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NOCHEPENA
Cuando la tarde empiece a ponerse noche, sin que
nadie te oiga, recitarás una larga letanía de nombres
de tristeza Como el buen hombre de la derecha, alcalde de
Por la misma razón que la lluvia no sabe que es lluvia, Sevilla, por más señas,-en manos de IU, esos de las
ni el viento sabe que es viento, tú no sabías que era mariscadas de Merca-Sevilla, y de los comerciantes
pena aquello que los días de la Navidad iban de tubos turcos con viaje pagado en jet privado-, no
echándote dentro al son de los campanilleros que sabe donde tiene la cabeza, con motivo del follón del
cantaban los chiquillos, entre los eternos olores que Ateneo para encontrar un rey Melchor de toda
cruzaban el aire del invierno en silencioso grito, en la garantía, alzó su voz para pedir se respetase entre
luz, aquella luz que daba igual que asomara a medio los Reyes Magos de oriente, la cuota zapateril, de un
hacer entre el frío telar de la lluvia o le limpiara el azul tonto, una tonta, otro tonto, y otra tonta mas, y dice
a un cielo raso. La luz de aquellos días, la luz dorada y que por qué razón alguno de ellos no puede ser
verde del campo, blanca de las calles, era para ti una mujer.
comunión inevitable con algo que ya era pena sin que Y la Gazeta lo acepta, siempre que el edil-galeno se
tú lo supieras. Pero, ¿pena de qué, por qué? Nunca lo vista de alcaldesa de Zamarramala para asistir a los
supiste, porque por más que buscabas en tu breve plenos, aunque si a Sevilla la va a dejar que ni don
memoria, no había penas con nombres, ni con cuerpo, Juan Tenorio la reconocerá, igual se viste de tal
no había penas reconocidas, porque no había penas. guisa para presidirlos y nadie se da cuenta.
¿Qué era, entonces, aquello que te hacía ir triste,
apenado, por los días de la Pascua de la Navidad,
incluso la mañana de los aguinaldos cuando los
chiquillos cuasi jugaban, sin saberlo, a pedigüeños
bien vestidos? ¿Existen penas sin nombres? ¿Hay
gente que nace ya con una pena heredada que le
ensombrece la alegría, como se nace con un lunar
heredado de tu madre? Nunca lo supiste, pero cuando
la gente se dolía por alguna pena y tú sabías qué
pena era, solías decirte para tus adentros que la tuya
era también pena, aunque no pudieras pronunciarla.
Más tarde, no sabes cuándo, unos versos hallados en
no recuerdas qué páginas, te alumbraron el camino:
«En la memoria me suena / —sin tener claro si es
mío— / algo que parece pena».
Cuando la primera pena con nombre que recuerdas
fue a buscarte a la Nochebuena, durmió ya en
sábanas usadas de penas anónimas. Pero al menos
tenía ya sentido sentir pena por algo o por alguien con
nombre. Y así creciste, contando en la Nochebuena
penas que te contestaban con unos ojos, una sonrisa,
una voz, y penas que, aun sin saber si eran penas, a
penas te sonaban. Por eso no recuerdas Nochebuena
que no fuera a un tiempo Nochepena. Hay en ti, tan
tuya como tu voz, una tristeza de la que ignoras su
procedencia, como la lluvia ignora que baja de la
nube. Y esta Nochebuena, que ya te ofrece muchos
nombres con los que nombrar la pena, recuerdas
aquella memoria que te resulta imposible levantar sin
un rincón de tristeza anónima. Y cuando la tarde
empiece a ponerse noche, sin que nadie te oiga,
recitarás una larga letanía de nombres de tristeza.
Recorrerás con la memoria un santoral de penas que,
como siempre, te empañarán la alegría. Más seguirás
sin saber cómo se llamaba tu primera tristeza.
ANTONIO GARCÍA BARBEITO 23/12/2010
Isla Canela de Teresa Figueroa Castro