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Como hombres amamos la patria en donde nacimos, no nos toca elegirla, pero nos
llena de orgullo representarla en eventos internacionales, en encuentros de
negocios con extranjeros y al improvisar como guías turísticos para los forasteros.
Sin embargo, a medida que tomamos conciencia de tantas cosas buenas en otras
partes del mundo, que han destacado por su calidad o su permanencia en el
tiempo, no podemos dejar de verlas con admiración, imitarlas en lo que podemos y
a veces desarrollamos un profundo aprecio por ellas. De aquí puede surgir el
aprecio por otra nación o ciudad al grado de considerarla como una segunda patria
aunque nunca hayamos visitado aquel sitio.
En cierta manera adoptamos una segunda patria cuando sentimos admiración por
algo que proviene de otro país y que nos hace soñar con visitar el lugar que dio
origen a esa maravilla. En contraposición, John Lennon cantaba sobre un mundo
sin fronteras, una comunidad global. Yo pienso que es bueno encariñarse con tu
propio terruño, porque lo que es de todos no es de nadie.
Para mí, la segunda patria es aquel lugar en donde existe todo o mucho de los que
quieres para tu propia patria. El amor a una segunda patria no puede deslindarse
de la primera porque te convertirías en un autoexiliado, por lo menos en tu
corazón. A continuación te abro una ventana a mi segunda "patria".
La Ciudad del Vaticano se extiende a poca distancia de la ribera derecha del Tíber,
en Roma. El territorio del Estado -el más pequeño del mundo- ocupa una superficie
de casi 44 hectáreas. Queda circunscrito en parte por los muros, y en la Plaza de
San Pedro, por la franja circular de travertino -en el pavimento- que une los dos
brazos de la columnata de Bernini.
Está constituida por quienes poseen la ciudadanía vaticana, que son unos 400, y
quienes están autorizados a residir conservando la ciudadanía de origen, cerca de
300. La representación del Estado y sus relaciones con los demás Estados están
reservadas al Sumo Pontífice, quien las ejerce por medio de su Secretaría de
Estado. Tanto el Estado de la Ciudad del Vaticano como la Santa Sede, órgano
soberano de la Iglesia católica, gozan de reconocimiento a nivel internacional.
Ojalá algún día mi país sea su reflejo. No su imagen perfecta en cuanto a la forma,
sino con la misma riqueza interior de fondo.
Un país unido, hospitalario, con vocación de servicio, con identidad bien definida y
desigualdades casi imperceptibles.
Aprovecho este medio para felicitar a todos los que han materializado el amor a su
esposa por medio de sus hijos. Qué increíble manera tiene la naturaleza de dar
cauce al amor. A los que donaron su esperma y no saben si son papás o no, esperen
a que alguna organización declare el día internacional del donador de esperma,
porque yo no los felicito.