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Por otro lado, los tres elementos básicos que Armesto descubre e impone a la
arquitectura como basamento primordial, en cuanto formas muy generalizadas
aunque no universales, son de una obviedad tan bárbara que no necesita de
una interpretación sofisticada ni ella tiene que ser necesariamente académica,
pues tales elementos pueden ser inferidos por cualquier observador común y
corriente sin más herramienta epistemológica que el sentido común que todos
los seres humanos tenemos. El mismo que para Popper constituye el inicio de
toda construcción de conocimiento, o para Heidegger el fundamento existencial
que devela al hombre como un “interpretador” natural. Por supuesto que tales
formas se encuentran en la arquitectura como otras, pero lo que hubiera
ameritado una fundamentación epistemológica y teórica más sólida que sólo un
convencimiento personal, es que sean estas formas precisamente las formas
propias de la arquitectura y no otras igualmente presentes en ella. No
discutimos aquí si tales formas son o no útiles durante el ejercicio de la crítica
proyectual en las aulas universitarias; creemos que lo son sin duda, pero
llevarlas a una sacralidad formal excluyente exige mucho más trabajo teórico
que el desarrollado con un largísimo tren de diapositivas que más bien evitan
1
Martín Heidegger), Conferencias y artículos, Barcelona, Ediciones del Serval, 2001, p. 110.
2
Idem, pp. 115-116.
explicar el fondo metafísico de esa disertación. A nuestro modo de ver, la
realidad arquitectónica es mucho más compleja que sólo lo mostrado por
Armesto; así lo postula Edgar Morin a propósito de la realidad en general, del
mismo modo que Rafael López Rangel cuando habla de la realidad urbano-
arquitectónica en sí.
Ahora bien, si entendemos estas tres “clases” así, sólo como el intento
académico de un profesor que nos vino a compartir su experiencia, y miramos
tal esfuerzo como un discurso fenomenológico en que las teorías estuvieron
entre paréntesis durante su elaboración, para dejarnos ver muy a su manera
cómo el fenómeno de la arquitectura se ha venido conformando en su
conciencia en tanto intuición personal que intenciona y encuentra la esencia de
lo que para él constituye una arquitectura primera, no puede menos que
nutrirnos; y deberíamos estar agradecidos con su esfuerzo porque ya de por sí
es bastante árido el campo y una gota de agua en el desierto no deja de ser
agua igualmente necesaria, si no es que más. Pero si, por el contrario, hemos
de ver estas clases como un espacio para posibilitar el diálogo teórico con otros
autores fundándose todo ello en una construcción epistemológica explícita que
dé sentido de verdadera búsqueda a los argumentos esgrimidos, dejando a un
lado los insultos disfrazados de humor negro y las descalificaciones a colegas
de mucho más estatura en el dominio de la disciplina como Calatrava; entonces
lo producido en estos tres días no sólo es pobre conceptualmente hablando
sino que constituye un pésimo modelo de lo que queremos que suceda en las
universidades como proceso de reflexión para enriquecer el campo del
conocimiento de la arquitectura. Hacer teoría, desde nuestro punto de vista, no
tiene que ver en principio sólo con señalar arquitectos famosos y contar sus
historias personales, ni siquiera con mencionar obras que bien pudieran
constituir casuística, sino que las obras y los autores se mencionan durante la
reflexión sólo y únicamente como referentes de un discurso que se sustenta
con un análisis profundo, primero en un proceso divergente que abre alguna
realidad arquitectónica, sistemáticamente observada, para encontrar las
unidades de análisis o categorías y luego, en un segundo movimiento
convergente hacia la síntesis, al poner en relación tales unidades entre sí, al
mismo tiempo que con otros conceptos teóricos propios de la arquitectura
traídos a la discusión, además de otros no tan propios, importados desde los
dominios de la ciencia y la cultura según se haga referencia a ellas. Pero
¿cómo podría Armesto hacerlo, si él mismo declaró -no acabamos de entender
para qué que no sea puro histrionismo- que desprecia la síntesis?