningún materialista encontrará Albiac para semejante cometido. Pero
nuestro hombre trágico encuentra citas platónicas:
«¿Qué significado dar, en rigor, a esta práctica extraña que quiere que toda la historia de
la filosofía no sea otra cosa que el comentario de una frase platónica? Aquella que dice
la filosofía como aprendizaje de muerte[...] Agotadas, así –digo–, las ilusiones de poder
de los maestros de toda sabiduría otorgadora de control sobre las cosas, Platón (la
disciplina teórica que llamamos filosofía) ha de volverse, inexorablemente, a la caverna
del fracaso, como lugar ineludible de la palabra humana; [...] Fracasar, finalmente, en la
tarea de decir el fracaso al que todo decir se haya abocado»25.
La maraña
«Comunista reaccionario» (demasiado inteligente, demasiado lúcido, debemos traducir
nosotros sin eufemismos) y filósofo (platónico) que quiere y dice la muerte constituyen
desde entonces la matriz de su personalidad literaria. Y es preciso insistir en que el uso
sistemático de paradojas, contradicciones, oxímoron, no dejará de tener consecuencias
decisivas en este juego de desplazamientos e invisibilizaciones. Comienza con ello el
juego peligroso de las oscilaciones semánticas, los encadenamientos y enmarañamientos
de narraciones opuestas, sobre cuya importancia en el caso de la formación de los
enunciados nazis escribía Jean-Pierre Faye:
«Lo más asombroso de la lengua nazi es que se sirve incluso de sus inconsecuencias:
pues éstas intervienen a su vez en el campo que las ha producido, tienden, por así
decirlo, a recargarlo»26.
Se opera así «lo que algunos semánticos llamarían la separación [écartement] de las
funciones –el alejamiento, en el encadenamiento narrativo, de los semes que pertenecen
a la misma estructura de significado. Ahora bien, esa separación no supone una pérdida
de intensidad, sino, por el contrario, es generadora de espera, reproduce, estira y agrava
lo que sin duda es su modelo permanente: la oposición carencia/no-carencia, que es por
excelencia creadora de necesidad, y, como subraya A. J. Greimas, promotora de acción.
Nada muestra mejor de qué manera la acción de una ideología se reduce a la de un
relato: ninguna “teoría” puede hacer lógicamente compatibles los enunciados
antagonistas del pequeño doctor [Goebbels], pero el relato ideológico hace que sean, por
así decirlo, lingüísticamenteeficaces. [...] La madeja de los juegos, desenmarañados uno
a uno, deja ver poco a poco su secreto: cada enmarañamiento funciona –mediante la
operación de un determinado álgebra lógico y en los hechos– como multiplicación. A
cada intersección de las ideologías, el doctor efectúa el producto de las fuerzas»27.
Sin la menor intención de comparar a Joseph Goebbels con nuestro personaje, las
palabras de Jean-Pierre Faye suponen una enorme inspiración para desenmarañar la
«fórmula» de Albiac.
En el plano de la crítica política e histórica, esta fórmula –que, no debemos olvidarlo,
25 Ibid., p. 173.
26 Jean Pierre Faye, Le langage meurtrier, París, Hermann, 1996, p. 81.
27 Ibid., pp. 84-85.
funciona también y sobre todo como máscara– será el soporte de sucesivas
transformaciones semánticas que, en concatenación, operarán desplazamientos políticos
decisivos. Dicho de otra manera: llevará al «comunista reaccionario», al «marxista
muerto», al filósofo «traidor heroico» que afirma que «filosofía será decir aquello que,
precisamente por no poderser dicho, debeser dicho»28, no sólo a la descripción del
impulso revolucionario como una voluntad de matar y morir (y una búsqueda
inocultable del máximo placer que en ello se obtiene), sino a la ecuación entre nazismo
y comunismo, considerados como polaridades fundamentales de ese mismo impulso de
muerte y asesinato. A pesar de la tinta de calamar que borra sus huellas, podemos
identificar varios desajustes en la monodia de Albiac:
► de la afirmación de la lucha de clases (y fundamentalmente del aserto según el cual
«las clases son el producto de la lucha de clases») y de su corolario, la dictadura del
proletariado, a una lógica de la guerra que, con La sinagoga vacíacomo estandarte, se
declarará spinoziana29. La polaridad dominante en este enmarañamiento es
«revolucionaria y comunista»: su mottoes «Revolución o muerte. Revolución es
muerte», palabras escritas en memoria de Eduardo Haro Ibars30.
► de la lógica de la guerra (de referencia spinoziana) al principio de muerte y de
identidad: Nada = muerte, guerra, política31. Y de ahí a la normalidad y casi necesidad
del exterminio y el genocidio: «los hombres matan; es lo originario». El impulso
revolucionario, que Kant considerara «ha puesto de manifiesto una disposición y una
capacidad de mejoramiento en la naturaleza humana como ningún político
hubiera podido sonsacar del curso que llevaron hasta hoy las cosas» 32, no es ahora
para Albiac más que una manifestación epifenoménica de la fundamental pulsión
de muerte. ¿Qué diferencia cabe, entonces, entre revolucionarios y
contrarrevolucionarios? Ninguna:
«Hay una corriente trágica –tan oscura cuanto silenciosa– de la revolución. O de la
contrarrevolución, nadie se engañe: en lo más hondo, los terrores humanos no
conocen, porque no lo conoce el inconsciente en el cual anidan, el principio de no
contradicción ni las partículas negativas. Y esa corriente trágica sussurra, a muy
pocos milímetros bajo las ominosas convenciones, su canon matemático de
desolación y muerte. Resuena en ella, la prefiguración del hallazgo freudiano: “El
principio de placer parece hallarse al servicio de la pulsión de muerte”»33.
Esta cita condensa el núcleo duro de la operación de revisionismo histórico que
emprende, desde finales de la década de 1990, nuestro filósofo muerto. La clave del
asunto es la siguiente: un desplazamiento revisionista no «cuela», porque la lógica
28 Añoranza del poder..., cit., p. 188.
29 «Estamos ahora en la clave final de la Ética y del espinosismo todo, de esa irreversible
revolución filosófica que, tras vaciar a los entes de toda esencialidad subyacente, viene a
colocarnos en el horizonte materialista de una modernidad que es la nuestra: frente a la lógica
de las esencias –que fuera, hasta aquí, la de la metafísica–, una lógica de las potencias en
conflicto, que es una lógica de la guerra», La sinagoga vacía. Un estudio de las fuentes
marranas del espinosismo, Madrid, Hiperión, 1987.
30 Gabriel Albiac, Adversus socialistas, Madrid, Libertarias, 1989.
31 Cfr. «Nada: muerte, guerra, política», Diccionario de adioses, pp. 171-235.
32 Immanuel Kant, Immanuel Kant, «Si el género humano se halla en progreso constante hacia
mejor» (1798), Filosofía de la historia, Madrid, FCE, 1989, pp. 108-109.
33 Diccionario de adioses, cit., pp. 282-283.
misma de la crítica histórica puede y de hecho demuestra que ha habido
alternativas de constitución, minorías derrotadas, singularidades de enunciación y
de creación política, entonces llega el momentodel desplazamiento ontológico, o
más bien teológico. Intervienen los términos vacíos con función
homogeneizadora: nihilismo, lacanismo, o freudismo resuelven las dificultades
de la historicidad concreta, y la inaprensibilidad de los devenires revolucionarios.
La mirada del escritor «póstumo» le proporciona la postiza autenticidad y la
paradójica autoridad que, por definición y fuera de las salas de tribunales, le
están vedadas a un arrepentido. Pero Albiac nos replica, por enésima vez:
«Yo soy un residuo del pasado. Un hombre muerto en vida [...] llega un
momento en nuestra vida en que ya sabes que no te corresponde modificar nada,
sino tomar la distancia y ver lo que está sucediendo, negarte al inevitable
autoengaño y tratar sencillamente de contar lo que pasa y analizarlo con la
frialdad más absoluta y al coste que sea necesario»34.
Tal vez sea un duro coste, pero no resulta excesivamente difícil, por ser un tópico
de la literatura anticomunista, narrarla identidad fascismo=comunismo. Al
objeto Albiac se limita a repetir, como si se tratara de un descubrimiento, los
tópicos disponibles en la literatura clásica al respecto. Todos los trabajos citados
por Albiac han sido escritos desde las filas de la extrema derecha nazi o fascista.
En este sentido, Albiac recoge un testigo revisionista que cuenta por predecesores
conocidos hasta la saciedad: Moeller van der Bruck, Niekisch, un cierto Jünger,
Rauschning y, last but not least, el antaño denostado fascista y hoy elogiado
Alain de Benoist (dando crédito, por supuesto, a las afirmaciones, constitutivas
de la locura de las narraciones fascistas y nazis, de un Mussolini, un Goebbels, o
un Adolf Hitler)35. Este frenesí revisionista cuenta además con numerosos
adeptos en la «ciencia hispánica», también amigos y colaboradores de Albiac 36.
El método historiográfico de Albiac es fácil. Consiste en repetir machaconamente
el mantra: cualquier historiador serio sabe, por ejemplo, que «nacional-socialista
y socialistason, en esas alturas del siglo, matices internos a una sola corriente
general, la del obrerismo revolucionario »37.
Luego llegará el turno de la Revolución, que conlleva Terror, y la condena definitiva del
Revolucionario, o el Contrarrevolucionario. O el Antisemita. Qué más da. Lo más
lamentable de la empresa revisionista de Albiac es su absoluta falta de rigor: lógico,
34 «Gabriel Albiac, testigo vivo de un mundo muerto», entrevista con José Luis Gutiérrez, Leer,
núm. 136, octubre de 2002.
35 Véase Diccionario de adioses, cit., pp. 95-98.
36 César Vidal y Pío Moa, el «conspiranoico» Luis del Pino entre otros. Albiac se dedicará a
reseñar –dicho sea sin eufemismos: a ensalzar– buena parte de esta literatura del revisionismo
histórico desde las páginas de la revista Leer. Cfr. las reseñas de Nazismo y comunismo, de
Alain de Benoist (núm. 161, abril 2005); La Yihad en España, de Gustavo de Arístegui (núm.
170, marzo de 2006); Los enigmas del 11-M, de Luis del Pino (núm. 171, abril de 2006);
Paracuellos – Katyn, de César Vidal (núm. 162, mayo de 2005); Checas de Madrid, de César
Vidal (núm. 146, octubre de 2003); La izquierda reaccionaria, de Horacio Vázquez-Rial (núm.
144, julio-agosto de 2003).
37 Diccionario de adioses, cit., p. 97.
histórico, filosófico. Presupuesto por una fundamental dimisión ética: la del «filósofo
muerto» convertido en bufón y numerario del «think tank» neoconservador,
concatenado en joint venture con el nacional-populismo aznariano.
Cádaver
«Ninguna razón me impele, en efecto, a afirmar que el cuerpo no muere más que
cuando es ya un cadáver. La experiencia misma parece persuadir más bien de
todo lo contrario. Pues ocurre, a veces, que un hombre experimenta tales cambios
que difícilmente se diría que es el mismo»38.
38 Baruch Spinoza, Etica, Madrid, Alianza, 1988, Parte IV, Proposición 39, Escolio. Citado por
Albiac en La sinagoga vacía, cit., p. 362.