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HABITAT: ¿MEDIO TRANSFORMADO O MEDIO HUMANIZADO?

UNA PERSPECTIVA DESDE EL PENSAMIENTO DE XAVIER ZUBIRI


Xavier Vargas Beal
Guadalajara, México
Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente
( Para críticas, comentarios, sugerencias, etc., xvargas@iteso.mx )
Marzo 2003

El uso común de las palabras se funda en significados que no siempre


corresponden al significado original debido a que, semánticamente, el tiempo
modifica su contenido de sentido. Este fenómeno lingüístico causa que en todos los
lenguajes existan palabras cuyo significado problematiza más que resuelve el
entendimiento de las acciones y las ideas. Por ello las palabras necesitan en
ocasiones -igual que las acciones- ser revisadas a profundidad. Es el caso que nos
ocupa.
Conviene sin embargo señalar que el análisis y la reflexión hechos aquí,
tienen su fundamento únicamente en el pensamiento filosófico de Xavier Zubiri
debido, entre otras razones, a que existe la pretensión ulterior de continuar
dilucidando el tema del hábitat desde la perspectiva de otros autores igualmente
importantes, concluyendo en algún futuro con una síntesis que aporte, entonces sí,
una visión más integral del tema.

El problema

En el lenguaje de las disciplinas relacionadas con la transformación del


espacio, tanto de forma oral como escrita, se expresan ideas académicas,
profesionales o de entendimiento general, donde el Hábitat como palabra y como
concepto, pero sobre todo como realidad, acaba planteando el problema de su
polisemia. Esta circunstancia pareciera, según lo hemos ido constatando, no quedar
suficientemente resuelta sólo con la sobrecontextualización ligüística o incluso con la
construcción de definiciones teóricas, por más que estas consigan un cierto
consenso de sentido común y/o científico. La diferenciación de significados que
origina la propia significancia de quienes escuchan o leen sobre el tema,
desafortunadamente pasa desapercibida porque el énfasis semántico que los

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distintos abordajes le otorgan al concepto durante cada discurso, está, desde antes
del mismo, sirviendo ya al propósito de unos planteamientos ideológicos y
pragmáticos con los cuales se han comprometido velozmente, sin caer en cuenta
que esa misma problemática que se busca plantear o resolver, pudiera estarse
desprendiendo, en parte, de no acabar de comprender meta-disciplinarmente la
estructura profunda del propio concepto del hábitat sobre del cual, en esos discursos,
se sustentan -sólo al nivel del significado que le han otorgado arbitrariamente-
propuestas ulteriores.
Convendría pues por tanto reflexionar la noción aludida, considerando
además, que si el hábitat es una realidad esencialmente problemática para el ser
humano, quizá debiera involucrarlo también esencialmente en su propia estructura
de sentido. De ser cierto esto, todo análisis conceptual del término tendría que
hacerse en el marco de la Antropología Filosófica. Vayamos pues a ello.

Primeras preguntas

Partimos del supuesto de que el hábitat humano no es solamente un medio


natural transformado. El hábitat humano no resulta de la sola transformación del
medio natural. La ciudad -por poner un ejemplo- no es únicamente lo resultante de
las transformaciones hechas por el hombre en un enorme terreno baldío. La ciudad
contiene más que sólo los cambios físicos del territorio donde se ha asentado.
Debido –quizá- a que tanto los animales como el ser humano viven en el
mismo medio natural planetario, se propende a creer generalizadamente que el
hábitat, en tanto naturaleza real, es para los animales y el hombre una misma
realidad. Para los primeros, una naturaleza en la que se vive, y para los segundos,
una naturaleza que se transforma para vivir mejor. ¿Es esto cierto? ¿Es el hábitat
humano sólo una naturaleza transformada para vivir mejor? Si así fuera, no cabría
conceder ninguna diferencia entre medio transformado y medio humanizado. En este
sentido, se podría conceder que el ser humano efectivamente transforma el medio,
pero lo que no podría ya concederse de ninguna manera es que dicha
transformación constituya, por sí misma, el único añadido fundamental que humaniza

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al medio natural. Y sin embargo, al ser transformado por el ser humano, el medio
natural se convierte en medio humanizado. ¿Qué es entonces eso que se le añade al
medio que no es la pura transformación pero que sin embargo -de algún modo- va
vahiculado por ella? ¿Qué es entonces eso que vehicúla la transformación del medio
además de los cambios propiamente físicos que toda transformación implica?
Hay quienes afirman que lo que el ser humano añade al medio natural, al
humanizarlo, además de los cambios físicos, es un carácter simbólico. Así, los
adobes usados para construir los muros de una casa no son sólo tierra, paja y agua
moldeados en bloques de tales o cuales medidas, sino que ellos mismos añaden a
los muros, y por tanto, a la casa en cuestión, un carácter simbólico diferente del
carácter, -también simbólico- que se hubiera añadido de haberse construido esos
mismos muros usando bloques de tabicón prefabricado. En efecto, lo simbólico es un
añadido humano que la transformación vahicúla, pero cabría preguntarse si lo
simbólico es lo único que se añade al medio cuando éste se humaniza. Ciertamente
los pájaros, cuando construyen su nido, no añaden simbología alguna en tanto que
ellos –hasta donde sabemos- carecen de cultura, pero no podría decirse que lo
simbólico, por más que sea un añadido humano al transformar el hombre el medio,
constituya lo que propiamente humaniza el espacio. ¿Qué es entonces ese añadido
que no es sólo cambio físico ni simbolización?

Significados etimológicos del hábitat: en busca de pistas

Respecto de los significados etimológicos de la palabra hábitat, habría que


señalar que tal noción es un sustantivo cuya raíz etimológica habitare proviene a su
vez de habitus, que es el participio pasivo de habere (tener, poseer); de ahí que
habitare se defina en el diccionario etimológico de la lengua española precisamente
como “habitar, ocupar, tener posesión de”.1
El señalamiento es pertinente porque no deja de ser interesante que hábitus,
es decir, el participio pasivo de habere (tener, poseer), signifique algo totalmente

1
Gómez de Silva, Guido (1999), Breve diccionario etimológico de la lengua española, FCE, México, p.
336

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distinto “manera de ser, situación social, aspecto exterior, traje”2. Esta diferencia
sugiere ya algunas primeras reflexiones y preguntas interesantes, ya que a partir de
esta diferenciación, el hábitat podría entenderse como un lugar que se habita, se
ocupa, se tiene posesión de…, pero también podría entenderse de una forma
radicamente distinta, es decir, como un lugar donde el habitante vive su hábitus, su
manera de ser, su situación social. Cabría por tanto preguntarse, si esta manera de
ser y esta situación social, en tanto el significado etimológico de hábitus, se refiere
sólo al hombre o también a los animales, porque es común en el lenguaje cotidiano,
de divulgación y científico, que el término de hábitat se use para hablar de los nichos
ecológicos naturales donde no siempre tiene lugar la presencia del hombre. ¿Es
realmente correcto este uso generalizado de hábitat? Para responder habría que
plantearnos otras preguntas: ¿Tienen los animales una manera de ser y una
situación social en sentido estricto? ¿Es viable considerar la sociedad de las
hormigas o de otras especies animales una auténtica sociedad? ¿La conducta
instintiva de los animales, aún siendo conducta social, es comparable a la conducta
humana? ¿En qué tipo de constitutivos sociales se fundan las sociedades animales y
las sociedades humanas? ¿Son los mismos constitutivos? ¿Hay pues alguna
diferencia esencial entre el hábitus humano y el hábitus animal?
Estas preguntas son pertinentes porque inquieren ya sobre el sentido mismo
de los significados involucrados en el asunto que nos ocupa. Habría por tanto que
profundizar más en ellos ya que sus meras definiciones etimológicas, si bien nos
aportan datos, no agotan la cuestión.

El pensamiento de Xavier Zubiri

En este breve pero interesante análisis etimológico, han aparecido ya dos


pistas, mismas que pudieran ser un buen punto de partida para una reflexión más
honda; “manera de ser” y “situación social” son significados etimológicos
directamente involucrados con la noción de hábitat, cuya estructura semántica
conviene explorar más en detalle.

2
Ibídem, p. 336

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Aun concediendo -para no discutir ahora el punto- que los animales pudieran
tener una manera de ser, cabría preguntar: ¿hay alguna diferencia entre la manera
de ser de los animales y del hombre? ¿Cuál es esa diferencia? Frente a estas dos
preguntas generalmente contestamos que si hay una diferencia fundamental y
señalamos, con sospechosa facilidad y rapidez, que tal diferencia es la razón. Pero,
¿es verdad? La razón, como operación cognoscitiva compleja, no llega al ser
humano sino hasta los 8 o 9 años de edad, luego entonces, debe haber algo anterior
a la razón que constituye una diferencia con los animales de manera todavía más
fundamental que la razón. Para Xavier Zubiri tal diferencia es la inteligencia: “el más
modesto niño de pocas semanas, -dice Zubiri- ciertamente no tiene uso de razón,
pero tiene uso de inteligencia”.3 Esta inteligencia –y esto es interesante para
nosotros- es para Zubiri la habitud radical del hombre.
Zubiri reconoce que los animales tienen su modo de habitud, sin embargo, el
mismo hace una distinción sustantiva entre la habitud humana y la habitud animal:
“He aquí –señala- las dos habitudes que radicalmente se distinguen en la escala
zoológica: de un lado, la habitud del puro sentir estímulos, y del otro, la habitud de
inteligirnos como realidades: sentir e inteligir”.4
Ya en esta afirmación, Zubiri deja ver que, lo que para los animales son puro
estímulo, para el hombre son realidades. Así, la habitud animal consiste en re-
accionar a los estímulos sentidos, mientras que la habitud humana consiste en
responder a esos mismos estímulos, pero ya no sólo como puros estímulos sentidos,
sino como realidades inteligidas.
Habérselas con las cosas pues es, en el lenguaje de Zubiri, propiamente la
habitud: “Todo viviente –dice Zubiri- tiene un modo primario de habérselas con las
cosas y consigo mismo, anterior a sus posibles situaciones y respuestas. A este
modo de habérselas con las cosas y consigo mismo –concluye él- es a lo que llamo
habitud”.5 La noción es interesante y apropiada para la cuestión que estamos
analizando ahora, porque es la habitud -en este sentido definido de habérselas con

3
Zubiri, Xavier (1998), El hombre y Dios, Alianza editorial, Madrid, España, p.
4
Zubiri, Xavier (1982), Siete ensayos de antropología filosófica, Universidad Santo Tomás, Bogotá,
Colombia, p. 67
5
Ibídem, p. 59

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las cosas- lo que le da a las cosas su carácter de medio. “La habitud –dice Zubiri- es
lo que hace que las cosas entre las que está el viviente constituyan en su totalidad
un medio”.6
Ahora bien, todos estos asertos conducen, en el pensamiento de Zubiri, a una
cuestión radical respecto a la diferencia que se establece entre los animales y el
hombre, precisamente, por habérselas con las cosas de manera totalmente distinta.
En la siguiente cita, Zubiri ilumina con absoluta claridad, no sólo lo que para él hace
la diferencia entre los animales y el hombre, sino, sobre todo, lo que hace la
diferencia que más nos importa, aquella que se establece entre medio y mundo.

“La habitud del animal es estimulación. Por esto las cosas con las que tiene que
habérselas el animal están específicamente prefijadas; y el conjunto de estas
cosas así específicamente prefijadas es lo que constituye el medio. El hombre,
en cambio, se mueve entre cosas que ciertamente tienen un contenido
determinado en cada caso. Pero la habitud radical del hombre es inteligencia;
por tanto, las cosas no quedan específicamente prefijadas, sino que basta con
que sean reales. El conjunto de las cosas reales en tanto que reales es lo que
llamo mundo. El animal tiene medio, pero no mundo. Mundo no es el horizonte
de mis posibilidades de aprehender y entender las cosas en mi existir, tampoco
es el conjunto de las cosas reales en sus conexiones por razón de sus
propiedades, sino que es el conjunto <respectivo> de todas las cosas reales por
su <respectividad> formal en cuanto reales, es decir, por su carácter de realidad
en cuanto tal. En el mundo así entendido es en el que el hombre se tiene que
mover; y por eso el mundo es siempre algo formalmente abierto. Su control es
7
por esto, en buena parte, <creación>”.

Ahora bien, acorde con el pensamiento de Zubiri, el hombre se mueve en un


mundo formalmente abierto y no en un medio específicamente determinado; ello en
virtud de ser una especie que tiene que completarse así misma a lo largo de su vida;
es decir, de ser una especie en la que cada espécimen concreto tiene -por sí mismo-
que re-obrar la especie para sí. El ser humano se va haciendo humano conforme va
reobrando la especie humana en él mismo. De ahí que Zubiri diga que la
“sustantividad humana es constitutivamente abierta respecto de sí misma y respecto
de las cosas”.8 Es en este mismo sentido que Zubiri afirma en algún otro lugar de su
obra que: “la esencia del hombre es esencia abierta”.9

6
Ibídem, p. 60
7
Ibídem, p. 68 y 69
8
Ibídem, p. 69
9
Ibídem, p. 76

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De manera pues que, si lo anteriormente dicho es cierto, el hombre se ve en la
inexorable condición de tener que apropiarse por sí mismo de las posibilidades que
lo vayan constituyendo, precisamente, como ser humano. Si bien la cultura, a través
de la comunidad que lo rodea, lo provee de bienes y símbolos desde antes de nacer,
el ser humano necesita de los otros seres humanos, no sólo para sobrevivir como
ente bio-psico-social, sino fundamentalmente para constituirse como especie
humana. Así, mientras los animales solo re-accionan a las acciones de su medio
siempre para sobrevivir, el ser humano responde a las realidades de su mundo para
constituirse como un ser humano, es decir, para humanizarse. La diferencia no
podría ser más obvia: los animales están atrapados en una circularidad causal con
su medio (aun cuando tal medio incluya sistémica y ecológicamente a otros seres
vivos), y así no precisan sino de instintos; el hombre en cambio, establece con su
mundo una relación mutuamente constitutiva que precisa de la libertad y la
responsabilidad, justamente, en tanto que, hombre y mundo, son realidades
formalmente abiertas en mutua retroacción. “El hombre –dice Zubiri- es el único
animal que no está encerrado en un medio específicamente determinado, sino que
está constitutivamente abierto al horizonte indefinido del mundo real”.10 Es por ello
que, el hombre, al aprehender la realidad en tanto realidad, suspende el estímulo y
responde con libertad: “No sólo tiene (el hombre) actividad propia, como la tiene el
animal, -dice Zubiri- sino que esta actividad es, por lo menos en principio, una
actividad que no queda determinada tan sólo por el contenido de las cosas, sino por
lo que el hombre quiere hacer <realmente> de ellas y de sí mismo. Esta
determinación –concluye Zubiri- de un acto por razón de la realidad querida, es justo
lo que llamamos libertad”.11
¿Qué implica todo esto? Implica -por lo menos- que el hombre, por estar
exigido por la libertad, tiene que optar haciéndose cargo de la realidad. Zubiri lo
expresa diciendo que el hombre “suspende, por decirlo así, su actividad responsiva
y, sin eliminar la estimulación, sino conservándola, hace una operación que en los

10
Ibídem, p. 29
11
Ibídem, p. 69

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adultos llamamos hacerse cargo de la realidad. Se hace cargo de lo que son los
estímulos y de lo que es la situación que le han creado”.12
Respecto de esta manera de ser del hombre pues, sólo haría falta decir que
tal condición tiene un destino; un destino ulterior a la propia vida del ser humano y
ulterior a su relación inmediata con el mundo, este destino es la humanización de la
especie. El hombre, en tanto especie inacabada, tiene que ir apropiándose de las
posibilidades que lo constituyen como humano, primero individualmente, luego
socialmente, y finalmente como especie. Así, el ser humano por ser uno a uno
realidad personal, es individuo, pero también, incluso desde antes de nacer, está ya
en relación constitutiva con los demás miembros de su especie; está, como diría
Zubiri, “co-determinado como absoluto por los demás absolutos”.13 De ahí que él
mismo afirme que “la realidad humana es <ab-soluta>, suelta de toda otra realidad
en cuanto realidad. Pero lo es de un modo relativo: es relativamente absoluta”. 14
Estas son, en el pensamiento de Zubiri, la primera y la segunda dimensión del Yo, es
decir, la dimensión individual y social. Sin embargo, además de estas dos
dimensiones, el hombre tiene todavía una tercera dimensión: la histórica: “el phylum
(humano) –afirma Zubiri- es constitutivamente prospectivo. Es una refluencia radical
y constitutivamente genética: es lo que llamamos historia. Si el hombre no tuviera
una génesis biológica no se podría hablar de historia. (…)La historia, como momento
de mi realidad, -sigue diciendo Zubiri- determina una tercera dimensión del acto en
que aquella se afirma como absoluta”.15
Estas tres dimensiones pues apuntan en dirección de la humanización del
hombre en tanto que él, por apropiación de posibilidades, se realiza; es decir, hace
realidad propia el imaginario utópico que de sí genera como miembro individual,
social e histórico de una especie: a saber, la especie humana. “todas las
posibilidades –dice Zubiri- (…)son posibilidades para realizarme en una forma o en
otra. De ahí que el momento de realidad tenga un carácter posibilitante: es lo que

12
Ibídem, p. 110
13
Ibídem, p. 123
14
Ibídem, p. 118
15
Ibídem, p. 123 y 124

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posibilita precisamente que mi realidad sea humana. Toda posibilidad –conluye
Zubiri- se funda en la realidad como posibilitante”.16
Así, mientras que el animal sólo re-.acciona en circularidad causal con su
medio para sobrevivir, el hombre responde –abiertamente- en relación constitutiva
con su mundo siempre dando un paso adelante en el proyecto de humanización de la
especie. Esto lo hace en actualidad individual, social e histórica, tanto, que él mismo
se actualiza en todo momento a sí mismo optando por las posibilidades que lo
constituyen como realidad humana propia.
¿Qué se desprende pues en definitiva de esta Metafísica y esta Antropología
filosófica respecto a la cuestión que nos ocupa: el hábitat? Para responder a esta
pregunta, habremos ahora de abordar aquella otra pregunta que originó la reflexión
en la que estamos.

¿Qué añade el hombre al medio natural cuando lo humaniza?

Hablar de un añadido17 y de una humanización, apunta ya en una dirección:


queremos saber, en concreto y en definitiva, que tiene de añadido el medio natural
una vez que el hombre lo ha transformado humanizándolo.
Antes de entrar en materia, sin embargo, es necesario aclarar en que sentido
se están entendiendo estas dos nociones centrales: lo añadido y lo humano.

Lo añadido:

Por añadido ha de entenderse aquello que se hace presente en el medio una


vez que aparece el hombre, y que no estaba antes de su llegada. El añadido así

16
Zubiri, Xavier (1998), Op. Cit. p. 83
17
Nota: Al usar esta noción de añadido estamos concientes que no es de ninguna manera la mejor
formulación verbal para designar “eso” que hace la diferencia entre medio natural y medio
humanizado, pues pareciera inducir a pensar que la realidad natural es una y la realidad humana es
otra, y que así, entre ambas, se establece una relación donde una le añade algo a la otra. Esto sería
falso pues solo hay una realidad. Por ello aclaramos que tal noción de añadido se ha usado solo para
designar “eso” que funda la diferencia entre medio natural y medio humanizado; en cierta forma
estamos usando el vocablo de forma figurativa.

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entendido, lo constituye eso que por haber sido añadido al medio natural, lo convierte
en mundo.
También hay que decir ya desde ahora, que el hábitat, como noción de tiempo
y espacio, sólo ha de entenderse en adelante como el medio natural al que se le ha
añadido precisamente aquello que lo ha convertido en mundo. En este sentido, y
para los fines que nos ocupa, en adelante, Hábitat y Mundo serán considerados
sinónimos. Como ya se había dicho, el hábitat podría ser entendido como un lugar
que se habita, se ocupa, se tiene posesión de; pero también como un lugar donde el
habitante vive su hábitus, su manera de ser, su situación social. Este trabajo se sitúa
ya en adelante dentro de esta segunda interpretación.

Lo humano:

También habría que señalar, categóricamente, que la noción de humanización


a la que ha de estarse refiriendo constantemente el texto de este artículo en
adelante, no tiene la connotación que pudiera adjudicársele a priori desde los marcos
de las éticas vigentes; es decir, desde cualquiera de las éticas que señalan, de
entrada, que sólo son acciones humanas y humanizantes aquellas que se fundan en
cualquier tipo de universales, sean estos fines, valores, principios, etc. Así, la tortura
–por ejemplo- no sería admitida hoy día por estas éticas vigentes como una acción
humana, y menos todavía como una acción humanizante, debido fundamentalmente
a que tal acción va contra el principio del respeto a la dignidad humana. La tortura,
para estas éticas vigentes, más bien sería considerada como una acción in-humana,
al mismo tiempo que des-humanizante.
De modo pues que, durante el resto de este trabajo, las nociones referidas a lo
humano, a la humanización y a lo propiamente humanizante, carecerán de este tipo
de connotaciones éticas (muy discutible por cierto). Por ello señalamos ahora que lo
aquí dicho no tiene conexión con ética alguna, sino, sólo con concepciones
metafísicas respecto del medio natural y del mundo, y con concepciones de
Antropología Filosófica respecto del ser humano. Dejaremos de lado pues, durante
nuestro análisis y reflexión, si este ser humano del que se hablará aquí, es bueno o

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malo, o si sus morales son éticamente justificables o no. El análisis y la reflexión que
a continuación desarrollaremos se apartan de todo análisis moral y de todo análisis
ético.
Prevenidos ya con estas precisiones, abordemos la cuestión.

HABITAT: los añadidos humanos

Ya desde el principio de este artículo, se habían señalado dos añadidos que si


bien eran añadidos humanos, no eran fundamentales. Sin embargo, dado el análisis
filosófico desarrollado a partir del pensamiento de Xavier Zubiri, tales añadidos
ameritan una reinterpretación. A estos dos añadidos, se agregan otros cinco, en
cierto modo, más fundamentales. Nombraremos ahora los siete sumariamente para
luego irlos abordando uno por uno:

Primer añadido: Co-constitutividad con el Hombre


Segundo añadido: Creación
Tercer añadido: Simbolización cultural
Cuarto añadido: Apertura, inestabilidad, riesgo e incertidumbre
Quinto añadido: Libertad
Sexto añadido: Historia
Séptimo añadido: Proyecto de humanización

Una vez nombrados, vayamos a su reflexión uno por uno.

Primer añadido: Co-constutividad con el Hombre

Lo primero que se añade al medio natural, es el hombre mismo, pero no sólo


como una especie más entre las muchas que lo precedieron, sino que, por ser una
especie que nace incompleta, y debido fundamentalmente a ser un animal cuya
acción no es mera re-acción encerrada en un medio específicamente determinado,
sino respuesta abierta a la realidad del mundo, este hombre añade algo más que

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sólo una nueva presencia animal; añade la co-constitutivididad misma que se
establece entre él y el medio natural, convirtiendolo, precisamente en virtud de esa
co-constutividad en mundo humano, en hábitat. En adelante, el medio natural,
convertido en mundo, no será más un medio natural ab-soluto, es decir, un medio
natural suelto de la realidad humana, sino que establecerá una relación de co-
constitutividad precisamente con esa realidad en tanto realidad humana. La realidad
así entendida, ya no es realidad natural por un lado y realidad humana por el otro,
sino que toda ella es ya una sola realidad.
¿Qué significa todo esto? Significa que al añadirse el hombre mismo al medio
natural, éste se transforma en mundo en virtud de que, en adelante, tal medio será
aprehendido por la inteligencia humana, ya no sólo como medio de cosas prefijadas,
sino como realidad. Así al crear el hombre el mundo para sí, está ya inexorablemente
comprometido con él. Al humanizar el medio, el hombre crea una relación constitutiva
con él en tanto realidad aprehendida de la que ya no podrá desligarse ni
desentenderse; en tal relación le va su futuro como especie, dependerá ya de esa
relación constitutiva hasta el fin de los días. En otras palabras, una vez que el
hombre se ha añadido al medio natural, ha hecho aparecer el mundo, y así, en
adelante, sin hombre no habrá más mundo, y sin mundo no habrá más hombre. Tal
condición añadida supone también el añadido de su co-determinación: el hombre
determina al mundo pero el mundo determina al hombre.
El primer añadido al medio natural es pues el hombre mismo como co-
constitutivo del propio medio. Por tanto, en virtud de este añadido, el hábitat es la
relación co-constitutiva con el hombre. De ahí, que se haya dicho antes, que la
noción de hábitat no pueda más usarse sino referida al hombre. Este añadido pues,
de co-constitutividad y co-determinación es, precisamente, lo que define en primer
lugar al hábitat como medio humanizado.

Segundo añadido: Creación

Habíamos dicho ya que, al transformar el medio natural, el hombre añade


cambios pero que no eran estos cambios lo fundamental. Lo habíamos dicho así

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porque los cambios, en toda transformación, tienen un primer carácter que es el de la
modificación, es decir que las cosas al cambiar cobran un modo distinto del original,
se modifican. Pero los cambios también tienen un segundo carácter que es el de la
creación. Si bien en un primer nivel, el hombre modifica el medio, en un segundo
nivel, el hombre, al modificarlo más allá del encarramiento en que se encuentran las
cosas prefijadas y determinadas, crea modos indeterminados; no solo modifica las
cosas, sino que crea cosas nuevas, es decir, crea el mundo. Todos los hormigueros
a través de millones de años han sido y son -en general- iguales. Cada uno tiene
cierta conformación propia, pero todos mantienen en un altísimo grado el patrón de
construcción y de modos de vida dentro de ellos, debido a que las hormigas, por más
sofisticado que parezca su comportamiento social, se mantienen dentro de un medio
cerrado y específicamente determinado. Con el ser humano sucede algo
radicalmente distinto: el hecho mismo de ser un animal incompleto que ha de
completarse según lo decida, rompe con la predictibilidad de sus intenciones y
acciones, y por tanto, con la prefijación determinada de las cosas que constituyen su
entorno. El hombre es sustantividad abierta y por ello no sólo re-acciona al medio,
sino que responde abierto al horizonte del mundo. Las ciudades, vistas desde lo alto,
podrían parecer similares, tanto en el espacio como en el tiempo; pero mirando con
más cuidado y más de cerca, cada ciudad, cada barrio, cada casa, cada habitación,
cada cosa, muestra en sí misma el efecto de un tipo de respuesta humana diferente
en cada caso, un tipo de respuesta siempre singular, y por lo mismo, siempre propia.
Por ser pues estas modificaciones siempre apropiación de posibilidades humanas,
actuadas en cada momento, y siempre en una dirección elegida libremente, no son,
en estricto sentido, simples modificaciones, sino modificaciones radicalmente
propias, son creaciones.
El mundo pues, no es el resultado de unos cambios añadidos al medio, por
más que tales cambios parezcan similares, o ellos nos muestren patrones y modas;
aun estos patrones y modas, precisamente, por ser respuestas abiertas e
indeterminadas del animal de realidades, son igualmente creaciones. El mundo no es
pura modificación del medio natural, es creación humana. Por tanto, en virtud de este
segundo añadido, el hábitat es creación.

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Tercer añadido: Simbolización cultural

También habíamos dicho ya antes que, al transformar el medio natural, el


hombre añade simbolización, pero que no eran tales simbolizaciones lo fundamental.
Lo habíamos dicho de ese modo porque la simbolización, tiene un primer carácter
fundado en el símbolo: es el lenguaje. Sin embargo, estas simbolizaciones tienen un
segundo carácter, un carácter que funda la existencia misma del hombre en
referencia a un sistema de símbolos: es la cultura. Ya no es pues el añadido una
simple presencia del símbolo, una simple presencia del lenguaje; sino que esa
misma presencia, antes y después de ser presencia, es expresión de una cultura
determinada. Si bien en un primer nivel, el hombre simboliza el medio, en un
segundo nivel, el hombre, al simbolizarlo, hace del medio una cultura, un mundo de
sentido.
Así, por estar el hombre ya nutrido desde el nacer por los demás hombres, la
simbolización, además de ser mera comunicación simbólica, es transmisión cultural;
una transmisión que por ser transmisión de tradiciones humanas conforma en gran
medida los modos en que el ser humano habrá de enfrentarse a la realidad de las
cosas y a la propia realidad humana. Así, el añadido simbólico social no es un
añadido social meramente comunicacional, eso lo hacen las hormigas como quiera
que sea su lenguaje concreto; sino que el añadido simbólico social, por ser cultural,
tiene aquí otro carácter; es social, no sólo porque cada quién comunica algo, sino
porque cada quién, al comunicar algo, transmite la propia cultura. Cada individuo
humano es un sujeto social que comunica, pero fundamentalmente es un sujeto
social que, comunicando, hace la cultura.
El tercer añadido al medio natural es pues la simbolización hecha por el
hombre, pero no en tanto simples comunicaciones, por más sofisticadas que estas
puedan ser, sino en tanto que al simbolizar, el hombre conserva o revoluciona su
cultura. Por tanto, en virtud de este tercer añadido, el hábitat es simbolización
cultural.

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Cuarto añadido: Apertura, intestabilidad, riesgo e incertidumbre

La apertura del hombre, en la misma medida que es esencia abierta en


relación constitutiva con el mundo, abre el medio que antes de la aparición del ser
humano era sólo un medio natural cerrado, y en ese mismo sentido, un medio
específicamente determinado donde las cosas –todas- estaban ya prefijadas. El
hombre convierte el medio natural en mundo precisamente en virtud de su apertura.
El mundo –podría decirse- es el mismo medio natural de antes, sólo que abierto por
el hombre.
Ahora bien, esta condición de apertura del medio natural que la misma
apertura del hombre ha causado, implica una grave ruptura; es la ruptura de un
equilibrio que si bien era dinámico, estaba encerrado en una misma circularidad
causal, que por sí misma garantizaba la estabilidad natural. Al irrumpir el hombre,
esta circularidad causal, aunque conserva su equilibrio dinámico, pierde la garantía
de su estabilidad debido a que el hombre trae consigo, en tanto esencia abierta, la
indeterminación de su destino. El paraíso eterno se pierde al abrirse por causa del
hombre. El medio natural específicamente determinado y por tanto estable y seguro,
es, con la llegada del hombre, un mundo abierto generalmente indeterminado, y por
tanto, inestable y en riesgo. Al crear el mundo, el hombre introduce la inestabilidad y
el riesgo, y con ello, la incertidumbre. El paraíso de Adán se trastoca y se vuelve, a lo
mucho, tierra prometida.
El cuarto añadido al medio natural pues es la apertura humana, y sus
respectivas consecuencias: la inestabilidad, el riesgo y la incertidumbre. Por tanto, en
virtud de este cuarto añadido, el hábitat es apertura, inestabilidad, riesgo e
incertidumbre.

Quinto añadido: Libertad

Por razón de su apertura, el hombre está obligado a optar todo el tiempo en un


ámbito de posibilidades por una de ellas entre muchas; así se realiza, y realizándose,
crea el mundo. La actividad de esta creación no está determinada por el contenido

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de las cosas sino por lo que el hombre quiere en libertad hacer realmente de las
cosas y de sí mismo. El hombre, por esta primerísima libertad de querer, está
obligado a hacerse cargo de la realidad, a encargarse de ella, a cargarla. La realidad,
que es su mundo de posibilidades, es su carga. No puede evadir esta carga porque
aún optando por no optar, en ese mundo de posibilidades, el hombre está optando
por una de ellas. La posibilidad de no apropiarse de ninguna posibilidad también es
una posibilidad. Apropiarse de esta posibilidad también es apropiación, y por tanto,
ejercicio pleno de la libertad humana. Así, optando en su ámbito de posibilidades
intenta cambiar el mundo cuando opta por cambiarlo, e intenta conservar el mundo
cuando opta por conservarlo. En este mismo sentido, aún cuando opta por no optar, -
como ya decíamos antes- está optando por no ejercer acción de cambio alguno
sobre el mundo dejándolo igual que antes; de modo que aquí se vuelve evidente que,
al no intentar cambiarlo, lo está conservando. Al optar por no optar pues, está
optando por conservar el mundo como éste está. Cualquiera pues que sea su opción,
es opción <en> libertad y por tanto es su responsabilidad inalienable. Esta es su
carga.
Así, el mundo es el resultado de sí mismo, en tanto que es un mundo en
relación constitutiva con la libertad del hombre. Como quiera que sea esta
circunstancia en tanto apropiación de posibilidades, le exige al ser humano el
ejercicio de una libertad responsable, de una libertad para encargarse
responsablemente de su mundo, para cargar con él porque es suyo. Así, en virtud de
su libertad, el hombre no puede hacerse a un lado porque su relación con el mundo
es constitutiva y su carácter de esencia abierta lo obliga a constituirse <con> y <en>
el mundo. Puede encargarse de esa carga con gusto, o puede hacerlo a disgusto,
pero no puede evitarla por más que quiera ignorarla o hacerla a un lado. El hombre
está pues constitutivamente comprometido con ella. Encargarse de esa carga es lo
que hace que el ser humano sea, precisamente, un ser humano.
El quinto añadido al medio natural es pues la libertad y la responsabilidad
humana. Por tanto, en virtud de este quinto añadido, el hábitat es para el hombre,
sobre todo, una carga.

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Sexto añadido: Historia

El proyecto que cada hombre tenga de sí mismo en lo individual y en lo social,


no nace de una ética abstracta, absoluta y universal, como a veces se pretende; sino
que, por ser proyecto imaginado <desde> una realidad humana concreta, es
proyecto concreto y no abstracto; por ser proyecto de cada hombre es proyecto
relativo a cada realidad humana y no proyecto absoluto; y por ser proyecto <de> y
<para> este hombre concreto que se quiere realizar, es proyecto particular y no
universal. La autorrealización humana, sea en lo individual o en lo social, tiene como
referente un imaginario de sí mismo, pero por ser concreto, relativo y particular,
aunque tal imaginario se proyecte hacia el futuro, en realidad se funda en la historia.
En la historia personal, en el caso de los individuos; y en la historia social, en el caso
de las sociedades. El hombre se hace así presente en sus decisiones, actualizando
en el presente su pasado histórico en proyecto futuro. Aún los valores, principios y
fines, que pudieran considerarse más universales y de mayor consenso social,
provienen todos de la historia. La historia pasada, reflexionada en el presente, es el
fundamento de todo proyecto futuro del hombre. Lo que el hombre quiere, sea
individualmente, comunitariamente, socialmente o planetariamente, se proyecta
<desde> una historia actualizada en el presente. La autorrealización individual,
comunitaria, social, o planetaria, si bien es invento, no es quimera; tiene siempre el
referente de la historia, y en cada acción humana, tal referente funda la praxis misma
del proyecto humano. Podemos entender la historia de un modo o de otro, tomar de
ella unas cosas u otras, pero no es posible imaginar el futuro propio de cada
individuo, de cada comunidad, de cada sociedad y de la humanidad entera, haciendo
caso omiso de la historia. Habrá quienes afirmen enfáticos que el referente absoluto
del proyecto humano es Dios, pero aún esta hipótesis tiene su raíz en la historia.
El sexto añadido al medio natural es actualización histórica, pero no como
pura información del pasado, sino en tanto praxis individual, comunitaria, social y
planetaria de actualización histórica. Por tanto, en virtud de este sexto añadido, el
hábitat es historia.

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Séptimo añadido: Proyecto de humanización

El hombre, <en> el ejercicio de su libertad, teniendo todo el tiempo que


apropiarse de una entre muchas posibilidades, se realiza como ser humano
precisamente por apropiación. El mundo mismo es posibilidad apropiada, y en ese
sentido, toda posibilidad por haber sido apropiada es ya posibilitante de un nuevo
mundo. Pero ¿cuál es ese nuevo mundo que posibilita toda apropiación de
posibilidades? Aquello que el hombre elige para que se realice como mundo <de> y
<para> el hombre. Aquello que el hombre elige para hacer realidad el imaginario
creado, de sí mismo y de la sociedad, como posibilidad de un nuevo mundo. Es
proyecto de humanización. Así, al abrir el hombre el medio, añade algo más que la
sola apertura; es decir, no solo el “por qué” de esa apertura que se funda en los
orígenes de la hominización, sino sobre todo el “para qué” de tal apertura que se
funda en los confines de la humanización. De ese modo el hombre añade un
imaginario de ser humano a realizar para sí, en tanto individuo, comunidad, sociedad
y humanidad. Un imaginario de humanización. Añade un imaginario que quiere sea
su destino de humanización.
El séptimo añadido al medio natural es el imaginario individual, comunitario,
social y planetario, que el hombre, en tanto especie incompleta, se propone construir
como posibilidad de sí mismo y del mundo que quiere posibilitar para las
generaciones futuras. Por tanto, en virtud de este séptimo añadido, el hábitat es
posibilidad, y por tanto, proyecto de humanización.

CONCLUSIONES

A partir pues de nuestra personal insatisfacción respecto del uso


indiscriminado de la palabra hábitat, hemos realizado una primera revisión de sus
raíces etimológicas, y considerando algunas pistas ahí halladas, hemos dado un
salto al análisis y a la reflexión –esperamos profunda- de la noción aludida. Lo
hicimos fundando nuestras ideas en algunos constructos propios del pensamiento
filosófico de Xavier Zubiri, y lo hicimos así, porque teníamos un propósito ulterior:

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promover dialogadamente con nuestros pares, una serie de trabajos conceptuales
que nos vayan permitiendo, paso a paso, arribar a una comprensión más amplia y
mejor sustentada de esta noción tan importante para nuestro quehacer: el Hábitat.
Los siete añadidos aquí referidos y revisados brevísimamente, no agotan por
supuesto el tema y mucho menos su reflexión. Son apenas un esbozo que quiere
provocar, más que resolver, la cuestión. De modo que cualquier avance ulterior, sea
agregando ideas o rebatiendo fundamentadamente estas, enriquecerán la discusión
sobre el asunto. Hacemos votos porque así sea, sobre todo para avanzar en una
tarea nada sencilla, pero también, para que este trabajo no quede sin interpelación
pudiendo ser asumido por otros como un documento definitivo. Ello sería, además de
trágico, muy alejado de nuestro deseo.

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Bibliografía

Gómez de Silva, Guido (1999), Breve diccionario etimológico de la lengua española, FCE, México.
Zubiri, Xavier (1998), El hombre y Dios, Alianza editorial, Madrid, España.
Zubiri, Xavier (1982), Siete ensayos de antropología filosófica, Universidad Santo Tomás, Bogotá,
Colombia.

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