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El nivel normal de la voz de una persona es de aproximadamente 45 dBA; es cierto que hay
voces más potentes que llegan a alcanzar 60 dBA sin esfuerzo, pero son casos aislados que
normalmente no corresponden a profesores sino a locutores y políticos.
La definición de la voz se pierde en presencia de ruido y de reverberación (que es una
forma de ruido). Para permitir una inteligibilidad mayor al 90% la relación entre la voz y el ruido
de fondo debe ser mayor de 10dB; de ahí la necesidad de mantener el ruido en el salón por debajo
de los 35dBA. Otro motivo importante para reducir o controlar el ruido es su factor de dispersión
síquica. Las características del ruido determinan en que grado se puede distraer la atención del
alumno con la presencia del sonido contaminante. Si es fijo y estable, como un motor o la lluvia, la
atención lo discrimina rápidamente; pero si contiene información es mucho mas probable que se
convierta en una fuente de distracción, por ejemplo la música o la voz.
Por otra parte, un salón de clases con un tiempo de reverberación de 0.5 segundos
presentará aproximadamente un índice de inteligibilidad del 95%.
Si este valor es mantenido pero el ruido se incrementa hasta 45dBA la inteligibilidad cae
aproximadamente a un incómodo 55% y el maestro se ve obligado a elevar su voz con los riesgos
de salud que ello implica.
Similarmente, si el ruido se mantiene bajo pero la reverberación se incrementa hasta 1.5
segundos, la inteligibilidad se reduce a un 75% y en este caso de nada vale elevar la voz. Si a esto
agregamos un nivel de ruido de 45dBA la inteligibilidad cae a un dramático 30%.
Desafortunadamente esta es la situación de una gran cantidad de aulas en nuestro país,
principalmente en las zonas cálidas donde los techos son altos y los ventiladores o sistemas de aire
acondicionado generan ruido.
La solución puede ser tan sencilla que ante su simplicidad desconcierta la endémica
problemática presente en nuestra actualidad escolar.
La reducción del ruido requiere tan solo de la aplicación del sentido común. Cerrar
ventanas y puertas, bajar la velocidad de los sistemas de aire acondicionado, eliminar o alejar las
fuentes de ruido, etc. Todo esto se puede prever desde la construcción para ahorrar gastos
innecesarios. Cuando la solución no sea tan evidente será necesario solicitar la asesoría de un
experto en acústica.
El control de la reverberación se efectúa colocando material fibroso o poroso en los muros
del aula. Existen materiales específicos para la absorción acústica, como el Sonex, el Absortech o
el Cutting Wedge, que solo se colocan adheridos directamente sobre los muros con selladores de
silicón disponibles en cualquier tienda de pinturas. La alfombra, el corcho o el cartón de huevo no
son materiales útiles para esta aplicación. En la mayoría de los casos no será necesario cubrir todos
los muros; es mejor empezar con la pared del fondo del salón para evitar el molesto eco que
produce la reflexión de la voz y, en caso necesario, colocar placas absorbentes en los muros
laterales procurando alternar espacios reflectores con espacios absorbentes y evitando que
coincidan las áreas reflectoras de los muros opuestos traslapando las placas absorbentes de tal
modo que para cada espacio reflector de un muro, la superficie opuesta (en el muro de enfrente)
esté cubierta con material absorbente.
El techo, si no es muy alto, sirve para reforzar la voz reflejándola hacia los asientos del
fondo del salón. Por el contrario, si su altura es mayor de cuatro metros puede producir un eco que
perjudicará la nitidez del mensaje, por lo cual será conveniente aplicar sobre él una porción de
material absorbente acústico. En todo caso, siempre es mejor la asesoría de un experto.
Es comprensible que cualquier solución implica gastos, pero los resultados en el
incremento del aprovechamiento y la comunicación justificarán sobradamente y a largo plazo los
esfuerzos aplicados. La ignorada acústica puede transformar totalmente el ambiente de trabajo y
resolver problemas que nadie sospecharía relacionados con ella: La incidencia de laringitis en los
profesores, los alumnos especialmente inquietos, las riñas, los alborotos, las faltas de tarea, los
apuntes incorrectos, el ambiente tenso, las bajas calificaciones, etc., son condiciones a las que nos
hemos acostumbrado como algo normal en la escuela y cuyas aparentes causas son, según el
enfoque, la deficiente educación de los niños en casa o el estrés del profesor. La ancestral dinámica
escolar tiende a aplicar frustrantes correctivos como la ridiculización social del alumno, su
suspensión temporal o definitiva, el proverbial sermón o abrumadores trabajos escolares. En el
mejor de los casos se recurre al psicólogo escolar como un paliativo, un parche que con el tiempo y
la inercia se suelta y da paso al recurrente problema.
Durante años los alumnos han (hemos) confrontado con mejor o peor fortuna esta situación
superando los problemas o tropezando con ellos, pero más vale tarde que más tarde. El adecuado
ambiente acústico no es la panacea, pero sí es un importante puente de comprensión y
comunicación entre dos generaciones cada vez más distantes. Porqué no mejorar las condiciones
para favorecer el aprendizaje cuando los elementos para lograrlo están al alcance de la escolar
mano. El esfuerzo es pequeño y el resultado será sorprendente. Y no conozco un solo padre que no
esté de acuerdo en que nuestros hijos merecen un futuro mejor que el nuestro.